Mercado de Rialto - Alejandra Verónica Varela - E-Book

Mercado de Rialto E-Book

Alejandra Verónica Varela

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Beschreibung

Una periodista en busca de sanación personal durante sus vacaciones en Venecia se ve envuelta en el misterio de una niña desaparecida, Briana. Mientras explora el famoso Mercado de Rialto y sigue la investigación del caso, sus propios conflictos internos sobre el desamor y la pérdida resurgen con fuerza. La historia de la madre de Briana, Victoria, obsesionada con recuperar a su esposo, se convierte en un reflejo doloroso de las experiencias de la periodista, en un viaje donde las emociones más profundas, entre el amor y el dolor, definen el curso de la historia.

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Seitenzahl: 83

Veröffentlichungsjahr: 2025

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ALEJANDRA VERÓNICA VARELA

Mercado de Rialto

Varela, Alejandra Verónica Mercado de Rialto / Alejandra Verónica Varela. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5736-0

1. Narrativa. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

Venecia sin vos

La última carta

El amor es la causa de todos los males

Cuando se torció su destino

Todo por amor

Víctima y victimario

Amor de hermanos en Venecia

Amor de hermanos en Siena

Una verdad se asoma

Lo que quedó de Victoria

Las mujeres de Siena

La víctima del desamor de Siena

El hombre misterioso

La otra versión de la historia

Nosotros tres

La vuelta a Venecia

A mis hijas las heroínas de todos mis cuentos.

A Gustavo quien me rescata de mis tormentas.

Venecia sin vos

Una niña de ocho años fue secuestrada en las cercanías del Puente de Rialto. El hecho me sorprende mientras estoy de vacaciones en Italia; intento que sea un viaje de sanación. Me enteré de la noticia en el taxi. Voy a tomar el tren en Florencia rumbo a Venecia. No creo que sea una noticia tan fuera de lo común como para traspasar los límites locales: miles de niños desaparecen de sus hogares; en la mayoría de los casos, alguien cercano a la familia, o algún integrante de la misma, termina siendo responsable del hecho. Aunque esta no sea mi área de trabajo —soy periodista especializada en política—, sé muy bien que por allí comienza la investigación policial: el círculo cercano. Evidentemente, en el país no hay noticias importantes; en realidad, mi experiencia me hace sospechar que deben estar sucediendo hechos de relevancia, que ocultan detrás de sucesos superficiales. Por supuesto, nada sin importancia para los que lo padecen, pero sí para el mundo de hoy, al borde del estallido social.

El trayecto a recorrer toma aproximadamente tres horas. Por vicio profesional, decido comprar diarios locales y nacionales; deseo interiorizarme sobre cómo se trata el tema, eso me daría una idea del status que quieren darle a la historia desde el poder. Encuentro poca información. Su nombre es Briana. Los progenitores tienen un puesto frutero en el famoso Mercado de Rialto. El padre se había ido de su casa hacía unos meses. La niña desapareció hace dos días, cerca de las 20:00 h, yendo de la casa de su abuela a la propia, en total un trayecto de 500 metros. Las sospechas caen sobre el hombre. Hay dos líneas de investigación: una se limita a las últimas horas de la chica; la otra, a encontrar al papá, a quien se considera el principal sospechoso.

Salgo de la estación. El lugar me sorprende: las lanchas, los barcos de transporte, la transparencia del agua, el trajín de gente, los edificios suntuosos. Por fin estaba en la ciudad que yo creía la más romántica del mundo. A Daniel le hubiese gustado. Pido indicaciones para llegar a mi hotel. Son sencillas: caminar hasta la parada del vaporetto, tomar el uno o el dos y bajar en Plaza San Marcos.

Estoy alojada a poca distancia del Mercado. Basta caminar unas cuadras, cruzar el puente y ya estoy allí. Acomodo mi equipaje y decido dar una vuelta; por fin tendría ante mis ojos el glorioso lugar nombrado por Shakespeare en El mercader de Venecia. Cuántas veces, de adolescente, me imaginé caminando por sus calles en la piel de Porcia, su protagonista. En ese momento creía en el amor.

El entorno arquitectónico en el que está ubicado el Mercado es majestuoso, rodeado de palacios medievales y renacentistas. Sin embargo, me desilusiono. No veo lo que esperaba. Estoy frente a puestos vacíos, gente limpiando, ordenando, nada de lo que había tejido mi imaginación. Un señor, que parece leer mi mente, me dice que está cerrado, que es por la mañana que funciona.

Al otro día madrugo. El insomnio me tira de la cama; aún no me acostumbro a dormir sola. Vuelvo al Mercado. Entro por la zona llamada Pescheria. Un olor fuerte me penetra, demasiado denso para estas horas. Todavía se ve a la urbe de pescadores trayendo sus tesoros. Ruidoso el lugar; se mezclan los gritos de los que llegan con sus pescados y el de los vendedores, sonidos de risas, bromas y enojos. Hay un desfile de lenguados, rayas, sardinas, peces espada, langostas, calamares, merluzas, salmonetes, pulpos, variedad de moluscos, mariscos, cangrejos.

