Las guardianas del miedo - Ana María Preckler - E-Book

Las guardianas del miedo E-Book

Ana María Preckler

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Beschreibung

Desgarrador título de novela histórica que se centra en uno de los episodios más lamentables vividos por el ser humano: La Segunda Guerra Mundial y, más concretamente, los campos de concentración. Sin embargo, este libro lo hace de una forma inusual: poniendo la mirada sobre las mujeres que trabajaban en dichos campos, alemanas nazis que llevaron a cabo su papel de guardianas y carceleras con una fría diligencia que hoy en día es capaz de quitar el sueño. Una novela de denuncia, imprescindible aunque dura.

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Seitenzahl: 128

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Ana María Preckler

Las guardianas del miedo

 

Saga

Las guardianas del miedo

 

Imagen en la portade: Shutterstock

Copyright ©2021, 2023 Ana María Preckler and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728392720

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

A mis hijos y nietos

Porque son el libro de mi vida

 

A mis buenos amigos

Por animarme siempre a escribir.

En especial a Mª. J. Boente por la

Corrección de muchos de mis libros.

Lo fundamental es que si la vida terminase totalmente con la muerte, la felicidad sería un engaño, sostenido mientras quedase la esperanza de la perduración. Pero a última hora resultaría frustrada: se iría poniendo la vida en cosas, en empresas, en personas destinadas a desaparecer con nosotros. Sobre todo se cernería la vanidad, la condición a la nada.

Si no existiera más que esta vida, habría una situación inestable y falsa. La condición de que haya verdadera felicidad es la existencia de la vida perdurable. Pero hay que imaginarla de un modo tal que nos parezca nuestra, y sobre todo que nos parezca feliz.

“La Felicidad Humana” Julián Marías

Introducción

Este libro fue escrito durante la pandemia del Coronavirus o COVID 19, en los meses de marzo, abril y mayo de 2020. Fue un tiempo muy duro por la cuarentena que nos vimos obligados a guardar en nuestros hogares, sin poder salir más que para lo estrictamente necesario, con el miedo constante al posible contagio que podíamos tener con el contacto humano. Usamos mascarillas, guantes, e incontables precauciones; cerraron tiendas, restaurantes, bares, cafeterías y sitios públicos en general. Se clausuraron ferias, partidos, y toda clase de espectáculos en los que se reuniesen muchedumbres imposibles de controlar. Se cerraron los puestos de trabajo y hubo que trabajar desde las casas por medio de los ordenadores con el teletrabajo; el paro aumentó y las consecuencias económicas se agravaron. Hubo muchos contagiados y lo que es peor de fallecidos. Eso sin contar lo mal que se gestionó la pandemia por parte de las autoridades del gobierno. La epidemia se extendió por todo el mundo, parecía una guerra mundial, nunca habíamos sufrido nada igual, al menos nuestra generación, así como nuestros hijos y nietos. Por todo ello dedico este libro a las víctimas de la pandemia, a los médicos y auxiliar sanitario, a las fuerzas del orden, policías, guardias civiles y militares que expusieron sus vidas para ayudar y cuidar a los enfermos. Su ayuda fue inmensa y nuestro agradecimiento sin palabras.

Tal vez esto explique el tema elegido para esta novela, tan duro y desagradable, el de los campos de concentración, escrito en un tiempo que fue muy árido y preocupante, por sí mismo, el de la pandemia. El libro trata de un tema de historia del siglo XX, por ello la novela es histórica, situada en la Entreguerra y la Segunda Guerra Mundial, de las que se habla en el libro. En este sentido, los hechos narrados son fieles a la verdad; se ha investigado sobre ellos para no cometer errores, pero junto a los mismos se encuentra la ficción, la vida de una familia alemana con ciertas raíces judías, que se ve envuelta en los sucesos históricos. El relato habla del campo de concentración de Dachau, que conozco personalmente por haberlo visitado cuando viví en Alemania en los años ochenta, y quedé impactada por el espanto que todavía refleja aquel sitio. Me he tomado algunas licencias en esta narración; no consta que algunas de las escenas ocurridas en el campo de concentración de Dachau, sucedieran exactamente como se describen aquí, aunque sí están tomadas de los campos de concentración en general que hubo muchos. Así, no es seguro que hubiese guardianas ni presas en el campo de Dachau, pero sí las hubo en la mayoría de los campos, por lo que ruego se me disculpe esta licencia que no roba veracidad al tema ya que está tomado de la misma realidad. Los campos más reseñables, además del de Dachau, fueron los de Auschwitz, Belzec, Chelmno, Majdanek, Sobidor, Treblinka, Bergen-Belsen, Buchenwald, Sachsenhausen, Ravensbrück, y otros. Aunque no todos fueron de exterminio si realizaron actos en extremo crueles y sanguinarios con sus prisioneros, si bien en la novela se ha procurado no describir con detalle ni con demasiado realismo estas acciones criminales, por su ferocidad, por otro lado de todos conocidas y que donde pueden apreciarse mejor es en los documentales que se hicieron por parte de los Aliados y Rusos a medida que fueron liberando los campos. Tampoco son reales las entrevistas de los protagonistas con Hitler y la cúpula nazi que forman parte de la ficción.

