Náufragos de la Luna - Dante Leal - E-Book

Náufragos de la Luna E-Book

Dante Leal

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Beschreibung

Siete personajes, sujetos cada uno a una misteriosa maldición, vivirán una travesía en pos de encontrar una solución a sus pesares. Errantes comparecientes sin juez, se conocerán y compartirán sus aflicciones, sus tristezas y sus espinas. Mientras desarrollan la búsqueda por esclarecer una serie de horribles asesinatos, cajoneados y olvidados, cometidos durante seis años y que los unirá mágica y misteriosamente. Los náufragos de la luna padecen su propia propulsa como parte de sus condenas, donde el amor, la desesperación y la magia se entrelazan en una descripción humorística y grotesca de sus pesares. Obligados y dirigidos por un viejo suboficial, con su obcecación y empeño, buscarán encontrar algún tipo de redención. Tal vez la que ellos más necesitan. En este relato, la miseria y la pobreza serán condensadas por la fuerza de un gobierno dictatorial ejercido sobre la vida cotidiana de una ignorante población, donde esta búsqueda librará su contienda entre la vida y "una muerte" que trae de la mano a la infancia como la principal víctima de esta historia.

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Seitenzahl: 310

Veröffentlichungsjahr: 2024

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DANTE LEAL

Náufragos de la Luna

En el pleonasmo del fango

Leal, DanteNáufragos de la Luna : en el pleonasmo del fango / Dante Leal. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4827-6

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

“Cuando el amor es la norma, no hay voluntad de poder, y donde el poder se impone, el amor falta”

Carl Jung

Tabla de contenido

1° Parte

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Parte 2

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

1° Parte

Capítulo I

*

Llevaba con cansancio la labor de caza. El saltamontes, entre saltos y vuelos cortos, lograba eludir justo al límite los briosos esfuerzos, que con ahínco, acometía a causa del semillero de hambre su terca cazadora.

El clima del día se mudaba constantemente de invierno lluvioso a primavera floreciente, cuyo paso, dio pronto al intermedio otoñal, que bañaba de hojas, la lastimosa cacería de la pequeña hambrienta.

La sangre oscura, engrosaba por la tierra, revestía los pies de la niña a un bordó barroso y polvoriento. No dolían tanto como lo hacían si, las rodillas escoriadas, donde la sangre que brotada, por obstinada misión, era tolerada bajo la pretensión, de ser brillo de medallas ganadas por mérito.

No tiene idea de a dónde va, pero sí sabe lo que necesita y de dónde quiere alejarse.

El hambre y el frío le fajaban la carne ciñéndola casi al hueso, es que ya venía con mala alimentación, la diferencia solo radicaba, en que ahora, dependía de ella poder conseguir algo para llevar a la boca.

La escasez de ropa se debía a la urgencia que le exigió la oportunidad. –¿A dónde van las niñas cuando escapan de un orfanato? –recitaba cual rezo buscando un ángel que la orientara. –A sus 9 años se había transformado en un pequeño animal dispuesto a conseguir aquello que necesitaba.

La humedad cercana al borde del arroyo le había propuesto un mercado donde buscar. Tupida de un gran manto de tréboles, entre otros bichos, un saltamontes se le presentaba como deliciosa botana, que si bien se resistía a ser atrapado, el estímulo al verlo lo convirtió en un obsesivo antojo. Surgía repentinamente entre el verdor del trebolar, como si orgullosa se burlara de ella, entonces, se hizo de paciencia, se exigió la participación de cada músculo, y la concentración absoluta en pos de la causa que exigía satisfacer, y cuando se creyó lista para sorprenderla, un ardor fuerte la expuso violentamente en un grito y salto, tan repentino, como veloz lo cumple el parpadeo.

Tras la friega de la herida infringida por una hormiga negra, una infinidad de mosquitos se precipitaron sobre ella. La caterva violenta de los insectos la azotó al punto de la enajenación conduciéndola al suelo en pos de deshacerse de ellos. El friego de la hojarasca, apenas lograba salvarla del terrible ataque, de pronto, todos los mosquitos dejaron de picarla casi en un mismo instante. Como si hubieran sido convocados a una gran reunión la abandonaron por completo. Ella, que cubierta estaba de hojas, de tierra, de pasto y corteza, se encontró quieta en pro de recuperar la respiración. Un ruido la alertó: –¡No puede ser, alguien viene!–se dijo, temía que la estuvieran buscando– ¡pero no es posible! –se gritaba en la cabeza– ¡no puedo creer que siquiera se dieran cuenta de que no estoy ahí!;es que no creía posible que importara su presencia en el orfanato, siempre se consideró invisible, sin embargo el miedo existía. Se quedó quieta, escondida en el accidentado camuflaje, que junto con la loma de pasto, tréboles, ramajes entre árboles y arbustos, le daban esperanza de no ser descubierta.

