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Entre sueño y realidad se traza el curso de una historia que marca alegrías, tristezas, caídas, triunfos, deseos, eventos cumplidos y por cumplir. Aprender en el proceso de la vida es la meta, reconstrucción, resiliencia, autocuidado, autonomía, la búsqueda de la paz personal y la valoración personal, aceptar y perdonar. La narradora expresa una historia de crecimiento personal, de cultivar la habilidad de soltar, de seguir adelante, mientras se guarda en el corazón los recuerdos del amor, de las experiencias y de sucesos que hacen a la transformación. "Siente, de principio a fin, esa es la cuestión de vivir. Sea bueno, sea malo, sea felicidad o tristeza, respira y siente, estás vivo… …Que en esta vida no te falten los motivos, solo siente Un día nuevo es, respira y siente con todos tus sentidos, la vida misma aquí está". (Elaboración propia) "Vuela que vuela y verás que no es difícil volar, vuela que vuela y veré, al mundo loco de atar, si canto, canto por ti, por un amor que aparece, que nace y que crece, dentro y fuera de mí". (Ricchi e Poveri, 1981)
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Seitenzahl: 102
Veröffentlichungsjahr: 2024
Ibachuta Lorena Paola
Ibachuta, Lorena Paola Moye malenke serdechko : bajo la sombra / Lorena Paola Ibachuta. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4930-3
1. Novelas. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Primera historia - Tu Sombra
Segunda historia - La carta nunca enviada
Tercera historia - Solo de ida
A quienes han sido para mí una inspiración.
A quienes alientan a las personas a seguir adelante,
quienes contagian alegría y quienes brindan ese gesto tan noble de cariño, humildad y respeto ante cualquier cosa.
A quienes luchan por días de felicidad y muchas sonrisas sinceras,
aunque solo quede para pintar el blanco y el negro.
A mis seres queridos, especialmente a mis padres: Miguel y Lidia, gracias por todo siempre.
La vida es hoy…
Esta breve creación no tiene nombres, solo es un lienzo en el que se dibujan historias para que con la imaginación le den vida.
Quizás, encuentren en esta breve creación un eco de sus propias experiencias, un reflejo de las huellas que la vida misma ha dejado en sus corazones, una porción de sentimientos, sucesos y recuerdos que sueñan con ser contados.
Un gran cariño para quienes eligen estas hojas y sus líneas de palabras, infinitamente gracias.
Hay historias que deben contarse, que deben escribirse para recordar.
Recuerdos en el silencio.
Las veces que he querido escribirte y no lo hice, quería preguntarte cómo estabas, si todo te iba bien, si eras feliz.
Cuántas veces hemos de extrañar una presencia, gestos, miradas, un aroma, un momento, un lugar, esa experiencia emocional que es más que recordar y que nos invoca a caer en la realidad.
Pensar a alguien mil veces, buscar a esa persona a lo lejos, recorrer lugares donde había estado, buscarla en el cielo, en el movimiento de las hojas de los árboles, en las estrellas, en la luna, en el brillo del sol, en el reflejo del agua, en la lluvia, en los sonidos, en los aromas. Yo busqué donde no estaba. Al final, había solo un vacío, un espacio sin llenar, una ilusión, quizás, un pensamiento, nada más, lejos de la realidad, solo un almacén de ideas formadas por una mente condenada al recuerdo. Pero ¿de qué servían los recuerdos, de qué servían esos pensamientos?, y entonces entendía que el recordar y disfrutar de ellos era poder vivir dos veces las mismas historias en donde había sido feliz. Es de lo único que somos dueños y no podemos ser expulsados de ese jardín, es como un perfume impregnado en nuestra alma, es nuestra fortuna o nuestra ruina y mediante ellos nos reinventamos cada día, reafirmamos nuestra capacidad de recordar, de supervivencia y de evolución.
Tenemos esa capacidad de albergar diferentes aromas en nuestro cerebro de manera casi instintiva y esto nos lleva a un nítido recuerdo de algo que hemos vivido y si, además, ese aroma es de alguien querido, la tranquilidad logrará invadirnos.
…
Te soñé innumerables veces, en esos sueños, los momentos de encuentro cobraban vida, algunas veces se nublaban con caras que se cruzaban entre nosotros, pero te aseguro que se sentía hermoso el verte, hablarte y sentirte al menos ahí. Quería congelar el tiempo, congelar esos espacios de paz, de dulzura, de tranquilidad, de libertad. Luego, al despertar, todo se esfumaba, la realidad se ponía a la orden del día y solo una sonrisa quedaba dibujada para seguir caminando.
