Mendoza tiembla - Martín Rumbo - E-Book

Mendoza tiembla E-Book

Martín Rumbo

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Beschreibung

Una leyenda urbana es un relato perteneciente al folclore y a la tradición de un lugar en particular. En general son historias que, aunque a veces improbables, se transmiten de boca en boca, de uno a otro vecino de alguna zona o región, tomando fuerza aquellos relatos que coinciden con otros en sus características más relevantes. Mendoza Tiembla es una selección de leyendas urbanas mendocinas, de historias encontradas, algunas en primera persona, otras por parientes o testigos ocasionales del caso, y narradas detalladamente. A veces fue necesario cambiar los nombres de los protagonistas, otras; están contadas como vivencias propias para transmitir las sensaciones de los testigos, pero siempre buscando rescatar un extraño suceso acontecido en la provincia. En todos los casos son leyendas urbanas de Mendoza, recopiladas y construidas literariamente en este libro para que el lector pueda tener la perspectiva de las narraciones que silenciosamente habitan la memoria de quienes tuvieron una experiencia de tal intensidad como para colocarse en el pabellón tácito de dichas voces.

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Seitenzahl: 304

Veröffentlichungsjahr: 2016

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Ähnliche


martín rumbo

Mendoza Tiembla

Editorial Autores de Argentina

Rumbo, Martín

   Mendoza tiembla / Martín Rumbo. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-737-0

   1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos de Terror. I. Título.

   CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Inés Rossano

Editor: Marcos Valencia

Prólogo: Mario Japaz

Arte de tapa: Ángel Aroca

Fotos puertas: Pablo Fuentes

Redes Sociales: Pablo Ponce

https://www.facebook.com/mendozatiembla

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Indice

Prólogo

Las siete puertas del infierno en Mendoza

La casa maldita de Bermejo

La maldición del mítico boliche del Este

El fantasma del jardín de infantes

La trágica historia de los chicos de San Martín

La habitación terrorífica

La leyenda del bosque susurrante de Tunuyán

El orfanato maldito de Rivadavia

La casa del horror en La Rioja

El juego macabro

La sala embrujada de cine del Shopping

Manuel González, el infanticida de Las Heras

La leyenda de “la puta madre” de Puente del Inca

Historia del santuario a San La Muerte en el Carrizal

La voz maldita

Asmodeo: el demonio que atormenta al famoso Sebastián Baller

Poseído

Algo extraño en mi celular

El silbido del diablo de Monte Comán

Yo maté a dos personas

Los desaparecidos de Río Cuarto

El encargo

Las mellizas Flores de Maipú

La séptima puerta del infierno en Mendoza

A los fantasmas y demonios de estas historias, 

mucho más inofensivos que quienes en la realidad nos espantan.