—¿Es el ángel que viene a responderme? –se preguntó en murmullos cuando vio llegar a aquella muchacha, ya que parecía traer la primavera consigo. Mariposas, libélulas y demás insectos volaban a su alrededor sin que ella se sintiera incómoda, era como si la siguieran. De cabello completamente rojizo, se movía etérea con los pies descalzos sobre la hierba del lugar. Vestida con una túnica pálida que por rayos de sol y suaves semillas de polen, develaba dulcemente una silueta joven y repleta de vida.

Traía en sus manos un ramillete de dientes de león, como un ramo grande de novia, su limpio rostro portaba el gesto melancólico de una sonrisa que convivía con ojos portadores de decisión. Era como si una causa la impulsara. Se dirigía al río, cada paso que daba era acompañado por la luz del día, que prevalecía para quedarse, obligando a que las nubes que antes se disputaban el lugar, emprendieran una veloz retirada. De a poco se fue metiendo al arroyo, las ondas que se provocaban por caminar en aquellas aguas, al contrario de lo que se conoce, volvían transparente el río en la medida que se adentraba más, todo provocaba una sensación de magia y belleza. Cuando se encontraba a la altura de su cintura; sopló todos los dientes de león. El vuelo de ellos ganó gran impulso en el aire. El sol que iluminaba bellamente todo, al llenarse de ellos, provocó un resplandor, donde ella, desapareció en la misma luz que encandilaba.

El viento cuya pretensión era llevarse a todos los panaderos1, cuatro que se le resistieron, se fueron hundiendo lentamente en aquellas aguas; solo prevalecía uno en medio de un bucle donde este parecía anidar. Lucía como una pequeña cabeza canosa, y que se tomaba su buen tiempo para sumirse.

La pequeña, fascinada por lo atestiguado, fue apreciando, como final de experiencia, como una parte, resto de un diente de león, se posaba en su nariz, justo al tiempo, que un pequeño saltamontes saltaba de su cabeza.

*

Saltó el alambrado con mucha dificultad, la práctica forzada que Hilarión Correa ejerció, le costó tres surcos de sangre que se le formaron incisivamente al costado del muslo izquierdo, a lo que sumadas rodillas peladas por la desafortunada huida de una ventana de baño; que apenas le dio oportunidad de librarse con honor hacia un tosco suelo, no se le restó, en pavor el aire reprimido que le llevó ejercer dicha pericia a velocidad sobrehumana.

Hilarión no pudo asirse del pantalón, más que por vergüenza que por cobardía; escondió los quejidos correspondientes a las consecuencias de las heridas infringidas. Los gritos que lo acosaban parecían llevarle el agitar de la violencia al ras de los talones. –¡¡¡Hijo de puta!!! –Expresaba con desgarrador alarido su hostigador– ¡¡¡Hijo de puta!!! ¡¡¡Por qué tenés siempre que robarte lo mejor de nosotros!!! –No era su intención hacer daño, lo que muchos envidiaban como don, era para él una maldición, ya que tanto aquello que deseaba, o no, siempre tarde o temprano terminaba a deguste de su lujuria–¡¡¡¡Te alcanzo y te mato, lo que me costó que saliera del closet tan solo para que vos lo disfrutes!!!! –La carrera por la vida y la muerte a altas horas de la noche, en un invierno cerrado, contaba con la intimidad de una vereda y calle de tierra; desierta de testigos que podrían ayudarle. Tan solo tímidos y parpadeantes focos alumbraban de vez en cuando lo que ni un resabio de luz de luna, en cualquiera de sus fases, pudo hacer, por suerte o por yeta2, al haber caído en una noche profunda de luna nueva.

Tras lograr confundir su sombra con agrestes arbustos, pudo desorientar a su perseguidor, si bien se encontró acorralado, un tendedero de ropa le permitió no solo ocultar su pudor, sino también desorientar al acosador. Recuperó su andar en la vereda de tierra, su camuflaje sumado a una breve y eficaz actuación, en su andar, pudo engañar con éxito a quien su vida quería tomar. Vestido de mujer, de achuecada figura, caracterizado en edad avanzada; pudo librarse para su buena fortuna.

