Los creadores - Martín H. Nuñez - E-Book

Los creadores E-Book

Martín H. Nuñez

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Beschreibung

Fue un descuido. Algo extraño en el Gran Maestro y en presencia de todos los grandes maestros del cielo. Y ese descuido hizo que la chispa, la nueva energía preparada para la Tierra, cayera en las manos menos esperadas. Ahora, es Lucas el elegido para poner todo en su lugar. Pero, claro, él no lo sabe. Primero tendrá que ordenar su vida: ya pisando los 30 años no está seguro si seguir en la Agencia 7R, dedicada a solucionar misterios alrededor del mundo. Piensa en su futuro y tiene dudas. Alejarse es una posibilidad. Todo cambia cuando su jefe, el sabio e indescifrable H, le deja un Reloj lleno de magia y misterios. Lucas, junto a la joven e inteligente Amalia, tendrán que visitar lugares increíbles como Lemuria, la ciudad Intraterrena de Erks y Shambhalla para develar el misterio de ese Reloj. Pero también deberá cuidarse hasta de su propia Sombra, ya que del resultado de su misión depende la historia del Universo.

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Seitenzahl: 336

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Ähnliche


MARTÍN NÚÑEZ

LOS CREADORES

Editorial Autores de Argentina

Nuñez, Martín Hugo

   Los creadores / Martín Hugo Nuñez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: online

   ISBN 978-987-761-087-1

   1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Coordinación de producción: Helena Maso Baldi

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina –Printed in Argentina

Primera Parte

La Caída

Fue un sonido, una frecuencia. Una vibración que fue aumentando hasta que sacudió el cielo, el mundo. La explosión fue tan grande que el Universo tembló. Fue la más fuerte de todas. Las manos permanecieron arriba, con las palmas abiertas. Las manos de los creadores, cientos de miles de manos de diferentes formas, colores, tamaños y razas, seres de miles de galaxias y tantas otras formas de vida, todos con sus manos arriba. Las bajaron y respiraron aliviados.

La creación, diminuta, brillante y perfecta, cayó en manos de Miguel, el ángel más joven, que fue volando hacia el más anciano, tal cual lo indicaba la tradición. Así se hizo para la mayoría de los planetas y dimensiones. Así se hizo para la Tierra.

Esa pequeña luz era la más poderosa energía creada en el Universo. Jamás había regresado y siempre había cumplido su misión: la paz, la evolución de cada uno de esos mundos que ahora vivían en completa armonía.

El anciano dudó y los otros creadores se miraron, contrariados. Tragó saliva y se tocó la frente con su mano derecha. Algo no andaba bien. Todos sabían el destino de la Luz. La habían dejado para el final y ya era el momento. La Tierra tenía que despertar.

El anciano, el único que vestía una túnica violeta, tardó más de lo normal en soltar La Luz y un murmullo se apoderó de la Ciudad de los Maestros. ¿Duda? ¿En el anciano? No podía ser. Miedo. Era eso. No hay nada peor que el miedo y todos allí lo sabían. Todos comenzaron a tener esa misma sensación, rara en ellos, y en las afueras de la Ciudad hubo ruido y oscuridad.

El grito de una bestia, el nacimiento de la oscuridad.

El anciano dejó caer La Luz a la Tierra sin saber quién la iba a tomar. No habían escogido a un elegido.

El terror se apoderó de ellos.

Y así fue como todo empezó.

Arriba y abajo.

1

1.1

El esquimal Jarpo está solo y asustado. Tiene la mirada perdida, sin poder creer lo que ha sucedido. Está acostumbrado al frío pero tiembla, pese a estar ahora en una sala calurosa. Le tiemblan los labios, los dedos de las manos y le rechinan los<<<< dientes. Quiere gritar pero no puede de tanta angustia. Se siente bloqueado, ido.

Las paredes de color crema tienen signos de humedad que parecen rostros que lo espían. Quienes aguardan sus palabras están del otro lado de un vidrio oscuro que parece un espejo, pero él lo ignora. O no. No le importa.

Ha pasado por un trauma muy fuerte como para prestar atención a todo lo que lo rodea. Ya les ha dado respuestas. No sabe qué más decirles. Ya había sido lo más claro posible. No quería pronunciar más esa palabra.

Había sido testigo de la desaparición del pueblo de los Inuit, en el norte de Alaska. Sus ojos rasgados y pequeños, se escondían detrás de un poblado flequillo y atesoraban imágenes aterradoras.

Hacía apenas unas horas, Jarpo había estado visitando a su amigo Tonket y allí, en vez de haberse encontrado con un cálido abrazo, el esquimal no pudo moverse. Silencio y desolación.

El miedo se había apoderado de él tras escuchar un sonido que parecía venir por debajo del hielo. Un quiebre, una fractura. La blancura se fue transformando en una gigantesca masa gris, una Sombra temerosa y amenazante que pasaba por debajo de él.

Al levantar la vista: ¡La ciudad de los iglúes ya no estaba allí! Se había hundido entre los gruesos hielos. Cientos de bloques blancos flotaban como si fuesen los restos de un barco atacado por piratas.

Jarpo había empezado a llorar. Su cara regordeta y aceitunada fue pura tristeza. Hasta que un ruido espantoso lo había vuelto a la realidad: ¡Una bestia gigante y monstruosa salta entre los hielos!

