Las aventuras de Pinocho - Carlo Collodi - E-Book

Las aventuras de Pinocho E-Book

Carlo Collodi

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Beschreibung

El anciano Gepeto crea un títere de madera al que llama Pinocho. De forma inesperada, el muñeco cobra vida y se verá envuelto en una serie de extraordinarias aventuras donde tendrá que escoger entre hacer las cosas bien o mal.

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Carlo Collodi

Las aventuras de Pinocho / Carlo Collodi ; adaptado por Katherine Martínez Enciso ; editado por Vanesa Rabotnikof ; ilustrado por Rodrigo Folgueira. - 1a ed. adaptada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Editorial Camino al sur, 2018.

208 p. ; 20 x 14 cm. - (Literatubers)

ISBN 978-987-47064-5-4

1. Narrativa Infantil Iitaliana. I. Martínez Enciso, Katherine , adap. II. Rabotnikof, Vanesa, ed. III. Folgueira, Rodrigo, ilus. IV. Título.

CDD 853.9282

© Editorial Camino al Sur, 2018

Guamini 5007 (C1439HAK), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

Reservados todos los derechos.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de la editorial.

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Primera edición: Junio de 2018

Idea y dirección editorial: Roxana Zapater

Edición: Katherine Martínez Enciso

Adaptación: Katherine Martínez Enciso

Diseño y diagramación: Estudio Cara o Cruz

Corrección: Vanesa Rabotnikof

Ilustraciones: Rodrigo Folgueira

ISBN 978-987-47064-5-4

00 |Introducción. Al mundo de los muñecos

01 |Capítulo 1. Un trozo de madera que llorabay reía como un niño

02 |Capítulo 2. Maese Cereza regala el pedazode tronco a su amigo Gepeto

03 |Capítulo 3. Maese Gepeto comienza a hacerel muñeco

04 |Capítulo 4. Pinocho y el grillo-parlante

05 |Capítulo 5. Pinocho tiene hambre y busca qué comer

06 |Capítulo 6. Pinocho se duerme junto al brasero

07 |Capítulo 7. Cuando Gepeto vuelve a su casa

08 |Capítulo 8. Los pies de Pinocho y el cuaderno nuevo

09 |Capítulo 9. El teatro de muñecos

10 |Capítulo 10. Los muñecos del teatro

11 |Capítulo 11. Los estornudos de Tragalumbre

12 |Capítulo 12. Tragalumbre regala a Pinochocinco monedas de oro

13 |Capítulo 13. La posada de El Cangrejo Rojo

14 |Capítulo 14. El encuentro de Pinochocon unos ladrones

15 |Capítulo 15. La persecución de Pinocho

16 |Capítulo 16. La hermosa niña de los cabellos azules

17 |Capítulo 17. A Pinocho le crece la narizpor decir mentiras

18 |Capítulo 18. El Campo de los Milagros

19 |Capítulo 19. Meten a Pinocho a la cárcel

20 |Capítulo 20. Pinocho trata de volver a la casa del hada

21 |Capítulo 21. La muerte de la hermosa niñade los cabellos azules

22 |Capítulo 22. La Isla de las Abejas Industriosas

23 |Capítulo 23. Pinocho promete al hada ser bueno y estudiar

24 |Capítulo 24. Pinocho quiere ver al terrible dragón

25 |Capítulo 25. La gran pelea

26 |Capítulo 26. Gran merienda de café con leche

27 |Capítulo 27. En busca de Espárrago

28 |Capítulo 28. El País de los Juguetes

29 |Capítulo 29. Pinocho se convierte en unverdadero burrito

30 |Capítulo 30. Pinocho y Espárrago fueron vendidoscomo burros

31 |Capítulo 31. El terrible dragón marino

32 |Capítulo 32. Pinocho encuentra una sorpresa enel cuerpo del dragón

33 |Capítulo 33. Por fin Pinocho deja de ser un muñeco

Un trozo de madera que lloraba y reía como un niño

—Este era…

—¡Un rey! —dirán los pequeños lectores.