…
Para hoy te vi, cuánta hermosura, delicadeza, tan simple, tan saludable, con tu sonrisa que deslumbraba, cuánta perfección. Estabas con otras personas, pasaste a mi lado y susurraste unas palabras, no recuerdo bien qué me dijiste, pero, volví a sentir explotar mi pecho de felicidad, eso que nos sucede cuando alguien a quien anhelas te roza la piel, quería pedirte que me repitas lo dicho, pero en el bullicio se diluía el sonido y la distancia que nos separaba se iba colmando de personas. Ya no podía hablarte y el escucharme tampoco sería fácil. Me di cuenta de que en algún momento tenía que dejar ir ese apego, esas emociones a las que me aferraba, tenía que dejarlo ser. Cuando lo dejas ser, te das cuenta de que todo va y viene, simplemente fluye, se vuelve más simple.
…
Hurgando en el recuerdo…
Cuando llegó el día en que me tenía que ir del lugar en donde nos conocimos, sentí que una parte de mí se quedaba ahí, mi yo feliz que adoraba verte pasar. Sabía que no sería fácil volver a cruzarte, han pasado varios años y no te volví a ver más que en fotos.
Ese lugar en el mundo me llenó de recuerdos tan valiosos, adoraba llegar a la facultad y cruzarte en el pasillo, que me sonrías con tu cara picarona, con ese semblante envolvente de cariño. Cuando no te veía te buscaba por las ventanitas de las aulas para encontrarte entre la multitud haciendo alguna travesura, porque así te recuerdo, alegre, pura ternura, audaz.
Cómo olvidar cuando empezó todo, golpearon mi puerta que daba a la calle, mi departamento amarillo; si las estelas de la vida quedan en los lugares donde fuimos felices, en ese lugar se quedó gran parte de mí. Al abrir la puerta, alguien me enviaba un ramo de flores, hermosas, de todos colores, eran marimoñas, elegancia exquisita, de esas que expresan emociones y sentimientos, con un brillo y colorido representativo de la alegría de la vida y la vitalidad, del amor y la felicidad que se comparte en una unión. Tenía una tarjeta, me mandabas un mensaje y firmabas con tus iniciales. Empecé a buscar entre contactos, conocidos, no sabía de dónde venía el mensaje, no conocía la letra, no tenía idea de tu nombre, el que resonaría en mi cabeza por mucho tiempo. No entendía nada, pero era lo más loco, emocionante y a la vez aterrador que podía estar viviendo.
Después de unos día, recibí tu solicitud de amistad en las redes sociales y ahí te descubrí, eran las mismas iniciales de la tarjeta, entonces, estudié tus fotos, no tenías muchas, tu perfil era elegante, estabas sobre una piedra, vestías una camisa rojo claro y unos lentes de sol, tu tez blanca y tu cabello castaño oscuro, te volvía a mirar una y varias veces más.
Nos empezamos a escribir como dos niños que iniciaban un juego, era emotivo y a la vez desafiante el esperar ver que la casilla se pintara de rojo cada día, sabías de mí lo suficiente para hacerme creer que me habías prestado atención. Eso me asustó, no te conocía, no sabía de tus intenciones, pero me provocabas y quería conocerte. Me encantaba dialogar con vos, cómo lo sabías hacer, me encariñé tanto, me generabas un sentimiento tan lindo, vivir y sentir.
Le conté a mi amiga de vos, ella me contó un poco de lo que sabía, ya que habías sido pareja de una de las personas de su vecindario. Yo, en cambio, no te conocía en persona, pero un día llegamos a la facultad, subimos la escalera y ahí estabas. “¡Está ahí!”, me dijo mi amiga, en un tono bajo, yo me paralicé y me avergoncé a la vez. Te miré y vos sonreías. Estabas con un amigo, nos miramos, sonreíste, me enmudecí ¿Qué más podía decir? No era habitual para mí nada de eso, me recorría una energía por todo el cuerpo. Se marcaban tus líneas de la cara, tu sonrisa perfecta, una cara amigable, una mirada dulce. Me fui, no recuerdo si te saludé, solo quería que me tragase la tierra. Varias veces nos cruzamos de la misma manera. Un día mi amiga te observaba y me dijo: “Te está sacando fotos con los ojos”, yo quería salir corriendo en ese mismo instante. Lo bueno era que eras real, pero a la vez era una revolución de sentimientos.
Era extraño, usualmente no cruzábamos palabra en persona, pero de a poco nos fuimos acercando. No recuerdo cómo terminamos teniendo contacto por mensajes de teléfono, pero nos contábamos prácticamente todo, te preocupabas por mí, cuando no podía comer y me mandabas viandas, recuerdo. Siempre prestando atención a todo. Nos fuimos conociendo, éramos como grandes compañeros. Había pasado un tiempo, llevábamos meses escribiéndonos hasta que decidimos vernos.