Ya cuando a salvo se creía, sentado y exhausto en una piedra, y al punto en que su respiración pudo por fin recuperar su ritmo; notó que una presencia lo estaba observando. No le dio el tiempo para hacer foco, la instantánea violencia de un palazo, le dio inercia a la gravedad que lo condujo brutalmente al suelo. Fue cuando su mente se embodegó de abejas. El tumultuoso zumbido, apenas hacia audible el murmullo de una mujer, que sosteniendo un garrote, trataba de dar explicación a su proceder. –Ese trolo que te estás cogiendo es mi marido, nos abandonó. Me costó mucho encontrarlo y descubrir por qué nos hizo eso, a mí y a mis hijos, no sabés la sorpresa que me llevó verlo y con quién... no lo podía creer, que fuera con vos, con vos hijo de puta, lo que me costó sacarte de mi cabeza, y cuando lo logro, y me entrego a otro hombre, vos venís y me lo llevás, lo transformás en un travesti y hacés que deje su familia, vos, siempre vos arruinando la vida de todos–en ese momento no pudo escuchar más, sabía que más se decía pero los golpes acallaron las palabras, fue cuando la noche se hizo más oscura.

*

Toribio Fajardo se dirigía urgente a la casa de su amigo, era compinche de la infancia, que por asunto de las drogas y el alcohol, descarrió la saeta de su vida. Enterado que se había pillado de un arma, se dirigió veloz como el aire que no se termina de respirar, en pos de prevenir una anunciada desgracia. Su condición de bufosa3 mortal le alcanzaba para ponerlo en alerta.

Cuando entró a la precaria casilla lo encontró durmiendo abrazado al temible fierro; por supuesto que intento sacársela apenas lo vio con ella, pero este, bajo el reflejo del temor, muy estimulado por los golpes de tumberos, bandas y demás policías, se aferró para luchar por su posesión como bebé a la teta. Un solo disparo se escuchó, ambos se quedaron congelados ante el tremendo estruendo que la bufosa había causado –¡Estaba cargada! –dijo Toribio–. A lo que este respondió que así la había encontrado. Buscaron por toda la casilla el orificio del accidente en pro de su locación, pero nada encontraron. Tras una larga conversación del bien y del mal, de dios y la carga de armas de autoría diabólica, pudo finalmente lograr; que pudiera llevársela de la casilla. Toribio, ávido en culpa, por la carga de la mortal condición de revestirse en parca de todo aquel que cerca le estuviera. Temiendo perder al último amigo de su infancia, se marchó hasta el arroyito para darle una profunda sepultura de agua al vil azófar, ejecutor de óbito.

Al otro día la puerta de Toribio casi se cae de los golpes que atormentaban el terciado de madera con el que estaba hecho, temprano lo llamaba la madre de su amigo, que apenas entre berridos de llanto y dolor, le informaba que se había muerto su hijo, no sabían cómo, parece ser que una bala perdida le había perforado el riñón, y que este, sin darse cuenta, se fue durmiendo mientras la vida por ese orificio se le estuvo yendo.

No lo podía creer, cómo es posible que no se diera cuenta que la bala se le había instalado dentro, pero resultó ser así, o por lo menos eso parecía. El padre de su amigo en el velatorio, reflexionaba, que tal vez fue lo mejor, ya tenía la mente desintegrada por las drogas y la vida por mala junta –De hecho –decía el viejo– esta arma la tenía destinada para ajusticiar a su exmujer que le había puesto una perimetral para que no pudiera acercarse ni a ella ni su pequeño. Sí, fue mejor así –se decía en voz alta, mientras se acababa el quinto vaso de vino tinto– seguro una macana se iba a mandar.

*

El viejo tocadiscos de la abuela reproducía la voz doliente de Agustín Magaldi interpretando el tango el penado catorce. La lluvia, que enjuagaba el vidrio de la vieja ventana de madera; impregnaba más nostalgias al alma torturada de Nicomedes Cidoncha. Era un hombre de placeres melancólicos, que si bien los tiempos eran otros, él, se sujetaba con ahínco a la tendencia de dolores pasados. Hombre muy sensible, donde lo emotivo lo encontraba en todos lados, y ni hablar del amor, era el hombre más enamoradizo que pudiera encontrarse, y por supuesto, el más padecido en laceraciones del corazón.

No hacía ni un día que la conoció en la panadería de la esquina, lugar elegido para su perennal compra de pan; no solo por lo calentito, sino porque ahí lo mandaba siempre su difunta madre. Ana era nueva en el local y si bien su simpática sonrisa le impactó como una refrescante brisa de puerta abierta, para él lo estaba para el amor, aunque en su foja de vida ya se le habían presentado muchas puertas que creyó abiertas.

