Luna de miel con otra - Maisey Yates - E-Book
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Luna de miel con otra E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Clara Davis supo, en cuanto la palabra «sí» escapó de sus labios, que se había metido en un buen lío. ¿Cómo iba a fingir ser la mujer de su jefe en su lujosa luna de miel? La regla de Zack Parsons sobre no salir con empleadas había evitado que viera más allá del delantal de repostera de Clara, pero ahora la estaba mirando con una luz totalmente distinta y bastante más tentadora. Entregarse a una noche de pasión debería haber bastado para satisfacer su recién descubierto deseo… ¿O no?

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Seitenzahl: 189

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Maisey Yates

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Luna de miel con otra, n.º 3 - marzo 19

Título original: One Night in Paradise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-510-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CLARA Davis miró la tarta intacta sobre el pedestal, aún tan blanca y rosa como la novia había solicitado. Una tarta que había tenido que transportar hasta un hotel en la costa a treinta kilómetros de su cocina de San Francisco.

Todo habría sido perfecto. La tarta, el enclave, los invitados, el novio… que era más que perfecto. Sin embargo, había faltado una persona clave: la novia, que había decidido saltarse el evento. Y sin ella se hacía algo complicado continuar.

Clara miró la tarta y se planteó partirse una porción. Había trabajado mucho en ella y no tenía ningún sentido dejar que se estropeara.

Suspiró. La tarta no haría que se disipara el nudo que tenía en el estómago ni aliviaría la tristeza que sentía. Nada había podido eliminar esa sensación, no desde que el novio, al que acababan de dejar oficialmente plantado, había anunciado el compromiso.

Pero irónicamente verlo ahí de pie en el altar no la había hecho sentirse mejor. Porque, ¿cómo iba a hacerlo? No le gustaba ver a Zack sufriendo. Era su socio, su mejor amigo y, ¡sí!, también era el hombre que la mantenía despierta algunas noches con la clase de fantasías que no se podían revivir a la luz del día.

Pero fantasías secretas aparte, no había querido que la boda se viniera abajo o, al menos, no habiendo llegado el día en cuestión. O tal vez sí que había querido. Tal vez una pequeña parte de ella había esperado que ese fuera el resultado.

Quizás por eso había accedido a elaborar la tarta; no había otra razón sensata para el hecho de quedarse ahí viendo cómo Zack se unía a otra mujer durante el resto de su vida.

Respiró hondo y salió de la cocina para entrar en el inmenso y vacío salón. El corazón le golpeteó con fuerza el pecho cuando vio a Zack Parsons, magnate del café, genio de los negocios y novio abandonado, de pie junto a la ventana mirando al mar y bañado por el brillo anaranjado del sol que salpicaba el prístino blanco de la camisa de su esmoquin.

Por un momento lo vio distinto, más esbelto y más fuerte de lo que estaba acostumbrada a verlo. Tenía la corbata echada sobre un hombro y su chaqueta negra formaba un charco junto a sus pies. Estaba apoyado contra la ventana.

En cierto modo, por raro que pareciera, no debería extrañarle que después de que lo hubieran dejado plantado en el altar ella ahora lo viera más fuerte de lo habitual.

–Ey –le dijo tal vez con un tono demasiado alto.

Él se giró y sus ojos grises se clavaron en ella y la dejaron sin respiración por un momento. Sin duda era el hombre más guapo del planeta. Siete años trabajando a su lado a diario deberían haber hecho que ya no le resultara tan impactante y había días en que era capaz de ignorarlo, aunque había otros en los que su presencia la golpeaba con la fuerza de diez toneladas de ladrillos.

Aquel día era uno de ellos.

–¿Qué clase de tarta he comprado, Clara? –le preguntó apartándose de la ventana y metiéndose una mano en el bolsillo.

Ella se obligó a respirar.

–El piso de abajo es de vainilla con relleno de frambuesa por instrucciones de Hannah. Y hay fondant rosa… que he pintado a mano, por cierto. Pero la tarta de vainilla del centro está empapada en bourbon y miel. Y no hay ni una sola nuez en toda la tarta porque sé lo que te gusta.

–Bien. Que me envuelvan el piso del centro y me lo envíen a casa. Y también pueden mandarle a Hannah el suyo.

–No tienes que hacer eso. Puedes tirarla.

