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Milady

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Beschreibung

A mediados de octubre de 2015 un robo de piezas de arte valiosas dispara una intrincada trama donde política, espionaje, masonería y riesgo de minería a cielo abierto se entrelazan detrás de un descubrimiento que puede cambiar el patrón tecnológico para producir energía a bajo costo. En una carrera contra el tiempo, durante los quince días previos a las elecciones presidenciales, oscuros intereses harán todo lo posible por eliminar a quien se interponga para lograr un negocio millonario.

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Seitenzahl: 294

Veröffentlichungsjahr: 2017

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milady

LADRONES

Editorial Autores de Argentina

Milady

   Ladrones / Milady. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-801-8

   1. Narrativa Argentina. 2. Novelas Policiales. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Inés Rossano

índice

Capítulo I - Todo tiene un comienzo

Capítulo II - Pesquisas

Capítulo III - Incorporaciones

Capítulo IV - Un caballero en apuros

Capítulo V – Afilando el anzuelo

Capítulo VI - Señor Ladrón

Capítulo VII - El ama de llaves

Capítulo VIII – Un sol para los chicos

Capítulo IX - La punta del ovillo

Capítulo X - Reencuentros

Capítulo XI - De Macedonia con amor

Capítulo XII - La tercer llave

Capítulo XIII - Cacería

Capítulo XIV - Las niñas perdidas

Capítulo XV - En el vértice de la escuadra

Capítulo XVI - Diamantes para un ladrón

Capítulo XVII - Aterrizaje forzoso

Capítulo XVIII - De noche todos los gatos son pardos

Capítulo XIX - Pentotal

Capítulo XX - Sonríe, las cámaras están filmando

Capítulo XXI - El aprendiz

Capítulo XXII - A quemarropa

Capítulo XXIII - Infierno, purgatorio y paraíso

Capítulo XXIV - El noveno círculo

Capítulo XXV - El ojo que todo lo ve

Capítulo XXVI – Cielo y destino

“Esta mísera suertetienen las tristes almas de esas gentesque vivieron sin gloria y sin infamia”. Dante Alighieri La Divina Comedia Canto III, v. 34 al 36

Capítulo I - Todo tiene un comienzo

Tarde cálida de feriado de octubre, sobremesa en agradable compañía luego de un almuerzo en Puerto Madero, todo era perfecto de no haber sido porque uno de los celulares empezó a vibrar descontrolado en mi cartera hasta que conseguí ubicarlo. El identificador no fue capaz de adelantarme de quien se trataba (indudablemente el emisor de la llamada conocía la combinación alfanumérica para permanecer anónimo) así que no me quedó más remedio que responder, maldiciendo por lo bajo la interrupción de mi momento de solaz, combinación perfecta de Pinot Noir y mirada sensual, prometedora de un algo más.

- ¿Licenciada Vargas…? - preguntó una voz algo impostada, con un leve dejo de autoridad.

- Ella habla. 

- El Sr. Andrade tuvo la amabilidad de facilitarme su celular. Estoy interesado en una jarra de cristal veneciano que figura en uno de sus catálogos y me gustaría saber si aún está a la venta.

Cuento con un agudo sentido de los valores materiales y como el artículo que me estaban solicitando databa del siglo XVI y su valor ascendía a una cantidad de euros de varias cifras, mi fastidio desapareció al instante. Además, había algo en el timbre de voz del hombre que me resultaba familiar.

- Si me deja su nombre y teléfono coordinamos una reunión para acercarle la información – respondí concisa, ya que no tenía ningún interés en que mi compañero de mesa se enterase del contenido de la conversación.

- Está ocupada luego de las 20.00 hs…? Y de hecho, no necesita mi nombre: me reconocerá en cuanto me vea… no es la primera vez que nos cruzamos – respondió luego de una pausa que parecía estudiada.

Sin duda le gustaba la intriga y estaba tejiendo una telaraña lo suficientemente interesante como para dejarme atrapada dentro. Había algo extraño en el llamado, pero mi experiencia en el rubro me recordó que muchos compradores de arte, sobre todo los que no quieren dejar rastro de sus transacciones, son bastante esquivos. No obstante, no pensaba recibirlo en la casa de antigüedades al anochecer, ya que mi instinto de conservación era mucho más fuerte que la combinación de curiosidad y ánimo de lucro juntos.

