Las Hembras - Angélica Valle La Uranga - E-Book

Las Hembras E-Book

Angélica Valle La Uranga

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Beschreibung

Relatos inspirados por mujeres reales sin ser biografías. Ellas vivieron y amaron con pasión. "Odisea – Duelo – La que nunca tuvo novio – Me contradigo, ¿y qué? – Mundo de fantasía – Metamorfosis – Secretos – Revelación – Luz al final del túnel – Final sorprendente – El primer y gran amor – La guerrera – Por la Vuelta – ¿Realidad o ficción?" MUJERES con mayúscula o yo prefiero llamarlas: HEMBRAS. Ellas inspiraron este libro y les debo tres veces: Gracias, Gracias, Gracias.

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Seitenzahl: 109

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Angélica La Valle Uranga

Las Hembras

La Valle Uranga , AngélicaLas hembras / Angélica La Valle Uranga . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4305-9

1. Narrativa. 2. Ensayo. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

PRÓLOGO

Candelaria (Las raíces, Odisea): Bisabuela india

Lucía (Duelo sin fin): Abuela siciliana

María La narradora, se autointitula “la que nunca tuvo novio, una vida rica en sorpresas más allá de lo imaginado”.

Simone Amores inestables, ella dice: Me contradigo y Que?

Rosinha Creó un mundo de fantasías

Tatiana Matrimonio, familia estable hasta encontrar “La revelación”.

Camila La luz al final del Túnel

Ana Paula Enfrentando el descubrir secretos muy guardados

Gaby Acompaña la vida en su eterno movimiento con un final sorprendente.

Helga Pasados muchos años consigue librarse de un fantasma de su juventud, el primer y gran amor.

Isabela Metamorfosis

Martina La guerrera

Andrea Por la Vuelta

Delfina Realidad? Ficción??

EPÍLOGO

PRÓLOGO

Me he preguntado porque elegí hablar sobre HEMBRAS y no simplemente sobre mujeres. Hubo y hay mujeres extraordinarias que todo el mundo, o la mayoría del mundo conoce. La especie que me inspiró es la más común, la más intuitiva, audaz, capaz, libre emocionalmente y anónima. La ignorada, de quienes suponemos existan pero no trascienden. No pertenecen a la media, no han inspirado a escritores ni a cineastas. Forman un ejército invisible. Amaron y continúan viviendo y amando con pasión.

Creo en la pasión. Apuesto en la pasión. Ella provoca movimiento. El apasionado ve con mayor intensidad ríos, cielos, lunas, lluvias, tormentas, sol, noches, días. Se detiene a observar un árbol, una flor, dialoga con ellos. Nada le es indiferente. Nada ni nadie. Ríe y contagia alegría. Escucha al anciano y acaricia a los niños, los besa. Ama a los animales y se comunica con ellos. Parte de la humanidad los considera un poco “locos”, el apasionado lo sabe y sonríe.

Abraza con fuerza sin avergonzarse de expresar sus sentimientos, sus emociones. Podemos amar y ser moderados en nuestras muestras de cariño. Somos más armoniosos, más apacibles, hasta más bellos hablando en voz muy suave y con la paz reflejada en nuestros rostros.

¿Pero existe alguien tan humano para alcanzar auténticamente ese estado angelical? ¿O nos ponemos una máscara para no revelar nuestras grandes alegrías o dolores?

Dejar pasar y no demostrar lo sensorial, es una pérdida.

Estas protagonistas son reales, granos de arena dentro de un vasto desierto. Los relatos fueron inspirados por ellas: Gracias, Gracias, Gracias.

No son biografías. Muchas veces la memoria es reemplazada con la imaginación de los hechos. Adelante.

“...y descubrimos con el pasar del tiempo, que no hay culpas, que nos equivocamos y aprendimos, nos caímos y nos levantamos, lloramos y volvimos a reír...”.

Las oigo, las observo. Los diálogos se entrelazan, las voces se armonizan. Los rostros, las manos, los cuerpos se mueven indiferentes al paso del tiempo, como si no quedasen huellas dentro y fuera de cada una de ellas:

“...se acuerdan cuando contábamos sobre nuestras bisabuelas, abuelas y madres, nos parecían historias románticas, o apenas uniones de conveniencia. Otras obligadas por las circunstancias, todas ellas nostálgicas y tan alejadas de nuestras realidades... y ahora nosotras, cada una con sus propias historias. ¿Qué irán a pensar nuestros hijos o nietos en el futuro?”.

“...que piensen lo que quieran, estaremos todas o demasiado viejas

o tocando el arpa...”.

“...nunca imaginé cuando en el 80 llegué a Rio de Janeiro...”.

“...yo ya vivía allí...”.

“...él se decía una víctima y al mismo tiempo era un asesino...”.

“...fue mucha crueldad...”.

“...y los límites...”.

“De qué límites hablas..., solo disculpas, cada uno es responsable por cumplir sus sueños...”.

“...yo era una imbécil que pedía cariño a quien quisiera dármelo...”.

