Más historias de miedo para contar en la oscuridad - Alvin Schwartz - E-Book

Más historias de miedo para contar en la oscuridad E-Book

Alvin Schwartz

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Beschreibung

Estas historias de miedo te llevarán en un viaje extraño y temible, donde la oscuridad o la niebla o la bruma o el grito de una persona o el aullido de un perro convierten lugares comunes en lugares de pesadilla, donde nada es lo que esperas. Las historias de miedo tienen a menudo un propósito serio. Pueden advertir a los jóvenes de los peligros que les esperan cuando se enfrenten al mundo por su cuenta. Pero generalmente, contamos historias de miedo para divertirnos. Apagamos las luces, o dejamos sólo una vela encendida. Entonces nos sentamos en círculo y contamos las historias más aterradoras que conocemos. Te recomiendo que leas las historias de este libro, mientras todavía sientas valor en ti y antes de que oscurezca.

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Para Lauren

A. S.

INTRODUCCIÓN

¡PIEL DE GALLINA!

Estas historias de miedo te llevarán en un extraño y temible viaje, donde la oscuridad o la niebla, o el grito de una persona o el aullido de un perro convierten los lugares comunes y corrientes en escenarios de pesadilla, donde nada es lo que uno espera.

La gente ha estado contando historias de miedo desde que se tiene conocimiento. Desde el principio abundan las historias de criaturas sobrenaturales que la gente teme pueda dañarnos: el hombre del saco, monstruos, demonios, fantasmas y espíritus malignos que acechan en la oscuridad, esperando la oportunidad de atacar.

Todavía contamos historias acerca de criaturas a las que tememos, pero no todas son sobre monstruos y demonios. Algunas hablan de personas vivas. Conocerás a algunas de estas personas: un alegre y gordo carnicero, una simpática chica que toca un tambor, un vecino, y otras que, en el mejor de los casos, no son dignas de confianza.

Las historias de miedo de este tipo suelen tener un propósito muy serio. Pueden advertir a los jóvenes de los peligros que les esperan cuando se independizan y se enfrentan al mundo por sí mismos.

Pero generalmente, contamos historias de miedo para divertirnos. Apagamos las luces, o dejamos una vela encendida. Después nos sentamos juntos y contamos las historias más aterradoras que conocemos. A menudo, algunas de ellas se han transmitido a lo largo de cientos de años.

Si una historia es lo suficientemente aterradora, tu piel comienza a ponerse de gallina. Se desata en ti una escalofriante y trémula ansia de gritar. Imaginas que oyes y ves cosas. Aguantas la respiración mientras aguardas para saber qué ocurrirá. Si algo asombroso sucede, todos ¡GIMEN! ¡O SALTAN! ¡O GRITAN!

Algunas personas describen estas escalofriantes y trémulas ganas de gritar con las expresiones “poner los pelos de punta” o “morirse del susto”. El poeta T. S. Eliot las describía con la expresión “piel de gallina”.

Te recomiendo que leas las historias de este libro mientras te sientas con el valor suficiente para ello y antes de que oscurezca. Entonces, cuando la luna ilumine el cielo, cuéntaselas a tus amigos y parientes. Probablemente les pondrás la “piel de gallina”. Pero se divertirán, y tú también.

ALVIN SCHWARTZPrinceton, Nueva Jersey

ALGO ANDA MAL

Una mañana, John Sullivan se encontró caminando por una calle del centro de la ciudad. No podía explicar lo que estaba haciendo, ni cómo había llegado hasta allí, ni dónde había estado antes. Ni siquiera sabía qué hora era.

Vio a una mujer que caminaba hacia él y la detuvo:

—Me temo que olvidé mi reloj —dijo él y sonrió—. ¿Podría decirme la hora? —cuando ella lo vio, gritó y corrió.

Entonces John Sullivan notó que otras personas también le temían. Cuando lo veían acercarse, se aferraban contra las paredes de un edificio, o corrían a través de la calle para mantenerse alejadas.

Algo en mí debe andar mal, pensó John Sullivan. Será mejor que vuelva a casa.

Llamó a un taxi, pero el conductor le echó una mirada y se alejó.

John Sullivan no entendía lo que estaba pasando, y eso lo asustó. Tal vez haya alguien en casa que pueda venir a buscarme, pensó. Encontró un teléfono público y llamó a su esposa, pero contestó una voz que no fue capaz de reconocer:

—¿Está la señora Sullivan en casa? —preguntó.

—No, ella ha ido a un funeral —dijo la voz—. El señor Sullivan murió ayer en un accidente en el centro de la ciudad.

EL AUTOACCIDENTADO

Fred y Jeanne estudiaban en la misma escuela, pero se conocieron en el baile de Navidad. Fred había ido solo, y también lo había hecho así Jeanne. Pronto, Fred decidió que Jeanne era una de las chicas más lindas que había visto jamás. Bailaron juntos la mayor parte de la noche. A las once en punto, Jeanne dijo:

—Tengo que irme ya. ¿Puedes llevarme a casa?

—Con mucho gusto —repuso él—. Yo también debo ir a casa.

—Tuve un accidente: estrellé mi auto contra un árbol cuando venía hacia aquí —dijo Jeanne—. Supongo que iba distraída.

Fred condujo hasta la entrada de Brady Road. Se encontraba en un barrio que él no conocía muy bien.