- Tengo un par de reuniones por la tarde, pero si le parece bien, podemos tomar un café mañana temprano. ¿Le parece bien en Yonko´s Bar, que está justo detrás del Museo Nacional de Bellas Artes…? – arriesgué, ya que me quedaba cerca de casa y no demasiado lejos del microcentro, por lo que podía estar en la oficina a una hora razonable. Además, en esa época del año, los jacarandá que bordean Figueroa Alcorta están en flor y su vista siempre lograba sedar mi temperamento endiablado.

- La espero a las 8.30 - y puede adivinar una sonrisa socarrona al decirlo.

Al día siguiente bajé con rapidez del taxi, encaminándome hacia el acceso que desemboca en el café, tarde y corriendo como de costumbre. Minutos antes el celular había sonado, y rótulo “número privado” mediante, el misterioso comprador me informaba que me esperaba en el sector de mesas al aire libre.

El tipo estaba empezando a inquietarme; sin embargo, me tranquilicé cuando lo reconocí no bien entró en mi campo visual: elegante, expresión dura y sobradora como siempre. Me acerqué a la mesa y le di un beso en la mejilla.

- Hola… ¿era necesario tanto teatro…?

Lanzó una sonora carcajada antes de responder.

- No, pero era demasiada tentación como para poder resistirla.

Sonreí, recordando otros tiempos: Carlos Basilio era un médico que en lugar de ejercer la profesión decidió dedicarse a hacer política y negocios, para lo cual había demostrado aptitudes nada desdeñables. Varios años atrás su capacidad para escalar posiciones le deparó una Subsecretaria en el Ministerio del Interior y lo conocí, recién recibida, cuando ingresé para hacer una pasantía; estaba en el lugar exacto en el momento indicado mientras pedían de urgencia una intérprete discreta para una reunión fuera de agenda. Poco tiempo después supe que mi intervención ayudó a que cerrara un acuerdo extraoficial que lo llevó a convertirse en la mano derecha del ministro. A mi vez, y luego de un período de prueba, también me transformé en su asistente de confianza.

Pero habían pasado varios años y algo me decía que un poco de recelo no estaba de más. Luego de un par de cafés y charla miscelánea sobre el derrotero de nuestras vidas, Carlos preguntó sin más preámbulos:

- ¿Todavía no te aburriste de la consultora…? Entregas contra reloj, políticos de cuarta, toda esa basura debe haberte hartado.

- No me quejo – respondí con sonrisa armada – tengo una participación accionaria interesante, independencia y un excelente equipo que responde a mis expectativas más exigentes. Al margen de eso, mi actividad particular no va nada mal, lo cual me recuerda que fue la jarra de cristal veneciano lo que nos trajo a desayunar, no…?

Rió con ganas antes de responderme.

- ¿No es obvio que se trató de una excusa para llamarte….? Se me ocurren mejores formas de disfrutar varios miles de euros.

- Me había olvidado que el arte nunca fue uno de tus fuertes – respondí, tragándome el suspiro de desilusión.

- Siempre ese dejo cínico y materialista; ¿pensaste en hacer terapia?

Iba a responder con una de mis clásicas ironías hirientes, pero no valía la pena, así que me limité a sacar un cigarrillo que Carlos se apuró a encender en señal de momentánea paz.

- Bien – continué, llenando el vacío incómodo – ya que las antigüedades no serán la razón que me privó de una hora extra de sueño, iluminá mi mañana con algo que compense haberme hecho levantar más temprano que de costumbre.

- Un trabajo muy bien pago… - dijo con un brillo peculiar en los ojos, porque sabía que estaba tocando un punto sensible. Pero ya la pequeña luz de alarma se había encendido en mi cerebro.

- Carlos te agradezco que hayas pensado en mí, pero mi vida laboral está demasiado sobrecargada como para agregar algo más – y traté de suavizar lo dicho apoyando mi mano ligeramente sobre la suya.

- Es a título de colaboración, por los viejos tiempos; y cuando dije bien remunerado, estoy hablando de una cifra verde nada despreciable…

Maldita sea; siempre supo hacia donde apuntar los dardos. A pesar de mi desconfianza, calculé que a esa altura ya llegaría tarde a la consultora (como si me importase demasiado…!) así que podía dedicar media hora más a dar oídos a la propuesta.

- Está bien, te escucho…

- ¿Tuviste alguna noticia sobre un robo de piezas que podríamos llamar clásicas?