Sé que el tema de los campos de concentración no es agradable, que la mayoría de los lectores pueden rechazarlo pues lo que se desea es no recordarlo más, que nunca más se hable de él por lo terrible que fue. Sin embargo, yo pienso lo contrario, si lo olvidamos se podría repetir y es imposible su olvido. Como tampoco debemos olvidar la pandemia del COVID 19, para evitar que se puedan repetir sus consecuencias. En ambos casos, en realidad no comparables, siendo mucho más grave el de los campos de concentración, los hechos sucedieron cuando la población y sus dirigentes no estaban alerta, cogiéndolos por sorpresa, y nunca se pensó o imaginó que pudiera acontecer lo que pasó.

Capítulo I

Aveces en la vida suceden cosas que son terribles por dañinas, duraderas y extensas en todo el mundo, afectando gravemente a las personas, a sus familias y a las ciudades de todo el planeta. Esto pasó en la primera mitad del siglo XX, cuando nadie lo esperaba y ni siquiera lo sospechaba. Se trató de las dos Grandes Guerras Mundiales y el peligroso tiempo de Entreguerras 1919-1939. Y si la Primera Gran guerra, 1914-1918, fue espantosa afectando a diez millones de personas, la Segunda, 1939-1945, fue aún peor dejando Europa devastada en las gentes y en las naciones, con cuarenta millones de víctimas. Nadie pudo escapar al horror que supusieron ambas guerras. Parece como si la naturaleza se rebelara de pronto contra un mundo cada vez más materializado, egoísta, soberbio y agresivo, y quisiera que la vida, el hombre, vuelva a su ser más puro y mejor a través de las contradicciones y del dolor. Yo me vi envuelta en la Segunda de estas Grandes Guerras y es lo que voy a narrar a continuación a modo de biografía por si pudiera servir de enseñanza a los hombres y mujeres que la lean, pues desde luego de toda situación trágica se puede aprender y sacar consecuencias positivas e incluso esperanzadoras.

Nunca pensé que pudiera ocurrirme nunca algo como lo que viví en la Alemania de los años 1930 a 1945, sin embargo sucedió, y ahora me veo en la necesidad de escribirlo para que lo conozca todo el mundo, como ya he dicho, y aprenda de los grandes errores de su historia que sin duda han sido muchos. Preferiría no contarlo pues eso me hace revivir los horrores de aquella experiencia, pero mi conciencia me dice que debo hacerlo, que no puedo guardar silencio sobre ello, aunque también es verdad que se ha escrito mucho sobre esos años, pero tal vez la novedad es que lo viví en primera persona y eso quizá es lo que le da veracidad al hecho, por otra parte de todo el mundo conocido pero no vivido. Empiezo a escribirlo en 1946, cuando la guerra ya ha terminado pero no sus horrores, y el inicio de la historia será el de 1937.

Me llamo Erika Kruger y soy judía por parte de madre, ya que todos mis antepasados por el lado materno lo fueron, ella misma era una devota de las costumbres y oraciones judías y en ellas nos educó con la pasividad de mi padre que no lo era pero que la dejaba hacer en esas tradiciones y no se metía. Por eso yo creo que no éramos cien por cien judíos pues tan solo mi madre nos lo inculcaba pero de una manera baja o débil ya que mi padre tenía una fuerte personalidad y arrasaba a la de mi madre y a su manera nos inculcó la religión católica. Siempre me extrañó que mi padre no fuera judío, y en muchos momentos pensé que lo era pero que por alguna razón lo negaba. Él provenía del sur de Alemania y la poca familia que tenía residía allí, no tenía hermanos ni padres, sólo familia segunda que también raramente nunca llegamos a conocer. Luego llegaron los nazis y él seguía afirmando su procedencia cristiana, pero los nazis nunca le creyeron o mejor dicho no le creyeron en lo que se refería a su esposa e hijos pero eso se entenderá mejor más adelante cuando llegue el momento de hablar de ello. La familia vivía en Berlín, donde nacimos mis tres hermanos y yo, y donde provenían los parientes de mi madre y ella misma. Y ese hecho tan simple con toda probabilidad fue lo que nos causó la dramática vivencia familiar que ahora pretendo contar.