PRÓLOGO

Estaba en un bar de Tiblisi, a miles de kilómetros de casa. Entre copas uno de los comensales cuenta una historia que una vez escuchó de un amigo. Nos cuenta la desventura de un hombre que conquista una hermosa mujer en una disco, la lleva a un hotel para concretar su victoria amorosa, al tomar un trago se siente mareado… ya sé el resto de la historia… la escuché en mi ciudad, a los pies de los Andes y no del Cáucaso…al muchacho lo drogan, le sacan los órganos y lo meten en una bañera con hielo… cuando se despierta tiene un cartel con un número telefónico de un hospital…sonrío con cara de sorprendido cuando terminan de contar la leyenda… Esta leyenda urbana se replica en todo el mundo, tiene más de veinticico años y nace en Estados Unidos, se transmitió inicialmente de forma oral, luego por cadenas de emails y finalmente por las redes sociales. Rebota por años y años de persona en persona, de computadora en computadora, de idioma en idioma hasta llegar adaptada a una versión local para ser transmitida finalmente a un georgiano borracho… es algo increíble… es fantástico… un trozo de información se transmite a través del tiempo y el espacio usando como portadores a los seres humanos y al medio más eficiente para eternizarse…una idea que lucha para no desaparecer en el tiempo. Desde la antigüedad los seres humanos hemos transmitido enseñanzas de boca en boca, de generación en generación y de pueblo en pueblo. Como el ser humano es hijo del rigor y no le gusta que le digan cómo hacer las cosas de forma imperativa, la evolución darwiniana del relato hacía que las enseñanzas fueran sutiles y precisas, sumergiéndolas en todo tipo de historias. Narrábamos historias de héroes y reyes que nos servían para medir a nuestros líderes, se contaban historias de valentía y decencia para enseñarnos a comportar de forma adecuada en situaciones extremas, se citaban historias de viajes, traiciones, amores y casi de cada aspecto de la vida humana de forma individual y en sociedad. La tradición oral ha sido fundamental para la transmisión del conocimiento humano y de la expansión de éste, y las ideas, que son parte del conocimiento comparten con nosotros una serie de características evolutivas similares a las de todo ser vivo, fecundidad (capacidad de reproducirse), longevidad (capacidad de persistir en el tiempo) y fidelidad en la replicación (que tanto se mantiene en el tiempo su característica inicial). Gracias a la longevidad y fidelidad de nuevos medios que inventamos, ya sea escritura, imprenta o internet, las narraciones orales fueron dejadas de lado en su mayoría, siendo remplazadas por historias escritas, cuentos, películas o series. Ya nadie cuenta las hazañas de héroes a sus hijos alrededor de un fogón, nadie cuenta historias de reyes en tabernas modernas… pero las leyendas están lejos de morir… hay un tipo de tradición oral que sobrevivió al exterminio, su herramienta de subsitencia fue simple y eficiente, apuntar a nuestro instinto más primitivo… el miedo. El miedo nos atrae, somos meros homo sapiens sobre-evolucionados que fueron diseñados para vivir en peligro constante, podíamos ser atacados por fieras de diez veces nuestro peso y con filosas garras, estamos diseñados para vivir con un nivel de tensión y de miedo alto. Este miedo nos hizo evitar una muerte segura desde nuestros orígenes… este miedo nos ponía alerta y nos aglutinaba más con nuestros pares… transmitir este miedo era también una forma de que los demás se protejan y nos protejan a nosotros.No hay cultura, ciudad o pueblo que no tenga historias terroríficas que sigan siendo transmitidas oralmente. La persistencia de las historias de demonios, fantasmas, asesinos y peligros tuvo su recompensa, teniendo hoy en día, gracias a internet, una nueva edad de oro. Esta nueva edad de oro de las leyendas urbanas nos ha traído una creciente generación de juglares y narradores digitales que hacen de sus relatos un arte. Martín Rumbo se encuentra dentro de estos juglares modernos y consta con una habilidad fundamental en todo buen juglar, la capacidad de entender a su público. Rumbo es un profesional a la hora de entender, nadie puede dejar de ver en su propia invención “El Mendolotudo”, un sitio con decenas de miles de seguidores y casi igual cantidad de detractores, la habilidad de captar y llegar al público mendocino, transformándolo en uno de los medios más leídos de la provincia. Hace años Martin Rumbo y su socio abrieron el sitio a múltiples escritores dándole un estilo Frankensteiniano, pero su pluma digital estuvo lejos de licuarse en la gran cantidad de escritores que aportan al “mendo”. Entre el mar de textos digitales, se asomaban algunos que eran devorados con particular apetito por los lectores, ya que ellos, al igual que un público medieval reunido en una plaza alrededor de un juglar, no podían escapar al terror. Mendoza Tiembla es el cuerpo poseído por las historias digitales con las que Rumbo infectó la red mendocina a lo largo de estos años, y al igual que en una posesión real, la tangibilidad del ente lo hace más terrorífico al ponernos en la manos historias mendocinas de posesiones, pactos, entes y demonios. Con un estilo de narración periodística que le da un aire “film noir” típico de los 40´s y 50´s, el antihéroe se siente apabullado y sobrellevado por la situación de la cual le es imposible escapar, transformándolo en su misión, y la misión de Rumbo, o su alterego Bomur, es sumergirse en una serie de historias para volcarlas sobre el paisaje mendocino. ¿Son las historias reales? Quizás si, quizás no…eso es irrelevante. Ya que al igual que en nuestro pasado, lo que importa no es la historia en si, sino su enseñanza, y en una provincia donde hemos sido testigos de la bajeza humana en su más decadente expresión la enseñanza es clara: “Los monstruos y los fantasmas son reales, viven dentro de nosotros”.

Mario Japaz - Noviembre 2016

Las siete puertas del infierno en Mendoza

Cuenta la leyenda que en toda metrópoli hay siete puertas que conducen directo al infierno. Son portales ocultos, siniestros, secretos, pero como todo lo relacionado con el diablo, están a la vista de cualquiera, solo basta buscar para encontrar. Y Mendoza no está exenta de ellas.

Estas puertas se abren todas las noches puntualmente a las 3 de la mañana y liberan por la ciudad a las más nefastas almas que se encargan de atormentar, confundir, tentar y hostigar a propios y ajenos de la ciudad. Como una horda de alimañas hambrientas, los demonios se cuelan entre las galerías, en los locales, en los semáforos solitarios de la noche, entran por las ventanas de los departamentos, por las hendijas de las puertas de los cafés, por las cerraduras de las farmacias de turno y los tugurios de mala muerte.

