Los padecimientos del joven Werther - Johann Wolfgang von Goethe - E-Book

Los padecimientos del joven Werther E-Book

Johann Wolfgang von Goethe

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Beschreibung

El apasionado y sentimental Werther ha encontrado la felicidad en un pequeño pueblo en el que el delicioso paisaje y la gente sencilla que lo habita aportan la calma y la serenidad que precisa su inquieto espíritu. Durante un baile trabará amistad con Lotte, la hija de un corregidor del príncipe, quien desde el primer instante despierta en él una pasión que ni siquiera el compromiso matrimonial de la joven puede apagar. Pese a ser consciente de la imposibilidad de su relación, se ve incapaz de renunciar a su amistad, alimentando de esta manera un sentimiento autodestructivo en el que se mezclan el placer más sublime con el dolor más intenso. "Los padecimientos del joven Werther" supusieron un éxito editorial sin precedentes en su país y se convirtieron en una pieza indispensable para comprender el desarrollo posterior de la literatura alemana y europea. Pero sobre todo es una de las más brillantes descripciones de las facetas más hermosas y crueles del amor que mantiene toda su vigencia pese al tiempo transcurrido, ya que, como le comentaba el propio Goethe a su secretario Eckermann, sería malo si cada uno no tuviera una época en su vida en el que le parezca que Werther fue escrito sólo para él.

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Seitenzahl: 218

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Akal /Básica de bolsillo/ 151

Serie Clásicos de la literatura alemana

Director de la serie

Emilio J. González García

Johann Wolfgang von Goethe

Los padecimientos del joven Werther

Traducción

Emilio J. González García

Estudió Filología alemana en las universidades de Cáceres, Marburg y Salamanca. Enseñó lengua y literatura españolas, así como traducción, en la Universidad de Duisburg-Essen de 2001 a 2005. En la actualidad se dedica a la traducción literaria.

Diseño cubierta: Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

© Ediciones Akal, S. A., 2008

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-3523-7

Prólogo

Hasta 1774, Alemania estaba aún lejos de su autoproclamación como país de «poetas y pensadores», al menos en el ámbito internacional. Salvo honrosas excepciones, la literatura alemana era (y en cierto modo sigue siendo) una desconocida hasta la fulgurante irrupción de Johann Wolfgang von Goethe y Los padecimientos del joven Werther, una novela cuyo mayor mérito fue, según su autor, el haber aparecido en el momento adecuado. Goethe consideraba que la situación política y social alemana había sumido a los jóvenes en un estado de desencanto, condenándolos a adaptarse a una vida burguesa ordenada y carente de alma. Werther supuso la mecha que hizo explotar esos sentimientos reprimidos y su onda expansiva se alargó varias décadas, marcando decisivamente a los posteriores fundadores del Romanticismo.

Goethe apenas necesitó cuatro semanas para redactar los desafortunados amores de Werther por la joven Lotte, en quien encuentra un espíritu afín, alguien que se emociona y se estremece ante los mismos impulsos, pero que desgraciadamente está ya prometida. La relación amistosa que entablan no sirve para aplacar la obsesiva pasión de Werther, que ve cómo sus sentimientos crecen hasta lo insoportable.

La historia recrea en cierta manera dos acontecimientos biográficos: el amor del secretario de legación Karl Wilhelm Jerusalem por la esposa de un colega, cuyo final adapta Goethe casi literalmente para su obra, y su propia relación con Charlotte Buff, a quien conoció en 1772, mientras la acompañaba a un baile, y que siglos más tarde protagonizaría la obra de Thomas Mann Lotte in Weimar. Charlotte comparte con el personaje no sólo su nombre, sino que también perdió a su madre cuando era una niña, teniendo que ocuparse de sus diez hermanos menores, y además estaba prometida a un hombre mayor que ella, en este caso Johann Christian Kestner. Una relación similar a la que mantuvo con Maximiliane von la Roche, a quien conoció en 1774, y que también influyó en el personaje de Lotte dotándola de sus profundos ojos negros, ya que los de Charlotte Buff eran azules.

