No solo por el bebé - Olivia Gates - E-Book

No solo por el bebé E-Book

Olivia Gates

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Beschreibung

Apareció reclamando a la niña… y a su exmujer. Naomi Sinclair se había enamorado locamente de Andreas Sarantos, pero su matrimonio con el magnate griego, que era incapaz de amar, le había dejado profundas cicatrices en el alma. Cuando ya no esperaba volver a verlo, Andreas se presentó para reclamar a la sobrina de diez meses de Naomi, que acababa de quedarse huérfana. Andreas dejó que Naomi lo abandonara en una ocasión, pero con la adopción de la hija de su mejor amigo confiaba en lograr que su reacia exmujer volviera a su cama.

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Olivia Gates

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

No solo por el bebé, n.º 1995 - agosto 2014

Título original: The Sarantos Baby Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4572-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Uno

Los recuerdos golpearon a Naomi Sinclair mientras observaba a Andreas Sarantos en la televisión del despacho de su socio.

A pesar de haber sido puesta en aviso, cuatro años atrás había estado unida a él sentimentalmente a lo largo de dos años. Observando su rostro de facciones marcadas y mirada intensa, y con el sonido apagado, podía recordar lo primero que le había dicho: «Señorita Sinclair, será mejor que se vaya mientras pueda. Relacionarse conmigo no le hará ningún bien».

Todavía podía oír su voz, profunda y sensual, con el leve acento griego que le resultaba tan seductor; podía sentir su mirada, quemándole la piel.

—¡Vaya, ha vuelto a la ciudad!

El comentario de su socio, Malcolm Ulrich, hizo que se fijara y se diera cuenta de que Andreas estaba, efectivamente, delante de las oficinas centrales de su empresa, en la Quinta Avenida.

—Me había resignado a no hacer negocios con él puesto que solo cierra tratos en persona, pero ya que ha vuelto... —dijo Malcolm, sin apartar los ojos de la pantalla—. Todavía no sé cómo no conseguí cerrar el acuerdo tras el problema con Stephanides. Pero esta vez, haré lo que sea para que estudie nuestros planes de expansión.

Naomi reprimió una risa sarcástica. Ella no había conseguido que Andreas estudiara su oferta ni cuando se acostaba con él cada noche. Ni con el sexo más espectacular había logrado que se implicara en un negocio al que no le veía ganancia. Para él, el desarrollo sostenible representaba demasiados problemas logísticos sin beneficios que los compensaran.

Pero Naomi pensó que no valía la pena desanimar a Malcolm y hacerle sospechar. Solo su hermana, Nadine, y el único amigo de Andreas, Petros, habían sabido lo que había entre ellos. Para el resto del mundo, solo habían mantenido una relación profesional. Él como el rey Midas de los negocios; y ella como socia de la empresa de construcción que intentaba abrirse hueco en un campo tan competitivo.

Naomi siempre se había alegrado de haber mantenido la relación en secreto y poder seguir su vida normal una vez acabó. Por eso no se molestó en advertir a Malcolm que se trataba de un empeño inútil.

Por otro lado, él ya lo sabía. Llevaba más de siete años intentando convencer a Andreas de que colaborara con ellos, incluso antes de que Naomi se asociara con él. Precisamente había conocido a Andreas cuando por fin había contestado uno de los insistentes mensajes de Malcolm, un año después de que, junto con Ken, establecieran Sinclair, Ulrich y Newman, o SUN Developments.

Andreas había acudido a ver uno de sus primeros proyectos y, al verlo en persona, Naomi, que ya lo consideraba un hombre atractivo por las fotografías, lo encontró espectacular. Y a lo largo de su breve visita, había conseguido fascinarla e intimidarla a partes iguales. Tras hacer una serie de comentarios severos, que a la larga les habían servido para detectar debilidades de su proyecto y mejorarlo, se había ido sin decir si le interesaban ni el proyecto... ni ella.