Nicomedes no era un hombre tímido, por suerte o por desgracia, su extrema desinhibición en cuestiones del afecto, envuelta claro en la poética de un romántico del siglo XIX, si bien le daba inmediatez a los resultados de sus demandantes aspiraciones, también lo colocaba en terribles situaciones angustiantes de ignominia.

La esperó hasta tarde a la salida del trabajo. La cortina de metal bajaba estruendosamente mientras los demás empleados se despedían de ella, le tocaba cerrar ese día, fue la pequeña puerta que debía incrustar en la abertura, quien le dio oportunidad para acercarse a ella. –Dejame que te ayudo –dijo Nicomedes, a lo que Ana agradeció mucho ya que todavía no se encontraba lista para dominar dicha práctica.

La acompañó hasta su casa, que sorprendentemente para Nicomedes, estaba localizada a unas pocas cuadras del local. –¿Cómo que vivís tan cerca y nunca antes te había visto? –ella hace poco se había mudado a la casa de su tía, las razones no se las quiso explicar, si bien a Nicomedes lo devoraba la curiosidad, decidió, por experiencia, no dejar que se desbocara el caballo que lo impulsaba a preguntar –Debo ir despacio. –Se decía,se despidieron esa tarde ante una puerta de chapa azul Prusia, dejándole pequeños comentarios llenos de puntos suspensivos, de un coquetear; que ponía en aviso, su regreso por la compra de pan, con espera de una carga de yapa de su cautivadora sonrisa.

—No lo pienso arruinar como la última vez –se dijo Nicomedes, que caía en sentencia, por recuerdos de fracasos en cuestiones del amor por mujeres que habían construido muros a relaciones, por culpa de maltratos, pérdidas y duelos muy difíciles de superar, y que por inercia de inseguridades, las llevaba a traicionar, lo que él creía era la razón de existir –No sé por qué, pero esas son las que me pueden siempre.

*

Liberto Urriaga comenzaba su primer día de trabajo tomándose muy en serio todas las pautas que conocía, o se inventaba para no perderlo. Su humilde currículum ocultaba una gran bastedad de empleos perdidos, que extrañamente, tras su ingreso, caían en la banca rota por situaciones misteriosas, atípicas o comunes, tales como desafortunados robos, desperfectos eléctricos provocadores de incendios, y que en todos los casos, conducían a la misma calamitosa situación; que no solo arruinaba a los dueños, sino también a todos los empleados que en ellos trabajaban. Este triste precedente lo sabía poseedor de la bolita de acero, ya que tenía claro, era de alguna manera la que daba inicio a la carambola destructiva de dichas catástrofes. Nunca pudo comprender las razones de su desdicha; con toda aquella intención que le implicaba progresar en una empresa, no así con los afectos, en general siempre tuvo la suerte de contención de los suyos que suele ser todo aquel que lo ha conocido, hombre fiel, y querido por todos sus amigos, y lleno de historias de amor cuyas rupturas solo se habían concretado al darse cuenta que sus sentimientos, no estaban a la altura de quien amor le brindaba, siendo así, al percatarse, contaba con la grandeza de ocasionar la ruptura fundamentando que “no contaba” con lo que esa persona merecía de una hombre. Sin embargo, su ambición por brindar un mejor pasar a los que alguna vez podrían pertenecer a los suyos, nunca pudo superar el obstáculo de su humilde condición laboral. La venta de pan casero a pistones de corazón y neumáticos de alpargata, con promesa de servicio a domicilio barrial.

Estaba muy ilusionado, todos quienes lo conocían participaron con rezos, con promesas y estampitas de santos “y no tan santos”; pegadas en todas las paredes de su humilde rancho de chapas. Ya bien vestido con su uniforme, prestaba suma atención al encargado que explicaba el manejo de una billetera, al bolsillo, liviana, de un cambio exacto; y el uso y desuso de surtidores de combustible destinados a la nafta gasoil y gas, del cual debía hacerse, no solo del empleo correcto, sino del despacho eficaz y cuidadoso de posibles accidentes de chispas o lumbres que tentaran su tan volátil condición.

*

El viejo suboficial Rufo Aristimuño, devenido con amargura a la espera de su jubilación, contemplaba con vergüenza el pedido formal escrito, de su cambio de funciones a trabajos administrativos; que por supuesto también odiaba ya que tenía claro, que dicha etiqueta de “resguardo en pos de su cuidado hasta hallarse retirado”, no era más que un castigo y o burla por su condición de policía investigador de casos nunca resueltos. No, no llevaba con alegría su retiro.