Ahora, sentado en una silla, Jarpo recuerda ese momento jugando con los dedos de su mano derecha temblorosa sobre la mesa, y sigue sin comprenderlo.

Había llegado a la estación de policía en busca de respuestas, pero nadie supo dárselas. Había corrido y llorado en el camino mirando hacia todos lados para no volver a toparse con ninguna bestia.

Un hombre de traje marrón y corbata roja abrió la puerta y se quedó parado entre la mesa y el vidrio oscuro.

—Describa lo que vio esa tarde— le dijo con una voz intimidante.

—Era de noche. ¿Otra vez necesitan que se los diga?

—¡Sí! — gritó el hombre y golpeó la mesa con la palma de la mano. Tenía los labios finitos y rostro tenso.

—¿Qué le pasó a mi amigo? —quiso saber Jarpo.

— ¿Era una ballena? —preguntó el hombre obviando su pedido.

—No, más grande. ¡Nunca ví un animal más grande en mi vida!

— ¿Qué era entonces?

— ¡¡Un tiburón gigante!! Jarpo estaba seguro de lo que había visto.

— ¡No mienta! — el hombre se había desanudado la corbata.

— Yo estuve ahí, lo vi— explicó indignado.

El agente se dio vuelta y miró con temor hacia el vidrio oscuro.

—Megalodón—balbuceó resignado el esquimal.

Jarpo pudo jurar que en ese momento el vidrio tembló.

Detrás de esa oscuridad misteriosa se encontraban los científicos y arqueólogos más prestigiosos del mundo. Se habían acercado a ese remoto lugar apenas conocida la noticia. El único testigo acababa de pronunciar una palabra que parecía olvidada, destinada a los libros de historia.

Algunos movían la cabeza, otros miraban al techo. Se agitaron deseando no haber escuchado esa palabra. Era una amenaza para la humanidad. Miraron hacia abajo, buscando respuestas en una alfombra sin vida. El único que habló fue el más anciano.

—Lucas— pronunció en voz baja.

— ¿Quién? —preguntó el más joven. Se preparaba para usar su celular.

El anciano giró hacia la sala. Jarpo parecía mirarlo, como si lo hubiera escuchado.

El joven sudaba, su dedo temblaba a punto de llamar a la oficina oval. El viejo se levantó del sillón con calma, avanzó unos pasos y se apoyó contra el vidrio: —Hay que traer a Lucas.

1.2

Tenía barba de unos días. Mientras se rascaba el mentón, analizaba si debía bañarse o no. Al mismo tiempo, se había agachado debajo de la mesa para buscar una carta de la baraja española que se le había caído mientras jugaba al solitario. Era el cuatro de copas. La cerveza ya estaba caliente.

Lucas no tenía demasiado trabajo. Luego de unas misiones que habían terminado en fracaso no le asignaban nada emocionante y veía su futuro ingresar en un agujero negro. Necesitaba una aventura de las buenas para demostrarse a sí mismo y a todos de lo que era capaz. Sus casi 30 años se lo reclamaban porque se estaba convirtiendo en un panzón aburrido y quejoso. Era demasiado joven para tirar todo a la basura.

No salía de su casa. Solo lo pasaba a saludar la joven Amalia, su ayudante, mientras que en la oficina nadie lo tomaba en serio. Sus compañeros ya tenían grandes hitos en su haber: La Víbora Kaufoz había confirmado la existencia de los vampiros y hasta se comentaba que él era uno de ellos y que andaba atemorizando a jóvenes en las madrugadas del barrio de Flores. El simpático Brandibok Tortorimok ya llevaba descubiertos 23 planetas nuevos en la Galaxia con su telescopio mágico y al que no dejaba utilizar a nadie (solo a Amalia, a escondidas). El español Jaume Barreto hacía años que experimentaba con la invisibilidad de su perro, Jaume II, y con otros animales. Algunos decían que no había ni perro ni invisibilidad, que tan solo se había vuelto loco, pero Lucas le creía y cada tanto le llevaba un hueso a Jaume II. Marcus Peabody Pemberton estaba al mando de un comando anti zombie super secreto que hacía estragos en todo el mundo, mientras que el egocéntrico Mendoza De la Banda ya llevaba encontrados 704 ovnis estrellados en la Tierra: el más reciente había sido uno muy pequeño en la Península de Yucatán. Jamás había contando el destino de los tripulantes de esas naves misteriosas. El rumor indicaba que él era uno de ellos. Mendoza estaba lleno de secretos, tenía lazos directos con los gobiernos más poderosos y con las más misteriosas élites mundiales.

En cambio, Lucas ya estaba resignado. Había tomado la decisión de quedarse en su casa a la espera una llamada del viejo H, su jefe, quien curiosamente, confiaba en él.

El anciano era una eminencia en el mundo de la aventura, había formado a varios profesionales de renombre. El Mejor de todos ellos, el más completo y al que todos querían era Ezequiel.

Nadie se animaba a hablar sobre El Mejor dentro de las oficinas ya que la situación no había terminado del todo bien entre él y H. El joven se había alejado luego de que el jefe le había dicho que no le gustaba para nada las nuevas amistades que había conseguido con la fama. Empresarios, dueños de multimedios, fanáticos religiosos, políticos, millonarios, artistas habían ingresado a su círculo íntimo.

