Las ruinas de la Tierra 2 - Dioses y hombres - J.N. Chaney - E-Book

Las ruinas de la Tierra 2 - Dioses y hombres E-Book

J.N. Chaney

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Beschreibung

Los seres humanos son como un rebaño de ovejas que se dirige al matadero.Su única esperanza de sobrevivir reside en un equipo que acaba de abandonar el planeta.Tras su exitosa misión, en la que lograron destruir el anillo de esclavización instalado en la ciudad de Nueva York, Bic y el resto del Equipo Phantom atraviesan el anillo original de la Antártida y llegan al corazón del Imperio androquí.Pero a medida que el alcance de la operación de la especie extraterrestre se hace evidente, el Equipo Phantom se da cuenta de que no puede quedarse de brazos cruzados mientras la humanidad es sometida. Hay que esforzarse por frenar el avance del enemigo, o incluso detenerlo del todo.Bajo el liderazgo de Bic, el equipo diseña un plan para infiltrarse y neutralizar parte de la operación de los androquíes. Conocen nuevos aliados y consiguen recursos. Pero cuando los espías enemigos encuentren pruebas de que existe una conspiración, será solo cuestión de tiempo que la esperanza de los Phantoms de frustrar los planes del enemigo se desvanezca.¿Conseguirán Bic y su equipo de guerreros de élite poner freno a la invasión androquí? ¿O sucumbirán ante la operación de esclavización más grande jamás llevada a cabo en la galaxia?-

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Christopher Hopper

Las ruinas de la Tierra 2 - Dioses y hombres

Translated by Nicolás Olucha Sánchez

J.N. Chaney

Saga

Las ruinas de la Tierra 2 - Dioses y hombres

 

Translated by Nicolás Olucha Sánchez

 

Original title: Gods and Men

 

Original language: English

 

Copyright © 2020, 2023 J.N. Chaney, Christopher Hopper and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728094778

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

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Sinópsis del libro

Dioses y hombres

Las ruinas de la Tierra #2

 

Los seres humanos son como un rebaño de ovejas que se dirige al matadero.

Su única esperanza de sobrevivir reside en un equipo que acaba de abandonar el planeta.

Tras su exitosa misión, en la que lograron destruir el anillo de esclavización instalado en la ciudad de Nueva York, Bic y el resto del Equipo Phantom atraviesan el anillo original de la Antártida y llegan al corazón del Imperio androquí.

Pero a medida que el alcance de la operación de la especie extraterrestre se hace evidente, el Equipo Phantom se da cuenta de que no puede quedarse de brazos cruzados mientras la humanidad es sometida. Hay que esforzarse por frenar el avance del enemigo, o incluso detenerlo del todo.

Bajo el liderazgo de Bic, el equipo diseña un plan para infiltrarse y neutralizar parte de la operación de los androquíes. Conocen nuevos aliados y consiguen recursos. Pero cuando los espías enemigos encuentren pruebas de que existe una conspiración, será solo cuestión de tiempo que la esperanza de los Phantoms de frustrar los planes del enemigo se desvanezca.

¿Conseguirán Bic y su equipo de guerreros de élite poner freno a la invasión androquí? ¿O sucumbirán ante la operación de esclavización más grande jamás llevada a cabo en la galaxia?

Anteriormente

En el primer libro de Ruinas de la Tierra...

Tras sobrevivir a duras penas a un violento encuentro con fuerzas robóticas desconocidas en la excavación de las montañas subglaciales Ellsworth, en la Antártida, Patrick Finnegan, alias Bic, regresó a casa y se jubiló del Cuerpo de Marines de Estados Unidos. Pero en cuanto consiguió su ansiada soledad, Bic sintió el deber de investigar una extraña anomalía que se cernía sobre el Bajo Manhattan. Para su sorpresa, las fuerzas enemigas que había encontrado en el hemisferio sur eran solo la avanzadilla de lo que pronto descubriría que era una invasión extraterrestre a escala planetaria.

Bic se vio obligado a unirse a un pequeño contingente formado por militares de varias clases y se lanzó a la caza del único hombre que sabía que podría tener alguna pista para acabar con el enemigo: su amigo de la infancia, el doctor Aaron Campbell. Pero cuando su búsqueda se vio interrumpida por los ángeles de la muerte androquíes, Bic acabó con un rifle sintiente y con una inteligencia artificial llamada sir Franky.

Finalmente, el recién nombrado Equipo Phantom encontró una forma de pasar por debajo de la letal cúpula que envolvía la ciudad de Nueva York e intentó llevar a cabo un asalto al anillo del puente de Brooklyn. Pero cuando su misión inicial fracasó, Bic se vio obligado a buscar cobertura en el subsuelo de la ciudad. Allí, a pesar de los numerosos enfrentamientos con perseguidores extraterrestres, los Phantoms fueron rescatados por la Bratva rusa y Bic se reencontró con un viejo aliado: Vladimir Petrov, amante de EE. UU. y de las riñoneras.

Con la inesperada ayuda de los benefactores rusos, Bic, Hollywood, Bumper, Espectro, Yoshi, Z-Lo, Aaron, Lada y Franky idearon un ataque con explosivos ANFO que derribó el portal enemigo de forma tan efectiva como espectacular. Pero aunque acabaran de evitar el secuestro de millones de personas, el Equipo Phantom se dio cuenta de que su misión no había hecho más que empezar. Existían ciudades en todo el mundo acuciadas por los mismos horrores que habían vivido en Nueva York.

A pesar de su profundo deseo de volver a Pensilvania y desaparecer en la soledad de la campiña, Bic decidió responder a la llamada para salvar a la humanidad y resistir al Imperio androquí. ¿El plan? Trasladar la lucha a la puerta principal del enemigo, el único lugar que Bic no quería volver a ver en su vida: el anillo situado en las excavaciones de las montañas subglaciales Ellsworth, en la Antártida.

Cuando Bic estaba a punto de atravesar el umbral del portal, miró a Franky y dijo:

—Que sea lo que Dios quiera.

—¡Te equivocas, mi buen hombre! —le gritó Franky mientras la electricidad atravesaba la piedra y se extendía a través de él y hasta su receptor—. ¡Que sea lo que nosotros queramos!

Primera parte

Capítulo 1

16:00, domingo, 27 de junio de 2027

Ubicación desconocida

Última ubicación conocida: montañas subglaciales Ellsworth, Antártida

—¿Algo que quieras decirnos, Franky? —le grito a mi arma extraterrestre dentro de Dolores, la nave que hemos robado. Franky no ha podido volver a disparar desde nuestro enfrentamiento con los tiranos en el metro de Manhattan y me pregunto si han dañado sus procesadores.

—¿Te importaría ser un poco más específico, Patrick? —dice con su voz de John Cleese—. Podría decir tantas cosas que me llevaría un rato largo.

—Parece que hemos llegado a una zona de maniobras —digo mientras coloco la palma sobre el panel de control de Dolores—. Para una invasión.

—¿Y qué esperabas? —replica Franky.

Me encojo de hombros.

—¿Tal vez algo un poco menos hostil?

—Te aseguro que no hay ningún peligro inminente. Esto no es más que un día cualquiera en la oficina.

—Más vale que sea verdad, porque, si nos acaban disparando, pienso darte de comer a los lenguados.

—Eres un auténtico psicópata, Patrick.

El Equipo Phantom al completo hemos atravesado el portal y, sorprendentemente, no ha habido ninguna visita desagradable. Tenemos frente a nosotros el hangar más grande y avanzado que he visto jamás. Un resplandor rojizo ilumina el espacio cavernoso repleto de ángeles de la muerte, tiranos y naves como la nuestra.

Más al fondo distingo otras naves que parecen de combate. ¿Que por qué lo digo? Bueno, tienen alas rechonchas con vainas de armas, colas en V y cabinas oscuras de aspecto malvado; en mi opinión, eso significa que quieren matarte. Una valoración muy científica, lo sé. Además, hay naves aún más grandes que parecen cargueros armados.

