Noches de promesas - Louise Bay - E-Book

Noches de promesas E-Book

Louise Bay

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Beschreibung

He estado enamorada de Luke Daniels desde…, bueno, desde siempre. Pasé más de una década dejando que me viera como la mejor amiga de su hermana, observando desde la distancia con la esperanza de que se fijara en mí, me eligiera, me amara. Me gustan los cuentos de hadas y Luke es mi príncipe azul. Es alto, con hombros tan anchos que bloquean el sol. Es amable, con una sonrisa tan deslumbrante que me hace olvidar todo lo que está mal. Y es el único hombre que puede hacerme reír hasta que me duelan las mejillas y el estómago. Pero él nunca será mío. Así que he decidido seguir con mi vida y encontrar la siguiente mejor opción. Hasta que se han juntado un disfraz de Wonder Woman, una botella de tequila y un juego de Verdad o reto: entonces Luke lame la sal de mi muñeca y me dice que soy hermosa. Luego me empieza a quitar la ropa lentamente, mientras roza sus labios con los míos. ¿Y ahora qué? Estoy hecha un lío, no sé si este es el principio de mi «felices para siempre» o el comienzo de una tragedia…

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Título original: Promised Nights

Primera edición: septiembre de 2023

Copyright © 2016 by Louise Bay

© de la traducción: María José Losada, 2023

© de esta edición: 2023, ediciones Pàmies, S. L. C/ Mesena, 18 28033 Madrid [email protected]

ISBN: 978-84-19301-60-4

BIC: FRD

Diseño e ilustración de cubierta: CalderónSTUDIO®

Fotografía de cubierta: photographee.eu/maxym/depositphotos.com

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Índice

1

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5

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30

Epílogo

Playlist

Agradecimientos

Contenido especial

1

Luke

No me gustaban las bodas, sobre todo cuando las únicas personas a las que conocía eran aquellas cuyos nombres aparecían en la invitación. Solo había visto a los novios una vez, dos como mucho. Eran amigos de Emma. Aunque Emma y yo llevábamos más de tres años siendo novios y vivíamos juntos, seguíamos llevando vidas sociales separadas. Me gustaba esa independencia que teníamos el uno del otro. Me daban pena las parejas que no podían hacer nada por separado.

Si hubiera dependido de mí, no habría asistido a esa boda. Seguramente, Emma querría pasar el fin de semana poniéndose al día con sus viejos amigos de la universidad. No necesitaba que la acompañara. Y mientras ella hacía lo que le gustaba, yo habría podido estar con mis propios amigos, haciendo lo que me gustaba a mí.

—¿No son preciosas las flores? —susurró Emma; el cuarteto de cuerda estaba tocando una melodía familiar para mantenernos entretenidos cuando los novios se ausentaron para firmar el registro.

Eché un vistazo a la vieja iglesia de piedra desde los asientos que ocupábamos al fondo de la nave. ¿Alguien más tenía tanto frío como yo? ¿Y qué era ese aroma dulce y familiar que flotaba en el aire? No me había fijado en las flores.

Asentí cuando Emma me miró. ¿Acaso las flores no eran siempre bonitas? ¿Algún invitado a una boda habría dicho que las flores eran horribles? No compartí ese pensamiento con Emma; normalmente era la más cínica de los dos, y esa era una de las razones por las que encajábamos tan bien, así que quizá estaba siendo injusto. Las flores eranbonitas.

Los novios se sonrieron el uno al otro cuando reaparecieron y caminaron por el pasillo del altar. Todos los seguimos al exterior para sufrir el comienzo de la interminable sesión de fotos.

—Han contratado al mismo fotógrafo que Julie y Tim —comentó Emma—. Sus fotos fueron fantásticas, ¿verdad?

Asentí y coloqué la mano en la parte baja de la espalda de Emma, guiándola hacia la bandeja de copas de champán. Cogí dos y le di una.

Era la tercera boda a la que íbamos ese año. Con suerte, la última. Mis compañeros estaban pasando todos por el altar, y, cada vez que se anunciaba un nuevo compromiso, yo hacía todo lo posible por felicitarlos, aunque no entendía por qué tenían que casarse. El matrimonio era una institución anticuada y no impedía que la gente se separara, así que no le encontraba sentido.

Mis padres habían muerto cuando mi hermana y yo éramos unos adolescentes. Quizá por ello toda esa pompa me parecía tan irrelevante. La vida me había demostrado que todo lo bueno se acababa y que no existían los finales felices. Si había alguna esperanza de que yo creyera en los cuentos de hadas, había muerto con mis padres. Para mí, solo las parejas como ellos merecían ser felices para siempre. Todo el mundo tenía claro que habían estado locos el uno por el otro. Era algo que no nos había gustado cuando éramos niños, por supuesto, pero, al echar la vista atrás, me daba cuenta de que su amor mutuo fue lo que hizo que en casa se hubiera respirado tanta felicidad en nuestra infancia. Y, si no les había funcionado a ellos, ¿qué esperanza nos quedaba al resto?

—Por la última boda de la temporada. —Hice chocar mi copa con la de Emma.

—Podrías mostrarte un poco más entusiasta —dijo, frunciendo el ceño.

—Di lo que quieras: no vas a convencerme de que estás disfrutando.

—Por supuesto que estoy disfrutando. ¿Por qué no? Todo el mundo parece feliz y enamorado. Es precioso.

Emma me dio su copa de champán, abrió el bolso, sacó un pañuelo y se secó los ojos. ¿Estaba enfadada?Era una de las chicas más fuertes que conocía. La había visto llorar solo tres veces desde que era mi novia.

Acerqué la cabeza hasta su oreja.

—¿Estás bien?

Me miró.

—Ha sido una ceremonia preciosa, y parecen muy felices.

Le acaricié la parte baja de la espalda y ella apoyó la cabeza en mi hombro. Nunca habría descrito a Emma como una mujer sensiblera, pero al parecer lo era en las bodas. Le pasé la mano por la cintura. No era un movimiento con el que estuviera demasiado familiarizado, pues no éramos el tipo de pareja que necesitaba estar tocándose todo el rato. Para mi sorpresa, me correspondió deslizando el brazo por debajo de mi chaqueta, aunque eso no detuvo sus lágrimas.

—Nena, ¿qué te pasa? —La aparté de la multitud de gente que se había juntado para escuchar las instrucciones del fotógrafo. Estaba seguro de que no quería que nadie la viera tan alterada. Cuando mi hermana se ponía así, solía ser por culpa de las hormonas. Decidí no decir nada; no estaba seguro de que Emma se tomara bien la sugerencia.

—Es una boda tan bonita… —comentó mientras nos acercábamos a un árbol en el extremo del césped—. Estaba pensando que, cuando nos casemos, nuestra boda debería ser como esta.

