La variété - Julián Palacios - E-Book

La variété E-Book

Julian Palacios

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Beschreibung

El libro comienza con un relato narrado en dos partes, divididas por personajes y no por temporalidad, que tiene en cuenta tres obras (etapas) que afectan a una ciudad y a un pueblo. "El triunfo de la muerte", "La torre de Babel" y "La Variété". En la primera parte se muestra paso a paso las actuaciones del creador de cada suceso. En la segunda un hombre es afectado por cada etapa, comprendiendo que debe responder con una creación mayor a la del otro. Luego, a través de textos y cuentos, se retratan esas afectaciones en situaciones más mínimas y concretas. La obra completa atraviesa desde el reconocimiento de los grandes sistemas involucrados hasta la más sutil emoción.

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Seitenzahl: 185

Veröffentlichungsjahr: 2018

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JULIÁN PALACIOS

LA VARIÉTÉ

Editorial Autores de Argentina

Palacios, Julián

   La variété / Julián Palacios. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: online

   ISBN 978-987-761-552-4

   1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Diseño de portada y maquetado: Maximiliano Nuttini

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Índice

La variété

1

2

Mander de joven

Presente (meses después del encarcelamiento de Mander)

El triunfo de la muerte

El miedo

La invención de la muerte

Continuidad de oscuridades

El retrato de la tristeza

Su triunfo

La torre de Babel

Reflejo

La variété

El triste consuelo

Un instante de fe

Una búsqueda irreversible

Cuentos

La última imagen que vi

El retrato de abril

La noche intemporal

La comprensión emocional

La continuidad de las artes

El eterno regreso

El sueño del fin

Me desperté

Suceso de oscuridades

La muerte revive ese instante

El nombre del mar

Recuerdos del encierro

Retrato de la culpa

Fuckingschool

El reflejo del universo o la locura del otro

La forma de su infierno

La muerte de la nostalgia

El retrato de la muerte

La salida de los cielos

Otros pormenores

Refugio de obsesiones

Sus efectos

Incomprensión

La muerte en los arrabales

La variété

Sé que algunos pormenores son contrarios a Buenos Aires, pero creo que este es el único lugar posible para este suceso. Esas mínimas elecciones son mantenidas por su conexión con algunos autores (los cuales no necesariamente son retratados con exactitud). Entre ellos están, junto a sus obras, Mander, Brueghel y Sachs.

Mediados del siglo veinte. El país estaba alejado completamente del exterior, incomunicado y fuera de sus acciones a causa de una inmensa guerra económica, ideológica y militar que acechaba fuera de los límites nacionales. Innecesario es aclarar el funcionamiento de las noticias, que solo eran conocidas a través de los diarios y la televisión. Esa simpleza en el sistema de reconocimiento de la “realidad” fue por años el peligro al que estuvo expuesto la humanidad, causando de esta forma ideologías estratégicas y violentas. Buenos Aires se lucía en la soledad y en la falsa abundancia. Generando a su alrededor algunos recién nacidos arrabales.

1

El presidente me envió un coche a mi casa en las afueras de Buenos Aires. Supuse que los hombres que me llevarían serían cercanos a él. Llovía constantemente y el agua corría límpida y ligeramente por los extremos de las calles. Salí bien abrigado, ya que los primeros días de julio habían sido pertinentes al invierno, camino al auto, el chofer y su acompañante, probablemente armados, sostenían un paraguas sobre mi cabeza.

Partimos. El auto era cómodo y moderno, me recosté y entrecerré los ojos. Después de atravesar campos y pequeños arrabales indistintos, llegamos al pueblo donde me encontraría con el presidente. Este había decidido comenzar su campaña para la reelección en ese lugar. Para la imagen pública solo iría a apoyarlo, ya que era el artista más allegado al presidente. En realidad, llevaba un mensaje, no solo esto, también un ideario completo para llevarlo a cabo. “Una idea surgida en lo más escondido de la creatividad, en lo más inimaginable de la mente, puede cambiar un país entero”. Había cambiado un poco la frase, teniendo en cuenta el escrito original.

