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Más allá de las investigaciones, los personajes y hechos son ficticios, es decir que cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, por eso inventé ciudades, personajes, hasta empresas de bienes y servicios, donde se pueden observar los rasgos culturales de diversas naciones, sin ánimo de ofender a nadie. Sin embargo, Noveno Arcángel es verosímil, término que utilizó Aristóteles en la Poética para definir que una obra es creíble en el universo propio del autor, por eso la novela se llama Noveno Arcángel, porque ocho existen en el imaginario colectivo, y el noveno en mi novela.Noveno Arcángel se trata de las relaciones humanas y la evolución espiritual hacia una nueva conciencia.
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Seitenzahl: 373
Veröffentlichungsjahr: 2014
Repetto, Leonardo Javier
Noveno Arcangel . - 1a ed. - Buenos Aires : Autores de Argentina, 2014.
E-Book.
ISBN 978-987-711-143-9
1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título
CDD A863
Más allá de las investigaciones, los personajes y hechos son ficticios, es decir que cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia, por eso inventé ciudades, personajes, hasta empresas de bienes y servicios, donde se pueden observar los rasgos culturales de diversas naciones, sin ánimo de ofender a nadie. Sin embargo, Noveno Arcángel es verosímil, término que utilizó Aristóteles en la Poética para definir que una obra es creíble en el universo propio del autor, por eso la novela se llama Noveno Arcángel, porque ocho existen en el imaginario colectivo, y el noveno en mi novela.
Noveno Arcángel se trata de las relaciones humanas y la evolución espiritual hacia una nueva conciencia.
Un nuevo amanecer con un sol resplandeciente e incandescente, jamás visto iluminará toda la tierra, todos los mares, todo lo verde, todos los animales, y los humanos rebozarán de alegría. Desaparecerá para siempre la oscuridad, pues la luz penetrará en los más recónditos rincones del planeta. Pero el amanecer nuevo no será solamente un simple acto de parte de Dios Ni sólo de la naturaleza, sino también de los seres humanos, evolucionados en seres de luz. Esa transformación no será fácil, se hará con dolor, crisis, sangre, herida mortal, fortaleza, coraje y amor, se trata de la noche oscura del alma. Luego surgirá la peor de las batallas, la revolución de las almas. Una vez fortalecidas, todas las almas buscarán al líder. Aquella alma que venció la oscuridad con su antorcha, de ella se encenderán todos las bengalas, una por una. A la vez, cada alma iluminará a otros así cada una aportará un destello de luz insignificante en una impenetrable negrura, sin embargo unidas cada una con su bengala formarán una incandescente candela que vencerá la oscuridad. Con un solo y simple elemento, el amor incondicional por guiar a los seres hacia la luz sin importar nación, color, religión, pues solo importará el color del alma. Solo así surgirá el nuevo amanecer con un sol resplandeciente
Un joven de 24 años, llamado Jeremías Sanmartino entró al inmenso hospital transitando las largas y oscuras galerías de uno de los pabellones del edificio, observando las puertas de madera y lo limpio que estaba el lugar. Cosa que le llamó la atención, ya que las instituciones públicas se caracterizaban por ser sucias, desordenadas y por un gran alboroto que hacía doler la cabeza. También observó que a lo lejos, en la otra punta, se encontraban un par de personas sentadas leyendo revistas o entretenidas con sus celulares, metidas en su mundo. Al acercarse, se sentó en los asientos largos al lado de una mujer huesuda, calva, con la mirada triste apuntando al suelo. Dudó en saludar, le daba miedo romper aquel silencio que se mezclaba con la tristeza de las personas presentes y haciendo un contraste melancólico difícil de quebrantar.
Aquel estado lo fue perturbando minuto a minuto. Comenzó a impacientarse y a pensar cuánto tardaría en hacerse el estudio, ya que aquel lugar le era insoportable. Con sus ojos de color café miró el techo, el cual estaba muy alto, y para despejarse comenzó a contar cuántas lámparas redondas había en ese lugar.