No obstante, Los padecimientos del joven Werther no sólo suponen la literalización de un impulso amoroso, sino que también reflejan el hastío ante el mundo prosaico y razonable de la Ilustración burguesa, una oposición basada en el sentimiento, en la pasión desaforada, en lo irracional, lo artístico, lo bello. La controversia que generó fue, por tanto, acorde a su éxito. Atrás quedaban los presupuestos didácticos que había de tener cualquier obra ilustrada. Atrás quedaba lo útil y deleitoso. Las enseñanzas que del libro podían extraerse eran abominables a los ojos burgueses: el trabajo como actividad alienante, la crítica a la división social y a las jerarquías, la ruptura de la felicidad matrimonial, de la familia, la preponderancia del deseo sobre los sagrados vínculos y el honor. Por no hablar del final de la obra, que, evidentemente, fue lo que generó las polémicas más agrias. Los enfrentamientos no se limitaron a la dialéctica, sino que llegaron a un juicio entre la Iglesia y el autor, y a la prohibición del libro en varios estados federados.

Estas prohibiciones no sirvieron para detener la inmensa repercusión de la obra. Los padecimientos del joven Werther cayeron como una piedra en el estanque de la literatura europea. Las traducciones a las lenguas más importantes del continente no se hicieron esperar, y cuando Goethe viajó a Italia en 1786, lo hizo como escritor consagrado internacionalmente. Se suele citar la anécdota de que Napoleón, cuando conoció a Goethe en 1808 en Erfurt, demostró conocer tan bien su obra que incluso se permitió señalar algún error en la misma.

Entre el público letrado se desató una auténtica fiebre wertheriana. Los jóvenes adoptaban el atuendo azul y amarillo del protagonista y representaban en su vida real pasajes de la ficción. La novela era lectura habitual en las tertulias e incluso se produjo un fenómeno de merchandising desconocido hasta entonces, comercializándose, además de las habituales estampas, productos menos comunes como el «Eau de Werther» o tazas, teteras y platos ilustrados con escenas de la obra.

La fascinación que provocan estos padecimientos sigue manteniendo su atemporalidad y su internacionalidad. Las adaptaciones, tanto literarias como teatrales o cinematográficas, son numerosas. Incluso Pilar Miró se sintió animada a dar su propia versión del personaje en Werther (1986). Quizá su éxito perdure porque las inquietudes que refleja vayan más allá de una época concreta. Porque haya sabido representar unas inquietudes y unos sentimientos tan universales que permiten que cualquier lector se identifique con esa forma de experimentar el amor cuando el amor no es dulce; cuando se convierte en un sentimiento incontrolable y desobediente que se sabe no correspondido, pero que acalla los reparos de la razón con cualquier muestra de afecto y que se aferra a cualquier plan de futuro, por descabellado que sea.

LOS PADECIMIENTOS DEL JOVEN WERTHER

He recopilado cuidadosamente todo lo que he podido encontrar sobre la historia del pobre Werther y aquí os lo presento, con la certeza de que me lo agradeceréis. No podréis negarle vuestra admiración y cariño a su espíritu y a su carácter, ni vuestras lágrimas a su destino.

Y tú, alma bondadosa, que ahora sientes los mismos impulsos que él, encuentra consuelo en su sufrimiento y deja que este librito sea tu amigo si el destino o tus propias culpas te impiden encontrar algún otro más cercano.

Primer libro

4 de mayo de 1771

¡Cuánto me alegro de haberme ido! ¡Amigo mío, lo que es el corazón humano! ¡Abandonarte a ti, a quien tanto quiero, de quien era inseparable, y estar alegre! Sé que me lo perdonas. El resto de mis relaciones parecían seleccionadas por los hados para atemorizar a un corazón como el mío, ¿verdad? ¡La pobre Leonore! Y a pesar de todo yo era inocente. ¿Acaso pude evitar que se desatara la pasión en esa pobre alma mientras yo disfrutaba de amenas conversaciones con su encantadora hermana? Y sin embargo, ¿soy del todo inocente? ¿No he alimentado sus sentimientos? ¿No me he divertido con esas expresiones tan auténticas de su naturaleza que a menudo nos movían a risa pese a no tener nada de risibles? ¿Es que no...? ¡Oh, quién es el ser humano para quejarse de sí mismo! Voy a enmendarme, querido amigo, te prometo que voy a enmendarme, no quiero rumiar el poco mal que el destino dispone ante nosotros como he hecho siempre; quiero gozar del presente y que lo pasado permanezca en el pasado para mí. Es cierto, amigo, sólo Dios sabe por qué nos ha hecho así, pero el dolor sería menor entre los hombres si no ocuparan tan afanosamente la fuerza de su imaginación en rememorar los males pasados en lugar de soportar un sosegado presente.