Ese día contaba con licencia para entregar a su médico unos estudios que tenía 30 días de retraso. Hacía bastante tiempo que no se sentía bien; lo que lo puso en alerta, al principio, fue el debilitamiento de su flujo de orina, a lo que con el tiempo sumó a su estrés, el goteo constante develado por las manchas en su prenda íntima; sin embargo, lo que realmente lo llevó al médico, fue el cambio contundente en su conducción diaria; provocado por la necesidad urgente de orinar y la asaltante incontinencia que lo sorprendía penosamente antes de que lograra subsanar la intempestiva demanda.

Esa visita a su médico hizo que el día se deviniera en una noche de insomnio y tristeza. Rufo Aristimuño tenía cáncer de próstata y el asunto ya estaba muy avanzado. Hombre solo, sin familia, mal llevado, terco y muy mañoso, llevó la cuenta de que en su vida nunca pudo lograr nada. Su mente divagaba entre el cuestionamiento de un existir sin razón y la ausencia de méritos por la falta de logros en sus aspiraciones laborales. El planteo ante el vacío de respuestas, lo condujo al desierto de acciones, que el reposo le proponía; fue cuando recordó una coincidencia llamativa que nadie había prestado atención, y que tras reflexionarlo, determinaba una pista importante en una serie de crímenes monstruosos, que ya se encontraban cajoneados en viejos archiveros de metal a puerta cerrada. Depósito húmedo, cuyo único pretendido destino de abertura era, la de una gran quema, junto a madera, en pos de asados y vinos, de policías que él, considera de cotillón. Entonces lo entendió.

—Qué más da, ya estoy jugado, qué imagen quiero proteger o brindar si no tengo a nadie –Rufo no tenía buena opinión de sus compañeros de trabajo, nunca conoció a un agente por el cual, sintiera un poco de reconocimiento– todos los de antes y los de ahora –se decía– no son más que personal decorativo, una fuerza protectora degradada a propaganda de afiche muy pronta a desaparecer, al momento de necesitar de sus servicios. Sí, eso voy a hacer en lo que me queda de tiempo, eso y nada más.

*

1 Panadero: nombre con el que también se hace referencia al diente de león en Argentina.

2Yeta (dellunfardo, Argentina): Mala suerte.

3Bufosa (del lunfardo, Argentina): referido a un arma de fuego.

Capítulo II

*

Alas 5:48 de la mañana, un viento fuerte acompañaba el freno del camión basurero que se paraba justo en la puerta de una casa para ejecución del regurgitar de los tachos de basura. El silbido agreste del viento que se formaba por el pequeño torbellino del peaje de los arboles; parecía despertar el interés de ladridos agudos y graves; de pequeñas jaurías de perros, en pos del acoso sobre una pequeña perrita de raza, que para infortunio, extraña e inoportuna, apareció por las toscas calles de tierra del conurbano bonaerense. Entonces, los sobre techados gatos, tal vez por no querer ser menos, comenzaron a resonar sus duros falsetes en un in crescendo de “alzadura”, seguramente en pos de alcanzar los mismos lujuriosos vicios que sus avecindados hipónimos de cuatro patas. Fue cuando el cielo castigó con granizo el amanecer de ese territorio de tierra, lata y vidrio, entonces, cada uno en su domicilio, como coro corporal no ensayado, Hilarión, Toribio,Nicomedes, Liberto y Rufo corrieron la cortina azul de una vieja ventana de madera.

*

Tras un par de horas de dura granizada, Rufo Aristimuño, ya en la comisaría, sentado ante una pila de papeles; calculaba la maniobra adecuada para hacerse de los documentados cajoneados en el clausurado depósito, no encontraba excusa que pudiera subsanar su intrusión a dicho cuarto, ni mucho menos poder escabullirse con el cálculo de una caja grande de cartón, de aquello que pretendía investigar.

*

Treinta minutos antes Hilarión Correa terminaba de disfrutar con mucha dificultad, media docena de facturas con unos mates amargos. Es que tras la golpiza, solo atinó a regresar a su humilde morada con la pretensión de que la almohada fuera tratamiento suficiente para evitar armarse una mentira en el hospital, en pos de evitar la vergüenza de tan duras heridas infringidas. Al momento de comparar su deformado rostro con una abollada factura cara sucia; descubrió a la luz de la rendija de la puerta, una esquela que parecía portar una noticia: –Preparate que apenas salga mi pareja, te tiro la puerta y te la como toda. –La nota generó en Hilarión una terrible incógnita, ya que no tenía idea quién era el autor de tan desinhibida y excitante amenaza. –¿Quién será? –se preguntaba, sus dudas rondaban en tres candidatas y un candidato. Es de recordar que Hilarión no sufría problemas de discriminación pero sí de malas decisiones. Marta, la mujer del carnicero de cuchillos a temer, le avisaba sobre cortes perfectos y limpios; Norma ,la esposa del ratero, lo sabía tumbero y peligroso, dos muertes se le cargó cuando apenas era un adolescente, que por ser menor de edad pudo salir sin ningún problema; Patricia, la kiosquera, que era la mujer del policía que siempre lo miró con desconfianza, y finalmente, Marquitos el divino de al lado, cuya pareja, era un artista marcial de dos medallas inter–barriales y que presumía de un secreto mortal, movimiento que como el propio título lo explica, no ha podido evidenciar su efectividad, pero que está pendiente de una excusa para demostrarla.

