Materiales para un autorretrato - Walter Benjamin - E-Book

Materiales para un autorretrato E-Book

Walter Benjamin

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Beschreibung

Materiales para un autorretrato reúne una serie de textos de Walter Benjamin —buena parte de ellos inéditos en español—, cuya producción se extiende desde sus años de juventud hasta su prematura muerte. El conjunto compone un gabinete de curiosidades en el que se abordan temas tan diversos como la grafología, la prostitución, el diletantismo, la astrología, el juego, el esnobismo, la fantasía, el nazismo, el socialismo, lo mágico, lo extrasensorial, lo onírico, lo esotérico, lo erótico e incluso lo humorístico. Benjamin se vale de géneros tan diversos como las cartas, los poemas, los aforismos, las crónicas, el diario personal, los diálogos filosóficos y las listas de tesis para discurrir sobre estas cuestiones. La combinación de estas piezas forma un retrato único y original, que se aleja de la imagen más extendida de uno de los máximos exponentes del pensamiento crítico del siglo XX. En términos de Marcelo G. Burello, "esta antología es para aquellos lectores que aspiran a vérselas con un Benjamin auténtico, y ante todo para quienes aún quieren sorprenderse con él, al punto de leer un volumen íntegro salido de su pluma como si fuera la obra de un extraño con un lejano aire de familia, un desconocido que resulta atractivo o interesante por un vago presentimiento".

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WALTER BENJAMIN

MATERIALES PARA UN AUTORRETRATO

Prólogo, selección y traducción de Marcelo G. Burello

 

Materiales para un autorretrato reúne una serie de textos de Walter Benjamin —buena parte de ellos inéditos en español—, cuya producción se extiende desde sus años de juventud hasta su prematura muerte. El conjunto compone un gabinete de curiosidades en el que se abordan te mas tan diversos como la grafología, la prostitución, el diletantismo, la astrología, el juego, el esnobismo, la fantasía, el nazismo, el socialismo, lo mágico, lo extrasensorial, lo onírico, lo esotérico, lo erótico e incluso lo humorístico. Benjamin se vale de géneros tan diversos como las cartas, los poemas, los aforismos, las crónicas, el diario personal, los diálogos filosóficos y las listas de tesis para discurrir sobre estas cuestiones.

La combinación de estas piezas forma un retrato único y original, que se aleja de la imagen más extendida de uno de los máximos exponentes del pensamiento crítico del siglo XX. En términos de Marcelo G. Burello, “esta antología es para aquellos lectores que aspiran a vérselas con un Benjamin auténtico, y ante todo para quienes aún quieren sorprenderse con él, al punto de leer un volumen íntegro salido de su pluma como si fuera la obra de un extraño con un lejano aire de familia, un desconocido que resulta atractivo o interesante por un vago presentimiento".

 

WALTER BENJAMIN (Berlín, 1892 - Portbou, 1940)

Fue uno de los pensadores más relevantes del siglo XX. Filósofo, crítico y traductor, llevó a cabo estudios de Filosofía y Teología en Berlín, Friburgo y Múnich. Se doctoró en Berna en 1919 con la tesis “El concepto de crítica de arte en el Romanticismo alemán”. A lo largo de su vida, se vinculó teóricamente con la Escuela de Frankfurt y mantuvo estrechas relaciones con destacadas figuras de su tiempo como Bertolt Brecht, Georges Bataille, Gershom Scholem, Hannah Arendt, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer. Tras el ascenso de Hitler al poder, se exilia en Francia. Cuando los nazis ocupan París, intenta huir hacia Estados Unidos vía España, pero no lo logra y se suicida.

Entre sus numerosos libros editados en español, se cuentan: Angelus novus (1971); Baudelaire. Un poeta en el esplendor del capitalismo (1972); Haschisch (1974); Tentativas sobre Brecht (1975); Para una crítica de la violencia (1977); Imaginación y sociedad (1980); Infancia en Berlín hacia 1900 (1982); Dirección única (1987); El concepto de crítica de arte en el Romanticismo alemán (1988); Discursos interrumpidos I (1989); El origen del drama barroco alemán (1990); La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (2003); Libro de los Pasajes (2004); Tesis sobre la historia y otros fragmentos (2008), y El París de Baudelaire (2013).

