No te fíes - Sarah Miller - E-Book

No te fíes E-Book

Sarah Miller

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Beschreibung

Con dieciocho años, Sarah Miller ingresa en la universidad de Maryland tras renunciar a su sueño de ir a Harvard. Mientras lucha por adaptarse a un lugar al que cree que no pertenece, comienza a actuar un asesino en serie que acaba con la vida de siete personas. Qué relación tiene con los asesinatos, por qué mata a personas cercanas a ella, quién está detrás de esos crímenes o por qué quiere involucrarla son cuestiones sobre las que se interrogará la protagonista en esta novela trepidante. Aunque también, de ese primer año en la universidad, la protagonista se lleva a sus mejores amigos: Matt, Ross, Jane, Blake y Ashton; y sus primeras experiencias sexuales dentro de un triángulo amoroso que tendrá que resolver. No te fíes es, en palabras de la autora, "una historia propia de series de televisión; pero que desgraciadamente me sucedió a mí y marcó para siempre mi futuro".

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Portada
Entradilla
Créditos
Introducción
Preámbulo
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Nota de la autora
Más Nou editorial

 

 

.nou.

EDITORIAL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Título: No te fíes.

 

© 2019 Sarah Miller.

© Portada y diseño gráfico: nouTy.

©Foto de la autora:Guillermo Ruiz Lleonart.

©Imagen 123RF:Dmitriy Shironosov.

 

Colección: IRIS.

Director de colección: JJ Weber.

 

Primera edición abril 2019.

Derechos exclusivos de la edición.

©noueditorial 2019

 

ISBN: 978-84-17268-34-3

Edición digital junio 2019

 

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

 

Más información:

noueditorial.com / Web

[email protected] / Correo

@noueditorial / Twitter

noueditorial / Instagram

noueditorial / Facebook

nowestore.com / Tienda

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi niñera, a la que llamábamos Meta, no me quería mucho, y mi afición por los libros era ya demasiado para ella. Un día me encontró acurrucada en la escalera leyendo una versión para niños de Las mil y una noches, en letra minúscula.

Me dijo:

—Si lees tanto, ¿sabes lo que pasará? Se te caerán los ojos y te mirarán desde la página.

—Si mis ojos se me caen, no los veré —le discutí.

—Se caen, excepto los puntitos negros con los que ves.

Yo le creí a medias y me imaginé mis pupilas como cabezas de alfileres negros, y que todo lo demás se había ido. Pero seguí leyendo.

Jean Rhys, Sonríe, por favor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PREÁMBULO

 

 

 

Jueves, 12 de mayo de 2016

He vomitado del tirón todas esas preguntas. No aguanto ni un minuto más aquí dentro. Me mira como si quisiera penetrar dentro de mí antes de darme esa respuesta. No dice nada, solo me observa fijamente. De pronto, sale de su garganta una voz profunda que no es suya y, estrechando con fuerza sus cadenas, contesta:

—Me gusta ver el miedo reflejado en sus ojos. He descubierto el poder que da tener la vida de alguien en tus manos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

 

 

 

 

Domingo, 30 de agosto de 2015

Me sobresalta la alarma del teléfono, aunque llevo toda la noche despierta. Hoy es el día. Ya nada volverá a ser como antes.

Compruebo el móvil. Tengo demasiados mensajes y no tengo fuerzas para leer ninguno. Es la hora.

Me levanto poco convencida y me miro en el espejo del armario. Me pongo una camisa negra ajustada, unos vaqueros largos y las Reebook blancas que tanta suerte me han dado. Me dejo el pelo suelto. Me tapo un poco las ojeras que tengo de no dormir en las últimas semanas y me aplico un poco de rímel para que parezca que estoy más despierta.

Cojo la llave y el abrigo de Ralph Lauren. Quería despedirme de esta casa y de esta ciudad bien vestida. Repaso la maleta, la llevo a rebosar con todo lo que he podido coger del armario, aunque he tenido que dejar abandonadas muchas cosas, pero creo que aguantaré una buena temporada sin comprarme ropa. El poco dinero que tengo lo necesitaré para pagar la residencia. Cierro las cremalleras, pongo los candados y meto el neceser en el bolso de mano. Me giro para despedirme del que ha sido mi cuarto desde que nací. Toda mi vida se quedará encerrada en esta habitación. Doy la vuelta y, antes de echarme a llorar, cojo la maleta, me cuelgo la mochila y el bolso y bajo a desayunar.

Mi madre me ha preparado tortitas y un café con leche para despedirse de mí. Supongo que la culpabilidad les corroe a los dos… O tal vez no. No lo sé. Para ser sincera, no es lo que imaginaba. Yo tenía un futuro mucho mejor esperándome justo a la vuelta de la esquina, pero algo ocurrió y mañana me veré encerrada en Maryland, alejada de toda mi vida pasada.

Ya estoy en la calle.

 

Me enfrento a la oscuridad de la vía. Y al silencio. Nunca me había parado a pensar en cuánta calma hay fuera de las ventanas de mi habitación y cuán a salvo me hallo en mi caliente cama con el olor a jabón de las sábanas recién cambiadas. ¿Esto va a ser así a partir de ahora? ¿Aún no he dejado atrás el Georgia Aquarium y ya echo de menos mi antigua vida? Jamás había estado sola en la calle a las cinco de la mañana. Ni me había sentido tan abandonada. Y he de confesar que tengo miedo.

Pero no hay vuelta atrás. Soy yo la que he decidido irme sola sin que nadie me acompañe.

Oigo un crujido detrás de mí. Me doy la vuelta a toda prisa. Solo son unas hojas que el viento ha arrastrado. No tengo nada que temer. O sí… porque no destaco precisamente por tener un físico notable, ya que nunca he practicado ningún deporte; cualquiera que viniese a por mí sería más fuerte que yo. Soy bastante delgaducha y mi tez blanquecina me confiere un aspecto enfermizo, o eso dice mi madre. Cuando me maquillo, a pesar de mis ojeras, consigo lucir un rostro iluminado y mis ojos redondos adquieren un cierto matiz alargado.

Alzo el cuello del abrigo y aprieto el paso, pues el autobús sale a las cinco en punto. Tengo que andar poco más de un kilómetro desde Simpson Street hasta Atlanta Bus Station. Cruzo la calle arrastrando la maleta por la acera. Hace mucho ruido y, contra todo pronóstico, eso me relaja.

 

Por fin estoy en la estación.

El bullicio de la gente y los altavoces me reconfortan. Me acerco al mostrador donde pone Maryland y allí me atiende una chica joven y encantadora. Calculo que debe de tener unos veintitrés años, solo cinco más que yo. Veo mi futuro reflejado en ella si mis padres no consiguen dinero.

Le muestro la reserva que saqué por internet y me señala el lugar al que debo dirigirme para coger el autobús. El conductor toma mi valija y la coloca en el maletero. Subo. Apesta a cerrado, a gasoil y a tubos de escape. Siento unas arcadas terribles que reprimo ante la gente. Es la primera vez que tengo que viajar en transporte público, pero lo peor llega cuando veo mi asiento: dos manchas de algo que parece grasa adornan la tela donde se supone que debo sentarme y el paño que recubre el reposacabezas está viejo.

Me coloco en el asiento que está al lado de la ventanilla y saco una revista que he metido en el bolso antes de salir de casa. Tengo dieciséis horas por delante hasta llegar a mi destino. A mi lado se sienta una señora oronda que me mira con descaro.