Ten la bondad de decirle a mi madre que me estoy ocupando de su asunto de la mejor manera posible y que en breve le enviaré noticias al respecto. He hablado con mi tía y no se parece ni de lejos a esa mujer malvada de la que se habla en nuestra casa. Es una señora alegre y apasionada y tiene un gran corazón. Le expuse el disgusto que le ha causado a mi madre el que retuviera una parte de la herencia. Ella me explicó sus motivos y las condiciones bajo las cuales estaría dispuesta a devolverlo todo, incluso más de lo que le exigimos. En resumen: ahora no puedo contar más, pero dile a mi madre que todo saldrá bien. Y en esta pequeña tarea he vuelto a descubrir, querido amigo, que los equívocos y el rencor producen tal vez más extravíos que la picardía y la maldad. Al menos estas dos últimas son más raras.

Por lo demás aquí me encuentro en la gloria. La soledad en esta región paradisíaca es un bálsamo delicioso para mi espíritu y toda la riqueza de esta estación juvenil anima mi corazón, a menudo demasiado frío. Cada árbol, cada seto, es un ramillete de flores y uno siente el deseo de convertirse en abejorro para poder flotar en ese mar de encantadores aromas y encontrar alimento en él.

La ciudad en sí es desagradable, contrastando con la indescriptible belleza natural que la rodea. Esto fue lo que movió al fallecido conde de M*** a disponer un jardín sobre una de las colinas que se entrecruzan de manera hermosa y diversa, moldeando los más encantadores valles. El jardín es sencillo, y desde que la entrada se percibe que su diseño no es debido a un jardinero que sigue tendencias científicas, sino a un corazón sensible que pretendía encontrar disfrute allí. Ya he vertido algunas lágrimas por el difunto en el pequeño cenador derruido que constituía su lugar predilecto, y que ahora es también el mío. Pronto seré amo y señor del jardín; le caigo simpático al jardinero, a quien conozco sólo desde hace un par de días, y no me lo tomará a mal.

10 de mayo

Mi alma está inundada de una maravillosa alegría comparable a las dulces mañanas de primavera que disfruto ahora con todo mi corazón. Estoy solo y disfruto de mi vida en esta región, que parece ideada para espíritus como el mío. Soy tan feliz, amigo mío, estoy tan inmerso en esta plácida existencia, que mi arte se resiente. Ahora no podría dibujar ni un solo trazo y nunca he sido mejor pintor. Cuando el encantador valle vaporea a mi alrededor y el sol, desde lo alto, roza la superficie de la impenetrable oscuridad de mi bosque, adentrándose sólo algunos rayos furtivos en el santuario interno, me echo sobre la mullida hierba junto a las aguas descendientes del arrollo y, al estar tan cerca de la tierra, la infinita variedad de hierbecillas me resulta extraña; cuando percibo el pulular de ese pequeño mundo que habita entre las briznas, las incontables y misteriosas figuras de los pequeños gusanos; cuando siento a los mosquitos acercarse a mi corazón y advierto la presencia del Todopoderoso que nos creó a su imagen, el aliento del Ser que ama a todas las criaturas y que nos lleva y nos mantiene en un gozo eterno... ¡Amigo mío! Y cuando más tarde anochece ante mis ojos y tanto el mundo a mi alrededor como el cielo reposan en mi espíritu como si fueran la imagen de una amada, entonces a menudo me invade la nostalgia y pienso: «¡Ay, si tan sólo pudieras expresarlo, si pudieras insuflar al papel lo que habita en ti con tanto fuego, con tanta plenitud, de manera que reflejara tu alma como tu alma es espejo del Dios eterno!». Amigo mío... Pero sucumbo, caigo derrotado bajo la formidable belleza de estas visiones.