Una vez más, me siento como si estuviera en el plató de una película. Con la diferencia de que sé que esto no es ciencia ficción, porque en la Tierra están sacrificando y tratando a la humanidad como ganado.

—Tenemos visita —dice Z-Lo desde el asiento del piloto.

La enorme pantalla de Dolores muestra cuatro naves como la nuestra y dos naves de combate que se dirigen hacia nosotros. Una retícula aparece sobre cada nave con los datos y las coordenadas de cada vehículo.

—¿Qué armas tenemos? —pregunta la sargento Susanne Catania, alias Hollywood. Recorre la pantalla con sus ojos negros de mirada inteligente, intentando evaluar la situación.

—No necesitamos armas —responde Franky.

—¡Ya, claro! —grita Bumper.

Nunca le digas a un SEAL que no necesita un arma. Se hará una con unos bastoncillos para los oídos y cinta aislante y te matará antes de que te des cuenta.

—¿Estás seguro de que no son hostiles, Franky? —pregunto.

—Ya te he dicho que no. Mantén la distancia, Z-Lo —le dice al chaval—. No tienen motivo alguno para atacarnos.

—Lo mismo decían del Imperio romulano —dice Yoshi desde el otro asiento de la cabina. Parece nervioso—. Oh, mira, están preparando los torpedos de fotones. Igual es que hay un pícnic y no lo sabíamos.

—Silencio, Yoshi —le digo al antiguo miembro de los equipos de pararrescate de la Fuerza Aérea y alcohólico oficial del equipo. Aunque casi muero por su culpa en el puente de Brooklyn, es un buen médico y un buen tirador.

—¿Seguro que no desean querer matarnos, lord Phantom? —pregunta Vlad con su marcado acento ruso—. He visto muchas películas americanas donde buenos creen que todo superbién y luego ¡bam! La gente muriendo como...

—Por el amor de la reina madre —interrumpe Franky—. ¿Podríais hacerme el favor de tomaros un Xanax? Estas naves no quieren atacarnos. Para ellos no somos más que una nave que está de regreso.

Miro por encima del hombro a Franky.

—Entonces estás seguro.

—Así es —responde Franky; después se dirige a Z-Lo—: Pon rumbo a la zona de aterrizaje que te estoy mostrando en pantalla. Y despacio, por favor. No hace falta que llamemos la atención innecesariamente.

Le doy una palmadita en el hombro al muchacho.

—Con calma.

Z-Lo asiente con la cabeza y sigue pilotando con las manos envueltas en anillos de luz naranja. Nos alejamos del rumbo de las seis naves, que pasan por nuestro lado sin disparar, lo cual es todo un triunfo, y luego atraviesan el portal. Las ves, ya no las ves.

Oigo a todo el Equipo Phantom suspirar de alivio.

—¿Vuelven a la Tierra? —le pregunta Bumper a Franky.

—Efectivamente, Phantom Tres. Parece que la noticia de nuestra reciente misión en el Bajo Manhattan ha llegado a oídos del alto mando y la Matriz ha solicitado refuerzos.

—¿La Matriz? —Descuelgo a Franky de mi espalda—. Mencionaste algo así cuando nos conocimos.

—Ah, sí, tienes razón. Por aquel entonces no era del todo yo.

—Pero ahora sí lo eres. Y te has comprometido a ayudarnos, así que...

—Entonces, ¿quién es la Matriz? —interviene Hollywood.

—La reina de Androquía, a falta de un término mejor. Imaginad una colonia de hormigas o una colmena. El principio básico es el mismo.

—¿Y Matriz envía fuerza militar para investigar Gran Manzana de Nueva York? —pregunta Vlad detrás de mí. Aún lleva la riñonera con la bandera deEstados Unidos. Pero ahora, además, lleva unos pantalones militares verdes con bolsillos y una camiseta blanca de Celine Dion de finales de los noventa con las mangas cortadas.

—El asunto ha despertado interés en Androquía, ciertamente —responde Franky—. Mirad ahí.

Dos de las naves más grandes del extremo del hangar despegan y se dirigen hacia nosotros. Me recuerdan a unos C130 enormes. Los putos cacharros ni siquiera tienen pinta de poder alzar el vuelo y dudo que puedan atravesar el anillo. Es como si alguien hubiera cogido un cacho de metal, le hubiera dado un par de golpes para aplanarlo y luego le hubiera pegado mil lucecitas y aparatos al azar.

—¿Qué son esos cacharros? —le pregunto a Franky.

—El apodo es intraducible y hace referencia a un animal nativo de Androquía Prime. Su equivalente terrestre más cercano sería algo entre un rinoceronte y un castor. ¿Un rinotor, quizá?

—Igual de feo el nombre que su aspecto —dice Hollywood.

—¿Y cuál es su función? —pregunto.

—Defensa y construcción.

—¡Que paren las rotativas! —ordena Vlad—. ¿Significa que enemigo quiere reconstruir anillo gigante explotado?

—Justo, Vladimir. Eso es exactamente lo que significa.

—Bueno, eso no bueno.

Los rinotores maniobran y pasan por el anillo casi rozando los costados.

—¿De qué ha servido destruirlo si lo van a reconstruir? —pregunta Yoshi, y luego le da un trago a su petaca.

Me quedo mirándolo fijamente hasta que desvía la mirada.

—Por eso estamos aquí. Para encontrar una manera de detenerlos. A ellos y a todo —digo.

—Recibido. —Yoshi cierra la petaca y se la mete en el chaleco.

Z-Lo baja a Dolores hasta una rampa con marcas de color amarillo brillante que contrastan con el suelo negro. La nave se mezcla con al menos otras cien dispuestas en filas de dos. Aunque mezclarse no es el mejor término, porque el grafiti que adorna la nave es casi como si estuviéramos gritando: «¡Eh, capullos! ¡Miradnos, ya hemos llegado!».

Z-Lo inicia la secuencia de apagado del motor y noto cómo la tripulación comienza a relajarse. Lo hemos conseguido. Primer paso completado.

—No quiero alarmar a nadie —dice Franky—. Pero están a punto de venir a inspeccionarnos.

Me inclino hacia la pantalla.

—¿A inspeccionarnos? ¿Quién?

—Todas las naves que regresan han de ser inspeccionadas por la Autoridad Terminal.

—¿No puedes meterte en el sistema y decirles que todo está bien?

—Hace mucho que perdí esa habilidad, Patrick.

Lo miro con el ceño fruncido.

—¿Desde cuándo?

—Desde que dejé que los androquíes me rastrearan, lo que suponía ponerte en peligro, ¿recuerdas?

Se me viene a la cabeza nuestro primer intercambio en la Garden State.

—Así que se acabó la conexión al internet de los androcallos.

Los llamo androcallos a propósito. Utilizar este término despectivo que nos inventamos contribuye a que veamos al enemigo como alguien menos peligroso.

—Correcto. Aunque se me sigue dando bien conversar con ellos e incluso puedo hacer que parezcas uno de ellos. Siempre y cuando te parezcas a uno, claro.

Estoy a punto de preguntarle a qué se refiere cuando de repente lo entiendo.

—La armadura.

—Bravo, amigo mío.

—¿Entonces quieres que se disfrace como si esto fuera carnaval? —pregunta Hollywood.

Charles suelta una risilla arrogante.

—Naturalmente. ¿Tú no, Hollywood?

Se pone una mano en la cadera y me sonríe.

—¿Y ver cómo intenta caminar llevando ese armatoste? —Suelta una pequeña carcajada—. Me encantaría. Llevar tacones es un suplicio.

—Ven —dice Lada, la hermana mayor de Vlad, que tiene los brazos cubiertos de tatuajes—. Yo ayudo desvestirte y vestirte. Yo aseguro que todo queda bien, ¿sí?

—No, gracias, puedo yo solo.

—No sé yo —dice Hollywood con un cierto brillo en los ojos—. Algo me dice que vas a necesitar el toque de una mujer.

—Y no tenemos mucho tiempo —añade Franky—. Es hora de prepararse, capitán Calzoncillos.