Las últimas noticias que habían tenido de Ezequiel lo situaban en la Luna. Allí había permanecido alrededor de cinco meses en instalaciones antiquísimas (sus nuevas amistades le habían contado de la presencia humana en la Luna desde 1949) y que a su regreso no había sido el mismo. Hacía un tiempo ya que no se sabía nada de él.

Para Lucas, la Agencia 7R, especialista en sucesos asombrosos y por supuesto que se manejaba dentro del más absoluto silencio, aún era una verdadera incógnita, un mundo desconocido lleno de secretos, misterios y enigmas que lo sorprendía día a día. Para ingresar a la secretísima y exclusivísima 7R había que tener conocimientos de historia, paleontología, ciencia, botánica, tecnología, idiomas, arqueología y artes marciales. Y ser especial. Había que … creer. Ese era el secreto mejor guardado de todos: creer. Y, por más que parezca extraño, muchos de los más calificados hombres y mujeres del mundo no lograron su ingreso ante la falta de ese ingrediente fundamental. Creer.

Lucas no se destacaba en ninguna de esas facetas. Era capaz y tenía cierto talento oculto (muy oculto), sólo necesitaba un empujoncito. No le temía a nada ni a nadie. Se animaba a lo imposible. Le costaba mirar más allá, como si tuviera un velo permanente que le tapaba los ojos.

El mayor de todos los misterios de la Agencia era el mismísimo H. Un fantasma. De él solo decían que era la historia en persona. Ni siquiera se sabía su verdadero nombre. Los agentes más jóvenes le temían y a la vez lo adoraban como si se tratara de un Dios mitológico. A veces, parecía serlo. No era muy alto, pero imponía un respeto de gigante a cada paso que daba. Tenía los brazos flacos y era esbelto, pero tenía la fuerza de cientos de guerreros. Su presencia latía, sus pasos se hacían sentir y sus palabras siempre decían algo importante cargadas de sabiduría.

A Lucas le decía que tuviera paciencia porque su gran momento, tarde o temprano, iba a llegar. Hacía años que se lo repetía: —Los tiempos no los manejamos nosotros, sino el de arriba.—.

Lucas olvidó todo cuando sonó el teléfono a las 2 am.

Estaba tranquilo con su rutina: mandarina, cerveza, pies descalzos sobre la mesada y una voz ronca en la radio. Lo dejó sonar varias veces deseando que se callara, pero como no lo hacía se levantó refunfuñando y atendió.

— ¡A que estabas comiendo una mandarina! — era una voz familiar.

— ¿Profe...sor? ¿Profesor King?

—¡Cómo te conozco!

Lucas se despabiló, se rascó la barba con una mano y se paró en señal de respeto, como si pasaran el himno en la televisón. Era su amigo, y también una eminencia en el mundo de la arqueología, la paleontología y la historia. Estaba a cargo del MI8, pero poco se sabía de ellos. Solo que, de alguna manera, siempre estaban involucrados en todo lo que sucedía en el mundo…y en otros mundos, otras galaxias. Su poder e influencia en todo el planeta y en el Universo era inimaginable. Lucas nunca le preguntó sobre MI8 porque ni siquiera el mismísimo King tenía respuestas. Y había otras que no las podía dar.

King conocía demasiado a Lucas. Además, había sido compañero de toda la vida del Viejo H. Casi hermanos.

—Te necesito—, le confesó.

—¿Hay que cambiar una lamparita o el cuerito del baño?, bromeó.

—No te hagas el gracioso. Te necesito acá en Washington, de inmediato—, le contó en un tono más serio. Algo no andaba bien.

—No sé si es buen momento….— balbuceó Lucas antes de ser interrumpido.

—¿No te andas quejando siempre que no tenes aventuras?

—Espero que no me haga levantar de la silla para buscar duendes por las alcantarillas o si hay robots involucrados. Odio la tecnología.

—Nada de eso, quedate tranquilo. Es mucho más importante.

— ¿Entonces voy a tener que llevar ayuda?

—Supongo que te referirás a esa jovencita de la que todos hablan. Dicen que es el futuro de 7R. Una Luz. No vendría nada mal un poco de energía nueva en MI8.

—Amalia no solo es mi compañera sino mi amiga. Primero va a tener que pasar sobre mí.

—Eso es bastante fácil, mi amigo. Quedate tranquilo, tu compañera seguirá a tu lado. Por ahora. Vengan pronto, es importante.

Al cortar, miró a su alrededor. Finalmente, tenía que moverse. Y bañarse.

Antes de meterse en la ducha, dio una vuelta por su hogar: era un desastre. Necesitaba un cambio en su vida. King tenía razón y le había devuelto el alma al cuerpo: una aventura. En definitiva, eso era, un aventurero.

Le quedaba media mandarina en la mano derecha. Comenzó a andar por el pasillo rumbo a la cocina para tirarla, pero se paró frente a un cuadro que hacía tiempo no se detenía a mirar.

Era una obra de arte especial porque se lo había regalado H. Siempre se imaginó a sí mismo en ese cuadro: un Templo de Cristal debajo del cielo celeste y rodeado de montañas altísimas y blancas. El roce de las nubes y el silbido del viento. Le parecía vivirlo ahora. Sabía que la imagen era real, ese Templo de Cristal existía, y se había jurado que antes de morir debía ir allí.

