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Bienvenido al loco y divertido juego de las citas. Jeremy es gay. Dicen que es un poco oso porque se ha dejado barba y últimamente ha engordado algo. Le gustan los videojuegos, las películas de anime y llevar camisetas de superhéroes. Nacho es hetero. Es alto, delgado y fibroso. Va al gimnasio porque le gusta cuidarse. Y dicen que se parece a Jon Kortajarena, que podría ser modelo. Ambos son amigos desde la infancia y ante la escasa vida romántica que tienen, deciden jugar con una aplicación de citas: Love App Swap. Nacho le buscará citas a Jeremy, y Jeremy a Nacho. Porque ¿quién te conoce mejor sino tu mejor amigo? Los dos se embarcarán en un montón de citas, a cada cual más loca y desastrosa, para poco a poco irse dando cuenta de algo que siempre ha estado ahí. ¿Y si estuvieran hechos el uno para el otro? Admitirlo supondrá romper etiquetas, sacar a la luz secretos del pasado y superar multitud de obstáculos en pos de la felicidad.
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Seitenzahl: 159
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Roberto Carrasco
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Love App Swap. El juego de las citas, n.º 4 - marzo 2021
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Elit y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1375-639-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Primera parte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Segunda parte
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Tercera parte
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Si te ha gustado este libro…
Jeremy se miró por enésima vez en el espejo de la entrada, ¡no había manera!, tenía el pelo hecho un desastre y, o salía ya, o llegaría tarde para recoger a Nacho. Este se había empeñado en decirle que ya se las apañaría solo, que cogería un taxi, pero no era plan de dejar a su mejor amigo tirado en Atocha precisamente el día que llegaba a Madrid. Porque ¿a quién le gusta sentirse solo en una estación de tren? Efectivamente, a nadie. Era curioso cómo, durante tantos años, Nacho se había negado a vivir en una ciudad grande, siempre había preferido permanecer atado al pueblo y a su novia. Precisamente por eso, Jeremy se había ido de allí, porque él no quería novias, sino novios, y era una situación muy complicada de sobrellevar en un pueblo que seguía anclado en la tradición de tirar una cabra del campanario de la iglesia.
Nacho lo había llamado esa misma mañana. La conversación había ido a parar directamente al ranking de las cosas más surrealistas que le habían pasado en la vida.
—¿Jerónimo?
—¡Nacho, no sabía que eras tú! ¿Has cambiado de número?
—Sí, oye, que no te dicho la verdad. Que no me han trasladado en el curro.
—¿Cómo? ¿Qué dices?
—Que es que he roto con Julia. Quiero… de… ro… ¿Jerónimo? ¿Me escuchas?
—¡No te escucho! ¡No tienes cobertura!
—¡Es que no tengo cobertura! Hay muchos túneles. Luego te…
—¡Se va la cobertura!
—Lue…
Pero ¿qué demonios le estaba pasando a Nacho? Primero, le dice que se viene a vivir a Madrid porque la fábrica de queso ha iniciado un proceso de expansión por la península, después, cambia de número y que no, que es que ha roto con la única novia que había tenido desde los quince años. Debería enfadarse con él por marearlo tanto, pero la verdad es que se sentía profundamente aliviado y feliz. Siempre había pensado que Julia era una arpía y que Nacho se merecía algo mucho mejor.
Jeremy se atusó el flequillo. «Venga, que cuanto más lo toques más se va a estropear», pensó. Se miró por última vez al espejo y esbozó una sonrisa. «Qué guapo eres y qué poco ligas», se dijo a sí mismo.
El tren llegó puntual y, aunque al principio se puso un poco nervioso porque no lo veía, acabó por vislumbrar el rostro sonriente de Nacho entre la multitud. Su sonrisa era tal y como la recordaba, sana, resplandeciente y sin maldad. Seguía manteniendo en los ojos el brillo y la inocencia de los montes. Y su corazón, en cierta manera, se encogió un poquito al recordar la de años que estuvo enamorado de él.
—¡Jerónimo! —exclamó Nacho nada más verlo.