—¿Vas a Maryland? ¿A la universidad?

No quiero entablar conversación, así que opto por preguntar a mi vez:

—¿Usted dónde se dirige? —La señora parece confundida por mi descaro, aunque lo disimula.

—Yo me quedo en Greensboro.

—Ah, yo en Charlottesville, voy a visitar a una tía mía y a pasar una temporada con ella. —Miento descaradamente.

—La familia es muy importante; es nuestro horizonte de referencia en la vida. La tradición que vale la pena mantener. La que nos da la fortaleza necesaria ante los fracasos y el lugar seguro al que regresar siempre.

Vaya. Es de ese tipo de personas que siempre han de moralizar.

—Sí —le respondo de forma escueta para ver si deja de hablarme, porque no podré soportar así todo el trayecto y no quiero darle pie a que siga con su rancio discurso.

 

Tengo suerte, pronto se arrellana en el asiento y unos sonidos guturales inundan el espacio. Se ha puesto a roncar y los labios picudos se abren y cierran al compás de los estridentes pruppps que va soltando. A pesar del firme propósito de mantenerme alerta durante el viaje, pronto el cansancio me vence, bostezo varias veces y, al fin, me quedo profundamente dormida abrazada al bolso de Guess que mamá me regaló en el último aniversario.

Al llegar a la Washington Union Station, compro una quesadilla con un refresco, me siento en un banco y devoro la comida. Voy hacia el metro que me llevará, tras varios transbordos, hasta Prince George’s, y desde ahí iré andando hasta el campus. ¡Es la peor experiencia de mi vida! Si hace un año me hubieran contado que le pasaba eso a alguna amiga mía, me habría echado a reír. «¡Pobre! —hubiera dicho—. Tener que hacer más de dieciséis horas de camino, pudiendo ir en avión».

Llego exhausta al campus y desde allí me dirijo a lo que creo que es la administración. Cuando consigo localizar el edificio blanco que abre las puertas de mi nueva vida, hago acopio de fortaleza y subo los más de veinte escalones que me separan de la entrada. Ya no sé cómo alzar la maleta que llevo a cuestas, aunque consigo llegar hasta admisión, donde doy mi nombre completo a una señora de unos cincuenta años que me da la bienvenida.

—Sarah Miller —logro decir.

Y ella me ofrece una copia de la llave de la habitación B133.

 

Desde allí me dirijo hasta la residencia e inspecciono el pasillo de la tercera planta hasta que consigo encontrar mi puerta. Meto la llave y entro en la habitación, suelto las bolsas sobre una de las camas y, sin esperar más, me dispongo a ordenarlo todo. En ese instante la puerta se abre y recuerdo que todo este espacio no es solo mío.

—¡Hola! Tú debes de ser mi compañera de este año. Yo soy Jane —dice tendiéndome la mano.

—Sarah… —respondo asqueada.

—¿Todo eso es tuyo? No creo que quepa aquí dentro —dice sin perder el entusiasmo.

—Sí, eso mismo estaba pensando…

—No sé cómo vas a hacer para meter todo eso en tu mitad.

Odio compartir y más con gente como ella. ¿Eso que lleva en el hombro es un tatuaje?Me concentro en guardar las cosas. Meto la maleta con la ropa que no voy a utilizar debajo de la cama y empiezo a colocar la otra hasta que llego a la madera que marca nuestra separación. Respiro hondo y miro a mi compañera. Quizá no tenga tanta ropa como yo y me deje algo de su sitio.

Meto mi pijama debajo de la almohada. El resto de mis camisetas y los pantalones los guardo en la cómoda de mi lado izquierdo del cuarto. Por suerte hay una para cada una y no habrá que compartir.

—Perdona, ¿y la puerta del baño? —le pregunto.

Ella se ríe a carcajadas y dice:

—El baño está al final del pasillo.

—¿Al final… del pasillo?

Ella asiente y a mí me entra el pánico. «¿Y si a alguien le da por tirar de la cortina mientras me ducho?» Esto no es para mí. Yo tendría que haber ido a una universidad privada, tendría que haber ingresado en una hermandad, habría hecho unas buenas prácticas y habría tenido un currículum irrechazable. Y lo que he conseguido, en lugar de la vida que había soñado, es entrar en una universidad pública con esta habitación compartida.

No saldrá bien.

Termino de colocar mis libros y saco los tres neceseres que llevo en la bolsa: uno con las cremas, otro con el maquillaje y el de la ducha.

—¿Dónde puedo dejar esto? —le pregunto a Jane.

—Coloca si quieres tu maquillaje y las cremas en el escritorio. Pronto traeré un espejo —me dice—. Y deja el otro encima de tu cómoda.

Ella ya ha terminado de guardarlo todo, incluso le ha sobrado espacio y yo aún no me atrevo a colocar las sábanas que me han traído. ¡Podría haberlas usado cualquiera antes que yo!

—Voy a saludar a unos amigos. Si necesitas algo estaré por alguna de las habitaciones —dice feliz antes de marcharse.

Suspiro y me tumbo exhausta en la cama. Poco a poco noto cómo mi cuerpo busca una postura cómoda y me meto bajo las sábanas. Recuesto mi cabeza sobre la dura almohada y cierro los ojos sin poder contener las lágrimas que asoman a mis mejillas.

 

 

Lunes, 31 de agosto de 2015

Cuando oigo el despertador tengo la impresión de que han pasado unos pocos minutos desde que me metí en la cama. Abro los ojos poco convencida de que realmente sea la hora de levantarme y veo la habitación de madera en la que estoy. No es mi cómodo, bonito y gran cuarto de casa, es la maldita habitación de la residencia en la que tendré que pasar los próximos nueve meses.

Son las seis de la mañana. Cojo sigilosamente el neceser de encima de la cómoda, la ropa de mi armario y la toalla del segundo cajón y, cuando todavía mi compañera duerme, salgo al pasillo en dirección al baño. Las duchas, asépticas, serán las que utilizaré siempre a la misma hora, siempre a solas.

Envuelta en la toalla, tras la ducha, me miro en el espejo y consigo esbozar una sonrisa y me animo a vestirme. He cogido una camiseta gris ajustada y por encima una camisa a cuadros verde. Me coloco los vaqueros largos y mis deportivas blancas. Un atuendo con el que pasaré, más o menos, inadvertida.

Cuando vuelvo a la habitación, Jane ya ha desaparecido y solo encuentro una nota encima de la mesa.

 

Mañana no me despiertes tan pronto:P

Te espero junto a la gran M en el centro del campus a la hora de comer.

Voy a desayunar a la cafetería. Si no te veo allí,

¡¡¡BIENVENIDA!!!

 

Estoy frente a la puerta de entrada del departamento de Criminología y Justicia Criminal. Subo lentamente los tres escalones, leo la inscripción «Samuel J. Lefrak Hall», atravieso la puerta de hierro negro y penetro en el que será mi hogar por ahora.

Esta universidad se jacta de tener a futuros agentes del FBI e investigadores de la NASA, pero no se puede comparar con Harvard. Un año, solo un año, y volveré a tocar con mis manos el sueño al que he tenido que renunciar. Avisé a mis padres durante meses de que no podían arriesgar tanto, de que comprometían mi futuro con aquellos negocios que hacían, pero de nada sirvió. Ahora, por culpa de sus descerebradas inversiones recorro, solitaria, los pasillos que me llevan hasta el aula de Derecho Penal, bastante concurrida de jóvenes embutidos en vaqueros rotos.

