Lo que el dinero no puede comprar - Lynne Graham - E-Book

Lo que el dinero no puede comprar E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

La artista estaba embarazada… ¡Y tuvo que casarse con el hombre más rico del mundo!   Raj Belanger tenía todo lo que el dinero podía comprar y, también algo que nunca había deseado, la responsabilidad sobre Pansy, su pequeña sobrina huérfana. Debido a su complicada infancia, estaba convencido de que su sobrina estaría mejor con su tía, la artista Sunshine Barker. Hasta que Sunny cambió por completo su vida. Para Sunny, la pequeña Pansy lo era todo. Sin embargo, la salvaje atracción que sentía hacia Raj y la explosiva noche que pasaron juntos, la descolocaron por completo. Seis semanas más tarde, Sunny descubrió que estaba embarazada. Y la solución que le propuso Raj fue toda una sorpresa…

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Seitenzahl: 153

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Lynne Graham

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Lo que el dinero no puede comprar, n.º 3113 - octubre 2024

Título original: Baby Worth Billions

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741904

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Raj Belanger, el hombre más rico del mundo, estaba de bastante buen humor cuando su helicóptero aterrizó en la azotea del Diamond Club en Londres.

Después de todo, el club era su propia creación, y no solo servía de santuario para él, sino también para otras personas con mucha riqueza. Lazlo, el manager, lo recibió en la puerta con discreción y lo acompañó a la zona privada. Las columnas de mármol y los techos altos combinaban con los colores apagados y la opulenta comodidad del mobiliario. Además, dentro de aquel lugar no había espacio para los paparazis ni para los buscadores de famosos. Los empleados estaban perfectamente formados al respecto. Todos los miembros tenían una suite privada y el servicio de catering era tan internacional como la clientela.

Al ver que la secretaria de Lazlo lo miraba con interés, Raj miró a otro lado. Su aspecto siempre llamaba la atención. Era un hombre alto, delgado, fuerte y atractivo que despreciaba la vanidad. Se mantenía en forma para cuidar la salud y la resistencia. Creía que lo que habitaba dentro de una persona era mucho más importante que el exterior. La belleza desaparecía, pero en ausencia de enfermedad, la inteligencia permanecía. Raj había sido un niño prodigio y un emprendedor legendario en el mundo de la tecnología. Tenía las ideas muy claras y pocas personas se atrevían a discutir con él.

Marcus Bateman, su abogado británico, lo esperaba en la suite privada. Era un hombre menudo de cabello cano, astuto y con un agudo sentido para los negocios. Mientras les servían el desayuno, Raj mantuvo una conversación casual. Nunca hablaba sobre temas privados cuando había testigos. Una vez a solas, expuso el tema que llevaba preocupándole desde hacía tiempo: la complicada situación de su sobrina huérfana, Phoenix Petronella Pansy Belanger.

Cuatro meses antes, Raj había perdido a su último pariente con vida, su hermano Ethan. Ethan y Christabel, su esposa, habían fallecido en un accidente de coche. Un accidente provocado por el consumo de cocaína. La niñera que cuidaba de su hija de diez meses había contactado inmediatamente con los servicios sociales para que se ocuparan de la pequeña y le encontraran un nuevo hogar.

–¿Has cambiado de opinión acerca de pedir la custodia? –le preguntó Marcus.

–No, si la hermanastra de Christabel es una buena opción para hacer de tutora, no tengo objeción –repuso Raj–. Yo, puesto que soy un hombre soltero, sería el peor tutor para una niña. La vida que llevo es completamente inadecuada para el cuidado de una pequeña, y no sabría por dónde empezar.

El hombre asintió, consciente de que Raj había vivido en un ambiente disfuncional desde que era pequeño hasta que su madre abandonó a su padre. Sus propias experiencias harían que le resultara imposible vincular con un niño normal. En realidad, Raj nunca había sabido lo que era ser normal. Había estado sobreprotegido, lo habían educado en casa y antes de llegar a la adolescencia ya había conseguido varios títulos de las mejores universidades del mundo.

Se había criado sin el calor de los amigos y de la familia. Sus padres solo se habían centrado en potenciar su excepcional capacidad intelectual. No obstante, cuando nació Ethan, Raj se entusiasmó con la idea de tener un hermano. Al estar protegido de la maligna influencia de su padre, Ethan recibió todo lo que a Raj le habían negado. Lo habían abrazado, animado, querido y alabado, incluso cuando no lo merecía y, para sorpresa de Raj, Ethan se había convertido en un fracasado. ¿Lo habían mimado demasiado? ¿Quizá tenía las expectativas muy altas debido al paraguas económico que Raj le había ofrecido? ¿Las injustas comparaciones entre hermanos le habrían dañado el ego?

