Matriarcadia - Charlotte Perkins Gilman - E-Book

Matriarcadia E-Book

Charlotte Perkins Gilman

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Beschreibung

Matriarcadia es el relato de una sociedad utópica en la que sólo existen mujeres, quienes gobiernan una sociedad ordenada y pacífica sin varones desde hace dos mil años. Su apacible vida se ve alterada por la expedición de tres hombres de muy diferente carácter: un romántico soñador; un orgulloso joven adinerado, acostumbrado a dominar a las mujeres, y el narrador, abierto a comprender el nuevo mundo por descubrir. Los tres tienen la oportunidad de conocer una nueva civilización, y acogerán las costumbres de esta de muy diferente grado. Así, desde el punto de vista de un hombre, la activista feminista Charlotte Perkins Gilman pone en evidencia la rigidez de la sociedad americana en la que ella vive en contraste con una imaginaria cuya correcta marcha demuestra que la mujer, la feminidad y la maternidad pueden cumplir un papel muy distinto en la educación, el amor y la vida cotidiana.

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Akal / Básica de Bolsillo / 346

Serie Utopías

Director de la serie: Ramón Cotarelo

Charlotte Perkins Gilman

MATRIARCADIA

Estudio preliminar de: Ramón Cotarelo García

Traducción de: Celia Merino Redondo

Herland es el relato de una sociedad utópica en la que sólo existen mujeres, quienes gobiernan una comunidad ordenada y pacífica sin varones desde hace dos mil años. Su apacible vida se ve alterada por la llegada de una expedición de tres hombres de muy diferente carácter: un romántico soñador; un orgulloso joven adinerado, acostumbrado a dominar a las mujeres, y el narrador, abierto a comprender el nuevo mundo por descubrir. Los tres tienen la oportunidad de conocer una nueva civilización, y acogerán las costumbres de esta de muy diferente grado. Así, desde el punto de vista de un hombre, la activista feminista Charlotte Perkins Gilman pone en evidencia la rigidez de la sociedad americana en la que ella vive en contraste con una imaginaria cuya correcta marcha demuestra que la mujer, la feminidad y la maternidad pueden cumplir un papel muy distinto en la educación, el amor y la vida cotidiana.

Diseño de portada

Sergio Ramírez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Herland

© Ediciones Akal, S. A., 2018

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4534-2

Prólogo

Una utopía feminista

La autora

La propuesta de la tercera ola del feminismo contemporáneo de que lo «personal es político» (Millet, 1970) retrata a la perfección la biografía de la autora de Matriarcadia[1], Charlotte Perkins Stetson (Hartford, Connecticut, 1860-Pasadena, California, 1935). Tanto su extensa obra escrita como su intensa y prolongada actividad pública evidencian la huella de su vida privada, su educación, sus relaciones familiares, sus dos matrimonios, su maternidad y hasta su forma de morir por suicidio. Las concepciones de Gilman, muy originales en su día, brotan de sus experiencias vitales y, a su vez, estas se orientan por aquellas.

Nacida en un hogar de escasos recursos muy inestable de la costa Este de los Estados Unidos, el padre, Frederic Beecher Perkins, abandonó la familia siendo Charlotte una niña. Dado que la madre, Mary Perkins (nacida Westcott), carecía de toda competencia o habilidad que le permitiera ganarse la vida, ella y sus hijas hubieron de resignarse a una existencia errática, manteniéndose con las escasas aportaciones que llegaban del padre o compartiendo vivienda con las tías de este, entre ellas Harriet Beecher Stowe, la autora de La cabaña del tío Tom. Es razonable pensar que Charlotte creciera en un clima abolicionista y sufragista y que ello condicionara su posterior evolución ideológica. Pero sin echar en saco roto, no obstante, que, para las tías del padre, Charlotte y su familia eran como los parientes pobres, a los que se tolera en atención al sobrino.

Los Perkins se mudaron de domicilio en diversas ocasiones, lo que impidió que Charlotte tuviera una educación formal estable y completa que, además, se interrumpió cuando contaba quince años de edad. Eso no fue obstáculo para que continuara por su cuenta una ambiciosa educación autodidacta que abarcaba muchos campos del saber.

En 1884 se casó con un artista que nunca llegó a triunfar, Charles Walter Stetson. Fue un matrimonio difícil, como sabemos por el minucioso diario de Charlotte, que se publicó después de su muerte, en 1935[2] (Gilman, 1975). El matrimonio, que tuvo una hija, Katherine Perkins, decidió separarse en 1888 y se divorciaría finalmente en 1894. Nos da idea de cómo debió de ser aquella convivencia una de las entradas del diario, justo una semana después del matrimonio, cuando, de conformidad con sus ideas centrales acerca de la emancipación de la mujer, preguntó directamente a su marido si estaba dispuesto a pagarle «por sus servicios». Ella misma anotó en el diario que no creía que él se lo hubiera tomado bien (Lefkowitz Horowitz, 2010, p. 101). La pregunta pudiera parecer ambigua porque no precisaba el alcance de dichos «servicios», pero es congruente con el pensamiento de Gilman, quien siempre sostuvo la necesidad de profesionalizar el trabajo del ama de casa y hacerlo remunerable.