«Quizá mis primeras clases orientativas me ayuden a despejarme un poco. Puede que no todo sea tan horrible», me digo para animarme.

En cuanto entro en el aula cojo sitio en la cuarta fila de la sala, en un lugar céntrico para poder observar y oír bien todo lo que diga el profesor. Un chico se sienta a mi lado con un café y recuerdo que no he comido nada desde ayer. No puedo evitar mirarle, pero en cuanto veo cómo va vestido y el pearcing que lleva en la nariz se me quitan las ganas.

—¿Quieres darle un trago? —pregunta mientras observa cómo le miro.

—No, gracias.

¿Un trago? Si le diera un trago a ese café podría contraer una infección que seguro le habrá salido al hacerse el pearcing o quizá la que cogió cuando se hizo el tatuaje de la mano. Por no hablar de que el café, por la pinta que tiene, podría ser de cualquier bar que jamás pasaría los controles de sanidad. Me niego a darle un trago.

—¿Estás segura? Es de la cafetería y… aún no lo he probado —dice al darse cuenta de mi cara.

El hecho de que sea de la cafetería y de que no lo haya probado me incita a tomar un poco. Pero no, no lo conozco; no voy a aceptar.

—Está bien, estirada.

No puedo creer que acabe de llamarme estirada. ¿Qué le lleva a creer que por no haber tomado un trago de su café soy una estirada?

—Esta es una de las clases más aburridas del curso —me dice—. Fue una de las asignaturas a las que dejé de asistir después de unos meses.

Durante el resto de la clase no hablo con Matt, así es como se llama, aunque él sí lo intenta varias veces; pero me limito a atender y a apuntar todo lo que necesitaré para el semestre; no creo que vaya a ser fácil sacar buena nota con la señorita Marin, así se llama. Ojalá todos los profesores fueran como ella, tan segura de su trabajo. Su baja estatura, corregida con tacones, contrasta con su severa personalidad.

Cuando salimos de la sala sigo a mis compañeros para llegar a la siguiente aula donde, de nuevo, Matt se sienta a mi lado.

—Bien, estirada, te seré sincero, te veo un poco tensa. No deberías estarlo, yo era como tú, incluso vine con ropa de marca como la tuya. Mis amigos me aceptaron poco tiempo después de empezar a vestirme normal —comenta entre risas— y me tatuaron la primera noche que salimos de fiesta.

Me limito a mirar al frente. Quizás si le ignoro, deje de molestarme. Es lo que mis amigas del instituto y yo solíamos decir cuando algún pringado se nos acercaba a la hora de comer.

—Puedes seguir sin hablarme, pero tengo algo muy bueno que ofrecer que ninguno de ellos podrá darte —dice señalando a la clase con la mirada.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es?

—La experiencia de unos meses aquí.

Después de todo… Quizá deba acercarme a Matt.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 2

 

 

 

 

 

Lunes, 31 de agosto de 2015

El resto de la mañana transcurre de forma bastante monótona, todas las clases empiezan más o menos del mismo modo: presentan la asignatura, hablan de los trabajos, el temario y las posibles actividades extracurriculares que se ofrecerán a aquellos alumnos que destaquen en la materia.

A pesar de todos los argumentos que Matt me ha dado para que de aquí en adelante seamos amigos y poder compartir trabajos, sigo sin fiarme de él; quiero decir, me ha ofrecido un trago de su café sin saber cuál es mi nombre, ¿debería fiarme de alguien así…?

Después de cuatro horas dentro de las aulas aguantando las tonterías de adolescente inmaduro de Matt, logro salir de clase.

—¿Te largas? —me pregunta.

—Sí, he quedado con mi compañera de habitación.

—Si quieres te acompaño.

—No, mejor voy sola —digo secamente.

 

Me dirijo con paso firme hacia el centro del campus, a la famosa M que adorna este espacio donde he quedado con Jane, que aparece con su bata blanca como si fuera ya pintora. Me hace gracia cómo mueve su coleta cuando va andando por el campus. La veo de lejos y su sonrisa y el séquito que la acompaña se acercan hasta mí. Junto a ella, un joven ríe animadamente. Es moreno, de pelo liso, muy bien peinado, el flequillo le cae un poco sobre la frente, hacia un lado. Lleva unos pantalones de color granate muy ajustados y una camiseta dos tallas menos de lo que necesita, por eso se le marcan tanto los bíceps. Creo que lo estoy mirando demasiado. Retiro la vista.

—¡Hey, Sarah! ¿Qué tal tu primer día? —me pregunta Jane.

—Ha sido más o menos como esperaba.

—¿Y ya has hecho algún amigo? Tengo curiosidad por saber cómo son tus colegas.

Pienso en Matt y en si podría considerarlo mi primer amigo de la universidad, pero descarto esa idea.

—No, aún no tengo ninguno, pero los tendré pronto.

—Vamos a comer juntos. A mis amigos no les importará que te unas. Puede que sea el momento de conocer a alguien —me dice guiñándome un ojo—. Eso sí, mañana cámbiate de ropa, que así vestida llamarás mucho la atención en nuestra mesa.

Genial, esto me confirma que voy a comer en una mesa de macarras.

Me presenta a un montón de gente de la que poco consigo recordar. Más allá de su vestimenta no oigo ni veo nada. En el único que me fijo es en el chico moreno de antes, Ross, que me habla como si nos conociéramos de toda la vida.

—No te preocupes, Sarah. Cuando yo llegué me sentía tan solo como tú, pero ahora, ya ves, adoro esta universidad… y sus chicos. —Ríe.

No puedo evitar reír con él y entre dientes decir:

—A mí no me gustan sus chicos…

—Pues están buenísimos. No sabes lo que te pierdes. Mucho mejor para mí… Solo falta que dejen de ser heteros… ¡¡¡y serán perfectos!!!

 

Cuando llegamos al Panda Express es más de la una. Tendré que comer rapidísimo porque quiero ir a la clase de las tres de Introducción a la Criminología. Ross se sienta al lado de una de las chicas que me han presentado y de la que, como de costumbre, no recuerdo el nombre. ¡Odio estas presentaciones masificadas! Junto a mí se sienta Jane.

—¡Vamos! Te acompaño a coger la comida y te enseño cómo hacerlo. Has de pagar primero en esa cola.

—¿Esa que parece eterna?

—Esa… —Ríe.

—No comeremos hoy. He de volver a clase en una hora y después pasar por el aula de informática a recoger unos apuntes. Puedo tomar algo frío.

—Comerás rapidísimo. Verás lo ligera que va.

 

 

En mi bandeja hay una especie de arroz con pollo. Supongo que estará bueno, porque la mayoría lo ha elegido. Sinceramente, ni me he preocupado en mirar qué había. Me he limitado a coger lo mismo que Jane. Cuando nos sentamos oigo:

—Hey, Jane, ¿nos traes a una nueva novata? —grita un chico desde uno de los lados de la mesa.

—Esperemos que no salga huyendo como la anterior —dice otra chica entre risas.

—Vamos… Aquella niña era una estúpida —corrobora Jane—. Sarah no es así.

«No, claro que no…» me digo a mí misma pensando en las palabras de Matt esta mañana.