Se abrazaron intensamente, con la fuerza del tiempo y la distancia que hasta entonces los habían mantenido separados.
—Jeremy, en Madrid me llamo Jeremy.
—Joder, Jeremy, pero mírate, estás hecho un tío bueno. Te esperaba más, no sé cómo decirlo, menos hombretón.
—¿Me esperabas más gay?
—¡Pero si llevas barba y todo! ¿Cuándo te ha salido a ti el pelo, a ver?
Entre risas y abrazos, Jeremy y Nacho salieron de la estación. A pesar de todo, tenía la sensación de que seguían siendo los mismos amigos de siempre. Jeremy pensó que lo mejor sería no preguntarle por Julia, por el momento, hasta que se hubiera puesto cómodo en casa y hubiese descansado del viaje. Nacho estaba guapísimo. Quizás algo más delgado, pero le sentaba fenomenal.
—Jeremy, estoy de nuevo en el mercado, quiero pasarlo bien y hartarme de follar. Para eso estoy en Madrid, que lo sepas. ¡El cuerpo me pide marcha!
Vale, aún ni habían cogido un taxi y ya estaba con esas. Había esperado ser su paño de lágrimas, el hombro sobre el que llorar tras la ruptura, pero estaba claro que él quería otra cosa.
—Tías. ¿Por dónde salen las tías buenas?
—Hombre, yo de tías no es que entienda mucho ni sé por dónde salen. Soy más de tomarme algo en Chueca y volver a casa antes de las doce.
—Pero ¿qué me estás contando, loco? Ya será menos. Que me han dicho a mí lo de los cuartos oscuros y las saunas y todo el vicio que tenéis por aquí. No me vayas a decir tú ahora que ligas lo mismo o menos que en el pueblo.
—Pues lo mismo o menos, eso es.
—¿Y qué haces cuando quieres, ya sabes, echar un polvo?
¿Echar un polvo? Jeremy no sabía lo que era eso. Durante sus primeros años en la ciudad, había conocido a un montón de tíos egoístas, que solo iban a lo que iban y, tras varias decepciones amorosas, había decidido cerrarse en banda a eso del sexo por el sexo. Aún le quedaba una esperanza mínima y frágil de encontrar el amor verdadero, no quería asfixiarla con relaciones tóxicas y rollos de una noche.
Subieron al taxi y permaneció en silencio durante todo el recorrido. Nacho había cerrado los ojos, prefirió dejarlo dormir hasta llegar a casa. ¿En serio era aquella la imagen que su amigo tenía de los gays? ¿Pensaba que por ser homosexual tenía que ser frívolo, promiscuo y no llevar barba? ¡Qué equivocado estaba! ¡Si la barba estaba muy de moda!
—¡Menudo piso más bonito! Te tiene que costar un pastón al mes. Esto no lo hay en el pueblo. Allí las casas son menos estilosas, ya sabes, menos…
—Sí, menos gays —respondió Jeremy.
Nacho tenía que acostumbrarse aún a muchas cosas y es que no había salido en toda su vida del pueblo y de la fábrica de queso.
El piso no era muy grande, pero tenía un rollito muy cosmopolita. El suelo era de madera y el salón estaba rodeado por completo de cristaleras, desde las que se veían el jardín que rodeaba el edificio y también, cada mañana, a los musculosos vecinos hacer gimnasia sin camiseta. El sofá era de cuero rojo, lo que llamaba bastante la atención a un pueblerino acostumbrado al tresillo estampado con flores de su madre. También llamó la atención de Nacho que no hubiera televisión, pero sí un escritorio con un ordenador, que tenía la pantalla muy grande y el teclado muy pequeño.
—Ponte cómodo. Puedes dejar las cosas ahí. Esta será tu habitación.
El piso solo tenía dos cuartos, el más grande, con cama de matrimonio, era el que normalmente ocupaba Jeremy, y el otro, más pequeño, era para los invitados. Había pensado, ya que se trataba de su mejor amigo y hacía siglos que no lo veía, dejarle a Nacho el cuarto grande.
—Jeremy, no sabes cómo te lo agradezco, tío. Sabía que tú no me fallarías.