Al retomar su rumbo hacia la cocina, sintió que una Sombra se le acercaba por el pasillo. Se fue haciendo más grande entre las paredes blancas y el techo y parecía que lo iba a atrapar con sus garras negras y puntiagudas. Se asustó hasta que descubrió que era su propia Sombra, que jugaba con la luz del sol del amanecer por la ventana.

—No debería tenerle miedo a mi propia sombra—, se dijo.

1.3

A Amalia le encantaba el misterio y la aventura. Había nacido para ser una guerrera valiente y aventurera. Jugaba; se divertía al tiempo que tomaba su trabajo con mucha profesionalidad. Lucas decía que todavía no lo habían echado de 7R gracias a que estaba al lado de ella.

— ¡A la primera que hacés, te juro que no me ves más!—. Era su discurso, su mantra, en la antesala de cada aventura.

Amalia tenía 22 años, era la agente más joven, y se había recibido en arqueóloga, historia, botánica y paleontología con honores. Y todavía seguía agregando estudios: le fascinaba el boxeo, el tai-chi, las nuevas tecnologías y también la espiritualidad. Era inteligente, astuta, valiente y bella. Su frescura iluminaba cada sitio que pisaba.

H la había reclutado, toda una sorpresa en 7R. Nunca nadie supo de dónde había salido. Todos querían trabajar con ella, pero H la había elegido para estar cerca de Lucas. Los más experimentados opinaron que se trataba de un desperdicio que diera sus primeros pasos al lado de un “vago e ignorante”.

Con el tiempo, Amalia y Lucas supieron tener una relación especial. Tan sólo con mirarlo ella sabía lo que le estaba pasando y también era la única que conocía sus defectos, que eran muchos, y sus virtudes, que siendo también muchas, pocas veces se dejaban ver.

Amalia no sabía qué era lo que la mantenía a su lado. Cada vez que lo veía sentía algo en su corazón que le decía que tenía que mantenerse allí, que estar con Lucas era el mejor sitio donde podía estar en ese momento. Ella había aprendido a escuchar a su corazón, Además, sentía la necesidad de descifrar el “Enigma Lucas”. Se sentía segura a su lado.

1.4

Lucas se sacó dos lagañas que le tapaban la mitad de los ojos y le estrechó la mano al Profesor King. Apenas bajaron del avión, un helicóptero negro los estaba aguardando y se subieron sin preguntar. Viajaron a gran velocidad. Pasaron por encima del Pentágono hasta llegar a la terraza de un edificio despintado. Allí dentro subieron a un ascensor con olor a naftalina, que en lugar de ir de arriba hacia abajo, lo hizo hacia un costado. Lucas, desprevenido, se tumbó contra uno de los agentes que los escoltaban.

Al salir los recibió una decena de científicos preocupados, estado que se hizo más visible al descubrir a las dos personas que King había elegido para la misión. Parecían turistas: Un hombre desorientado y desprolijo y una niña emocionada como si fuera a Disney World.

— ¡Mataría por un mate!— dijo Lucas al ingresar a una sala empapelada de mapas y adornada con computadoras de luces titilantes. Se sentó con los pies arriba de la mesa y comenzó a pelar una mandarina. Le echó una mirada a cada una de las pantallas: Mar y hielo. Un lugar inhóspito y frío. Comió un gajo.

— ¿Qué se perdió? —dijo estirando los brazos hasta un bostezo.

—Ustedes van a ir en busca del Megalodón— soltó el viejo mientras acomodaba unos papeles. No se andaba con rodeos y no había tiempo que perder.

— ¿Megaloquécosa? — preguntó Lucas con la boca llena y que se metía otro gajo en la boca como si intentara ser más desagradable.

— ¿No sabés qué es el Megalodón? —le recriminó el anciano.

Un murmullo se apoderó de la sala.

—Pss, seee, claro…es…es eeeel..el nombre científico de, de…— trató de explicar con incomodidad al tiempo que tragaba un récord de gajos de mandarina.

—El Megalodón es un mamífero extinto hace millones de años. Se comprobó su existencia por restos fósiles encontrados en Alaska y en el Polo Norte. Fue el primer tiburón, el padre de los tiburones. Un Maestro asesino. Medía alrededor de quince o dieciocho metros. Cinco veces más que el tiburón blanco. Estamos hablando del depredador marino más feroz y peligroso de la historia— explicó Amalia, y finalizó con una mueca sobre el final.

Lucas le guiñó el ojo a ella, a King y a una señora con rodete que le devolvió una sonrisa. Luego se asustó. ¿Un Megalodón?

—Apareció uno vivo en Alaska, en la Región de los Inuit. Nuestros registros indican que se devoró a todo un pueblo entero. Y no queremos que éste terror continúe. De seguir con su avance podría llegar a las grandes ciudades. Habrá que investigar si se trata solo de uno. Su tarea será encontrarlo vivo y traerlo. Estamos hablando de un descubrimiento por el que la ciencia y la humanidad estarán muy agradecidas— agregó King.

—¿Por qué nosotros? —quiso saber Lucas. Jamás había estado en una misión de tanta importancia. Todo lo que lo rodeaba era nuevo para él

—Tu nombre se me vino a la mente. Además, mis mejores agentes y también los de H están en misiones muy importantes y aquí no hay tiempo que perder—, King miró de reojo a Amalia. El verdadero motivo del líder de MI8 era ver a la jovencita en acción. Y ella lo percibía.