—Es Willa —me dice Jane sacándome de mi trance—. Si algún día necesitas consejos amorosos, ella es tu chica —comenta en tono de broma.

—¡Tíos! Siento llegar tarde, ya sabéis cómo se pone Ash con lo de la habitación… ¡El puto año pasado igual!

No puede ser… Esa voz…

—¡Sarah! —exclama Matt—. ¿Los conoces? —Pongo cara de indiferencia—. De aquí sale el vaso del que no has querido beber esta mañana…

—¿Os conocéis? —nos pregunta Willa.

—Vamos juntos a clase —contesta Matt por mí con despreocupación.

—Qué suerte tiene… —susurra Ross.

No hago comentarios a eso. Ross es tan simpático que cualquiera le gustaría.

 

Durante la comida todos hablan sobre sus vacaciones. Ross se fue todo el verano a la casa de la playa de su prima y… digamos… que lo pasó de maravilla con sus amigos. Willa estuvo el verano en un pueblo en las montañas, donde tuvo que ir a comisaría a por un amigo al que habían pillado robando en una tienda. «Ese poli era más gay que Ross», comenta con divertimento. No sé qué gracia puede tener que tu amigo esté en comisaría. Matt ha sido un chico «estupendo». Se quedó solo en casa y no hubo día que no montara una fiesta abierta a todo el mundo. Un gran servicio a la comunidad de borrachos. Jane pasó casi todo el verano en el lago con su novio, hasta que le rompió el corazón y volvió a su casa de donde no salió hasta que llegó aquí.

—¿Y tú qué has hecho, Sarah? —me pregunta Willa con una voz extraña.

—Yo… —balbuceo.

—Vamos, no seas tímida —me dice Ross.

—Estuve dos semanas en Los Ángeles. Viven allí unos familiares e hice una visita al barrio de Hollywood. Las siguientes tres semanas las pasé en Nueva York, con mi abuela, después de una gran pelea con mis padres.

—¿Lo veis? Os lo he dicho. No es un muermo. También se pelea con sus padres, como todo el mundo —dice Jane.

—Esta chica no deja de sorprenderme… —añade Matt atento a mi historia con una sonrisa maliciosa.

—Irías a un montón de fiestas, ¿no? —me pregunta Ross.

—Uy, sí. En Los Ángeles estuve cenando en locales nocturnos, y en Nueva York no salí mucho porque estaba con mi abuela, pero fui a un concierto —añado viendo que las chicas parecen aburridas.

—¿De quién? —pregunta Willa.

—De Taylor Swift —digo en voz baja metiéndome la pajita de mi zumo en la boca.

Todos muestran sus más falsas sonrisas, menos Matt que lo que quiere es ser cruel.

—Podríamos invitarla a la fiesta del viernes —propone Matt—. Le enseñaremos lo que es divertirse de verdad.

Todos asienten y esta vez sus sonrisas son sinceras. Después, hacen varios comentarios sobre cómo será la fiesta, pasan a preguntarme sobre las clases de hoy, cómo me oriento y si me está gustando la universidad.

—Bueno, voy un poco perdida y no termino de entender del todo cómo funciona esto, pero supongo que estoy bien.

—¿Por qué no pides un tutor? —Estoy un poco perdida también en ese tema, así que Jane me lo explica—. Un tutor es un alumno de cursos superiores que, a cambio de créditos, te ayuda a adaptarte en la universidad y te da consejos sobre las clases o las asignaturas que cursar.

—Quizá lo haga —digo intentando parecer dura.

Obviamente lo haré. Necesito urgentemente toda la ayuda que me puedan prestar.

 

Salgo de la cafetería a toda prisa y llego al aula justo al mismo tiempo que aparece por mi lado Matt. No puedo creer que estemos cursando las mismas asignaturas. No lo soportaré una clase más, así que, cuando veo que vuelve a sentarse a mi lado le digo secamente:

—De verdad que preferiría que no me hablaras durante las clases… Es más, preferiría, simplemente, que no me hablaras.

Matt me mira con una sonrisa de superioridad en la cara y guarda silencio cuando entra el profesor en el aula. Es un hombre de unos cincuenta años, tez blanca, lleva gafas de pasta gruesa y directamente comienza con una disertación sobre Justicia Criminal de la que no pierdo detalle.

Tras dos horas de dura clase, salgo directa a recoger los apuntes de las próximas asignaturas.

—Matt, ¿dónde está el aula de informática? —Obtengo un silencio por respuesta que me cabrea—. Ahora puedes hablarme, te he hecho una pregunta.

—Ahora la estirada quiere hablar conmigo. Pues mira por dónde ahora tengo mucha prisa y no puedo entretenerme. ¿Ves aquel mapa de allá? Búscalo tú misma.

Odio a este tipo.

 

Logro descifrar el mapa y consigo acceder al aula de informática. Allí, en el ordenador más apartado, me siento a buscar los apuntes que Mr. Callahan ha dejado preparados para la sesión de mañana, donde ya tendremos que analizar el primer caso sobre Métodos de Investigación en Criminología.

Sin darme cuenta, llevo encerrada en la biblioteca más de cuatro horas. Lo noto porque los ojos se me resecan y empiezo a no ver bien la pantalla del ordenador. Al levantar la vista observo a un chico de ojos azules. Creo que me ha mirado un par de veces, aunque luego aparta la vista. Me fijo en él y no puedo dejar de observarlo. ¡Es guapísimo! Aunque desde donde estoy no puedo distinguir bien sus facciones veo que tiene las manos grandes. No sé por qué siempre me fijo en las manos antes que en nada. Es rubio, musculoso. No puedo parar de mirarlo. Me levanto rápidamente, cojo mis cosas y me voy. No quiero que note que lo estoy observando.

 

Al volver a mi habitación dejo la chaqueta que llevaba puesta en la maleta que dejé bajo la cama. No me la volveré a poner. Veo a Jane entrando por la puerta mientras mira su teléfono, contestando mensajes y sonriendo todo el tiempo.

—¡Hola! —me dice tirando su móvil en la cama y tumbándose encima sin cuidado—. ¿Cómo ha ido la tarde?

—Bien, muy bien. A última hora he ido al aula de informática a recoger mis primeros trabajos —le respondo después de una pequeña pausa.

—Bueno, empollona, pues ahora prepárate para ir a cenar. Ah, y no salgas otra vez con esa ropa.

—¿Qué le pasa a mi ropa? —interrogo perpleja.

—Nada, nada —dice irónicamente—; pero ahora, ponte esto.

Me saca vestida de una manera horrible. Ha cogido unos vaqueros claros que tengo y una camiseta blanca de manga corta, ancha, muy ancha, que saca de su armario y que, siendo sincera, yo no usaría ni para dormir. Me la ha metido por dentro y, además, por si fuera poco, me hace ir con zapatillas al Au Bon Pain, el único lugar que está abierto las veinticuatro horas del día.

Puede que así no llame la atención en la universidad, pero no me siento para nada cómoda. Si alguna de mis amigas de Atlanta me viera, me haría una foto y la colgaría en sus redes para reírse de mí. Parezco una pringada. Menos mal que no hay casi nadie en el comedor y son pocos los que me ven con esta pinta.

 

 

Martes, 1 de septiembre de 2015

El segundo día transcurre como el primero. Clase tras clase y viendo cuántas asignaturas voy a poder hacer. De momento he asistido a diez diferentes, aunque dentro de poco tendré que decidir. Por suerte, no en todas ellas está Matt.