—¿Qué planes tienes?
—No sé —dijo Nacho, dejando que la tristeza le embargara la mirada por primera vez desde su llegada—. Buscar trabajo de lo que sea, estudiar algo… No sé. Tengo la picha hecha un lío.
—Ya te aclararás —le respondió Jeremy—. Tiempo al tiempo. Por ahora, date una ducha y échate un rato, si quieres.
—Me alegro mucho de que te vaya tan bien, gorrión.
Jeremy sonrió, apresando sus pensamientos entre los dientes, no fueran a salir de su boca en forma de palabras no deseadas. «No me va tan bien», era lo que estaba pensando. «No he vuelto a ver a mi familia, no he vuelto a pisar el lugar en el que nací. Y a veces me siento infinitamente solo».
Nacho era alto, velludo y fibrado. Solía ser fornido, como buen chicarrón de campo, pero ahora bien podría pasar por modelo de pasarela. Su cabello oscuro, sus ojos azules y facciones de galán de cine reforzaban aún más la buena percha que tenía. Salió del cuarto de baño en calzoncillos, siempre había sido así de poco pudoroso y, desde niños, estaba acostumbrado a andar en paños menores delante de Jeremy.
—Tío, te pareces mogollón a Jon Kortajarena —le dijo.
—¿Y ese quién es?
—Un actor y modelo.
—Ah, pues mira qué bien. Igual echo el currículum en Telecinco para que llamen para la serie de los vecinos.
—Pero ¿tú qué quieres… ser actor ahora?
—Yo, lo que sea. ¿Crees que podría triunfar? A lo mejor podría entrar en Mujeres y hombres y viceversa.
—Ay, madre, que tú has venido porque quieres trabajar en la tele. Qué provinciano eres, no esperaba eso de ti. Bueno, sí, sí que lo esperaba.
—Y si no, puedo ser actor porno. Mira qué paquete, mira. ¿Has visto alguna vez uno así? —dijo Nacho agarrándose la entrepierna de forma bastante ordinaria.
—En serio, ¿te crees que voy por ahí viendo paquetes todos los días? Soy un mojigato, aunque no te lo creas.
—Pues te has puesto muy buenorro, con lo flacucho que eras, mírate. ¿Eres un oso? Os llamáis así, ¿verdad?
—No, no soy un oso. Desde luego, no sé dónde te estás informando. Anda, vístete, que te invito a unas cañas en el rastro.
—No, déjalo. Prefiero que nos quedemos aquí charlando un rato.
—¿Quieres que hablemos de lo tuyo?
—¿De lo mío?
—Sí, de lo tuyo con Julia. ¿Qué ha pasado, tío?
Nacho comenzó a vestirse con semblante serio, como si estuviese midiendo las palabras. Finalmente, no es que dijera mucho.
—Ya te lo contaré. La decepción de mi vida, tío. ¿Sigue en pie la caña?
—Ojú, si me vas a estar mareando así todo el día, ya te puedes ir buscando un hostal, bonito.
Las terrazas estaban llenas de ilusos que aún estaban intentando robarle días al verano. En la mesa de al lado, un grupo de chicas reían y hablaban a gritos. Por lo visto, a una de ellas le habían pedido matrimonio y, como respuesta, le había dicho al chico que se fuera a tomar viento fresco, que no pensaba casarse con un pobretón.
—Zorras —murmuró Nacho.
Jeremy levantó su tercio.
—Por el amor —brindó.
—En serio, Jeremy. ¿Cómo puedes llevarlo tan bien? Digo lo de estar solo. Nunca has tenido novio, ¿verdad?
—Pues mira, novio, lo que se dice novio, no.
—Yo no puedo vivir desde que terminé con Julia.
Acto seguido, Nacho rompió a llorar. Pero ¿qué le pasaba? ¿Dónde estaba el Nacho fuerte y duro como la piedra que siempre había sido?
—¿La dejaste tú? ¿O fue ella?