- Reparto mis horas entre el análisis político y el comercio de antigüedades, lo cual apenas me deja pocas horas para dedicar al sueño; ¿vos creés que me queda tiempo para andar recolectando chismes en el barrio o estar pendiente de la sección policiales de TN?

- Te estoy hablando en serio. Un amigo sufrió un robo la madrugada del domingo – me miró mientras hacía una pausa para tomar el café y comprobar si había captado mi atención – fue en su domicilio particular, un trabajo limpio hecho por profesionales. Se llevaron unas joyas antiguas y una escultura; mi primera impresión es que se trata de un robo por encargo y se me ocurrió que tal vez supieses algo...

- Me encantaría ayudarte, pero la investigación de robos y hurtos de guante blanco no es lo mío. De hecho, hay agencias que se especializan en este tipo de cuestiones; te ofrecería los teléfonos y direcciones de mail de alguno de ellos, pero estoy segura que sabés de qué estoy hablando – y mi sonrisa con mohín incluido fue un esfuerzo para que no sonora tan cáustico el comentario.

- Sí – respondió algo incómodo – de hecho primero me puse en contacto con Francisco del Corral, pero…

- ¿Pero qué…? – pregunté disimulando la semi sonrisa detrás de la servilleta ya que Paco y yo, además de complementar su actividad comercial y la mía, de tanto en tanto salíamos a navegar – lo conocí cuando la Federal dependía de Interior y ya en esa época era brillante; tanto que hace unos años pidió el retiro y se dedicó con otro socio a proveer sistemas de seguridad, además de especializarse en recuperar cosas extraviadas.

Se puso serio y bajando la voz continuó.

- Murió ayer en el Hospital Muñiz, a raíz de una infección por hantavirus; hablé con su socio y me dijo que lo internaron casi en estado de shock a raíz de un cuadro severo de fiebre y trastorno respiratorio agudo… pero no pudieron sacarlo adelante.

Me quedé sin palabras; si bien no suelo dejar translucir lo que siento y pienso, el cachetazo de realidad me desbordó, por lo que pregunté con ese dejo de agresividad que nunca logré dominar cuando algo me duele:

- Hablé con él hace una semana y gozaba de una salud envidiable. El hantavirus se contagia por contacto con roedores y Paco jamás fue del tipo que anda hurgando en basurales. Me viene a la mente el caso de Víctor Yuschenko cuando en la previa de las elecciones ucranianas de 2004 tuvo la mala idea de cenar con funcionarios del servicio secreto donde aderezaron la comida con dioxina; no murió de milagro y una de las explicaciones oficiales fue que se trataba de un tipo de cáncer de piel sin antecedentes.

- Me parece que es hora de frenar tu adicción a novelar la realidad; se han registrado casos de síndrome pulmonar por hantavirus en varias regiones de Argentina, Brasil y Paraguay. El contagio no tiene que ver con la posición social o la actividad.

- Ahá… pura casualidad – acoté molesta– De todos modos no soy la respuesta para tu problema, así que si me disculpás se me está haciendo muy tarde.

- Esperá un poco… la lógica dice que se trata de un suceso desafortunado que Paco fuera una de las víctimas que integran el 50% de casos fatales – respondió con la frialdad característica en él cuando se trataba de proteger sus intereses – y necesito de una entendida en arte y sobre todo joyería antigua para encontrar esto.

- ¿Sabés algo…? – y un rictus desagradable torció mi boca al murmurar – no tengo interés ni tiempo y sí varios compromisos laborales pendientes. No te ofendas, pero me tengo que ir.

Acto seguido tomé mis cosas, dispuesta a alejarme de allí para digerir a solas lo que había escuchado.

- Isabella, volvé a sentarte – más que pedido, sonó a orden, sobre todo su dedo señalando la silla. Y si hay algo que no soporto son las órdenes.

- Nunca tuviste chapa para decirme qué hacer, ni siquiera en la época que tuve que bancarme la escala jerárquica, así que te aclaro que hoy sos un cero a la izquierda en mi vida, estamos…? – mi tono subió un decibel – Creo que deje claro que me iba.

- ¿A buscar un abogado…?

- …perdón? – acoté al borde de lo que mi paciencia podía soportar.

