1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €
"Manfredo" es una obra dramática del célebre poeta romántico Lord Byron, escrita en 1817. Este poema en forma de drama refleja la angustia interna y el conflicto emocional del protagonista, Manfred, un noble en lucha contra sus propios demonios y su fatalidad. El estilo de Byron, caracterizado por su lírica apasionada y su exploración de la naturaleza oscura del alma humana, se manifiesta en diálogos fervientes y una ambientación gótica que evoca un sentido de inevitable desesperación. En este sentido, "Manfredo" se sitúa dentro del contexto literario del Romanticismo, movimiento que rompía con las convenciones del neoclasicismo, dando prioridad a la emoción y la individualidad. Lord Byron, figura central del Romanticismo británico, fue un poeta, dramaturgo y noble que vivió intensamente su vida personal, marcada por escándalos, amoríos y un sujeto de rebelión social. Su vasta obra literaria, que incluye grandes poemas narrativos y líricos, estuvo profundamente influenciada por su propia turbulenta vida y su búsqueda de la libertad. Específicamente, "Manfredo" surge de su interés por temas como el aislamiento, el pecado y la redención, reflejando su comprensión del sufrimiento humano. Recomiendo encarecidamente "Manfredo" a aquellos que deseen explorar las profundidades de las emociones humanas a través de una prosa poética deslumbrante. Este texto no solo ofrece una visión intrincada de la psique humana, sino que también actúa como un hito en la evolución del drama romántico. La obra de Byron sigue siendo relevante y conmovedora, prometiendo no solo una experiencia literaria rica, sino también una reflexión profunda sobre la condición humana. En esta edición enriquecida, hemos creado cuidadosamente un valor añadido para tu experiencia de lectura: - Una Introducción sucinta sitúa el atractivo atemporal de la obra y sus temas. - La Sinopsis describe la trama principal, destacando los hechos clave sin revelar giros críticos. - Un Contexto Histórico detallado te sumerge en los acontecimientos e influencias de la época que dieron forma a la escritura. - Una Biografía del Autor revela hitos en la vida del autor, arrojando luz sobre las reflexiones personales detrás del texto. - Un Análisis exhaustivo examina símbolos, motivos y la evolución de los personajes para descubrir significados profundos. - Preguntas de reflexión te invitan a involucrarte personalmente con los mensajes de la obra, conectándolos con la vida moderna. - Citas memorables seleccionadas resaltan momentos de brillantez literaria. - Notas de pie de página interactivas aclaran referencias inusuales, alusiones históricas y expresiones arcaicas para una lectura más fluida e enriquecedora.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2019
Un hombre solo, erguido ante los abismos de la montaña, disputa con el universo por el derecho a olvidar. La escena es de grandiosa desnudez: alturas nevadas, aire cortante, y una conciencia que se mide con lo ilimitado. Desde ese borde entre lo humano y lo elemental, la voz que escuchamos no pide gloria ni salvación, sino silencio para su culpa. Ese pulso de desafío y demanda de olvido vertebra Manfredo, donde la naturaleza sirve de espejo y juez, y lo sobrenatural se convoca como si fuera un tribunal capaz de romper, o sellar, la memoria.
Manfredo (Manfred) es un poema dramático de George Gordon, Lord Byron, escrito entre 1816 y 1817 y publicado en 1817. Pertenece de lleno al romanticismo europeo y fue concebido, según su autor, para la lectura más que para la escena. Se articula en tres actos y se sitúa, de modo destacado, en los Alpes suizos, paisaje que Byron conoció durante su estancia en el continente. La obra combina parlamentos intensos con apariciones de seres espirituales, y organiza su acción no como un argumento externo, sino como un drama de conciencia que avanza a través de invocaciones y confrontaciones.
La premisa es sencilla y vertiginosa a la vez: Manfred, figura de alta estirpe y voluntad indomable, vive acosado por una culpa que no nombra y que ninguna ciencia humana alivia. En su ansia de olvido y liberación, convoca a potencias elementales y a entidades de un más allá ambiguo, buscando un poder que disuelva el peso del recuerdo. Desde los salones de un castillo hasta precipicios y cavernas, su itinerario es interior aunque transcurra entre cumbres. El conflicto esencial no es con enemigos visibles, sino con límites, leyes y voces que resisten a su deseo.