Mi familia tenía una casa unifamiliar, casi un palacete, en la calle más bonita de Berlín, la Unter den Linden, que significa Bajo los Tilos. Una avenida con una rambla central plantada de tilos en la que se encontraban los más bellos edificios de la capital, comenzando por la Puerta de Brandeburgo, y terminando con la isla de los museos que cruzaba el río Spree. Mi padre era un ingeniero industrial y poseía una fábrica de maquinaria pesada como tractores, hormigoneras, grúas, etcétera, en ella trabajaban él y mis tres hermanos, así que teníamos una situación económica muy alta pues en aquellos años se construyó mucho en Alemania, sobre todo una gran red de autopistas y edificios gubernamentales y oficiales. En mi casa nunca faltaba de nada, en lo que respecta a alimentos pero tampoco en ropa, muebles y demás y teníamos dos automóviles de la casa Mercedes Benz, uno era grande y espacioso y lo utilizaba mi padre, el segundo más pequeño pertenecía a mis hermanos y a mí. El palacete estaba rodeado por amplios jardines y una gran piscina. Era hermoso y por dentro estaba amueblado con lujo en los salones y dormitorios. Tenía dos pisos con una amplia escalera de madera que los unía. Mi padre tenía un enorme despacho y a mi madre le pertenecía la cocina y el office, con útiles muy prácticos novedosos en la época que vivíamos a finales de la década de los años treinta, en concreto en el año 1937 que es cuando comienzo mi historia. Cada uno de los hijos teníamos nuestra propia habitación y puedo afirmar sin pretensiones que no nos faltaba de nada. En la zona no había casas unifamiliares como aquella sino edificios con apartamentos y desde luego gran cantidad de museos y monumentos, así como el Dom, la catedral protestante, en la parte más cercana al río. Es decir vivíamos en una parte muy selecta de la ciudad.

En aquel Abril de 1937, cuando comienzo mi historia, Berlín resultaba muy hermoso, con sus antiguos edificios prusianos luciendo su belleza neoclásica austera y sobria, muy juntos, conformando la isla de los museos hasta la Alexanderplatz y por el otro lado bajando la Unter den Linden hasta llegar a la Puerta de Brandeburgo. Casi todos ellos se adornaban con columnas clásicas, lo que se hacía especial en el Historiche Museum que levantaba sobre una amplia escalinata sus casi veintidós bosques de columnas o el Alte y el Neues Museum, por citar los más destacados, así como la gran cúpula del Berliner Dom o Catedral protestante que tantas veces yo había subido para ver la ciudad cruzada por el río Spree, desde su inmensa altura. Sí, Berlín era ciertamente una ciudad preciosa, yo la amaba pues había nacido en ella y pasado mi infancia y mi adolescencia allí. Pero era entonces, con mis 21 años, cuando la valoraba de verdad en su estética prusiana, la de los Hohenzollern, y cuando la paseaba con mis amigos o familia, descubriendo los rincones más íntimos y secretos de la urbe, o bien cuando en plazas como la Gendarmenmarkt, con sus catedrales gemelas la Deutscher Dom y la Französischer Dom, nos sentábamos en la antigua chocolatería Fassbender & Rausch y nos tomábamos un buen chocolate caliente con pastas, en las frías tardes del invierno germano.

Mis hermanos Thomas, Ernst y Oskar eran mayores que yo, 27, 25 y 23 años respectivamente, los tres habían estudiado ingeniería como mi padre y trabajaban como directivos en la fábrica familiar. En aquel año yo aún no había acabado mi carrera de Farmacéutica, estaba en el último curso de la misma, y finalizaría en unos meses, al contrario de mis hermanos se me permitió elegir la profesión que más me gustaba pues se suponía que yo no iba a trabajar en la fábrica sino en la industria farmacéutica para lo cual mi padre había comprado un local a mi nombre, en la Friedrichstrasse, una de las principales calles de Berlín, para que cuando acabase la carrera instalase allí una farmacia en la que, además de vender medicamentos, tendría un laboratorio para realizar mis propias medicinas y fórmulas magistrales, muy frecuentes en aquella época. Según la tradición familiar, a mí me gustaban las ciencias por lo que estaba muy contenta con mi elección disfrutando con ella, y deseando terminar mis estudios en la Universidad Humboldt, que estaba muy cerca de mi casa en la misma avenida de los Tilos, por lo que para ir a ella no cogía el coche sino que me iba caminando, dando un paseo, o en bicicleta, que me encantaba utilizar así como el automóvil que cogía cuando mis hermanos me dejaban hacerlo. Había sacado mi carné de conducir al cumplir mi mayoría de edad, y como mi padre, igual que había hecho con cada uno de los varones en sus mayorías, nos había donado una gran cantidad de marcos que depositó a nuestro nombre en una cuenta corriente del banco en el que él poseía numerosas acciones, yo había pensado en comprarme mi propio automóvil y no depender de la familia. La verdad es que mi vida era realmente privilegiada, puedo afirmar que personalmente a mis 21 años era muy rica gracias a la donación de mi padre que completó con un buen paquete de acciones de la fábrica y del banco.