Tuve que esforzarme para mantener la respiración uniforme, con un ritmo constante, y dejar la mano en su espalda. ¿Cuando nos casemos? ¿De dónde había sacado esa idea? No estábamos en ese punto, y, desde luego, no era algo que yo hubiera pensado que estaba escrito en nuestro destino. Siempre había creído que estábamos de acuerdo en esas cosas, así que luché contra la sensación que me provocaba la sangre congelándose en mis venas y cosquilleándome por todo el cuerpo. Quería tensarme, detenerme, pero seguí respirando, seguí andando. Por suerte para mí, nos interrumpió un chillido. y, al girarme, vi a una niña de corta edad con un corto vestido rojo que corría hacia nosotros con los brazos extendidos, claramente emocionada por ver a Emma.

Aproveché la ocasión y me disculpé para ir al baño y me acerqué de nuevo a la iglesia, donde podía sopesar la bomba que acababa de caerme encima. Me restregué la cara con las manos. ¿Emma había hecho ese comentario porque llevaba una copa de champán encima o de verdad había estado hablando de nuestra boda?

Acababa de cumplir treinta años. Lo último en lo que pensaba era en el matrimonio. No estaba preparado para dar ese paso, ni entonces ni quizá nunca. No creía en la eternidad. El accidente de mis padres me había demostrado que eso no existía. No quería pensar en algo que durara hasta que la muerte nos separara. Me parecía demasiado deprimente.

Tal vez ella había asumido de forma muy conveniente que, como nunca había surgido ese tema entre nosotros, estábamos de acuerdo en que íbamos a acabar casándonos. No habíamos hablado nunca al respecto, así que yo imaginaba que estaba contenta con nuestra relación como estaba. Había sido ella la que había sugerido que nos fuéramos a vivir juntos. Como había justificado en su momento, tenía sentido: ahorrábamos en facturas y en el pago de la hipoteca. Era lógico. Pero ¿casarnos? Eso no era lógico, no tenía sentido. Nunca había pensado que fuera a cambiar la situación entre nosotros. Pero ¿y ella? Aquel pensamiento supuso una breve y aguda descarga eléctrica en mi cerebro, y me palpitó la cabeza como respuesta.

Ya en el cuarto de baño, dejé que el agua se enfriara antes de llenar la copa para tomar un trago. Estudié mi reflejo en el espejo mientras bebía; me fijé en la forma en que la nuez se movía en el cuello de arriba abajo a medida que el líquido entraba en mi cuerpo. Dejé a un lado la copa, me agarré a la encimera y volví a inspirar hondo. Necesitaba que mi cuerpo recuperara la normalidad, pero aún podía sentir la sangre congelada en las venas y el pánico que asomaba en mi respiración entrecortada.

Ashleigh

—Me alegro mucho de que hayas podido venir —dijo Haven al abrir la puerta del apartamento en el que vivía con su marido—. Te he echado de menos en la cena del domingo.

Haven y yo habíamos sido amigas íntimas desde que teníamos dos años, y la cena del domingo por la noche era nuestro ritual particular. Pero hacía unas semanas que no la celebrábamos. Había estado saliendo con alguien y, bueno…, todo se había complicado.

—¿Dónde está Jake? —No oía a su marido traqueteando en la cocina.

—En el estudio. Parece que han hecho un gran avance. —Se encogió de hombros—. ¿Qué tal tu cita con Richard? —preguntó Haven; recorrió el pasillo hasta el enorme salón diáfano desde el que se disfrutaban unas vistas impresionantes del paisaje urbano, que parecía una enorme obra de arte dominándolo todo.

Inspiré hondo y contuve el aliento al ver Londres, el hogar que me había negado a abandonar a los dieciocho años, cuando mis padres se habían marchado a Hong Kong.

—Bien —respondí, y tomé asiento en la barra del desayuno mientras Haven servía un poco de vino.

—¿Y? ¿Cómo fue?

Era una pregunta capciosa. Llevaba saliendo con Richard algo menos de tres meses, pero la noche anterior me había acostado con él por primera vez, y Haven sabía que era lo que tenía planeado.

—Sí, nos acostamos —afirmé, yendo directamente a la parte por la que me preguntaba en realidad.

Se apartó de la nevera, esperando a que ampliara la información.

—¿Y? —preguntó cuando guardé silencio.

Me encogí de hombros.

—Estuvo bien. Solo fue sexo.

—¿Que fue «solo sexo»? —Giré con el taburete cuando Jake entró. Me abrazó y me miró como si esperara una respuesta.

—Necesitamos que resuelvas la crisis energética mundial durante unos veinte minutos más y luego podrás venir a tomar una copa de vino —le anunció Haven a Jake.

—Pero yo quiero oír hablar de lo que solo fue sexo —pidió Jake.

—Lo sé, pero yo también, y Ash se hará la tímida hasta que te vayas. —Me reí—. Son cosas de chicas —continuó Haven—. Danos veinte minutos y te lo compensaré esta noche.

Ella le guiñó un ojo, y él la agarró por la cintura para besarle el cuello. Eran muy felices juntos; Jake sacaba lo mejor de Haven, y viceversa. Eran la viva estampa de lo que se suponía que era el amor, el amor verdadero, no dos personas que se conformaban con lo primero que aparecía, nada que ver con «No hay nadie mejor, así que esta persona está bien». Y yo ya me había dado cuenta de que un amor como el suyo era más raro de lo que los cuentos de hadas nos hacían creer.

—Basta —dije; me tapé las orejas y cerré los ojos.

—Vale, veinte minutos —concedió Jake, y se separó de Haven para volver al estudio.

Haven abandonó cualquier pretensión de preparar la cena al traer una botella de vino y dos copas que dejó en la barra del desayuno. Se sentó en el taburete que había junto al mío.

La cena del domingo era una tradición familiar. Y yo consideraba a Haven y a su hermano, Luke, mi familia. Nuestro círculo se había ampliado cuando Haven se había casado con Jake y su hermana Beth y él habían pasado a formar parte de dicho círculo. Por supuesto, el vino y los cotilleos eran componentes esenciales del ritual.

—Nos ha dado veinte minutos, y tenemos mucho de qué hablar. Así que empieza a largar —me animó Haven.

—No hay mucho que decir. Supongo que hemos pasado al siguiente nivel. —Desgraciadamente, la experiencia había sido poco memorable. Sin embargo, Richard era un tipo simpático, y tan amable que me sentía mal al decirlo, al sentir eso. Quería que me gustara. Quería que estar en la cama con él fuera explosivo…, pero no había sido así. Había sido agradable. Pero agradable también estaba bien, ¿no?

—Pero ¿te gustó? Has dicho que solo fuesexo. Eso no suena a sexo del bueno. —La mirada de Haven me recorrió como si fuera a ponerme a hablar por otro sitio que no fuera la boca.

—Estuvo bien —repetí, sin saber qué más decir—. Es decir, creo que tiene potencial.

—¡Oh, Dios mío!, ¿tan malo ha sido?

—No he dicho que haya sido malo —respondí. No había sido increíble, eso era todo—. Es un buen tipo. Y se preocupa por mí. La primera vez con alguien nunca es fácil, en especial si no estás borracho.