“...han pasado los años y nuestro potencial, nuestro brillo, nuestro carácter están todavía aquí... y estamos llegando a los setenta ¡¡Virgen Santísima!!...”.

“...tengo nostalgias de los besos que no besé, de las caricias que no acepté, de los abrazos que me negué...”.

“...de las pieles que no aspiraste, de las manos que no tomaste. Fuiste cobarde, mala suerte. Da vuelta la página, ya no te resta mucho tiempo... La vida está hecha de elecciones”.

“...Por mi parte no desperdicié nada, nadita nada... ¡ALELUYA!...”.

“...me gusta el silencio...”.

“...el silencio no existe. El ronronear de un gato, el ruido de la lluvia, el piar de un pájaro, una música lejana... tu propia respiración...”.

“...hablo del silencio que viene de adentro...”.

Administraron empresas y cuidaron de sus hijos. Fueron artistas, profesionales, empleadas... y cuidaron de sus hogares. Gimieron de placer envueltas en sábanas donde trataban de reencontrar el olor del sudor del amado cuando quedaban solas. La arena en la bombachita de la biquini guardada como trofeo de aquel loco atardecer en una playa desierta regada a caipiriña. Sus insomnios, sus noches de humo y de café.

Parieron, amaron. Trabajaron, amaron. Curaron, amaron. Aullaron, amaron. Rieron, lloraron. Amaron... y continúan lindas... llegando a los setenta. Llenas de pasión por la vida.

Todavía fuertes. Todavía desafiantes. Humanas, animales, vegetales, minerales, son todo en una sola palabra son HEMBRAS. Crecieron como semillas luminosas haciendo desaparecer cualquier rastro de heridas. Vivieron y viven AL LADO del hombre. Ni detrás ni delante. No sobreviven, viven. Aprendieron a valorizar el tiempo, a respetarlo, a no perderlo.

Conozco sus universos íntimos y sus transformaciones. Aquí están algunas de ellas, ¿vamos a oírlas?

Candelaria

(Las raíces, Odisea): Bisabuela india

Nada hacía suponer que debajo de una fuerte nevada cruzando la cordillera de Chile para La Rioja, en Argentina, venían las raíces de una generación a la que me siento agradecida y orgullosa de pertenecer. Fueron estas raíces que me dieron la base para ser quien soy y en las que también veo reflejada la garra de mis hijos. Quizás Candelaria es fruto de mi imaginación pero la honro igualmente porque la siento dentro de mí y me habla.

Estamos en 1871, Manuel llegara de España cinco años antes con la idea de recrear su vida en Argentina, ese nuevo país medio mitológico para este español tan joven, soñador y con hambre y sed de aventuras.

Detrás quedaban sus tres hermanas mayores, que con el correr del tiempo también se juntarían a él. Trajo dinero de la herencia familiar y compró tierras en Villa Castelli – La Rioja, porque se asemejaban a las de su rincón natal en el sur de Barcelona, donde el producto de los viñedos sería el legado de sus antecesores. Pero él tenía otra inquietud, le gustaba criar ganado y entonces, sumada a la plantación de vides, comenzó, por su propio placer, a realizar esta actividad, la cría de ganado.

En cinco años ya tenía dos fincas muy bien organizadas y en su tercer viaje, llevando hacienda para Chile, decidió dar un paso fundamental para su futuro. Acababa de cumplir veinticuatro años y estaba decidido a traer a quien sería su futura compañera. Hasta el momento las castellanas, tanto argentinas como chilenas, no habían conseguido conquistar el corazón del joven español, a quien invitaban a cuantas tertulias realizaban las viejas señoras presentando sus hijas casaderas.

En un pequeño poblado indio de territorio chileno, donde hacia un alto con sus peones, camino hacia Valparaíso, su corazón saltara hasta la boca la primera vez que la viera corriendo descalza por el riacho.

Era comienzo de primavera y el agua estaba todavía casi helada, pero ella saltaba y reía junto a sus hermanos, iluminando la escena. Un fuego corrió por el cuerpo del joven Manuel y ya no consiguió apartarla de sus pensamientos. De inmediato se informó sobre ella. Tenía catorce años y pasado un año, ya estaría casada. Su padre, el jefe, descendiente de los incas que poblaran esa zona de Chile, tenía gran simpatía por Manuel. Llegara a conocerlo como honesto y respetado.

Manuel vendía su ganado y compraba mercaderías que llegaban de Europa al puerto libre de Valparaíso y con ellas abastecía su negocio de ramos generales en Villa Castelli – La Rioja.

A Don Juan, que era el nombre cristiano del cacique, le gustaba mucho Manuel, que había aprendido la lengua indígena y como sus hermanos, hablaba muy poco. Manuel tocaba con maestría la guitarra criolla y el cacique con los ojos entrecerrados disfrutaba oyéndolo.

Otra condición que estimaba en el joven español era que sabía observar con deleite la naturaleza y la comprendía tan bien como ellos.