— Por otra parte, queremos que no se sepa nada de esta expedición, que sea Ultra Secreta. Confío en los dos, sé que pueden hacerlo. También confío en el ojo de H. Si lo hacemos nosotros con todo el circo o con agentes famosos como Fogsworth o Von Tagen, todos los medios del mundo van a saber lo que estamos buscando y van a comenzar a temer lo peor. Vos sabes cómo funcionan los medios. Nunca se va a saber nada de lo que ocurra en estos días. Necesitamos espacio. Con vos y ella, nadie va a sospechar. ¿Me explico?

—¿Y qué hay de Ezequiel? Es El Mejor—, preguntó Lucas por lo bajo.

El Profesor suspiró antes de contestar: —Ya te dije que no confío en él—.

— ¿Y cuando salimos? — preguntó emocionada Amalia, como para romper la tensión que se había generado tan solo con la mención de un nombre, de El Mejor.

—Mañana mismo.

—Vamos de pesca entonces— finalizó Lucas.

1.5

—¡Que frío! — repetía Lucas con una sonrisa. Le gustaba el frío. Siempre el frío antes que el calor. “Un agente de 7R debe estar dispuesto a soportar las más insólitas locuras de la naturaleza. Nunca se sabe dónde pueden estar escarbando, buscando o escapando; un volcán en erupción, una playa, un banco, un museo, catacumbas, la selva amazónica, el fondo del mar, el Universo…”, solía decir mientras movía los brazos para todos lados.

Amalia tiritaba.

El asustadizo Jarpo, que hacía de guía, se había tomado el trabajo de hacer un mapa de los ataques. Todos habían sido en los alrededores del monte Revelation, uno de los más altos del continente. El esquimal miraba al suelo, temiendo un ataque del Megalodón.

Avanzaban en el trineo a motor, que no solo los transportaba a ellos tres sino que también a una enorme jaula de 20 metros hecha de un material casi invisible para el ser humano, una simple sugerencia de King y sus amigos del MI8. Se mimetizaba con el paisaje. En este caso: monótono y blanco. Los hielos podían llegar a volver loco al más valiente.

—Lo mejor va a ser acampar cerca del Revelation— les comentó la chica.

—Hay que sorprenderlo. Vamos a tener que ir a buscarlo nosotros— dijo Lucas. Juntó las manos, la mímica de la boca abierta del tiburón.

—Es lo que estoy diciendo— corrigió la chica.

—Me refiero a que vamos a tener que IR a buscarlo… ahí abajo…vamos a tener que meternos en el agua- agregó.

—¡Estás loco! El Profesor nos dio instrucciones precisas de utilizar la jaula y atraparlo cuando lo veamos—. Amalia se había quedado con la boca abierta.

—Si, pero hay que tentarlo con algo, una carnada—, dijo al tiempo que se señalaba el pecho con los pulgares. —No vamos a atraerlo con un pescadito ni con Jarpo. Yo voy. Y cuando yo te dé la señal, bajas la jaula y listo, chim pum.

—Chim Pum—, repitió ella y bajó la cabeza, resignada.

Ya en el monte, el paisaje era desolador, aterrador. No quedaba nada. No estaba nevando. Lucas ya tenía puesto el traje de buzo que lo tapaba desde el rostro hasta la punta de los pies. Le costaba caminar con las patas de rana.

Encontraron un hueco en el hielo, tal vez hecho por una foca o un oso polar. Por ahí iba a zambullirse.

Lucas iba a estar comunicado por un micrófono muy pequeño con Amalia, quien iba a controlar todos los movimientos de su compañero por una sonda marina, de las que usan los barcos pesqueros para atrapar el cardumen.

Tomó carrera, dio uno, dos, tres, veinte pasos para atrás, desde el lugar donde estaba Amalia. Empezó a correr torpemente por las patas de rana y el hielo. Cuando iba llegando a donde estaba Amalia saltó y se tomó las rodillas con las manos en el aire.

– ¡Chau!- gritó Lucas y se tiró de bomba dentro del hueco.

— ¡Imbécil! — lanzó Amalia. La había salpicado.

Ella y el esquimal fueron a refugiarse a una carpa. Jarpo se paró arriba de una silla, como si eso le impidiera al Megalodón tragárselo de un bocado. La Jaula estaba detrás de ellos. Toda blanca. O eso creían.

Tras unos instantes de silencio, Amalia comenzó a oír un ruido desde su micrófono.

— ¿Me copias? — fue lo primero que recibió Amalia por parte de Lucas.

—Sí, lo copio claro— se alegró ella. Estaba muy preocupada. Lo escuchaba a la perfección, como si estuviera cerca.

— ¡Si me vieran Fosworth y Von Tagen…!— Estaba de buen humor luego de tanto tiempo.

—No veo ningún movimiento raro, sólo de algunos peces chiquititos.

—Sí, los estoy viendo. Hay un par de focas también…

Nadaba con tranquilidad. Estaba realmente seguro de lo que hacía, mientras Amalia comenzaba a no perdonarse dejarlo ser la carnada.

— ¡¡Atención Lucas!! ¡Se acerca algo grande a su derecha! Debe ser el monstruo— la voz de Amalia era de alarma.

— ¡No! Parece un bicho….no sé, es grande, sí, pero no se mueve, está rígido, duro…A ver…¡Esperá!

— ¡Seguime hablando!