Cuando vuelvo a la habitación, encuentro a Jane tendida en el suelo sobre una gran tela blanca. Me quedo mirándola estupefacta:

—¿Se puede saber qué haces? —Está ocupando todo el espacio disponible.

—Hola, novata. Estoy midiendo este trozo de tela y haciendo girar las ruedas creativas de mi cabeza —contesta sin inmutarse—. El primer encargo del curso.

—¿Un encargo? ¿Te dedicas a coser?

—¡Qué va! —dice riéndose a carcajadas ante mi ocurrencia—. Pinto decorados.

Aún no ha acabado de decir eso cuando Ross irrumpe en la habitación y, en un tono de voz que no tiene nada de prudente, exclama:

—¿Dónde está mi chica preferida? No te ofendas, cariño —dice dirigiendo la vista hacia mí—, pero ella estaba antes. Tú tendrás que ganarte el puesto de segunda chica preferida. —Sonrío—. Y ahora atended las dos: no podéis faltar a la fiesta de la fraternidad este viernes, ¿entendido? Van a saltar chispas.

—¡Claro que iremos! —contesta Jane sin darme tiempo a decir que preferiría ver una película—. Yo me encargo. Sarah tiene que empezar a conocer gente —dice guiñándome un ojo.

—Hecho —exclama contento dando media vuelta y dirigiéndose a la puerta—. Vamos Jane, nos espera el grupo para ensayar. Sarah, pásalo bien.

 

Salen los dos y la habitación se llena de silencio. Jane es un desastre, se ha dejado la tela tirada en el suelo y la ropa encima de la cama. Otra cosa que no comparto con ella, y esta sí que me molesta. Yo necesito tenerlo todo arreglado para poder concentrarme. Llevo fatal el desorden, pero no voy a tocar sus cosas. Hasta yo me doy cuenta de lo raro que parecería que me pusiera a arreglar la ropa de mi compañera. Tendré que aprender a pasar.

Miro de soslayo todo lo que está fuera de su sitio. Si lo arreglo un poco, a lo mejor ni se entera. Me levanto. Recojo la tela del suelo, la doblo y la dejo sobre la silla de su escritorio, así no la veré cuando me siente a trabajar. Sobre ella dejo la falda, la blusa, la cazadora y los calcetines que estaban tirados por ahí. Escondo la silla tras el escritorio. Cuando termine lo volveré a esparcir aleatoriamente por la habitación.

 

 

Ahora sí, me siento en mi escritorio y abro la carpeta. Tengo muchas notas que ordenar y he de hacer la lista del material que voy a necesitar para este semestre. Me pongo a ello. Cada asignatura pide lo suyo y supongo que voy a necesitar bastante dinero para comprar lo imprescindible. Cuando logro organizar eso, comienzo a pasar a limpio los apuntes del día y el tiempo se me pasa volando. Oigo la voz de Jane y de Ross, y me sobresalto. Tomo conciencia de que han pasado dos horas y aún no he terminado.

Jane y Ross se tiran sobre la cama tras lanzarme un breve saludo e invitarme a que haga lo mismo. Como declino el ofrecimiento señalando el montón de papeles que hay sobre mi escritorio, pasan de mí y se ponen a comentar entre risas los avatares del ensayo de hoy.

La verdad es que me hacen reír.

Ya no puedo seguir con el trabajo… Me siento con ellos… Los tres hablamos sobre nuestro día.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 3

 

 

 

 

 

Viernes, 4 de septiembre de 2015

Encuentro una nota pegada en la puerta cuando regreso el viernes. Hace dos días que no coincido con Jane y hemos optado por comunicarnos de esa manera. Yo me paso todas las horas después de clase en la biblioteca y solo piso la habitación para dormir. A pesar de lo tarde que es, Jane aún no ha venido. No entiendo cómo puede aguantar ese ritmo de vida. Siempre está montando alguna juerga y se levanta temprano al día siguiente como si hubiese dormido diez horas. ¡Qué suerte tiene! Su cara nunca refleja la falta de sueño. Si se arreglase de otra manera podría hasta ser guapa. De hecho lo es, pero de la manera que viste y con ese pelo siempre sujeto con una coleta, no lo parece.

Tengo que prepararme para la fiesta. Tendré que ir, porque no quiero quedar como una borde. Abro el armario y voy pasando las perchas, desechando la ropa que hay en ellas. Saco cuatro posibles combinaciones: el vestido negro y el azul, dos faldas y dos tops. Me los pongo por encima delante del espejo. Descarto el vestido azul enseguida. El negro puede ser una opción. Combino las faldas y los tops, pero no me acaban de convencer. Es mi primera fiesta y quiero algo sencillo, necesito pasar inadvertida. Sí, definitivamente me quedo con el vestido negro.

Cuando me acabo de arreglar, me miro en el espejo. Me gusta cómo voy.

—Prepárate para saber lo que es una fiesta: vamos a beber hasta caer. —La voz de Jane entrando por la puerta retumba en la habitación.

—Creía que las semanas de orientación era para saber a qué cursos ir y lo único que oigo…

—¡Oh! No te preocupes. Cuando veas cómo nos divertimos, lo harás. Hoy es la inauguración, las animadoras se pondrán ciegas y pasarán las pruebas para pertenecer a una fraternidad. Cuentan que hubo una vez una chica que entró en coma de tanto beber.

—No sé si me apetece ir a ese tipo de fiestas, Jane.

—Claro que sí. No te preocupes por nada. Nos lo pasaremos genial.

—¿Te gusta lo que me he puesto? —digo para cambiar de tema.

—¡Estás de puta madre!

—¿Tú crees? —digo mirándome de nuevo en el espejo que colocó Jane el miércoles.

—¡Sí! Estar, estás de puta madre, pero no puedes ir así a la fraternidad.

—¿Qué?

—Eso no es lo que se suele llevar… Te pondrás un crop top negro con unos pantalones cortos a juego. Puedes dejarte esos zapatos.

Me cambio la ropa que llevaba por el nuevo conjunto. Me siento desnuda. Jane rebusca en su armario y saca una camisa de cuadros amarillos.

—Átatela encima del pantalón.

Mis últimos ahorros invertidos en un Channel y ella me sugiere un conjunto que tiene guardado en el armario desde primero de facultad. Parece ser que le sirvió para meterse en la cama con un tal John. No recuerda mucho más de aquella noche. Y eso es lo que quiere que recuerde yo, nada. No sé cómo voy a escapar de la fiesta, pero sé seguro que no me liaré con nadie de esta universidad.

—Estás perfecta. ¡Ahora sí! Y a ver qué me pongo yo. Te voy a coger algo.

No… Lo odio. Compartir, dejar mis cosas. No, no. Pero aunque mi voz interior me está gritando que no le deje nada, la hago callar y miro a Jane abriendo la parte de mi armario con una sonrisa.

—¿Qué te parece este? —le muestro el vestido azul que he descartado.

Es un modelo de Versace y pienso que le puede venir bien.

—¿Esto? —dice cogiendo el vestido sin ningún cuidado—. No, no me veo con un vestido.