La pregunta apunta asimismo al corazón de su teoría, luego desarrollada en su obra más conocida, La mujer y la economía, publicada en 1899, según la cual, la causa principal de la situación de subalternidad de las mujeres es la división sexual del trabajo en nuestras sociedades, en la que aquellas carecen de independencia económica y se ven obligadas a aceptar la supremacía de los varones. Recogiendo las ideas de Ricardo sobre el valor del trabajo y las de Marx, por quien Gilman no sentía especial preferencia, aunque se consideraba socialista en la estela de Edward Bellamy, recuerda que las mujeres realizan todo el trabajo de los hogares sin tener siquiera un salario por ello. Desde el punto de vista marxista, esta división sexual del trabajo incrementa los beneficios del capital; viene a ser lo que hoy llamaríamos una externalidad del modo de producción sufragado por la sociedad, específicamente por las mujeres que ven así, además, mermadas sus oportunidades vitales.

Está claro que lo personal, lo privado, repercute en lo político y público, a pesar del gran interés que tienen las sociedades patriarcales en mantener separados los dos ámbitos. Y Gilman lo experimentaría de una forma directa que ha dejado huella en la historia de la literatura. La mencionada dificultad del matrimonio alcanzó su clímax después del alumbramiento de la hija única en 1885. La época era dada a detectar en las mujeres todo tipo de anomalías y desajustes que entraban bajo el confuso concepto de histeria. Enfocando de esa forma la depresión posparto que sufrió Charlotte, su marido la puso bajo los cuidados de un médico amigo suyo, el doctor Silas Weir Mitchell, afamado especialista en «neurastenia», asimismo una imprecisa determinación especialmente dirigida al «cuidado» de las mujeres en una sociedad que las consideraba débiles, menores de edad perpetuas. Siguiendo el estilo de la época, Mitchell le impuso un estricto régimen de alimentación, mucho ejercicio y mucho reposo, aislamiento de la familia, no dedicarse a tareas intelectuales y no volver a tocar una pluma o un libro el resto de su vida (Spawls, 2015). El remedio empeoró su mal, que estuvo a punto de llevarla a la locura y de la que se salvó separándose y yéndose a vivir a Pasadena, en la costa Oeste.

Nuestra autora narró esta experiencia en un relato corto, La habitación del papel amarillo, publicado en 1892, y que le granjeó general reconocimiento y una viva controversia entre detractores y admiradores, todavía viva. La historia, rescatada por el movimiento feminista y que nunca ha estado descatalogada, es una especie de frío informe en forma de entradas de un diario sobre el descenso de una persona en normal uso de sus facultades a la más incomprensible locura. Los personajes reales, el marido y la celebridad médica que estuvieron a punto de llevarla a la insania, aparecen bajo nombres supuestos. Pero la historia es la misma. Sigue teniendo un inmenso impacto y es objeto de numerosas interpretaciones, siendo las más comunes las que apuntan a la crítica a la situación de la supeditación de la mujer en el siglo XIX, las injusticias del matrimonio patriarcal, los abusos del machismo disfrazado de práctica médica incuestionable e, incluso, aprovechando el color del papel, una supuesta denuncia de la prensa amarilla. La obra continúa publicándose en antologías de literatura feminista y también gótica, pues en ambos campos tiene un bien ganado prestigio. Suele subrayarse asimismo su faceta de literatura de terror. No es exagerado decir que La habitación de papel amarillo es una de las piezas literarias más destacables del siglo XX. No desmerece de La Metamorfosis, con la que es comparada frecuen­temente por el fuerte impacto que produce en el lector. Curiosa­mente se escribió con una funcionalidad terapéutica a la vez que utilitaria. Parte de los ataques que recibió la obra –no sólo del público en general, sino de la profesión médica también– apuntaban a que era un texto peligroso[3]. A raíz de uno de ellos, Gilman se sintió obligada a publicar una explicación, Por qué escribí «La habitación del papel amarillo», unos diez años más tarde, y en la que cuenta cómo el doctor Mitchell cambió su tratamiento al leer el relato, felicitándose por ello y afirmando que: «No estaba pensado para volver loca a la gente, sino para impedir que se volviera loca a la gente. Y lo conseguí».

La habitación del papel amarillo consolidó una carrera literaria, de colaboraciones en diverso tipo de prensa, bien comercial, bien en apoyo de la reforma social que comenzó a predicar muy pronto, basada en una transformación del papel de la mujer en el sistema productivo (y, por ende, la familia) y en lo que llamaba la «división sexual/económica del trabajo». Esa carrera se consagró definitivamente con la aparición en 1899 de la citada La mujer y la economía (Gilman, 1998).