En este marco, la obra explora temas que no se agotan: la responsabilidad por los actos, los confines del conocimiento, la libertad frente al destino y la relación entre el yo y la naturaleza sublime. La culpa, más que una anécdota, se vuelve sustancia de la identidad; el deseo de saber, tentación y condena. El diálogo con lo oculto no promete revelaciones tranquilizadoras, sino nuevas aristas del enigma. El paisaje alpino no es un decorado, sino un interlocutor: su vastedad, su indiferencia y su belleza intensifican la conciencia de límite y grandeza humanas.
Manfredo es también un hito en la definición del héroe byroniano, figura orgullosa, solitaria, autoconsciente y capaz de medirlo todo con su propia vara. Byron no inventó de la nada este tipo, pero aquí lo afila y lo vuelve inolvidable: un protagonista cuya nobleza no se confunde con sumisión, que rehúsa consuelos fáciles y que se enfrenta al precio de su libertad interior. Esta imagen del individuo en pugna con el mundo —y consigo mismo— tuvo una larga descendencia en la literatura decimonónica y fijó una sensibilidad que aún reconocemos.
El estatus clásico de Manfredo proviene, en parte, de su capacidad para tensar y renovar las formas. Es un “poema dramático”: aprovecha la cadencia del verso para el monólogo y el conjuro, y al mismo tiempo despliega escenas, entradas y salidas como un drama. Esa mezcla permite una intensidad que rara vez toleraría un escenario convencional. La imaginería de Byron, nutrida por la experiencia alpina, trasformó el paisaje en experiencia moral, y su arquitectura verbal —grave, rítmica, incisiva— le dio al conflicto una música reconocible, cuyo eco resuena en lectores de épocas distintas.
No extraña que la obra se haya leído a menudo en diálogo con otros hitos románticos. Las comparaciones con el Fausto de Goethe fueron tempranas, aunque Manfredo persigue su propia trayectoria: no anhela conocimiento por poder o fama, sino la extinción de una memoria que lo lacera. Ambos textos plantean el roce entre lo humano y lo sobrenatural, pero el de Byron concentra el foco en la soberanía del yo frente a cualquier autoridad. Esa variación de énfasis consolidó un campo de interrogaciones que la literatura del siglo XIX exploraría con renovada intensidad.
El impacto de Manfredo en autores posteriores se advierte en la expansión del arquetipo byroniano por la literatura europea. Rasgos de ese héroe —orgullo herido, aura de misterio, rechazo de normas— aparecen en tradiciones tan diversas como la rusa y la hispánica. La obra de Aleksandr Pushkin y Mijaíl Lérmontov recogió y transformó esa figura, y en el ámbito español su estela se percibe en la sensibilidad romántica de poetas como José de Espronceda. No se trata de imitaciones puntuales, sino de una manera de situar al individuo ante la ley, la sociedad y su propio abismo.
La recepción inicial de Manfredo combinó fascinación estética y curiosidad biográfica. Publicado cuando Byron se hallaba en el continente tras abandonar Inglaterra, el poema fue leído a la luz de su fama turbulenta. Esa circunstancia, lejos de reducirlo al caso del autor, contribuyó a subrayar su universalidad: la culpa sin nombre, el ansia de libertad y la dignidad en el conflicto no pertenecen a una vida concreta, sino a una constelación de experiencias humanas que trasciende coyunturas. Así, el texto conquistó lectores que buscaban, más que escándalo, una forma de verdad poética.
Su legado cultural desborda las letras sin apartarse de ellas. La materia dramática y el clima emocional de Manfredo inspiraron, por ejemplo, música escénica y sinfónica en el siglo XIX, testimonio de su potencia imaginativa. Esa irradiación, sin desplazar la centralidad del poema, confirma su condición de obra-fuente: un repertorio de imágenes, ritmos y conflictos que otros artes hicieron sonar a su modo. La permanencia de lecturas, traducciones y ediciones críticas refuerza, además, la idea de que el libro sostiene una conversación incesante con nuevas generaciones.