Había iniciado mi amistad con el presidente años atrás. Cuando no ocupaba el gran cargo me había ayudado con algunos problemas que tuve. Me dio el consuelo que nadie me daba. Desde allí lo he aconsejado hasta el presente, en el cual le daría mi recomendación. La situación estaba desbordada de caos y el exterior enfrentaba una de las guerras más agónicas de la historia. El presidente se encontraba en una línea fina entre decisiones que podrían hacer que salieran heridos él o su familia. Buenos Aires mantenía la contradictoria estética de siempre, completa de bellezas y de desastres, de excesos y tranquilidades.

El pueblo donde sería el encuentro se llenó de periodistas y de personas que apoyaban o no al presidente. Entré en una casa junto a los hombres que me habían llevado y esperé, me atendieron amablemente con un café negro. La casa era antigua, pero cuidada, llena de cuadros, fotografías pintorescas y adornos antiguos. Una mesa perfectamente ordenada esperaba la reunión. Vestido de traje y relajado ante el caos, esperé al presidente y a la primera dama, esta era unos cuantos años más joven que él, completamente hermosa. Me di cuenta de que estaban cerca por el ruido de la plebe, el alboroto y las luces de las sirenas de la policía escolta. Después de saludar a la gente con gestos lejanos, entraron al hogar. Lo saludé primero a él con un abrazo y luego a ella con un beso tímido. Mantenía la belleza que recordaba, rodeada por un preciso vestido que multiplicaba su elegancia y mi excitación. No era más que un deslumbramiento superficial, pero me encantaba, la hubiese agarrado ahí mismo paralizando al presidente y la hubiese desnudado lentamente bajo un asentimiento sensual de su parte. Antes de besarla la miraría por un rato, luego la subiría a la mesa y... El presidente me sacó de mi fantasía.

—Amigo mío, venga.

Me había detenido en ella más tiempo de lo normal, así que disimulé preguntándole por el diseñador del vestido. Ella sonrió comprendiendo mi engaño. Igual, siguió la actuación. El hombre ya se había sentado, miraba los cuadros y las paredes.

—Es un vestido simple, de un amigo mío, diseñador.

—Es muy lindo.

—Gracias.

De inmediato me senté frente al presidente, la mujer también lo hizo, pero no habló hasta un rato después. Los guardias salieron al jardín bajo la orden de su jefe. El presidente, mi amigo, empezó la conversación.

—Bueno, amigo mío, el día ha llegado.

—Así es.

—¿Sabe muy bien que lo que usted me diga, a menos que sea un delirio, es lo que definirá mi futuro no?

—Por eso lo he pensado mucho tiempo. No solo eso. Lo ayudaré en cada paso.

—Entonces dígame. ¿Cómo saco al país adelante?

—Disculpe, señor, para eso lo único que debe hacer es renunciar.

Nos reímos luego de mi dicho, la confianza que teníamos me dejaba soltar frases como esa. Todos sabíamos que buscábamos otra cosa. Enseguida continuó la conversación.

—Deberé conformarme con la reelección.

—Entonces la reelección.

—Igual -hizo una pausa-, espero que sepa que busco más que eso en realidad. No quiero describirlo absurdamente porque sé que usted sabe más que yo sobre lo que quiero.

—Pasemos a lo importante entonces. Le traje en este escrito todo lo que tengo pensado. Hay cosas grandes, señor, no participaría en un plan que no lo fuera, al menos en uno que yo no crea así. Todo está medido y calculado dentro de lo posible. A pesar de su complicada imagen, estoy al tanto del poder y el control que tiene.

Sonrió, estaba ansioso por ver mi escrito. Se lo dejé en la mesa para que lo analice y me fui a la habitación continua para dejarlo tranquilo junto a su mujer. Luego de un rato me llamó.

—Me interesa, pero no lo entiendo por completo.

—¿Tiene tiempo?

—Sí.

—Le explicaré. Debe prestar atención.

Los dos me miraron atentamente. Sin sentarme continué.