Un hombre de unos cuarenta años, alto, sin ganas de vivir, con una bata, se acercó a Jeremías. Luego hizo un saludo en general, pero Jeremías vio que estaba dirigido a una mujer en especial. Inmediatamente él se paró para darle el asiento, pues el hombre estaba en peores condiciones, tal vez no aguantaría mucho tiempo parado. Le dijo con voz agradable:
—Siéntese.
Sin mucho ánimo le contestó:
—Gracias —y al sentarse le preguntó—: ¿Tú eres nuevo aquí?
—Sí, esta es la primera vez —aclaró el joven observador.
La mujer huesuda lo miró con atención a sus ojos.
—Eres muy joven para estar aquí —habló con mucha pena, hizo una pausa y de una forma segura le dijo—: ¿Estás seguro de que debes estar aquí?
Esa pregunta lo incomodó y de repente se abrió la puerta de madera de doble ancho por donde salió un hombre barbudo con anteojos, con voz potente dijo el apellido “Funes” y la chica de al lado de la mujer interrogadora se fue con él. La mujer huesuda se corrió lentamente e invitó a Jeremías a sentarse en medio del hombre de la bata y ella, pero mucho no le gustó, pues aquellas dos personas eran las únicas que hablaban, y miraban de tal forma que incomodaba. No tuvo otra que sentarse allí y agradecer.
El hombre penoso le dijo:
—Debes prestar atención a los primeros síntomas.
—Claro, claro. Debes hacer caso a Ernesto. Los primeros mareos, sangrado de nariz, debes prestar atención —aclaró la mujer.
En ese momento prefirió el silencio. Le asustaron los comentarios de ella, porque parecían mensajes que deberían importarle y debía reflexionar acerca de por qué le preguntaba si debía estar allí.
Unos gritos lejanos provenientes de la entrada invadieron los pasillos rompiendo la sintonía del lugar. Ernesto sintió el miedo del joven y le dijo:
—Debes alejarte de él.
Jeremías se acomodó en el asiento para poder ver quién gritaba. Solo alcanzó ver a un hombre pequeño que caminaba muy lento y, evidentemente, por los gritos, se quejaba de dolor y nuevamente le dijo al joven:
—Es un jorobado que sufre mucho, se le cae la piel…
La mujer interrumpió diciendo:
—Es un monstruo, se le cae la piel y tiene las extremidades deformadas —Jeremías notó el horror en la cara de aquella mujer.
Todos los que estaban allí asintieron de una forma, estuvieron de acuerdo con lo dicho, eso lo asustó más, y habló sin pensarlo:
— ¿Es malo?
Un señor pálido y cabezón que estaba sentado enfrente asintió con la cabeza y susurró:
—Da miedo, créelo. La adolescente de al lado, se abrazó al hombre y tapó su cara con el brazo de él para evitar verlo.
Miró Jeremías nuevamente al jorobado. Notó que se estaba acercando lentamente y de pronto la mujer le agarró sus muñecas y él emitió un leve grito. Aquélla le dijo sin insinuar acerca del susto:
—No pierdas el tiempo en el jorobado, ¿tú debes estar aquí?
Sin entender demasiado y nervioso, contestó:
¿Por qué insistes con eso?
— ¿Sabes qué día es hoy? —preguntó muy enojada.
—Claro, lunes —contestó, confundido.
Ella miró su reloj:
—Son las 7 de la mañana. ¿No debes estar haciendo algo en vez de estar aquí, en este hospital?
Desorbitado, Jeremías contestó lentamente:
—Creo que sí.
— ¿No debes viajar hoy? —le dijo Ernesto.
Jeremías recordó que debía viajar a una ciudad inquietante llamada Santa Juana de Arco, donde viviría algunos años hasta terminar su carrera, y en ese momento se le juntó la sensación de ansiedad y adrenalina que le producía el viaje porque no aguantaba más, ya quería estar allí. Tenía un buen presentimiento de que había encontrado su destino en aquella ciudad.
—Estás perdiendo el tiempo, no debes estar en el hospital —le gritó, enojada, la mujer.
Conmocionado por el grito notó que el jorobado se estaba acercando más y sintió una gran curiosidad de ver su cara, la cual estaba tapada por una capucha negra, aún no se distinguía bien.
—Date cuenta de que esto es un sueño, ¡es un sueño! —le dijo Ernesto.