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroSobre el autorPara un retrato de cuerpo entero de Walter Benjamin, por Marcelo G. BurelloPrimera parte. Años de aprendizajeSegunda parte. Intentos y fracasosTercera parte. Moscú, París, utopíaCuarta parte. En el exilioNotas sobre los textos, por Marcelo G. BurelloCronologíaCréditos

Traducción de

MARCELO G. BURELLO

PARA UN RETRATO DE CUERPO ENTERO DE WALTER BENJAMIN

Marcelo G. Burello

 

 

ENTRÉ en contacto con la obra de Walter Benjamin durante mis estudios universitarios, a principios de la década de 1990. El solo nombre ya poseía resonancias magnéticas, aunque en el ámbito académico se lo invocaba casi puramente como un miembro heterodoxo de la denominada Escuela de Frankfurt. A mediados de aquella década, todavía formativa para mí, el grupo en torno a la revista Confines me encomendó traducir textos de esa idiosincrásica pluma: un intercambio epistolar donde el berlinés explicaba sus tempranas y ambiguas relaciones con el movimiento juvenil y con el sionismo. Desde entonces, mucho tiempo ha pasado. Mis ocasiones para volver a él fueron aumentando, conforme Benjamin iba dejando de ser el autor de algunos lúcidos ensayos para convertirse paulatinamente en uno de los máximos exponentes del pensamiento crítico del siglo XX y, por ende, uno de los pensadores más citados y referenciados también en lengua española (como ya lo era en su lengua natal, así como en italiano y francés, e incluso en inglés, pese al escaso paladar anglosajón para el genio germánico). Y es que de pieza selecta de la intelectualidad de habla hispana del siglo pasado, ese inefable y malogrado berlinés se había transformado en un referente insoslayable al despuntar el siglo actual, en un ascenso tan fluido que a quienes lo vivimos nos parecía un fenómeno lógico, natural, más producto de los innegables méritos intrínsecos de su pensamiento que de las caprichosas variaciones de la coyuntura (con la bancarrota del proyecto soviético a la cabeza).

Esta consagración tardía, sin embargo, a la par ha ido creando una equívoca imagen pública: la de un pensador progresista y consistente, abnegado y discreto, trágicamente incomprendido en su momento, pero en el fondo y a la larga siempre acertado e igualmente comprometido con las causas justas. Y, como suele suceder con los pensadores que impactan masiva y anacrónicamente, el retrato promedio de Walter Benjamin que hoy circula entre el gran público contiene varios presupuestos bastante desinformados o mal informados (según si los juzgamos intencionales o no).1

Para empezar, mencionemos el detalle no menor de que normalmente se lo lee al revés de su desarrollo, esto es, partiendo de los últimos textos que compuso en su vida. En consecuencia, su percepción madura de las relaciones entre política y estética en el ahora celebérrimo ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” y su comprensión final de la profunda injusticia que pesa sobre el mundo, tan lúcida y bellamente expuesta en el que fuera su testamento intelectual, “Sobre el concepto de historia”, sugieren una teleología destinal para toda su vida y obra, cual si el autor hubiera tenido que pasar por donde pasó y vivir lo que vivió para arribar a esas postreras iluminaciones espirituales. El poderoso efecto retroactivo de esos inspiradísimos escritos, de esta forma, echa un largo manto de sombra hacia el resto de su obra previa, alineándolo todo de modo tal que cada página, cada oración, cada palabra parezca compuesta para consumarse en ese gran finale. Lo cierto es que de no haber apurado el fatídico gesto con el que puso fin a su vida (vanamente, al parecer), Benjamin habría llegado poco después a Estados Unidos y habría estado escribiendo sobre los taxis de Nueva York, las bikinis de California, la cobertura de la guerra en la óptica de los Aliados y cosas por el estilo, que hacían a sus variados intereses y a sus posibilidades laborales como escritor y periodista exiliado sin acreditación profesional alguna, con un pésimo idioma inglés y, para colmo de males, con nula experiencia docente. Con esto quiero señalar que sus últimos escritos y su aventura terminal proveen a la vulgata de sus ideas con un falso redondeo, demasiado prístino, demasiado fácil, demasiado… biempensante.