—Pero no, nada de eso. Este era un pedazo de madera. Pero no un pedazo de madera de lujo, sino un leño de esos con que en el invierno se encienden las estufas y chimeneas para calentar las habitaciones.

Pues, nadie sabe cómo, el leño de este cuento fue a parar un día al taller de un viejo carpintero, cuyo nombre era Maese Antonio, pero a quien todo el mundo llamaba Maese Cereza, porque la punta de su nariz, siempre colorada y reluciente, parecía una cereza madura.

Cuando Maese Cereza vio aquel leño, se puso muy contento, pues era perfecto para hacer la pata de una mesa que estaba por terminar. Tomó el hacha para comenzar a quitarle la corteza. Pero cuando iba a dar el primer hachazo, se quedó con el brazo levantado en el aire, porque oyó una vocecita muy fina, que decía con acento suplicante:

—¡No! ¡No me pegues tan fuerte!

Los ojos asustados de Maese Cereza recorrieron la habitación para ver de dónde podía salir aquella vocecita, y no vio a nadie. Miró debajo del banco, y nadie; miró dentro de un armario que siempre estaba cerrado, y nadie; abrió la puerta del taller, salió a la calle y nadie tampoco. ¿Qué era aquello?

—Ya comprendo —dijo entonces sonriendo y rascándose la peluca—. Esa vocecita ha sido una ilusión mía. ¡Reanudemos la tarea!

Y tomando de nuevo el hacha, pegó un fuerte hachazo en el leño…

—¡Ay! ¡Me has hecho daño! —dijo quejándose la misma vocecita.

Esta vez Maese Cereza se quedó como si fuera de piedra, con los ojos espantados y la boca abierta. Se quedó hasta sin voz. Cuando pudo hablar, comenzó a decir temblando de miedo y balbuceando:

—Pero, ¿de dónde sale esa vocecita que ha dicho “¡ay!”? ¡Si aquí no hay un alma! ¿Será que este leño habrá aprendido a llorar y a quejarse como un niño? ¡Yo no puedo creerlo!... Este es un leño de chimenea como todos los leños de chimenea: bueno para echarlo al fuego y cocinar una sopa de verduras. ¡Caray! ¿Se habrá escondido alguien dentro de él? ¡Ah! Pues si alguno se ha escondido dentro, peor para él. Ahora lo descubro yo.

Y diciendo esto, agarró el pobre leño con las dos manos, y empezó a golpearlo sin piedad contra las paredes del taller. Después se puso a escuchar si se quejaba alguna vocecita. Esperó dos minutos y nada; cinco minutos, y nada; diez minutos, y nada.

—Ya comprendo —dijo entonces tratando de sonreír y arreglándose la peluca—. Esa vocecita que ha dicho “¡ay!” ha sido una ilusión mía. ¡Reanudemos la tarea!

Y como tenía tanto miedo, se puso a cantar para tomar ánimos. Entre tanto dejó el hacha y tomó el cepillo para cepillar y pulir el leño. Pero cuando lo estaba cepillando por un lado y por otro, oyó la misma vocecita que le decía riendo:

—¡Por favor, me estás haciendo unas cosquillas terribles!

Esta vez, Maese Cereza se desmayó del susto. Y cuando volvió a abrir los ojos, se encontró sentado en el suelo.

Maese Cereza regala el pedazo de tronco a su amigo Gepeto

En aquel momento llamaron a la puerta.

—¡Adelante! —contestó el carpintero con voz débil, asustado y sin fuerzas para ponerse en pie.

Entonces entró al taller un viejecito muy vital, que se llamaba Maese Gepeto; pero los chicos de la vecindad lo llamaban Maese Fideos, porque su peluca amarilla parecía que estaba hecha con fideos finos. Gepeto tenía mal carácter, y además le daba muchísima rabia que lo llamasen Maese Fideos. ¡Pobre del que se lo dijera!