El joven olvidó por un segundo al jorobado y solo registró en su mente “¡es un sueño!”. Y recordó que el sábado había sacado el pasaje en la terminal para el lunes a las ocho menos cuarto, lo cual lo preocupaba porque era muy temprano y tenía miedo de quedarse dormido, pero no tuvo opción, pues no tenían pasaje unas horas más tarde, lo sacó muy cerca de la fecha, porque no dispuso de dinero con anterioridad.
En seguida se paró. No sabía a donde ir pero la huesuda tenía razón, él no debía estar allí. Esto era un gran sueño convirtiéndose en pesadilla y, angustiado, se repetía a sí mismo “debo despertar del sueño. Debo despertarme, pues perderé el micro”.
Solo en su mente existía una consigna: “¡despertarse!”. Los gritos del jorobado sonaron más cerca. Seguro que podría ver su rostro pero ahora solo importaba viajar a aquella ciudad donde le esperaban cosas maravillosas y otras no tanto, aunque así es la vida: una montaña rusa que, en los momentos críticos sirve para superarse.
Las personas presentes se pararon y rodearon a Jeremías dando la espalda al jorobado, que le decían una y otra vez como un coro:
— ¡Debes despertarte!
Y él repetía la misma frase:
—Debo despertarme ya.
Ellos, en forma espontánea y coordinado, le aconsejaban:
— ¡Debes despertar!
Jeremías quiso olvidar el grito del deformado y concentrarse en la gente, en su consigna “¡debo despertar!”.
Solo existía eso, al jorobado dejó de escucharlo
Solo oía en forma de un canto armonioso “¡debes despertar!”.
Y así…
Jeremías despertó…
Abrió sus grandes ojos y miró alrededor con su mirada penetrante, se encontró en la pequeña pieza, acostado, ocupando gran parte de la cama, ya que era alto, de musculatura robusta, con su cabellera despeinada de castaño claro; y sintió paz; todo aquello era un sueño. No existió ni la mujer huesuda, ni Ernesto ni aquel perturbador jorobado. Todo fue un maldito sueño, lo importante era llegar temprano a la terminal. Miró su reloj, marcaba las siete de la mañana, como aquella mujer le había dicho. Se destapó urgente. No dispuso de mucho tiempo pero tuvo suerte, se encontraba a tres cuadras de la terminal de Colón, provincia de Entre Ríos. Corrió al pequeño baño a lavarse los dientes. Se vio en el espejo y recordó la pesadilla y los tres personajes extraños, si los viera en la calle podría reconocerlos si realmente existieran. Luego agarró su valija y su bolso de mano preparado la noche anterior y echó a correr hasta la terminal.
A las apuradas llego a la terminal. Aún no estaba el ómnibus. Se encontraba nervioso, pensó que el micro ya había pasado, preguntó en la ventanilla y fue un gran alivio la repuesta de la vendedora “aún falta”. Se acomodó cerca de la plataforma indicada y miró a la gente, las valijas y le llamó la atención una chica de ojos claros como el cielo. Había mucha paz en ellos, eran ojos angelicales, le resultó familiar porque tenía la impresión de que ya la conocía. No sabía de dónde, pero aquella paz ya la había sentido. No le importó que se diera cuenta de que la estaba mirando.
En un momento ella con su piel iluminada y con un vestido blanco hasta los pies lo miró. Sintió mucha alegría y vergüenza, por eso dejó de mirarla y se concentró en las palomas que se acercaban al suelo pero no tardó en observar hacia el costado para verla nuevamente, y ya no estaba, pues la había perdido de vista. Miró para todos lados y no estaba. No entendió hacia dónde había ido, no la vio subir a ningún ómnibus, ni retirarse de la terminal.