Envidiaba a Haven. Ella había encontrado al elegido. Pero la mayoría de la gente no lo conseguía, ¿verdad? Desde luego, no encontrabas al amor de tu vida dos veces, y yo había conocido al mío hacía toda una vida. Lástima que ese sentimiento nunca hubiera sido mutuo. Aun así, no tenía derecho a alcanzarlodos veces. Tenía que hacer las paces con la idea de que un buen chico era una buena opción. Quizá la única.

En ese momento sonó el timbre y Haven se levantó de la silla para abrir. Respondió al interfono, dejó entrar a Luke en el edificio y se quedó en la entrada esperando a que su hermano llegara a la puerta.

Luke.

Inspiré hondo.

Podía recordar el instante exacto en que me había enamorado de Luke. Era verano, y Haven, él y yo estábamos sentados bajo un magnolio en el jardín de sus padres, bromeando y riendo. Se había vuelto hacia mí y sonreía, con una sonrisa enorme —con los dientes perfectamente blancos resaltando contra su piel dorada— y el cabello muy necesitado de un buen corte. Había arqueado las cejas y me había colocado un mechón de pelo detrás de la oreja. Y eso había sido todo. Había saltado la chispa. Incluso en el presente, casi quince años después, me ardían las mejillas al recordar aquel momento.

—¿Va a venir Emma hoy? —pregunté, cambiando de tema. No sabía si me pasaba solo a mí, pero la velada parecía fluir mejor cuando la novia de Luke no estaba presente.

—No lo creo —dijo Haven mientras se giraba para abrir la puerta—. Supongo que lo sabremos ahora.

Solté un suspiro de alivio cuando oí a Luke en el pasillo.

Incluso tantos años después de conocerlo, tenía que recordarme a mí misma que debía respirar cuando entraba en cualquier sitio. Tenía el aspecto de un vikingo: alto, rubio y, bajo su piel tensa y dorada, con unos músculos que parecían duros como el acero. Su mera presencia física casi me abrumaba durante los primeros segundos que pasaba a su lado. Siempre era como si acaparara todo el aire, todo el espacio a su alrededor, y solo pudiera verlo a él. Sonreí cuando se acercó a mí.

—Hola, forastera, ¿dónde te habías metido? —preguntó, y me levantó del asiento como si fuera una muñeca para envolverme en un fuerte abrazo—. Hueles muy bien —añadió.

Ignoré su pregunta. Si Richard y yo queríamos tener una oportunidad de luchar por lo nuestro, tenía que distanciarme de Luke. Tenía que darme cuenta de que había más gente aparte de él. Había llegado a la conclusión de que, si seguía comparando a todos los hombres a los que conocía con el que consideraba el amor de mi vida, iba a morir sola y rodeada de gatos. Así que había empezado por pasar menos tiempo con él, y por eso no había ido a cenar los domingos con tanta regularidad.

—Tienes buen aspecto —dijo. Sonreí, mareada por su proximidad, y me concentré en no parecer idiota.

—¡Seguro que es por eso de «solo fue sexo»! —bramó Jake desde atrás. Los dos nos giramos—. Ahora que ha llegado Luke puedo salir, ¿verdad? —preguntó.

Haven puso los ojos en blanco; cogió dos cervezas de la nevera y le dio una a Luke.

—¿Qué es eso de «solo fue sexo»? —preguntó Luke antes de darle un trago a la botella.

—Creo que son Ash y Richard —dijo Jake, haciendo chocar su cerveza contra la de Haven y contra mi copa.

—Bien, pues de eso no quiero saber nada más. —Luke hizo una mueca; Haven me miró y puso los ojos en blanco. Siempre había sido como una hermana pequeña para Luke. Nunca se había mostrado ambiguo al respecto.

Richard me había invitado a salir varias veces antes de que le dijera que sí. Era médico en el mismo hospital donde yo trabajaba como enfermera. ¿No parecía la trama de una novela romántica?

Solo que cuando Richard estaba cerca no sentía el golpeteo en el pecho que tenía en ese momento porque Luke estaba a menos de un metro de mí.

—¿No podéis ir a poneros al día con el rugby o algo así? —sugirió Haven.

Contemplé el cuello de Luke mientras la cerveza se deslizaba por su garganta, seguí con los ojos el líquido invisible hasta el triángulo de piel desnuda expuesto en el cuello abierto de su camisa. Me obligué a apartar la mirada. ¿Cómo podía seguir teniendo ese efecto en mí después de tantos años?

Jake encerró la cara de Haven entre sus manos y la besó apasionadamente; ella agitaba los brazos como si estuviera protestando, aunque todos sabíamos que no era así. La soltó al cabo de un par de segundos y se fue al otro lado de la estancia con Luke para ver la televisión, dejando a Haven con una expresión aturdida y confusa.

Ella sonrió y puso los ojos en blanco.

—Es incorregible.

Me alegré de que hubiera encontrado a un hombre tan estupendo como Jake; había sido infeliz durante demasiado tiempo antes de conocerlo. Sonreí y solté un suspiro cuando la ausencia de Luke les dio más espacio a mi mente y a mi cuerpo.

—En fin, volvamos al sexo con Richard. ¿Qué pasó? —me preguntó, volviéndose hacia mí; con eso me alejó aun más de cualquier pensamiento sobre Luke.

Haven y yo rara vez hablábamos directamente de lo que sentía por Luke. De adolescentes lo habíamos hablado, pero de adultas lo evitábamos, conscientes de la volatilidad del tema. Me encantaba el mundo que habíamos creado juntos —el vínculo, aquella experiencia compartida—, y no quería destruir nuestra familia. Quería encontrar a alguien especial, alguien que pensara que yo era algo más que una hermana. Haven lo había conseguido, y me había hecho pensar que yo también podía.

Estaba claro que Haven no iba a olvidarse del tema de Richard; quería que fuera feliz incluso más que yo misma.

—Estuvo bien, aunque nada del otro mundo. Tampoco fue horrible. —Richard era un tipo tan agradable que quería que hubiera sido mejor, y estaba segura de que con un poco de práctica podía llegar a serlo.

Ella torció la boca mientras consideraba mi confesión.

—Creo que el sexo puede mejorar a medida que una pareja se conoce, y tú has esperado mucho tiempo. Tal vez fuera demasiada presión.

Asentí con entusiasmo.

—Exacto. Bueno, ya veremos. —Deseaba con desesperación que tuviera razón, pero me preocupaba que Richard fuera un tipo demasiadoagradable. Quería que follara bien. Necesitaba a un tipo que supiera lo que queríamos los dos y que lo hiciera realidad. Richard había sido… demasiado tierno.

—Y es muy detallista contigo —me recordó Haven.

—Exacto. Lo es. —Estaba decidida a no rechazar a Richard solo porque no fuera Luke. Había estado haciendo eso durante demasiados años.

Estaba lista para buscar mi final feliz.