En la pantalla, Andreas fue hacia su limusina al acabar las declaraciones. Incluso de espaldas se podía intuir al guerrero implacable que conquistaba sin esfuerzo, destruía sin proponérselo y se despreocupaba del daño que hubiera podido causar a su paso.

Malcolm tomó su móvil.

—Voy a intentar dar con él y pedirle una cita antes de que se me adelanten.

—Te dejo a solas —dijo Naomi, poniéndose en pie.

—Pero si ni siquiera hemos empezado la reunión...

Naomi se detuvo en la puerta.

—Ya la tendremos mañana. Además, estoy preocupada por Dora, así que no sé si podré concentrarme.

No mentía. Había dejado a Dora con fiebre al cuidado de la niñera, Hannah, que antes había sido su propia niñera. Y aunque esta le había dicho que estaba mejor, la noticia de la vuelta de Andreas había acabado por perturbarla como para que le resultara imposible concentrarse en nada.

—Es una suerte que tengas algo más importante que hacer —dijo Naomi, forzando una sonrisa.

—No hay nada más importante que tú.

Naomi mantuvo la sonrisa a duras penas a la vez que cerraba la puerta de su socio. Malcolm siempre había hecho comentarios así de galantes, pero hacía un tiempo que Naomi había detectado un cambio de actitud que la inquietaba. Le espantaba la posibilidad de que se creara cualquier tipo de tensión en una relación de trabajo que hasta entonces había sido fluida. De hecho, se había asociado con Ken y con Malcolm porque ambos estaban felizmente casados. Pero desde que su mujer había muerto de cáncer, tres años antes, tenía la sensación de que la actitud de Malcolm había cambiado. Y más aún desde hacía tres meses, al morir Nadine y Petros.

Entró en su apartamento de Manhattan dándole vueltas a aquel tema y a la inesperada vuelta de Andreas. Acababa de colgar el abrigo cuando oyó pisadas acercarse. Al volverse vio a Hannah, mirándola con ansiedad.

—¿Le pasa algo a Dora? ¿Por qué no me has llamado? —preguntó con el corazón acelerado.

—La niña está perfectamente —dijo Hannah—. Ya te he dicho que Dora es una niña fuerte. Y sabes que tengo mucha experiencia.

—Dora va a cumplir diez meses y sigo preocupándome cada minuto que estoy alejada de ella. Siempre puede haber un accidente... —como el que se había llevado a Nadine y a Petros.

Hannah la estrechó en un fuerte abrazo, como los que le daba desde pequeña siempre que necesita ser reconfortada.

—La angustia forma parte de la maternidad, cariño, pero juntas contribuiremos a que Dora se convierta en una mujer tan maravillosa como su madre y como su tía.

Naomi se echó a llorar y se dejó consolar por la mujer que había ocupado el lugar de su madre cuando había perdido a esta, a los trece años.

Luego alzó la cabeza y trató de sonreír.

—¿Por qué has venido con cara de preocupación? ¿Creías que era un intruso? —de pronto se puso seria—. Si alguna vez pasara, debes llamar a la policía inmediatamente.

Hannah alzó las manos.

—Estás paranoica. Sabes que este edificio está perfectamente protegido. Sabes que quienquiera que entre debe ser invitado —Hannah calló bruscamente y se retorció las manos—. Lo que me lleva a la razón de por qué he salido a tu encuentro.

—¿Qué quieres decir?

—Que quería evitar que te encontraras conmigo sin previo aviso.

* * *

Naomi abrió los ojos horrorizada a la vez que se le aceleraba el corazón. Aquella voz no había dejado de resonar en su interior: Andreas.

Se volvió bruscamente y lo vio en la puerta. Andreas Sarantos, el hombre del que había escapado hacía cuatro años con el alma y la mente destrozadas.

Su mera presencia la asfixiaba. Era más alto, más ancho de hombros de lo que recordaba, más amenazador. Lentamente se aproximó a ella y Naomi sintió al instante una mezcla de sensaciones que no había pensado que fuera a volver a experimentar, pero con el tiempo, Andreas resultaba aún más impactante.