—Hay dos obras, por ahora tiene que escuchar lo siguiente. Se llama El triunfo de la muerte. Es del pintor Brueghel. Se retrata allí cómo la muerte, en forma de esqueletos armados, conquista violentamente una ciudad entera, matando e incendiando en cada rincón del pueblo. La gente indefensa busca correr, pero cada intento es absurdo. Caen tanto los pobres como los ricos. Usted debe armar esa guerra, claramente tomando la muerte y los incendios como una metáfora. Lo que quiero decir es que no debe arreglar las cosas, allí sus intentos absurdos lo debilitan, lo que debe hacer es derrumbar completamente el país, pero siendo usted víctima y fiel servidor a la gente. Debe destruir todo para que cada intento suyo sea glorioso.

Me senté e hice una pausa para continuar. Podía sonar fuerte al escucharlo, quizás también en alguna época lejana, pero en este presente algunas de estas medidas eran cotidianas.

—La forma de llevarlo a cabo, alejándonos un poco de lo teatral, es la siguiente. Deberá pactar anteriormente con los empresarios más poderosos, con sus amigos y enemigos. Usted les asegura todo lo que ellos quieran, les da todo servido en bandeja, esto traería la caída que deseamos, con la única condición de que se echen la culpa y lo coloquen a usted en el lugar de enemigo. Como que usted es el que los quiere parar, como que es el único que se ofende. Además, les pedirá que le paguen la campaña y destruyan políticamente a sus rivales. Hasta si es necesario a sus allegados.

Todavía seguía siendo un poco teatral, pero el señor solo quería ver ese lado. Pronto estudiaría las complicaciones. La época le daba la oportunidad a un solo hombre de afectar a miles de personas con solo una decisión.

—Usted está maravillosamente loco.

—Algo más. Hay un texto ahí mismo -señalé los textos-. La medida del discurso. Es importante que lo lea. Usted debe decirle a la gente por qué preocuparse, por qué asustarse, por qué protestar. Usted debe controlar eso. Debe cambiar la base. Escúcheme bien -hablé más despacio, resaltando cada palabra-, la base del razonamiento.

—Entiendo. O mejor dicho. Lo entenderé.

—Perfecto -me relajé-.

—¿De dónde saca estas cosas?

—Hay algo por lo que comencé -hablé rápido-, una historia increíble sucedida en algún lugar irreconocible. En un lugar y época donde las religiones generaban todo el caos y todas las guerras, un líder político logró llegar a un acuerdo en el que cada religión sería igual para el “estado”. Con esta nueva ley, cualquier persona que contradiga alguna decisión tomada teniendo en cuenta alguna religión, sería castigada. Obviamente fue reconocido en su momento y respetado. Pero en realidad se había dado cuenta de que en cada religión estaba justificada de varias maneras cada acto, aun siendo terrible. Podría tomar las medidas que él deseara citando en sus discursos alguna creencia en la que se explique esa decisión. De esta manera haría lo que él quisiera y castigaría por discriminadores a los que se opusieran. Es esta historia la que me hizo darme cuenta de las formas de gobernar posibles que puede haber, aprovechando las debilidades de las personas. Solo en estos abusos la gente se dará cuenta de lo absurdas que son sus creencias. La patria es otro ejemplo de lo mismo, pero no es necesario explicarlo.

—Entiendo.

Luego habló la primera dama.

—Me parece una locura. ¿Cómo quedará bien parado después de generar semejante caos?

—Mientras haya culpables no habrá problema.

Insistió.

—La Iglesia misma lo descubrirá y lo condenará.

Me reí y dije.

—La iglesia no es un problema. Son los magníficos comienzos religiosos en la influencia política, le aseguro que lo único que les preocupará es cómo quedar bien parados.

En cada afirmación miraba al hombre.

— Y lo último, presidente. Lo que le quise decir con lo de las religiones es que hay una forma en la que puede llevar a cabo las medidas sin ser criticado y es justificándolas a través de las ideologías. Ese es el equivalente en esta sociedad.

—Entiendo.

Luego se dirigió a la mujer.

—Debes quedarte acá unos días. Algunas reuniones las debo hacer sin que me vean. Deben creer que estoy acá con vos.