Los ojos de Nacho eran lagos de color turquesa en los que zambullirse. Sus labios, rosados vestigios de esperanza a los que aferrarse. Jeremy sintió cómo, al verlo llorar, exponiéndose de aquella forma, su corazón le latía todo lo rápido y fuerte que puede latir un corazón enamorado. Pero no, esta vez no caería. Tener a Nacho en Madrid no significaba nada, no era señal de nada. No debía enamorarse de él como si fuera un adolescente obsesionado. Eso ya había ocurrido y no había terminado bien precisamente. Esa etapa ya había quedado atrás.
—Jeremy, tienes que perdonarme, tío. No te he sido del todo sincero. Estoy aquí para hacerme unas pruebas.
—¿Unas pruebas? ¿Qué me dices? ¿Unas pruebas médicas?
—Sí. No pensarás que voy a hacer unas pruebas para un casting porno.
—Pero ¿qué te pasa? Nacho…
Jeremy se estaba viniendo abajo. Hubiera preferido que las pruebas hubieran sido para una película porno, dónde iba a parar.
—Después de quince años juntos, ¡quince años, Jeremy! Va y me dice la tía que, si me sale algo malo, que me vaya a casa de mi madre. Que ella no puede hacerse cargo de un enfermo. ¿Tú te crees? Que no está preparada para lidiar con esto.
—¿Eso te dijo? Mira, te voy a decir una cosa: de eso que te libras. Y no la necesitas para nada. Tú ya me tienes a mí para lo que haga falta.
—Joder, Jeremy.
Nacho volvió a romper a llorar.
—Tranquilo, no pasa nada.
—Sí, sí que pasa. ¿Y si me muero? ¿Y si me quedo en una silla de ruedas?
—¿En una silla de ruedas, Nacho? ¿Por qué?
—Creen que lo que tengo es esclerosis. Pinta la cosa muy chunga, gorrión.
—¿Sabes qué? Vamos a pasarlo bien. Vas a hacer todo lo que venías a hacer a Madrid, a ligar, a follar, a entrar en Mujeres y hombres y viceversa. Lo que tú quieras. Te lo prometo. Ya me encargo yo de ello.
—¿Tú? —Nacho estalló en carcajadas, apartando a un lado las lágrimas y el desánimo—. Pero ¿cómo me vas a ayudar tú, que no te comes una rosca? ¡Más bien te tendría que ayudar yo a ti! Seguro que tengo mejor ojo que tú para elegirte un buen tío.
—¡Ni de coña! Pero ¿qué experiencia tienes tú con los tíos? A ver si ahora me vas a confesar un pasado oculto gay y ya me dejas muerto, querido.
Se alegraba de haberle devuelto la sonrisa a su amigo. No se explicaba cómo Julia había sido, ya no una arpía, sino una auténtica bruja sin corazón. Estaba dispuesto a permanecer junto a Nacho en las duras y en las maduras, y hacer menos malos estos días de incertidumbre. Si para ello tenía que cometer mil locuras, cometería todas las que fuesen necesarias.
—Acabo de tener una idea, gorrión.
—¿Tú, una idea? A ver, sorpréndeme.
—¿Sabes lo que es LoveApp? Manolo, el de los gorrinos, conoció a una gachí en LoveApp, a una catalana, y acabó casándose con ella. Ahora viven los dos en el pueblo, son la comidilla de las vecinas con eso de que se conocieron por Internet.
—¿A dónde quieres llegar?
—Hagamos un pacto. Nos descargamosLoveApp. Yo en mi aplicación pongo una foto tuya, y me comporto como si fuera tú hasta dar con tu hombre ideal; y tú haces lo mismo conmigo.
—Perdona, no sé si te he entendido. ¿Quieres que te busque citas?
—Sí, y yo te las busco a ti.
—¿Tengo cara de necesitar citas, Nacho? Yo puedo tener todas las que quiera. Solo que no quiero.
—Venga, va, puede ser divertido. Puedes confiar en mí.
Hace veinte años había escuchado las mismas palabras por su boca. Estaba siendo un verano especialmente caluroso y aburrido, no había nada que hacer en aquel pueblo de mala muerte y su único amigo se pasaba todo el día ayudando a su padre en la fábrica. Él, al menos, no tenía que deslomarse ayudando al suyo, más que nada porque no tenía padre al que ayudar, y su madre no dejaba ni que visitara el bar de carretera en el que trabajaba, mucho menos echar una mano.