2

Luke

Me quedé en casa de Haven hasta que me echó, pasada la medianoche. Antes me había ofrecido a llevar a Ash a casa, pero ella se había negado. No la había visto demasiado últimamente, y me habría venido bien hablar con ella. No recordaba la última vez que habíamos estado a solas. A veces quedábamos para comer o después del trabajo, pero había pasado mucho tiempo desde la última ocasión en que nos habíamos visto. Cuando la abracé para saludarla me di cuenta de que el aroma que desprendía era el que había olido en la iglesia el día anterior. Nunca me había fijado en el perfume que usaba, probablemente porque para mí solo olía a Ash.

Abrí silenciosamente la puerta del piso que Emma y yo compartíamos, intentando girar la llave lo más despacio posible en la cerradura para evitar el estruendo excesivo que hacía. Era tarde, y ella tenía que madrugar al día siguiente para ir al hospital.

No encendí ninguna luz; me desnudé en silencio hasta que me quedé en calzoncillos y me metí bajo las sábanas.

—Hola —dijo.

Había estado seguro de que dormía.

—¿Te cuesta dormir? —pregunté.

Se puso de lado, frente a mí.

—Sí, un poco. ¿Qué tal la cena del domingo?

—Bien. Todo el mundo me ha preguntado por ti. —No era del todo cierto, ni siquiera era una mentirijilla piadosa, pero seguro que habían querido saber de ella.

—Qué bien… —respondió.

Suspiré y me puse la mano detrás de la cabeza, clavando la vista en la luz de las farolas que se colaba en el dormitorio por los bordes de la persiana. El ambiente estaba cargado por las palabras tácitas de la conversación que estábamos a punto de tener.

—¿Disfrutaste de la boda? —preguntó.

—Sí, claro. —Había evitado deliberadamente el tema desde que había visto sus lágrimas el sábado, y volví a hacerlo—. Haven puso pato para la cena. Deberíamos probarlo alguna vez. Estaba muy bueno. Se está convirtiendo en una buena cocinera.

—Parece que el matrimonio le sienta bien. ¿Has pensado en algún momento si a ti también te convendría? —preguntó.

Me hormigueó la piel y se me secó la boca. Me quité las sábanas de encima para ir a por agua.

—¿Por qué iba a hacerlo? Somos felices tal y como estamos —dije mientras iba al cuarto de baño, deseando que dejara el tema.

—El matrimonio es el siguiente paso para dos personas que son felices y están enamoradas, ¿no? —preguntó, alzando ligeramente la voz para que yo siguiera oyéndola con claridad a pesar del ruido del grifo. Me sentí como si me estuviera hundiendo en arenas movedizas. Notaba la presión por todo el cuerpo, como si me estuvieran estrujando entre dos paredes de hormigón, igual que en la escena del compactador de basura de La guerra de las galaxias. De hecho, en ese momento me habrían ido bien un par de trucos mentales Jedi.

—No veo por qué. —Esperaba que eso fuera el final, pero sabía que no iba a serlo. La conversación nos estaba llevando por una calle de un solo sentido. Volví a cepillarme los dientes para dar tiempo a que Emma que se durmiera. ¿Por qué había sacado ese tema si todo iba tan bien?

Volví a dejar el cepillo de dientes en el vaso, me enjuagué la boca y regresé al dormitorio. Ella me miró fijamente.

—¿Nunca has pensado en casarte conmigo? —volvió a preguntar, ya a bocajarro.

—Ya te he dicho que no. No te miento, Emma. —Volví a meterme bajo las sábanas y me tumbé boca arriba, mirando al techo y deseando que la conversación concluyera de una vez.

—¿No quieres casarte antes de que tengamos hijos?

Dios, ¿ los niños también eran parte de la ecuación?

—¿Quieres que hablemos de niños?

—Tenemos que hablar de estas cosas, Luke. No quiero ser solo tu compañera de piso. Haven se ha casado. Y Jake y ella estuvieron juntos poco tiempo antes de que él le propusiera matrimonio.

—A ellos les funciona.

—¿Crees que no iba a funcionarnos a nosotros? —preguntó.

Me pasé las manos por la cara.

—Es tarde. No quiero hablar de esto ahora. Necesito dormir. Y tú tienes que madrugar. Discutámoslo en otro momento si crees que es tan importante.

—¿Si creo que es tan importante? Claro que es importante. No podemos quedarnos como estamos —me espetó—. A veces puedes ser un auténtico capullo.

—Tú has sido la que ha sacado el tema en mitad de la noche.

—¿El tema? ¿Me estás tomando el pelo? Llevamos viviendo juntos casi tres años. Mira a tu alrededor, Luke. Todo el mundo se casa. Las personas viven juntas, se casan y luego tienen hijos. ¿Por qué te consideras una excepción?

—¿Así que quieres casarte porque todo el mundo lo hace? Me parece un razonamiento excelente. —El litigante que había en mí quería ganar la discusión independientemente de los méritos y deméritos de lo que se estaba diciendo.

—Quiero casarme porque te amo, maldito idiota. Quiero tener hijos contigo porque quiero ser la madre de tus hijos. Tal vez no hoy, pero sí algún día. Dios, Luke, ¿por qué te sorprendes tanto?

No podía discutir con alguien que me decía que me quería aunque escupiera las palabras. Repasé los recuerdos de las conversaciones que habíamos mantenido a lo largo de los años, tratando de encontrar alguna vez en la que hubiéramos hablado de matrimonio. No se me ocurría ninguna. Siempre había supuesto que a ella le daba igual, como a mí. ¿Me había equivocado? ¿La había engañado?

—¿Pero por qué sacas el tema ahora? —pregunté en voz baja.

Inspiró.

—Porque quiero que sigamos adelante, que demos el siguiente paso en nuestra vida juntos. No entiendo por qué tienes tanto interés en que todo siga igual.

—No sé qué decir. Esto no es… —No sabía cómo terminar la frase. ¿Algo que quiera? ¿Algo en lo que hubiera pensado? No quería hacerle daño a Emma, pero no veía el matrimonio en mi futuro.

Tenía que hablar de aquello con alguien que no fuera ella. Quería hablar con Haven o con Ash.

—¿Me quieres? —me preguntó al ver que no terminaba la frase.

—Por supuesto que sí. Es decir, estamos juntos y…

—Eso es, cariño. Esto es lo que hace la gente. Se casa. Sé que a los hombres no les gusta pensar que están haciéndose mayores, pero es así. Todos envejecemos. Ya no somos niños jugando a las casitas.

¿Mis padres también habían pensado eso? ¿Uno de ellos quiso casarse y se lo había sugerido al otro y luego habían decidido, racionalmente, que daban el paso correcto? Yo no lo creía. Siempre me había parecido que habían tomado un camino diferente. Mi relación con Emma nunca se había podido comparar con la de ellos. Lo que había entre ellos había significado que teníanque casarse. Si Emma y yo no sentíamos que teníamos que casarnos, ¿por qué deberíamos hacerlo? No significaba que no la amara. Solo que éramos diferentes a otras parejas.

—Piénsalo. Esto es lo que quiero, Luke. Un futuro juntos.