—¿Por qué no me dejas aquí? —propuso Jeanne—. Más adelante, la carretera se encuentra en muy mal estado. Puedo caminar desde este lugar.

Fred detuvo el auto y le ofreció una guirnalda.

—Toma un poco —dijo él—. La conseguí en el baile.

—Gracias —dijo ella—. Adornaré mi cabello con ella —y así lo hizo.

—¿Te gustaría salir alguna vez, a ver una película o algo así? —preguntó Fred.

—Me gustaría mucho —repuso Jeanne.

Después de que Fred se marchara, se percató de que no conocía el apellido de Jeanne ni su número de teléfono.

Volveré a buscarla, pensó el chico. La carretera no puede estar tan mal.

Condujo lentamente por Brady Road a través de un espeso bosque, pero no percibió rastro alguno de Jeanne. Al tomar una curva, vio más adelante los restos de un auto. Se había estrellado contra un árbol y se había incendiado. El humo seguía saliendo de él.

Cuando Fred se dirigió al automóvil, pudo ver a una persona atrapada en su interior, aplastada contra el volante. Era Jeanne, pues en su cabello descansaba la guirnalda de Navidad que él le había regalado.

UN DOMINGOPOR LA MAÑANA

Ida asistía siempre a la iglesia los domingos a las siete de la mañana. Por lo general, oía el clamor de las campanas de la iglesia mientras desayunaba. Pero esta mañana lo escuchó mientras aún estaba en cama.

Eso significa que llego tarde, pensó la chica.

Ida saltó de la cama, se vistió rápidamente y salió sin comer ni mirar el reloj. Afuera todavía estaba oscuro, pero normalmente era así en esa época del año. Ida era la única que recorría la calle. Los únicos sonidos que escuchaba eran el repiquetear de sus zapatos sobre el pavimento.

Todo el mundo debe estar ya en la iglesia, pensó la chica.

Ida tomó un atajo a través del cementerio, luego se internó en silencio en el templo y encontró un asiento. El servicio ya había comenzado.

Cuando recuperó el aliento, Ida miró a su alrededor. La iglesia estaba llena de gente que nunca había visto. Pero la mujer que tenía a su lado le parecía familiar. Ida le sonrió.

Es Josephine Kerr, pensó. ¡Pero ella está muerta! Murió hace un mes. De repente, Ida se sintió incómoda.

Volvió a mirar a su alrededor. Cuando sus ojos comenzaron a adaptarse a la débil luz, Ida vio algunos esqueletos ataviados con trajes y vestidos.

Esto es una misa mortuoria, pensó Ida. Aquí todo el mundo está muerto, excepto yo.

Ida notó que algunos de ellos la miraban fijamente. Parecían molestos, como si ella no tuviera motivos para estar allí. Josephine Kerr se inclinó hacia la muchacha y le susurró:

—Márchate después de la bendición, si le tienes aprecio a tu vida.

Cuando la ceremonia llegó a su fin, el cura dio su bendición:

—El Señor te bendiga y te guarde —dijo—. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti…

Ida tomó su abrigo y caminó rápidamente hacia la puerta. Cuando oyó pasos a sus espaldas, miró hacia atrás. Varios de los muertos se acercaban. Otros más se levantaban para unirse a ellos.

—El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti… —continuó diciendo el sacerdote.

Ida estaba tan asustada que comenzó a correr. Fuera de la iglesia corrió a toda velocidad, con un grupo de fantasmas gritando y pisándole los talones.

—¡Fuera de aquí! —gritó uno de ellos. Otro dijo:

—¡Tú no perteneces a este lugar! —y le arrebató el abrigo.

Mientras Ida corría a través del cementerio, un tercero retiró el sombrero de su cabeza.

—¡No vuelvas! —gritó.

Cuando Ida llegó a la calle, el sol estaba despuntando y los muertos habían desaparecido.

¿Ha ocurrido esto realmente?, se preguntó Ida. ¿O acaso lo he soñado?

Aquella tarde, uno de los amigos de Ida le acercó su abrigo y su sombrero, o lo que quedaba de ellos. Habían sido encontrados en el cementerio, totalmente destrozados.

SONIDOS

La casa estaba cerca de la playa. Era una antigua y gran vivienda donde nadie había morado durante años. De vez en cuando alguien forzaba una ventana o una puerta y pasaba la noche en el lugar. Pero nunca nadie se quedaba más allá de eso.

Tres pescadores atrapados por una tormenta se refugiaron allí una noche. Con un poco de madera seca que encontraron dentro, hicieron un fuego en la chimenea. Se echaron en el suelo e intentaron dormir, pero ninguno de ellos consiguió descansar.

Primero escucharon pasos en la planta superior. Parecía que hubiera varias personas moviéndose hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás. Cuando uno de los pescadores gritó “¿Quién anda ahí?”, los pasos se detuvieron. Oyeron a una mujer gritar. El grito se convirtió en un gemido que se ahogó lentamente. Sangre empezó a gotear desde el techo hasta la habitación donde los pescadores se habían refugiado. Una pequeña piscina roja se formó en el suelo y empapó la madera.

Una puerta en el piso superior se cerró de golpe, y de nuevo la mujer gritó:

—¡A mí no! —exclamó ella. Sonaba como si estuviera corriendo, con sus tacones altos golpeteando violentamente por el pasillo.

—¡Te atraparé! —gritó un hombre, y el piso tembló mientras él la perseguía.