Suelen poseer por algunos minutos u horas a esas almas débiles o depresivas, tristes, arruinadas, melancólicas, para hacerlas cometer atrocidades de todo tipo. Se meten dentro del cuerpo de los taxistas y los transforman en violentos conductores suicidas o en mudos y momificados fantasmas vacíos e insulsos. Se les aparecen a los locos que deambulan errantes por las calles del centro para asustarlos y muchas veces instarlos al suicidio o a cometer actos vandálicos, como orinar paredes o defecar en la puerta de las iglesias urbanas. Cuando una pareja discute luego de las 3 de la mañana en la ciudad, sin duda un demonio se mete dentro de uno de los dos y lo pone violento o escurridizo. En los bares poseen a las mozas lindas, para ningunear y tratar con desprecio a los clientes solitarios, que buscan en el refugio del alcohol la solución a sus infortunios y desamores. En boliches citadinos y antros bailables están en cada una de las mujeres hermosas, para defenestrar a todo desdichado poco agraciado que intente incursionar en el arte de la seducción, porque el demonio es débil ante la belleza ajena, así que solo hace sufrir a los mártires del cortejo, aquellos acostumbrados a los fracasos sentimentales.

Los más afectados psicológicamente por los demonios son los ludópatas nocturnos, quienes sienten la necesidad física de apersonarse en los casinos luego de la hora maldita a jugarse sueldos, hipotecar inmuebles y prendar autos, padeciendo todos los sinsabores de este espantoso vicio. Están en todos los actos funestos, en todo asesinato, en todo suicidio, en todo siniestro o acción violenta. Son los demonios los culpables de todas las atrocidades que se comenten en el centro de las metrópolis por las noches. Solo ellos.

Además, las horrorosas puertas, suelen abrirse al público en general en algunas oportunidades, para que personas corrientes ingresen, y una vez dentro…, una vez dentro suceden los más macabros festines demoníacos, como fiestas turbias, farras prohibidas, bailes diabólicos, sacrificios sexuales, espectáculos de magia negra y todo tipo de rituales paganos.

Las puertas son confusas y nadie tiene claro a dónde llevan, por qué están ahí o qué sentido tienen. Pero todos las pueden ver… desde tiempos inmemorables.

Hay una forma, solo una, de cerrar estas puertas. Pero el sacrificio que esto implica es prácticamente imposible de llevar a cabo. Tiene que entrar un menor puro, virgen, libre de pecados de cuerpo y alma, en el momento preciso en que las puertas se abren, a la hora maldita, y cerrarlas desde el lado de adentro, quedando atrapado para siempre. Cada puerta que se cierra aumentaría el flujo de demonios en las restantes aún abiertas, por lo que el sacrificio sería cada vez mayor al ir cerrando puertas. Incluso al cerrar seis, la séptima sería custodiada por el mismísimo Diablo. Habría que conseguir muchos jóvenes mártires que deseen entregar su vida por el bien de la humanidad y que a cambio reciban la condena eterna de ser atormentados por los siglos de los siglos, dentro del más miserable infierno. Incluso la batalla que se libraría en las últimas puertas sería brutal y sangrienta.

Cuando escuché de la leyenda decidí investigar y creo haber encontrado al menos seis de las siete puertas del infierno en Mendoza. Comencé preguntando en el lugar céntrico más sagrado de la ciudad: la Iglesia de los Jesuitas.

No puedo nombrar al cura con el que hablé por motivos obvios, pero me llevé una gran sorpresa cuando me dijo que una de las puertas estaba en la mismísima Iglesia y que la habían intentado tapiar inútilmente. Del otro lado no había absolutamente nada, la puerta no llevaba a ningún sitio. Esta puerta pertenecía a la parroquia; hoy una publicidad clausuraba su normal uso. Sin dudas había encontrado la primera de las siete puertas.

“Hay una en el baño del café más antiguo de la ciudad. Yo no sé cuál es, pero dicen que uno de los mozos, el más viejo, sabe más del tema de las puertas”, dijo el cura. Recorrí más de cinco cafés históricos, hasta que rendido me detuve en el Automóvil Club Argentino a descansar. Ahí le llamé por teléfono a mi amigo Hugo para que me dé una mano, él es un bicho de ciudad, amante de los lugares nostálgicos.

—Estoy en el café de siempre —me dijo, y una imagen mental me asaltó al punto de sentirme un idiota por haberme olvidado del tradicional café de la calle Amigorena; el legendario café del centro donde viejos y periodistas pululan a diario.

Llegue al local y ni siquiera saludé a Hugo. Me fui hacia adentro, miré por todos lados. No observaba nada extraño. Entré al baño… Y ahí creí verla. Una chapa soldada con candados oxidados bloqueaba el acceso a uno de los sanitarios. Algo me indicaba que había encontrado la segunda puerta, porque evidentemente había algo detrás. Algo prohibido, algo terrible. Por ese motivo estaba tapiada y vedada al paso.