La situación de subalternidad de la mujer se basa en su dependencia económica del varón. Ello no solamente atenta contra la dignidad de las mujeres como personas, sino que supone una pérdida considerable de recursos de la humanidad. Exactamente la mitad de la riqueza que podría crearse con una colaboración leal de los dos sexos en lugar de la situación actual de explotación de la mujer por el hombre. Esta situación es única entre los seres vivos porque en todas las especies animales, salvo escasas y muy transitorias circunstancias, las hembras no dependen de los machos para su subsistencia. Se trata, pues, no de una condición natural, sino social o cultural. Sólo las mujeres dependen de los hombres para su supervivencia y esto las convierte en seres incompletos, desindividualizados, incapaces de vivir una vida plena o creativa. Las propuestas que aporta para conseguir su emancipación básicamente consisten en fomentar la igualdad en la educación de ambos sexos y la dedicación profesional independiente de las mujeres. Por supuesto, esta dedicación profesional no sólo era aconsejable para las actividades fuera del hogar, sino también para las de dentro de él. La cuestión era que todas las actividades de la mujer en el seno privado del matrimonio fueran remuneradas.

El problema es, sin embargo, que esta necesaria colectivización del trabajo que presuponen las ideas de Gilman no es viable en el seno de una sociedad capitalista que es necesariamente jerarquizada y atomizada e impide todo tipo de administración racional de los recursos a base de vida comunal[4].

A fines del siglo XIX, el feminismo tomaba la forma del sufragismo, movimiento con el que coincidía Gilman. Pero su enfrentamiento con la sociedad patriarcal iba más allá que la equiparación del derecho de sufragio y afectaba a la condición estructural de la mujer en ella. Su objetivo no era únicamente conseguir el derecho de sufragio para las mujeres, esto es, una emancipación política, sino su liberación completa como seres humanos en igualdad de derechos con los hombres. Su liberación económica. Para ello apunta a diversas medidas y prácticas que llevarían a este fin, algunas de las cuales representará más tarde en Matriarcadia, aunque no todas porque, al estar esta sociedad partenogenética privada de hombres, no es preciso proponer reformas que hagan más llevaderos o igualitarios los hogares. Algunas son realmente innovadoras, como la idea de contratar mujeres para que se ocupen profesionalmente del cuidado de los hogares y que esta no recaiga necesariamente sobre la esposa, tanto si le gusta como si no, tanto si sabe como si no. Lo mismo cabe decir de la educación de los hijos, si bien este aspecto pedagógico sí está tratado en la utopía, dado que hay niñas que educar.

Ideas revolucionarias para los estertores de la sociedad victoriana, vigente a ambos lados del Atlántico, sobre todo en los estados de la Nueva Inglaterra. El libro alcanzó gran éxito, llegó a tener cinco ediciones entre 1899 y 1916, se tradujo a siete lenguas y se dio cuenta de él en varias publicaciones de renombre, a pesar de que se trataba de un ensayo casi de agitación y sin estructura académica. La novedad y audacia de sus ideas y el hecho de que produjeran tal controversia dio notable celebridad a su autora como figura representativa del sufragismo y del feminismo. Asistió como delegada de California a sendas conferencias mundiales en Europa sobre estas materias. También tuvo una actividad de conferenciante en Inglaterra, en donde trabó amistad con autores y literatos importantes, como Wells, Shaw, etcétera.

Esa vida pública siguió teniendo una extraña relación con la privada y personal. Una vez formalizó el divorcio de Walter, quien se casó con Grace Ellery Channing, una amiga de la infancia de Gilman, tomó la decisión de enviar a su hija a vivir con la pareja. La decisión probablemente era causa de su convicción, de la que La habitación de papel amarillo era una prueba evidente, de que no era una buena madre, como tampoco lo había sido la suya. Ella no estaba hecha para la maternidad, lo cual no deja de ser interesante teniendo en cuenta que esta, la maternidad, constituiría el principio legitimador y organizador de Matriarcadia, un evidente caso de disonancia entre lo que se piensa y cómo se vive. Gilman llegó a justificar su decisión en términos plausibles, sosteniendo que asistía a la hija el derecho a vivir también con su padre y que, además, tenía la ventaja de contar con dos madres, reconociéndose ella peor que su amiga. Un punto de vista avanzado y moderno que, sin embargo, le acarreó muchos ataques incluso entre sus seguidores y seguidoras, que forzaron la suspensión de una publicación periódica que codirigía, The Impress, pretextando su forma de vida no convencional y su divorcio (Kessler, 1995, p. 28). Gilman encajó la lucha y mantuvo sus convicciones, pero el ataque sufrido la llevó a reflexionar sobre la aportación que las mujeres hacen a los mecanismos que las someten y explotan. Es una idea que aparece con frecuencia en sus escritos. Porque lo privado, efectivamente, es público.