- El 24 de febrero de 2006 cuatro hombres armados entraron en el museo Chácara do Céu de Río de Janeiro, redujeron a los vigiladores, los obligaron a apagar las cámaras de seguridad internas y robaron cuatro óleos impresionistas muy, muy caros. Tras el asalto, desaparecieron mezclándose entre la gente que festejaba el carnaval – y pude notar cómo gozaba al pronunciar cada palabra.

- No logro comprender qué tiene que ver una noticia vieja con el hecho que me esté yendo en este exacto momento.

- Nunca te quedó bien hacerte la tonta; ambos sabemos que estabas en Río en ese momento, o querés que te muestre los registros de Migraciones…?

- No te pongas la capa de tweed de Sherlock Holmes porque te queda grande… Casi todos los veranos descanso unos días en Brasil tesoro.

- No sigas tirando de la cuerda, tesorito. Tuve acceso a la grabación de la escucha telefónica de tu conversación con un empresario muy conocido acordando los últimos detalles previos a la entrega de “El Jardín de Luxemburgo”; amén que la colocación de los otros tres cuadros también conduce a tu floreciente emprendimiento comercial de San Telmo – y agregó con cierto tono paternal – pero debo reconocer que estuviste brillante al hacer figurar en internet trazas de subastas rusas durante cuatro horas, ofreciendo el Matisse con un precio base de 13 millones de dólares.

- No tenés pruebas de nada y ya me colmaste – respondí con la irritación que siempre me produce ser sospechosa de todo suceso poco claro que ocurre a mi alrededor.

Intenté alejarme a paso rápido y tomar el primer taxi que pasara, pero un señor ancho de espaldas encerradas en un traje azul me cerró el paso y con voz amable me invitó a volver a la mesa.

- Voy a denunciarte por privación ilegítima de la libertad – lancé rabiosa – y si quiero, puedo hacer además un par de denuncias en la justicia federal, como para que alguien se interese por el crecimiento exponencial de tu patrimonio durante los últimos diez años.

- Calmémonos Isa y hablemos como adultos inteligentes; ambos tenemos mucho que perder y demasiado para ganar.

Sería oportuno aclarar aquí que el negocio de antigüedades que me dejó mi familia cuando decidió regresar a Salvador de Bahía, y que es en verdad mi principal fuente de ingresos, comprende transacciones legales y algunas incursiones en el mercado negro de arte, siendo estas últimas una innovación que introduje por mi cuenta. Sucede que las obras de arte “huérfanas” tocan a veces la puerta de anticuarios respetables, pasando luego a manos de coleccionistas anónimos que, en caso de intervención policial, exhiben un comprobante que acredita que las adquirieron. Todo legal, amparado en la falta de interés en averiguar la procedencia de la obra que entra en el circuito.

Si bien el mercado de arte robado mueve en el mundo unos diez billones de dólares anuales, el noventa por ciento de los robos están sin resolver. No obstante, calculé las posibilidades y tuve que reconocer que estaba en desventaja; posiblemente no tuviera indicios concluyentes que me inculparan, pero INTERPOL necesita mucho menos que eso para investigar, lo cual me traería un serio dolor de cabeza.

- ¿Qué es exactamente lo que robaron, y sobre todo, cuál sería mi compensación monetaria si decidiera asesorarte? – pregunté a modo de capitulación.

- Primero los números: vamos a pagarte diez mil dólares de honorarios.

Hace años me enseñó a jugar póker un amigo, ex piloto de aviones caza, y en ese momento me ayudó mucho reproducir su expresión pétrea, que impedía distinguir si tenía una escalera real o debía retirarse.

- Podemos empezar a hablar – contesté sin demostrar demasiado entusiasmo, porque supuse que debía haber gato encerrado.

- Esta es la foto de las alhajas y esta otra de la escultura – y sacándolas de un sobre me las extendió.

Tuve que hacer un esfuerzo enorme para no parpadear, ya que si bien en el caso de la escultura se trataba de “Estudio de manos para El Secreto” de Rodin, los herretes no sólo eran una pieza exquisita; los conocía bien ya que un par de años antes había estado a punto de comprarlos en una subasta particular, pero alguien se me adelantó y los hizo desaparecer. Era un trabajo de orfebrería francés bellísimo de principios del siglo XVII, compuesto por catorce herretes donde se engarzaban diamantes de increíble pureza, unidos a través de una cinta azul1.

- ¿Sabés algo del tema?