–Es comestible, ¿por qué iba a tirarla?

–Eh… porque era tu tarta de boda, de una boda que no se ha celebrado, y para la mayoría de la gente eso haría que… una tarta dejara de ser tan dulce.

Él se encogió de hombros.

–Una tarta es una tarta.

Clara apoyó la mano en la cadera y adoptó una expresión altanera intentando forzar una ligera sonrisa.

–Mi tarta es más que una mera tarta, pero te entiendo.

–Hemos hecho una fortuna con tus tartas, soy consciente de lo espectaculares que son.

–Lo sé, pero puedo hacer una nueva. Puedo hacer una que diga: «Condolencias por tu boda cancelada». Podríamos poner a un hombre encima sentado en un sillón reclinable viendo deportes en su pantalla plana sin ninguna novia a la vista.

El extremo de la boca de Zack se elevó suavemente y ella sintió una pequeña sensación burbujeante en el pecho, como si acabaran de quitarle un peso de encima.

–No será necesario.

–Podría ser algo nuevo que ofrecer en las tiendas, Zack –dijo sabiendo que el negocio era su tema favorito, independientemente de lo que hubiera pasado con su boda–. Cupcakes pequeños para cada ocasión.

–No estoy tan triste.

–¿No?

–No tengo el corazón partido, si eso es lo que te estás preguntando.

Clara frunció el ceño.

–Pero te han dejado plantado en el altar. La humillación pública es… bueno, nunca es divertida. Me pasó algo parecido en el instituto cuando mi pareja me dejó plantada en el baile. La gente me señalaba y se reía. Me sentí humillada. Fue todo muy parecido a la peli de Carrie, aunque sin la sangre de cerdo ni los asesinatos en masa.

–He de admitir que no ha sido el mejor momento de mi vida, Clara, pero tampoco el peor. Habría preferido que me hubiera dejado antes de subirme al altar con el sacerdote, mi esmoquin, y delante de casi mil personas, pero no es que esté exactamente hundido.

–Eso es… bueno, está bien –aunque asustaba un poco saber que podían abandonarlo justo antes de jurar sus votos y que él respondía con esa calma tan sobrecogedora. ¡Ella reaccionaba mucho peor cuando una receta no le salía como quería!

Pero Zack siempre había tenido una actitud muy zen. Cuando se conocieron, gracias a un cupcake, eso la había dejado impresionada desde el primer momento. Eso y sus preciosos ojos, aunque esa era otra historia.

Trabajaba en una pequeña pastelería en Mission District en San Francisco y él estaba buscando un nuevo local para su cadena de cafeterías. Había comprado unos cupcakes de mantequilla de cacahuete y plátano, el experimento de Clara del día, y su reacción, como todas las reacciones de Zack, no había sido exageradamente efusiva, aunque sí que había lucido un brillo en la mirada que apuntaba a algo más bajo esa fachada de calma.

Y había vuelto al día siguiente, y al otro. Ni por un momento ella había contemplado la idea de que estuviera yendo a verla y siempre había tenido claro que todo era por los cupcakes.

Y entonces le había ofrecido el doble de su sueldo para irse con él a su establecimiento insignia y preparar las recetas que quisiera en su maravillosa y equipadísima cocina. Así había empezado todo para ella y, a sus dieciocho años, eso le había supuesto un gran salto y le había permitido salir de la casa de sus padres, algo por lo que había estado desesperada.

El establecimiento Roasted número diez mil, el primero en Japón, acababa de abrir y estaba cosechando un impresionante éxito. Conceptualizar los dulces para ese establecimiento había sido un divertido desafío, al igual que todos los nuevos establecimientos internacionales.

Zack y ella no habían tenido vida desde que Roasted había empezado a despegar, nada que fuera más allá de café y creaciones. Por supuesto, Zack era el elemento principal de la empresa, el hombre que la había creado, el hombre que la había visto convertirse en un fenómeno mundial.

Había bebidas, granos de café y versiones reproducidas en masa de sus cupcakes y otras elaboraciones en todas las cadenas de alimentación más importantes de los Estados Unidos. Roasted era un nombre conocidísimo porque Zack estaba dispuesto a sacrificarlo todo en su vida personal para que eso sucediera.