— No es el bicho…¡es …un submarino…!¡¡Eh…, eyyyyy!! —gritaba Lucas.

Amalia apartó los auriculares. Los gritos casi le perforan los tímpanos.

— ¡¡Eyyyy…!!¿Qué tal? ¿Me ven?

Lucas agitaba los brazos y hacía todos los movimientos posibles hacia el submarino. Una máquina de guerra se paseaba por la zona. Era enorme.

—Me voy a acercar— dijo el arqueólogo sin pensar.

—No es una buena idea— le dijo la joven a un Jarpo que no entendía nada de lo que sucedía.

Empezó a mover con ganas las patas de rana.

En eso, de la nada, y a toda velocidad, apareció el monstruo de 18 metros de largo y chocó a la máquina con un fuerte golpe. Casi medían lo mismo. Lucas se frenó. Vio a la bestia girar y volver a chocar al submarino, como si se tratara de un automóvil. Retomó y atropelló de nuevo, con más fuerza, hasta partirlo en dos. Lucas estaba asustado. Vio como una parte del submarino se desprendía de la otra y caía hacia la oscuridad del abismo. La bestia metía su cabeza y la movía sacudiendo el resto del submarino con sus filosos dientes.

Después, solo una nube de espuma y burbujas. Se notó aturdido y empujado por un oleaje imparable, que lo atrapaba y lo tiraba hacia atrás.

— ¡Lucas! ¡Lucas…! ¿Estás bien? — preguntaba Amalia desesperada.

—Ssesssssi…ssiii, creo que si.

— ¿Qué pasó?

—El Megalodón ¡¡Se…s-s-s-s-se comió al submarino!!

—Hay que sacarte de ahí. ¡No lo veo ahora, lo perdí! ¡No sé dónde está!

Lucas se balanceaba sobre la nada. Le parecía que el agua se había ido y se sentía volar, pero veía claro el abismo.

—Tampoco aparece en el radar, va a ser mejor que salga ya, ¡¡yaaaaaa!! — gritó. En eso, se le apagó el monitor.

Amalia salió corriendo del iglú.

— ¡Lucas! — gritaba.

De repente, el hielo se rompió, se quebró. Una explosión… y un monstruo gris salió a la superficie con la boca abierta. Ella se sintió pequeña.

Era un ruido ensordecedor, tenebroso. La chica se había caído, el esquimal empezó a correr en dirección contraria. ¡La jaula! La había perdido, no la veía.

Amalia buscaba a Lucas. Pegó un grito. El monstruo también.

El animal seguía moviendo su cabeza para todos lados, emitiendo sonidos de bestia, que ningún ser humano había escuchado antes. Volvió a zambullirse. Ni señal de Lucas.

Amalia se levantó del hielo y fue hacia el trineo, pero, tenía que saltar entre los bloques de hielo para llegar hasta allí. Parecía imposible.

Sintió un golpeteo debajo de ella, como si tocaran a la puerta de hielo. Miró y no lo podía creer. ¡Era Lucas! Estaba debajo de ella y le señalaba La Jaula. Tenía que encontrarla sí o sí. A los lejos, la aleta feroz del Megalodón se acercaba a toda velocidad. Lucas se soltó del hielo y nadó como pudo para hacer de carnada. Amalia distinguió un saludo con la mano. Una despedida.

Solo vio más burbujas que se acercaban. No le quedaba otra que confiar en la joven, como siempre lo había hecho.

Cerró los ojos y empezó a nadar. Ni siquiera era competencia contra la tremenda velocidad de la bestia. Sintió calor a su espalda y si se movía más de la cuenta era por el impulso del tiburón que se acercaba detrás suyo. No aguantó más y le hizo frente. Frenó su marcha, ya era ridículo seguir avanzando. Y fue ahí que lo vio. Le pareció que la bestia también frenaba su avance, le daba una nueva oportunidad. Se reían, los dos lo hacían. El Megalodón tomó impulso, movió su aleta y avanzó hacia Lucas, quien en segundos vio los dientes filosos y podridos del animal encima suyo, pero al momento del mordisco, el tiburón no pudo bajar la mandíbula hacia su presa.

¿Qué estaba pasando?

El Tiburón gigante se movía, incómodo, apretado y mordía el agua sin poder alcanzar a Lucas, que lentamente, temblorosamente, levantó la mirada. Logró ver una silueta que lo saludaba al otro lado del hielo, en la superficie.

Amalia lo había logrado. Justo a tiempo había accionado La Jaula, que se había mimetizado con el color del océano y había encerrado a la bestia.

El súper tiburón se estaba cansando, pero seguía retorciéndose dentro de La Jaula. Amalia se paró y empezó a acercarse, pero no hizo más que esperar con los brazos en jarra. Lucas descansaba ya encima de un bloque de hielo.

Llegó hasta donde estaba Amalia, que seguía desorientada, con la boca abierta por lo que habían hecho.

La chica se quedó mirándolo, sin pestañear. Las palabras no le salían, seguía temblando, no sabía si llenarlo de patadas o abrazarlo. Palparlo, a ver si era de verdad, pellizcarse.

— ¡Brrr! Una toalla…—pidió el Agente.

Amalia seguía sin comprender. ¿Se trataba de un nuevo superhéroe, acababa de ver a un ser maravilloso, a un ser indestructible?

No, era Lucas.