Ciertamente, concedamos que, como fruto de la decantación de lógicas generalizaciones y simplificaciones, la imagen pública y extendida de Walter Benjamin es una estampa de trazo grueso, necesaria e incluso querible. Pero si a este pensador clave se lo quiere captar en toda su magnitud, con sus luces y sus sombras, sería aconsejable cuestionar y revisar ese retrato, en especial dada la importancia que ha adquirido. Para eso, nada mejor que dejarlo expresarse en todo el amplio espectro de sus temas y tonos. No con otro libro sobre Benjamin, sino con otro libro de él, pero uno algo diferente: uno que deliberadamente muestre el gabinete de curiosidades de un pensador cuya obra íntegra era en verdad un laboratorio de pruebas, de las que por lo general solo se conocen las puntas de iceberg. Un libro, en definitiva, que le habría complacido al propio autor, ajeno a cualquier etiqueta.

Esta antología, así, es para aquellos lectores que aspiran a vérselas con un Benjamin auténtico, de carne y hueso, y ante todo para quienes aún quieren sorprenderse con él, al punto de leer un volumen íntegro salido de su pluma como si fuera la obra de un extraño con un lejano aire de familia, un desconocido que resulta atractivo o interesante por un vago presentimiento, sin que se tengan mayores datos sobre su persona. Es un volumen que va a contrapelo —obviamente usando la expresión que él mismo invocara para proponer una historiografía alternativa—2 de la imagen pública sobre su obra, en primer lugar, pero también una selección de textos que lo muestran como un paradigma de quien en el fondo, quizás incluso en secreto, vivió a contramano de la sociedad y la cultura en las que se formó y que lo rodearon: las instituciones, los discursos, los ritos, todo se le volvía un artificio digno de ser criticado, historizado, relativizado y, más aún, recombinado y reutilizado por mera curiosidad personal o por intereses colectivos. Un hombre sin domicilio estable ni empleo fijo, con relaciones amistosas que incluían la tensa discordia y vínculos amorosos que no se excluían entre sí; un solitario incurable que continuamente procuraba pertenecer a grupos (estudiantiles, políticos, religiosos, profesionales, culturales, etc.) con los que entraba, de manera fatídica, en conexiones problemáticas y sospechosas. Alguien cuyos propios seguidores y especialistas preferirían ignorar u olvidar que abrevó de fuentes comunes al fascismo, que profesó concepciones epistemológicamente inadmisibles o que, incluso, condescendió a promiscuidades en lo personal y privado.

Los textos que aquí se presentan, en buena parte aún inéditos en español y alineados en una serie cronológica tentativa,3 se enhebran constituyendo un itinerario oscilante, con un punto de pivote común: el nacionalismo exacerbado, que se probó a sangre y fuego en la Primera Guerra Mundial y que a la sazón degeneró en el totalitarismo que diera pie a la Segunda Guerra Mundial. Pues el joven Walter Benjamin tomó sus primeras decisiones adultas en función de independizarse de su hogar paterno y de evitar el servicio militar alemán (escapando a la escalada bélica de 1914), y a partir de ahí ingresó en un ciclo vital que ya no conocería otra solución de continuidad que la muerte por mano propia, yendo siempre de un lado a otro con el fin de escapar a las garras del fascismo. Siguiendo ese trágico hilo transversal, la estructura cuatripartita de este volumen pretende detectar etapas en atención a ciertos hitos biográficos que pautaron la existencia del autor, sin por ello velar las continuidades de sus afanes más manifiestos y, en especial, las tensiones más llamativas en este verdadero patrono de la contradicción y la indefinición (que ciertamente no son lo mismo, pero que a lo lejos se parecen).