- No recuerdo haber aceptado la oferta, así que evitá el tono jefe a empleada.

Bufó antes de responder, pero sacando unos papeles unidos por un clip, me los extendió.

- Ahí está el contrato de locación de obra por “asesoramiento profesional”, instrumentando dos pagos vía transferencia electrónica por el equivalente a cinco mil dólares cada uno.

Indudablemente algo olía muy mal, pero a esa altura tampoco podía negarme.

- ¿Tengo opción…?

- No.

- Lo imaginé – respondí tras buscar mi Cross en la cartera para estampar la firma correspondiente, tratando de enviar a un oscuro compartimento de mi conciencia las dudas que me generaba la muerte de Paco.

- ¿Tenés alguna idea dónde pueden estar…? – inquirió Carlos molesto por el largo silencio en que me enfrasqué mientras estudiaba las fotos – el mercado negro del arte es un círculo cerrado y normalmente los robos ya cuentan con un dueño de antemano, así que estimo que si sos ajena al hecho, posiblemente conozcas quien lo hizo y si fue un robo por encargo, quien es el cliente.

Si bien estaba segura que ninguno de los anticuarios de San Telmo o Recoleta estaba al tanto porque la asociación que nos nuclea, en caso de producirse un robo, automáticamente distribuye entre los miembros fotografías de la pieza para que podamos reconocerla si llega a nuestras manos, no era el momento de arriesgar teorías.

- La sustracción de arte es un mundo aparte… la forma en que se roban las obras no es creativa ni sofisticada; el asunto es cómo venderlas ya que es mucho más difícil que robarlas. Cada vez hay una mayor demanda por parte de compradores de países como Rusia, China o Brasil, sin contar que en Holanda y Bélgica el transporte de antigüedades no está prohibido y si el personal de la aduana no es capaz de evaluar la pieza, pasa la frontera – hice una pausa para ganar tiempo – pero no voy a hablar sólo por el placer de escucharme; dame un par de días para hacer algunas averiguaciones. Y te reitero, la relación jerárquica hace años murió, así que obviá tus clásicos llamados apremiantes para comprobar avances.

- Me gustabas más cuando tenías veintipico, igual de eficiente pero mucho más dócil. Se te está agriando el carácter… - y remató la observación con una mueca triste.

- No me buscaste para que te regale todos los días una sonrisa; te interesan los resultados y mis métodos poco ortodoxos. Y no me dan ganas de ser tierna cuando trabajo bajo amenaza, no importa si me pagan lo suficiente como para disimular las condiciones de contratación.

- Noto un dejo de rencor, pero si vos necesitaras algo apelarías a cualquier recurso sin importar demasiado los aspectos éticos – dicho lo cual, bajó los lentes hasta la mitad de la nariz para mirarme fijo – tené en cuenta que necesito que trabajes rápido, así que no me pongas en fila de espera, estamos…? Te llamo mañana, así me contás que averiguaste.

- No se te ocurra despertarme temprano con tus llamados controladores, o mejor mandame un mensaje que es más discreto; dejá de asumir que sos el ombligo del universo y todos giramos a tu alrededor .

Torció la boca en una mueca desagradable y haciendo ademán de pedir la cuenta dio por terminado el desayuno.

1 Antes de que se inventara el botón, las prendas se ajustaban con cintas o cordones que eran confeccionadas por el gremio de agujeteros desde la Edad Media. En el Renacimiento fueron consideradas como joyas, al elaborar sus puntas (herretes o ferretes) con materiales preciosos, incluyéndose en los inventarios reales desde el siglo XVI.

Durante el siglo XVII se lucían a la vista, porque la moda así lo exigía. El material que utilizaba la nobleza era el diamante o el oro con adornos de esmalte, perlas, cristales o piedras preciosas engarzadas. De este modo, el herrete pasó a tener una función más decorativa que práctica. Los hombres y las mujeres no solamente los llevan en las puntas de los cordones sino también en otras prendas como adorno.

Existe un retrato de Ana de Austria pintado por Rubens hacia 1625, en donde se puede observar un cinturón de perlas del que pende un lazo negro, y de él cuelgan dos herretes trabajados artísticamente.

Capítulo II - Pesquisas

El tránsito por Libertador iba incrementándose a medida que me acercaba a Retiro, lo cual me dio tiempo para poner un poco los pensamientos en orden mientras miraba de reojo el sobre que me había dado Carlos.