12 de mayo

No sé si en esta región flotan espíritus que me confunden o si es la cálida y celestial fantasía que reposa en mi corazón la que dota de apariencia paradisíaca a todo lo que me rodea. Cerca de aquí hay una fuente, una fuente a la que estoy unido como Melusina a sus hermanas. Desciendes por una pequeña ladera y te encuentras ante un arco del que parten unos veinte escalones que van a dar a unas rocas de mármol de donde brota el agua más cristalina. El pequeño murete que hace de orla, los altos árboles que rodean el lugar y lo guarnecen, el frescor del sitio: todo esto tiene algo que me atrae, que me hace estremecer. No hay día en el que no pase una hora allí sentado. Entonces se acercan las muchachas de la ciudad a buscar agua, la más inocente y necesaria de las tareas que antaño desempeñaban las mismas hijas de los reyes. Mientras estoy allí sentado, la idea patriarcal adquiere tal viveza en mi interior que me parece que todos los patriarcas concurren juntos a la fuente y celebran allí sus matrimonios y que alrededor de las fuentes y los manantiales flotan espíritus bienhechores. Ah, quien no comprenda esta sensación es que no ha disfrutado del frescor de una fuente tras un largo día de verano caminando.

13 de mayo

¿Me preguntas si debes enviarme mis libros? ¡Amigo, por el amor de Dios, mantenlos alejados de mí! Ya no quiero que nada me dirija, me anime o me alegre; este corazón ya bulle lo suficiente por sí solo. Necesito canciones de cuna y las he encontrado en toda su plenitud en mi Homero. ¡Cuán a menudo arrullo mi sangre enardecida hasta que se tranquiliza, pues no habrás visto nada tan desequilibrado, tan inestable como este corazón! ¡Querido amigo! ¿Hace falta que te lo diga a ti, que a menudo has soportado la carga de verme pasar de la aflicción al enardecimiento y de una dulce melancolía a un apasionamiento pernicioso? Yo también trato a mi corazoncito como a un niño enfermo; cualquier deseo le es concedido. No le cuentes esto a nadie; hay gente que podría tomármelo a mal.

15 de mayo

Las personas humildes del lugar ya me conocen y me quieren, especialmente los niños. Ha sido una experiencia triste. Cuando al principio me acercaba a ellos y les preguntaba amigablemente sobre esto y aquello, algunos creían que quería burlarme de ellos y me despachaban de manera grosera. No me desanimé, pero sentía con mayor viveza algo que ya había notado a menudo: la gente de cierto estado mantiene siempre una fría distancia con el pueblo llano, como si creyeran perder algo si se acercan; y también hay personas ligeras y graciosos malintencionados que aparentan rebajarse para hacer más llamativa su superioridad sobre el pobre pueblo.

Sé bien que no somos iguales ni podemos serlo; no obstante pienso que aquellos que consideran necesario alejarse de eso que llaman el populacho para que les sigan teniendo respeto son tan reprobables como un cobarde que se oculta de sus enemigos porque teme que lo derroten.

El otro día fui a la fuente y encontré a una sirviente joven que había dejado su cántaro sobre el escalón más bajo y miraba a su alrededor por si aparecía alguna camarada que la ayudara a ponérselo sobre la cabeza. Me acerqué a ella y la miré. «¿Quiere que la ayude, señorita?», dije. Se puso coloradísima. «¡Oh, no, señor!», dijo. «No es ninguna molestia.» Se colocó el rodete y la ayudé. Me dio las gracias y se alejó.

17 de mayo

He conocido a todo tipo de gente, pero aún no he encontrado compañía. No sé qué es lo que hay en mí que resulta atractivo a los demás; muchos me aprecian y me tienen cariño y a mí me duele cuando nuestros caminos coinciden tan sólo durante un breve trecho. Si me preguntas cómo es la gente aquí, te diré que como en todas partes. El género humano tiene algo uniforme. La mayoría dedica la mayor parte del tiempo a vivir y la pizca de libertad que le resta le provoca tanto temor que procura librarse de ella por todos los medios. ¡Ay del destino humano!

No obstante son buenas personas. A veces, cuando me olvido de mí, cuando disfruto alguna vez de las alegrías que aún se les brindan a los hombres, de una conversación divertida y franca en torno a una mesa puesta con esmero, de un paseo, un baile organizado en el momento oportuno y cosas así, me doy cuenta del beneficioso efecto que tiene todo esto en mí; tan sólo he de olvidar que en mi interior descansan muchas otras fuerzas que se corrompen por falta de uso y que debo ocultar cuidadosamente. ¡Ay, esto oprime tanto el corazón! Y sin embargo, el que no nos comprendan forma parte del destino de los que son como nosotros.