En la primera parte, “Años de aprendizaje”, se puede ver a nuestro protagonista desde la niñez a la madurez: sus estudios escolares, sus tempranos amores, su matrimonio, la llegada de su hijo y su doctorado, que parecía augurar un brillante futuro. En “Intentos y fracasos”, a continuación, estamos frente a sus primeros tanteos en el mundo académico, editorial y periodístico, hasta llegar al fracaso de su pareja, de su revista y, sobre todo, de su habilitación docente, vale decir, de su posible carrera académica. La tercera parte, “Moscú, París, utopía”, nos muestra al pensador ya sin hogar por decisión propia, recorriendo Europa en busca de perspectivas y encarando grandes proyectos como crítico y ensayista. “En el exilio”, por último, lo revela en un estado de crisis permanente, sin poder pisar Alemania y oscilando forzosamente por toda Europa Occidental, hasta la desesperación final. Cada parte contiene 15 piezas, de variada extensión, y cada una de ellas —rubricada por un pequeño comentario orientativo al final del libro— pretende dar cuenta de ciertos complejos temáticos recurrentes y algo marginados por esa imagen pública estereotipada a la que me referí al comienzo (tales como el campo de lo mágico, lo alucinatorio y extrasensorial, lo onírico, lo esotérico, lo lúdico, lo erótico, e incluso lo humorístico). Además, he querido poner a la luz algunos aspectos muy íntimos y cuestiones afectivas poco conocidas de alguien que se esforzaba por no revelarse personalmente en su escritura,4 con el ánimo de expandir todo lo posible la imagen. Como resulta lógico, en la primera parte del legado benjaminiano abundan los textos inéditos o muy poco conocidos, y en la última, la de madurez, se destacan los ensayos más célebres. En esta selección hago prevalecer la poesía en el inicio y las cartas al final, como testimonio privilegiado de una intimidad siempre inquieta y en conflicto. Y para darle cierta compacidad a este heterogéneo grupo, he incorporado al principio el primer texto y al final el último de lo que se ha conservado de su íntegra producción; la ilusionada crónica de un viajero y la amarga nota de un suicida encierran, así, un flujo que se me antoja infinito.

Cabe consignar brevemente aquí las fuentes textuales. La primordial ha sido Gesammelte Schriften [Escritos completos], en la edición clásica de Rolf Tiedemann y otros colaboradores, en siete tomos publicados entre 1972 y 1989 (algunos de ellos, además, desdoblados en dos o tres volúmenes). Apenas se vieron hasta ahora los primeros ejemplares de la nueva edición crítica en 21 tomos (bajo el nombre de Werke und Nachlass. Kritische Gesamtausgabe [Obras y escritos póstumos. Edición crítica integral]), por lo que descarté apoyarme en ellos. Para las cartas, comparé la pionera edición en dos tomos de Briefe [Cartas], editada tempranamente en 1966 por Adorno y Scholem, y las Gesammelte Briefe [Cartas completas], en seis volúmenes, editadas desde 1994 a 2000 por Christoph Gödde y Henri Lonitz. En las notas al pie, me refiero a estas obras por sus títulos al atribuir el origen de los textos. No casualmente, todas estas ediciones le pertenecen a la ahora berlinesa Suhrkamp, que ha sido la sede oficial del legado benjaminiano desde la posguerra, cuando los supervivientes del Instituto de Investigación Social de Frankfurt retornaron a su país natal. Todos los textos se tradujeron originalmente del alemán o del francés, sin dejar de cotejar mis versiones con las preexistentes en los casos en que las había y tuve disponibles. En algunas instancias puntuales, también he confrontado mis textos con la pionera edición italiana de Opere complete [Obra completa] promovida por Giorgio Agamben para la casa Einaudi y publicada entre 2000 y 2014, al cabo finalizada por editores alemanes.

De los muchos que colaboraron en diversas formas con este libro, corresponde un agradecimiento especial a Horacio Zabaljáuregui, que apoyó el proyecto, y a Ramiro Vilar, que posibilitó su concreción.

1 Me refiero a las diversas interpretaciones y apropiaciones desde el marxismo y la izquierda en general, desde el judaísmo, desde el vanguardismo artístico, etc., cuya coexistencia prueba la multiplicidad y la riqueza del profuso corpus benjaminiano.

2 Véase la célebre tesis VII de “Sobre el concepto de historia” (o, en su título alternativo, “Tesis sobre filosofía de la historia”, como fue bautizado inicialmente el texto por su primer editor, Theodor W. Adorno).

3 Como bien lo observaron oportunamente los editores italianos, el criterio temporal es difícil de sostener en alguien como Benjamin. Coloco los textos siempre según la presunta fecha inicial que sugieren los editores alemanes, valiéndonos del terminus a quo como una referencia plausible.

4 Leemos en su Crónica berlinesa (1932): “Si escribo en un alemán mejor que la mayoría de los escritores de mi generación, eso se lo debo en buena parte a haber observado una única regla menor durante veinte años. Dice así: no usar nunca la palabra ‘yo’, salvo en las cartas. Las excepciones que me he permitido hacer a este precepto se pueden contar con los dedos” (Gesammelte Schriften, t. VI, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1991, p. 475).