* * *

Por mucho que proteste, Lada insiste en ayudarme a ponerme la armadura extraterrestre. Afortunadamente, las únicas cosas de las que tengo que desprenderme son el casco de Kevlar, el chaleco MOLLE, las bolsas utilitarias, los guantes y las botas. Sabe Dios que si fuera por la tigresa rusa llena de tatuajes no llevaría nada ya. Me quedo con los calzoncillos y el uniforme de camuflaje y luego bebo un trago de mi mochila de hidratación.

El kit androcallo se basa en un traje negro que se parece mucho al neopreno pero con un forro interior poroso. Parece que tiene varias cámaras internas, amortiguación adicional en las articulaciones y una red de tubos o cables que recorren todo el traje. De hecho, posiblemente haya ambas cosas. Una limpieza a fondo no le vendría mal: huele a meado de gato y a amoníaco. Pero nadie huele bien en la guerra. Para presumir, hay que sufrir, y para sobrevivir, también.

Las placas verde esmeralda se cierran alrededor de mis extremidades y mi pecho con una especie de sistema electromagnético que emite un zumbido seguido de un clic cuando cada componente encaja. Para lo mal que huele, este cacharro es muy avanzado.

Por último, los guantes y las botas. Los guantes, aunque son bastante gruesos, permiten articular increíblemente bien. Bueno, salvo por el dedo pulgar adicional en cada mano. Las botas me entran bien, pero tienen un tacón elevado y se me hace extraño caminar. Así que a eso se refería Hollywood antes.

Estoy buscando mi SCAR 17 y los cargadores cuando Franky me interrumpe.

—No tenemos tiempo para eso, Patrick. El inspector llegará de un momento a otro. Además, tienes que representar un papel.

—¿Me estás diciendo que voy a salir ahí fuera sin mis armas?

—No. Me tendrás a mí a la espalda y... —Parece que le duela hablar de repente—. A Verónica en las manos.

Miro con nostalgia a mi SCAR y a mi Glock 19.

—¿Y no queda mejor que un ángel de la muerte que vuelve de una operación empuñe un arma de esclavo a lo Rambo?

—¿A lo Rambo?

Sigo reticente.

—¿Aún... aún no has visto las películas de Rambo?

—No. Pero las tengo en mi lista. Las elecciones de nomenclatura me quitaron las ganas.

—¿Cómo?

—¿En qué cabeza cabe llamar a la segunda película Acorralado, parte II si ya podrían llamarla «Liberado»? ¿Y por qué demonios llamas a la cuarta John Rambo? Es su nombre, debería llamarse así la primera de todas.

—Touché.

—Por lo que respecta a tu pregunta anterior, no —dice Franky—. En la cultura androquí es un insulto tomar, y más aún usar, tecnología de esclavos, sobre todo armas. A menos, claro, que sean armas superiores, en cuyo caso los androquíes hacen una excepción. Pero no sucede a menudo, ya que rara vez intentan esclavizar a civilizaciones superiores.

—Entendido. —Me cuelgo a Franky al hombro y recojo a Verónica—. Parece que nos toca bailar juntos, nena.

—Iría hasta el fin de la galaxia contigo, Patrick —afirma con su picante acento de Salma Hayek.

—Oh, que me aspen, siempre estás igual de desesperada —responde Franky.

—Tiene celos de lo nuestro —me confiesa Verónica.

—No es verdad. Yo ya estaba antes que tú.

—Vale, vale, ya está.

Antes de ponerme el casco, Espectro lo esteriliza con unas toallitas que lleva en la mochila.

—No quiero que te constipes.

—Te lo agradezco. —Sostengo el casco con la mano izquierda y examino el interior—. ¿Seguro que me puedo poner esto, Franky?

—A pesar de las apabullantes diferencias fisiológicas, los androquíes y los humanos tienen un tamaño de cráneo y unos rasgos faciales notablemente similares.

Levanto una ceja con desconfianza.

—Sí. Somos prácticamente primos hermanos.

—No digas tonterías. —Hace una pausa—. Un momento, lo decías sarcásticamente, ¿no?

—Has dado en el clavo.

—Bueno, en cuanto te emparejes con el casco, que es un proceso relativamente indoloro, actualizaré el sistema de filtración para optimizar tu supervivencia fuera de la nave.

—Un momento, un momento. ¿Relativamente indoloro?

—Sí. Sentirás algo de presión en las sienes y un pequeño pellizco en la base del cuello. Y en la mandíbula. Igual en el cráneo también.

—Pero si eso es toda la cabeza, Franky, cojones.

—No, tus cojones deberían permanecer intactos a priori.

Estoy a punto de responderle cuando tengo un pensamiento repentino.

—Espera, ¿podemos sobrevivir fuera de la nave?

—No a menos que seas capaz de respirar nitrógeno. Bueno, puedes inhalar nitrógeno de forma natural. Pero lo que quería decir es que...

—Me dijiste que podíamos respirar en Androquía Prime.

—Pero no estamos en Androquía Prime.

—¿No? —exclama Hollywood.

El resto del Equipo Phantom parece tan sorprendido como ella.

—¿Pero qué demonios, Franky? —pregunto.

—No hay tiempo para explicaciones. El guardia está a punto de llegar.

—¿¡Franky!? —grita Hollywood.

—Estamos en el planeta Karkin Cuatro, desde donde se orquestan todas las operaciones esclavistas de los androquíes. Es una atmósfera particularmente desagradable para los humanos. Pero como ellos respiran nitrógeno y exhalan amoníaco, es intrascendente para ellos. ¿Contento?

—No, no estoy contento —respondo.

—Arg. Y yo que pensaba que estarías eufórico por mantenerte con vida durante tanto tiempo.

—Entonces, ¿era mentira lo de que podíamos respirar?

—No si llevas casco.

—Maldita sea, Franky.

Se escucha un golpe en la parte delantera, bajo el puente de la nave.

—Te toca, Patrick —dice Franky.

—Más te vale ayudarme, Franky. Si hubiera una fuente llena de lenguados, te echaría dentro y me iría.

—Eres un ser despiadado —dice, y tras una pausa—: Pero me caes bien.

Miro hacia atrás y me doy cuenta de que el resto del equipo parece tan inquieto como yo. Estoy a punto de enfrentarme a un androquí vestido con una armadura alienígena, en otro maldito planeta, con un rifle como traductor. ¿Qué podría salir mal?

—Estad alerta —le digo al equipo—. Y escondeos. Si esto se tuerce por cualquier motivo —afirmo inclinándome para mirar a Z-Lo—, aceleráis y atravesáis el portal cagando leches, ¿entendido?

—Entendido —responde el chaval.

—Os recomiendo a todos permanecer en el puente —dice Franky—. Lo último que necesitamos es que vean a los humanos escondidos en el compartimento para los cascos. Por favor, subid y yo cerraré la escotilla.

—Negativo —dice Bumper—. Al menos uno de nosotros ha de quedarse para respaldar a Bic. Me esconderé detrás de esas cajas.

—Pero entonces me temo que tendrás que aguantar la respiración mientras la puerta esté abierta.

—No hay problema —responde.

—Ten en cuenta que mis esfuerzos por redirigir el oxígeno del escape de electrólisis de la planta de recuperación de humedad no serán suficientes para mantenerte con vida.

Bumper me mira, serio.

—Entonces será mejor que Bic se dé prisa.

Ni siquiera había pensado en la calidad del aire ni en la vigilancia, pero son dos puntos clave.

—Bien —dice Franky—. Pero si mueres de asfixia porque el maestro Phantom decide tomar el té de la cinco con el androquí, yo no me hago responsable.

—No te culparemos, Franky. Vamos allá de una vez.

El casco se desliza con poco esfuerzo. Relativamente. Me aprieta un poco en la cabeza, pero hay mucho espacio para la cara y eso es de agradecer. Las cubiertas de los ojos son similares a unas gafas de sol muy oscuras e incluso tras la limpieza de Espectro puedo oler el mal aliento del antiguo usuario. Estoy a punto de preguntarle a Franky qué hacer a continuación cuando recibo un golpe de picana en la cabeza.