Hannah había sido su mayor concesión al hecho de tener una vida personal, y esa relación había comenzado solo un año atrás. Pero ahora Zack la había perdido.

Sin embargo, no estaba hundido aparentemente. Probablemente ella estaba más hundida que él.

–No la quería –le dijo.

Clara parpadeó asombrada.

–¿Que no… la querías?

–Le tenía aprecio. Iba a ser una esposa perfectamente aceptable, pero no es que estuviera locamente enamorado de ella ni nada parecido.

–Entonces… ¿por qué? ¿Por qué ibas a casarte con ella?

–Porque me había llegado el momento de casarme. Tengo treinta años, Roasted ha logrado el nivel de éxito que esperaba y llega un momento en el que dar ese paso es lo más lógico. Yo llegué a ese momento y Hannah también.

–Pues parece que ella no.

Él la miró con aspereza.

–Parece.

–¿Sabes por qué? ¿Has hablado con ella?

–Puede venir a hablar conmigo cuando esté preparada.

Zack se habría reído de la expresión de Clara si hubiera visto algo remotamente divertido en la situación. Los titulares no serían amables y con tantos testigos hambrientos de fama, sobre todo por parte de la ausente novia, habría un montón de gente salivando por que su nombre apareciera en las publicaciones a cambio de ofrecer su versión de la boda del siglo que al final no había sido tal cosa.

Los ojos marrones de Clara brillaron como si fuera a llorar por él; tenía sus diminutas manos entrelazadas y los hombros hundidos. Estaba más arreglada de lo que él acostumbraba a verla. Sin embargo, sus exuberantes curvas, porque no estaba ciego y se había fijado, no se lucían del todo con un vestido que solo podía describirse como bonito y que parecía un poco de señora mayor.

Aunque, en realidad, esa forma de vestir le venía bien a él porque trabajaban juntos todos los días y no era asunto suyo formarse opiniones sobre su aspecto físico.

–Estoy bien.

–Lo sé, te creo –respondió ella.

–No, no me crees. O no quieres creerme porque tu sensibilidad no puede con el hecho de que me hayan roto el corazón.

–Bueno, uno debería amar a la persona con la que se va a casar, Zack.

–¿Por qué? Dame una buena razón por la que eso tenga que ser así. ¿Para que hoy pudiera estar más roto? ¿Para poder resultar más herido si hubiera aparecido y, al final, diez años de matrimonio hubieran entrado a formar parte de las estadísticas de divorcio? No le veo sentido.

–Y yo no le veo sentido a nada.

–No te he preguntado.

–Nunca lo haces.

–Es el secreto de mi éxito –dijo con un tono más brusco de lo que pretendía y la expresión de Clara lo reflejó–. Sobrevivirás a esto –añadió secamente.

Ella volteó la mirada.

–Estoy preocupada por ti.

–Pues no lo estés. No soy tan frágil. Dime, ¿se ha dicho algo en Internet sobre el nuevo local de Japón mientras estaba ocupado haciéndome fotos?

–Todo bien. Algunas de las fotografías que he estado viendo muestran que todo va genial.

–Bien. Eso significa que hay probabilidades de expandirnos por allí –Zack se sentó en una de las sillas cubiertas con fundas de lino y adornadas con lazos rosas, también elección de Hannah–. ¿Y qué tal le van las cosas a nuestra diseñadora de tartas?

–Eh… bien. He estado muy ocupada haciendo la tarta de boda –Clara se sintió como si le diera vueltas la cabeza por el repentino cambio de tema.

 

 

Zack estaba sentado a la mesa presidencial como si estuviera en el escritorio de su despacho de la sede central de Roasted.

–¿Y?

–Tengo unas cuantas ideas, pero son recetas que llevan mucho trabajo y no son prácticas para la mayoría de los establecimientos.

–¿Los cupcakes llevan mucho trabajo?

Ella le lanzó una mirada letal.

–¿Por qué no pruebas a hacer tú una tanda y luego me dices qué tal te ha ido?

–No, gracias. Yo me limito a mis puntos fuertes y ninguno de ellos tiene que ver con hornear.

–Entonces confía en mí, llevan mucho trabajo.

–Bien. Mi objetivo es empezar a abrir locales más refinados en zonas más acomodadas. Tendremos cocinas más grandes, por lo que se podrá hornear más in situ.

