Noche de oscuras revelaciones - Francesc Grimalt - E-Book

Noche de oscuras revelaciones E-Book

Francesc Grimalt

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Beschreibung

Colección de cuentos cortos con un delicioso tono terrorífico, con historias retorcidas, macabras y escabrosas que nos llevan a lo más profundo de la psique humana y lo que hay más allá. Bosques oscuros, youtubers especializados en misterio a los que les espera la sorpresa de su vida, pueblos inhóspitos y criaturas escondidas en las sombras son los que nos aguarda entre estas páginas.

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Seitenzahl: 97

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Ähnliche


Francesc Grimalt

Noche de oscuras revelaciones

 

Saga

Noche de oscuras revelaciones

 

Copyright © 2019, 2022 Francesc Grimalt and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726948134

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PRÓLOGO

SIETE FANTASÍAS INQUIETANTES

Vaya por delante que el ilustrador y un servidor somos personas de orden. Bueno, en realidad tío y sobrino somos individuos muy desordenados, pero podemos pasar horas discutiendo qué debe hacerse para remendar el mundo y salvarlo de amenazas de la talla del idealismo extremo o del gusto de los decoradores de rotondas. Digamos que somos conscientes de que para poder ser cómodamente caóticos requerimos de unos cimientos previos: rutinas y triquiñuelas mentales que dejen el desorden… en el sitio que le corresponde. Y por eso también somos cómodamente ordenados y lo bastante poco puritanos como para respirar, hacer la vista gorda y reírnos con chascarrillos irreproducibles aquí. A lo mejor les parece una tontería que revele esto a modo de introducción, más tratándose de un libro destinado a satisfacer apetitos literarios un tanto morbosos, pero trataré de explicarles por qué es un elemento fundamental para que esta clase de proyectos vean la luz.

Acordemos que uno de los rasgos más característicos de los seres humanos es entender el mundo en clave de dualidades: las cosas son o no son, o son de una manera porque no son de otra. Quizá el más tradicional de estos binomios sea el que atañe al orden y al caos (lo familiar y lo desconocido, lo estancado y lo mutable); una extraña pareja aplicable prácticamente a cualquier ámbito: desde la política al estampado de mis calcetines preferidos. Podríamos decir que algunos hacemos frente a esta dualidad siendo los eternos pioneros de la periferia. Y desde luego, como me comentaba otro morador de espacios baldíos, probablemente muchos habitantes de la frontera jamás podamos llegar a ser gente respetable. No obstante eso no significa que estemos demasiado alejados del centro como para ser entidades incognoscibles; digamos que somos monstruos algo sociables o, para dignificar más el término, ejemplares curiosos que han escapado de la vitrina.

Dicho esto, permanecer en el límite no siempre es agradable ―por algo los personajes de este libro cruzan muchos umbrales― pero es el lugar perfecto para pescar aquellas sombras que se revuelven más allá y darles nombre con la ayuda del catálogo de referencias de cada uno; un proceso literal cuando entra en juego la imaginación. Aquí se resuelve una parte esencial del misterio de la creatividad: la misma palabra implica alguna clase de proceso artesanal, que tiene como resultado algo antes inexistente. Como oficio, la creación artística no es tanto la expresión de lo que el autor piensa ―o siente― como el modo en el que ordena tales elementos y los presenta al mundo exterior; de ahí que hablemos del arte en clave de lenguaje, pues solo viéndolo como tal podemos valorar los artificios del ingenio humano. Por tanto, no será (como muchos proclaman a los cuatro vientos) un vertido inmediato del cajón de ocurrencias del autor ni una misteriosa herencia innata ni el fugaz suspiro de la musa; sino del refinado de una serie de materiales en bruto.