Mujer de fuerte temperamento, después de un largo periodo de reflexión contrajo matrimonio con un primo suyo, Houghton Gilman, abogado, con quien convivió, casi siempre en Nueva York, hasta el fallecimiento de él, tras de lo cual volvió a trasladarse a Pasadena, a vivir sus últimos años con su hija, quien la cuidó como ella había hecho con su madre, si bien Charlotte ahorró gran parte del trabajo a su cuidadora al suicidarse por no poder vencer un cáncer de mama.

El segundo matrimonio se adaptó a la agitada y sobresaltada vida pública de Gilman, muy en especial durante la aventura del Forerunner, una publicación mensual que creó y dirigió con la intención de convertirla en su fuente de ingresos, cosa que, aunque modestamente (pues sólo contaba con 1.500 suscriptores), consiguió entre 1909 y 1916. La revista contenía de todo: ficción única, serializada, ensayo, poesía, noticias. Toda ella, desde la primera a la última página, era obra de Gilman. No es de extrañar que esta abarque cientos de títulos, entre artículos, relatos breves, panfletos y textos más extensos.

Gilman compartía muchas de las orientaciones filosóficas y sociológicas de la época, compatibilizándolas con un punto de vista que hoy llamaríamos de perspectiva de género. El sufragismo y el abolicionismo le venían de familia, si bien su posición respecto a las otras razas, los salvajes, etc., dejan aparecer ribetes racistas y claramente supremacistas. En cierto modo esta inclinación solía venir propiciada por el darwinismo social prevaleciente en la época. Sobreviven las especies, las razas más aptas, no los individuos, aunque lo hagan a través de ellos.

La especie, lo colectivo, la sociedad, ese sería el objeto de atención primordial de Gilman, que aplicaba la perspectiva de gé­nero a la reforma social. A través de la lectura de Mirando atrás de Edward Bellamy, que influyó mucho en ella, se hizo socialista y nacionalista. Esto último no en el sentido que tiene actualmente sino en otro derivado directamente de las enseñanzas reformadoras de Bellamy, un marxista poco ortodoxo que postulaba la idea de una nación pero como sustituta de las clases, generadas por el erróneo sistema capitalista. En cierto modo, venía a ser una cuestión terminológica que, sin embargo, albergaba una de mayor profundidad: al no gozar de buena fama el término socialismo, el nacionalismo postulaba la «nacionalización» (esto es, la socialización) de la riqueza y los medios de producción (Bellamy, 2014).

La fiebre nacionalista le duró poco y prefirió concentrarse en sus propuestas para el adelanto de la condición de la mujer contenidas en La mujer y la economía. Aunque la obra de Gilman es contemporánea con la de otros socialistas feministas, como Clara Zetkin o August Bebel, no parece haber tenido en cuenta el punto de vista de clase de estos autores marxistas, pero sí la idea de la primacía de las consideraciones económicas en la comprensión de las relaciones sociales del tipo que sea, incluidas las sexuales. Su visión de la familia como la unidad de reproducción social aparece centrada no en la aportación de esta al modo capitalista de producción, sino en la forma en que perpetúa la dominación de las mujeres. De hecho, ni siquiera plantea soluciones prácticas para la situación de explotación de la mujer en el hogar. Su sola recomendación es propiciar la independencia y profesionalidad de las mujeres. Por eso y porque no da una perspectiva ideológica a la emancipación de estas, sugiere la posibilidad de valorar el trabajo de mantenimiento del hogar con el mismo criterio que cualquier otro trabajo remunerado y remunerarlo en consecuencia. No se habla de reparto de tareas domésticas, sino de la conversión del ama de casa en asalariada de esta. Una perspectiva revolucionaria que toca en los aspectos más al límite de la teoría social feminista contemporánea.

Para el caso de aquellas mujeres –las más cercanas a sus preferencias– que no se conformaran con la posición de ama de casa remunerada, una forma de profesionalización interna, por así decirlo, Gilman postula la profesionalización «externa», la consecución de la independencia mediante el ejercicio profesional. Cómo hacer compatible la vida profesional con la familia es asunto que Gilman confía a los adelantos tecnológicos. Estos, combinados con medidas sociales de prácticas colectivas en ciertos aspectos, por ejemplo, en la cocina y los hábitos alimentarios, posibilitarán que las mujeres puedan cohonestar sus funciones «hogareñas» con las actividades profesionales. Este es uno de los puntos en que se observa la influencia de Bellamy y sus comedores colectivos.

No hay, sin embargo, en la autora una propuesta de reforma de la división sexual del trabajo atendiendo a la estructura misma de la familia. Sin duda, aparece a veces algún exabrupto en la consideración tradicional de la familia como un núcleo social de altruismo. Pero de ahí no se pasa, no se proponen medidas que garanticen una más justa división sexual del trabajo. Toda la propuesta consiste en el mencionado avance tecnológico de consuno con reformas sociales de carácter colectivista.

