Los escribidores de cartas - Beatriz Osés García - E-Book

Los escribidores de cartas E-Book

Beatriz Osés García

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El río, o la culebra,cruza el pequeño pueblo de Noaberri.Federico, el cartero,está a punto de perder su empleo.Iria, su nieta,tiene un plan para salvarlo.Pero don Isidoro, el alcalde,odia el río y también a Federico. Mientras las cartas se están muriendo,todos ellos esconden un secreto…¿Adivinas cuál?

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Seitenzahl: 77

Veröffentlichungsjahr: 2019

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• 1

EL BUZÓN

EL CARTERO abrió la portezuela metálica del único buzón de Correos que había en el pueblo un martes por la mañana.

–¿Lo ves? –preguntó a su nieta.

Ella hizo una mueca de fastidio.

–¡Este es el hogar de las arañas! –suspiró el hombre apartando las telas grises que cubrían parte del interior del buzón.

–No hay ni una –reflexionó la niña en voz alta.

–¡Ni una sola! Y llevo así más de tres semanas –protestó agobiado mientras se ajustaba su gorra azul marino.

Estaban solos en la plaza y el cielo amenazaba tormenta.

–No te preocupes, abuelo. Será una mala racha... –intentó consolarlo–. ¡Quizá el próximo día tengamos más suerte!

–No creo en la suerte, Iria. No se trata de una racha –le aclaró muy serio–. Lo que ocurre es que la gente ya no escribe cartas.

La niña lo miró preocupada.

–¿Y si yo las escribiera para ti?

Él sonrió con ternura.

–¡Ni siquiera tú podrías salvarme, chiquita!

–¿Salvarte? –preguntó extrañada.

–Esto no tiene solución –afirmó con los ojos fijos en ella–. El pueblo ya no necesita un cartero.

–Pero ¿qué estás diciendo, abuelo?

–Voy a perder mi trabajo si todo sigue igual. Las cartas se mueren... Se mueren –repitió para sí mismo–. Si en quince días no se produce algún cambio, el alcalde se encargará de que me despidan.

En ese preciso instante empezaron a estallar las gotas sobre el empedrado de la plaza.

El abuelo y su nieta se refugiaron en los soportales y se quedaron en silencio.

• 2

EL ULTIMÁTUM

TODO HABÍA COMENZADO la mañana anterior, cuando el alcalde se presentó por sorpresa en la pequeña oficina de Correos.

–Buenos días, don Isidoro –lo saludó el cartero esforzándose por sonreír.

–Buenos días –le correspondió él tamborileando sobre el mostrador de madera que los separaba.

Ambos guardaron unos segundos de tenso silencio. El cartero sintió unas gotas de sudor resbalando por su cuello. ¿Qué querría aquel hombre? Era la primera vez que acudía a la oficina desde... Desde lo que pasó en el río.

–¿Qué tal? ¿Mucho trabajo? –preguntó con ironía el recién llegado.

–Menos del que me agradaría...

–¿Sabes cuántas cartas se han enviado este mes?

–Sí, señor. Espere un momento y lo consulto en el libro de registro.

–No hace falta –se adelantó el alcalde, petulante–. Calculo que no habrán sido más de cinco. ¿Me equivoco?

Tenía razón. En el libro de registro figuraban cuatro cartas.

–Está en lo cierto, señor. Han sido cuatro –puntualizó el abuelo de Iria.

–¿Y sabes lo que implica eso para Correos?

–No, señor.

–Yo te lo explicaré –añadió con arrogancia–. Significa un gasto inútil. Nadie cobra un sueldo por entregar cuatro cartas al mes. ¿Me comprendes?

–Sí, señor.

–Voy a ser generoso contigo, aunque no lo merezcas. Sé que tienes una nieta a tu cargo, así que te doy quince días para que esto cambie de forma radical.

El alcalde se rascó la perilla. Parecía saborear ya su victoria.

• 3

LA CULEBRA

«El río es una culebra», solía decirse el alcaldecuando se quedaba a solas en casa. «Una culebra venenosa». Y luegobebía un trago de licor que le sabíatan amargo como aquella tarde de verano.Habían pasado treinta años.Y nadie hablaba de aquello.Porque la muerte era tan silenciosa e inesperada como las culebras.

• 4

UN ASUNTO URGENTE

EL MISMO MARTES por la mañana, agobiada por la noticia que le había dado su abuelo, la niña envió un wasap a un par de amigos.

IRIA

¿Nos vemos esta tardeen la plaza?Asunto urgente.

AITOR

¿A qué hora?

IRIA

A las cinco.

JORDI

No sé si podré ir.Tengo que limpiar.

IRIA

¡Es muy importante!

AITOR

Ok.

JORDI

Lo intentaré. No prometo nada.

IRIA

¡Muchas gracias, chicos!

• 5

UN GRAVE PROBLEMA

IRIA ESTABA SENTADA en la escalera de piedra que rodeaba la fuente de la plaza cuando apareció su primer amigo.

Era un chico desgarbado y pecoso, con gafas y aparato en los dientes. Y hablaba como si tuviera un chicle pegado en el paladar.

–¿Qué ocurre? –preguntó Aitor–. Parecías muy preocupada.

–¡Y tanto!

–¿Es muy grave?

Ella asintió con un gesto.

–Pero ¿tiene solución? –insistió él.

–Por eso os he llamado. Me he pasado varias horas en blanco intentando pensar en alguna idea, pero nada. Necesito vuestra ayuda. ¿Crees que Jordi va a venir, o se quedará limpiando el polvo de su dormitorio?