Raj había hecho todo lo posible para tratar de apoyar a su hermano, sobre todo después del fallecimiento de su madre. Por desgracia, Ethan no había sido capaz de aprovechar las oportunidades que se le habían ofrecido. Se había convertido en un hombre débil, perezoso y mentiroso, aunque Christabel, una mujer avariciosa e infiel, había sido la peor de los dos. Raj había visto a su sobrina solo una vez, durante el bautizo. Ni a Christabel ni a Ethan le gustaba que hubiera niños en los eventos sociales, así que, Raj no la había vuelto a ver y sospechaba que la pequeña pasaba más tiempo con la niñera que con sus padres.

–La señorita Barker, la tía de la niña, ha aceptado que visites a tu sobrina –le dijo Marcus en tono animado–. Me he tomado la libertad de consultar con tu secretaria personal y agendar una visita para la próxima semana.

Raj apartó el plato del desayuno y le dio las gracias.

–Tengo entendido que la muy tonta todavía se niega a aceptar mi dinero –murmuró.

–Está decidida a criar a la pequeña sin tu ayuda económica –confirmó Marcus–. Algo admirable, dadas las circunstancias.

–E irracional. Abordaré el tema cuando me reúna con ella la próxima semana.

–Recuerda que la señorita Barker no necesita el dinero. Es una artista de éxito. Discutir con ella puede generar resentimiento y dificultarte el acceso a la relación con tu sobrina. Dentro de unos meses el juzgado ratificará la adopción –le advirtió Marcus.

Raj apretó los labios. No veía dificultad en tratar con Sunshine Barker. Si hubiese pensado que se parecía en algo a Christabel, su difunta hermana, se habría visto obligado a luchar por la adopción de su sobrina. No obstante, había investigado a fondo la vida de Sunshine y era muy diferente a Christabel, esa mujer calculadora y sin escrúpulos. Vivía en una finca y le gustaba la vida rural, hasta el punto que iba al bosque para recolectar alimentos con los que cocinar. Era una mujer educada, creativa, bohemia, con el cabello rubio alborotado, sandalias y varios animales rescatados. También era muy respetada en su comunidad.

Raj no la consideraba un reto.

 

 

A Sunny se le había perdido una lentilla y no podía encontrarla en el suelo. Frustrada, buscó las gafas que tenía sobre la mesilla de noche y tampoco las encontró. Una desgracia, porque sin ellas no veía nada. Tarde o temprano las encontraría, se consoló mientras bostezaba y cepillaba su cabello rubio.

Estaba cansada. Y tenía motivos. El día anterior, Pansy se había quedado a dormir en su casa por segunda vez y, a partir de entonces, su sobrina continuaría viviendo con ella. No obstante, todavía necesitaba pasar los controles de los servicios sociales para ser familia adoptiva, así que todavía le quedaba una jornada de orden y limpieza. Nadie esperaba que tuviera la casa perfecta, pero tampoco aceptarían una casa descuidada.

Era una pena que Sunny no hubiera tenido tiempo de terminar la reforma de la casa de su abuela. Había cambiado la cocina y el baño seis meses antes, poco después de que su abuela falleciera, pero las paredes todavía lucían el papel antiguo. El suelo era de madera y demasiado duro para un bebé que empezaba a caminar, así que Sunny lo había cubierto de alfombras. Tarde o temprano tendría toda la casa arreglada, pero, entre tanto, su prioridad era el bienestar y la comodidad de Pansy.

Ese día recibiría la visita del perito de la compañía de seguros para que evaluara los daños que una tormenta había provocado en el establo. Al menos, su sobrina se había quedado dormida y ella había podido vestirse de manera formal para recibirlo. La falda le quedaba un poco apretada, había comido demasiados sándwiches de beicon cuando le faltaba energía… Y también demasiadas chocolatinas mientras esperaba al tren los días que iba a Londres para conocer bien a su sobrina mientras vivía en la casa de acogida.

Sonó el timbre tres veces seguidas. Era evidente que se trataba de un hombre impaciente que no pensaba en que pudiera haber bebés o mascotas en la casa. Bear, su gran danés, aulló al oír el timbre y ella se alegró de no tener vecinos cerca. Descalza, se dirigió a la puerta para no hacerlo esperar más.

Un hombre alto la esperaba fuera. Ella vio que iba vestido con traje de chaqueta y se alegró de haberse puesto la falda y la blusa.

–Es usted el… no importa. Si me da dos minutos me pongo los zapatos y lo acompaño a mirar el establo…

Los zapatos estaban en su dormitorio, pero las botas de agua estaban en la entrada y decidió ponérselas.