Las mujeres tienen perfecto derecho a la independencia y, por supuesto, a determinar libremente sobre su función social en materia reproductiva. Deben poder decidir si formarán una familia o vivirán por su cuenta y, en este último caso, si quieren tener hijos o no. Gilman no prosiguió esta línea de razonamiento, limitándose a señalar la conveniencia de que esos proyectos vitales fueran cosa común en la sociedad. Uno de los perjuicios de la relativa oscuridad de Gilman[5] es que este asunto se ha ignorado hasta muy recientemente cuando algunas autoras han pasado a defender esta figura de la mujer profesional con autonomía personal para decidir por su cuenta si contribuyen o no a la reproducción de la especie (Bolick, 2016).

Gilman pretendió ampliar el alcance de su formulación teórica refiriéndola a lo que llamaríamos dos estudios de casos en sentido genérico: la educación de los hijos (Gilman, 1900) y el mantenimiento del hogar (Gilman, 1903), precisamente aquellas cuestiones en las que tenía conciencia de haber fracasado. De nuevo en el terreno público/privado, las relaciones materno-filiales de Gilman no fueron convencionales. Probablemente ninguna lo sea y la convención no pase de ser un disfraz. Pero en el caso de Gilman, las que mantuvo con su madre fueron en verdad atípicas. En su diario se queja de que ella sólo le testimoniara afecto cuando la suponía dormida (Gilman, 1975, p. 10). Y, aparte de esa carencia, el juicio negativo sobre la madre vino dado por su nula autonomía respecto a su marido, Frederic. Lo cual no fue óbice para que al final, cuidara de ella en sus últimos años. Respecto a su hija, aunque su preocupación fundamental era que no padeciera la madre que ella había sufrido, acabó por reconocer su incompetencia y se la entregó a su exmarido. Una hija cuyo nacimiento estuvo a punto de empujarla a la locura no acabaría de encajar en su vida, al menos en el periodo de su educación. Posteriormente la relación se recompondría.

Si los episodios anteriores dibujan la competencia pedagógica que Gilman pudiera tener, la comprobación de que jamás en su vida hasta su segundo matrimonio con su primo consiguió establecer un «hogar» explica la que pudiera esgrimir en este otro terreno. Bien es verdad que su tratamiento de la materia no es al estilo de los libros prácticos o de autoayuda de cómo educar bien a los niños o atender una casa, sino una perspectiva crítica desde sus postulados ideológicos previos sobre la mujer y la economía. Lo cierto, en todo caso, es que estas dos obras no consiguieron la resonancia de la primera y Gilman abandonó esta vía de reforma social para proceder por otras. Entre ellas, la ficción, género que no había abandonado nunca y que cobraba nueva vida a través de la utopía.

La obra

Justamente, la idea de unas mujeres con vidas independientes que quisieran ser madres es la que le hizo concebir la idea de Matriarcadia, lugar en el que las mujeres se reproducen por partenogénesis. Es una fantasía que responde a una pregunta que le había intrigado desde siempre: ¿cómo sería una sociedad compuesta exclusivamente por mujeres?

Matriarcadia tiene dos antecedentes, mucho menos conocidos, pero que influyeron fuertemente en su trama y planteamiento. Uno de ellos es Three Hundred Years Hence, una utopía escrita por Mary Griffith en 1836, que sitúa la acción en Pennsylvania 300 años más tarde, con lo cual sienta plaza también de ser la primera ucronía escrita por una mujer (Kessler, 1995)[6]. La otra es Mizora, publicada por May E. Bradley Lane en 1880, si bien en este caso no hay ucronía, pues la acción se desarrolla en la actualidad, en una sociedad oculta en el centro de la tierra. Las tres tienen en común su decidido compromiso feminista, más moderado en el caso de Griffith quien, postulando como una necesidad la emancipación de las mujeres, a través de la educación y la actividad profesional femenina independiente, no plantea una alteración radical del orden patriarcal, ni siquiera la concesión del derecho de sufragio a la mujer, y dibuja un mundo de convivencia armónica entre hombres y mujeres (Duangrudi, 2000). La obra de Lane muestra una actitud mucho más beligerante respecto a los varones y Mizora es una sociedad habitada exclusivamente por mujeres que, como las de Matriarcadia, se reproducen por partenogénesis (Lane, 1999).