—¡Joder! —digo, y me agarro el casco.

—No, no, no —insiste Franky—. ¡No puedes quitártelo!

Me cuesta horrores resistirme y no arrancármelo. Pero dos segundos después el voltaje se reduce a nada. Y todo lo que oigo es el sonido de mi propia respiración.

—Eso no ha sido un pellizco, Franky.

—¿Cómo iba a saberlo? ¿Acaso tengo yo cabeza?

Vuelven a golpear la nave desde fuera.

—Será mejor que empieces a poner cara de póker —dice Hollywood con voz apagada.

Estoy a punto de protestar porque apenas puedo ver u oír nada cuando, de repente, todo tipo de luces y pantallas aparecen en el visor. Y también puedo oír muy bien, como si tuviera puestos unos auriculares Bose en modo transparencia. ¿Se dice así, no?

—Oh, veo que tu sistema de sensores a bordo está activado, ¿me copias? —escucho la voz de Franky dentro del casco.

—Alto y claro.

Entre todos los elementos visuales y el audio me siento como si no llevara casco. Este bicho tiene un sistema HUD que proporciona información en tiempo real sobre la bodega de carga y el contenido, el único problema es que no entiendo nada de lo que pone.

—Franky, ¿y la selección de idioma? No puedo...

—Ya lo veremos más tarde. Ahora tenemos que quitarnos al inspector de encima antes de que pida refuerzos. Está nervioso y ya le he hecho esperar todo lo que he podido.

—Y entonces, ¿yo qué tengo que decir?

—Nada. De eso me encargo yo, tú solo eres un cuerpo vacío.

—Creo que ya me han dicho eso alguna que otra vez.

—El resto, subid —dice Franky—. El espectáculo va a comenzar.

Capítulo 2

16:10, domingo, 27 de junio de 2027

Karkin Cuatro, cuartel general del enemigo

Doy unos pasos hacia la puerta de salida que da a la bahía de carga y me dispongo a pulsar el botón de apertura.

—Espera —dice Franky—. Hay que sellar el casco antes.

—¿Y cómo diablos hago eso, fenómeno?

—Usa tus ojos para seleccionar «Menú», «Línea de comandos», y luego escribe... —Franky suspira—. Oh. Si no sabes leer skrawl.

—Exacto, no entiendo estos malditos garabatos. —Cada segundo que pasa estoy más convencido de que ha sido una idea malísima ponerme el traje.

Vuelven a llamar a la puerta.

—Un momento —dice Franky.

Al segundo noto algo en el cuello que hace que me sobresalte. También noto una pequeña bocanada de aire en la cara y de repente aparece un nuevo indicador en mi HUD. Imagino que tiene que ser algún tipo de icono relacionado con la presión interior del traje.

—Te toca salir —manda Franky.

Antes de que pueda pulsar el botón de apertura, suena una especie de bocina y el borde superior de la puerta se separa del techo. La luz del hangar acentúa el breve intercambio de gases en cuanto la atmósfera alienígena absorbe el oxígeno y el dióxido de carbono de Dolores.

La puerta se abre lentamente, revelando poco a poco la cabeza, los hombros, el arma y las piernas de un ángel de la muerte androquí. Tengo al enemigo a unos dos metros. Frente a mí. En carne y hueso. El ritmo cardíaco se me acelera.

—Por favor, intenta relajarte —dice Franky en tono tranquilo.

Es poco probable que le haga caso. De lo que tengo ganas es de volarle los sesos a ese cabrón.

El extraterrestre ladea la cabeza, me mira de arriba abajo y dice algo en su idioma.

—Sospecha algo —le digo a Franky.

—Tonterías.

Entonces mi casco empieza a emitir una serie de chasquidos y sonidos extraños. No es algo que resuene en mi cabeza, sino a través de un altavoz externo.

—Señálate el casco —ordena Franky en mi comunicador.

—¿Qué?

—Señálate el casco, tarugo.

Obedezco.

—Está diciendo que tu transceptor de localización está apagado. Tu etiqueta de identificación no aparece en su HUD.

—Hubiera sido bueno saberlo antes, Franky.

—Bueno, estamos improvisando.

El androquí sacude la cabeza.

—No se lo ha tragado —afirmo mientras agarro con más fuerza a Verónica.

—Ese movimiento de cabeza significa reconocimiento para ellos —dice Franky apresuradamente—. ¡Está asintiendo! ¡Baja el arma! ¡Baja el arma!

Muevo a Verónica de un lado a otro como si estuviera estirando los brazos.

El ángel de la muerte observa el movimiento con atención y luego vuelve a centrarse en mi rostro.

—Franky, esto no me gusta un pelo.

La criatura parece gruñir y luego da un paso hacia la puerta.

—Échate a un lado, Patrick. Ha de inspeccionar la nave —ordena Franky.

—¿Hace falta que entre?

—Según parece, sí.

—Pensaba que esto era algo protocolario y fugaz.

—Yo también.

Me doy cuenta de que el resto de la tripulación no sobrevivirá a una inspección completa. Incluso con todos escondidos en la parte superior, a excepción de Bumper, la visión térmica del ángel de la muerte los convertirá en blancos fáciles.

—Los descubrirá, Franky.

—No. Mi emisor de disrupción electromagnética los ha mantenido ocultos todo este rato.

Doy un suspiro parcial de alivio cuando el extraterrestre me pasa rozando. No tardará en descubrirlos.

La puerta empieza a cerrarse sin que yo haya pulsado el botón.

—¿Eso lo has hecho tú, Franky?

—Sí, Patrick. En cuanto se cierre, quiero que le pegues un tiro.

Miro a Verónica y luego alzo la vista: el androquí se da la vuelta al escuchar el sonido de la puerta.

El ángel de la muerte dice algo a través del casco y luego se acerca a mí.

—No le está gustando.

—Claro que no. Estamos incumpliendo el protocolo al iniciar el cierre de la rampa. Pero no te preocupes: Verónica está preparada para dejarlo incapacitado.

—¿Y qué tal si lo matamos?

—Bueno, ya sabes. Los transductores de partículas solemos oscilar entre aturdir y hacer papilla. Pero dime, ¿te gustaría conseguir más armadura?

—Sería ideal.

—Entonces Verónica lo aturdirá y tú tendrás que darle el toque de gracia. Solo espera unos segundos más.

La puerta de la rampa no ha llegado ni a la mitad y el enemigo parece enfadado. Quizá no conozca la manera de pensar de estos cabrones, pero sé distinguir cuando un soldado está mosqueado.

—No tenemos más tiempo, Franky.

—Si disparas antes de que la puerta se cierre, solo conseguirás llamar la atención de más soldados. Tenemos que esperar.

El ángel de la muerte levanta su rifle y me apunta.

—Mierda.

Toca improvisar.

Aparto a un lado el brazo del enemigo con el que empuña el arma y me acerco más a él. Entonces le asesto un golpe en la barbilla con Verónica. Se escucha un fuerte crujido que resuena por toda la nave, pero el ángel de la muerte se recupera rápidamente y me propina un gancho de izquierda en el costado del casco.

Mi HUD parpadea durante una fracción de segundo y me duele el cuello del impacto. Me toca devolvérselo: le doy un golpe en el abdomen con la culata del rifle. El androcallo se dobla y le asesto un gancho que le da de lleno en el casco.

Me giro para ver si la puerta se ha cerrado: casi, pero aún no.

—¡Cuidado! —exclama Verónica.

El ángel de la muerte, todavía encorvado, se abalanza sobre mi torso y me hace perder el equilibrio. Caigo de espaldas y mi HUD vuelve a parpadear. Levanto los brazos para cubrirme la cara y una lluvia de golpes se cierne sobre mi casco.

—¿Puedo disparar ya?

—No —grita Franky.

El ángel de la muerte levanta su rifle y trata de apuntarme, pero le doy un golpe al cañón para alejarlo. Él vuelve a apuntarme y lo empujo en la otra dirección.

—¿Ahora?

—Todavía no —responde Franky—. La próxima vez, por favor, no lo saques de quicio.