En el caso de este libro, la ordenación ha sido además un proceso intersubjetivo: los esbozos iniciales de todos los relatos que contiene han nacido entre las mesas abarrotadas de comida china, con una y otra parte aportando su arsenal de referencias para idear las historias y sus ilustraciones. Nuestra materia prima nace precisamente de esa corriente caótica e inconsciente mencionada más arriba, un remolino convulso de entidades informes que se agitan. Algunas de las piezas que pescamos no son particularmente agraciadas… pero sí muy interesantes una vez pasadas por el filtro de los arquetipos: bolas de bruja, demonios cornudos, mafiosos con sombrero, espíritus, locales abandonados del viejo oeste y muchos más. Estas imágenes son habituales en multitud de franquicias, incluso son ampliadas y desarrolladas por ellas, sin embargo no les pertenecen y son capaces de sobrevivir de manera autónoma. Se trata de extraños patrones culturales que nacen más allá, siendo reconocibles por personas de entornos muy dispares con unos pocos referentes en común. Todo ello constituye un fantástico caladero para la creación: precede a los elementos en que nos hemos inspirado para estas historias. Lo que no deseábamos hacer era una colección de homenajes explícitos a ciertos hitos del terror moderno y darles luego la habitual pátina de cine ochentero: queríamos ir más allá, a la misma raíz que permitió que muchos elementos (y no sus remakes modernos) se volvieran icónicos.

Lo misterioso es una potencialidad cuyo acto —cuando lo hay— está a medio formar, y aun en ese estado de imperfección afecta al orden de nuestro mundo. Podemos ver la mano del misterio en muchos ámbitos; desde luego hay misterio en la religión o en el amor, y los posicionamientos filosóficos tienen mucho que ver con cómo uno se presenta ante aquello que desconoce. A todo ello hay que sumarle lo morbosos que solemos ser los humanos, que demostramos una gran capacidad para sentirnos intrigados por aquello que, además de extraño, es especialmente siniestro o retorcido.

Nuestro interés al crear el libro que ahora está sosteniendo ha sido transmitir una pequeña fracción de la sensación curiosa que nos hace leer una historia más del mago de Providence, ver por enésima vez la misma cinta de terror o escuchar otra narración perturbadora más de cierto venezolano, aunque al día siguiente toque madrugar. Es decir: dar forma a esa amenaza indeterminada que aguarda a la vuelta de una esquina oscura, para que resulte en una serie de relatos entretenidos. No queríamos hacer nada digno de estar en una hornacina entre humo de inciensos votivos, pero sí dotarlo de un cierto grado de entrañabilidad, de esa familiaridad propia de las últimas décadas del pasado siglo que hoy las grandes franquicias tratan de traer de vuelta… sin demasiado éxito.

EL GUARDIÁN

El telón del ocaso finalmente cayó sobre el valle , con el piar de los pájaros apagándose a medida que la sombra de las montañas inundaba la región. Steve Owen, el guarda forestal, bajó de su todoterreno y se dirigió a una atalaya de aspecto destartalado, que se sostenía sobre un gran abeto. Cuando acabó de ascender por la escalerilla se quitó la chaqueta y se sentó en un mullido butacón cubierto de parches.

Hacía unos meses lo habían destinado ahí, y aún se estaba acostumbrando al ir y venir del valle. Su trabajo aquella noche consistía en mirar de vez en cuando a través de los ventanales, atender la radio y pasar la mayor parte del tiempo repantigado en el butacón, inmerso en algún desgastado volumen del viejo anaquel de la atalaya. Las ruedecillas del asiento lo hacían ideal cuando el sueño o el amodorramiento hacían acto de presencia: un leve empujón y podía propulsarse perezosamente a cualquier confín de la estancia, fuera el de la radio, la nevera o la máquina de café, cuyo filtro seguramente provocaría un desmayo si algún técnico sanitario le echaba un ojo.

La lectura escogida para esa noche era un gastadísimo ejemplar de El Vengador Tudesco, concretamente ¡El Vengador Tudesco y la sombra del Doctor Comadreja!… No muy atrayente, la verdad. El Vengador era, esencialmente, un tipo disfrazado de lansquenete con una máscara de luchador mexicano. Steve se preguntó por un momento cómo demonios pagaban a alguien para inventarse un personaje basado en una ridícula colección de estereotipos nacionales, y además con unos juegos de palabras malísimos, la mayoría sobre salchichas.

