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De pronto, el mundo de Nepo se derrumba. Su familia sufre las consecuencias de la pandemia y pierde a su amada abuelita Manuela. Con ella, se marcha su mundo de historias mágicas y correrías por la playa. Solo el mar lo comprende cuando él le cuenta sus penas. Pero la vida le tiene lindas sorpresas cuando conoce a su nueva amiga, quien le mostrará que los sueños son posibles cuando los llamás con fe y esperanza. Es, entonces, cuando Nepo conoce la isla que florece. Premio Carmen Lyra 2023 Premio Juan Manuel Sánchez 2023
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Seitenzahl: 84
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Premio Juan Manuel Sánchez 2023
Nepo se despierta y sacude la cabeza como quien se espanta un avispero. De un solo salto se levanta. ¡Hoy se siente enojado! No, no es enojado. ¡Hoy se siente muy triste! No, no se siente muy triste. ¡Hoy se siente frustrado! La verdad, Nepo no sabe cómo se siente.
De un jalón, levanta la cobija que sale volando. ¡Zaz!, lanza la almohada contra la pared como si fuera una bola. Abre el ropero y tira la ropa sobre la cama, igual que si estuviera espantando al tiburón de sus pesadillas. Es grandote como una ballena y tiene las fauces de lata con un montón de dientes filosos como cuchillos. ¡Ay! ¡Se lo quiere tragar de un bocado! Nina, su mamá, oye el alboroto y corre a ver qué le sucede.
—Nepo, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás revolcándolo todo? Mejor lavás los platos antes de irte a la escuela.
—¡No quiero! ¡No quierooo! —responde aquel, debajo de la cama.
—¡Cómo! Si no salís de inmediato, ¡ya verás!
Ese «¡ya verás!» es la amenaza que a Nepo lo asusta. Le recuerda al tiburón que lo acecha entre las olas, asomando su aleta puntiaguda y después la cabezota que se acerca y se acercaaa... Otras veces, imagina que lo encierran en un cajón con llave o ¿qué tal si lo meten en el corral de las gallinas a comer granos de maíz toda la vida?
Últimamente, las amenazas vienen y van por partida doble. Papá también se enoja; antes no lo hacía.
—Nepo, ¿qué vamos a hacer con vos? Dice la maestra que ayer te escapaste. Vas a reprobar el curso —le reprocha desde el cuarto.
«¡Nepoo, Nepooo, Nepoooo! Van a empapelar la casa con mi nombre. Lo más seguro es que las loras y los pericos que pasan volando se lo hayan aprendido de memoria. ¡Nadie me quiere!», piensa muy dolido, entre lágrimas calientes que resbalan por su cara. Siempre hay una razón que pone a girar su mundo de cabeza.
Todo empezó un año atrás durante la pandemia, aquella plaga que azotó el mundo entero. Un día llegó al vecindario como un fantasma que se metía por cualquier parte. Era tan malo que enfermaba a muchas personas, y el muy traicionero llegó a su casa. ¡Quién sabe por dónde se metió! ¡Quién sabe por cuál rendija!
Enfermó a su papá y se puso malísimo. ¡Cómo tosía y tosía! Intentaba respirar, pero el aire se le iba. Fue la noche más tenebrosa. Tan solo al recordarla, Nepo siente que su mundo se derrumba.
Aquella vez sintió mucho miedo, pues vio a su mamá salir por la noche a buscar ayuda; pero a él no lo dejaron acercarse por temor a contagiarlo.
Por suerte don Nacho, el vecino que tiene teléfono, llamó a la Cruz Roja. Los minutos se alargaron como una hebra interminable; al fin, se oyó una sirena subiendo y bajando por el vecindario, hasta que llegó a su casa. «¡Uuuu, uuuu!», silbaba como un búho entre los árboles.
Dos rescatistas se bajaron de la ambulancia con maletines, trajes blanquísimos y la cara tapada. Entraron al cuarto en completo silencio y un rato después salieron con su papá en una camilla.
¡Qué noche más fea! Pasaron los minutos y las horas, pero nadie les daba razón de lo que sucedía. Fueron tres semanas horribles para Nepo, hasta que un día, ¡qué alivio!, se volvió a escuchar el motor de la ambulancia calle arriba y calle abajo, cerca, cada vez más cerca de su casa.
Los rescatistas se bajaron para abrir una gran compuerta. ¡Su papá estaba de regreso! ¡Se veía tan flaquito!
Con él llegó una hoja llena de indicaciones: «Tomarse las medicinas, sin saltarse ninguna, comer puré de papa con camote y zapallito con cinco vasos de agua al día…». Pero la instrucción que más le preocupó a su mamá fue la última: «El paciente debe guardar reposo hasta que se recupere».
—¡Ay, Fito, no podés ir de pesca hasta quién sabe cuándo! ¿Qué vamos a hacer? —le dijo a su esposo, mientras lo ayudaba a acostarse.
Y claro, ella tenía razón. Jamás le tocó trabajar en algo que no fuera limpiar, lavar, hacer la comida y cuidar a Nepo, porque Fito le decía:
—Yo soy el que sale a trabajar.
Pero, quién sabe por qué, los peces huían muy lejos y su papá regresaba con la soledad reflejada en sus ojos. Abuelita Manuela nunca estuvo de acuerdo con Fito, porque ella trabajó con sus papás desde los quince años, igual que sus abuelos y sus tatarabuelos. Hombres y mujeres se daban la mano para sacar a la familia adelante. Juntos se iban de pesca. Juntos trabajaban en el campo y recogían el fruto de la cosecha.