—Buenos días, Maese Antonio —dijo al entrar—. ¿Qué hace usted en el suelo?

—¡Ya ve usted! ¡Estoy enseñando matemática a las hormigas!

—¡Es una idea feliz!

—¿Qué lo trae por aquí, compadre Gepeto?

—¡Las piernas! Sepa usted, Maese Antonio, que he venido para pedirle un favor.

—Pues aquí me tiene dispuesto a servirle —replicó el carpintero.

—Esta mañana se me ha ocurrido una idea.

—¿Cuál es esa idea?

—He pensado hacer un magnífico muñeco de madera; pero ha de ser un muñeco maravilloso, que sepa bailar, cantar y dar saltos mortales. Con este muñeco, me dedicaré a recorrer el mundo para ganarme la vida. ¿Qué le parece?

—¡Bravo, Maese Fideos! —gritó aquella vocecita que no se sabía de dónde salía.

Al oírse llamar Maese Fideos, el viejo Gepeto se puso rojo como un tomate y, volviéndose hacia el carpintero, le dijo encolerizado:

—¿Por qué me insulta usted?

—¿Quién le insulta?

—¡Me ha llamado usted Fideos!

—¡Yo no he sido!

—Entonces, ¿he sido yo? ¡Digo y repito que ha sido usted!

—¡No!

—¡Sí!

Y, furiosos los dos, pasaron de las palabras a los hechos, y se agarraron con furia, se arañaron, se mordieron, se tiraron del pelo... Se dieron una paliza.

Cuando terminó la batalla, Maese Antonio se encontró con la peluca amarilla de Gepeto en las manos, y Gepeto tenía en la boca la peluca gris de Maese Antonio.

—¡Deme mi peluca! —gritó Maese Antonio.

—¡Deme usted la mía y hagamos las paces!

Los dos viejecitos se entregaron las pelucas y se dieron las manos, prometiendo solemnemente ser buenos amigos toda la vida.

—¿Qué favor es el que tiene que pedirme, compadre Gepeto? —dijo el maestro carpintero como muestra de que la paz estaba consolidada.

—Quisiera un poco de madera para hacer el muñeco del que le hablé. ¿Puede usted dármela?

Maese Antonio, contentísimo, se apresuró a tomar aquel leño que le había hecho pasar tan mal rato. Pero cuando iba a entregárselo a su amigo, el leño dio una fuerte sacudida y se le escapó de las manos, yendo a dar un golpe tremendo en las pantorrillas de Gepeto.

—¡Ay! ¿Tan amablemente regala usted las cosas? ¡Por poco me deja rengo!

—¡Pero si no he sido yo! —contestó Maese Antonio.

—¡Y dale! ¡Habré sido yo entonces!

—¡No, si la culpa la tiene este demonio de leño!

—Ya lo sé que ha sido el leño, pero, ¿quién me lo ha tirado?

—Le digo a usted que yo no lo he tirado.

—¡Mentiroso!

—¡Gepeto, no me insulte usted o lo llamo Fideos!

—¡Burro!

—¡Fideos!

—¡Hipopótamo!

—¡Fideos!

—¡Orangután!

—¡Fideos!

Al oírse llamar fideos por tercera vez, Gepeto perdió los estribos, se arrojó sobre el carpintero y de nuevo se dieron una paliza. Al terminar la batalla, Maese Antonio se encontró con dos arañazos más en la nariz y Gepeto, con dos botones menos en el chaleco. Arregladas así sus cuentas, se estrecharon las manos y otra vez se ofrecieron amistad para toda la vida. Después, Gepeto tomó bajo el brazo el famoso leño y, dando las gracias a Maese Antonio, se marchó rengueando a su casa.