A la mañana siguiente me levanté después de que Emma se fuera. Me sentí como una mierda por fingir que dormía para evitar otra discusión mientras ella se arreglaba. A media mañana seguía nervioso por la falta de sueño y no podía concentrarme en nada más que en intentar controlar el pánico que aún me recorría el cuerpo, así que fui a la escalera principal del edificio del bufete, buscando un número entre mis contactos. Le di a marcar al llegar a Ash. Necesitaba hablar con una persona, una que fuera mi amiga, que me conociera. Alguien que quisiera que fuera feliz, pero que no dudara en darme una patada en el culo si hacía falta. Alguien que me llamara gilipollas si me lo merecía, pero que en última instancia no me juzgara. Ash era esa persona. Haven y yo estábamos unidos, pero era mi hermana y no tenía la misma perspectiva que Ash. Haven no tenía la dulzura de Ash, una virtud que hacía que lo que salía de su boca, por duro que fuera, resultara más soportable.

—Joder, voy a meterme en un buen lío, ¿no ves que estoy de guardia? Espero que se te esté cayendo el pito a pedazos —contestó Ash al teléfono con un fuerte susurro. A pesar de mi mal humor, no pude evitar reírme. Quizá no todo lo que decía fuera tan dulce.

—¿Cómo va el asunto de curar a los enfermos y a los moribundos?

—Trabajo en cuidados paliativos, imbécil. Aquí no se cura nadie, ¿o no lo sabes ya?

—Deja de poner excusas por ser mala enfermera.

No entendía cómo se las arreglaba Ash para hacer su trabajo y estar tan contenta todo el tiempo. Lo único que hacía era pasar de un paciente a otro. Veía a la gente en su momento más vulnerable, en sus últimas semanas o meses de vida, y parecía tomárselo con calma.

—Quería saber si podías quedar para comer, o quizá para tomar algo después del trabajo. —Pensé que había perdido la conexión por un segundo, porque ella no respondió de inmediato—. ¿Ash? —comprobé si podía oírme.

—Sí… No sé. Estoy ocupada esta noche y voy a almorzar dentro de diez minutos…

Joder, tendría que ir hasta Hackney si quería verla. Bajé las escaleras a toda velocidad.

—Iré a verte. Puedo estar ahí en diez minutos, siempre y cuando no tengamos que comer en la cafetería del hospital —ofrecí. Enseguida encontré un taxi—. Hospital Hommerton —le dije al taxista, apartando el teléfono para que Ash no pudiera oírlo y cambiara de opinión. Necesitaba verla. Necesitaba su coherencia, su familiaridad, su lógica. Ella debía de saber lo que tenía que hacer con Emma, pero me pareció que surgían más dudas por su parte—. Vamos. Hace tiempo que no almorzamos juntos.

—Vale, pero solo tengo una hora. —Colgó.

Sonreí. Mi día mejoraba: estar con Ash era justo lo que me hacía falta.

Menos de diez minutos después, mientras jadeaba por correr calle arriba, donde me había dejado el taxi, levanté la vista del teléfono y me encontré con ella de pie justo delante de mí. Me relajé de inmediato y curvé las comisuras de los labios.

—Hola —dije.

—Hola —contestó Ash. Me sonrió y todo me pareció mejor. El pánico que antes había amenazado con invadirme desapareció como por ensalmo.

Ashleigh

No debí haber aceptado comer con Luke. Hacía meses que no nos quedábamos a solas; desde que había empezado a salir con Richard. Y había una razón para ello, una que tenía que haber recordado antes de ceder y aceptar verlo.

Mi corazón rebosó en cuanto lo vi. Respira, Ash. Me parecía tan grande y guapo, tan familiar… Era como si me perteneciera, porque en mi cabeza siempre me había pertenecido.

—¿Qué llevas puesto? —me preguntó, enarcando las cejas. No me extrañaba que nunca me hubiera visto más que como una amiga; si me hubiera vestido con un mantel, habría estado más atractiva.

—Lo sé, es un pijama. He tenido un accidente. En realidad, el accidente lo ha tenido otra persona, pero mi ropa ha quedado literalmente cubierta de mierda. —Luke hizo una mueca—. ¿Te da vergüenza ir conmigo?

—Todo te queda bien, y lo sabes. —Me sonrió mientras nos dirigíamos al puesto de bocadillos al final de la calle.

Puse los ojos en blanco, intentando fingir que me molestaba que me hiciera un cumplido.

—Dime, ¿qué le trae por Hackney, señor abogado de la City? —pregunté—. ¿Visitando los barrios bajos?

—Nada especial. ¿Acaso no puede un amigo invitarte a comer sin más motivo que verte?

Deseé que no fuera amable conmigo, que se comportara como un auténtico gilipollas. Así habría podido odiarlo y superarlo. Aunque, en el fondo, no tenía ningún deseo de odiarlo. Quería que formara parte de mi vida, aunque solo fuera como amigo. Habíamos llegado hasta ese momento, y solo tenía que reajustarme y asegurarme de que nuestra relación funcionaba así, incluso si estaba saliendo con otro.

—Nos vimos ayer.

—Sí, pero no tuvimos oportunidad de hablar demasiado. Y quería comentar algo contigo.

Le señalé el camino hacia el mostrador del puesto de bocadillos. Como nos conocíamos desde hacía tanto tiempo, habíamos llegado al punto en el que él sabía lo que yo pensaba sin necesidad de intercambiar ni una palabra. ¿Richard y yo solo necesitábamos tiempo para llegar a ese punto o lo que nos hacía ser así se debía a algo más que a la cantidad de años que Luke y yo habíamos pasado juntos?

—¿Es de jamón? —le pregunté cuando llegó de nuevo hasta mí con una bandeja llena de bebidas y bocadillos envueltos en papel encerado.

—No; inténtalo de nuevo. —Sonrió. Era una rutina habitual. Yo tenía que adivinar lo que me había pedido, y solo entonces me permitía tomarlo.

—¿Carne asada y rúcula? —Arrugué la cara de forma exagerada, esperando el veredicto.

—No te gusta la ternera —me recordó con el ceño fruncido, mirándome como si estuviera loca.

Me reí.

—Lo sé. Pero podrías haberlo olvidado. ¿Jamón y huevo?

—No —dijo; desenvolvió su bocadillo y le dio un mordisco. Me sonreía como si le hubiera tocado la lotería.

—¡Oh, Dios mío! ¿Pollo a la coronación? —Era mi favorito, y en ese puesto solo lo tenían de vez en cuando. Nuestro ritual me distrajo, y dejé de pensar en que no debía estar allí con él; me hizo recordar que, a fin de cuentas, solo éramos Luke y Ash. Amigos desde la infancia.

Me tendió el bocadillo por encima la mesa. Lo desenvolví: había acertado.

—Gracias. —Me alegraba de verlo. Estaba contenta de tenerlo para mí sola; había pasado mucho tiempo desde la última vez.

—Dime, ¿te pasa algo? Hace siglos que no te despiertas con resaca en la habitación de invitados con mi hermana. ¿Te has vuelto abstemia?

Nunca había mencionado que yo no hubiera estado tan presente en su vida últimamente. Me pregunté si Haven le habría dicho algo, aunque me había prometido que no iba a hacerlo.