–Podría funcionar. Tendremos que tener una plantilla más especializada.

–Bien. Me refiero a locales en Los Ángeles, Nueva York, París, Londres y sitios así. Serán locales más personalizados.

–Me gusta mucho la idea, aunque tampoco te importaría que no me gustara.

–Soy el jefe.

–Lo sé. Yo solo soy la vicepresidenta de elaboraciones –le contestó Clara sacando a relucir una broma que habían iniciado en los primeros tiempos de la empresa.

Una sonrisa rozó los labios de Zack y a ella se le salió el corazón del pecho.

–Gran trabajo.

–Sí que lo es. Y no me pagas lo suficiente.

–Sí, claro que sí.

Ella le lanzó una mirada que no resultó tan intimidatoria como había pretendido.

–Bueno, sigue.

–Había concertado una cita para hablar con un tipo que tiene un gran terreno en Tailandia con pequeñas plantaciones de café y té. Todas sus plantas reciben muchos cuidados y eso se traduce en tés y cafés de una calidad extremadamente alta. Mi objetivo es cerrar un trato con él para que podamos obtener algunas mezclas de edición limitada. Las venderemos en los locales más selectos y las tendremos disponibles para venta online.

De todos los detalles que le dio, ella solo se centró en uno:

–¿No ibas a Tailandia de luna de miel?

–Ese era el plan.

No pudo evitar quedarse boquiabierta.

–¿Ibas a hacer negocios en tu luna de miel?

–Hannah también tenía trabajo. El tiempo no se detiene porque te cases.

–No me extraña que te haya dejado plantado en el altar –dijo ella lamentándolo al instante–. Lo siento. No quería decir eso.

–Pero lo has hecho y me parece bien. A diferencia de ti, Hannah no tenía ilusiones románticas, de eso puedes estar segura. Sus motivos para no haberse presentado hoy puede que tengan mucho que ver con alguna crisis en Wall Street. Incluso es muy probable que esté en su piso con su vestido de novia puesto y gritando obscenidades a la pantalla de su ordenador mientras ve cómo cae el precio de los granos de café.

Tenía que admitir que ese escenario era casi plausible. Hannah era toda frialdad, y Clara había oído cómo las conversaciones de esa mujer se habían puesto muy feas en situaciones de negocios tensas e incluso amenazas de amputar partes de cuerpos habían salido por su boca sin vacilar.

La admiraba por ello, por la intensidad con la que iba detrás de lo que quería. Lo había hecho con Zack y presenciarlo todo había sido inspirador aunque, más que nada, había sido deprimente. Porque Clara no era intensa y no había sido lo suficientemente fuerte para perseguir lo que quería. Nunca había sido lo suficientemente valiente para perseguir a Zack.

–Dudo que sea eso lo que ha pasado –dijo Clara, a pesar de no poder estar segura.

–He preguntado qué tal le iba a la diseñadora de tartas por algo.

–Oh –de vuelta al tema del trabajo.

–Estaba intentando asegurarme de que no te sientes desbordada por todo el trabajo que tienes.

–No. Crear recetas es la mejor parte de mi trabajo. He estado experimentando y haciendo degustaciones con nuestro equipo y tenemos algunas favoritas y otras que hay que mejorar. Y después tendré que estrechar la selección porque no será viable tener demasiadas variedades en el menú.

–Entonces, ¿esa es la versión alargada y detallada de decirme que no estás demasiado ocupada en este momento?

Ella le lanzó una mirada asesina. No tenía por qué ser tan cretino, por mucho que lo hubieran dejado plantado.

–No, no estoy demasiado ocupada.

–Bien, porque lo tenía todo organizado para viajar a Chiang Mai esta noche.

–¿Y necesitas que me asegure de que todo marcha bien en la empresa?

–No. Quiero que hagas las maletas porque te vienes conmigo.

A Clara le dio un vuelco el estómago.

–¡No hablarás en serio! No puedes estar pidiéndome que te acompañe en tu luna de miel.

–El viaje está reservado y tengo citas concertadas. No voy a cancelar la luna de miel solo porque mi novia se haya negado a presentarse –la miró, tal y como la había mirado miles de veces, pero en esa ocasión hubo algo… distinto. Más íntimo, más cercano. Tragó saliva con dificultad e intentó ignorar el hecho de que el corazón se le fuera a salir del pecho–. Creo que serás una sustituta más que aceptable.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NI AUNQUE le hubiera pegado podría haberle hecho más daño del que le hizo. ¿Una sustituta? El premio de consolación. La suplente de una Hannah alta y esbelta con los pómulos de una diosa.

