Middlemarch - George Eliot - E-Book

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George Eliot

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Beschreibung

Middlemarch: Un estudio de la vida en provincias es una novela de George Eliot, el seudónimo de Mary Anne Evans, llamada posteriormente Marian Evans.

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Veröffentlichungsjahr: 2016

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George Eliot

Middlemarch

Un estudio de la vida de Provincias

PRELUDIO

¿Quién que se preocupe por la historia del hombre y cómo se comporta la mezcla misteriosa bajo los diversos experimentos del Tiempo, no se ha parado a examinar, aunque sea someramente, la vida de Santa Teresa; no ha sonreído con ternura ante la idea de la niña caminando una mañana de la mano de su hermano aún más pequeño, en pos del martirio en tierra de moros? Con paso incierto salieron de la escarpada Avila, desvalidos y asombrados como dos cervatillos, pero con un corazón humano que ya latía al son de una idea nacional, hasta que les salió al encuentro la realidad doméstica en forma de tíos, y les hizo desistir de su gran resolución. El infantil peregrinaje fue un inicio adecuado. La naturaleza apasionada e idealista de Teresa exigía una vida épica: ¿qué significaban para ella los volúmenes de novelas de caballerías y las conquistas sociales de una joven brillante? Su llama pronto quemó tan débil combustible y, nutrida desde dentro, se alzó tras alguna satisfacción sin límite, algún objetivo que no justificara nunca el abatimiento, que reconciliara la desesperación en sí misma con la conciencia arrobadora de una vida más allá del ser. Encontró su epopeya en la reforma de una orden religiosa.

Esa mujer española que vivió hace trescientos años, no fue en modo alguno la última de su especie. Han nacido muchas Teresas que no encontraron una vida épica en la que hubiera un constante desarrollo de acciones con amplias resonancias; tal vez sólo encontraran una vida cuajada de errores, el resultado de cierta grandeza espiritual mal avenida con la mezquindad de las oportunidades; o un trágico fracaso que no halló su poeta sagrado, y se hundió en el olvido sin que nadie lo llorara. Con tenue luz y enmarañada circunstancia intentaron aunar noblemente sus pensamientos y sus actos; pero finalmente, ante los ojos del vulgo, sus esfuerzos no fueron más que inconsistencias y borrones, pues estas Teresas posteriores no se vieron ayudadas por una fe social y un orden coherentes que pudieran cumplir la función del conocimiento para un alma ardientemente deseosa. Su ardor oscilaba entre un desdibujado ideal y el anhelo común de la feminidad, de forma que se desaprobaba el uno por extravagante y se condenaba el otro como un desliz.

Hay quienes piensan que estas vidas desperdiciadas se deben a la inconveniente vaguedad con la que el Supremo Poder ha modelado la naturaleza de las mujeres: si hubiera sólo un nivel de incompetencia femenina tan rígido como la habilidad de contar tres y no más, se podría tratar el sino social de las mujeres con certeza científica. Entretanto, la vaguedad persiste, y los límites de variación son en realidad mucho más amplios de lo que nadie pudiera deducir de lo similar del peinado femenino o las historias de amor en prosa y verso que prefieren las mujeres. Aquí y allí un cisne se cría, incómodo, entre los patitos del parduzco estanque y no halla jamás el riachuelo vivo en compañía de los otros de su especie de pies de remo. Aquí y allí nace una Santa Teresa, fundadora de nada, cuyo tierno palpitar de corazón y llanto por un bienhacer inalcanzado se va calmando y se dispersa entre los obstáculos, en lugar de concentrarse en un hecho que perdure largos años en el recuerdo.

LIBRO PRIMERO

LA SEÑORITA BROOKE

CAPÍTULO PRIMERO

“Ya que ningún bien puedo hacer por ser mujer,

Aspiro constantemente a lo que más se asemeja.”

(La tragedia de la doncella, BEAUMONT y FLETCHER.)