Me acerqué a la mesa de mi amigo que miraba confundido y le pregunté por el mozo más antiguo. Me señaló a un personaje casi octogenario. Sin chistar me arrimé al anciano.

—Necesito hablar con usted un segundo —le dije.

—¿Café o cortado? ¿Con o sin medialunas o tortitas? —me dijo automático con la vista perdida en la nada.

—No, es por otro asunto.

—¿Qué otro asunto? —preguntó sin siquiera mirarme.

—Las puertas del infierno de la ciudad. Sé que hay una en el baño… — de pronto sus ojos se incendiaron y me clavó una mirada penetrante.

Me tomó del hombro con la energía de un joven y me empujó hacia la cocina del café. Luego de amenazarme y preguntarme sobre lo que sabía logré que se calmase y le conté que conocía la historia, y que solamente quería documentarla. El mozo había padecido los tormentos infernales de conocer la leyenda y trabajar en el mismo lugar donde se ubicaba una de las siete. Me dijo que jamás quiso investigar sobre el tema pero que estaba seguro que otra de las puertas estaba en la Galería Tonsa. Salí del lugar apurando el paso de las dos cuadras que me separaban.

Al llegar a la galería lo primero que hice fue ir hacia los subsuelos. Ahí encontré una gran puerta. En realidad era una especie de portón, justo donde terminan las escaleras que descienden al subsuelo. El sitio estaba todo pintado de un bordó sucio y apagado, y las hojas de la puerta tenían unos curiosos marcos marrones. Estaba entreabierta.

Era de día, me armé de valor y entré. Apenas la abrí sentí un ruido y me asusté, se me acercó un muchacho de mantenimiento. Me pregunto qué estaba haciendo y sin dudar le expliqué todo lo que sucedía.

—Mirá, esta una puerta es común y corriente. En este lugar guardo mis materiales. Yo trabajo hace veinte años acá, me encargo de que la galería este limpia y, como verás, no hay mugre. Pero hay una parte donde todo está desordenado y sucio porque nunca voy, y es que siento algo raro ahí, una presencia, no sé…, y de noche ni te cuento, no me animo ni siquiera a ir a ver qué pasa. Ahí he visto que hay una puerta rara. Está en el segundo piso, en el cine abandonado, hacia la derecha.

Apenas subí supe cuál era el lugar. Se encontraba al final de un pasillo, al fondo, atestado de muebles rotos, mugre y suciedad. Y ahí, entre el lío… la tercera puerta.

Estaba hacia la derecha de las puertas del abandonado cine City. Tenía rejas que habían sido violentadas y manchas oscuras al rededor. Cuando me acerqué pude ver puntos de soldadura para impedir su apertura. Se estaba poniendo oscuro. Pero esta era la tercera puerta.

Al fotografiarla presentí algo extraño, como unos gritos lejanos detrás de mí. Las manos comenzaron a temblarme y sentí una puntada en el estómago. Estaba solo. Me asusté y decidí que por momento había sido suficiente. Las pesadillas que me acosaron por la noche no me dejaron dormir.

Por la mañana del día siguiente decidí recorrer una de las calles más históricas de Mendoza, la Peatonal Sarmiento. Caminé desde su nacimiento, en la plaza Independencia hacia el Este, esperando encontrar algo, ver alguna puerta, algo raro, no sabía qué. En Internet no había absolutamente nada al respecto, en la biblioteca pública General San Martín tampoco (donde presumí sin suerte que podía situarse alguna puerta), ni en el archivo del Diario Los Andes. Me detuve a pensar un poco sobre la fuente que hay en la intersección con la calle San Martín, cuando miré hacia el norte y vi el famoso “Pasaje San Martín”, una de las galerías más antiguas y clásicas de la ciudad, que además tiene un pasado oscuro y violento.

Entré para hablar con el conserje, le conté la historia y me dijo que no sabía nada al respecto, y que por favor me retirase del lugar. Pude percibir nervios y temor en su mirada. Algo lo había puesto incómodo. Yo llevaba el estuche de la cámara así que apenas se dio cuenta me dijo: “No podes sacara fotos dentro de la galería, si no te vas, voy a llamar a la policía”.

Evidentemente había algo raro, pero ante la actitud del hombre preferí hacerle caso y caminar en dirección a la salida por San Martín. Metros antes de llegar miré a la derecha, hacia las escaleras que subían a los pisos superiores. Y ahí, entre los escalones, como un mamarracho de la ingeniería, estaba la cuarta puerta burlándose de todos los transeúntes, que no entendían su función. Una puerta antigua en la pared curva, entre los escalones que suben en caracol. Nadie sabe que hay detrás ni cómo pueden haberla construido ahí, entre los peldaños. Si, esa extraña puerta en las escaleras del Pasaje San Martín es un portal del infierno.