Por esa razón, abuelita Manuela habló con Nina para aconsejarla:
—Hija, a usted le queda muy rico todo lo que cocina. ¿Por qué no hace empanadas y las vende? Yo le ayudo.
—Pero ¿cómo voy a comprar todo lo que necesito para hacerlas? No tenemos plata, mamá.
—Dígale a Chinta que se lo dé fiado y usted le va pagando a poquitos. Ella la quiere mucho y es muy buena persona.
—¡Ay, no! ¡Me da vergüenza!
—No sea así. Estamos viviendo tiempos difíciles y tenemos que ayudarnos unos a otros.
Tanto le habló abuelita Manuela que Nina le hizo caso y fue donde su amiga:
—Yo te ayudo. ¡¿Qué más faltaba?! Llevate lo que necesités y ahí me vas pagando a poquitos —le respondió Chinta.
Y no solo eso, también le ofreció venderle un poco en el negocio. Por su parte, abuelita Manuela, que había aprendido a tejer con su mamá desde niña, colgó su telar y de sus hábiles manos fueron saliendo unos bolsos lindísimos.
Nina se iba a venderlos en los puestos de la plaza, pero siempre le decían: «Los turistas no han vuelto a venir por la pandemia y ellos son los que más compran artesanías».
A Fito no le quedó más que resignarse, pero al ver a las mujeres de la casa trabajar tanto, una tarde buscó unos troncos de madera que había traído de la playa, un viejo cuchillo y un serrucho herencia de su abuelo. Corta por aquí, corta por allá… de su imaginación fueron saliendo figuras muy bien hechas. Pero, a veces, le fallaba el pulso y el tucán quedaba sin pico o el delfín sin cola.
Y entre un intento y el otro, iban pasando los días y las semanas. ¡Qué mal estaban comiendo en la casa! Si las cinco gallinas ponían huevos, si sobraba masa y frijoles de las empanadas, eso comían todos. Por suerte, las verduras para Fito se las regalaba doña Pepa, la vecina que sembraba hortalizas para venderlas en el mercado.
El desánimo de Fito y Nina iba en aumento, eso acabó con su paciencia.
«Nepo, dejá de perder el tiempo. Nepo, ¿qué estás pensando? Nepo, la tarea que te trajo la maestra no la has hecho. Nepo, tendé la cama. Nepoo... Si no, vas a ver lo que te pasa», regaño tras regaño, él era el palito de los enredos.
Por eso, la rebeldía le hizo un nudo en la cabeza.
—¡No quiero! ¡No quiero! —era la respuesta que encontraba para salir del apuro.
De alguna forma tenía que expresar su tristeza y llegó a pensar que a nadie le importaban sus sentimientos. Solo abuelita Manuela le hablaba con cariño y lo aconsejaba:
—Tarde o temprano todo lo feo va a pasar. Por ahora, debemos tener paciencia. Tu papá debe hacer reposo y nosotras pasamos ocupadas. ¿Qué te cuesta leer el libro que te trajo la maestra y hacer las prácticas?
—Es que me da pereza.
—La pereza es mala consejera. Si todos cooperamos, muy pronto saldremos adelante.
Por suerte, la noche se va y llega el sol con el canto de los pajaritos risueños. El fantasma que enfermaba a la gente se fue alejando. Los vecinos volvieron a reunirse para darse ánimo y ayudarse entre sí. El vecindario se llenó de risas y carretas que subían y bajaban, pero los papás de Nepo continuaban desanimados.
Y así, entre brincos y saltos, un domingo tocaron a la puerta:
—Buenos días, Nepo. ¿Cómo estás? ¿Ya hiciste las prácticas? Mañana volvemos a clases —lo saludó la maestra muy cariñosa.
«¿Qué? ¡Otra vez a la escuela!». Nepo se le quedó viendo como quien ve al tiburón de sus pesadillas. Abrió los ojos como dos monedas grandísimas y las palabras se le hicieron un nudo en la garganta. Después, salió corriendo a esconderse en el cuarto.
A Nina le disgustó la reacción de Nepo y salió para disculparse con la maestra.
—¡Qué pena con usted! Yo no sé qué le pasa. De un tiempo para acá está más rebelde que nunca.
—Yo voy a hablar con él. No se preocupe.
Cuando la maestra se fue, vinieron los regaños.
—Nepo, si no salís, vas a ver —le dijo su mamá sacándolo a la fuerza debajo de la cama.
—¡No quiero! ¡No quierooo!
El lunes lo llevaron a empujones hasta el aula, pero Nepo se escapó en un descuido de la maestra y se fue corriendo hasta la orilla del mar, para contarle sus tristezas.
Y así ha pasado el tiempo. Un día que sí y otro día que no, entre regaños y amenazas. «¿Por qué llegaste tan tarde? ¿A dónde te fuiste? ¿Qué vamos a hacer con vos? ¡No servís para nada!».
Nepo se despierta. Manotazo va y manotazo viene, quiere espantar al tiburón de sus pesadillas que abre sus fauces con dientes afilados y se acerca, se acercaaa… ¡Ay! ¡Qué dicha! ¡Hoy es domingo y no tiene que ir a la escuela! Mejor duerme un rato más. ¡Qué sabroso!