*

Nicomedes Cidoncha, diez minutos antes, se dirigía a la panadería con un ramo de rosas que bellamente acompañaba con el resultado de dos hora de preparación de ducha, perfume, talco, camisa, saco, corbata y zapatos lustrados, que a sinónimo de hechura, brillaba junto a un peinado aplastado con aceite para bebé. Ana que de lejos lo estaba observando, tenía clara las intenciones del nuevo pretendiente, pero después de una noche de escolladas reflexiones; se terminó de construir una negativa en mampostería de añejado dolor, pegado con un mortero de desilusiones.

—Discúlpame Nicomedes, no quise ilusionarte, siento que sos un buen muchacho, pero cargo un dolor tan grande, que desde que nació, nunca más pude, ni quiero intentar, abrazar a un hombre, no estoy lista, quiero decirte que sí me gustas mucho, pero que cuando lo sienta, ese primer beso, ese añorado abrazo, para mí deberá ser para siempre–Nicomedes sonrió, ducho en ese tipo de argumentos que se brindaban en sus, “todos” primeros avances sobre sus encaradas y añoradas intenciones, contestó: –No Anita, eso nunca será para mí un freno que impida seguir intentando, solo deje que la acompañe. Permítame demostrarle que yo soy merecedor de su afecto, le prometo que no voy a fallarle.

*

Toribio Fajardo se había desayunado, desde que comenzó la granizada, tres vinos tintos acompañados de unas duras tortas fritas del día anterior, todavía se castigaba por el duelo suscitado de su último amigo de la infancia. –Estoy condenado –se decía–por más que me esfuerce, si hasta queriendo evitarlo, lo termino provocando–cinco minutos finalizada la tormenta; tomó la decisión de dirigirse a la nueva estación de servicio; para comprarse más veneno líquido, que es el alcohol donde pretendía ahogarse. Tras salir de la improvisada choza, y cerrar el pequeño portón de madera y alambre, y girar para dar comienzo a su marcha, casi tropieza en su giro, con la mascota vecinal, un pequeño perro lanudo y grisáceo. –¡Ay Cascarria!¡Casi me matás del susto! –sentado como quien espera a un compañero, se encontraba el perro callejero, cuyos vecinos, en pos de espantarlo, terminaron por bautizarlo, casi sin querer con ese nombre, Cascarria era finalmente el único acompañante de las noches ahogadas de nostalgia y vino; de todo los beodos que en la zona terminaban por confesar sus más agudas tristezas.

Para Toribio Fajardo toda su vida ha sido el causante directo o indirecto de orfandad, de viudez y de aquello que no posee título, ni por consuelo, que es de padres que perdieron hijos, de hermanos que perdieron hermanos, ni mucho menos de amigos y novias que perdieron sus afectos. Todo por culpa del solo hecho de haberle conocido. En sus cálculos sobre los inicios de su actividad de involuntaria parca, se consolaba pensando que los sucesos fatídicos nunca fueron resultado de sus decisiones, ni tampoco que sucedía a menudo. Al caminar junto al compañero canino, lo miraba de vez en cuando, para compartir su agobiante reflexión. –Pero sí seguro –le decía con pesar–A una vida por semana le suelo decir adiós.

*

Liberto Urriaga ya sintiéndose cómodo en el dominio de sus labores; durante dos horas de trabajo de su primera jornada de franquero en la nueva y reluciente estación de servicio, descargaba su billetera en el buzón laboral; donde se resguardaba las ganancias que se iban generando. Ya asegurado el cambio exacto para dar continuidad a su trabajo, un auto lujoso se aparcaba frente de un surtidor. En rojo sangre, unCorvette C2 traía parpadeante el sol en su reluciente capot, era como un guiño que llamaba al pibe de los mandados; Liberto ni chancho ni rengo, a saltos felices se acercó para hacer su más noble esfuerzo en su atención.