–Sinceramente, pienso que ya estará en pleno zafarrancho de combate –contestó Aitor–. No soporta los ácaros. Me comentó que es alérgico. Así que será mejor que no contemos con él.

Se equivocaba. A los quince minutos, Jordi llegó con un plumero bajo el brazo.

–¿Te traes el plumero a nuestra reunión? –preguntó Iria, alucinada–. ¿No te parece que estás exagerando un poco?

–¿Y qué esperabas? Tengo TOC –les dijo barriendo con esmero el escalón de piedra en el que iba a sentarse.

–¿Qué es eso?

–Trastorno obsesivo compulsivo –aclaró el de los ácaros.

–¿Y eso qué significa?

–Pues que tengo mis manías, como la de la limpieza, y me obsesiono con ellas. Pero, bueno, he venido por tu mensaje, Iria. ¿Qué te pasa? –preguntó intrigado.

–Mi abuelo está a punto de perder su trabajo.

–¡No fastidies! –saltó Jordi–. ¡No tenía ni idea!

–¡Yo tampoco! –añadió Aitor–. ¿La ha liado?

–No.

–¿Entonces? –preguntaron los chicos a coro.

–Pues que ya no hay cartas. Y si la situación no cambia, lo van a echar –se lamentó la niña–. Le han dado un plazo de quince días para solucionarlo. Pero el buzón del pueblo está siempre vacío.

No mencionó lo de las telarañas porque sabía que Jordi intentaría meter el plumero por la rendija y no serviría de nada.

• 6

GAFADOS

EL DE LOS ÁCAROS carraspeó y rompió el silencio que se había creado.

–Si no hay cartas, no hay cartero.

–Gracias, Sherlock –ironizó Iria.

–Oye, no te pongas borde. Solo intento ayudar.

–Pues como sigas en esa línea... ¡no sé yo! –protestó ella.

–¡Calla, que estoy pensando! –exclamó, y comenzó a retorcerse el flequillo de un lado a otro.

–Necesitamos cartas –resumió Aitor–. Yo creo que hasta ahí llegamos los tres. Pero quince días es muy poco tiempo.

Necesitaban un milagro.

–Yo puedo ponerme en contacto con algunos amigos de mi ciudad –comentó Jordi–. Son del grupo de terapia.

–¿También tienen TOC? –se interesó Iria.

–Pues sí, ¿pasa algo? –saltó mosqueado sin dejar de retorcerse el mechón de pelo.

–No, no.

–Todos tienen algún TOC, pero saben escribir –se defendió Jordi–. Podría pedirles que me enviaran cartas o postales.

–¿Y cuántos amigos hay en tu grupo? –preguntó Aitor.

–Cuatro.

–Bueno, algo es algo.

–Yo le he escrito una carta a mi abuelo. Quiero darle ánimos. Le he dicho que hemos preparado un plan.

–¿Qué plan? –preguntaron al unísono.

–Por ahora, ninguno. Y no voy a mentirle. Tenemos cinco posibles cartas. Y no nos vamos a ir hasta que se nos ocurra algo –les advirtió la niña, muy seria.

Jordi se removió intranquilo.

–Yo escribiré a TODA mi familia –anunció Aitor.

–Eres hijo único –le recordó ella–. Y tus abuelos ya murieron.

–Bueno, pues a mis amigos –se defendió él.

–Yo soy tu única amiga por aquí.

–¡Y yo! –rezongó el tercero en discordia–. ¡Que solo vengo de vacaciones, pero tengo sentimientos!

–Que sí, hombre. ¡Tú también eres mi amigo! –le aseguró Aitor.

–Con eso no bastará –se lamentó Iria–. A lo sumo conseguiremos diez o quince cartas, y eso contando con que nos escribamos entre nosotros. ¡Y mi abuelo necesita tropecientas para conservar su trabajo!

–¡Shhh! ¡Calla! –la interrumpió Jordi.

–¿Qué sucede?

–¡No os giréis! –prosiguió él–. ¡No hagáis ni un solo movimiento! ¡Podríais asustarlo!

–¿A quién? –murmuró la niña.

–Hay un chico delante del buzón. Y lleva una carta en las manos...

–¿Edad?

–Unos veintitrés años.

–¿Color de pelo?

–Castaño natural. No presenta indicios de tinte.

–¿Altura?

–Yo diría que un metro y ochenta y cuatro centímetros.

–¿Nariz?

–Prominente. ¡Shhh! ¡Quietos! Va a echar la carta...

Con el corazón en un puño, Aitor se atrevió a preguntar:

–¿Ya? ¿La ha echado?

–No... ¡No sé qué narices le ocurre! Parece como si la tuviera pegada con pegamento. ¡No la suelta!

Jordi apretó los labios.

–¿Algo va mal? –se interesó Iria.

–Está dudando... ¡Ostras!

–¿Qué? –preguntaron a la vez.

–Que se larga.

–¡No puede ser! –se lamentó ella.

–¡Como te lo cuento!

–Pero ¿por qué? –saltó Aitor.

–Ni idea. Quizá –Jordi lanzó su hipótesis– le ha dado un ataque de pánico y se ha arrepentido en el último momento.

–¡Lo que nos faltaba! –se quejó Iria.

–¡Esperad! –les ordenó su amigo–. ¡Se ha vuelto a detener!

–Tal vez regrese al buzón... –dijo la niña, esperanzada.

–No, acaba de tirar la carta a la papelera.

Sin duda, estaban gafados.

• 7

ESPÍAS

LOS TRES ESPÍAS tuvieron que esperar hasta que el joven se alejó de la plaza con aire marchito.