PRIMERA PARTEAÑOS DE APRENDIZAJE

VIAJE PENTECOSTAL DESDE HAUBINDA1

Ya algunas semanas antes del feriado de Pentecostés, yo había planeado con empeño un viaje pentecostal a la Suiza francona,2 junto con un camarada que quizá vendría conmigo. A ello nos ayudó el compañero de cuarto del camarada en cuestión, que ya había visitado varias veces la Suiza francona; de hecho, era justamente quien nos había dado la idea. Tras haber recibido de casa el permiso y el dinero necesario, nos decidimos firmemente a emprender la excursión.

Nos disgustó saber que también otros estudiantes querían hacer esa misma excursión, si bien en bicicleta (no a pie, como nosotros), y cuando alguien más se ofreció a acompañarnos, lo rechazamos.

Era una lluviosa mañana de comienzos de junio cuando dejamos la conocida zona del basural de Haubinda. En compañía de algunos otros estudiantes con distintos destinos fuimos a Streufdorf, la estación ferroviaria más cercana a nuestra residencia. Como el reloj de Haubinda estaba considerablemente adelantado, tuvimos que esperar el tren unos tres cuartos de hora con una lluvia torrencial bajo el alero del galpón de mercaderías. A esa hora, la “sala de espera” todavía estaba cerrada. Finalmente, minutos antes de las 6 llegó el tren, que solo tenía tercera y cuarta clase. En el camino, mi compañero de viaje e infortunio Hellmut Kautel se entretuvo con un chiquito simpático pero insidioso que para Pascuas nos había visitado desde Altenburg. En Hildburghausen tomamos café, porque teníamos que esperar mucho…

Nuestro siguiente destino era Lichtenfels, desde donde queríamos ir hasta Pegnitz; no sabíamos qué camino tomar desde Lichtenfels. Desde Pegnitz teníamos unas tres o cuatro horas de recorrido hasta Pottenstein, un lugar situado en medio de la Suiza francona y alrededor del cual queríamos hacer excursiones. Nuestras vacaciones duraban una semana.

El tren llegó. Kautel, yo y otro estudiante que viajaba a Coburgo subimos. La región que atravesaba el tren no era bella, así que pronto atacamos nuestras copiosas provisiones, con las que se nos había abastecido en Haubinda. En una de las estaciones siguientes subió un hombre con su mujer, que a todos los que estaban en el compartimiento y luego también a todos los que subían les contaba que el día anterior había corrido con ella bajo una tremenda lluvia desde Eisfeld hasta la estación. En Coburgo nos despedimos del camarada y después empezamos a conversar un poco, pero estábamos muy cansados. Entre otras cosas yo pensaba en que tal vez también se podría visitar Núremberg, pero Kautel, siempre tan precavido, lo desaconsejó. En Lichtenfels nos aburrimos mucho, no podíamos hacer nada debido al mal tiempo. Al cabo nos sentamos en la sala de espera de la cuarta clase (pues allí no había nadie) y leímos. Cuando luego le preguntamos a un lacónico funcionario por el trayecto a Pegnitz, nos indicó que había que pasar por Bayreuth. De camino a Bayreuth me enojé con Kautel y descubrí un rasgo en él que me tuvo enojado durante todas las vacaciones. A saber: era extraordinariamente tímido en el trato con extraños, lo mismo si eran personas particulares o funcionarios. Le pedí que le preguntara al inspector en la siguiente estación si estábamos en el tren correcto; me contestó enfadado que a él le daba absolutamente igual, y que si quería preguntara yo. En general era caprichoso y permanentemente creía estar extenuado. Fuera de eso, era bondadoso y considerado. Desde Bayreuth, donde apenas tuvimos una parada corta, viajamos a Schnabelwaid, y desde allí tomamos el expreso de Fráncfort d. M. para llegar a Pegnitz. Entre el gentío de la estación de Schnabelwaid, Kautel y yo terminamos entrando a distintos compartimientos, pero nos reencontramos en Pegnitz, donde arribamos a las 3 y media.

Soy un mal caminante y ya en Haubinda me daba un poco de miedo esta caminata. El tiempo estaba nublado y lluvioso. Tras pertrecharnos con algunas cosas necesarias en una tienda local, partimos. A los diez minutos de marcha llegamos a una bifurcación de la ruta, a la salida de Pegnitz; el sendero hasta Pottenstein, notablemente más corto que la ruta, arrancaba allí.