En el momento que el dueño del lujoso automóvil le tiraba las llaves a Liberto, mientras se dirigía al local para comprarse algunos cigarrillos; Toribio Fajardo llegaba a la estación fumando a bocanadas el último resabio de faso que le quedaba, el alcohol y una mala decisión en el misterio de sus pasos, lo hizo trastabillar llevándose por delante al pequeño Cascarria y expulsando cual catapulta, la pequeña antorcha que llevaba en su mano, Liberto, oteador de calamidades, con gran reflejo captura en el aire la posible chispa de desgracia, pero con tan mala suerte, que baña de lleno a cascarria con el volátil líquido destinado al tanque de nafta del lujoso automóvil. No se percató para nada del accidente, ni mucho menos cuando soberbio e ignorante, tiró indócil del dolor de la quemadura en su mano; el cigarrillo, sobre el pobre Cascarria, el cual instantáneamente se transformó en un cometa que circundó velozmente en signo de infinito el derredor de toda la estación de servicio. Lo que terminó provocando no solo un gran incendio, sino también un ruido tan fuerte, un estruendo tan potente, que pudo ser escuchado a varias manzanas de su origen.

*

El sobresalto acaecido en confusión por la terrible eventualidad, benefició a Rufo Aristimuño que aprovechando el desconcierto, ejerciendo el añorado saqueo de aquellos documentos cajoneados.

Hilarión Correa sobrevivió otra vez a una golpiza, delito causado por su flojera lujuriosa que lo llevó a abrir la puerta a la hortera poeta sexual de aquella intrigante esquela, y que tras los golpes a la madera de la pecaminosa intimidad infringidos por el carnicero y sus chispeantes cuchillos, con la pretensión de acorralar la traición, terminó absolviéndolo del dolor, gracias al temor de posibles daños a su negocio, por una explosión de locación desconocida.

Suerte, que desde la desgracia, también acompañó a Nicomedes Cidoncha ya que del susto provocado por el sonido del estallido, Anita contradice instantáneamente su manifiesto de negación a los brazos de un hombre, arrojándose a las tan deseosas de poseerla, como eran los mismos de Cidoncha Nicomedes, el resto, solo se correspondió a la fuerza gravitatoria de sus labios.

—Hubo cuatro sobrevivientes –declaraba la voz de Cacho Fontana en la “Radio El Mundo”– de una insólita y singular explosión en una estación de servicio recientemente inaugurada, solo se ha lamentado la muerte de un perro, y la pérdida de un servicio esencial para la comunidad.

Sentados en la semioscuridad de un sol que se despide, a la vereda de los escombros de los restos de la nueva estación de servicio, se encontraba llorando el desconsolado conductor de un irreconocibleCorvette C2. –Cuando mi viejo se entere –decía– lo que le hice a su auto me va a destrozar tanto el culo a patadas que mi rostro ya nunca más lucirá la mueca de una sonrisa. Dicho lamento en voz alta, era apenas entendible entre los roznidos exclamados; desde un asustado y pavoroso llanto; mientras el encargado, discutía con los oficiales y los bomberos, los pormenores que pudieran dar explicación de lo sucedido, en pos de un seguro que avale la salvación de un resarcimiento económico.

Liberto Urriaga yToribio Fajardo, completamente fuliginosos por el incendio, contemplaban sentados, el mismo vacío, que ofrecía el lleno de desgracia de sus existencias

—Estoy maldecido –dijeron al unísono, que tras hacerlo, lentamente giraron sus cabezas para comprobar; la misma semblanza de resignación en los ojos del otro.

*

Sentado en la cama de la habitación de su casa, Rufo Aristimuño examinaba los añejados papeles que se encontraban desparramados en el suelo. La lectura de los primeros renglones, lo infectaron sin demora con la memoria de los olores del primer caso, en ese instante, el viento que se colaba por la vieja ventada de madera, incitaba a la pequeña cortina azul el ritmo de una danza, que de a poco, lo iba transportando a aquella mañana en el riachuelo de las aguas sucias de La Boca. Cómo olvidar su luz y sus matices, ese color que mutaba de violeta a verde que un excitado sol relucía. Enredado entre el pasto y el limo de un abundante fango, los restos de un despellejado bebé, brotaban apenas visibles de la orilla del humedal de una charca del río.

Se pensó que eran los restos de un aborto, hasta que los gritos de los oficiales, develaron algo más; a unos pocos metros, estaqueada sobre una piedra, yacía el cuerpo de una joven mujer, el cercenar de sus párpados hicieron que se dilatara tanto su mirada de terror, que daba la sensación, que en cualquier momento, se caerían al suelo. El gesto grotesco y sucio de su faz, era completado con una mueca, que al filo de un arma blanca, oscurecía con un corte en perfidia a la felicidad; semblante que era completado con un mortal acollarado de sangre en su garganta; que explicaba la grisácea tela que reemplazaba la luz de vida en su mirada. Los pezones parecían arrancados a dientes desde su aureola, de su vientre abierto, cual cuchillo, salían sus tripas con un derrotero de flujo rojo y negro que terminaba en un pequeño estanque de sangre, en todo, moscas y gusanos parecían regocijarse en una orgia de gula y procreación.