El género utópico, como otros géneros literarios, ha sido hasta hace poco un predio casi exclusivamente masculino, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta la condición tradicional de subalternidad de las mujeres en todos los campos y, desde luego, en el de la creación literaria. Menos obvia parece en cambio la característica de que el utópico haya sido también, por apabullante mayoría, un género angloamericano y francés. Casi no hay utopías italianas, españolas o alemanas, salvo contadísimas excepciones. Una posible interpretación de este hecho quizá apunte al de que fueron ingleses y franceses quienes prácticamente colonizaron el mundo, con la excepción de España que, habiendo creado el primer imperio ultramarino, conjuntamente con Portugal, desaparece de la escena internacional a lo largo del siglo XIX. Es en esta centuria cuando se crean los dos mayores imperios, el francés y el inglés, y con ellos se acumula una enorme cantidad de información sobre culturas y civilizaciones extraeuropeas, sociedades salvajes y primitivas que dan origen a disciplinas como la antropología y la etnografía, o las consolidan, como la sociología, al tiempo que se reúne material que inspira las creaciones literarias de la época. En el caso norteamericano, la considerable profusión del género utópico quizá pueda atribuirse al hecho de que en esta sociedad no sólo seguía viva la conciencia de la primera colonización como misión para construir sociedades nuevas, sino que el propio país fue tierra de acogida de innúmeros experimentos utópicos, a veces foráneos, como los falansterios de Fourier o los icarianos de Cabet, a veces autóctonos, como los clubes nacionalistas de Bellamy.

Suele decirse que la obra de Gilman es en realidad una trilogía de la que Matriarcadia sería la segunda parte. Pero esto es sólo figurado pues las tres obras son independientes y pueden leerse por separado. La primera, Moving the Mountain, publicada en 1911, es la que más se aparta del tema central que, en cambio, vincula a las otras dos: una sociedad organizada exclusivamente por mujeres (la segunda parte) y las opiniones que del mundo contemporáneo tienen esas mujeres (la tercera). Podría decirse que es la más típicamente utópica y ucrónica, aunque con un lapso relativamente breve. La trama es la historia de un norteamericano que se desorienta en una expedición al Tíbet, cae por un precipicio y pierde en gran medida la memoria. Treinta años después, su hermana lo encuentra y, ya recuperado, se lo lleva consigo a unos Estados Unidos de 1940 en los que ha triunfado una especie de socialismo nacionalista que rige en una sociedad feliz y satisfecha, de la cual han desaparecido los problemas sociales, políticos, económicos y sexuales que caracterizaban a las sociedades finiseculares. El recurso a la pérdida de memoria para explicar el paso del tiempo tiene parecido con el más frecuente y típico de la época, de un sueño anormal del que el protagonista despierta en otro tiempo anterior (en la famosa obra de Mark Twain sobre el yanqui de Connecticut en la Corte del Rey Arturo) o, más frecuentemente, muy posterior, como en los casos de Rip van Winkle (Washington Irving), Julian West (Edward Bellamy), el coronel Fougas (Edmond About), Ismar Thiusen (John Mcnie), etc. En cuanto a la estructura utópica, la propia autora se reconoce en el prólogo como seguidora de la de Platón (La República), Thomas More, Edward Bellamy y H. G. Wells.

La tercera –que sí tiene una relación directa con Matriarcadia–, With Her in Ourland, es el reverso de esta última, en el que se aprovecha para criticar acerbamente el mundo contemporáneo, es decir, para exponer de modo más sistemático la crítica a la época que ya se mostraba en Matriarcadia. En su introducción a la obra, Mary Jo Deegan sostiene que esta puede leerse como un ensayo de Sociología (Gilman, 1997, introducción, p. 7). También como una especie de ensayo histórico de época, puesto que refleja la situación del mundo y especialmente de Europa en mitad de la Primera Guerra Mundial. La visión se complementa con una vuelta al mundo prácticamente de los dos protagonistas que igualmente recorren parte de África y de Asia para retornar finalmente a América, a la costa Oeste de los Estados Unidos en donde, el héroe Vandyck Jennings tiene que reconocer que este mundo es muy inferior al de Matriarcadia, razón por la cual, los dos deciden retornar a la patria de ella.

Si agrupamos las características más comunes en una serie de utopías muy conocidas, desde Utopia hasta Ecotopía, pasando por las clásicas hasta las distopías del siglo XX, para establecer una especie de modelo o canon en sentido muy amplio del género utópico, veremos que Matriarcadia apenas se ajusta a él. Sin duda, cumple con un factor que casi parece consubstancial al género: es la presentación de una sociedad imaginaria, bien en el futuro, bien en algún lugar, que es, en realidad, un «no lugar» como en este caso y que sirve para proyectar una reforma radical de la sociedad actual, cuyos vicios y defectos se exponen cumplidamente. No se olvide que el objetivo que movilizó a Gilman toda su vida fue la reforma social. Las utopías suelen ser proyectos de mejora y crítica del presente. Y eso es Matriarcadia. Se añade igualmente otro rasgo general: es una novela. El género utópico es filosófico-literario.