Y entonces comienza a remover todas mis perchas y saca una falda negra y un top plateado. Dios, no. Mi modelo de Tommy Hilfiger. Si elige ese no me lo podré poner en otra fiesta. Se lo ofrezco para que se lo pruebe mientras por dentro rezo sin parar: «Por favor, que le siente mal; por favor, que le siente mal». Sé que estoy actuando como una hipócrita, pero no sé cómo salir de esto sin ofenderla. Ya lo tiene puesto. Le queda perfecto. Se mira en el espejo.

—Joder, Sarah, va a ser verdad que la ropa de marca sienta de puta madre —dice mientras se lanza un silbido a sí misma—. Esta noche arraso. Hoy sí que me llevo a quien quiera a la cama.

—¿Vas a acostarte con alguien?

—Eso espero. Echar un buen polvo con algún tío que esté bueno es una buena forma de empezar el curso. Y te aconsejo que hagas lo mismo. Los años de universidad pasan volando.Tú hazme caso y aprovecha todo lo que puedas. ¿No has oído nunca eso de que la vida son dos días? Pues créetelo porque es verdad. Cuando te das cuenta, boom, se ha esfumado.

—Pareces mi madre cuando se pone filosófica.

—Joder, no soy tan mayor. —Ríe—. Vamos… ¡A disfrutar! Hay que llegar en el momento justo, ni demasiado pronto ni demasiado tarde. Una entrada en el momento adecuado resuelve el éxito de la noche.

Me dejo arrastrar por Jane. Cuando pasamos por la habitación de Ross le da un toque especial con ritmo en la puerta y, al momento, aparece él con unos vaqueros desgastados, una camisa de color negro que realza el moreno de su piel y el pelo perfectamente engominado.

 

Cuando llegamos a la fraternidad el ruido y el humo me resultan insoportables. Toda la gente ríe y parece pasarlo bien, aunque yo me siento incómoda con el pantalón corto. Jane pronto se camufla entre este bullicio. Nadie se entera de que hemos entrado. No entiendo por qué decía que íbamos a llegar en el momento justo. Al fin encontramos al grupo. Ross habla con una chica rubia que se llama Tina y por detrás aparece un joven alto, moreno y de ojos verdes.

—Tiene a todas las chicas locas. —Ríe Ross, como si eso fuera un mérito.

Y él se mira a sí mismo. Está claro. Es un chulo. Insoportable. Me parece otro Matt. Lo cierto es que no sé cómo Ross, con lo encantador que es, puede juntarse con unos tipos así. En cuanto me ha visto me ha tratado como a una novata haciéndose el interesante y diciéndome que él ya está en su último año y que pronto, a diferencia de mí, se largará de la universidad.

A saber lo que habrás hecho para conseguir llegar hasta cuarto, pienso mientras él alardea de yo que sé qué. Ya no lo escucho. Y ahora vacila sobre cómo han de preparar el análisis de un caso y se pone a narrar con detalle los últimos asesinatos que hubo en el campus durante el mes de julio, como si eso tuviera gracia, y lo peor es que todos le atienden.

—¿No te interesa saber cómo mataron a esa gente? —me pregunta.

—No sé si le interesa esta noche —corta Jane—. Te recuerdo que hemos venido a pasarlo bien. A beber y por supuesto a no hablar de estudios.

—Pues soy una tumba… —Sonríe a Jane.

¿En serio ha dicho eso? No puedo creer que alguien pueda hacer ese tipo de bromas.

—Déjalo ya —le insta Ross—. Estás asustando a Sarah y es su primera semana en el campus. Trátala bien, amor.

—Lo haré, pero porque tú me lo pides…

—Bueno, por eso, y porque tienes a más de diez tías mirándote el culo y deseando que te largues con ellas esta noche.

—Pues no creo que tengan suerte hoy —comenta mientras se aparta de nosotros.

Nadie en su sano juicio se iría con un tío engreído que piensa que todas moriremos a sus pies.

—Sarah, no me digas que no pasarías una noche con él —me dice al oído Ross—. No me digas que no está bueno.

—Es insufrible. Es creído y prepotente. No me iría con él ni aunque fuera el último hombre de la tierra.

—Te aseguro que solo es fachada. Si lo conocieras te enamorarías de él.

—Y yo te aseguro que no me enamoraría de él jamás.

—Vamos. Seguro que pronto podremos beber. La gente está saliendo —nos corta Jane.

Jane, Tina, Ross y yo nos dirigimos, junto con el resto de la muchedumbre que nos empuja, hacia afuera. Allí, diez jóvenes beben sin parar mientras son jaleadas por chicas de mi edad. Ahora, una de ellas, se tumba en el suelo y permite que le caiga alcohol por encima de la ropa.

—Te lo dije. Estas son las próximas reinas. En el siguiente campeonato de futbol una será la capitana del equipo de animadoras.

 

Cuando levanto la vista para ver a la gente que me rodea, distingo al chico del aula de informática. Se está riendo con su grupo y…

No me lo creo. Acaba de dejar a sus amigos. Viene. Viene directo a mí. Aparto la vista avergonzada e intento intervenir en la conversación del grupo en el que estoy, pero me he perdido, no sé de qué hablan y él cada vez está más cerca. Me falta la respiración. Una mano me toca. Su mano. Me vuelvo.

—Disculpa. ¿Eres Sarah?

¿Sabe mi nombre? ¿Cómo me puede estar pasando esto?

—Sí —consigo balbucear a duras penas.

—¿Sarah Miller, de Atlanta? —insiste.

—Perdona, ¿me conoces? —consigo preguntar al fin.

—¿No me recuerdas?

Por mucho que estrujo mi memoria y busco por todos los rincones no sé de qué me está hablando ni de qué lo tengo que conocer, aunque esos ojos azules…

—Soy Blake, Blake Stoner. Fuimos vecinos de pequeños, vivíamos en la misma calle y jugábamos muchas veces juntos. Nuestros padres eran amigos —añade cuando ve que no reacciono ante la información que me da.

—¿Blake?

—Claro, tú eras pequeña cuando nos mudamos. Hace… ufff, por lo menos diez años. A ver si me acuerdo, yo tenía entonces once y tú, tú debías de tener unos ocho, siempre querías jugar en el columpio y me pedías que te empujase bien alto.

—¿Tú eres el chico del columpio? ¿El rubio desgarbado de piernas flacas que me hacía rabiar?

—Bueno, han pasado algunos años. Creo que ya no soy el de antes.

—¡Y que lo digas! —¿Por qué he dicho eso?

—El otro día te vi en el aula de informática, pero no podía creer que fueras tú… —me dice.

—Ya… —consigo balbucear—. No me di cuenta. —Miento—. Es mi primer año y estoy un poco descolocada.

—No te preocupes. Seguro que en unas semanas te parecerá que llevas aquí toda la vida. Perdona, de verdad, me gustaría quedarme aquí, pero he de volver con mis amigos —me dice mientras veo cómo hace gestos a sus compañeros.

—Ah, vale. Yo estoy con mi compañera de cuarto y sus amigos.

—Pero tenemos que quedar un día, ¿eh? No vayan a pasar otros diez años. —Sonríe.

—Eso está hecho.

—¿Nos vemos el lunes en la cafetería Mulligan´s Grill?

—Perfecto.

—¿A la una? Comemos juntos y nos ponemos al día. Pásalo bien esta noche. Hoy es la primera de muchas otras, ya verás.

—Gracias —acabo por decir.

Cuando se marcha veo que Jane me mira sonriente.

—No es lo que crees —le digo cuando llego a su lado.

—No creo nada.

