Las cosquillas de Adán - Antonio Santana Pérez - E-Book

Las cosquillas de Adán E-Book

Antonio Santana Pérez

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Beschreibung

Las estampas costumbristas y minicuentos que conforman "Las cosquillas de Adán", de Antonio Santana, son, más que cuentos, pretextos, en ocasiones irónicos o hilarantes; pero siempre provocadores y desafiantes. A través de sus páginas el lector encontrará motivos suficientes para asomarse a la reflexión que busca desde una propuesta inteligente, y ponernos a pensar en nuestro devenir como seres humanos.

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Seitenzahl: 112

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Edición y corrección:Disamis Arcia Muñoz

Edición para e-book:Diley Milián López

Diseño del perfil de la colección:Enrique Mayol Amador

Diseño:Julio A. Mompeller

Composición:Deborah Prats López

Diseño y composición para e-book:Roberto Armando Moroño Vena

Ilustraciones de cubierta e interiores:Raúl Martínez Hernández

© Antonio Santana Pérez, 2015

© Ediciones Liber, 2015

ISBN 9789590906701

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

Editorial JOSÉ MARTÍ

Calzada No. 259 e/ J e I, Vedado, La Habana, Cuba

E-mail:[email protected] http://www.cubaliteraria.cu/editorial/editora_marti/index.php

Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás cuando llegue.

Heráclito deÉfeso

La ironía y el humor son la gran ivención del espíritu moderno.

Octavio Paz 

Fe de Humor

Juicio

El acusado había decidido asumir su propia defensa con los mismos fundamentos que lo llevaron a estar en boca de todos. Al concluir su alegato ante un jurado —a todas luces predispuesto por los comentarios de repulsa de la comunidad de la que formaban parte—, se sentó cabizbajo.

El representante de la Fiscalía se acercó al estrado, y esparciendo lenta y visualmente su indignación ante cada rostro del heterogéneo tribunal, señaló hacia el acriminado.

—He aquí a un embustero que pretende denigrarnos, desacreditar nuestra idiosincrasia. Ante la opinión pública mundial —prosiguió el fiscal— este individuo ha sido capaz de reafirmar sus inaceptables e indecentes conclusiones. Es inconcebible que alguien en su sano juicio plantee que algunos de nuestros antepasados hayan evolucionado hacia tan mezquinas y atroces conductas, mantenidas irracio-nalmente durante siglos hasta el presente. ¡Eso es un disparate! —retumbó su última frase.

Un bullicio de sonidos guturales, chillidos, golpes en el suelo, saltos y gestos de apoyo se desbordó en la concurrencia.

Al rato, tras la deliberación del jurado, un chimpancé en nombre del grupo formado además por mandriles, gorilas, macacos y orangutanes, dio a conocer el veredicto.

—Lo declaramos demente.

Compungido en su banqueta, Charles Darwin miró hacia la muchedumbre de simios enardecida de satisfacción, y murmuró contrariado:

—Quizás tengan razón.

Obsesión

Cada día la idea de un premio importante satura el sentido de su vocación. En imágenes soñolientas se ve aplaudido recibiendo el primer lugar del certamen literario. En reiteradas ocasiones mientras defeca escucha su nombre en voz del presidente del jurado. Al abrir la página cultural del periódico sus ojos improvisan el título de la obra ganadora. Con sano orgullo asiste a la reunión en el centro de trabajo donde comentan el éxito de su labor como escritor. Cuando observa el televisor su figura aparece en la pantalla durante una entrevista que concedió a un programa estelar.

Súbitamente, la duda corta el ímpetu visionario y arremete contra los degenerados que apuestan solo por las corrientes literarias de sus preferencias. La ilusión regresa a él lentamente hasta incrustársele en la mente la posible causa de tan retardada fortuna: ¿Querrán esperar a tener más edad para reconocer mi aporte a las letras?

A ambos lados, dos hileras de sillones acogen a personas ensimismadas en otras obsesiones. Se respira, momentáneamente, un ambiente tranquilo en esta sala del hospital psiquiátrico.

Religiosidad de punta

Aglomerados en la espaciosa sala, los creyentes observaban en silencio los movimientos del padrino de ceremonia. En una esquina, un pedestal —envuelto con tela punzó y custodiado por un bastón encintado y una espada color oro— acogía encima al sacro símbolo y sus atributos: caracoles, piedras sagradas, jícaras, pitos, bolas jaspeadas, trompos y diminutos objetos de porcelana y terracota.

El anfitrión proseguía el ritual tendido sobre una estera de fibra vegetal, próximo a dos velas encendidas y rodeado de las ofrendas a la divinidad: tabaco, coco seco, mazorca de maíz y plátano maduro. Los ahijados esperaban el momento de manifestar, por separado, el respeto a sus poderes divinos.

Impasible y majestuosa, serpenteada por un collar de cuentas blancas y azules, la deidad parecía calar a cada devoto desde lo alto del santuario. ¿Quién más autorizada que ella para calibrar sus pecados?