Lo único peor que ver al hombre que lo significaba todo para ella unirse a otra mujer era ser la mujer con la que él había terminado conformándose.

Y ahora Zack estaba situándola en esa posición. Le dieron ganas de vomitar.

–No soy la sustituta de nadie, Zack. Y, si estás sugiriendo que lo soy, entonces creo que nos hemos acomodado demasiado el uno con el otro.

Se dio la vuelta y salió del hotel dejando la tarta. ¡No le importaba la tarta!

Había sido un día algo fresco, pero ahora con el sol bajo el horizonte, el aire que llegaba de la bahía era bastante frío. Lo cual estaba bien porque, así, si alguien veía que le temblaban los labios, pensaría que era por el frío.

No quería verse tan afectada y menos por algo que ni siquiera era intencionado porque, tratándose de Zack, sabía que no lo era. Zack no era cruel, simplemente no era tan sensible y pensaba que nadie más lo era.

Para él todo era muy superficial, nada le calaba hondo. Nada parecía desbaratarlo, ni siquiera por un momento. Ni siquiera su boda anulada.

Bueno, el caso era que ya le habían hecho demasiado daño en la vida como para saber que las cosas podían ponerse muy dramáticas si no le dificultaba a la gente la posibilidad de herir sus sentimientos. Pero ya que sus sentimientos hacia Zack eran un revoltijo constante, sus reacciones a cualquier cosa que lo implicara a él siempre eran intensas. La mayor parte del tiempo, sin embargo, eso lograba ocultárselo a Zack e incluso a sí misma.

–Clara.

Se giró y lo vio justo detrás. No le dijo nada. Se cruzó de brazos y le clavó su mejor mirada.

–Eres la segunda mujer que me abandona hoy.

Ella se ruborizó.

–Esa comparación no es muy halagadora teniendo en cuenta que has empleado la palabra «sustituta» refiriéndote a mí.

–No quería decir eso.

–Entonces, ¿qué querías decir?

–Que necesito a alguien que me acompañe y la verdad es que, dadas las circunstancias, eres mejor para esto que mi exprometida.

Durante un segundo, Clara solo pudo pensar en una cosa que esa frase pudiera significar y por su mente pasaron imágenes de unas manos bronceadas sobre una pálida y desnuda cadera. Unos labios masculinos sobre un cuello femenino. La sangre le recorrió el cuerpo con fuerza y se precipitó hacia sus mejillas haciendo que le ardiera la cara.

–¿Qué?

–Hannah es inteligente, no me malinterpretes, pero no conoce este negocio como tú. Tal vez sabe de los precios de las acciones, pero estará bien tenerte a mano para darme una opinión sobre el mercado y el sabor.

Negocios. Estaba hablando de negocios. Y, de algún modo, para Zack, el negocio parecía más importante que el romanticismo y que hacer el amor en su luna de miel.

Había algo distinto en su expresión, una luz oscura detrás de sus ojos grises. Lo había visto prácticamente todos los días durante los últimos siete años y conocía sus expresiones y sus estados de ánimo tanto como conocía los suyos propios, pero ese que tenía delante era un Zack distinto, más duro e intenso. Qué raro… Aunque, en realidad, todo el día en sí había sido raro.

La había enfadado mucho y no era la primera vez. A veces era un verdadero fastidio, aunque también era el hombre más inteligente que conocía y con una mordaz agudeza que la hacía divertirse mucho. Era una de las pocas personas que nunca había dudado de que sus ideas fueran buenas.

Si no iba con él, se pasaría las siguientes noches sola, leyendo y experimentando con recetas de cupcakes y relamiendo la masa de la espátula. Sería un entretenimiento divertido y seguro, pero no como el que podría encontrar en Tailandia.

De nuevo esas imágenes eróticas y explícitas la asaltaron. No, esa no sería la diversión que tendría en Tailandia. Zack jamás la había visto de esa forma y, en cierto modo, ella lo prefería. Por mucho que se hubiera quedado prendada desde el principio, no se había esperado tener nada con él.