Así transcurrían los días y no veía la hora de salir de la facultad para encontrarte afuera si ese día no te tocaba cursar. Un día te invité a cenar, quería sorprenderte, no sabía qué cocinar, hice un pastel de mandioca, dijiste que era lo mejor que te habían cocinado, me generó tanta alegría y charlamos horas y horas. Podíamos estar días hablando porque algo siempre teníamos para contarnos. Caíamos en la cuenta del tiempo cuando la noche empezaba a despedirse y teníamos que ir a estudiar o a cursar, contentos, no había sueño ni cansancio, sobraba la energía para afrontar el día. Lo lindo que era disfrutar de esos momentos de charla.
Creo que siempre quisiste dedicarte al arte de curar. No me olvido el día en que me enseñabas los instrumentos quirúrgicos y cómo suturar en una goma espuma. Seguramente lo que eres hoy venía como un deseo de hacía tiempo, siempre admiré tu destreza de ser y empeño en luchar por tus sueños y lograr tus metas. Ese día te había cortado el cabello; cómo olvidarlo, era un desastre. Nunca lo había hecho y me confiaste algo tan delicado, había quedado bastante bien, me sonreías igual, al menos. ¡Qué miedo, si se me escapaba la tijera y cortaba cualquier cosa, me temblaba la mano!
Salimos esa tarde, yo llevaba mis apuntes en la mano, pasamos por el pasillo que daba a la puerta de una compañera, golpeaste para molestar nada más y salimos corriendo, se cayeron los apuntes y con tal velocidad los juntaste y nos fuimos agitando risas. Qué tiempos aquellos. De lo simple hacíamos cosas hermosas, momentos agradables e inolvidables. Éramos unos niños entregados a la vida. Amábamos vivir en esos espacios. Se había vuelto un hábito, nos encontrábamos en mi departamento o en el tuyo para compartir unas horas, era hermoso que las risas fueran las protagonistas.
…
No solías ir de seguido a tus pagos, yo sí, pero no deseaba hacerlo cuando estábamos juntos, cuando regresaba, ahí estabas esperando a que baje del colectivo y me ayudabas con el equipaje y las tres y tantas cajas que mi papá me armaba con cosas para que aguantara hasta el próximo viaje.
Un día, yo estudiaba en un extremo de la mesa, o eso intentaba, vos también, de paso dibujabas una flor en mi libro, la cual aún me acompaña, hacías garabatos y algún mensaje dejabas entre hojas. Ese día me preguntaste qué estudiaba, te contesté cualquier cosa menos lo que era, me desconcertaba tenerte cerca, me llenaba de nervios y mi mente se bloqueaba.
Cocinemos, empanadas caseras, si tienen trece nudos de repulgues, son perfectas. Me contaste que así te decían, entonces yo quería que sean perfectas. Preparaba el almuerzo, mientras merodeabas en la cocina comedor.
No me olvido, ese día, situados en la cocina del departamento, era una tarde hermosa, habíamos hablado bastante, yo preparaba jugo de mandarinas para tomar un tereré, te observaba, amaba mirarte, estabas a unos pasos de distancia, de short y remera deportiva, solías llevar una blanca que me encantaba y ese día te dije “me encantan tus manos, mucho en verdad”, te miraba, y entonces te acercaste y me tocaste la cara, tan suave, recorrías cada línea de mi rostro, era un mimo delicado, dulce, único, cerré los ojos, te acercaste aún más y sentí tú respirar tan cerca, mi corazón se aceleraba, una corriente me recorría todo mi ser, me temblaba la piel, sabías que adoraba tu presencia, que te quería. Sentí tu aroma, tu dulzura, tu calor, sentí que tenía un corazón gigante como un motor que me sacudía, como un terremoto de alta escala. Ese día, me besaste, te apoyaste sobre mis labios con los tuyos, no más, y fue lo más dulce que jamás sentí, el beso más hermoso, cuánta delicadeza. Me volviste adicta a eso, sí que lo hiciste. Creo que tenías un poder extraordinario para hacer eso, como un encantamiento con lo que podías dejarme completamente susceptible, totalmente vulnerable y a la vez con pura energía, feliz, alegre, volando.
Cómo te quise, te amaba, me enamoré profundamente de todo y aún siento ese cariño y muchas veces te extraño, te extraño de verdad.
Sabíamos reír, sabíamos enojarnos, hubiera deseado que algunas cosas hayan sido diferentes, remediaría errores, los cambiaría, lo haría prolijo si pudiera y sin miedos, sin atajos, maduros, responsables, delicados. Cuánto lo siento.
…