Saqué la cámara del estuche y sentí un ruido a vidrio que se rompía. La lente se astilló de punta a punta, mi cámara estaba arruinada. A lo lejos el guardia de seguridad me gritó y se abalanzó hacia mí. Hice una toma con el celular y salí corriendo. Caminé un par de cuadras, mirando hacia todos lados, asustado. No vi al guardia, pero de pronto alguien por atrás me tomó del hombro, era Manuel, el linyera calvo y loco que anda con una colcha, barba y sin zapatos por la ciudad desde tiempos remotos, divagando entre lo confuso y lo real. Me miraba fijo.

—Están en las galerías. Conozco dos más —me dijo.

—¿Cómo sabés que estoy…? ¿Cómo sabés que las estoy buscando?

—Porque vi cómo te quedaste frente a la puerta del Pasaje, y que le sacaste una foto.

—Ya encontré una. Está en la Tonsa —le dije sacándomelo un poco de encima con ese aliento agrio y olor denso—. ¿La otra…?

—¿En la Tonsa…? No sabía que había una en la Tonsa, entonces conozco otras dos más, ¡pero no te acerques! ¡No vayas! —me advirtió.

—¿Por qué? ¿qué pasa?

—Te huelen. Mientras más te acercas, los demonios más te huelen. Vas a ver. Van a seguir tu rastro, y te van a empezar a pasar cosas. Cosas malas. Te van a pasar, vas a ver. Se te van a aparecer…, se te van a aparecer vivos. Mirame a mí —me dijo al tiempo que se corrió unos metros para que observase su semblante, una suerte de harapo viviente.

—Me voy a cuidar, quedate tranquilo, pero tengo que publicar esto. ¿Dónde están las otras dos puertas?

—Sobre San Martín, pasando Genera Paz, en la misma cuadra. Son dos galerías viejas, sobre esta misma vereda, antes de llegar a la Alameda.

Seguí mi camino, apenas pasé General Paz encontré la entrada a una galería, oculta entre carteles de “compro oro” y un café de mala muerte. Me bastó atravesar el pórtico para ver no solamente la locación de la quinta puerta, sino un lúgubre y espeluznante sótano, clausurado para cualquier mortal, en el subsuelo de aquel oscuro reducto.

La puerta era de chapa amarilla y varias franjas municipales de “clausurado” la decoraban. Las escaleras que descendían hacia ella estaban sucias, partidas y manchadas, como si nadie hubiese bajado en mucho tiempo. Además de un extraño local en el subsuelo… Ahí deberían de realizarse los rituales y las fiestas paganas que me habían comentado.

Nuevamente sentí los alaridos de fondo, me di cuenta que solo yo los oía, porque en el café nadie se inmutó. Eran como lamentos, como gritos circenses. Otra vez la puntada en el estómago, tenía que terminar de encontrar las puertas indicadas. Escuché un trueno y todo se nubló, un aguacero típico de Mendoza comenzó a azotar la ciudad. Salí corriendo de aquel horroroso lugar, caminé unos metros más y encontré la galería Ruffo. “Esta debe ser la puerta más aterradora de todas —pensé— la peor”. Un mareo me impidió seguir caminando, tuve que sentarme no sin antes tomar la última foto del día. Esta puerta también descendía a un sótano, estaba enmarcada por metal negro, como sus rejas y barandas. No había nada debajo, una habitación oscura y fría. Otro de los sitios donde las peores herejías debían acontecer.

Entonces se cortó la luz en la galería y todo comenzó a girar. Salí como pude. Entre el mareo y el dolor de estómago, los gritos, los alaridos, todo era confuso. Paré un taxi y le pedí que me llevara a casa.

Esperé una semana para volver al centro. Me faltaba una sola puerta. No volví a ninguna de las locaciones anteriores porque al acercarme sentía una sensación extraña en el cuerpo. No tenía forma de ubicar la última puerta más que la intuición. Pasé toda la tarde caminando hasta que se hizo de noche y entré en un restaurante de la calle Las Heras donde trabajaba un amigo. Le comenté un poco lo que estaba haciendo, primero me escuchó entre risas, hasta que le empecé a mostrar las fotos de las seis puertas. Yo no me reía y por fin se dio cuenta que hablaba en serio.

A media noche nos despedimos, salí del restaurante en dirección hacia el estacionamiento donde tenía el auto, cuando de pronto un hombre me silbó y me arrimé hasta él.

—Estaba comiendo dentro del restaurante y no pude evitar escucharte. He sentido la leyenda de las siete puertas —me dijo.

—Si, yo encontré seis. Me falta una —le contesté.