Toda esta simpatía no lo llevaría nunca, ni siquiera soñando, a entregar en casamiento a una hija para un extranjero. “Los indios deben casarse con los indios”, decía, “es la única manera de preservar nuestra cultura y nuestra raza, sino no habrá quien atesore nuestra memoria, seremos borrados por el viento como si no hubiésemos existido nunca”.

Manuel usó su natural seducción, dio a conocer rápidamente sus sentimientos a la indiecita Cochime, cuyo nombre cristiano era Candelaria, en homenaje a la Virgen María, ya que había nacido un día 2 de febrero. Así como su nombre, Candelaria brillara para él, el día que la viera por primera vez en el río. Nada lo sorprendió tanto, ni lo dejó más feliz, al descubrir que ella respondía a sus sentimientos con la misma intensidad. Fueron miradas y silencios. Pocas palabras cambiadas en un tono bien bajito, encuentros de manos en caricias rápidas.

Hacía mucho frío pero nevaba suavemente en ese final de primavera de 1845. Candelaria envuelta en una manta, acurrucadita dentro de un odre, saliendo a escondidas de su aldea, siguiendo a Manuel, se sentía tranquila. Con su consentimiento ella aceptó ser “raptada”. No la acompañaba ningún sentimiento especial, solo sabía que debía cumplir su destino. Su padre, su gente, en el futuro la comprenderían. Ellos le habían enseñado a confiar en su intuición y a creer en el destino. Confiaba que en el futuro, volvería a reír junto a sus hermanos y a confirmar su unión con la bendición de todos ellos. Envuelta en esa paz, se fue adormeciendo. Acurrucose un poco más. Su último pensamiento: Manuel me despertará.

Mientras tanto en su pueblo, el frío helado cubría el paisaje andino. Sonido de tambores, mantras y cantos que más parecían llantos elevándose al aire: “Cochime está perdida..., Cochime ha desaparecido...”.

Corrían años de luchas entre caudillos en la Argentina. Las soldaderas que acompañaban a los combatientes, no solo lavaban sus ropas, preparaban las comidas y se acostaban con sus hombres, como que también cargaban las lanzas y los defendían si era necesario.

Había epidemias de gripe y ella eran las “doctoras” que con sus yuyos, y ungüentos, aliviaban a los enfermos y curaban sus heridas.

Memorias de Candelaria

Estoy terminando una manta en el telar. Es mi último día en la finca. Mañana al amanecer saldré de aquí sin retorno. Mientras, miro hacia el pasado, veo con que velocidad pasaron los años desde aquella noche de nevisca en que dejé mi aldea hasta hoy. Al despertar me encontré dentro de una casona con una enorme sala con mullidos sillones cubiertos con mantas coloridas, en las paredes muchos cuadros con retratos que Manuel me dijo eran de sus familiares. Un comedor donde llegué a contar 14 sillas de cuero negro alrededor de una mesa en cuyo centro brillaba un enorme copón de plata brillante. La casa tenía cuatro grandes dormitorios todos con estufas a leña, un escritorio biblioteca, dos baños, una cocina también de grandes dimensiones, donde, después supe, comían los peones. Abierto hacia el patio trasero, un aljibe, cuatro dormitorios menores con dos baños destinados para las personas que ayudaban en la casa. La cocinera, dos mucamas y un jardinero y en el futuro la institutriz para los niños. Toda la casa estaba rodeada con una galería de piso rojo. La casa era blanca con grandes ventanas verdes obscuras.

Al principio me pareció un sueño y hasta me asustó un poco, comparada con la humilde vivienda donde yo me criara. Con el correr del tiempo y cuando se pobló con los niños, fue un paraíso. Tuvimos cuatro hijos. Ellos fueron creciendo llenando la casa de risas y de juegos y nuestra vida de amor y de luz. El primero Dominguito, muy parecido con Manuel, ahora con catorce años, seguido por Ernestina de doce, la más parecida conmigo, Estela de diez y la menor Carmelita de ocho años. Ya no están conmigo, viven en España.

Carmelita, me recuerda los años que pasaron desde la última vez que Manuel me buscó como mujer.

Han pasado ocho años, siempre gentil, convivimos, sin que por otra parte, él tenga el menor gesto de pasión que lo acerque a mí.

Están muy presentes en mi cuerpo, en mi memoria, siestas y noches de entrega total para saciar el fuego que ardía en el contacto de nuestros cuerpos apasionados.

Los hombres en mi tribu llegaban a viejos y las mujeres siempre reían en voz baja por el hecho de que ellos continuaban siendo muy activos sexualmente.

Manuel tenía apenas 40 años, no había una explicación para que hubiese dejado de desearme.

¿Qué había mudado? Yo no lo sabía... soy muy ignorante en muchas cosas, supongo que es algo que no quiere compartir conmigo para no lastimarme…

Todo comenzó cuando Manuel volvió de España donde dejara a Dominguito para continuar con su educación.

Volvió pasados seis meses. Se había quedado acompañando al niño hasta completar su adaptación a tan gran mudanza.