A señorita Brooke poseía ese tipo de hermosura que parece quedar realzada por el atuendo modesto. Tenía las manos y las muñecas tan finas que podía llevar mangas no menos carentes de estilo que aquellas con las que la Virgen María se aparecía a los pintores italianos, y su perfil, así como su altura y porte, parecían cobrar mayor dignidad a partir de su ropa sencilla, la cual, comparada con la moda de provincias, le otorgaba la solemnidad de una buena cita bíblica —o de alguno de nuestros antiguos poetas— inserta en un párrafo de un periódico actual. Solían hablar de ella como persona de excepcional agudeza, si bien se añadía que su hermana Celia tenía más sentido común. Sin embargo, Celia apenas llevaba más perifollos y sólo el buen observador percibía que su vestimenta difería de la de su hermana y que su atuendo tenía un punto de coquetería; pues el sencillo vestir de la señorita Brooke se debía a una mezcla de circunstancias, la mayoría de las cuales compartía su hermana. El orgullo de ser damas tenía algo que ver con ello: los parientes de las Brooke, con todo y no ser exactamente aristócratas, eran indudablemente «buenos» y aunque se rastreara una o dos generaciones atrás, no se descubrían antepasados menestrales o tenderos, ni nada inferior a un almirante o un clérigo; incluso existía un ascendiente discernible como caballero puritano a las órdenes de Cromwell(1), que posteriormente claudicó y se las arregló para salir de los conflictos políticos convertido en el propietario de una respetable hacienda familiar. Era natural que jóvenes de tal cuna, que vivían en una tranquila casa de campo y asistían a una iglesia vecinal apenas mayor que una sala de estar, consideraran el perifollo como la aspiración de la hija de un buhonero. Además, existía el punto de la economía señorial, la cual, en aquellos tiempos, señalaba el vestir como el primer artículo a recortar cuando se precisaba de una reserva para destinar a gastos más indicativos del rango social. Tales razones, bien al margen de los sentimientos religiosos, hubieran bastado para justificar una modestia en el vestir, pero en el caso de la señorita Brooke la religión en sí misma habría sido un determinante y Celia se plegaba apaciblemente a todos los sentimientos de su hermana, infundiéndoles tan sólo ese sentido común que es capaz de aceptar doctrinas trascendentales sin agitación excéntrica alguna. Dorothea conocía de memoria numerosos pasajes de los Pensées de Pascal, así como de Jeremy Taylor(2); y a su juicio, los destinos de la humanidad, a la luz del Cristianismo, convertían la preocupación sobre la moda femenina en entretenimiento para un manicomio. No podía reconciliar las inquietudes de una vida espiritual, que involucraba consecuencias eternas, con un intenso interés por el galón y las colgaduras artificiales del ropaje. Tenía una mente teórica que por naturaleza tendía a una elevada concepción del universo que incluyera abiertamente la parroquia de Tipton y su propia norma de conducta allí.

Estaba enamorada de la intensidad y de la grandeza y era imprudente a la hora de abrazar aquello que se le antojaba poseía dichos aspectos; igualmente, era capaz de buscar él martirio, de retractarse y de finalmente incurrir en él justamente allí donde no lo había buscado.

(1) Oliver Cromwell (1599—1658), Lord Protector de Inglaterra tras la victoria de los parlamentarios en la guerra civil contra Carlos 1 Estuardo. La «claudicación» del antepasado puritano de Dorothea Brooke se refiere a la aceptación de la Iglesia Establecida (anglicana) tras la restauración monárquica en 1660.

(2) Jeremy Taylor (1613—67), capellán de Carlos I Estuardo y obispo anglicano tras la Restauración, famoso por sus sermones y escritos religiosos.

Tales componentes en el carácter de una joven casadera no podían por menos que interferir en su destino y entorpecer el que éste viniera decidido, según la costumbre, por la hermosura, la vanidad y el mero afecto canino. Con todo esto, ella, la mayor de las hermanas, no contaba aún veinte años, y ambas, desde que perdieran a sus padres cuando tenían alrededor de los doce, habían sido educadas conforme a planes a un tiempo angostos y promiscuos, primero con una familia inglesa y posteriormente con otra Suiza en Lausana, tratando de este modo su tutor, un tío soltero, de remedar las desventajas de su condición de huérfanas.

Apenas hacía un año que habían llegado a Tipton Grange para vivir con su tío, hombre próximo a los sesenta, de carácter complaciente, opiniones misceláneas y voto imprevisible. Viajero en su juventud, se consideraba, en esta parte del condado, que había contraído hábitos mentales en exceso irregulares. Las decisiones del señor Brooke eran tan difíciles de predecir como el tiempo, y lo único que se podía afirmar con total seguridad era que actuaría de buena fe, invirtiendo la menor cantidad posible de dinero en llevar a cabo sus intenciones. Pues incluso las mentes menos definidas en cuanto a la avaricia contienen algún recio germen de hábito, y se han conocido hombres relajados en todo lo referente a sus intereses salvo su caja de rapé, respecto de la cual se mostraban cuidadosos, suspicaces y agarrados.