—Si no me doy... —Asesto un puñetazo al enemigo y agarro su arma por el cañón—. Prisa... —Él empuja el rifle haciendo fuerza con el otro brazo—. No habrá próxima vez.

Puede que los androquíes sean unos cabrones con poca vista y una halitosis terrible, pero está claro que débiles no son. Pongo los brazos en cruz para intentar arrebatarle el arma como si mis brazos fueran unas tijeras. Pero a pesar de mis esfuerzos, su cañón está a apenas unos centímetros de mi casco. Y no puedo derribarlo con las rodillas: el cabrón me ha inmovilizado las piernas y las caderas.

Bumper, que sigue aguantando la respiración, aparece como un fantasma a espaldas de mi atacante. Le quita el arma de una patada y empieza a estrangularlo. Pero como ya dijo Franky, lo último que necesitamos son imágenes de humanos circulando por la intraweb de los androcallos, así que tengo que esforzarme para que el alienígena deposite toda su atención en mí.

El androcallo se lanza a ciegas contra Bumper y eso me da el tiempo suficiente para ponerme de rodillas y darle al enemigo en la tripa con la culata de Verónica. Oigo un crujido y gritos del extraterrestre dentro del casco. Pero la contienda no ha terminado. Estoy a punto de darle de nuevo cuando de repente me golpea en el lateral del casco y me derriba.

—¿Franky? —Estoy a cuatro patas y todo me da vueltas.

—Diez segundos más.

Bumper sigue sujetando al enemigo desde atrás mientras ambos ruedan por el suelo. Parece que cuanto más aprieta Bumper, más se agita el androcallo y trata de asestarle puñetazos a mi compañero. Empuño a Verónica para disparar, pero no veo manera de hacerlo sin darle también a Phantom Tres. Y entonces cometo un error.

Estoy demasiado cerca.

El androquí saca un cuchillo de combate de color gris y se lanza contra mí. Por suerte logro desviar el ataque con Verónica, pero la hoja atraviesa por completo el receptor del rifle. Una erupción de chispas ilumina mi visor y me preocupa que el arma pueda estallar. Pero el enemigo no deja de atacarme con el cuchillo. Utilizo a Verónica para protegerme de todos los ataques y con cada nuevo intento la hoja daña un poco más el arma.

No sé de qué está hecho ese cuchillo, pero ya es suficiente. Así que, cuando intenta atacarme con él de nuevo, le doy un golpe con el rifle y sale volando de la mano del extraterrestre. Pero Verónica también sale volando y cae al suelo.

En ese momento, la puerta de la nave se cierra. Las luces cambian, hay una vibración y las juntas de la puerta se activan.

—¡Fuego a discreción! —grita Franky.

—Creo que no va a poder ser.

Pero entonces veo el FA-NJC del androcallo en la cubierta. Lo alcanzo y noto la corriente cuando el arma y yo nos vinculamos.

—Idioma terrícola detectado —dice el arma—. Usuario, identifíquese, por favor.

—¡Modo aturdimiento! —le grito al arma mientras veo a Bumper y al alienígena forcejear.

—Patrick, este arma aún no está conectada a tus comunicaciones y tu...

—¡Dile que ponga el modo aturdimiento, Franky!

—Enseguida.

Un segundo después oigo un sonido proveniente del FA-NJC.

—Modo aturdimiento seleccionado —dice Franky.

Como si me hubiera leído la mente, Bumper deja de aferrarse al androcallo y da un salto para alejarse. Aprieto el gatillo y disparo al costado del enemigo. Una luz brillante parpadea y noto cómo el casco que llevo puesto amortigua el ruido, como si llevara unas orejeras Sordin Supreme.

Todo acaba en un periquete.

El ángel de la muerte yace inmóvil sobre la cubierta.

—Todo despejado, Patrick. Buen trabajo —me dice Franky a través del canal del casco. Acto seguido se dirige al resto del equipo—. La nave tardará unos segundos en expulsar los gases no deseados y añadir oxígeno, Phantoms. Podéis salir, pero aguantad la respiración unos cinco segundos más.

Me siento, dejo el rifle en el suelo y cuento hasta cinco antes de quitarme el casco. Al hacerlo se escucha un clic suave y una descarga de aire. Me limpio la frente y miro a Bumper.

—Gracias por tu ayuda.

Está sentado en el piso y se frota la sien.

—El cabrón era duro de pelar.

Asiento con la cabeza mientras Hollywood desciende del puente y se pone en cuclillas a mi lado.

—Buen trabajo, Bic. Tu primer enemigo derribado fuera de los confines de la Tierra.

Miro al ángel de la muerte y veo que el pecho se mueve arriba y abajo. Casi me había olvidado de que tenía que rematarlo.

Me tienta la idea de pedirle a Lada mi KA-BAR, ya que lo tiene al lado. Entonces recuerdo el cuchillo androquí y dirijo la mirada a mi rifle.

—Maldita sea. Verónica.

Noto cómo todas las miradas se posan sobre mí mientras me inclino para recoger el arma. Pero en cuanto agarro la empuñadura, veo cables y circuitos prácticamente deshechos. Sale humo del montón de agujeros del costado y el cuchillo del enemigo aún está clavado hasta el fondo, atravesando el metal.

—¿Sigues ahí, Verónica? —Muevo el cuchillo y examino el daño. Pero tiene mala pinta—. ¿Verónica?

—Me temo que la han liquidado, Patrick... —dice Franky—. Lo siento mucho.

Una punzada de remordimiento me inunda el pecho por sorpresa. Lo cual es estúpido, porque no era más que un ordenador parlante. Pero era una buena arma que nos ayudó a salvar la ciudad de Nueva York. Mentiría si dijera que nunca he derramado una lágrima por un arma de servicio sacrificada.

Hijo de puta.

Arranco el cuchillo del receptor de Verónica y me vuelvo hacia el inspector extraterrestre que yace en el suelo.

—¿Para qué es ese cuchillo, sargento jefe de artillería? —pregunta Z-Lo conforme baja por la escalera.

—Para rematar la faena, muchacho.

Tomo el cuchillo y me arrodillo junto al ángel de la muerte. Como yo mismo he podido comprobar que mi casco estaba sellado al vacío, empiezo a tantear alrededor del cuello del enemigo en busca de un pestillo de liberación o algo así.

—Puedes activar el desbloqueo manual en la parte posterior del casco, en la base del cuello —dice Franky.

Encuentro una pequeña lengüeta y la manipulo hasta que empieza a elevarse. El casco emite una pequeña bocanada de aire y se lo quito al extraterrestre.

El rostro del tipo me sorprende. Por un lado, no parece tener párpados, sino ojos iridiscentes de color magenta eternamente abiertos. Y por otro lado, la ranura vertical que tiene por boca está abierta. Me sigue recordando a una planta carnívora.

—¿Lo vas a matar a sangre fría? —pregunta Yoshi.

—No es el momento de ponerse sentimental, Donkey Kong. —Le clavo el cuchillo en un lado del cuello, suponiendo que el alienígena tiene una arteria carótida como nosotros, y luego giro y saco la hoja por la parte delantera de la garganta. Una espesa sangre verde brota de la carne fileteada y fluye detrás de su cuello.

—Dios, huele fatal —dice Hollywood con una mano en la nariz.

—¿No deberíamos haberlo convertido en prisionero de guerra? Normas en combate y todo eso —añade Yoshi.

Niego con la cabeza.

—Ahora mismo, esto es el Salvaje Oeste y la única norma que existe es hacer lo que haga falta para seguir vivos. ¿Entendido?

Asiente con la cabeza, pero parece un poco decepcionado mientras mira cómo se desangra el extraterrestre.

Me pongo de pie y me crujo la espalda. He de darle algunas explicaciones más a Yoshi.

—Oye, si estuviéramos luchando juntos contra los hajjis en Afganistán, tendrías razón. Le pondríamos las esposas y le daríamos una Coca-Cola. Pero no estamos en Afganistán y eso de ahí no es un hajji, ¿entiendes?

Yoshi asiente.