Como novela, tiene una estructura muy simple, con un relato lineal en primera persona, la narradora que simula ser un joven estadounidense especialista en sociología y disciplinas afines, como la antropología y la etnología. El narrador, Vandyck Jennings, forma parte de un trío de amigos, contando con Terry O. Nicholson, un millonario muy competente en mecánica de todo tipo, y Jeff Margrave, un médico aficionado a la biología y al sentimentalismo. Los tres se embarcan en un biplano, propiedad del primero, para descubrir un territorio, un lugar misterioso, en algún punto de Sudamérica, aislado por unas montañas infranqueables. Según la leyenda, el lugar está habitado sólo por mujeres y es peligroso para los hombres, pues ninguno de los que viajaron a él ha regresado.

El artificio de los tres amigos es muy socorrido. Permite articular diálogos en los que se confronten dos posiciones extremas con una posibilidad de mediación. De hecho, los tres personajes de Gilman no son tales, sino meros símbolos, como es tradicional en la literatura de diálogos. Terry y Jeff personifican caracteres opuestos y actúan más como portavoces de esos caracteres ideales que como personajes reales. Terry representa el hombre machista. A las mujeres hay que dominarlas, si es necesario por la fuerza, pues lo están esperando. Jeff, en cambio, es el prototipo del hombre sometido a la mujer, no por la fuerza de esta sino por su propia debilidad. El uno destruye lo que ama; el otro, ama lo que lo destruye. Ambas actitudes son insatisfactorias desde un punto de vista emancipador convencido de la igualdad de los sexos. Esto es, el punto de vista del narrador.

Aquí se plantea una cuestión que afecta a la naturaleza literaria de la obra. ¿Por qué es un narrador y no una narradora? Desde un punto de vista feminista la pregunta es pertinente y no puede desecharse sin más recordando que lo habitual en la sociedad patriarcal es que este tipo de aventuras sólo fueran posibles a los hombres. Recuérdese que todavía en las novelas de viajes extraordinarios de Julio Verne, los clubes o sociedades en los que se toman las decisiones de unas u otras aventuras de descubrimiento eran coto cerrado para las mujeres. Pero la observación es insuficiente por varios motivos. En primer lugar, no es pertinente en atención a la forma literaria del relato, puesto que este no tiene nada que ver con una perspectiva rea­lista. En segundo orden, en la fecha de publicación de la obra, 1915 (en el Forerunner), ya había algunos notables ejemplos de mujeres capaces de destacar en numerosas profesiones artísticas, científicas, industriales, deportivas, lo cual coincidía con la doctrina de Gilman de favorecer el desarrollo profesional como vía a su emancipación femenina. En tercer lugar, el cambio de género del narrador, aparte de su escasa verosimilitud (ya que, en definitiva, Vandyck es otro portavoz, el de Gilman), cierra la posibilidad de un relato mucho más rico desde el punto de vista literario. Vandyck está encargado de exponer la situación en nuestras sociedades androcéntricas y, aunque lo hace desde un punto de vista feminista, no deja de ser un hombre y a estos efectos, un hombre por el que habla una mujer. Hubiera sido más enriquecedora una narradora femenina que hubiera tenido que explicar un mundo androcéntrico a unas iguales a ella, pero sin su socialización. No obstante, probablemente esta posibilidad quedara excluida no solo por economía narrativa, sino porque podría dar lugar a una relación amorosa entre dos de los expedicionarios, o quizá los tres. La exclusión podría deberse igualmente a una especie de acto fallido freudiano en cuanto apuntara a alguna forma de relación lésbica cosa que, por muy avanzada que fuera Gilman, no parecía dispuesta a aceptar de modo abierto, ni siquiera cuando le afectaba directamente, como sucedía con su íntima amiga, Martha Luther, con quien siguió relacionándose tras el matrimonio de esta (Hill 1980, p. 505), o con otra amiga, Adeline (Delle) E. Knapp, con quien convivió algunos años, aunque no coincidían en muchos aspectos e, incluso, estaban enfrentadas, como en el tema del sufragismo, al que Knapp se oponía. Aunque en su diario deja constancia de que confesó el extremo a su futuro marido, Houghton Gilman, más parece haber sido por miedo a un posible escándalo público a causa de lo que considera maledicencias que por un intento de sincerarse con él (Gilman, 1975). De hecho, su mejor biógrafa deja el asunto en suspenso (Lane, 1990, p. 166).