El monto no estaba mal para un trabajo de búsqueda de piezas robadas, pero en realidad, me tenían sin cuidado sus expectativas y mucho menos las de su cliente; desde que vi la foto, me fue imposible controlar el deseo de quedarme con las joyas, ya que no podía pensar que fuese sólo casualidad haberlas encontrado por segunda vez.

Nadie me prestó atención cuando llegué a la oficina, habida cuenta que estaban acostumbrados a mis horarios caprichosos; en el fondo, los otros integrantes del paquete accionario preferían la eficacia, si bien secundada por un cierto relajo en las formas, antes que a una puntual inútil. Fin de la cuestión.

Cerré la puerta, llamé a un amigo de carrera de la Agencia Federal de Inteligencia (a pesar de que todos le seguíamos diciendo SIDE2) y lo invité a almorzar a Zirkel. Una de las escasas ventajas de la liberación femenina reside en que disponemos de nuestro dinero a discreción y es normal que una mujer pague la cuenta; es también parte de una estrategia: de ese modo llevo a cabo el negocio, sin verme obligada al momento incómodo de rechazar algún tipo de postre si el caballero no es de mi agrado.

Cuando llegué al 327 de Av. Corrientes mi amigo ya me estaba esperando en la planta baja. No bien salimos del ascensor en el piso 21, nos condujeron a una mesa que ofrecía una impecable vista de la ciudad, la cual había reservado con la manipuladora intención de desplegar mi seducción comercial.

Obviamente sabía que alguna información buscaba al citarlo allí, pero el lugar y la compañía ameritaban una pequeña indiscreción, máxime si podía tratarse de rastrear datos fidedignos, lo cual siempre le dejaba unos buenos pesos. Pero no saqué mucho en limpio: ninguno de los traficantes de arte locales o foráneos conocidos se habían movido por Buenos Aires en los últimos días, aunque le llamó la atención que no era la primer persona que estaba haciendo preguntas sobre el tema. No logré que me contase quien, pero no era difícil imaginar que Carlos había tocado conocidos por ese lado.

Bajé por Defensa a paso lento, pensando qué otra punta podía investigar. Tal vez no hubiera sido un robo sino una auto sustracción, así que llamé a Carlos y le pregunté si las joyas y la escultura estaban aseguradas; la respuesta fue negativa, por eso el cliente iba a pagar una pequeña fortuna por su recuperación... lo cual hacía surgir la razonable posibilidad que no los hubiere conseguido por medios lícitos.

Disqué luego un número de Azopardo 3503 para ver si alguien había sido demorado en alguno de los puntos de salida del país por intentar pasar la escultura, pero como era previsible, me recordaron que nadie con un mínimo conocimiento del rubro era tan idiota para arriesgarse a salir por un puesto de control fronterizo sin la correspondiente certificación de la Dirección de Museos.

En ese momento se hizo una tenue luz: quien llevó a cabo el robo sabía bien qué iba a buscar y quizás no fuese la primera vez que incursionaba en estas lides, con lo cual tal vez una visita a viejos conocidos en la sede de la Policía Federal de Cavia al 3300 podía deparar algunas respuestas.

Si bien no podía ser totalmente sincera respecto del objeto de mi investigación, ya que Carlos me había hablado de la reticencia del cliente a denunciar el hecho, consulté respecto de robos locales de arte; y esta vez el destino me sonrió: se habían producido dos hechos del estilo dos semanas antes. Mi amiga me condujo con la persona que estaba a cargo de las investigaciones, nos presentó y tras explicar el motivo de mi visita, nos dejó solos.

- Para poder ayudarla, me temo que tendrá que contarme exactamente a qué clase de búsqueda apunta – y sonriendo al observar que me movía en la silla para disimular mi incomodidad, agregó – quédese tranquila, la estoy asesorando extraoficialmente y porque es amiga de Sandra.

- Busco una escultura de bronce de Rodin y unos herretes de diamantes franceses del siglo XVII –dije pasándole las fotos– ambos fueron sustraídos de la casa de un particular y por razones que no vienen al caso, no fue denunciado el hecho.