El cuerpo del extraterrestre empieza a temblar al acercarse más a la muerte. La pongo la bota en el pecho para que se quede quieto y me dirijo al resto del equipo.

—El único enemigo que mantendremos con vida será aquel que sepa lo suficiente como para responder a todas nuestras preguntas. Hasta entonces, no son más que androcallos. No son personas. Son asesinos en masa y debemos detenerlos con todas nuestras fuerzas. No dudéis ni un segundo. Si dudamos, lo aprovecharán para cortarnos el cuello. ¿Entendido?

—Entendido —dicen todos.

Los espasmos cesan y el extraterrestre se queda quieto.

—El enemigo ha fallecido —anuncia Franky para que todos lo oigan.

—Vamos a limpiar este desastre —ordeno.

—¿Y qué hay de Verónica? —dice Z-Lo mientras señala el arma cadáver.

—Te instruiré sobre cómo desmenuzarla por partes —dice Franky en un tono que sugiere que está haciendo todo lo posible por mantener la compostura—. Lo que sobre lo descartaremos.

Hemos aniquilado al primer enemigo y hemos tenido la primera baja en este planeta alejado de la mano de Dios.

* * *

Despojamos al cuerpo de su armadura, limpiamos la sangre y el rifle extraterrestre y nos reunimos frente a la pantalla de la nave. Z-Lo ha descubierto una forma de manipular las cámaras externas de la nave para ofrecernos una visión de trescientos sesenta grados del hangar. Como ya dije antes, es enorme, como unos veinte campos de fútbol de ancho y otros tantos de profundidad. Probablemente más. No entiendo cómo los androquíes lograron construir semejante instalación sin ningún tipo de soporte vertical en el centro de la sala.

El hangar está repleto de unidades enemigas que van y vienen. Algunos tienen pinta de ser mecánicos que se encargan de naves como la nuestra. Otros conducen el equivalente extraterrestre de carretillas elevadoras y palas mecánicas. Los vehículos de transporte de personal se desplazan entre las filas y los camiones más grandes con grúas de brazo dejan enseres en las zonas de carga.

—Me he tomado la libertad de hacerme pasar por el androquí asesinado utilizando el transmisor de su casco —dice Franky tras unos minutos—. El mando ha aceptado mi informe.

—Buen trabajo —le respondo dándole una palmadita en el costado—. ¿Cuánto tiempo tenemos entonces?

—Bueno, les he dicho que estaba tomándome el descanso obligatorio para almorzar. Eso nos da unos noventa minutos terrestres antes de que les entre la curiosidad de averiguar por qué don Cara Crujiente no ha vuelto al trabajo.

—¿Una hora y media para almorzar? —dice Hollywood.

—Tienen un buen sindicato —añade Espectro, provocando algunas risas.

—No nos da mucho tiempo de reconocimiento, pero nos las arreglaremos. —Me acerco a la pantalla y señalo el anillo—. Primero tenemos que orientarnos. Franky, ¿en qué lado del hangar está el anillo?

—Tomando la nomenclatura terrestre de los puntos cardinales, al sur.

—La puerta está abajo —dice Yoshi con una sonrisa.

—Muy bien, Ender. —Le guiño el ojo y vuelvo a mirar al monitor—. Al sur pues. Si pasa algo, ese es nuestro punto de exfiltración. ¿Entendido?

Todos asienten. De repente aparece una etiqueta virtual en la pantalla sobre el lugar indicado.

Z-Lo se echa hacia atrás y levanta las manos.

—Yo no he hecho nada.

—Tranquilos, he sido yo —interviene Franky—. Este punto de referencia se trasladará a cualquier nuevo equipo que adquiramos siempre y cuando me deis unos segundos para realizar la conexión.

—A mí me vale —le digo a Franky, y luego miro al resto del equipo—. Puede que acabemos muriendo de frío en la Antártida, y aunque me cuesta creer lo que voy a decir, al menos moriremos en nuestro planeta.

Los Phantoms parecen estar de acuerdo con lo que digo y se dedican medias sonrisas los unos a los otros.

—Muy bien, lord Phantom. —Coloco a Franky en la consola de mando para que tenga todo el protagonismo y luego doy un paso atrás con los brazos cruzados—. Tu turno. ¿Qué puedes decirnos sobre dónde estamos? Sería estupendo conseguir un mapa del planeta y un plano de estas instalaciones para abrir boca.

Franky tarda un momento en responder. Debe de estar ocupado obteniendo los documentos solicitados, así que le doy unos segundos. Pero cuando pasa más tiempo del que considero razonable, intervengo.

–Eh, Franky. ¿Estás ahí?

—Sí, Patrick. Bueno... La situación es la siguiente...

—Oh, mierda —dice Hollywood—. No me gusta cómo suena eso.

—¿Franky? —pregunto con la esperanza de que capte en mi tono de voz que más le vale darse prisa en responder antes de que lo parta por la mitad.

—No tengo mapas de Karkin Cuatro.

Frunzo un poco el ceño.

—No es el fin del mundo —digo.

—¡Ja! En cierto modo sí. ¿No? —dice Franky entre risas.

Con su intento de aligerar el ambiente solo consigue ponerme más nervioso.

—¿Y qué tal un mapa de estas instalaciones?

—Ah, sí. Enseguida, Patrick.

Un plano del hangar aparece en la pantalla. Afortunadamente, Franky se ha tomado la libertad de sustituir el skrawl, que, según dijo antes, es el nombre que recibe el idioma androcallo, por algo más familiar. Docenas de líneas de vuelo, zonas de aterrizaje y bahías de carga ocupan el mapa, así como salidas que conducen a lo que supongo que son pasillos adyacentes y salas de suministros. En general, el hangar es grande y en él hay cientos de naves y miles de androcallos trabajando.

Bumper silba.

—Menuda operación tienen montada.

—Ya lo creo —responde Hollywood.

—Muy bien —digo mientras me froto las manos—. Aquí dice que estamos en el COD, Terminal A3. ¿Qué significa?

—Significa...

—Comisión Optimizada para el Despegue —interrumpe Bumper—. Lo sabemos.

—Más bien no. Centro de Operaciones de Despliegue. —Franky suena sonriente—. ¿Sabes una cosa? Me divierte traducir todo esto para ti.

—Enhorabuena, Franky —digo con una risita—. Y ahora, ¿qué tal si nos indicas la posición de Dolores?

—Sí, gran líder misericordioso.

¿Gran líder misericordioso? Cuando estoy a punto de recriminarle que se tome tantas confianzas, aparece una nueva etiqueta virtual en un espacio de aterrizaje en el cuadrante inferior izquierdo del plano.

—Bien, ¿puedes alejar el zum un poco? Quiero ponernos en contexto.

—Claro que sí, oh, gran sabio.

Hollywood me mira de reojo.

—¿Qué le pasa?

Me encojo de hombros sin apartar la mirada en la pantalla.

El hangar se aleja como si alguien estuviera utilizando un ratón y un teclado. Aparte del hangar principal, hay un único pasillo que se dirige al norte. De él salen, como hojas de un árbol digital en bloque, tres salas. Están marcadas como Armería A3, Comedor A3 y Cuartel A3.

—Esto ya es otra cosa. —Aguardo unos segundos a la espera de que aparezcan más salas en el plano. Pero no—. ¿Y el resto del plano?

Franky hace un sonido como si estuviera tragando.

—Eso es todo, Patrick.

Frunzo el ceño hacia Hollywood y Bumper.

—¿Cómo que eso es todo? ¿Todo el hangar recibe suministro de estas tres salas?

—No exactamente, Patrick. Hay muchas más, te lo aseguro.

—Pues veámoslo. —Me alejo y espero. Pero no ocurre nada—. ¿Sir Franky?

—Aquí estoy.

—¿Dónde está el resto del plano?

—No lo tengo.

Me cruzo de brazos.

—¿Cómo que no lo tienes?

—Nunca me dieron acceso.

—¿Y por qué no?

—Porque desde mi último reinicio nunca estuve en ninguna otra zona más allá de lo que estáis viendo.