—Si, la puerta que te falta está en el parque, pero yo te recomiendo que no la busques jamás —dijo al tiempo que una sonrisa macabra apareció como mueca.

—¿En el parque? Pero ¿por qué no la puedo buscar?

—Vos no la busques —me dijo, dio media vuelta y se fue.

Nuevamente el mareo, los gritos, la noche se empezó a apagar, los lamentos, mis manos temblando, dolor de estómago, dolor, dolor profundo, caigo al piso, la noche, más oscuridad, asfixia…, me asfixiaba…, y todo se volvió negro.

Amanecí al otro día en el hospital Central. Me había descompensado misteriosamente. Por suerte mi amigo me encontró en el piso, desmayado.

La séptima puerta tendrá que esperar aún, al menos hasta que tenga nuevas respuestas.

La casa maldita de Bermejo

Mi abuelo era transportista. Falleció arriba de su camión una noche viniendo de Tupungato. Lo encontraron en la banquina, morado, con el motor encendido, tieso frente al volante, con los ojos abiertos de par en par y una mueca de dolor y espanto que desencajaban su mandíbula. Los forenses dijeron que fue un ataque masivo al corazón, mi abuela habló de apariciones demoníacas… Ella jamás lo superó, y murió sumida en una locura total, creyendo ver a su marido por todas partes.

A partir de la muerte de mis abuelos la casa quedó abandonada. Los vecinos comenzaron a padecer sucesos extraños, como ver sombras o gente que deambulaba, sentir ruidos extraños y escuchar gritos. Varios años después llegué a habitar el solitario inmueble. Era un casa grande, alta, fría y vieja, ubicada en la calle Limón en el barrio Bermejo. Sus maderas y chapas se dilataban y contraían con los cambios de temperatura, así que estaba acostumbrado a sentir crujidos en forma permanente, por lo que siempre fui escéptico de las habladurías en general.

Mi escepticismo se diluyó completamente luego de un informe médico. Sufro apnea del sueño. Para quienes no saben lo que es, la apnea es un trastorno respiratorio que se produce durante el sueño y lleva a suspender la respiración por unos momentos. Tuve que hacerme un estudio para evaluar la gravedad de mi caso. El médico me dio un aparato que debí conectarme tres noches y, en función de mi ritmo respiratorio normal, marcaba cuando se descontrolaba mi respiración. Mi nivel de apnea era bajo, pero este no era el punto. Lo tenebroso fue lo que se escuchó entre los resultados del medidor. Los tres días que utilicé el aparato, exactamente a la misma hora, cuatro y diecisiete de la mañana, se escuchaba la respiración de otra persona, una respiración agitada, entrecortada, ronca, gutural, que a veces parecía querer hablar, o decir algo. Cuando me entregaron los resultados pasé varias noches en vela. No pude quedarme el aparato más días para intentar descifrar lo que se escuchaba. Pude averiguar más adelante que el fallecimiento de mi abuelo fue entre las cuatro y las cinco de la mañana.

A partir de ese día empecé a notar cosas extrañas. Escuchaba sonidos, como lamentos, cosas que se caían, puertas que se cerraban o ventanas que se abrían, veía movimientos fugaces entre las cortinas y las habitaciones oscuras. Cada vez que me paraba frente a un espejo sentía que había algo detrás mío… una presencia ajena.

Una noche invité a unos amigos a cenar, y durante la sobremesa uno de ellos me pidió ir al baño. Debía atravesar toda la casa ya que estaba en el fondo. Al cabo de unos minutos apareció corriendo en la cocina, con el cinturón del pantalón desabrochado y una mueca nerviosa parecida al pánico. “Chabón, ¿qué mierda pasa en esta casa?”. Nos dijo que vio a alguien en el espejo del baño, como una sombra, y que se asustó e intentó salir pero la puerta no se abrió. Volvió a intentar con un tirón y lo logró, y salió corriendo del baño con la sensación de que algo lo seguía detrás, por el patio. Esa noche intenté disipar los miedos y salimos a bailar, e hice todo lo posible por llegar al amanecer a mi casa. La luz de la mañana ofrecía un poco más de seguridad.

La gota que rebalsó el vaso sucedió una madrugada. Estaba medio dormido cuando de pronto sentí que alguien se sentaba en los pies de mi cama. Tiré de la colcha hacia mí, pensando que era solo mi imaginación y un fuerte tirón me destapó por completo, haciendo volar el cubrecamas por los aires. Me paré de un salto y encendí la luz. Nada. No vi nada. En ese instante explotó la bombilla del velador y sentí un grito de hombre, bestial. Corrí hacia la puerta y prendí la luz del cuarto. La pieza estaba como si hubiese pasado un huracán por ella. Mi colchón torcido sobre la cama, la colcha y las sábanas desparramadas por cualquier parte, en un instante todo estaba patas arriba. No volví a dormirme en toda la noche.