Finalizado el culto, a solas con la venerada figura, el morador la trasladó del podio sagrado a una mesita cercana. Conectó el enchufe, tecleó la contraseña, y se sumergió fervorosamente en las entrañas de la computadora.

La suerte según Gutenberg

La hilera de personas avanzaba lentamente. Los más rezagados oscilaban sus credos conforme a la disminución del bulto objeto de intenciones y dudas. El nerviosismo se hacía evidente en el movimiento escrutador de manos y ojos. Cada paso hacia delante, una expectación; cada pulgada restada, una esperanza. Estaba en juego atrapar el latir del mundo, romper el ocio de lo cotidiano. Los aspirantes bullían, impacientes, ante la posibilidad del fracaso, por el ya cercano desenlace.

De repente, quienes aún aguardaban en fila, sintieron desmoronarse el hado cuando la esperada frase se esparció en derredor del estanquillo:

—¡Se acabó el periódico!

Reivindicación

Los asistentes al congreso se mantuvieron tradicionalmente en el anonimato. Ahora, a rostro descubierto, decidieron unirse para alzar sus experimentadas voces. El orador principal puntualizaba las consideraciones del grupo:

…siempre fuimos personas no gratas en la sociedad. Sin embargo, desde hace varias décadas muchos nos han aventajado ocupando posiciones gubernamentales. Por tanto, exigimos desagravio histórico a nuestro desempeño en el pasado. Es innegable que nuestra labor de tiempos convulsos es mucho menos criminal que los actuales daños colaterales y atentados terroristas. Ante las continuas masacres colectivas en el mundo —afirmaba airado el portavoz— la Sociedad de Verdugos Inactivos pide la reivindicación del hacha, la horca, la guillotina y el garrote para democratizar la muerte, llevándola públicamente, a la vieja usanza, al plano individual con derecho a pedir el último deseo en vida…

Los aplausos irrumpieron en el salón y en millones de hogares donde los televidentes, esperanzados, enviaban mensajes electrónicos de apoyo.

Tener fe

El cartero suena el silbato y vocifera un nombre y dos apellidos. El interesado se acerca presuroso y toma el telegrama con ansiedad. Tras leerlo, su semblante absorbe toda la claridad que le rodea.

—¿Buenas noticias? —inquiere un vecino.

—¡Al fin llegó mi oportunidad!

Hace un ademán de triunfo, y desbordante de repentinos planes, regresa a la tumba a compartir su dicha con el resto de los cadáveres.

Cálculo ingenuo

Los invitados eran personas seleccionadas de su centro de trabajo y de la cuadra donde reside. El organizador del festejo tuvo en cuenta características y repercusión como seres sociales, y la relación más o menos estrecha con cada uno de ellos. Había logrado reunir de una vez a engreídos, envidiosos, autosuficientes, escandalosos, pedantes, desconsiderados y soeces. Se sentía complacido de tenerlos departiendo en su casa sin advertir sospechas de los ocultos propósitos del encuentro.

El anfitrión ordenó suprimir la música y reclamó el silencio de los demás. Su rostro risueño no denotaba la trampa tendida a sus singulares acompañantes.

Señoras y señores, los he convocado a este jolgorio porque lamentablemente todos padecen de defectos reprochables en cualquier colectividad, y he querido aprovechar la oportunidad facilitada por ustedes al aceptar mi invitación para comunicarles que a través de la bebida y los alimentos ingeridos han sido contagiados con un microorganismo que los convertirán en mejores seres humanos, libres de esas deformidades en el comportamiento. A pesar de la sorpresa, espero me agradezcan esta osadía bienhechora. ¿Qué les parece?

Tras superar el estado de estupefacción y dudas, se abalanzaron henchidos de rabia sobre el orador.

Desechado

Noche tras noche otea el firmamento. Tiene la corazonada de que será abducido por seres de otro mundo. La obsesión de viajar fuera de su terruño le resta horas de sosiego.

En un sitio lejano de la galaxia, su expediente envejece en la gaveta de los no aptos, por haber hecho mucho mal a sus congéneres. Aparece fichado como empedernido burócrata.

La experiencia de los dioses

Cada congregación adoptada por los humanos en todos los rincones del planeta envió una delegación a la asamblea convocada por la Organización Internacional «Creer en el Bien». De manera ordenada exponían puntos de vista filosóficos, y sus convicciones en el mejoramiento civilizado de la especie. Cada representante aceptaba la tolerancia y el respeto como elementos inviolables para la convivencia de religiones diversas. Por votación unánime, se firmaría posteriormente un documento con las resoluciones aprobadas para el restablecimiento de la anuencia de credos en el mundo.

En un ignoto lugar, cientos de dioses también reunidos captaban la solemne sesión de los devotos. Escuchaban con incredulidad el compromiso manifiesto de sus fieles a la conciliación pacífica entre grupos de creyentes.