Cuando subió al micro le dio tristeza abandonar aquella provincia, en especial su aire, su mundo verde; pero le esperaba algo mejor. En aquella ciudad lo esperaba su amigo Ezequiel, a quien había conocido por las redes sociales preguntando acerca de su pase de universidad. Jeremías quería continuar su licenciatura en sociología en “la enigmática ciudad de Santa Juana de Arco”, así la llamó él, ya no quería seguir en Capital Federal porque no se hallaba en aquel lugar, pues era del interior y en esa inmensa ciudad se perdía. Pegaron buena onda desde los primeros mails, se habían pasado sus direcciones de mail y tan solo se habían visto dos veces. Cuando Jeremías realizó los trámites para la universidad quedó hechizado con esa ciudad repleta de diagonales, plazas redondas y miles de mitos acerca de sectas y masonerías. Era una ciudad sacada de un cuento de suspenso.
Durante el viaje, a Jeremías le invadieron dos sensaciones diferentes, por un lado la alegría de instalarse allá y por el otro la inseguridad que le había provocado la pesadilla, pues se le venían a la mente los rostros de la mujer y de Ernesto, y ciertas frases como “los primeros mareos”, “sangrado de nariz”, “debes prestar atención”, ¿acaso se enfermaría? “¿Sería un sueño premonitorio?”, pensó él. Luego del viaje, cuando estuviera más tranquilo lo escribiría, ya estaba acostumbrado a estos sueños raros.
Por la ventanilla del micro observó que estaba en el puente Zárate–Brazo Largo, había una gran caravana de autos y micros, todo a causa de las protestas y los piquetes. Se fastidió pero no era el único, todos los pasajeros protestaban y más aún cuando el chofer, desde la cabina, dijo:
—Deberán tener paciencia.
Varios insultos escuchó Jeremías pero comprendió que el chofer no tenía la culpa, sino los dirigentes políticos y esa forma característica en Argentina de hacer política en la cual se divide en vez de unir fuerzas, generando odio y confusión.
De pronto sintió que golpeaban la ventanilla y cuando giró su cabeza encontró a aquella chica de ojos angelicales. Se sorprendió y se quedó sin palabras. No comprendía nada, no sabía si hablarle o no, y le preguntó:
— ¿Pasa algo?
Al no contestar, le dijo al hombre que estaba sentado a su lado:
— ¿Hay una chica que me llama?
Fastidioso, giró la cabeza hacia la ventanilla y le respondió:
—No hay nadie. No debes prestar atención.
Aquella frase “prestar atención” le recordó la pesadilla que había tenido, en especial a la mujer huesuda y le invadieron las sensaciones de miedo propio de aquel sueño. Para frenarlo puso más fuerte el volumen de su mp3 y nuevamente escuchó un golpe en la ventanilla. Miró, y esta vez no había nadie, quizás la vez anterior tampoco, y había tenido razón el hombre molesto, y no dio para preguntar nuevamente. Cerró los ojos y sintió nuevamente un golpe. Miró la ventana y no había nadie. Solo se observaba el puente. Miró su reloj de aguja y marcaba las siete de la mañana, era imposible, luego miró su celular, se encontraba apagado. Un malestar le recorrió el cuerpo. Estaba inquieto y el que estaba sentado a su lado le dijo:
— ¿Por qué no sales un rato, no te encuentras bien?
Decidió salir sin decirle nada, sintió que eso se lo había dicho porque estaba molestando y aquel quería dormir. Fue al baño del micro, aunque mucho no le gustó la idea, ya conocía cómo eran los baños de los micros, pequeños e incómodos. Abrió la puerta y vio a una mujer tirada. La piel de ella estaba machucada y tenía lamparones de donde brotaba sangre. Su vestido rojo estaba derretido y pegado a la piel o lo que había quedado de aquel órgano, pues aquella mujer estaba quemada. Se sobresaltó y le dio asco, a tal punto que vomitó en el umbral del baño. Se acercó una persona y lo quiso llevar al baño pero él no quería porque estaba aquella mujer carbonizada, pero cuando miró al baño se encontró con la puerta abierta y lo vio vacío. No había ninguna mujer muerta y le dio vergüenza contarlo.