—Es un amigo de la infancia, de verdad.

—Pues vaya amigo de la infancia… Ahora que sea tu amigo de universidad. —Ríe a carcajadas—. Vamos dentro a ver qué hacen los chicos. A saber qué pruebas les hacen pasar a ellos.

Me lleva dentro. Allí sigue todo igual. Cada grupo enfrascado en sus conversaciones hasta que, de pronto, alguien se sube a una mesa y llama la atención de todos chocando una botella de whisky con un objeto metálico que no distingo desde donde estoy.

—¡A beber todo el mundo! —grita.

Jane me informa de que ahora pondrán a todos los aspirantes en una fila y les irán dando vasos de alcohol sin parar para que los beban. No lo soporto más. Esto me revuelve el estómago. Le pregunto a Jane dónde está el lavabo.

—En el primer piso, tres puertas a la derecha. ¿Ya necesitas ir al baño?

—Sí y creo que luego voy a dar una vuelta por el jardín.

—¡Vaya, vaya! Por el jardín, ¿eh?

—Que no es lo que piensas…

—Como quieras.

Encuentro el lavabo y cierro por dentro. No tengo ganas de ir al baño, solo quería irme de allí. Ojalá no hubiera venido. Me perderé por el jardín hasta que la fiesta acabe y Jane me devuelva a la residencia.

Llaman a la puerta apremiándome para que abra. Lo hago. Una chica va cerrando las piernas. Me disculpo por la tardanza y bajo las escaleras con la intención de salir, cuando un chico me aborda con una petición insólita.

—Necesito que me hagas un favor —me dice—. Esos tíos quieren que salga de aquí con una chica y que les cuente cómo ha sido.

Lo miro perpleja.

—Solo ven conmigo y después cada uno por su lado. Necesito salir de aquí con una chica de primero.

—¿Cómo sabes que soy de primero? —pregunto.

—Se te nota en la cara, igual que a mí. He tenido suerte de que solo me hayan pedido hacer esto. Después inventaré algo… Pero ahora, te lo pido por favor, salgamos de aquí.

No voy a irme con nadie. No estoy borracha, ni desesperada. No quiero entrar en ninguna fraternidad y no le voy a seguir el juego a esta gente.

—Es solo salir de aquí. No te pido mucho. He de encajar en este sitio como sea y no puedo fallar. Te estaré eternamente agradecido. —Me ofrece su vaso de alcohol.

—No quiero beber y no me iré de aquí contigo. Lamento que te hayan puesto una prueba para entrar en el grupo, pero deberías cuestionarte qué clase de gente pide pruebas para aceptarte entre sus amistades, ¿es así como quieres vivir el resto de tu carrera? ¿Haciendo lo que te manden y moviendo el culo cuando ellos te lo ordenen?

—No sé dónde estarás tú alojada, pero en las fraternidades es preciso pasar unas pruebas para que te acepten. Así ha sido siempre. Mi padre ya me advirtió de esto. Cuando él estudió aquí también pertenecía a la fraternidad en la que estoy. No puedo defraudar a toda mi familia. Necesito que me admitan como miembro de pleno derecho. Y si me he acercado a ti para pedirte el favor es porque creo que eres una buena tía. Tampoco te estoy pidiendo nada raro, que nos vean salir juntos para que comprueben que puedo ligar en la primera noche.

 

Esto solo puede pasarme a mí. Miro su cara y realmente parece que le va la vida en que lo acompañe. Dirige la vista hacia un grupo de chicos y corroboro que están pendientes de lo que ocurre entre nosotros. No quiero salir con él, pero tampoco me gustaría que lo rechazaran. Le cojo el vaso de las manos y doy uno, dos, tres sorbos. Su cara parece relajarse y me lanza una sonrisa tímida agradeciéndome con ella lo que estoy haciendo.

Cinco minutos más tarde, tras beber de su vaso, salgo de allí con él, mientras Ross y Jane me miran sonrientes. Perfecto, pienso, ahora ellos creen que la que ha ligado soy yo. La sonrisa que me ha lanzado Jane decía algo así como «La que no quería irse con nadie». Da igual lo que piensen. Más tarde, cuando regresemos a la residencia, le contaré lo que ha ocurrido. Acompaño al chico al jardín y me despido de él. Vaya plan más perfecto para ser viernes por la noche. Y The Walking Dead esperando en el ordenador.

 

 

Sábado, 5 de septiembre de 2015

Entro en la habitación cansada, como si hubiera pasado toda la noche fuera y solo son las dos de la mañana. Al entrar veo a Jane mirando el móvil. Su expresión cambia cuando me ve. Se levanta de un salto asustada:

—¿Qué te ha pasado, Sarah?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 4

 

 

 

 

 

Sábado, 5 de septiembre de 2015

—¿Qué te ha pasado, Sarah?

Jane vuelve a preguntar con insistencia una y otra vez y me ha sentado en su cama. Me mira la frente, no sé por qué. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí. Mis piernas me han traído como si fuese una autómata.

—Cuéntame qué te ha pasado.

Yo no hablo; estoy medio ida. No encuentro respuestas para sus preguntas y me duele mucho la cabeza. Me hierve; creo que me va a explotar. Hago un esfuerzo y las palabras aparecen en mi boca sin fuerza, como si estuviese susurrando en una clase con el compañero de al lado.

—Me acabo de despertar en un parque, me he levantado y he venido aquí.

—¿En un parque? ¿Tirada en el césped? ¿Dónde? Tienes una herida en la cabeza. Tu ropa está sucia. Voy a llamar a Ross. Nos vamos a la enfermería.

Las prisas se suceden de pronto en la habitación. Jane me deja sentada en el borde de la cama y me ha hecho prometer que no me moveré hasta que ella vuelva. Le he dicho que sí con la cabeza y ha desaparecido. Enseguida viene con Ross que me mira de arriba abajo. Debo de tener un aspecto horrible porque ha puesto cara de pena. Me gustaría levantarme y mirarme en el espejo de la habitación, pero no tengo fuerzas. Solo quiero meterme en la cama y dormir; sin embargo, me veo levantada por Jane y Ross que me llevan por todo el pasillo hasta el ascensor y de allí a la calle.

Cuando el coche arranca estoy tumbada en el asiento trasero y pienso; pienso, me estrujo el cerebro intentando recordar qué pasó anoche. Nada acude a mi memoria. Entonces Jane, que está sentada a mi lado empieza a hacerme preguntas tontas sobre el día que es hoy, la hora…

—Un poco más de las dos de la mañana —le digo.

Percibo su cara de estupor y me dice en tono preocupado:

—Sarah, son las seis de la mañana.

—¿Las seis? ¡No puede ser! Yo he mirado mi reloj y marcaba las dos.

Jane me coge con mucho cuidado la muñeca, mira la hora y le explica a Ross, que está muy nervioso:

—No está ida. Es cierto, su reloj marca las dos de la mañana. Lo que pasara, ocurrió a esa hora.

—Sarah, cielo —me dice Ross—. Nosotros te vimos salir con un chico de la fiesta, pero eso fue a las doce. ¿Qué hiciste luego?

—Nada; salí con él —consigo balbucir— y luego nos despedimos en el jardín. Yo quería pasear hasta que se hiciera la hora de volver a casa, pero decidí volver a la habitación a ver una serie.

—¿Y por qué no te quedaste con ese chico? —insiste.