Al mirar la foto de la obra de Rodin sonrió casi pícaro y deslizó:

- Es lógico que su cliente se haya guardado muy bien de hacer la denuncia: esta escultura fue robada del Museo de Bellas Artes en mayo de 2003; a los pocos meses un linyera intentó venderla por cincuenta pesos en un local de la calle Paraguay y fue finalmente restituida al museo. Resulta que ahora aparece misteriosamente en casa de un particular y vuelven a robarla. Si esta visita fuese oficial, debería comunicarme con el director del museo y con el juzgado que intervino…

Mientras tomaba nota mental de golpear a Carlos, quien para variar se había guardado un par de cositas, agregué en voz alta:

- Le aseguro que no tenía la menor idea, es más, mi relación no es directa con el damnificado; de hecho, fue un amigo suyo quien requirió mi intervención – y tal vez la falta de práctica al decir la verdad hizo que mis facciones reflejaran franqueza.

- Seguramente Sandra ya le dijo que tengo a mi cargo una investigación donde desapareció una pieza pictórica bastante codiciada por coleccionistas; el segundo caso ocurrió solo con horas de diferencia y lo maneja un colega de la DDI4 de San Isidro, a quien asesoro extra oficialmente – mientras lo decía se borró toda traza de ironía para agregar – ¿Estamos hablando de robo o de algo más?

- ¿Se refiere a si se trató de un hecho violento? Creo que no, ya que no estaba el dueño en casa cuando ocurrió y según parece no forzaron la entrada.

- Licenciada, no voy a dar vueltas. En los robos que le mencioné trabajamos en conjunto con la División Homicidios, ya que en ambos casos el ladrón dejó cadáveres antes de irse.

Si desde un comienzo todo el asunto no me gustó, en ese instante empezó a preocuparme en serio. No soy ninguna santa, pero una cosa es organizar negocios no del todo legales y otra muy distinta lo que acababa de escuchar.

- Vea Comisario, usted cree que si estuviera en conocimiento de un homicidio vendría a Robo y Tráfico Ilícito de Obras de Arte para buscar un par de cositas que se le perdieron al asesino? Además ¿me quiere explicar cómo desaparece un cuerpo...?

- Se sorprendería…

No me gustó el modo en que empezaba a tratarme; sin embargo, me pareció que la mejor postura era mostrarme ofendida, al menos hasta lograr organizar un poco mi vapuleado esquema.

- Me dedico al comercio de antigüedades Comisario, por eso solicitaron mi asesoramiento en el tema; no tengo absolutamente ningún conocimiento de algo como lo que menciona – y comencé a hacer los movimientos típicos de alguien dispuesto a salir por donde llegó. Lejos de encontrar ayuda, me estaba por ganar una citación judicial.

- No se ofusque, las casualidades existen y puede que su robo simplemente tenga características similares a los que investigué; no fue mi intención presionarla. ¿Quiere un café…?

- Gracias – y mientras articulaba una sonrisa, me pregunté si su cambio se debía a la intención de sacarme información. La tarde iba de mal en peor; en lugar de datos frescos, estaba por quedar envuelta en un caso de homicidio.

- ¿Fuma? – preguntó mientras me extendía un paquete de Marlboro – a pesar de la prohibición de echar humo en edificios públicos, extraño demasiado mis cigarrillos durante las horas de trabajo.

La estrategia dio frutos, destensando el ambiente.

- Creí que conversábamos como amigos, no que estaba trabajando…

Esta vez rió con ganas.

- Impecable lo suyo. Comprenderá que domino menos el vicio de indagar que el de fumar. Hagamos un trato – agregó – esta será una “no reunión”; compartamos lo que sabemos y quizás los dos ganemos algo.

Reconozcamos que el tipo no tenía cerca de treinta años de profesión porque sí. Clavé la vista en sus ojos negros almendrados, tratando de adivinar lo que pensaba, pero Rahme era inescrutable. Seguramente, Carlos me hubiese desollado viva de haber presenciado la charla, pero me importaba poco a esa altura

- Hasta donde me informaron, durante la madrugada del 12 de octubre entraron a un coqueto petit hotel de Barrio Parque, robaron las joyas y la escultura y salieron sin violentar puertas o ventanas y sin que sonara la alarma.

- ¿Nada más…?

- Si hay algo más, no me lo dijeron, y tampoco tenía razón para sospechar que lo hubiese.