Kautel prefería ir por el sendero corto, pero yo pensaba que si ya me las arreglaría bastante mal con la ruta, tanto peor sería con el sendero, del que nos habían dicho que estaba en muy malas condiciones. Al final Kautel cedió y tomamos por la ruta. Mas en el pueblo siguiente decidimos utilizar el sendero por comodidad, porque de ahí en adelante la ruta iba cuesta arriba. Apenas teníamos un mapita no muy detallado, además de una brújula, y después de avanzar un rato por el sendero no teníamos ni idea de dónde estábamos. Pasamos por un trecho de hermoso bosque hasta llegar a una pradera en la que un joven pastoreaba vacas. Cuando le preguntamos el camino, pareció no entender nuestro alto alemán;3 tampoco sabía manejarse con el mapa que Kautel le dio. Pasó lo mismo con una mujer que encontramos más tarde.

Aunque podíamos suponer que los estudiantes demorados podían estar en Pottenstein antes que nosotros y así sacarnos el alojamiento mejor y más barato, sobre el que nos habíamos informado, nos divertíamos mucho, yo más que Kautel; la caminata no me resultaba para nada difícil y casi me daba igual si llegaba a Pottenstein ese mismo día o no. Por lo demás, ya de antemano me había hecho a la idea de tener que pernoctar a la intemperie.

Después de que le habíamos preguntado infructuosamente a la mujer, hicimos la primera pausa breve en la marcha para ubicarnos bien en el mapa. Con ayuda de este y de la brújula, vimos que teníamos que tomar más a la derecha. En la primera bifurcación, doblamos a la derecha. De repente cambió todo el paisaje: en vez del paisaje boscoso nos encontramos en un lugar descampado, circundado pictóricamente por peñascos. Si se miraba un poco mejor, podían verse cuevas en muchos sitios. Habría tenido ganas de trepar de inmediato por allí, pero no había tiempo. Ahora estábamos cerca de un pueblo y, cuando supimos cómo se llamaba, pudimos orientarnos.

Pasando un poco el pueblo, nos echamos para consumir algo de nuestros víveres. Eran las 5 y media. Luego proseguimos, pero noté que no podía seguir caminando como antes: el descanso me había hecho notar lo cansado que estaba.

1 Texto tomado de Gesammelte Schriften, t. VI, pp. 229-231. Redactado en 1906. Inédito en vida.

2 Se denomina así a una silvestre y pintoresca región de Franconia.

3 Es decir, el idioma alemán estándar, hablado por la gente instruida.

EL POETA1

Ante el trono de Zeus estaban

los olímpicos, y habló Apolo,

cuestionando a Zeus con los ojos:

“Gran Zeus, en tu enorme creación

sé distinguir a cada individuo,

claramente apartando uno de otro;

tan solo al poeta busco en vano”.

A lo que el mandatario respondió:

“Mira allí en los montes de la vida,

en la senda rocosa, donde van

las alternantes generaciones.

En el vivaz cortejo ves unos

que ruegan y suplican con pesar,

y ves otros que juegan sonriendo,

cogiendo flores en el abismo.

Algunos avanzan a hurtadillas,

con la vista perdida en el suelo.

Muchos otros andan en multitud,

con diversos ánimos y gestos.

Mas en vano buscas al poeta…

Mira el borde del pétreo camino,

donde súbitas caen las rocas

y retruenan en la negra hondura.

Contempla el margen del feo abismo:

verás a alguien despreocupado,

entre la noche y la luz del día.

Se pasea con calma inmutable,

lejos de la senda de la vida.

Con la vista ya puesta en sí mismo,

ya con valentía en las alturas,

ya con amplitud en el gentío.

Su pluma redacta eternos trazos…

Conócelo, pues: es el poeta”.

 

 

[DER DICHTER

 

Um den Thron des Zeus versammelt standen

Die Olympier. Und es sprach Apoll

Fragend seinen Blick zu Zeus gewendet:

“Groser Zeus in Deiner macht’gen Schopfung

Kann ich jedes einzelne erkennen,

Scharfen Blicks es sondernd von den andern

Nur den Dichter suche ich vergebens.”

Ihm erwidernd gab der Herrscher Antwort:

“Sieh hinunter auf’s Gebirg des Lebens,

Auf den steilen Felsengrad, wo wandern

Hin im ewigen Wechsel die Geschlechter.