Los puestos se extienden a lo largo de la calle, casi no se distingue dónde empiezan y dónde terminan, la mayoría cubiertos por toldos de lona. Sobre bandejas con hielo molido se expone la mercadería. Me detengo ante un pez espada, que está mostrando su mejor perfil, haciendo alarde de la peligrosidad que alguna vez tuvo. Su ojo abierto y brilloso le da vida, lo que contrasta con los pedazos del lomo cortados en lonjas, esparcidos a su alrededor. La boca abierta parece estar diciéndome: “Mirá lo que hicieron de mí”. Aclaro, soy vegetariana. Acelero el paso, no me gusta lo que estoy viendo. Me despiden de esa zona unos caracoles expuestos en una plancha de telgopor, algunos encerrados en sus caparazones espiralados, otros asomando su cabeza, los más osados saliendo casi en su totalidad, dejando un rastro de baba al pasar. Pienso: “Funcionan como nosotros”. Daniel es del grupo que prefiere abandonar su caracola; yo, del que se resguarda. Eso hago desde el día en que se marchó.

Paso al sector que llaman Erberia, donde están las frutas y verduras. Va quedando atrás ese hedor desagradable. Recuerdo que la caseta 10 es la de los padres de Briana. Camino en esa dirección, a pesar de saber de antemano que no voy a encontrar nada nuevo. Esa zona sí que es de mi agrado. Los puestos techados con coloridas telas impermeables me recuerdan a las calles adornadas para el carnaval. Se mezclan los perfumes de los vegetales; el aire huele a ensalada fresca. Las frutas saben dulces a la vista; unas frutillas rojas y gigantes provocan mi antojo. Solíamos comer frutillas por la mañana. Cuántas verduras expuestas: tomates y coliflores, radichetas verdes y zanahorias rozagantes, pepinos alargados y lechugas delicadas, remolachas y mitades de zapallos, y pimientos rojos y amarillos armados como ramos de flores. Frutos en todos los colores y tamaños. Gigantes limones, suculentas naranjas, enormes membrillos, brillantes ciruelas, y moras coloradas y negras. Me pierdo en la variedad de especias, me dejo tentar por el vendedor de aceitunas y degusto una oliva negra. Me doy cuenta de que, desde que puse un pie en el lugar, estoy embriagando a mis sentidos.

Finalmente, arribo al puesto 10. Una multitud de gente cierra el paso; se mezclan los turistas, los lugareños, los periodistas, los chismosos. El puesto, como era de esperar, está cerrado. Decido dar la vuelta; el hambre me llama y de ese lugar nada voy a sacar.

Me alejo unas cuadras, donde la cantidad de negocios que rodean el Mercado va menguando. Elijo parar en un bar pequeño; ya es la hora del almuerzo. Escojo una mesa en la vereda. Viene a atenderme una señora, la típica madona italiana; se presenta como la dueña, tiene ganas de hablar. Descubre que no soy del lugar, pero no se anima a definirme: ¿turista?, ¿periodista? La saco de la duda pronto, quiero que vaya por mi pizza; miento, digo que soy corresponsal de un diario florentino. Mi italiano tan practicado hace que la señora no advierta mi engaño. Cuando llega con el pedido, se sienta a mi mesa. Me cuenta que es vecina de Anneta, la abuela de Briana, y que conoce a toda la familia. La mamá de la niña se llama Victoria.

—Poco honor le hace a su nombre, desde siempre todo le salió mal.

Me pierdo en el primer bocado; lo que estoy comiendo es lo que se llama una verdadera obra maestra del arte culinario. La hubiésemos disfrutado mucho juntos. La mujer sigue hablando. Comienza a contarme la historia de “la pobre Victoria”: poco agraciada, por no decir fea, sus padres hicieron un esfuerzo para que estudiara, pero los conocimientos no le entraban. Ya a los quince años trabajaba en el Mercado. A los diecisiete quedó embarazada; padre desconocido. Nació Antonio. Madre soltera, tenía pocas probabilidades de casarse, hasta que llegó un primo lejano. Tampoco tenía muchas luces. Volvió a quedar embarazada, esta vez sí había un padre, Danilo. Victoria y Danilo se casaron. Hace un año se hicieron dueños del puesto 10, nunca se supo de dónde sacó el dinero para comprarlo. Se disculpa por no seguir con la charla —yo lo llamaría monólogo—. Su última frase fue:

—Pobre Victoria, esto es mucho para su cabeza.

Termino mi almuerzo. Voy al hotel, quiero descansar del madrugón. Por inercia prendo la televisión. Veo a una mujer hablando, es la madre de Briana. Subo el volumen. Tiene alrededor de treinta años. Su cara muestra el cansancio acumulado; me imagino que no duerme desde lo ocurrido. Tiene un aspecto desaliñado, pero es injusto juzgarla por cómo luce ante lo que está pasando. Me concentro en lo que dice. Un detalle me sorprende: no se dirige a un desconocido. Es a Danilo a quien habla, le pide que, por favor, vuelva, que ya está todo perdonado, que volverán a ser felices, que para ella nada ha cambiado.

Duermo un rato, sueño con mi última sesión de análisis; tengo que sacarme el trabajo de la cabeza, disfrutar de otra manera, dejarme llevar. Perdí a Daniel sin darme cuenta por este rollo. ¿Realmente lo perdí o simplemente lo dejé ir? Decido que ya no pensaré en el papel que la política le dará a la noticia, ya no quiero saber las opiniones de los lugareños, ya no seguiré los avances del caso, ya no me importa siquiera si encuentran o no a Briana, ya no me importa por qué él me dejó.