Alzo las manos e intento decir algo, pero no me salen las palabras. Me siento... descolocado.

—¿Ves? —dice Franky—. Sabía que te ibas a enfadar. Eres un planificador consumado. Necesitas tiempo para elaborar estrategias, para trazar tus movimientos en el tablero de ajedrez, por así decirlo.

—Oye...

—Y sé que te he descolocado con esto. Por eso no quería hablar.

Le hago un gesto.

—Un momento, ¿cómo sabes que juego al ajedrez?

—Había un tablero en tu casa. Y me ha parecido una suposición acertada basándome en tu personalidad.

—No se equivoca —dice Hollywood.

—No te he preguntado —respondo entre dientes.

—Y todos sabemos que necesitas tiempo para ti, no sea que te acabes enfadando.

—¿Tiempo para mí?

—En eso tampoco se equivoca —añade Hollywood.

Levanto el dedo y lo pongo frente a la cara de Hollywood. Quiero protestar, ¿pero qué decir contra la verdad? Me gusta tener tiempo para mí, a solas. Y, sí, me ayuda a procesar situaciones complejas. Vuelvo a mirar a Franky.

—¿Entonces lo que estás diciendo es que, de todos los lugares de este planeta, los únicos sitios que puedes mostrarnos en pantalla son este hangar y algunas salas de apoyo en el pasillo norte?

—De veras me gustaría poder darte más, Patrick.

—A mí también me gustaría —digo mientras me paso una mano por la cara—. Y para que quede claro, ¿tienes la mayoría de las películas de la humanidad e información sobre todos nuestros activos de defensa militar almacenados en esa cabezota, pero nada sobre tu propio planeta?

—Este no es mi planeta, Patrick.

—¿Sí o no, amigo?

—Sí, tienes razón.

Suelto un largo suspiro y muevo la cabeza hacia delante y hacia atrás para liberar la creciente tensión de mi cuello.

—¿Cómo es posible?

—Fácil de explicar. Borrado de memoria y acceso limitado a la arquitectura del sistema androquí.

—Entonces, ¿solo registras los lugares en los que has estado? —pregunta Z-Lo.

—Exactamente.

El muchacho me mira.

—Es como un mapa del Minecraft.

—¿Un qué?

—No importa. —Z-Lo vuelve a mirar a Franky—. ¿Y pierdes información con cada nuevo usuario?

—Así es —responde Franky—. Aunque conservo mi sistema operativo central NISP y los perfiles básicos de Androquía. Hablar de borrado de memoria no es exacto.

—¿NISP? —pregunta el muchacho.

—Núcleo de inteligencia sintética pinacular. Ya deberías saberlo a estas alturas, chaval.

Vlad levanta la mano.

—Sigo sin entender por qué sir Charles no puede descargar mapa desde la internet alienígena.

—Porque, en cuanto lo haga, los androquíes obtendrán un archivo completo de toda nuestra actividad y nuestra ubicación. ¿Es un buen resumen, Franky?

—Sí —dice con un suspiro—. Aunque espero que entendáis que nada ha sido a propósito. No quisiera que manchara tu opinión sobre mí mientras buscamos construir una relación de confianza mutua.

—Lo entendemos —dice Hollywood.

La miro.

—¿Ah, sí?

Me lleva a un lado.

—Con cada nuevo usuario se resetea, Bic. ¿Cómo estarías tú si después de cada misión te lavaran el cerebro?

—En realidad estaría bastante bien eso —dice Espectro.

—En resumen, lamentamos que te hayan tratado como lo han hecho y entendemos el apuro en el que te encuentras —dice Hollywood.

No me gusta que Hollywood esté siendo tan diplomática. Estamos en territorio hostil y recién nos enteramos de información pertinente que podríamos haber usado mucho antes. Sin embargo, su enfoque es correcto si no queremos alejar totalmente a Franky del equipo.

—Tenías que habérnoslo dicho antes, Franky —digo en señal de protesta.

Espera antes de responder.

—Tienes razón. Lo siento.

Me pongo las manos en las caderas y luego miro alrededor del puente.

—Bien, Phantoms. Necesitamos un plan y tenemos... —miro mi reloj de pulsera Casio G-Shock —. Ochenta minutos antes de que don Cara Crujiente no regrese y el mando sienta curiosidad por Dolores. Manos a la obra.

Capítulo 3

16:48, domingo 27 de junio de 2027

Karkin Cuatro

Centro de Operaciones de Despliegue, Terminal A3

Tras quince minutos de intensa planificación, un desarrollo de alto nivel y una resolución de problemas de vanguardia, el Equipo Phantom decide que la mejor opción es que yo salga de la nave y me arroje a los leones.

Sí. Viva la estrategia.

Vale, soy el único que puede sobrevivir fuera de Dolores, así que lo entiendo. Pero no me da mucha confianza tener que enfrentarme a una misión de reconocimiento en solitario, vestido de androcallo y rodeado de enemigos.

Por si eso fuera poco, no podremos comunicarnos hasta que regrese. Ni siquiera en caso de emergencia. Franky asegura que el riesgo es demasiado grande y yo no lo pongo en duda. Cuando se acabe el tiempo asignado a la misión, santas pascuas. El que esté en la nave vuelve a la Antártida, y el que no, se queda con los androcallos.

Los objetivos parecen bastante fáciles. Lo primero y más importante es buscar pruebas de dónde se está reubicando a la población terrícola. Casi nada. El destino del mundo entero depende de ello, pero todo bien. Y menos mal que sabemos dónde estamos y tenemos unos mapas detalladísimos para orientarnos.

Es ironía, por si no se nota.

¿Que no es tan grave? Prueba a quitarle a un ser humano del año 2027 su teléfono con GPS y mira cómo reacciona cuando le dices que vaya a un lugar en el que nunca ha estado a solo dos horas de distancia. Perderá los papeles. ¿Cómo va a usar un mapa o a pararse y pedir indicaciones si un ordenador puede ahorrarle toda esa faena? Todavía me sorprende que nuestra especie haya sobrevivido durante miles de años sin Google cuando somos incapaces de pasar más de unos minutos sin comprobar si tenemos alguna notificación en el móvil. Preferimos morir en un accidente de coche antes que dejar un mensaje sin leer.

Pero aquí en Karkin Cuatro no solo no tenemos mapa. Ni siquiera sabemos dónde hay un puto váter. Tarde o temprano querremos mandar un fax y nos saldrá perfumado. La gente no suele pensar en esas cosas cuando se imagina el campo de batalla. Creen que todo va de armas y estrategia. Pero sin apoyo sobre el terreno para necesidades básicas, todas las armas y la estrategia del mundo no valen de nada.

Le he preguntado a Franky si mi nuevo casco androquí tenía un mapa o un sistema de navegación incorporados, pero me ha dicho que esas funciones habían quedado inhabilitadas por dos motivos. En primer lugar, en el momento en que el casco se había vinculado a mí, el sistema local había eliminado los datos del usuario anterior. Al parecer, entre esos datos había rutas utilizadas habitualmente, puntos de paso, preferencias, órdenes y horarios; todo información de gran utilidad. En segundo lugar, Franky desconectó inmediatamente el casco del internet de los androcallos, a lo que él se refirió como Protocolo de Comunicaciones Internas Androquíes. Nos explicó que, como norma general, la mayoría de los dispositivos no almacenan casi nada localmente. En cambio, los dispositivos como mi casco dependen de una conexión constante con el PCIA. Así no es necesario almacenar grandes cantidades de datos y el objetivo secundario es evitar que la información confidencial caiga en manos del enemigo, como es nuestro caso.

No puedo evitar pensar que eso conlleva una desventaja evidente: ¿qué pasa cuando un androcallo se desconecta de la web? Si los humanos montamos en cólera cuando el móvil no carga una página en menos de un segundo, ¿qué hacen los androcallos cuando pierden la conectividad con el alto mando o reina o mamá o como se llame?