Sin embargo, durante esa tarde o noche o mañana en Alaska, para ella, Lucas fue poco menos que Superman

.

2

2.1

Los Súper Héroes son así: misteriosos, valientes, fuertes. Algunos pueden volar, otros ven en la oscuridad, metamorfos, gigantes, gladiadores, invisibles. Ojos biónicos, brazos alargados como plastilina, más rápidos que la luz, veloces como un avión, inteligentes, telépatas. Extraterrestres, humanoides, verdes, amarillos, rojos, blancos, negros. Salvan vidas, evitan catástrofes, se involucran con la gente, juegan, luchan. Algunos no se ven, se mantienen ocultos, otros se muestran y comparten sus poderes. Otros ni siquiera saben que tienen la capacidad de mover objetos con la mente, de ser como los pájaros o los delfines. La mayoría abandona y cae. En definitiva, jugar, correr, nadar, pensar son superpoderes.

Y también está Lucas, al que nada le salía bien tras la batalla con el tiburón gigante en Alaska: un brote de conjuntivitis, el fin de la temporada de mandarinas, el corte de gas en la cuadra de su casa hasta los ruidos de fiesta de la vecina que no lo dejaban dormir. Ni él se soportaba de lo quejoso que se había vuelto.

Como si fuera poco, pensaba que se estaba volviendo loco con la presencia de una Sombra que lo acosaba a cada momento. La última vez había sido al abrir la puerta de su casa. Giró y allí estaba la Sombra. Era de noche y él volvía de una larga gira de vinos acodado en el bar de siempre, pero se miraron. Lucas no respiró y la Sombra tampoco. Lucas se movió y la Sombra también. No le dio importancia y, con un ojo alerta, volvió a girar para ingresar. La Sombra no se había movido. Se asustó y pegó un portazo.

Las buenas, o las no tan malas, no tardarían en llegar. Días más tarde lo llamó su jefe para un trabajo secreto.

— Tengo tarea para usted—, le dijo por teléfono. Ni siquiera un “hola”.

— …

—Pidieron por usted…—insistió luego de no obtener respuesta.

— ¿Quién? Solo un demente haría algo semejante.

—Ya no voy a tolerar ese personaje que hace, Lucas. Déjese de embromar y saque pecho, hombre. Ya tiene 30 años.

—…

— Hay alguien que quiere que se ocupe de un trabajo de suma importancia… quedó impactado con lo de Alaska. Todo se filtra, no hay secretos en nuestro mundo, solo los que realmente quieren mantener el secreto logran hacerlo.

—Me intriga…— respondió con sorpresa. Más aventuras.

—Lo único que me dijo es que este trabajo podría cambiar el mundo tal cual lo conocemos, que es algo bastante delicado y debo confesarte que a mi también me genera un poco de intriga. Habló de tiempos, de dinero y de mucha urgencia por encontrar algo que parecía perdido u olvidado—, agregó.

—Debe ser una broma—supuso Lucas mientras se balanceaba en una silla y jugaba con el cable del teléfono como una adolescente enamorada.

—No es chiste, se trata del multimillonario Mohammed Bin Persa. Un fanfarrón. Dice que tiene el Santo Sudario, algo que es falso, lo tenemos nosotros. Lo cierto es que Bin Persa haría cualquier cosa por tener lo que no tiene. Sueña en grande, y lo hace despierto. Es un hombre peligroso.

— ¿Y cuál es la misión? — preguntó.

—Bin Persa es un hombre un tanto particular. Cuando digo que haría cualquier cosa por tener lo que no tiene, lo digo en serio. Cualquier cosa. Hace un tiempo trabajó con un viejo amigo. Aunque le perdí el rastro. Puede quedarse tranquilo: jamás voy a ponerlo en riesgo. Por lo pronto, tiene que ir a encontrarse con él a Dubai— dijo.

Lucas no respondió, estaba pensando.

—Dubai, es en los Emiratos Árabes. Sale mañana. Dígale a Amalia que lo acompañe, va a necesitar ayuda. Y agarre un mapa.

2.2

Bin Persa era enorme, moreno, pelado, gordo y feo.

—Las tiene todas— le susurró Lucas a Amalia.

El árabe besó la mano de la dama y estrechó la del caballero con fuerza. En la otra mano sostenía un vaso con gaseosa y mucho hielo. Los tres quedaron solos en una habitación grande y con pocos muebles, pero con enormes ventanales cubiertos con finas cortinas claras.

Se sentó en un sillón marrón claro. Lucas amagó con sentarse a su lado, pero con un gesto el árabe le indicó una sillita de madera, alejada.

—Imagino que se debe estar preguntando qué es eso tan importante por lo cual lo llamé—, comentó el árabe, un tanto impaciente.

—Si, efectivamente, nos gustaría saber qué hacemos acá—, respondió.

Amalia se paseaba por la habitación con mucha curiosidad hasta que fue a dar con otra sala en un costado. Bin Persa notó su curiosidad y la habilitó a seguir adelante con un gesto con la mano llena de anillos.

La muchacha se vio hipnotizada y se detuvo en cada objeto que se le ponía enfrente: espadas, sables Samurai, escudos escoceses, uniformes persas y monedas macedonias de la época de Alejandro Magno, un rostro diminuto y con los ojos cerrados, la cabezade un león rugiendo, y varios artefactos bélicos que no alcanzó a reconocer. Oyó un leve zumbido sobre un costado de la pared: una cámara de seguridad bien pequeña y con una titilante luz roja que la estaba siguiendo a cada paso. Decidió no tocar nada.