In dem bunten Zuge siehst die einen

Jammernd fleh’n Du, mit erhob’nen Handen,

Andere wieder siehst Du lachend spielen

Blumen haschend an dem Felsen Abgrund;

Manche siehst Du stumm die Strase schleichen,

Leer zu Boden ihren Blick geheftet.

Zahllos viele find’st Du in der Menge

Stets verschied’nen Geistes und Gebarens;

Doch den Dichter suchst Du dort vergebens.

Schau zum Rand der grosen Felsenstrase,

Wo in jahem steilen Sturz die Felsen

Ewig donnern in die schwarze Tiefe.

Sieh, am Rand des ungeheuren Abgrunds,

Da gewahrst Du Einen sorglos stehend

Zwischen schwarzer Nacht und buntem Leben.

Dieser steht in wandelloser Ruhe

Einsam, abseits von der Lebensstrase.

Bald den tiefen Blick in sich gerichtet,

Mutig bald zu uns hinauf ins Licht,

Bald auch grosen Schauens auf die Menge.

Ew’ge Zuge schreibt sein Griffel nieder.

Diesen siehe und erkenn - er ist der Dichter.”]

1 Texto tomado de Gesammelte Schriften, t. II/3, p. 832. Se trata de un poema en verso pentámetro trocaico (cinco pies troqueos sin rima), originalmente publicado en la revista estudiantil berlinesa Der Anfang. Zeitschrift für kommende Kunst und Literatur, núm. 19, junio de 1910, p. 25, bajo el seudónimo de “Ardor”.

LA COMUNIDAD ESCOLAR LIBRE1

Si aquí, en el marco de una revista, trato de caracterizar una institución tan significativa como la Comunidad Escolar Libre de Wickersdorf2 (cerca de Saalfeld, en Turingia), hay que anteponer dos cosas. En el empeño por representar el contenido teórico, ideal de la escuela, debo renunciar a una descripción de la existencia escolar cotidiana, vivaz, que ciertamente es en sí muy importante para dar una impresión cabal de una escuela. Tampoco puedo, en el empeño por subrayar lo positivo de la idea de la escuela, extraer las conclusiones que promueve la comparación de la concepción de Wickersdorf y los principios encarnados en la educación familiar y estatal. Para lo primero remito al informe anual de Wickersdorf, y para lo segundo, al segundo anuario de la Comunidad Escolar Libre.

La CEL no surgió de la necesidad de una reforma parcial; su eje no es “menos griego, más deporte” o “no al castigo corporal, y sí a la relación de respeto mutuo entre docentes y estudiantes”. Si bien su programa también contiene muchos reclamos de la pedagogía moderna, si bien entre sus obvios presupuestos también se cuenta ante todo el contacto libre, no regulado por la autoridad oficial entre el docente y el estudiante, lo esencial de la institución de ninguna manera se circunscribe al ámbito pedagógico: su foco es un pensamiento filosófico, metafísico, un pensamiento que por cierto “es independiente de la metafísica cosmológica de cualquier partido”.3

Brevemente, dicho razonamiento es el siguiente:

 

De camino a sus metas, la humanidad continuamente genera enemigos: sus nuevas generaciones, sus hijos, la encarnación de su vida pulsional, de su voluntad individual, la verdadera parte animal de su existencia, su pasado que continuamente se renueva. De modo que no hay tarea más importante para la humanidad que la de apropiarse para sí dicha existencia, introduciéndola en el proceso del devenir humano. Eso es la educación.

 

La escuela es el lugar donde se le debe revelar al espíritu infantil “que no es una conciencia aislada, sino que desde el inicio ha visto y conocido las cosas mediante un espíritu objetivo que lo domina y lo gobierna, un espíritu cuyo portador es la humanidad y gracias al cual esta es humanidad”. Todos los bienes ideales —lengua y ciencia, derecho y moral, arte y religión— son expresiones de dicho espíritu objetivo. Una larga y fatigosa peregrinación ha llevado a la humanidad, portadora del espíritu objetivo, hasta su nivel actual. Y la época que atravesamos hoy es la más importante hasta ahora en términos del desarrollo del espíritu humano. “La impronta de esta época es la incipiente emancipación del espíritu.” En el socialismo, el espíritu enfrenta las degeneraciones de la lucha por la existencia; en el evolucionismo, reconoce el lógico desarrollo del mundo; en la técnica, asume la batalla con las fuerzas naturales. El mundo se ha vuelto objeto del espíritu humano, que antes resultaba oprimido “por el predominio de la materia”. El consabido representante filosófico de esta concepción es mayormente Hegel.