¡Ay, la amiga de mi juventud ya no está! ¿Por qué llegué a conocerla? Tendría que decirme: ¡Eres un necio! ¡Buscas aquello que no puede encontrarse en esta vida! Pero la tuve, sentí su corazón, el espíritu sublime en cuya presencia yo tenía la sensación de ser más de lo que era, porque era todo lo que podía ser. ¡Dios bendito! ¿Había alguna fuerza en mi alma a la que no diera uso? ¿Es que en su presencia no podía desarrollar esa sensación tan maravillosa de que mi corazón abarcaba toda la naturaleza? ¿Nuestra relación no era un eterno tapiz de las sensaciones más delicadas y el humor más agudo, cuyas variaciones hasta la travesura estaban todas marcadas por la impronta de la genialidad? ¡Y ahora! Ay, los años que me aventajaba la llevaron a la tumba antes que a mí. Nunca la olvidaré, nunca olvidaré su firme inteligencia y su divina tolerancia.

Hace algunos días me encontré con el joven V..., un chico abierto con un rostro muy agraciado. Acaba de llegar de la academia y no se considera especialmente sabio, aunque cree saber más que otros. Demostró en muchos pequeños detalles que ha trabajado duro: en resumen, tiene algunos conocimientos. Como había oído que yo dibujaba a menudo y que sabía griego (dos cosas extrañísimas en este lugar), se acercó a mí e hizo alarde de toda clase de conocimientos, de Batteux a Wood, de Piles a Winckelmann, y me aseguró que se había leído la primera parte de la teoría de Sulzer y que tenía en su poder un manuscrito de Heyne sobre el estudio de la antigüedad. Decidí no meterme en discusiones.

He conocido además a un buen hombre, un corregidor del príncipe, una persona franca y abierta. Cuentan que es toda una alegría verle con sus nueve hijos; las alabanzas son especialmente efusivas a propósito de su hija mayor. Me ha pedido que vaya a verlo y tengo pensado visitarlo próximamente. Vive en un pabellón de caza del príncipe que dista hora y media de aquí, lugar al que se mudó tras la muerte de su esposa. El príncipe le concedió su permiso porque la estancia aquí en la ciudad y en el corregimiento le causaba demasiado dolor.

También se han cruzado en mi camino algunos personajes originales y caricaturescos en los que todo es insoportable, aunque lo más intolerable de todo son sus muestras de amistad.

¡Hasta pronto! La carta te parecerá bien, está cargada de historias.

22 de mayo

El que la vida de los seres humanos sólo es un sueño es una impresión que ya han tenido algunos, y también a mí me ronda siempre esa sensación. Cuando observo las limitaciones en las que están encerradas las fuerzas creadoras e indagadoras de los hombres; cuando veo cómo toda la eficacia va encaminada a satisfacer unas necesidades cuyo único fin es alargar nuestra pobre existencia, y que la tranquilidad de la que creemos disfrutar respecto a ciertos puntos de la investigación no es más que una resignación soñadora, ya que únicamente decora con figuras de colores y luminosos paisajes las paredes entre las que nos encontramos presos; todo esto, Wilhelm, me vuelve taciturno. ¡Me encierro en mí mismo y encuentro un mundo! Vuelvo a basarme más en suposiciones y en oscuros deseos que en realidades y fuerzas vivas. Y entonces todo se desvanece ante mis sentidos y después regreso al mundo sonriendo con estos sueños.

Todos los maestros de escuela y los preceptores más experimentados coinciden en que los niños no saben por qué quieren las cosas; pero también los adultos van dando tumbos sobre la tierra y, como aquéllos, tampoco saben de dónde vienen ni a dónde van y carecen de una auténtica finalidad, por lo que se dejan regir por medio de galletas, bizcochos y pasteles: a nadie le gusta creer esto, pero tengo la impresión de que es algo evidente.

Sé lo que me dirías y por eso admito que los más dichosos son aquellos que pasan el día como niños, paseando sus muñecas a las que visten y desvisten, que rondan con gran respeto el cajón donde mamá ha guardado los dulces y que, cuando al fin consiguen lo que desean, lo devoran a dos carrillos y gritan pidiendo más. Éstas son criaturas felices. También son felices aquellos que les dan títulos rimbombantes a sus trabajillos o a sus aficiones y las consideran empresas colosales para la salud y el bien del género humano. ¡Afortunado aquel que puede ser así! Pero quien reconoce humildemente cuál es el fin de las cosas, quien ve entonces con cuánto cuidado sabe podar su jardincito cualquier ciudadano acomodado hasta convertirlo en un paraíso, y ve también al infeliz que se arrastra con perseverancia por un camino carente de dignidad, y sabe que tanto uno como el otro están interesados de igual manera en contemplar durante un minuto más la luz del sol... Sí, éste guarda silencio y también crea su propio mundo interior, y también es feliz porque es hombre. Y sin embargo, pese a sus limitaciones, mantiene en su corazón la dulce sensación de la libertad, porque puede abandonar esta prisión cuando lo desee.