Sí, ese fue el comienzo, la génesis de una historia de horror que a pesar de su cese, percibía el olor de una pulsión que “pulsaba” por continuar, cómo no recordarlo, si además, ese mismo día, Rufo Aristimuño; al llegar a su casa, encontró a su viejita durmiendo esa siesta, que todos haremos alguna vez, y de la cual, ya no despertaremos.

Un día como tantos, en la memoria, en que uno como cualquiera, se había puesto loco por la ridícula pérdida de un reloj de pulsera, claro, no era cualquier reloj, era la herencia única de un abandono ejercido en la más temprana edad por su padre. –¡Vos me lo tiraste!–gritaba furioso Rufo a su vieja mientras daba vuelta la casa con el fin de encontrarlo. –¡Y para que lo querés! ¡Si siempre te olvidas de darle cuerda! –¡Que no es por la hora que lo quiero, era de mi viejo! –¡Entonces no es que lo perdés, lo que pasa es que te abandona como lo hizo tu viejo! –las puteadas fueron y vinieron como puñetazo de boxeo, por culpa de un reloj que siempre se detenía las 11: 05.

De alguna manera, Rufo, se había convencido de que ese fue el horario en que su padre se fue de la casa, doble castigo de tristeza, fue encontrar el viejo reloj escondido en el forro de su saco, justo antes de llegar a su casa.

La cortina dejó de danzar, el sol se había despedido y Rufo Aristimuño busca hacerse a la labor; con una carga de combustible embotellada en tanque de vidrio de licor de naranja, bebida que solía compartirlo con su madre, como guarnición de merienda, todas las tardes, que el trabajo le permitía

La pista fue confirmada, era un registro de fotos que señalaban una muy cuestionable coincidencia a la que nadie prestó atención. Se pasó toda la noche leyendo, se trataba de homicidios que reunían las mismas exactas características y que eran ejecutados una vez por año, lo que llevó a cuenta una factura de seis años de un criminal serial que nunca pudo ser atrapado. Las razones fueron que estos se detuvieron, y lo otro, es que al no recibir mucha atención de la prensa, la policía no encontraba demanda que lo condujera a hacer bien su trabajo, además que en el argot de la bofia, se argumentaba que carecía de una cantidad de crímenes anual, como para darle suficiente importancia.

La jerga de la comisaría lo había bautizado como “la noche del lobizón” es que además de los detalles que caracterizaban su praxis; era que sucedían un día viernes de luna llena, dato curioso que les sirvió a muchos nativos para sacramentarlo con dicho mote; es que no solo se correspondía al mito, sino que además, la crisma estaba estimulada por la suma de aullidos de perros de la zona donde la terrible ejecución se “ejecutaba”.

Rufo terminó dormido en el suelo, acolchonado por los papeles y perfumado con un rico olor a licor de naranja, que casi vacía, se “lucía” por él abrazada.

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Capítulo III

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Era un soleado sábado y Anita Benedetti Sandemetrio lo disfrutaba en el patio de la casa desplumando la gallina que se pretendía degustar para el almuerzo. Terminando de sacar las últimas plumas del gallináceo animal, se detuvo tras contemplar, en el gallinero, una imagen que la conmovía, era la actitud protectora de la bataraza para con sus pollitos, esa noble maternidad la colocaba en una pausa de angustia, que le sopesó tanto que la hizo evitar la continuidad del acto. De vez en cuando, su pasado y un par de ausencias, suelen serle un peaje que la abstraía de la realidad; sin embargo no tardó en retomar su labor, gracias a sus tripas, que le demandaban la preparación del condumio, fue cuando su pequeña mascota, una perrita enana que con ella se mudó, saltó con la pretendida ambición de robarse la presa, sin embargo terminó en acto fallido, gracias al buen reflejo de Anita que no solo logró esquivar el audaz mordisco, sino que también le propino una patada en pleno vuelo, al tiempo que la gallina fue revoleada. Con gran indignación, Luna, nombre propio del animal, se fue a esconder de inmediato a la pequeña cucha, con el conocido gesto físico canino, del rabo entre las patas. Anita luego sintió lástima, es que Luna es la sobreviviente constante de terribles avatares de una amenazante muerte que pretende llevársela para su jardín.