Sus ojos de acero la inmovilizaron. Luego la recorrió de arriba abajo con la mirada, y ella lo imitó. Desde su cabello rubio a su piel cetrina, por los planos de su rostro de varonil perfección, hacia un cuerpo envuelto en un traje que parecía adaptarse a él como si se lo hubieran cosido encima.

Una perfección física que ella conocía bien, pero que además iba acompañada de un carisma y un carácter con el que conquistaba a quien se acercaba a él. Era un hombre poderoso, que mandaba sobre miles de personas y cuyas decisiones podían convertirse en millones. Y por un tiempo ella había caído rendida a sus pies.

Hasta que llegó un momento en el que le suplicó que la dejara marchar porque no creía tener suficiente fuerza como para irse por sí misma. Pero lo que él había hecho para torturarla y atormentarla le había hecho jurar que no caería nunca más en su trampa.

Ahora, se volvían a encontrar, justo cuando ella había llegado a la convicción de que sus caminos nunca se cruzarían. Y sin embargo, allí estaba.

—¿Qué demonios haces aquí?

Fue Hannah quien respondió con voz agitada.

—Cuando le he visto en la puerta, he asumido que tú le habrías dado instrucciones al conserje para que le dejara pasar —incluso Hannah creía que su relación no había pasado de una serie de encuentros cuando su hermana se había casado con el mejor amigo de él—. Me hizo creer que le habías invitado, que llegaba antes de lo esperado y que no merecía la pena que te molestara llamándote al trabajo.

Andreas se adelantó a Naomi.

—Gracias, señora McCarthy. Ahora que Naomi ha llegado, puede seguir con sus ocupaciones.

Naomi no daba crédito a su arrogancia. Y menos al ver que Hannah, que era una de las mujeres con más carácter que conocía, obedecía. Furiosa, se irguió y dijo:

—Ahora que he llegado, eres tú quien puede irse.

Andreas esperó a que Hannah se fuera para contestar.

—Solo después de charlar contigo. ¿Pasamos a la sala o prefieres otra habitación?

A Naomi le indignó que se permitiera hacer referencia a la intimidad del pasado.

—No pienso ir contigo a ninguna parte —apretó los dientes—. No sé a qué has venido, pero es demasiado tarde.

El Andreas que había conocido la habría mirado impasible. En el tiempo que duró su relación solo había visto la indiferencia y la pasión reflejadas en su rostro; y en su último encuentro, la ira.

Pero en aquel momento la miró con algo parecido a... ¿la sorpresa? Quizá le divertía que alguien se atreviera a desafiar a un dios.

Naomi marcó tres números en su teléfono y, manteniendo el dedo sobre el botón de llamada, dijo:

—O te vas, o llamo a la policía.

—Cuando sepas por qué he venido, querrás que me quede —dijo él, impertérrito.

—Lo dudo mucho.

—¿Por qué no me invitas a cenar? Llevo media hora con la boca hecha agua por el aroma de lo que está cocinando la señora McCarthy.

Naomi sacudió la cabeza, indignada con su arrogancia.

—Sé que crees que todo el mundo es un peón en tu partida de ajedrez, pero si crees que puedes jugar conmigo, es que has perdido el juicio —cuando Andreas se quedó mirándola fijamente, en silencio, ella chasqueó los dedos ante su rostro y añadió—: Tengo mi propio papel en una partida en la que tú no tienes personaje. Ahora, márchate.

Naomi casi pudo ver la ira que lo sacudía bajo su impenetrable armadura. De haber existido un ángel caído, habría tenido el aspecto que él presentaba en aquel momento: hermoso, siniestro y sublime a un tiempo; tan turbador que resultaba igualmente imposible mirarlo como apartar la mirada de él.

Andreas ladeó la cabeza y chasqueó la lengua con sorna antes de decir:

—¿Crees que después de cuatro años de separación puedes hablar así a tu adorado esposo?

Capítulo Dos

—Exmarido —precisó Naomi con vehemencia.

—Solo técnicamente —dijo él, encogiéndose de hombros.

—Técnicamente, se llama divorcio.