—Ja. Ja —dije—. Supongo que estoy ocupada. He hecho algunos turnos extra y he estado saliendo con Richard. —Todo eso era cierto, pero nada que me hubiera alejado de él en otro momento.

Me miró como si fuera a seguir hablando. Tuve que apartar la mirada. Sus ojos azules podían ver a través de mí y hundirme. Tenía que mantener las distancias.

—¿Así que vas en serio con ese tipo?

Me encogí de hombros y miré a un lado, temiendo lo que podían revelar mis ojos.

—Es demasiado pronto para decirlo. Pero le importo. Y yo quiero algo serio. —Quería estar enamorada de alguien que no me viera como una hermana, alguien que me correspondiera; pero no estaba segura de que Richard fuera esa persona.

—¿Es así como pasa? ¿Decides que quieres tener algo serio y tratas de encontrar al hombre que llene el vacío?

Se me encogió el estómago. No estaba segura de si me estaba juzgando o si le interesaba de verdad, pero me sentía incómoda hablando de ello. Tal vez porque no podía contarle la verdad: no podía tener lo que quería de verdad, así que intentaba saber si había algo más ahí fuera. Seguí masticando para no tener que contestar.

—Es que creo que Emma quiere ir en serio.

Se me encogió el pecho y el corazón me golpeó en las costillas. Tragué saliva.

—¿Tú qué opinas? —Fue todo lo que pude decir.

Soltó el aire y hundió los hombros.

—No sé. Emma dice que tengo miedo a los cambios y yo solo quiero que todo siga igual.

Su voz era débil, y apenas podía oírlo por encima de los latidos de mi corazón, que repiqueteaban en mis oídos. Joder. Llevaba tiempo preguntándome cómo iba a sentirme si Luke y Emma se casaban o tenían hijos. Era así.

—Bueno, eso es verdad.

—Supongo. Pero no es solo eso…, es que no creo que sea de esa clase de hombres.

—¿A qué clase de hombres te refieres? —Estaba intrigada. ¿Cómo se veía a sí mismo y cómo veía su relación con Emma? En realidad, yo no era imparcial, por supuesto, pero no los entendía como pareja. No parecía gustarles pasar tiempo juntos.

—A los que se casan, supongo. —Me miró y arqueé las cejas—. ¿Parezco un capullo?

Me reí, aliviada de poder comportarme con normalidad durante unos segundos.

—Quizá un poco.

—No quiero decir que sea un ligón, pero necesito libertad. Nunca he engañado a Emma ni a nadie. Es solo que no le veo sentido al matrimonio.

—Pero si es importante para ella y la amas…

Di que no. Di que me quieres a mí.

—Ya, ya…

—Entonces…, si no te molesta y es solo que no crees en la institución, ¿no piensas que… podrías hacerlo por ella? Quizá así le des lo que necesita. —¿De verdad estaba tratando de convencer a Luke para que se casara con alguien que no era yo?

—¿Aunque no crea que sea lo que quiero? No es que el matrimonio sea malo, al contrario. Para mis padres era lo idóneo. Pero ¿para mí? No, no me va.

Dejé el bocadillo en la mesa. Era oficial: se me había quitado el apetito. Esa conversación no trataba precisamente de lo que había imaginado para pasar la hora del almuerzo.

—¿Qué vas a hacer?

Se encogió de hombros.

—No sé. Es lo que ella quiere, con hijos y todo. —No era una sorpresa, pero oírlo en voz alta lo convertía en real. La parte más egoísta de mí se sintió aliviada de estar saliendo con Richard. Era una prueba que podía utilizar una parte de mi cerebro para demostrar a la otra que no había una verdadera razón para sentirme devastada porque, después de todo, tenía novio.

—¿No quieres tener hijos?

—La verdad es que no. Por lo menos por ahora. Pero está claro que Emma lo tenía en mente desde hace tiempo. Dios, siento tener que darte la lata con esto. Es un problema del primer mundo comparado con las cosas que ves en el trabajo. Tienes razón. Soy un capullo.

Puse los ojos en blanco.

—Yo no he dicho eso.

—Hablemos de ti. Si lo de Richard va en serio, ¿cómo es que aún no lo conocemos? —preguntó.

No podía imaginarme tal escena en ese momento. No quería que Luke conociera a Richard. No quería verlos juntos. Me habría dedicado a compararlos más de lo que ya lo hacía, y Richard iba a salir perdiendo y no se lo merecía. Era un buen hombre y un gran partido. Mis compañeras del hospital me decían continuamente lo afortunada que era, lo perfectos que éramos el uno para el otro.

—Supongo que estoy demasiado ocupada —contesté—. ¿Qué más te pasa? ¿Algo raro en el trabajo? —Esperaba que pillara la indirecta y cambiara de tema.

—Así que estás ocupada… Pues me han confirmado que me proponen como socio este año.

—Vaya, Luke, es increíble. —Le sonreí. Llevaba mucho tiempo trabajando duro para conseguirlo. Me alegré de que por fin empezara a ver los frutos. Era un buen hombre. Había conseguido alcanzar el éxito gracias a su determinación y a su esfuerzo, no al politiqueo y a las puñaladas por la espalda. Se lo merecía.

Me devolvió la sonrisa, un poco avergonzado.

—No es seguro. Pero sería uno de los socios más jóvenes de la historia del bufete si lo consiguiera, así que…

Por un segundo me olvidé de la distancia que debía mantener entre nosotros, le cogí la mano y se la apreté.

—Estoy orgullosa de ti —dije—. Tus padres estarían muy muy orgullosos. —La muerte de los padres de Luke justo antes de que empezara la universidad había sido horrible, pero él se había mantenido firme, se había encargado de Haven y le había dado todo lo que necesitaba emocionalmente. Nunca había abandonado los estudios en la universidad, y había conseguido sacar buenas notas al mismo tiempo que se aseguraba de que Haven estuviera bien cuidada. Siempre me había sorprendido lo maduro que se había vuelto de la noche a la mañana. Se había convertido en el cabeza de familia, y era una responsabilidad que se tomaba muy en serio. Quería seguir el legado de sus padres: demostrar que la gente amable, honrada y trabajadora triunfaba al final.

Miró hacia la mesa y asintió al tiempo que giraba la muñeca para que nos cogiéramos de la mano.

—Prométeme que no cambiarás, que no te perderé, Ash —dijo muy serio mientras me miraba con los ojos entrecerrados.

Se me entrecortó la respiración y fruncí el ceño. ¿Qué me estaba pidiendo?

—Aquí estás… —Me llegó desde atrás la voz familiar de Richard—. Se me había ocurrido que podría encontrarte aquí. —Todo a mi alrededor se inclinó ligeramente, y me pregunté si era eso lo que se sentía justo antes de sufrir un desmayo. Giré la cabeza e intenté apartar mi mano de la de Luke. Al principio se resistió, pero cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, me soltó. La fría formica me alivió el hormigueo de la palma de la mano.