Maese Gepeto comienza a hacer el muñeco

La casa de Gepeto era pequeña y sencilla, y por muebles solo tenía: una mala silla, una mala cama y una mesita maltrecha. En la pared del fondo se veía una chimenea con el fuego encendido; pero el fuego estaba pintado y, junto al fuego, había también una olla que hervía alegremente y despedía una nube de humo que parecía de verdad. Apenas entró en su casa, Gepeto fue a buscar los útiles de trabajo sin perder un instante, y se puso a tallar y a fabricar su muñeco.

“¿Qué nombre le pondré?”, se preguntó a sí mismo. “Lo llamaré Pinocho. Este nombre le traerá fortuna. He conocido una familia de Pinochos. Pinocho el padre, Pinocha la madre y Pinochos los chicos, y todos lo pasaban muy bien ”.

Una vez elegido el nombre de su muñeco, comenzó a trabajar, haciéndole primero los cabellos, después la frente y luego los ojos. Ya se imaginarán su sorpresa cuando, hechos los ojos, advirtió que se movían y que lo miraban fijamente. Entonces, después de los ojos, le hizo la nariz, pero, en cuanto estuvo lista, empezó a crecer, y crecer convirtiéndose en pocos minutos en una narizota que no se acababa nunca. El pobre Gepeto se esforzaba en recortársela, pero cuanto más la acortaba y recortaba, más larga era la impertinente nariz. Después de la nariz, hizo la boca. No había terminado de construir la boca cuando, de pronto, esta empezó a reírse y a burlarse de él.

—¡Deja de reír! —dijo Gepeto enfadado; pero fue como si se lo hubiera dicho a la pared—. ¡Para de reír, te repito! —gritó con amenazadora voz.

Entonces la boca paró de reír, pero le sacó toda la lengua. Gepeto, para no desbaratar su obra, fingió no darse cuenta y continuó trabajando.

Después de la boca, le hizo la barbilla; luego el cuello, la espalda, la barriguita, los brazos y las manos. Cuando acabó las manos, Gepeto sintió que le quitaban la peluca de la cabeza. Levantó la vista y vio su peluca amarilla en manos del muñeco.

—¡Pinocho!… ¡Devuélveme en seguida mi peluca!

Pero Pinocho, en vez de devolverle la peluca, se la puso en su propia cabeza, quedándose medio ahogado metido en ella. Ante aquellas demostraciones de insolencia y de poco respeto, Gepeto se puso triste y pensativo como no lo había estado en su vida; y dirigiéndose a Pinocho, le dijo:

—¡Mal chico! ¡No estás todavía terminado y ya empiezas a faltarle el respeto a tu padre! ¡Mal hijo mío, muy mal!

Y se secó una lágrima. Quedaban todavía por modelar las piernas y los pies. Cuando Gepeto terminó de hacerle los pies, recibió una patada en la punta de la nariz.

“¡Bien merecido lo tengo!”, dijo para sí. “¡He debido pensarlo antes; ahora ya es tarde!”.

Después tomó el muñeco por las axilas, y lo puso en el suelo para enseñarle a caminar.

Gepeto tuvo que enseñarle a Pinocho a caminar, lo llevaba de la mano, ayudándole a dar un paso tras otro. Poco a poco, el muñeco empezó primero a caminar solo, y después a correr por la habitación, hasta que, al llegar frente a la puerta, se puso de un salto en la calle y escapó como una flecha. El pobre Gepeto corría detrás sin poder alcanzarlo, porque el travieso de Pinocho corría a saltos como una liebre, haciendo sus pies de madera más ruido en el empedrado de la calle que el caminar de veinte aldeanos.

—¡Atrápenlo, atrápenlo! —gritaba Gepeto; pero las personas que en aquel momento caminaban por la calle, al ver aquel muñeco de madera corriendo a toda prisa, se paraban a mirarlo encantadas de admiración, y muertas de la risa.