Y para conseguirlo Andreas le había hecho pasar un suplicio.

Andreas se encogió de hombros una vez más.

—¿A qué se debe todo este drama? Cualquiera diría que te abandoné, cuando fuiste tú quien me dejó.

—Siempre tan egocéntrico. Eres incapaz de pensar en los demás.

—¿Quieres decirme algo o has tenido un mal día y necesitas desahogarte?

Naomi abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Para alguien tan emocional como ella, la frialdad de Andreas resultaba frustrante.

—Si en el tiempo que llevamos separados has acumulado rencor y quieres expresarlo —continuó él—, no me importa servirte de frontón.

—No hay palabras para expresar el horror.

—Tengo entendido que gritar es muy catártico.

—Para mí lo más catártico es que te vayas. No soporto tu presencia.

Andreas la miró fijamente, en silencio. Hasta que, inesperadamente, dio media vuelta y entró en la sala.

Naomi se quedó paralizada unos segundos. Luego fue hacia él y, tomándole del brazo con ambas manos, lo detuvo. Como si quisiera demostrarle la poca fuerza que tenía comparada con él, Andreas dejó pasar unos segundos antes de volverse, y cuando lo hizo, fue con un ademán de total indiferencia.

Entonces Naomi estalló y comenzó a golpearle el pecho con los puños, una y otra vez, mientras Andreas aguantaba los golpes, impasible, dejándole dar rienda suelta a su rabia, como si se tratara de un científico observando el comportamiento de una extraña criatura.

Hasta que de pronto, Naomi se encontró con las dos manos a la espalda, aprisionada entre la pared y el cuerpo de Andreas. Antes de que pudiera protestar, él le metió la rodilla entre las piernas, abriéndoselas, y con su otra mano, la sujetó por la nuca.

Tras mirarla a los ojos, Andreas agachó la cabeza y la besó. Y al instante Naomi fue trasladada a un pasado que llevaba años queriendo olvidar.

La primera vez había sido exactamente así, en la suite de Andreas. Con el primer beso, supo que la crueldad formaba parte de su naturaleza, pero había querido creer que era un arma con la que pretendía asustarla. Cuando eso no funcionó, intentó dominarla por medio del placer.

Ella se había entregado ciegamente a la fuerza de la pasión y al placer físico que él le había proporcionado. Andreas había arrancado de su cuerpo respuestas y sensaciones que ella desconocía. Con cada encuentro había elevado el placer que le proporcionaba, y sin embargo, al no acompañarlo con ningún tipo de respuesta emocional, la gratificación sexual había ido dejando a Naomi vacía, como una adicta que alcanzara las cimas del gozo para luego caer en el abismo del vacío.

Su parálisis, que Andreas tomó como aceptación, permitió a este apoderarse de su boca y explorarla sensualmente, antes de hacerle sentir contra el vientre la presión de su sexo endurecido. Pero cuando de su garganta escapó un murmullo de satisfacción, Naomi consiguió reaccionar.

—Sabes aún mejor de lo que recordaba —musitó él.

«Y tú exactamente igual: apabullante y caprichoso».

Naomi intentó liberarse, pero solo consiguió que él la aprisionara con más fuerza, que separara los labios para besarle la mejilla, la oreja, el cuello. Durante unos segundos, succionó el punto en el que tenía el pulso, como si quisiera absorber sus latidos. Finalmente, con un gemido, levantó la cabeza y le soltó las manos, pero no se separó de ella.

Naomi se quedó inmóvil, conteniendo el aliento para dominar el temblor que la recorría. Hasta que Andreas se separó lentamente de ella, con tanta delicadeza como si sus cuerpos hubieran quedado fundidos y temiera que se le desgarrara la piel. Solo entonces se atrevió Naomi a respirar profundamente.

—No voy a disculparme por haberte pegado —musitó—. Supongo que te ha servido de excusa para hacer lo que acabas de hacer. Como siempre, he dejado que me manipularas. Ahora, vete.

Andreas la miró con ojos refulgentes.