En la sala mayor, Lucas se limpiaba la transpiración de la frente con un dedo, que se secó en el pantalón caqui.

—Creo que es el indicado para este tipo de trabajo… Verá.

Bin Persa se puso serio, movía las manos regordetas llenas de anillos dorados.

—Se trata de algo maravilloso. Mi anterior arqueólogo falleció en el intento, así que debo advertirle que es bastante peligroso.

—Entonces no es tan maravilloso ¿Qué le paso? ¿Cómo murió?

—No lo sabemos con exactitud, pero algunas versiones hablan de cocodrilos y otras de escorpiones. No se encontró su cuerpo. Desapareció. Dejó su libreta de anotaciones. Entre sus últimas páginas, apunta lo cerca que estaba de un descubrimiento del que todo el mundo hablará por siempre.

—Lo escucho— le respondió Lucas, desorientado. Las palabras lentas del árabe lo estaban aburriendo.

—Magno, así se llamaba, estaba cerca de El Cairo cuando murió. Fueron muchos años de trabajo, nada fácil, se lo aseguro. Los que lo vieron en sus últimos días dicen que se había vuelto loco. Ja, la obsesión puede volver loco a cualquiera, ¿no le parece? En fin, sus anotaciones dicen que cerca de allí es probable que se encuentre uno de los artefactos más buscados de la historia. Yo creo que el viejo loco encontró algo. ¡Estoy hablando de La Máquina del Tiempo! ¿Se imagina, Lucas, lo que se puede hacer con semejante instrumento? Tanta historia, tanta ciencia, tanto…poder. Quiero que usted continúe con la búsqueda. Tráigame La Máquina del Tiempo, Lucas— le dijo el árabe abriéndole sus gigantescas manos.

Lucas estaba fastidioso. Esas historias no le gustaban. Decía de ellas que eran fantasía. Miró a Amalia, parada a su lado. A ella sí le fascinaba el tema.

— ¿Qué tan grande es esa Máquina? ¿Cuál es su tamaño? —cedió Lucas ante el entusiasmo que demostraba su ayudante.

—Los escritos no dicen nada, no se sabe de qué se trata. Puede ser un auto, un ovni, un tanque o un barco. Tal vez un Reloj. No importa el tamaño, no se preocupe por eso. Tampoco debe preocuparse de que los persigan. Cuenta con mi seguridad en todo esto ¿Entonces? ¿Acepta el reto?

Tiraba el desafío Bin Persa, que jugueteaba con un vaso de gaseosa con mucho hielo. Lo miraba fijo, con rudeza.

Lucas tenía la última palabra:

—Psss, seee.

2.3

Tras un nuevo viaje en avión desde la calurosa Dubai hasta la más calurosa ciudad de El Cairo, llegaron en un Jeep de ruedas gigantes especialmente equipado para la misión encomendada por el enigmático Bin Persa. Allí, en el desierto alrededor de la capital de Egipto, el libro del anterior arqueólogo indicaba que podría llegar a estar el preciado tesoro. Lucas había ojeado el manuscrito de Magno, pero lo había abandonado a desgano. La simbología, datos, mapas, dibujos, palabras en distintos idiomas, los números y todas las rarezas que había allí escritos no eran de su agrado. Se lo pasó a Amalia, quien lo recibió con mucho interés. A simple vista le pareció al Manuscrito Voynich, que aún hoy no se consigue descifrar, escrito en un idioma desconocido y con imágenes y figuras desconcertantes.

Atrás habían quedado las Pirámides y se adentraban en un mar de arena. Amalia pisó el freno. Tenía abierto el libro sobre sus piernas y paseaba un dedo por uno de los tantos mapas dibujados en lápiz con mucho cuidado.

—Tiene que ser por acá— dijo pasándose la mano por la frente. Parecía cansada, pero quería continuar hasta dar con La Máquina del Tiempo.

—Te creo.

— ¿Sabés qué es lo raro de todo esto? —le preguntó la chica.

— ¿Además de que estamos buscando algo que no existe? No, ¿qué más?

—Me estaba fijando en los escritos de Magno y la verdad me llama mucho la atención la presencia de un Reloj, o por lo menos le llamaba la atención a él. No se trata de una máquina gigantesca ni de un vehículo…solo habla de un Reloj. Tampoco da especificaciones, pero…escuchá: “…el tiempo es más que una burla. Todo está regido por este simple elemento…Estuvo aquí…..ya no….debo irme…arriba. De alguna forma tengo que llegar arriba”— leyó.

También encontró dibujos: monstruos, espadas, dragones y sangre. Ángeles, predominaban los ángeles, blancos y negros, como sombras.

— ¿Un Reloj? Seguro que no veía la hora de irse de acá— bromeaba Lucas.

—No, prestá atención…acá dice que el Reloj…, que están buscando en el lugar erróneo…

— ¿Y qué más dice? — preguntó por preguntar.

—No se entiende mucho, o este Magno tenía una letra ilegible, peor que la de un doctor, o escribía en un idioma que desconozco. Agrega algo así como que El Reloj cambió de mano, que alguna vez estuvo aquí, que permaneció escondido muchos años, por precaución…”