Si cerraba los ojos, ¿podía teletransportarme a otro lugar para que el momento que estaba a punto de ocurrir no sucediera? Sentí como si el mundo se ralentizara y estuviera viendo dos trenes a punto de chocar. No quería que pasara eso. Luke era Luke. Richard era Richard. Para mí existían en universos paralelos, y si se encontraban, todo podía explotar o implosionar, o podía suceder algo igualmente terrible.

Richard se agachó y me besó en la frente y se volvió con rapidez hacia Luke, tendiéndole la mano derecha.

—Soy Richard, el novio de Ash. —Su sonrisa se le reflejaba también en los ojos, y me di cuenta de que no estaba reclamando el territorio. No intentaba hacerse notar. Me preguntaba a menudo por mis amigos, e imaginé que estaba encantado de conocer por fin a uno de ellos. Seguí mirando la mesa mientras Luke se levantaba y estrechaba la mano de Richard.

—Soy Luke —dijo. No dio ninguna explicación sobre su relación conmigo. No supe si era porque confiaba en que Richard sabría quién era o porque quería mantenerlo a la expectativa.

—Ah, cierto… El hermano de Haven —dijo Richard. Por culpa de mi descripción, conocía a Luke solo como el hermano de mi mejor amiga. Y eso era lo que necesitaba que fuera—. ¿Puedo sentarme con vosotros?

Sentí náuseas. Me levanté bruscamente y las patas de la silla resonaron contra el suelo.

—En realidad tengo que volver ya —dije. Lancé una mirada a Luke, instándolo a que me apoyara.

—Sí, yo también —añadió Luke tras un segundo de vacilación, y me atreví a coger aliento.

Me puse la chaqueta, recogí el bocadillo a medio comer, lo envolví en el papel encerado y lo metí en el bolso.

—Nos vemos luego —dije, mirando a Richard.

Arqueó las cejas y asintió, con una expresión cálida y extrovertida.

—Encantado de conocerte, Luke. —No sonaba celoso ni crítico. Era sincero y amable, como Luke.

Solo que no era Luke.

—Igualmente. Estoy seguro de que volveremos a vernos —dijo Luke, sonriéndole.

Salí disparada por la puerta, sin esperar a ver si Luke me seguía. Me detuve al notar el aire fresco de primavera. ¿Cómo iba a justificar que hubiera interrumpido nuestra comida en cuanto había llegado Richard? Oí abrirse la puerta de la cafetería y Luke apareció a mi lado.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Claro —dije, intentando sonar normal. Eché a andar hacia el hospital—. ¿En qué estás trabajando ahora? —No quería que mencionara lo que acababa de ocurrir, y esperaba que no hubiera percibido ningún tipo de atmósfera rara que mi subconsciente pudiera haber creado.

Luke se dejó llevar.

—Sabes que no puedo decírtelo porque es secreto.

Me reí. Le encantaba fingir que su trabajo era más interesante de lo que era.

—No seas idiota. No eres James Bond, ¿sabes?

—¿Y qué crees que soy?

—Un abogado frustrado que intenta ser más peligroso de lo que es —me burlé.

Sonrió.

—Vas a acabar conmigo, conoces todos mis secretos.

Se me encogió el corazón. Era cierto. Yo conocía los suyos y él conocía los míos.

Me abrazó cuando llegamos a la entrada del hospital.

—No permitas que Richard cambie las cosas entre nosotros —dijo por encima de mi hombro, con un tono más ronco que antes, como cuando estábamos cogidos de la mano. Se apartó—. ¿Nos vemos el domingo?

Sus palabras, su cercanía, su solemnidad me desconcertaron.

—Sí, creo que sí.

—¿Me lo prometes? —preguntó, con los ojos clavados en los míos.

—De acuerdo. Nos vemos en casa de Haven y Jake.

La nube negra que se cernía sobre él pareció pasar tan rápido como había llegado. Sonrió, me revolvió el pelo y se alejó calle abajo. Me quedé quieta unos segundos, con más palabras en la boca de las que había emitido. ¿Qué había querido decir con que Richard iba a cambiar las cosas entre nosotros? Necesitaba desesperadamente saber qué estaba pensando.

3

Luke

Todo iba demasiado deprisa. Emma quería que las cosas cambiaran entre nosotros; Haven estaba casada, y, aunque hacía tiempo que no tenía novio, Ash salía en serio con alguien. Por mi parte, anhelaba que las cosas siguieran como estaban. Quería que Haven y Ash se despertaran con resaca en la habitación de invitados; quería que cenáramos los tres juntos, que nos riéramos con la facilidad con la que habíamos crecido. Sin embargo, ninguna de esas cosas había ocurrido últimamente. Quería poder coger la mano de Ash porque éramos amigos desde siempre, no apartarla porque llegara su novio.

Como Emma ya iba a estar en casa y no quería que volviera a sacar el tema del matrimonio, me había quedado trabajando hasta tarde. Había estado pensando un poco en su reciente declaración, pero no encontraba ninguna solución al respecto. Solo podía concentrarme en las formas en las que el matrimonio iba a restar cosas a mi vida, no en cómo podía añadirlas. Así que, casi a las diez, me dirigí a casa. Con suerte, ella estaría dormida.

Entré y enseguida oí el sonido de la televisión. Se me encogió el corazón.

—¡Hola! —gritó Emma.

—Hola —repuse, entrando en el salón.

—Las sobras de los espaguetis están en la nevera —informó.

—Gracias. —Me quité la corbata y la chaqueta, y fui a la cocina.

Emma se levantó del sofá y me siguió.

—¿Quieres que te los caliente? —Nunca me hacía la cena a menos que fuera su día libre. Los dos tendíamos a valernos por nosotros mismos cuando trabajábamos.

—Ya me encargo yo, gracias.

Abrió la nevera, cogió una cerveza y me la dio.

—Gracias —dije, forzando una sonrisa.

—De nada. Nunca va a ser un buen momento para discutir ese tema, ya lo sabes. —No se anduvo con rodeos.

Inspiré hondo y eché la cabeza hacia atrás. No quería hablar de eso.

—Emma, estoy muy cansado.

—Lo sé, pero apenas hay un momento en el que uno de los dos no esté exhausto. Si esperamos a estar los dos llenos de energía, vamos a seguir así años. —Su voz era más suave que de costumbre, pero me di cuenta de que no estaba dispuesta a dejarlo pasar.

—Nos ha ido bien así hasta ahora. Me gusta mi vida. —Estaba contento con las cosas como eran. Estaba a punto de convertirme en socio. Mi trabajo iba a ser absorbente durante los próximos años. Y su trabajo también era muy exigente. ¿Dónde creía que iban a encajar los niños? Ya sin hambre, cogí la cerveza y me desplomé en el sofá.

Emma me siguió.

—Ha llegado el momento de pasar a la siguiente etapa de nuestras vidas. ¿No te parece a ti también?

No podía mirarla. No sabía qué veía en mí. Miedo, tal vez.

—Soy feliz como estoy. Pensaba que tú también lo eras. —Nunca le había hecho pensar que quería algo más; al menos, no lo creía.