Con esto queda determinada la tarea del individuo. Tiene que ponerse al servicio del espíritu objetivo y cumplir con su deber de trabajar para los bienes superiores. En la derivación consciente de esta idea a partir de la metafísica hay un factor religioso. Y en definitiva solo esta conciencia religiosa puede valer como respuesta última a la pregunta por el objetivo, la necesidad de una enseñanza cuya meta máxima y absoluta no es armar a los jóvenes para la lucha por la existencia.

Pero surgen dos cuestiones importantes. Primero: “¿La juventud es capaz de una convicción tan seria, de una voluntad tan sagrada?”. Es imposible dar una respuesta concluyente a este interrogante. “Para quien ve en la juventud […] solo una etapa preparatoria, sin valor propio, y en la escuela solo un ejercicio preparatorio para la posterior lucha por la existencia en tanto auténtica sustancia de la vida, la profundización y la sacralización de la enseñanza y el aprendizaje no vienen al caso.”

Sin embargo, ya Rousseau expresa la idea de que en ningún otro momento más que en sus años de desarrollo el ser humano es tan receptivo a las grandes ideas y se vuelve con más entusiasmo a los ideales. Las razones son obvias: los intereses de la vida profesional y las preocupaciones respecto de la familia aún no han estrechado el horizonte del joven. Y un correlato de esto, pero incluso de mayor envergadura, es que todavía no conoce la monotonía de la jornada, de las costumbres: las convenciones, “el eterno ayer que siempre fue y siempre vuelve” y que es el peor enemigo de todo lo grande.

“Entonces: digamos que el joven no solo es capaz de aprehender la tarea, sino también de actuar conforme a ella en casos singulares. ¿Seguirá siendo joven, conservará esa ingenua alegría de vivir?” Tampoco eso puede probarse en abstracto; lo convincente será echar una mirada a los informes anuales o, mejor aún, hacer una visita a la escuela.

Entre las cuestiones más importantes que resuelve la CEL está el problema de la coeducación. A diferencia de muchos otros lugares, en Wickersdorf no se ve el énfasis de esta cuestión puesto en el ámbito sexual, si bien lógicamente este factor juega un papel. En cambio la pregunta decisiva es: “¿Hay un objetivo específicamente masculino o femenino hacia el cual deba orientarse la vida?”.

Desde muchas partes oiremos respuestas afirmativas a este interrogante, y se nos repetirá aquello de Goethe: “Los muchachos para sirvientes, las muchachas para madres”.4 A lo que el Dr. Wyneken (responsable del anuario) replica: “¿Eso quiere decir que cuanto ocupa la etapa de los 20 a los 40 años de edad también ha de llenar lo que va del primero hasta los 20?”. Wyneken ve ahí una limitación del progreso espiritual. La mujer se ve limitada a un ámbito estrecho desde el comienzo, y “la vieja identificación de sexo y profesión” impide que progrese de una vez por todas. Pero justamente nosotros vivimos una época de fuertes cambios en la vida, la visión y el juicio de la mujer, y sería muy estrecho si ahora quisiéramos educarla “con nociones preconcebidas”, en atención a “un ideal doméstico que cada día se vuelve más cuestionable” y a “otras ideas que el filisteo subsume al concepto de lo ‘eterno-femenino’”.5

Tal es el punto de vista de la CEL frente a la pregunta de si ambos sexos han de recibir la misma educación. Y si en contra de estos argumentos se plantea la objeción —por cierto de peso— de que “el significado mayormente fisiológico que la mujer tiene para la humanidad se opone a una concepción así, fundada en lo espiritual”, la respuesta sería: “Y si el auténtico destino de la mujer fuera biológico, esa mujer que se consagre por sí sola y conscientemente a dicho destino habrá de ser más que un animal o una esclava: habrá de ser un ser humano y la compañera del varón”.

Lo que se dice sobre la necesidad de una educación común a los dos sexos (en el primer anuario de Wickersdorf) alberga una idea tan amplia y noble que no puedo dejar de reproducirlo textualmente:

 

La juventud es la edad de la receptividad para los valores absolutos de la vida, la edad del idealismo. Es la única edad […] en la que puede surgir una sensibilidad social que no se basa en el oportunismo, que no aspira a la mayor felicidad posible para la mayor cantidad posible,6