—¿Te irás después del discurso?

—Sí. Vendré a buscarte después.

Luego se dirigió a mí.

—Usted vendrá conmigo a ayudarme.

—Disculpe, señor, pero no conviene que lo vean conmigo. Si analizan mi obra minuciosamente algunos se enterarán de sus planes. Conviene que esté solo cuando suceda la caída. Y sobre ella -miré a la mujer-, debo prepararla para lo que viene. Conviene que se quede aquí unos días.

—Entiendo. Entonces daré el discurso y me iré. En cada pueblo en donde haga campaña me juntaré con un empresario distinto a escondidas.

—Me parece bien. Otra cosa, presidente. Tome este discurso. Deberá adelantarse a lo que viene. Hay detalles minuciosos de cómo debe actuar.

—Gracias. Nos encontraremos cada tanto, no conviene hablar por teléfono.

El presidente se retiró junto a la seguridad y yo me quedé junto a la primera dama en la casa. Sabía que el hombre tomaría sin dudar mis planes, si fuese solo por la reelección quizás solo haría lo que venía haciendo. Pero siempre supe que buscaba algo más, por eso estaba con una de las mujeres y cantantes más bellas de Buenos Aires. Después de un rato vimos el discurso en la televisión.

Enseguida las repercusiones y el miedo se apoderaron del país. La mujer dudaba sobre mis planes, pero era fácilmente atraída a cambios estructurales, vivía aburrida y nerviosa, ya que había dejado sus adicciones hace poco tiempo. Parecía elegante y seria, pero dentro de ella todo era un complejo deseo de desestabilización, era un inestable mar de fuerzas rodeada de belleza. He llegado a pensar que el hombre lo hacía solo para sorprenderla, la razón por la que creí que funcionaria el plan fue por las fuerzas que nos rodeaban a la primera dama y a mí. El presidente sería un instrumento para la liberación de nuestros rotos y monstruosos interiores. Pero su gloria era nuestra gloria, así que enseguida nos pusimos a trabajar. La mujer todavía dudaba. Me preguntó:

—¿Cree que funcionará? Todo un país entregado a los deseos de tres personas, todo el caos consecuente del deseo de un artista.

—Claro que creo que funcionará. No se necesita poder si tus actos favorecen a los poderosos. No se necesita ni siquiera un poco de plata si le vas a dar todo al diablo, este es el generador de todas esas glorias superficiales.

—¿Cómo cederán los que están en el medio?

—Haciendo que se sientan parte.

—Parece muy seguro. Espero que mi marido no vaya preso.

Me reí y la tranquilicé. Luego empecé a darle discursos y formas de actuar. Le expliqué detalladamente todo lo que le preguntarían y le dije cómo responder. Le dije qué gestos hacer y cuáles no. Cómo vestirse y por cuáles calles andar. Aceptó mis indicaciones con gusto. Compartimos madrugadas, desayunos y tardes enteras. Mi deseo hacia ella aumentó irreversiblemente. Mientras el presidente seguía haciendo campaña, dando discursos y pactando con empresarios para estar bien parado frente a la caída económica y social que se asomaba. Una noche mi sueño se concretó, a la madrugada pude estar con la primera dama. Ese día había empezado a reaccionar la gente frente a una grave caída económica, abundaban los robos y los asesinatos, las protestas y el hambre. Hubo grandes incendios en los centros más importantes, con rapidez el país iba en picada. En la televisión las acusaciones eran a los empresarios, a traiciones en el Congreso (esto los exponía a los congresistas) y a favores ilícitos de la oposición. El presidente solo aparecía en propagandas, en lo que sería la operación de publicidad más grande en la historia del país. Esa noche celebramos con la primera dama. Después entró a mi habitación. Dije:

—Recuerdo ese vestido.

—Recuerdo cómo me mirabas. Me lo arrancabas con tu mirada.

Se acercó hasta mi cama y me susurró.

—No lo necesitaré, ya que no lo puedo repetir.