- “Mis” robos ocurrieron en Belgrano R y Lomas de San Isidro pero no fueron tan inocuos como el suyo. En ambos casos aparecieron víctimas asfixiadas, con signos de golpes anteriores a la muerte. Y lo peculiar fueron las marcas que dejaron: en la mano derecha del primer cuerpo inscribieron una letra V en la articulación de la base del pulgar, en tanto que la misma figura se repite en el segundo cadáver, pero esta vez sobre la muñeca izquierda… obviamente una especie de mensaje. A eso súmele que se conocían desde hacía años y eran respetados profesionales relacionados con la generación de energías renovables.

- ¿Me está hablando de homicidios seriales? Pero algo no termina de cerrar, Rahme; el ladrón profesional de arte no se ensucia las manos. Se lleva lo que fue a buscar y punto, ya que de otro modo la pieza estaría marcada haciendo inviable su colocación en el mercado. Y le puedo asegurar que ningún coleccionista quiere un objeto con salpicaduras que llevarían a la corta o la larga a la policía hasta su puerta.

- Estamos de acuerdo; hay una especie de disociación entre los delitos, sin contar que un asesino serial es alguien que comete tres o más homicidios durante un período de tiempo intercalando lapsos de enfriamiento. Entre uno y otro delito actúan de modo normal, una condición que un estudioso del tema llama “máscara de cordura”.

- O sea que le está faltando tiempo transcurrido entre homicidios y, como mínimo, uno más…

- No sé, usted dígame.

Estaba empezando a modular la negación sistémica, cuando la imagen de Paco irrumpió impiadosa en mi mente y desafortunadamente tomó cuerpo en mis facciones.

- Ahá – sonrió sardónico – veo que estamos progresando.

- Posiblemente no tenga nada que ver – intenté esquivarlo en vano.

- Si me lo cuenta, por ahí se saca un peso de encima...

Traté de ganar tiempo volcando azúcar en el café, a fin de desviar la mirada de sus pupilas escrutiñadoras, pero sabía que era demasiado tarde para huir.

- Antes de contratarme para asistir en la investigación privada – capitulé– recurrieron a Francisco del Corral. Y según supe ayer, Paco falleció en el Hospital Muñiz a raíz de un síndrome pulmonar por hantavirus. Supuestamente, se trató de muerte natural.

- Conocí a Paco cuando aún estaba en actividad. Y acá nos enteramos de su fallecimiento; lo que me faltaba es lo que acaba de contarme.

- ¿Usted cree que…?

- Yo no creo nada, sólo estoy pensando en voz alta. Pero no estaría de más ubicar algún conocido en el Muñiz, para que nos permitan ver la historia clínica.

Indudablemente, me había presentado un escenario totalmente distinto al que había ido a buscar y no me hacía gracia el hallazgo. Acordamos una especie de colaboración no oficial y quedamos en volver a vernos en unos días.

Mientras buscaba un taxi que me llevara a San Telmo, de pronto entendí el porqué de los U$D 10.000. No me estaban pagando para que asista a un coleccionista en la recuperación de dos piezas, sino para ubicar algo con raíces profundas; de hecho sabía bien que la escultura estaba valuada entre 80.000 y 100.000 dólares, y mi estimación particular respecto de los herretes era de aproximadamente 750.000 dólares. Ergo, sólo mis honorarios por simple averiguación de paradero era demasiado dinero si se tiene en cuenta, como parámetro, que por la recuperación de obras se paga el 5% del valor asegurado.

Sin embargo, no podía desaparecer y hacer como si nada hubiese ocurrido, primero porque Carlos me tenía atada de pies y manos gracias a su conocimiento de mis pecaditos y segundo porque esas joyas me desesperaban. Obviamente el asesino - ladrón no era el único con pulsiones insanas.

2 La Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) fue el mayor servicio de inteligencia de la República Argentina entre 1946 y 2015; también dirigió el Sistema de Inteligencia Nacional. En febrero de 2015, la administración de Cristina Fernández de Kirchner aprobó un proyecto de ley para disolver el organismo y crear en su lugar la Agencia Federal de Inteligencia (AFI)[.

3 Sede de la Dirección General de Aduanas en la ciudad de Buenos Aires.

4 Dirección Departamental de Investigaciones.

Capítulo III - Incorporaciones

Mi celular sonó a las once de la mañana del día siguiente, y no tuve que esforzarme para adivinar que la falta de información de llamada entrante se debía a que Carlos había digitado mi número.

- Nos reunimos a las siete de la tarde en mi oficina.