–Con estas voy bien –dijo sonriendo y levantando la mirada–. Cielos, ¡qué alto es!

–Usted es menuda –repuso Raj con tacto, mientras se preguntaba por qué diablos querría ella que inspeccionara el establo.

La miraba asombrado porque iba hecha un desastre. Llevaba la falda ladeada y desabrochada en la cintura. Sus senos eran grandes, como los que Raj imaginaba en sus fantasías, pero el top naranja parecía sacado de una tienda benéfica y, como la falda, estaba lleno de pelo de animal. Una sensación de desagrado se apoderó de él, sin embargo, no fue capaz de apartar la mirada de la gran sonrisa que iluminaba su rostro. Ella era preciosa. Tenía el cabello largo, ondulado y de color dorado y sus ojos violetas parecían del color de una flor. ¿Llevaría lentillas de colores? No, no parecía ese tipo de mujer.

–¿Tiene alguna identificación? –preguntó ella.

A Raj nunca le habían preguntado tal cosa.

Tenía el cabello oscuro, y su altura intimidaría a gran parte de las mujeres, pero a ella no.

Raj estaba asombrado. ¿No lo había reconocido? Ella no había ido al bautizo ni a la boda, sin embargo, él creía que sí había asistido al funeral doble. Ese día no la había conocido debido a que mucha gente quería hablar con él. Raj había mantenido la distancia con el grupo de amigos de Christabel, muchos de los cuales habían estado sacándose fotos como si estuvieran en un evento divertido y no en un sepelio.

Conteniendo un suspiro, él sacó el pasaporte y se lo entregó. Sunny Barker tenía los dedos más pequeños que él había visto en una persona adulta. Raj la observó con detenimiento mientras ella miraba el pasaporte. Parecía una mujer atolondrada que necesitaba que alguien la ayudara a organizarse.

Sunny miró el pasaporte y pensó que era una extraña manera de identificarse. ¿La empresa no le había dado una tarjeta con su nombre y el logo? Era evidente que no, pero no era culpa de aquel hombre.

–¿Y el establo? –preguntó él, tratando de seguirle el juego para no avergonzarla.

–Venga por aquí –le indicó Sunny.

Bear caminó junto a ella y evitó al visitante. Bert se asomó entre los arbustos y se acercó amenazante. Bear se echó atrás.

–¡Para, Bert! –lo regañó Sunny–. No seas abusón.

Raj miró al animal con incredulidad. Era el perro más pequeño que había visto nunca. El perro grande estaba atemorizado por el pequeño. Se preguntaba para qué iba a enseñarle el establo. Y por qué estaba con aquella extraña mujer que ni siquiera lo reconocía. ¿Pretendía que todo el mundo lo reconociera con solo mirarlo? Pues más o menos. Y Sunny Barker era la hermana de su excuñada. Debía reconocerlo. ¿Aunque nunca los hubieran presentado?

–Aquí está el establo. Como verá, una rama enorme se cayó sobre el tejado y lo ha roto un poco.

–Más que un poco, diría yo –contestó Raj, observando la deteriorada estructura y anticipando que ninguna agencia de seguros cubriría algo así. Al ver que un caballo lo miraba desde uno de los boxes, preguntó: ¿Quién es este?

–Muffy. Es una Clydesdale –dijo Sunny–. Se disgustó mucho al ver que se caían las tejas y que entraba la luvia.

–Parece tranquila –comentó él.

–Es muy relajada, pero necesito arreglar el tejado. Es mayor –susurró Sunny, como si no quisiera que el caballo la oyera –. Necesita un establo seco.

–¿Por qué me está enseñando el establo? –preguntó Raj mientras ella acariciaba al caballo. Se fijó en cómo el top que llevaba se ajustaba a sus senos al mover el brazo.

Cualquiera pensaría que era una adolescente que nunca había visto unos senos antes. ¡Por favor! Él era un hombre moderno que tenía cuatro amantes, todas en distintos lugares. Se ocupaba de su vida sexual con la misma eficiencia con la que se ocupaba del resto de sus cosas. Se centraba en la privacidad y la practicidad. Podía estar en Londres, París, Nueva York o Tokyo, descolgar el teléfono y quedar con cualquiera de sus amantes. Sin embargo, la idea no evitaba que dejara de mirar el cuerpo de aquella mujer.

–¿Cómo me pregunta tal cosa? Es el perito del seguro –le dijo Sunny sorprendida.

–No, no. Soy Raj Belanger y su sobrina también es mi sobrina. Había concertado una cita para visitarla…

–Iba a venir la semana que viene –repuso Sunny con convicción–. El mismo día, a la misma hora, pero de la semana que viene.