A primera hora de la mañana me dirigí a la iglesia Nuestra Señora del Rosario, de Bermejo, a buscar ayuda. El Padre Estanislao no estaba, pero encontré a un diácono que se llamaba Mario. Le pedí que viniera a bendecir mi casa, que algo raro pasaba. Decidió acompañarme, tomó un incensario, una cruz, agua bendita y una Biblia. Llegamos, bajamos del auto y quisimos entrar, pero la puerta estaba trabada. La llave giraba pero no se podía abrir, el portón eran dos hojas de lata unidas con una cadena y un candado. Tampoco pude abrir el candado, pero mi desesperación era tal que empujé con fuerza ambas hojas hasta dejar una abertura por donde pudimos entrar. El diácono me miraba desorientado. Caminamos por el garaje hacia la entrada trasera de la casa, entonces sentí un grito y vi cómo Mario dejaba caer al piso las cosas que traía y se sacaba desesperado la camisa. El agua bendita que traía había comenzado a hervir y se estaba escapando del recipiente, se le había volcado parte en la camisa y quemando su piel al rojo vivo. Y como si en vez de agua fuese alguna especie de combustible, manchó la Biblia y ésta empezó a arder, ahí, frente a nosotros. Mario me miró y me dijo seriamente: “Llevame a la Iglesia. Acá tiene que venir Estanislao”.

Al medio día volvimos con el Padre Estanislao. Esta vez la puerta abrió. Apenas atravesamos el pórtico la cara del Padre se desencajó, fue invadida por una especie de dolor, como si de pronto hubiese envejecido diez años. “Acá hay algo muy fuerte, muy malo”, dijo balbuceando agitado al tiempo que un mareo parecía estar a punto de voltearlo. Tuvimos que agarrarlo con Mario para que no se caiga al piso. Estaba tieso y exhausto, ¡y aún no había hecho nada! Respiraba entrecortado. Miró a Mario y dijo: “Pareciera que quiere hacerme dormir. Estoy casi seguro que es Lilith”. Yo estaba desconcertado, no entendía nada. Mario me miró y me dijo “puede que esta casa este poseída por un demonio llamdo Lilith. Es un demonio femenino que actúa cuando los hombres duermen”. Nuevamente el Padre se desvaneció, lo sostuvimos y se mantuvo en pié. Tomó la cruz con una mano y la levantó al cielo, con la otra mano comenzó a rociar todo con agua bendita, mientras decía una especie de oración en latín. Mario me corrió hacia un costado e hizo lo mismo, solo que esparcía incienso. De a poco fueron recorriendo toda la casa, hasta que llegaron al pasillo que iba hacia los dormitorios. De pronto Mario calló de rodillas. Yo me abalancé sobre él para socorrerlo. Estaba con los ojos blancos, como en trance, su cara era de espanto y dolor. Sin bajar la cruz, el Padre me miró y gritó “¡Sacalo ya de la casa!”. Lo llevé hasta la vereda y lo dejé jadeando sentado contra un árbol. Entonces de adentro se escuchó un chillido espantoso, como de mujer, seguido de una explosión y un grito atroz del Padre. No puedo explicar con palabras lo que sucedió, pero Estanislao salió despedido de mi casa, trastabilló, y terminó golpeándose contra el auto y cayendo de bruces contra el cordón de la acequia. Corrí hacia él. Estaba totalmente empapado, como si hubiese salido de una piscina, sus ropas estaban pesadas de tanta agua. “Jamás…, jamás vi algo parecido…”. Junté la puerta y volvimos hacia la iglesia. Juro que adentro pude ver mesas y sillas levitando. Un terror inexplicable recorría mi cuerpo.

Al llegar fuimos a una habitación solitaria. Luego de tomar agua y descansar un poco el Padre Estanislao me dijo que iba a tener que pedir ayuda, que este trabajo era muy difícil y que solo no podía hacerlo. Que iba a acelerar el proceso todo lo posible, pero que tardaría algunos días en conseguir a alguien. Me ofreció que me quede en la parroquia pero preferí irme a la casa de Flavio, mi mejor amigo.

Decidí contarle toda la historia a Flavio pidiéndole reserva absoluta. Pero en la conversación su madre nos escuchó (yo no podía hablar sin levantar la voz, preso de una ansiedad incontenible) y nos comentó sobre una historia parecida que le había sucedido a una amiga de ella hacía unos años, y que lo había podido solucionar gracias a una señora que vivía en Godoy Cruz. Una especie de médium. Le pedí que nos ayude a encontrarla, y llamó a su amiga quién le dio una dirección incierta, pero lo mismo partimos con Flavio en busca de la mujer.