—No es lugar para niños —le solía decir cuando él sacaba el tema.
—Pero podrías hablar para que me dejaran, yo qué sé, fregar platos o servir mesas. Así podría tener dinero para mis cosas.
—¿Tus cosas? Que yo sepa a ti no te falta de nada, ¿verdad?
—Pero es que ya no soy un niño, tengo doce años.
—¿Doce años? Eso es ser un crío. ¡Si ni siquiera te ha salido barba! Que no te vea yo merodeando el bar, que allí solo hay borrachos y peleas.
Su madre era muy guapa, quizás la más guapa y la más joven de todas las madres del pueblo; por eso era también la más envidiada. En ocasiones, Jeremy había oído que decían cosas feas de ella, pero había preferido no hacer mucho caso.
—Bueno, pues dame dinero para un helado.
—¿Un helado? Vete a beber de la fuente si quieres algo fresco y así, de camino, te paseas. ¡Qué helado ni helado! A la Martina le voy a decir que como te vea por allí pidiéndole helados, que te eche de un escobazo.
Jeremy agachó la cabeza y salió a la calle sin saber muy bien qué le deparaban la tarde y las callejuelas vacías. En la esquina de la mercería, estaba apoyado el Curiana. Era algo mayor que él y también algo más alto y desgarbado. Siempre llevaba el pelo muy sucio y olía bastante mal. La gente decía que era un vago y un maleante, como su padre, que vivían de chapús y chanchullos, y que solo traían problemas.
—¡Oye, tú! —le gritó el Curiana—. ¿Estás sordo? ¿Tienes un cigarro?
—No, lo siento, no fumo —respondió Jeremy.
—Ah, ¿eres deportista?
—No, es que tengo doce años. No se debe fumar a mi edad.
—Yo fumo desde los once y no pasa nada. No se me han caído los dientes ni nada de eso. Vamos a dar una vuelta.
—Es que voy a beber a la fuente y ya me vuelvo a casa, mi madre no me deja estar mucho tiempo fuera.
—Las madres son lo peor. Vente, que te voy a enseñar una cosa que he encontrado en el campo del Nani, donde los olivos. Creo que es un tesoro de la guerra.
—¿Un tesoro?
—Sí, ven.
A los doce años, Jeremy aún no sabía distinguir muy bien entre la verdad y la mentira, entre cuando le decían la verdad y cuándo querían reírse de él. Precisamente, aquella calurosa tarde de agosto aprendería una lección sobre ello.
Siguió al Curiana hasta los olivos del Nani y, una vez allí, lo estaban esperando tres niños más de las chabolas. El padre Damián había dicho en varias ocasiones que todos éramos iguales ante la mirada de Dios, pero a Jeremy le daban miedo los que vivían en las chabolas. Le parecían peligrosos. Los niños que se unieron al Curiana tendrían más o menos la edad de Jeremy, pero nunca los había visto en el colegio.
—¿Es este el mariquita? —preguntó uno de ellos.
—Claro —respondió el Curiana—¿O es que no lo ves?
Los cuatro se acercaron a él con caras de pocos amigos. Uno de ellos sujetaba una cuerda y otro un cuchillo. Un tercero, llevaba una mazorca de maíz.
—Yo me voy —dijo Jeremy—. Me esperan en casa.
—Contra el olivo —le ordenó el Curiana—. Ponte contra el olivo si no quieres que el Maki te raje, que está muy loco.
—¡Estoy muy loco! —gritó el que sujetaba el cuchillo.
—Pero ¿qué queréis? ¡No llevo dinero, no tengo nada!
Jeremy comenzó a sollozar, estaba realmente asustado.
—Átalo, Ratones, y bájale los pantalones y los calzoncillos. Vamos a meterte una mazorca por el culo. Dicen que a los maricones os gusta.
Jeremy volvió al presente. Sabía que no era bueno para