La persona le aconsejó que saliera afuera a tomar aire y él le hizo caso. Antes agarró su bolso de mano. Bajó del micro y se acercó a la senda peatonal del puente y contempló el río, el aire fresco, las aves que se acercaban al agua. Así consiguió tranquilizarse. Se acercó más a la baranda y las grandes columnas de hierro oxidadas pero muy seguras y alguien le chistó. Se dio vuelta y era aquella chica que tal vez tuviera menos años que él, cerca de veinte años. La muchacha lo llamaba y comenzó a correr hacia fuera del puente. Jeremías, sin saber por qué, la siguió con pasos rápidos. Tal vez sintió peligro y se apuró aún más. Observó en el puente la larga cola de autos, micros y un camión de combustible y pensó que eso podría ser peligroso, podría explotar porque cualquier cosa podía provocar una explosión. Además había un par de autos chocados, encimados unos sobre otros, le pareció bastante imposible que se produjera un choque allí, ya que había una manifestación donde los autos estaban prácticamente quietos por no haber espacio. Los dueños de los coches estaban discutiendo. Jeremías escuchó:
—Te dije que el auto se fue hacia el tuyo sin haberlo manejado, se movió solo.
La chica rubia de pelo corto a lo militar se alejó del puente y se acercó al pasto dirigiéndose al río. Él, sin darse cuenta, dejó el puente y la ruta para seguir por el pasto. Perdió de vista a la chica y pensó que estaba loco en dejar el puente siguiendo una chica que no sabía quién era, y se dijo a sí mismo: “voy a perder el micro, ¡volveré al puente!”.
Mirando el puente, escuchó un ruido ensordecedor y gritos provenientes del puente, observó que grandes columnas rojas se habían torcido hacia el centro del puente como si un tornado hubiera pasado sin que él se diera cuenta y escuchó un ruido seco, que —Jeremías estaba seguro— era de los vehículos, porque habían caído al río. Corrió para socorrer pero una gran explosión lo tiró hacia atrás, cayó en el pasto. Solo logró ver una enorme llamarada en el medio del puente, que se extendió hacia ambos extremos de aquel lugar, y recordó el camión con combustible.
Él quedó acostado en el pasto detenido en el tiempo. No comprendía nada, ya era demasiado la pesadilla, aquella chica rubia de la terminal, los golpes en la ventanilla, y ahora la explosión. Su mente solo se ocupó de aquellos acontecimientos de esa mañana, que eran demasiadas cosas en poco tiempo. Contempló el cielo para calmarse.
Jeremías notó que el cielo que contemplaba era distinto. Parecía un techo. Giró su cabeza al costado y vio una puerta. Ahí comprendió que estaba en una habitación de colores claros, acostado en una camilla. Quizás hacía tiempo pero no lo supo. Debía prestar atención a dónde estaba. Entró una joven enfermera con uniforme celeste de labios gruesos con una mirada que expresaba cansancio. Él, angustiado, le preguntó:
— ¿Dónde estoy? ¿Qué ha sucedido?
— ¡Tranquilo! Por suerte no te ha pasado nada porque estaba lejos del puente. Tienes suerte —se sonrió.
—Pero… explotó todo —afirmó, recordó aquel ruido ensordecedor.
—Un grave accidente. No se sabe que pasó. Por suerte fuiste a pescar lejos del puente y no viajabas como los que estaban arriba del puente, ellos no tuvieron suerte.
Ahí comprendió que no lo habían registrado como viajante o, mejor dicho, como víctima del accidente y prefirió dejarlo así.
Se sentó en la camilla. Sintió un gran vacío. Se dio cuenta de que había perdido su valija, su ropa, sus cosas, recordó que había bajado del ómnibus con su mochila vieja de color rojo, y habló sin pensarlo:
— ¿Y mi mochila?
La enfermera lo observaba todo el tiempo para ver su evolución. Se encontraba en estado de shock, desde horas atrás.
—Tranquilo, está al lado de la camilla, te la dejé ahí, siempre estuvo al lado tuyo.
Se la había dejado desde el primer momento para ayudarlo a salir de ese estado de conmoción, por ser lo único que podría traerlo a la realidad, ya que no respondía a ninguna pregunta.
Cuando la enfermera Elizabeth lo había visto entrar al hospital, había percibido que estaba perdido, pues Jeremías tenía la vista perdida. No prestaba atención, parecía autista, perdido en su mundo. Lo había visto sano pero a pesar de eso le hizo los controles de rutina y fue ahí que se le había ocurrido la idea de dejar su mochila cerca.