—Quiero casarme y tener hijos —respondió. No añadió si era feliz o no, como si no importara—. ¿Tú no? —preguntó.

No podía hacer otra cosa que concentrarme en lo que no iba a tener si me casaba con Emma. Sobre todo, si teníamos hijos. Íbamos a renunciar a nuestra libertad. Lo que más me gustaba de Emma era su independencia y el hecho de que no necesitabanada de mí. Si me convertía en su marido y luego en padre… Eran roles que implicaban ser protector. Algo que había hecho toda mi vida con Haven. En su momento había querido hacerlo, aunque había sido la muerte de mis padres lo que me había obligado a ello. Pero no quería asumir esa responsabilidad con Emma ni con otra persona. Podía alterar toda nuestra relación.

—Esto es importante para mí —comenzó Emma, arrodillándose en el sofá, frente a mí—. Quiero una familia. Quiero que seamos una familia.

Me concentré en los latidos del corazón golpeando contra mi pecho. ¿Era demasiado joven para sufrir un infarto? Haven era mi familia. Haven y Ash. Y ahora Jake y su hermana, Beth, habían ampliado el grupo, pero Emma nunca había llegado a formar parte de él. No quería crear una familia que me alejara de la que ya tenía. Los golpes en el pecho se hicieron más fuertes. Di otro trago a la cerveza.

—Te he dado tiempo y espacio. No he sido exigente ni absorbente. Pero ahora debes darte cuenta de lo que tienes conmigo.

—Pero ¿no es por eso por lo que lo nuestro funciona, porque somos independientes? No sabía que querías que fuéramos diferentes, que esperabas que cambiáramos. —No quería ni necesitaba nada más de ella.

—Quiero que seamos una unidad. Una familia. Nuestros hijos y nosotros. En este momento estoy compitiendo siempre con Haven y Ash, y eso no es justo.

Tenía razón: yo tenía una unidad. Haven y Ash. Me volví hacia ella.

—¿Así que no se trata de casarnos, sino de que no quieres que pase tiempo con mi hermana?

—Dios, no he dicho eso. Me siento en un segundo lugar todo el tiempo. No quiero un compañero de piso. Quiero a alguien con quien pueda envejecer, alguien con quien compartir mi vida.

Siempre que me imaginaba envejeciendo, pensaba en Haven, en Ash y en mí. ¿Había engañado a Emma todos esos años? Me miró expectante, esperando que dijera algo que la hiciera sentir mejor, pero no fui capaz. No pensaba mentirle, y no podía decir nada que ella quisiera oír.

La conversación con Ash me había ayudado a darme cuenta de que eso no iba de que yo no quisiera que las cosas cambiaran. Se trataba de que no quería casarme, no solo porque no creía en el matrimonio, sino también porque el matrimonio no era adecuado para mí, y menos el matrimonio con Emma. Nuestra relación no contemplaba eso.

Haven, Ash y yo éramos un equipo. Éramos una familia. Jake lo había entendido desde el principio y se había convertido en un hermano para mí en poco tiempo. Emma aún no lo había entendido, y no estaba seguro de que fuera a hacerlo.

—¿Vas a madurar alguna vez? No puedes estar toda la vida pendiente de tu hermana. Pensaba que las cosas cambiarían después de que se casara. Ella ha seguido adelante, tiene una relación. ¿De qué tienes tanto miedo?

No me gustaba discutir. La vida era demasiado corta. Me arrepentía de todas las discusiones que había tenido con mis padres antes de que murieran. Quise retroceder en el tiempo. Durante años, las palabras que les había dicho, las típicas acusaciones de adolescente, me habían dado vueltas en la cabeza sin dejar de atormentarme. Solo el hecho de que Haven sintiera lo mismo lo hacía todo un poco más soportable. El dolor era compartido.

Me levanté, para abrir una brecha entre nosotros.

—Ah, claro, así que ahora te vas. Tenemos que hablar —dijo, con la voz cada vez más aguda—. Dime lo que quieres. Dime si me quieres.

—No sé qué decirte. No quiero casarme. No estoy preparado. Y no sabía que habías empezado a pensar en tener niños.

—¿No crees que la mayoría de la gente se casa a los treinta? Pues todo el mundo lo hace. ¿Por qué te sorprende? Es lo que hace la gente.

No respondí.

—¡Luke! —exclamó.

—¡¿Qué?! —grité, y me arrepentí al instante—. No sé qué quieres que te diga —continué, más suavemente.

—De acuerdo —dijo ella—. Si vas a tener esa actitud, duerme en la habitación de invitados esta noche. No puedes decir que no sabes lo que quiero. Creo que he sido muy clara. Te sugiero que pienses qué es lo que quieres tú. Te doy un mes.

—¿Un mes? —pregunté.

Dio un sorbo a la copa de vino.

—Sí. Tienes un mes para decidir lo que quieres.

—¿Qué quieres decir? ¿Que tengo un mes para decidir si quiero casarme contigo? —pregunté.

—Sí, tenemos que poner un límite de tiempo a esto o…

—¿Y si decido que no quiero casarme?

—No lo sé. —Sonaba cansada—. Supongo que eso será todo. Esas cosas son importantes para mí. Es lo que quiero de la vida, una familia, y si no puedes dármela, entonces…

No tenía que terminar la frase. Lo comprendí. Quedaba un mes para que mi vida cambiara para siempre, tomara la decisión que tomara.

Ashleigh

Richard me miró desde el otro lado de la mesa, con los ojos ligeramente entrecerrados. Estábamos en el que era su restaurante francés favorito. Demasiado masculino para mi gusto —oscuro, con paneles de roble y suelos de madera casi negra—, pero lo recibían como si fuera un viejo amigo, y eso le gustaba. Los camareros se preocupaban por nosotros y nunca surgían problemas. A veces parecía que cenábamos con el personal entre nosotros.

—Estoy encantado de haber conocido a Luke —dijo por fin.

Llevaba tiempo esperando a que mencionara ese encuentro. ¿Nos habría visto cogidos de la mano? Asentí y tomé otra cucharada de sopa para no responderle.

—No sabía que habías quedado con él para comer.

Tragué saliva. ¿Estaba enfadado?

—Fue algo de última hora. Haven, Luke y yo crecimos juntos. Ya te lo dije.

—Sí. Todavía tenéis una relación muy cercana —dijo.

No supe si era una pregunta o una observación, así que guardé silencio, concentrada en mi sopa.

—Es bonito —añadió.

—Lo es. Somos como una pequeña familia.

Asintió y esbozó una generosa sonrisa. No estaba celoso, al parecer. Parecía gustarle todo lo que me hacía feliz. Quería lo que era bueno para mí, y eso era sano por su parte.

—¿Qué tal el trabajo?

—Bien. Ya me estoy acostumbrando. —Richard no llevaba mucho tiempo trabajando en el hospital—. Megan me ha estado enseñando los engranajes.

—¿Megan? —pregunté.

—Sí, Megan Fable. —Puso los ojos en blanco y sonrió.