Girando lentamente se dio vuelta y caminó hacia el living comedor. La seguí detrás. Me esperaba con una mano en la mesa y la otra en la cintura. Lentamente le saqué el vestido mientras la miraba a los ojos. Cuando se lo arranqué por completo, lo tiré en el piso, corrí las sillas y la besé contra la mesa. Apagué el velador e hicimos el amor ahí mismo. Mientras tanto las ciudades agonizaban, temblaban las casas del miedo que cargaban, se enriquecían los demonios y en todas las televisiones del país solo aparecía el presidente, como traicionado por sus colegas, pero más activo que nunca para pelear contra ellos.

Nos despertamos en la cama al otro día e hicimos el amor de nuevo. No desperdiciábamos el tiempo. Luego desayunamos con música clásica de fondo. Con su esquizofrénica voz, al momento de sentarse, preguntó.

—¿Brahms?

— Brahms.

—¿Por qué?

—Me olvido de Buenos Aires.

—¿Por qué ese olvido?

— Su exceso debilita mis ideas.

—¿Y mi exceso qué te genera?

Se acercó por mis espaldas y apoyó sus manos en mis hombros. Me puse de pie, la miré y con mis dedos recorrí su rostro. Fue quizás una escena absurda, pero cuando la mujer se detuvo frente a mis débiles ojos, en un segundo logró que mis planes fueran absurdos. Por esto realmente sentí la necesidad de paralizarme frente a ella.

El tiempo pasaba y el plan iba a la perfección. Faltaba poco para las elecciones y las posibilidades del que presidente perdiera eran mínimas. La muerte brillaba en Buenos Aires, se expandía en cada rincón logrando la crisis más grande de todos los tiempos. Los teatros retrataban el presente, la literatura estaba contaminada de realismo por el desinterés en ficciones y la televisión oscurecía a los rivales que los empresarios le inventaron al presidente. Al decir empresarios me refería a los grandes, a los que llevaban matones, a los no dudaban en disparar frente a cualquiera, a los que necesitaban el dinero con la sangre y la agonía de miles de personas para disfrutarlo. A mi gusto eran simples y desagradables pero necesarios para el funcionamiento de mis ideas. Hubiese buscado ser como ellos si mis planes no hubieran sido más grandes.

Tuve varios encuentros con el presidente. En esas reuniones lo guiaba y le mostraba los siguientes pasos. Siempre lo veía tranquilo y sorprendido por lo que sucedía, me agradecía y me alababa. Yo mientras llevaba una relación apasionante y única con su mujer, vivíamos una vida simple, pero maravillosa. Ella cada tanto se iba a dar discursos, notas o simplemente a acompañar al presidente, al cual poco a poco le insinuaba que estaba enamorada de mí. El hombre no se quejaría, le había dado un país entero a sus pies, le había cumplido mágicamente sus deseos. La razón de su insensibilidad era consecuencia de la simpleza, hubiese sido absurdo buscar otras razones. Otra causa podía ser la propaganda a favor de la guerra que corría por cada rincón. La vida de cada persona valía menos que terribles ideales de hombres absurdos. No recurrí a la ironía, simplemente mis ideas eran otras.

El presidente ganó. Esa noche celebramos en la casa los tres y nos emborrachamos. La casa se llenó de botellas y cigarrillos. Habíamos engañado a todo el mundo, fuimos partícipes de la obra más grande del mundo. El presidente me hizo un extraño pedido. Mientras él le hacía el amor a su mujer, yo tenía que escribir cada acto. El comienzo de su aburrimiento lo empezó a llevar a estas ideas. Lo hice. Describí la situación durante unos minutos. Allí fue consciente del control que cargaba. Frente a mí cumplían sus absurdas necesidades las dos personas más importantes del país.

Luego de esa noche, a la madrugada, comenzó mi actuación. Tuve una conversación con el presidente, él estaba un poco perdido por el alcohol, pero podíamos hablar. En la mesita de luz, en la habitación donde dormía la primera dama, dejé un poco de cocaína. Tenía que distraer al presidente mientras ella accedía sin poder evitarlo a los excesos del pasado. Solo era necesario un empujón.

—Venga, señor. Vamos a fumar afuera.