Como clásico, Manfredo no sobrevive por museo, sino por fricción. Sus preguntas —qué hacer con el arrepentimiento, hasta dónde llega la voluntad, qué precio tiene el autoconocimiento— se reactivan en cada época. En la nuestra, la sensación de vidas atravesadas por la presión del rendimiento, por el ruido informativo y por la exposición constante hace especialmente reconocible la sed de silencio interior que anima al protagonista. La naturaleza, a su vez, vuelve a interpelarnos: no como postal, sino como medida de límites que la técnica no borra.
Volver hoy a Manfredo es aceptar una apuesta exigente: escuchar una voz que no negocia con lo fácil y mirar, sin intermediarios, el filo donde la grandeza humana roza su fragilidad. La obra conserva su atractivo porque ofrece, a la vez, intensidad lírica y rigor de pensamiento, y porque su drama es el de cualquiera que haya sentido el peso de lo irreparable y la tentación de eludirlo. En esa tensión reside su vigencia: un poema que, al interrogar el poder y el fracaso del yo, invita a pensar qué significa libertad, responsabilidad y consuelo.
Manfredo, poema dramático publicado en 1817 por Lord Byron, presenta a un protagonista solitario que deambula por los Alpes berneses atenazado por una culpa inconfesable. Escrita en verso y concebida como drama de lectura, la obra combina paisajes sublimes, invocaciones sobrenaturales y diálogos filosóficos. Su atmósfera gótica y su héroe orgulloso y atormentado encarnan el espíritu del Romanticismo. Sin fijar de manera explícita causas ni crímenes, el texto instala una pregunta insistente por la memoria, el remordimiento y los límites del conocimiento humano, y sigue la travesía espiritual de Manfredo a través de encuentros con fuerzas naturales y entidades metafísicas.
La acción se inicia en la oscuridad de una galería alta, donde Manfredo convoca a espíritus de los elementos para exigir un don preciso: el olvido. No pide riqueza ni dominio, y desprecia los ofrecimientos de saber o de poder que no apaguen su conciencia. En ese intercambio aparece el nombre de Astarté, figura silenciosa que concentra su pasado y su herida. Fiel a su carácter, Manfredo rehúsa someterse a ninguna autoridad sobrenatural y mantiene su voluntad intacta, aunque su petición queda insatisfecha. Desde el comienzo, el poema liga su orgullo y su lucidez a una imposibilidad de redención fácil.
Al amanecer, Byron traslada la intensidad metafísica al filo de un abismo. Manfredo, al borde del despeñadero, es sorprendido por un cazador de rebecos que lo rescata y lo conduce a un refugio precario. La escena introduce una mirada terrenal de compasión y sensatez que contrasta con la lógica absoluta del protagonista. Sin revelar su secreto, Manfredo agradece la ayuda pero se aparta de cualquier consuelo simple. El encuentro sugiere que la vida común ofrece anclajes, aunque insuficientes para una conciencia que se siente en deuda consigo misma. La tensión entre humanidad y autoexigencia traza un segundo eje del drama.
Persistente en su propósito, Manfredo busca auxilio en regiones más apartadas. En una garganta de montaña, se le aparece la Hechicera de los Alpes, una presencia asociada al curso de un torrente. Ella reconoce su fuerza interior, pero le advierte sobre el desorden que provocan sus demandas y sobre el precio de violentar el equilibrio natural. El diálogo no niega la posibilidad de un camino ético, aunque el protagonista rechaza la senda de la sumisión o la penitencia convencional. Esta escena articula un contraste entre la ley del mundo y el deseo de ruptura, y reafirma que la culpa que lo consume es intransferible.
El itinerario culmina, en el plano sobrenatural, con la audaz irrupción de Manfredo ante Arimanes, figura regente de potencias oscuras, rodeado por Némesis y otras entidades. Allí exige la presencia de Astarté. La invocación se cumple y se produce un breve intercambio cuyo contenido no anula su tormento, aunque le otorga una forma nueva a su certeza interior. Byron preserva la ambigüedad de ese momento para destacar que el conocimiento de los hechos no basta para silenciar la conciencia. El episodio confirma la singularidad del héroe: desafía jerarquías cósmicas sin pactos ni subordinación, guiado únicamente por su voluntad.