Desde un punto de vista del fondo, del contenido, de la moral de la historia, esta se concentra en presentar cómo sería una sociedad con un solo sexo, únicamente habitada por mujeres. En cuanto a sus aspectos prácticos, las referencias concretas son muy escasas, casi inexistentes. No hay en el relato mecanismos ingeniosos, soluciones tecnológicas con grandes avances científicos que cambien radicalmente la vida de las personas como suele suceder en las utopías decimonónicas, habitualmente impregnadas de espíritu positivista y adoración por el progreso científico. Es más, apenas si hay explicaciones respecto a la vida cotidiana en sus aspectos más elementales, acerca de cómo viven, cómo trabajan, cómo se desplazan las gentes. De hecho, todo el proceso productivo es un misterio, como lo son sus consecuencias sociales en forma de clases, conflictos, relaciones de poder y obediencia, etc. El orden económico, social y político de Matriarcadia es muy elemental. Parece un pequeño lugar. Se le adjudica la extensión de Holanda (por cierto, mal medida en la versión original) y una población estable de unos tres millones de almas que, por lo demás, parecen conocerse todas, como si se tratara de una aldea.

A veces se describen algunas cuestiones prácticas de carácter problemático y se exponen unas soluciones muy a tono con las polémicas del tiempo: el maltusianismo se resuelve con el control de la natalidad (y cierta complicada eugenesia) y la reserva de todo el espacio disponible a la agricultura, sin actividad pecuaria, de forma que Matriarcadia es, por inferencia, vegetariana. La única actividad productiva que se describe es la silvicultura y, aunque hay ciudades y carreteras correctamente pavimentadas, no se informa de industria alguna, lo cual incide en el carácter de una sociedad de organización elemental con una vida bucólica y pacífica. Hace más de 600 años, según informan las nativas a nuestros tres viajeros, que no se da un crimen o un delito en Matriarcadia. Y el conjunto del sistema penal del lugar se orienta más a tratar el delito no como comportamiento desviado, sino como enfermedad, una probable muestra de la influencia de Butler que en Más allá de las montañas, postula un enfoque penal de este tipo, si bien en el caso del inglés la imagen se completa con la costumbre de tratar a los enfermos como delincuentes (Butler, 2012).

El carácter elemental del orden político, en realidad, la falta de política en cuanto manifestación del conflicto por el poder es evidente en toda la obra. Se trata de un matriarcado en el que el poder es ejercido por una confusa jerarquía de Grandes Madres, cuya autoridad reside en su sabiduría. No se habla de instituciones. No parece haberlas. Cuando Terry se enorgullece de que nuestras sociedades tienen ordenamientos jurídicos que a veces son milenarios, las mujeres de Matriarcadia informan a los tres jóvenes de que ellas, al contrario, rara vez mantienen las leyes en vigor más de veinte años, una afirmación ciertamente asombrosa que la autora amplía.

Tampoco se habla en absoluto del sistema económico, aunque fuera precisamente la perspectiva económica la que primero suscitara la crítica de Gilman a la condición de la mujer. Guiándonos por la intuición podemos observar un sistema confusamente socialista con una actividad pública omnipresente. Es en estos aspectos en donde la obra muestra más acusadamente la influencia de Bellamy y Butler. El primero, sobre todo, inspira mucho a la propia autora y su actividad nacionalista y le proporciona algunos recursos narrativos, como la existencia de actividades colectivas que antes eran de cumplimiento individual o familiar. El segundo, en la descripción del paisaje de un lugar ignoto, separado del mundo por una cadena de montañas infranqueables y la ausencia de máquinas. Pero no hay ni rastro de las minuciosas explicaciones de Bellamy en cuanto al reparto de los productos industriales ni de los cálculos económicos y monetarios de Butler. No parece haber cuestiones de oferta y demanda, suministro de bienes, compra-venta u otros aspectos de la organización económica.

La obra, sin embargo, está consagrada más a los efectos teóricos que a los prácticos. Trata de exponer las raíces de la posición dominada de las mujeres y de proponer reformas y mejoras que dibujen una sociedad distinta, un mundo nuevo. La utopía.

La vía milagrosa por la que se llega a este mundo es la partenogénesis a la que las mujeres de Matriarcadia se ven forzadas. La historia del país se remonta a varios milenios pero, en su forma y composición actual, se inició dos mil años antes en que, a raíz de un conflicto bélico y una catástrofe natural, quedó aislado del mundo, privado de hombres, sólo habitado por mujeres. Tampoco nacieron varones viables en la última generación de mujeres embarazadas antes de la catástrofe, razón por la cual se resignaron a un futuro de extinción segura a menos que se diera un milagro. Y el milagro se dio en la aparición de la reproducción por partenogénesis primero en una mujer, luego en su descendencia y así hasta que se aseguró la permanencia de la población siempre de mujeres y sólo mujeres.

Se trata de una fantasía, de una ficción. La partenogénesis, que se da en otras formas de vida, incluidos insectos y algunos vertebrados, reptiles o alados, así como muchas plantas, no es posible en los mamíferos. Además, aunque lo fuera, la descendencia partenogenética sería de clones enteros o de semiclones. Es decir, no habría lugar a las descripciones de las diferencias físicas entre las matriarcádicas y que sirven a la autora para trenzar tres historias de parejas con sus tres protagonistas y su carácter ejemplar en uno u otro sentido.