—Gracias otra vez.

El jardín tenía una galería donde había colgado unas pinturas antiguas.

—Mire, presidente. ¿Recuerda que le hablé de dos obras, no?

—Sí, pero no fue necesario.

Se reía en cada palabra, me generaba desagrado. Lo llevé hacia un nuevo cuadro que había colgado recientemente. Una torre yacía en su incompleta construcción. De fondo el cielo la rodeaba.

—Escuche. Esta es nueva. Se llama La torre de Babel.

—Mire usted.

Mi cigarrillo se estaba apagando, así que encendí otro.

—Retrata una torre que quiso construir una vez la humanidad para llegar al cielo, es decir, a la divinidad.

—A Dios.

—Bien, me está escuchando. Muy bien. La torre se muestra construida por la mitad. Explican viejos escritos la imposibilidad de esta llegada. También de la confusión, de que es imposible saber en qué piso está parado uno. Ante esto solo hay una opción, superar lo anterior. Para no estancarse en un lugar. Quizás uno crea estar arriba, pero recién está en el primer piso. ¿Entiende, señor?

—Sí. Es muy impresionante.

Fue inútil esa charla, pero me aseguré el éxito del siguiente paso. El presidente se acercó a la obra y, chocando borracho sus palabras y señalando el cuadro (la parte más alta de la torre), habló.

—Nosotros, amigo, estamos aquí arriba.

Solo quería irse a dormir. Me había escuchado, pero no estaba en condiciones de entenderlo. Noté que se estaba mareando, así que lo senté en una silla arrinconada en la galería. Se durmió allí mismo. Yo fui a la habitación. Entré y Celeste estaba aspirando la cocaína que había dejado. Me acerqué y se la alejé rápidamente. Fingí rapidez por sacársela de las manos.

—No lo hagas.

—Vos la dejaste acá.

—Me olvidé de guardarla.

Se puso a llorar y la abracé.

—No puedo más.

—Tranquila.

Lloraba fuertemente mientras yo intentaba tranquilizarla. De a poco nos acostamos y nos dormimos abrazados. Al otro día el presidente me presentó a un amigo de él, Mander. Era el investigador sobre lo que ocurría, sobre las muertes a personas importantes y la gran caída social. Al igual que todos, creía que el presidente era un buen hombre. Sabía algunas cosas de su vida, sabía que había tenido actos violentos en su casa y que había caído en las drogas junto a su mujer. Explicó cómo estaba la situación en su pueblo. Contó que la gente había empezado una especie de anarquía, que mataron a líderes y a funcionarios. Alertó sobre personas que habían empezado a actuar a base de teorías morales, matando y generando desastres bajo esas leyes propias. Todo estaba saliendo a la perfección, no esperábamos otro resultado. El presidente dijo que lo ayudaría, pero afirmó que el caos era imparable. Luego el sujeto se fue.

Ese mismo día la pareja presidencial regresó a estar unida. Todo seguía degradándose; las ciudades, los pueblos, cada rincón estaba contaminado de ataques y de terrores. Pasaron meses y meses. Me encontraba cada tanto con el presidente y la primera dama. Los veía cada vez más caídos. Él me dijo que Celeste había vuelto a drogarse, que estaba muy caótica y paranoica, que alucinaba con la misma muerte. Me dijo que su triunfo presidencial no lo llenaba, ya no entendía ni siquiera por qué accedió al plan que yo le había formulado. Me enseñó fotos devastadoras del caos que recorría la ciudad, explicó que se sentía culpable y que le generaba tristeza ver todo lo que había sucedido. Me culpó por todo y me dijo que estaba pensando en entregarse. Lo tranquilicé con palabras absurdas y le expliqué.

—Todo lo que hicimos fue aceptado por usted. ¿Recuerda la noche en que ganó? ¿Recuerda lo que le expliqué sobre la torre?

—Sí, algo recuerdo.

—Eso está sucediendo. Abusamos de todo lo que estaba a nuestro alcance, nuestra caída es nuestro éxito. Solo que los efectos consecuentes nos alcanzaron.



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