–Creo que descubrirá que está equivocada. Mi secretaria rara vez comete errores –aseguró Raj, justo en el momento en que el Gran Danés se escondía detrás de él para huir del chihuahua. El perro le golpeó en las piernas y él se resbaló y cayó en un charco de barro. Rápidamente se puso en pie y se miró las manos llenas de tierra.

–Lo siento… –susurró Sunny, agarrándolo del codo para guiarlo hasta la casa. Nunca había visto a alguien tan molesto por mancharse de barro–. Venga por aquí para que pueda lavarse.

¿De veras era el tío de Pansy? Se avergonzaba del recibimiento que le había dado. No era de extrañar que hubiese estado tan callado. Seguramente se estaba preguntado de qué diablos estaba hablando, pero había sido demasiado educado como para decírselo.

Raj estaba marcando un número en su teléfono con los dedos manchados de barro y hablaba en otro idioma de manera que parecía que estaba dando órdenes. Sunny decidió que era un mandón con mal genio. Lo guio hasta la casa y abrió la puerta del baño justo cuando Pansy comenzó a llorar.

–Imagino que querrá lavarse. Le traeré una toalla.

Sunny le llevó una toalla y la dejó sobre el cesto que había junto a la puerta. Intentó no fijarse en su pantalón sucio y mojado que evidenciaba que se había caído a un charco. Pobre hombre, era tan vulnerable a los accidentes como el resto de la humanidad, a pesar de su riqueza. Él había intentado sobornarla para que cuidara mejor de su sobrina, y al parecer era incapaz de comprender que lo que ella deseaba era convertirse en la madre de Pansy y quererla sin más. No había dinero que pudiera interferir en el proceso.

Alguien estaba llamando a la pueta. Ella se apresuró para ir a abrir. Quería ir a ver a Pansy, pero debía atender la llamada. Un hombre vestido formalmente le tendió un traje en una bolsa.

–Para el señor Belanger –le dijo.

Sunny se preguntaba cómo había podido llegar tan deprisa. Se apresuró para entregarle el traje a Raj y nada más cerrar la puerta del baño se dirigió a la habitación de su sobrina. Pansy estaba de pie en la cuna y, al verla, levantó los brazos para que la sacara de allí. Tenía la melena rubia y rizada y los ojos azules.

–Sí, preciosa. Tu tía se ha retrasado –le dijo Sunny mientras la abrazaba–. Es la hora de tu almuerzo, ¿verdad?

 

 

Raj observó el baño mientras se desnudaba. Había visto las otras habitaciones por el pasillo y se había fijado en que todas estaban desordenadas y decoradas con motivos florales y baratijas.

A Raj le gustaba tener orden y disciplina en todos los espacios que utilizaba. Todo, excepto las obras de arte, debía ser funcional. Se metió en la ducha porque se había empapado hasta la piel y el agua caliente lo relajó. No así, el estado granuloso del jabón. Estaba en casa de Sunny y las cosas eran diferentes, nada más. Ella era diferente. Muy diferente.

Una vez limpio, se secó y se vistió con el traje nuevo antes de guardar la ropa sucia en la bolsa. Tras dudar un instante, recogió la toalla mojada y la dejó sobre el cesto de ropa sucia. Por primera vez en muchos años, estaba haciendo el esfuerzo de ser escrupulosamente educado.

–¿Señor Belanger? –lo llamó Sunny tras oír que se abría la puerta del baño–. ¡Estamos en la cocina!

Raj respiró hondo y se dirigió a la cocina. Al entrar se fijó en los ramilletes de hojas marchitas que colgaban de las vigas, pero inmediatamente, centró su atención en Sunny y en la niña que estaba sentada en la trona, agitando la tostada que tenía en la mano y bebiendo de una taza de bebé.

–Siéntese. Como si estuviera en su casa –sonrió Sunny–. Sé que no ha tenido mucho contacto con Pansy…

–¿Pansy? –preguntó sorprendido–. Creía que se llamaba Phoenix. En todos los documentos que he visto figura Phoenix.

–Al parecer, su hermano prefería Pansy y le dijo a la niñera que la llamara así –repuso Sunny–. Y la trabajadora social decidió que era lo mejor, ya que es el nombre que reconoce. Los otros dos nombres son un poco sofisticados.

–Interesante –comentó Raj. A él tampoco le gustaban los nombres, pero era demasiado diplomático como para expresar su opinión.

–¿Le apetece un té o un café? Yo me estoy tomando una infusión relajante.

–Café, por favor, solo y sin azúcar. Gracias. Y llámame Raj. De algún modo, somos miembros de la misma familia.