26 de mayo

Conoces desde hace tiempo mi costumbre de construirme un pequeño refugio en algún lugar acogedor y alojarme allí pese a todas las estrecheces. Aquí también he encontrado un rincón que me ha resultado atractivo.

Aproximadamente a una hora de la ciudad hay un lugar al que llaman Wahlheim[1]. Su situación junto a una colina es muy interesante, y cuando se desciende al pueblo por el camino puede divisarse todo el valle. Una buena posadera, atenta y lozana para su edad, sirve vino, cerveza y café; y lo mejor de todo son dos tilos que cubren con sus amplias ramas el cementerio de la iglesia, que está rodeada de casas de campesinos, graneros y patios. No me ha sido fácil encontrar un lugar tan acogedor, tan íntimo, y mando que me traigan mi silla y mi mesa desde la posada y allí bebo mi café y leo a mi Homero. La primera vez que acabé por casualidad bajo los tilos en una hermosa mañana, encontré la plaza desierta. Todos estaban en el campo; sólo un muchacho de unos cuatro años estaba sentado sobre la tierra y tenía sujeto entre sus pies a otro de aproximadamente medio año, estrechándolo con ambos brazos contra su pecho, de forma que le servía a modo de sillón, y allí estaba sentado con absoluta tranquilidad, si exceptuamos la viveza con la que miraba a su alrededor con sus negros ojos. Me agradó la imagen: me senté sobre un arado que se encontraba enfrente y con gran placer dibujé la posición fraternal. Añadí una empalizada cercana, la puerta de un pajar y algunas ruedas de carro rotas, todo tal como estaba, y tras una hora me di cuenta de que había completado un dibujo de gran interés sin haber añadido nada de mi cosecha. Esto reforzó mi propósito de limitarme en el futuro a representar únicamente la naturaleza. La riqueza que ofrece por sí sola es inagotable y únicamente ella es capaz de formar a los grandes artistas. A favor de las reglas puede decirse mucho, aproximadamente lo mismo que se puede decir en favor de la sociedad burguesa. Quien se forme siguiéndolas no producirá nunca nada desagradable o realmente malo, así como alguien que se deje modelar según las leyes y las buenas costumbres no se convertirá nunca en un vecino insoportable o un destacado bellaco; pero por el contrario, y digan lo que digan, todas estas reglas también destruirán la sensibilidad sincera por la naturaleza y su auténtica expresión. ¡Dime que esto es demasiado duro! Que sólo limita, que poda los sarmientos demasiado exuberantes y otros razonamientos similares. Querido amigo, ¿quieres que te ponga un símil? Es como con el amor. Un corazón joven está profundamente enamorado de una muchacha, pasa todas las horas del día con ella, emplea todas sus fuerzas, toda su fortuna, para manifestarle a cada momento que se entrega por completo a ella. Y entonces llega un hombre de miras estrechas, una persona con un puesto público y le dice: «¡Querido señor! Amar es humano, pero tenéis que adaptar vuestro amor a lo humano. Dividid vuestras horas dedicando algunas al trabajo y ofrecedle las horas de descanso a vuestra amada. Calculad vuestra fortuna y no os censuraré que le hagáis algún regalo con lo que os quede después de cubrir vuestras necesidades, aunque no con excesiva frecuencia: por ejemplo, el día de su cumpleaños o de su santo». Si sigue estos consejos será un joven de provecho, y le recomendaría a cualquier señor que lo sentara al frente de alguna corporación. Pero significaría el final de su amor, y si es un artista, el final de su arte. ¡Oh, amigo mío! ¿Por qué la tempestad del genio se desata tan de tarde en tarde, adentrándose entre altas olas de espuma y estremeciendo vuestro asombrado espíritu? Queridos amigos, el torrente del genio no se desata porque a ambas orillas viven tranquilos señores que perderían sus pabellones, sus campos de tulipanes y sus huertos y que por eso saben prevenir el peligro que les amenazará en el futuro con diques y presas.

27 de mayo