—Solo quería que le acompañase fuera. Era una prueba, o algo así. Sus compañeros de fraternidad le obligaron. Era un pringado, pero me supo mal y lo hice; lo acompañé para que lo vieran y lo dejasen en paz.

—¿Y te explicó en qué consistía la prueba? —pregunta Jane.

—Sí. Tenía que ligar con una chica de primer curso.

—¿Te ofreció algo de beber? —me interroga ahora Ross.

Recuerdo los tres tragos que le di a la bebida de aquel chaval.

—Sí, bebí de su vaso. Solo unos pocos tragos.

Me extraña la mirada que Ross le lanza a Jane apartando momentáneamente la vista del volante. Ella sigue preguntando.

—¿Y por qué te eligió a ti?

—No lo sé. Decía que le había parecido buena persona. Ahora solo quiero descansar. Me duele todo el cuerpo. La cabeza lo que más… No lo sé, todo.

—Vale, vale, cielo. Descansa. Ahora te verá un médico y pronto estarás bien.

 

El doctor que me examina es joven y muy serio. Me hace casi las mismas preguntas que Jane en el coche y le respondo lo mismo que a ella. No me acuerdo de lo que hice desde que dejé al chico plantado en el jardín. Bueno… ahora mi cabeza se ha despejado un poco y también recuerdo que cuando estaba tumbada en el césped me aturdió el ruido de una moto alejándose. El doctor apunta todo en su informe, que deja sobre la camilla y sigue examinándome y preguntándome si me duele. No sé decir qué duele más. Entonces me dice que va a llamar al hospital para que me examinen allí.

—¿Por qué? —pregunto muy asustada. No soy tonta y sé que algo va mal.

—El examen tiene que ser completo. Tenemos que descartarlo todo. Descansa hasta que vuelva.

Sale del box. Sé que Jane y Ross están en la sala de espera, pero yo estoy aquí sola. Aún no salgo de mi estupor. ¿Cómo me ha podido pasar algo así? Recuerdo que cuando estaba en Atlanta y era la capitana de las animadoras, todos me admiraban. Las chicas imitaban mi estilo y mi forma de ser. Los chicos siempre venían detrás de mí. Yo elegía. Yo mandaba. ¿Y ahora en qué me he convertido? La primera semana en esta universidad y han hecho de mí lo que han querido.

Dejo mis elucubraciones cuando entra por la puerta el doctor con un kit de sutura. Me examina de nuevo la herida y se percata de que hay algo extraño. Entonces me pone un pequeño espejo delante y me pregunta:

—¿Reconoces esta marca?

Me quedo pensativa mientras observo la herida: parece como si hubieran tatuado una especie de serpiente.

—No tengo ni idea de lo que puede ser esto.

—No le des muchas vueltas. Voy a coserte la herida y llamo a tus amigos para que te lleven al hospital.

Salgo de la sala haciéndome la valiente. Les digo que no me duele nada para que no me lleven al hospital.

—Jane, ¿nos vamos ya a la habitación?

—El doctor ha dicho que te llevemos a urgencias.

—Estoy bien, de verdad; no hace falta que me llevéis.

—¿Estás loca, cielo? Nos vamos directos allí.

—Es que… —No sé cómo persuadirlos para salir de esta.

—No digas tonterías, vamos. ¿Qué te pasa? ¿Por qué no quieres ir? —me pregunta Ross.

—¡Chicos! —grito—. No puedo pagarme el maldito hospital. No tengo dinero.

Se hace un silencio. Por fin creo que me llevarán de vuelta a mi cuarto.

—Yo pagaré tu factura. No te preocupes —dice ella.

—Jane, me fui de mi casa para no deberle nada a nadie.

—No te lo regalo. Ya me lo devolverás.

Me dejo arrastrar otra vez por ellos. No tengo argumentos para rebatir eso.

Media hora más tarde me encuentro sentada en una sala del hospital esperando a que me atiendan. Entra una joven pelirroja de ojos verdes muy elegante.

—Hola, Sarah, soy la doctora Smith. Me han comentado que has tenido un accidente y no recuerdas nada. Voy a examinarte para comprobar si estás bien.

Digo que sí con la cabeza. Su dulce voz me tranquiliza. Se pone unos guantes de goma y dejo que me examine. Cuando termina, anota algo en la hoja que ha traído y que sujeta con un clip sobre una tablilla. Alarga un poco más el tiempo mientras contempla mi cuerpo hasta que, al fin, dice:

—Has tenido suerte, no te ha pasado nada; pero te voy a dar un consejo: no bebas tanto la próxima vez; con el tiempo, lo agradecerás. —Entonces su discurso se convierte en el de una madre… Y en ese momento lo aprecio—. Apártate de la gente que te obligue a hacer cosas que no quieres, que nadie te maneje. Pareces una buena persona, sé de lo que hablo, llevo muchos años en este hospital y he visto a muchas chicas destrozarse la vida.

Estoy llorando. No sé por qué la charla que me acaba de dar me reconforta. Me doy cuenta de que tengo que estar más atenta. Lo de esta noche ha sido un aviso y he tenido suerte. Le pregunto si puedo irme y ella me contesta que ha de redactar el informe, pero que no tardará mucho.

—Puedes pasártelo bien en la universidad y luego recordarlo como la mejor etapa de tu vida, pero has de saber controlarte.

No consigo darle las gracias con palabras, pero mi expresión lo dice todo y creo que ella lo sabe. Estoy contenta, aunque siga llorando. Sea lo que sea que me pasara, el cuerpo ha dejado de dolerme tanto.

Cuando aparezco en la sala de espera con la cara congestionada de tanto llorar, Jane y Ross se apresuran a levantarse de sus asientos para atiborrarme a preguntas: qué te han dicho, te han examinado, tenías algo más además de la herida de la cabeza… Les digo que no se preocupen, que estoy bien. Un poco magullada, pero bien. La cara de alivio que veo tras el comentario me hace saber que son amigos míos… y de los de verdad, a pesar de su aspecto.

—Temíamos que te hubiesen cogido para una prueba de inicio. Otros años les piden a los nuevos que elijan a una novata y que se acuesten con ella —me explica Ross.

Al subir al coche de vuelta a la residencia, estamos más tranquilos y la risa ocupa otra vez el lugar que había perdido por el accidente. Entonces Jane empieza a explicarme lo bien que se lo ha pasado ella con un chico.

—¿En serio te has acostado con un chico esta noche?

—¡Claro! Ya te lo dije… Veremos cómo se habrá quedado cuando llegue a la habitación y haya visto que no estaba.

—¿Te has dejado a ese tío solo? —Ríe Ross.

—¿Crees que me he parado a pensar en él cuando he visto a Sarah?

—¿Pero cómo se te ocurre dejarlo solo? —insiste.

—¿Qué querías que hiciera?

 

Cuando entramos en la habitación, encontramos al chico tumbado en la cama.

—¿Dónde te habías metido?

—Si ya te has duchado, te agradecería que te fueras —le dice tajante Jane—. Dejamos lo de la peli para otro día. Lo siento. He tenido que salir con mi amiga al médico.

—¿Estáis bien?

—Sí, sí; no te preocupes —corta Jane que no parece dispuesta a dar explicaciones.

—Ok. Nos vemos otro día. —Le da un beso y un apretón de culo a mi compañera y, sonriendo, se va de la habitación.

Jane observa mi cara.