—Me gusta tu cambio de temperamento. Solías ser muy... amable.

—Querrás decir dócil.

—Yo nunca lo vi así. Pero según tú, tiendo a inventar la realidad a mi conveniencia —alzó la mano a la mejilla de Naomi y le deslizó el dedo por el mentón, el cuello y la clavícula, hasta detenerlo justo en el centro del escote—. Yo no te describiría como dócil. Es cierto que accedías a mis deseos, pero también exigías y pedías lo que querías.

Naomi sintió un intenso calor en el vientre al recordar los momentos a los que Andreas hacía referencia. Era el único hombre que había tenido ese poder sobre ella, y por eso mismo lo odiaba.

—No creo que hayas venido aquí para discutir nuestra extinta... alianza —susurró con aspereza. Y al ver que Andreas enarcaba una ceja, añadió—: No encuentro una palabra menos impersonal para referirme a lo que hubo entre nosotros, y no tengo el menor deseo de rememorar el pasado.

Dando media vuelta con gesto impasible, Andreas dijo:

—¿Nos sentamos?

Y sin esperar respuesta, entró en la sala como si le perteneciera, como si la turbadora escena que acababa de tener lugar no hubiera sucedido.

Naomi, consciente de que atacarlo no serviría de nada, lo siguió con piernas temblorosas. A pesar de que acababa de redecorar la habitación con colores animados, pensando en Dora y para librarse de la melancolía que sentía desde la pérdida de Nadine y de Petros, en cuanto Andreas entró, pareció oscurecerse y empequeñecerse.

Andreas fue directo a un sillón rojo. Tras sentarse, se echó el cabello hacia atrás y Naomi observó que lo llevaba más largo. También pensó que los años solo habían contribuido a que fuera aún más atractivo y viril. Y lo maldijo. Afortunadamente, sabía que todo lo que tenía de hermoso por fuera, lo tenía de monstruoso por dentro.

—Por cómo has reaccionado al verme, parece que has acumulado mucho resentimiento —dijo Andreas.

Naomi resopló con incredulidad.

—Si no supiera que tienes una familia, pensaría que eres un humanoide carente de todo sentimiento o escrúpulo, fabricado en un laboratorio.

Andreas ni siquiera pestañeó.

—Si me ves así es cosa tuya, pero si fuera tal y como me describes, ¿por qué habría intentado impedir que me dejaras?

—Para demostrar tu poder. En realidad nunca te casaste conmigo, solo firmaste unos papeles para impedir que diera nuestra fatídica relación por terminada; y para continuarla bajo la falsa etiqueta de «matrimonio».

—¿Crees que evité que me dejaras en dos ocasiones para demostrar mi poder?

—Creo que pretendes que todo el mundo esté a tu disposición y cumpla tus órdenes..

—¡Qué interesante! Andreas se rascó el mentón, como si reflexionara. Luego alzó la mirada hacia Naomi—. Esa es una buena descripción de cómo soy, pero esos no eran mis motivos por aquel entonces. Solo confiaba en que, con el tiempo, se te pasara la pataleta y volvieras.

—¿La pataleta? ¿Eso era para ti? ¿Y entonces, qué pasó, te despertaste un día y decidiste que ya no necesitabas a la niñata? Ni siquiera eras tú el encargado de acosarme. Para eso ya tenías a tu abogado.

—Seguro que tienes una teoría de por qué me di por vencido.

—Supongo que porque te aburriste.

Andreas ni negó ni afirmó. Ni siquiera ofreció una explicación de por qué, súbitamente, al cabo de seis meses, había firmado los papeles del divorcio. Estaba segura de que Andreas se había aburrido o había encontrado a una sustituta.

—Tienes razón —oír a Andreas decir eso, desconcertó a Naomi. Pero él siguió—: No he venido a hablar del pasado, aunque me da la sensación de que eres tú quien se aferra a él.

—El rechazo que despiertas en mí no tiene nada que ver con el pasado.

—¿Entonces?

—¿De verdad que no lo sabes?

—No. Explícamelo.