Después de varias vueltas, algunas preguntas a vecinos y un par de timbres equivocados, llegamos a la señora. Se llamaba Norma y, luego de hacernos un variado interrogatorio sobre nosotros, y de escuchar el caso con lujo de detalles, nos dijo que sí, que era médium y que quizás nos podía ayudar.

Dos noches después estábamos Norma, Flavio y yo en mi casa, eran las tres de la madrugada. Nos sentamos al rededor de la mesa principal. Norma me pidió que apague la luz y puso tres velas, encendió un incienso de olor desagradable, colocó un recipiente en el medio y sacó de una bolsa de plástico un ave muerta. Con Flavio nos sorprendimos, no supimos en qué momento mató a ese pájaro. Lo estrujó sobre el recipiente como un trapo, expulsó la sangre y lo arrojo desplumado dentro. Se untó las manos, nos pidió que hiciésemos lo mismo, cosa que fue un asco. Entonces nos hizo poner las manos sobre la mesa con las palmas ensangrentadas hacia arriba. Flavio tenía una mueca nerviosa en su cara parecida a una sonrisa, y yo no podía dejar de batir mis pies en el piso. Los nervios nos estaban consumiendo.

La médium comenzó a recitar una especie de oración entre dientes, luego aumentó el volumen, nos pidió que no cerrásemos las palmas, ambos comenzamos a sentir calor, como que la sangre bullía. El recipiente del medio comenzó a burbujear, como a hervir, el pájaro muerto manaba un olor tan desagradable como el incienso. Las manos nos ardían, Norma seguía recitando algo, entonces se sacudió hacia atrás con violencia. Voló su silla y quedó frente a nosotros, arqueada por completo, movimiento que a su edad era prácticamente imposible. Flavio no resistió la imagen y salió corriendo. La puerta estaba trabada, se desesperó e intentó salir por el patio. Yo solo lo escuchaba correr detrás de mí, las ventanas también estaban trabadas, lo vi tirarse al piso boca abajo, taparse la cara con las manos, ensangrentando su rostro, mezclándolo con lágrimas de miedo y pidiendo que nos fuésemos a gritos. Yo estaba tieso, desbordado por el horror, pero no me podía ir. Norma levitó del piso, ambos lo vimos. Flavio se tapó la cara y quedó gritando en el suelo, yo no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. De pronto las bombillas de luz se encendieron tenues, lúgubres, intermitentes. Yo había apagado la luz de la casa. El pájaro inmundo comenzó a hervir en su propia sangre, al tiempo que parecía que cobraba vida y se movía en ese recipiente. De pronto se sintió un estallido, todos los focos explotaron, al tiempo que Norma quedó parada, aún en trance. Flavio gritaba, yo seguía tieso. Sin dejar de mirar hacia arriba, con los ojos inyectados me dijo: “Tu abuelo…, tu abuelo hizo algo malo, un mal…, muy malo…”, entonces cayó sobre la mesa, las velas se apagaron y todo quedó en un lúgubre silencio donde únicamente se escuchaban los sollozos de mi amigo. Rápidamente encendí las velas, las palmas me ardían. Ayudé a que Norma se sentase. Estaba exhausta, empapada como había visto quedar mojado antes al Padre Estanislao.

Se escuchó un portazo en el fondo de la casa, las paredes, el techo, los muebles comenzaron a retumbar, a vibrar. De mi pieza empezaron a volar hacia el pasillo todo tipo de objetos, lámparas, libros, ropa. Sentimos cómo se rompían los vidrios. Norma me miró aterrada, ver miedo en la cara de esa mujer era lo último que me faltaba… “¡vámonos de acá!” alcanzó a decirme mientras se paraba como podía. Flavio la escuchó y se desesperó aún más, fuimos los tres hacia la puerta, estaba cerrada. Toda la casa rugía, parecía como que un terremoto estaba atacando. Voló una silla a centímetros de mi cabeza y pegó contra una ventana que daba al patio, reventando los vidrios y el marco. Flavio saltó a través de ella y me ayudó a recibir a Norma. Cuando estaba por salir no pude evitar mirar hacia atrás, algo venía desde mi habitación, una especie de sombra negra y roja, que pude ver entre flashes eléctricos y objetos que volaban. Empujamos con violencia el portón y pudimos salir por debajo del candando. Desde afuera se escuchaban los ruidos, unos gritos terribles y se veían luces. Subimos al auto y salimos desesperados del lugar.

En el camino Norma me contó: “Tu abuelo ha hecho algo malo, algo muy malo y hasta que no salga a la luz qué es, jamás se va a ir de tu casa ese espíritu”. Le conté sobre Lilith, el demonio que me había comentado el Padre Estanislao, pero Norma me dijo que esto era mucho peor, que había que encontrar el motivo de tanta furia.