Afortunadamente, un guardia de orden público que pasaba por allí, al oír aquel escándalo, creyó que se trataría de algún aprendiz travieso que habría disgustado a su maestro, y se plantó en medio de la calle con las piernas abiertas, decidido a impedirle el paso al muñeco.

Cuando Pinocho vio desde lejos aquel obstáculo, intentó pasar escurriéndose entre las piernas del guardia; pero qué sorpresa, la nariz de Pinocho era tan enorme que llegó a las manos del guardia, sin que este tuviera que moverse. Lo atrapó y lo puso en manos de Gepeto, quien quiso dar a Pinocho, en castigo de su travesura, un buen tirón de orejas. Pero al buscarle las orejas, vio que no se las encontró, pues en su afán de acabar el muñeco, se había olvidado de hacérselas. Entonces lo agarró por el cuello y, mientras lo llevaba de este modo, le decía mirándolo furioso:

—¡Vamos a casa! ¡Ya te cobraré allí las cuentas!

Al oír estas palabras, Pinocho se tiró al suelo y se negó a seguir caminando. Mientras tanto, iba formándose alrededor un grupo de curiosos.

—¡Pobre muñeco! —decían unos—. Tiene razón en no querer ir a su casa. ¡Quién sabe lo que hará con él ese bárbaro de Gepeto!

Otros murmuraban con mala intención:

—Ese Gepeto parece un buen hombre; pero es muy cruel con los muchachos. Si dejan a ese pobre muñeco en sus manos, es capaz de hacerlo pedazos.

En suma, tanto dijeron y tanto murmuraron, que el guardia dejó en libertad al muñeco y se llevó preso al pobre Gepeto, quien caminó a la cárcel y sin saber qué decir para defenderse, lloraba como un niño y balbuceaba entre sollozos:

—¡Hijo ingrato! ¡Y pensar que me ha costado tanto trabajo hacerlo! ¡Pero me lo tengo merecido! ¡He debido pensarlo antes!

Pinocho y el grillo-parlante

Mientras el pobre Gepeto era conducido a la cárcel sin culpa alguna, Pinocho, libre ya de las garras del guardia, escapó a campo abierto. Corría como un automóvil y, en el entusiasmo de la carrera, saltaba altísimos matorrales, piedras y fosos llenos de agua, como una liebre perseguida por galgos. Cuando llegó a su casa, encontró la puerta entrecerrada. Abrió, entró en la habitación y, después de correr la cerradura, se sentó en el suelo, lanzando un gran suspiro de satisfacción. Pero la satisfacción le duró poco, porque oyó que alguien decía dentro del cuarto:

—¡Cri, cri, cri!

—¿Quién me llama? —gritó Pinocho lleno de miedo.

—Soy yo. —Volvió Pinocho la cabeza, y vio que era un grillo que subía por la pared.

—Dime, grillo: ¿y tú quién eres?

—Yo soy el grillo-parlante que vive en esta habitación hace más de cien años.

—Bueno —contestó el muñeco—, pero hoy esta habitación es mía. Si quieres hacerme un gran favor, márchate prontito.

—No me marcharé sin decirte antes una verdad.

—Pues dila y vete pronto.

—¡Ay de los niños que se rebelan contra su padre y abandonan caprichosamente la casa paterna! Nada bueno puede sucederles y acabarán por arrepentirse.

—Como quieras, señor grillo; pero yo sé que mañana al amanecer me marcho de aquí, porque si me quedo, me sucederá lo que a todos los niños: me llevarán a la escuela y tendré que estudiar quiera o no quiera. Y a mí no me gusta estudiar, y mejor quiero entretenerme cazando mariposas y subiéndome a los árboles a agarrar nidos de pájaros.

—¡Pobre tonto! Pero, ¿no comprendes que de ese modo, cuando seas mayor, estarás hecho un completo burro y que todo el mundo se burlará de ti?