Pese a ello, el guarda acabó sumergiéndose en la historia; no precisamente por la calidad artística u originalidad, sino por pura evasión. Los cómics que había en la atalaya eran verdaderas reliquias de una edad dorada de ficción sin pretensiones exageradas. Esos libros no eran la gran obra del siglo, pero al no pretenderlo tampoco fracasaban estrepitosamente. Con su colección de «POW!», «ZAS!» u otras onomatopeyas en letras coloridas, podían resultar hasta entretenidos, al menos cuando uno no tenía nada interesante que hacer.

Pasado un buen rato, Steve se dio cuenta de que se había absorbido demasiado en la lectura. Era conveniente que atendiera algo sus deberes, así que trabajosamente se levantó, se preparó un café y sacudió el anquilosamiento de su cuerpo con estiramientos propios de un oso que sale de la cueva después de hibernar. Tras esto dio un paseo por el perímetro de su torre, poniendo atención en el paraje oscuro en busca de algo sospechoso. En esa época del año, sospechoso sobre todo significaba luces, pues tras una serie de sucesos desafortunados el acceso al valle estaba restringido. Tras escrutar el mar de pinos negros a sus pies no vio nada destacable. La radio seguía tan silenciosa como cuando llegó, así que decidió que ya era hora de volver a su lectura.

Si no recordaba mal, estaba a punto de llegar al momento en que el Doctor Comadreja soltaba al encadenado Vengador un monólogo sobre su plan para destruir Baviera con un rayo de plasma, información que más tarde el héroe usaría en su contra. Todo un clásico.

Pero justo cuando Steve se estaba dejando caer de nuevo en el asiento, con la mirada perdida en la negrura tras los cristales, algo captó su atención. Una pequeña luz titilaba en el otro lado del valle. ¿Será un coche?, se preguntó el guarda. ¿O quizá sea la fogata de una acampada? ¿Y si se trata de un incendio? Perezosamente, se impulsó hasta la radio para contactar con otra estación, pero tras varios intentos infructuosos vio que la responsabilidad recaía enteramente sobre sus hombros. El señor Owen se levantó una vez más, bajó las escaleras deslizándose por el pasamanos, se puso la chaqueta de uniforme y salió de la atalaya en dirección a su todoterreno.

El camino hasta la fuente de luz no era corto, aunque el lugar era fácil de localizar porque quedaba justo al lado de la entrada norte del valle. Se trataba de un viaje de al menos hora y media. Steve continuó interrogándose sobre la causa del fenómeno.

En su mente de repente se manifestó un deseo que hasta entonces se había mantenido bajo la superficie: ojalá solo sean campistas.

Llevaba tres meses destinado en el valle, y si bien era un hombre valiente y poco dado a los pensamientos oscuros, le vino a la cabeza el día en que llegó a la región. No fue el mejor de los comienzos. Encontrar la entrada al valle era ya de por sí complicado, y tuvo que acercarse al pueblo más cercano a pedir indicaciones. Los lugareños eran algo hoscos con la gente externa a la comunidad, y se guardaban de las constantes y desenfrenadas juergas bosquimanas de jóvenes provenientes de la cercana universidad de Dalburgh. Sin embargo, guardaban algún respeto por los funcionarios de su clase, y tras enterarse de su ocupación, una amable anciana le dijo que en el bar al final de la calle principal sabrían darle indicaciones. A continuación se santiguó y siguió tricotando en el balancín del pórtico de su casa. Steve vio el gesto, pero no le dio importancia hasta conocer la faceta más desapacible de su lugar de trabajo.

El susodicho establecimiento no tenía buena pinta. De hecho, el nombre no se podía leer de lo desconchada que estaba la pintura del viejo rótulo de madera. La única puerta que separaba el local del mundo exterior era como la del saloon