Una vez finalizado el prometedor encuentro de hombres y mujeres suscritos a una fe sagrada, todas las deidades se miraron unas a otras, y echaron a reír de buena gana.

Despedida

Al entrar en la funeraria, las personas vinculadas en el pasado y en el presente con el difunto se acercan al cristal del féretro. Miran curiosos, y en el más absoluto silencio le dedican un postrer pensamiento.

…mi socio, no se te ocurra mandar a buscarme…

…desgraciado… siempre recuerdo la mierda que me hiciste…

…discúlpame por no pagarte a tiempo el dinero…

…¡qué loco fuiste en la cama...!

…el pobre… que en paz descanse…

…a pesar de tu carácter yo te apreciaba…

…nunca imaginaste para ti un final así…

…ya ves, me quedé con todo lo tuyo…

Afuera del recinto fúnebre todo sigue envejeciendo, y alguien más será olvidado.

¿E. P. D.?

Sumándose a la última tendencia mortuoria, quiso ser incinerado después de fallecer, y que sus cenizas fueran esparcidas al pie de un monumento situado en un parque de la ciudad.

Ignoraba el solicitante que la base del pedestal es frecuentada por los perros del barrio.

Ahora, en la otra dimensión, el continuo olor a orina no lo deja descansar en paz.

Un paso al frente

—Compañeros… la dirección confía en que ustedes no fallarán. Esta es una tarea priorizada en la emulación. Cumplir con el compromiso del municipio ante la solicitud de la provincia será un mérito importante en sus expedientes. Quien esté dispuesto que dé un paso al frente…

Era un momento extremadamente difícil. Cada cual sopesó, en escasos segundos, la posición a asumir a partir del temperamento y la entereza. Adelantar el cuerpo significaba afrontar riesgos visibles pero acrecentaría el prestigio personal para aspirar a puestos clave en la empresa. Quedar inmóvil implicaría echarse encima las miradas retorcidas de los dirigentes de la fábrica.

Excepto uno, los demás movieron sus piernas.

—Compañeros… estamos orgullosos de que sean parte de nuestro colectivo laboral.

Desde este instante, ustedes son los sustitutos de los sobrevivientes que en la etapa anterior aceptaron limpiar los fosos y las jaulas en el zoológico. ¡Suerte!

¿Responsabilidad compartida?

Sollozaba encogido dentro de un nimbo grisáceo. Un súbdito se le acercó atraído por el comportamiento inusual del jefe.

—¿Qué le pasa, Lucifer? Nunca lo vi en ese estado…

—La humanidad es muy injusta conmigo, y no creo merecerlo —con voz entrecortada justificó su desconsuelo.

—Acuérdese… cría fama…

—Estoy harto de que las malas acciones me las achaquen a mí. Esas opiniones generalizadas deprimen a cualquiera.

—Es la costumbre desde que a usted lo inventaron.

—Cierto, pero me da rabia que a él le agradezcan cuanto bueno sucede en la tierra. ¿Por qué —se preguntó angustiado— las enfermedades, los accidentes y las guerras no le pertenecen por igual?

—Es sabido que los humanos se aferran a los dogmas.

—¿Acaso no se percatan de que él se hace de la vista gorda, es paternalista, y para colmo, no toma represalias contra lo incorrecto?

—Vamos… ¡Anímese, jefe! Ya vendrán épocas mejores.

—¿Tú crees…?

Y echaron a andar hacia un cúmulo resplandeciente de luz.

El riesgo

—¿Estás decidido?

—Es mejor confesárselo antes de seguir adelante.

—Pero… ¿no te preocupa la reacción de ella?

—Sé que le será difícil asimilarlo. Incluso, a partir de ese momento la relación amorosa puede malograrse…

—Y a pesar de ese riesgo, insistes…

—Sabes que sería inútil ocultarlo en los meses venideros.

Al otro día, minutos después de recibirla cariñosamente en la Terminal de Ómnibus Nacionales, procedente de la región oriental, le declaró a su novia ser un ferviente industrialista.

Desahogo íntimo

—¡La vida es del carajo…! Por más que trato de evitarlo, no dejo de pensar en tu actitud en los últimos tiempos. Sé lo difícil que es para ti aceptar el deterioro en esta relación. A estas alturas, y he aquí mi dolida sinceridad, ya no confío en las respuestas que seas capaz de darme. Por otra parte, no niego que la culpa de este paulatino cambio sea compartida. Mis complejos y mis dudas han hecho mella en tu recia vitalidad. ¡Quién lo iba a decir…! Los dos necesitamos compasión… mucha compasión el uno hacia el otro… —se desahogaba el desgastado hombre sin apartar la mano y la mirada de su miembro viril.

Para no errar

Periodistas, camarógrafos y analistas de los más importantes medios de comunicación esperaban ansiosos la conferencia de prensa. Las palabras del famoso ponente desatarían una avalancha de conjeturas en todos los niveles de la sociedad humana.