En paralelo a estas cimas visionarias, crecen rumores entre habitantes del valle y servidores del castillo. Se habla de artes prohibidas, de noches en vela y de extrañas luces. La inquietud colectiva prepara el terreno para una intervención más formal, y la figura de Manfredo, aislada y altiva, se vuelve objeto de interpretaciones y temores. Byron inserta así un registro social que contrasta con la soledad del protagonista: el mundo siente el eco de su crisis, pero no alcanza a comprender sus causas. Esta distancia entre apariencia y verdad dramatiza el coste público de una lucha privada.
Cuando por fin llega una voz institucional, lo hace desde la esfera religiosa. Un abad de San Mauricio visita a Manfredo y le ofrece amparo, arrepentimiento y reconciliación con el orden espiritual. El diálogo es tenso y honesto: el clérigo apela a la caridad y a la prudencia; Manfredo, a la dignidad de la conciencia y a la responsabilidad individual. No hay triunfos retóricos claros, pero el intercambio cristaliza el conflicto central del poema: ¿puede la culpa resolverse mediante mediación externa o solo por un acto interior que preserve la soberanía del yo?
Tras esa tentativa de conciliación, la obra avanza hacia sus escenas más intensas. En la torre, de noche, reaparecen presencias que buscan someter o reclamar a Manfredo en nombre de leyes que no reconoce. Él sostiene, con firmeza, que ninguna potestad exterior puede decidir su destino ni comprar su libertad moral. El ambiente es de asedio y de afirmación, con la naturaleza y lo invisible testificando el pulso entre destino y voluntad. Byron concentra en estas páginas el nervio del héroe romántico: lucidez sin consuelo, rechazo de transacciones y fidelidad a un código ético personal.
Sin entregar giros decisivos, el poema deja una estela de preguntas cuya vigencia perdura. Manfredo explora el precio de saberse responsable, la insuficiencia del conocimiento para sanar la culpa y el choque entre instituciones, naturaleza y subjetividad moderna. Su paisaje alpino actúa como espejo del ánimo, y su música verbal sostiene una meditación sobre libertad, memoria y límites humanos. Cercana a motivos faústicos pero de voz propia, la obra fijó el arquetipo del héroe byroniano y sigue interpelando a lectores por su defensa del fuero íntimo frente a toda coacción, a la vez que reconoce el peso ineludible de las consecuencias.
Manfredo, de Lord Byron, se inscribe en la Europa de la Restauración, inmediatamente posterior a las guerras napoleónicas. La narración se sitúa en los Alpes berneses, territorio de monasterios, guías de montaña y poblaciones rurales que convivían con un turismo incipiente de viajeros ilustrados. En el Reino Unido regía la Regencia y en el continente las monarquías restauradas reforzaban iglesias y policía para contener ideas revolucionarias. Ese marco institucional —aristocracias, clero y censuras— contrasta con el individuo aislado y desafiante que domina la obra. El paisaje alpino, con sus glaciares y precipicios, opera como un escenario histórico concreto y, a la vez, como emblema estético del Romanticismo europeo.
George Gordon Byron, aristócrata británico y figura literaria desde 1812 con Childe Harold’s Pilgrimage, llegó a Manfredo tras una década de fama, polémicas y compromiso político. En la Cámara de los Lores defendió a tejedores amotinados durante la crisis postbélica, gesto que lo vinculó con corrientes liberales. Desde temprano moldeó el arquetipo del héroe byroniano: orgulloso, errante, marcado por una culpa imprecisa y en guerra con la sociedad. Esa figura, popularizada por sus poemas narrativos, se afianza en Manfredo, donde el protagonista lleva al extremo la afirmación de la voluntad individual frente a autoridades terrenales y sobrenaturales.
En 1816 Byron abandonó Inglaterra tras la ruptura con su esposa Annabella Milbanke y una campaña de prensa hostil que lo convirtió en objeto de escándalo. Las habladurías sobre su vida privada —nunca verificadas por completo— erosionaron su posición en Londres y precipitaron su exilio voluntario. Se instaló en la región de Ginebra, desde donde recorrió los Alpes. Ese desplazamiento biográfico no solo lo apartó del ojo moralizador británico; le ofreció un nuevo horizonte material y simbólico: el espacio alpino, la altitud, el silencio y las fuerzas naturales que nutren la imaginería y el tono de Manfredo.