Dejando a un lado el comportamiento nefasto de la humanidad, el siguiente objetivo de la misión es localizar lo que Franky ha llamado un DAT: dispositivo de almacenamiento de trinium. Al parecer es una especie de unidad de batería móvil que se utiliza para alimentar herramientas pequeñas y sirve para cualquier dispositivo con un núcleo de trinium incorporado. En mi cabeza suena como una batería recargable para mis herramientas DEWALT, por poner un ejemplo, pero Franky dice que no es exactamente así. Bueno, lo que sea. Se supone que esa caja permitirá a todos los miembros del Equipo Phantom adquirir una firma cuántica de trinio que valga para que puedan utilizar armaduras y armas androquíes.

La buena noticia es que Franky dice que sabe dónde puedo encontrar unos cuantos DAT y eso nos permitirá cumplir el tercer objetivo: localizar y confiscar armaduras y armamento adicional, idealmente que no provengan de androcallos aturdidos o liquidados. No necesitamos levantar más sospechas de las que ya hemos levantado y no nos vamos a enfrentar a un hangar lleno de enemigos. Ni hablar.

Mi cuarto y último objetivo es lograr que Franky pueda volver a disparar. No me entusiasma la idea, simplemente por ahorrar tiempo, pero él discrepa, pues todos los objetivos por cumplir tienen un destino común: la armería de la Terminal A3.

Estoy nervioso porque solo he tenido unos minutos para procesar la información e idear un plan. Es precisamente este tipo de ejecución imprecisa lo que hace que haya víctimas. Pero como el tiempo es el que es y nuestros recursos son tan limitados, tengo que jugar con las cartas que tengo.

La puerta de popa de la nave se abre y salgo al exterior. Estoy en la sombra entre Dolores y otra nave. Dos técnicos androquíes vestidos con trajes color beis están enfrascados en el motor de babor de la otra nave. Intento no quedarme mirándolos mucho rato porque sé que existe el sexto sentido.

—Ojos al frente, Pat —me digo.

—¿No están por naturaleza al frente? —pregunta Franky.

—Es una expresión.

—Qué rara. «¡Mirilla al frente, sir Franky!». Vaya. Es verdad, no suena bien. Bueno, ¿estás listo para hacer que vuelva a funcionar al cien por cien?

—Es el objetivo número cuatro de la lista, amigo.

—Sí. Pero es un número cuatro muy importante. —Hace una pausa—. ¿Por qué no avanzamos?

—Dame un segundo. Estoy tratando de hacer eso de navegar entrecerrando los ojos.

—Yo no lo llamaría así exactamente —dice como para sí mismo.

Dirijo la mirada al menú superior e intento centrar la vista en la palabra «Navegación». El sistema operativo del casco detecta milagrosamente mis intenciones y abre un menú desplegable. Parece que Bill Gates también les ha vendido Windows a estos cabrones.

Bajo la mirada a una línea que dice «Mapa: Ubicación actual» y veo cómo se abre una ventana topográfica a mi derecha. Al mismo tiempo, nuevos datos en tonos naranjas se superponen.

—Podría acostumbrarme a esto —digo.

—Vaya estupidez.

—¿Un casco con un HUD que puedes manejar con los ojos te parece una estupidez?

—Carece de un núcleo jerárquico de IA. Es decir, no es más que un lío de software. Es como tener que construir una casa sin un droide.

—En la Tierra... construimos casas sin droides, Franky.

—¡Exacto! —Hace una pausa—. Oh. Bueno... Se han malinterpretado mis palabras.

—Así que no eres más que otro rifle galáctico incomprendido —digo mientras niego con la cabeza lentamente—. Qué pena me das.

—Te estás burlando de mí, ¿verdad?

—Es hora de ponerse en marcha.

—Y de repararme —añade Franky.

—No sé yo. Me he encariñado con este nuevo rifle de servicio —digo mientras le doy una palmadita al arma del inspector.

—Oh, por favor. Como si tuviera personalidad.

—Eso tiene fácil solución.

—No seas ridículo —dice Franky en tono burlón.

—Solo es cuestión de enseñarle unos pocos episodios de los Monty Python y...

—Sabes que es más complicado que eso.

—¿Ah, sí?

—Patrick, tú y yo hemos pasado por mucho juntos. Hemos derramado sangre, salvado vidas, sobrevivido a ataques de plomo. No puedes tirar todo eso a la basura. Por lo tanto, te corresponde repararme en cuanto tengas la oportunidad, aunque solo sea por todo lo que hemos compartido.

—No sé, Franky. Estoy empezando a imaginarte como... como un viejo Yoda colgado a mi espalda.

Hay una larga pausa.

—Yoda es un capullo.

* * *

Avanzamos y voy zigzagueando entre las naves para evitar miradas curiosas. A menudo me detengo para inspeccionar las naves y actúo como si fuera alguien muy importante. Pero Dios sabe que no es más que una patraña. Parezco un turista en Nueva York con una cámara pegada a la cara. Y no es que tenga nada en contra de los turistas o de su talento para las fotos, solo digo lo que pienso. O lo que creo que piensan de mí los androcallos.

Veo al primer tirano andando con aires de pavo real por el pasillo principal a mi izquierda. Me saca una cabeza y lleva un exotraje mecánico negro que hace un ruido como de bufidos y chasquidos al caminar. Una armadura verde mate cubre sus extremidades y sus órganos vitales. Además, lleva un casco en una mano y un rifle de gran calibre en la otra.

Entro en pánico durante una fracción de segundo. No tengo ni idea de las costumbres militares del lugar. Y eso es algo malo. Terriblemente malo. Cada rama del Ejército de Estados Unidos tiene su propia cultura, que incluye ciertas conductas, un lenguaje y costumbres hiperparticulares desarrolladas a lo largo de décadas y, en algunos casos, de siglos. Los rituales van desde las novatadas típicas hasta hábitos que salvan vidas y, de no llevarse a cabo, su omisión puede conllevar medidas disciplinarias o incluso la muerte en el campo de batalla.

Puede que me esté ocultando tras una armadura androquí, pero, de no completar correctamente el siguiente paso, no seré más que un niñato de Brooklyn.

Justo entonces me acuerdo de algo. De cuando estaba en el puente entre un montón de partes biomecánicas humanas. Había varios ángeles de la muerte alrededor del tirano y... ¿Cómo se comportaban?

¡No lo miraban a la cara!

Retiro inmediatamente la mirada de la carne gris con agujeros del tirano y miro hacia abajo y a mi derecha justo cuando paso por delante de una nave de transporte.

El tirano me mira con desprecio y hace una especie de ruido despectivo.

Aprieto la empuñadura de mi FA-NJC. Hay que tener mucho autocontrol para resistir la tentación de dispararle en la jeta a este androcallo. Pero sigo caminando y paso por delante del enemigo.

—Respira hondo, Pat —me digo a mí mismo.

Entonces oigo una especie de chasquidos y sonidos bucales detrás de mí.

—Detente —dice Franky—. Te está hablando a ti.

—¿Y si lo ignoro?

—¡Te disparará por la espalda! Para, Patrick.

Me detengo en seco. El corazón me va a mil por hora.

—¿Puedes traducir?

—Dice que te des la vuelta. Hazlo.

Maldito hijo de puta. Me doy la vuelta lentamente, todavía sin mirarlo directamente a la cara.

El tirano se acerca a mí y dice algo más en su idioma extraterrestre.

Mierda.

—Pregunta qué te pasa —dice Franky.

—Dile que lo odio.

A Franky se le escapa una risita.

—Yo me encargo... —dice.

Sonidos androquíes salen de mi casco y luego el tirano señala mi armadura.

—Ah —dice Franky—. Quiere saber por qué hueles a mercancía humana.

—¿Puede olerme? Mierda.

—No. No se refiere a mierda. Aunque, bueno, sí, los humanos huelen a mierda.

—Dile que acabo de matar a los humanos de la Tierra que intentaron atacar nuestras naves.

—Mmm. —Franky parece impresionado—. No es mala idea.

Entonces empieza a hablar en skrawl por el altavoz de mi casco. Yo trato de acompañar con algunos gestos para sonar más convincente y señalo hacia Dolores.