Elizabeth no se equivocó, estaba en lo cierto, Jeremías agarró la mochila con mucho cariño. Era todo lo que le había quedado, no tenía familia. En realidad preferiría no verlos y mucho menos pensar en ellos, para evitar el dolor y olvidar su historia familiar. Era mejor olvidar lo malo para no atraerlo. Solo recordaba a su madre, que siempre lo protegía desde el otro plano. Había muerto cuando él tenía cinco años. Quien podría ayudarlo era el licenciado Martín Espíndola, fue su psicólogo en la niñez pero se seguían tratando, ya no como paciente, pues existía una gran relación de padre e hijo entre ellos, pero en ese momento se encontraba muy aturdido como para llamarlo. Además pensaba que había perdido su celular en la explosión.
Elizabeth le preguntó varias veces su nombre y él no respondía, entonces decidió sentarse a su lado y hacerle otra pregunta para ver si se conectaba con el joven:
— ¿Siempre vas a pescar allí?
Lo había confundido con los típicos pescadores que se encuentran en aquella zona y supuso que había sido afectado por la explosión.
Jeremías la escuchó pero no supo qué responder. Si contarle que él viajaba y se escapó del grave accidente gracias a una muchacha a quien había perdido de vista o seguir la historia del pescador, pero eso no importaba. Lo más interesante era que debía viajar a la ciudad porque su amigo Ezequiel lo estaba esperando en la terminal. Así habían quedado para luego ir a la Casona Estudiantil, donde viviría con él. Entonces le pidió un celular para poder conectarse con él. La enfermera le prestó el suyo y él se conectó a una red social. Se encontró con un mensaje de su amigo preocupado y le contó lo sucedido aclarándole en varias oportunidades que él se encontraba bien, para no preocuparlo.
Luego de escribir notó que la enfermera se había ido. Miró el celular y una joven morena con una mancha oscura cerca de la nariz, cabello oscuro atado se acercó al umbral y le habló:
—Hola, ¿cómo te encuentras?
—Bien, ¿y tú?
Afligida, le contestó:
—Mal, no puedo estar con mi hermana Elizabeth, la enfermera que te atiende.
— ¿Por qué no puedes estar con ella?
—Estuve amordazada.
Jeremías, sin entender pero con ganas de comprender, miró el celular y encontró un mensaje de su amigo preguntando dónde estaba. Él quería saber dónde estaba, a dónde había ido a parar y miró a la joven para preguntarle, pero ya no estaba. Le llamó la atención, pues se encontraba muy perdido. Enseguida entró Elizabeth, se había ido por una urgencia y Jeremías, angustiado, le preguntó:
— ¿Dónde estoy?
Con mucha tranquilidad le respondió:
—En el hospital del pueblo.
Al escuchar la palabra “hospital” se le vino a la mente el sueño de esa mañana, la cara de la mujer huesuda y Ernesto, “¿estoy nuevamente en el sueño? ¿Y si estoy en el hospital de mi sueños?”, pensó Jeremías. Se paró y fue hacia el umbral, ya que quería ver el pasillo del hospital, pero tenía mucho miedo, pues ¿qué pasaba si ese, era el lugar del sueño? ¿Estarían ellos y se escucharían los gritos del jorobado?, debía saberlo. Se dirigió al pasillo.
Elizabeth lo notó raro, debía llamar a un psicólogo.
— ¿Pudiste comunicarte con tus familiares?
Jeremías no respondió, solo quería saber la anatomía del pasillo del hospital. Ya estaba cerca del umbral pero ella lo detuvo, le cerró la puerta
— ¡No puedes irte! ¡Cálmate! —le aclaró con voz firme.
Inmediatamente buscó una excusa creíble para no pasar como loco, tal vez lo dormirían con una inyección, un calmante muy fuerte, tal cual como sucedía en las películas, y solo quería ver si era aquel lugar. Recordó que tenía baldosones verde musgo y que el pasillo era oscuro, ya que no tenían ventanales, pues la única luz provenía de los portalámparas redondos. Solo se conformaba con saber el color de los baldosones. Si eran verdes estaría en problemas, pues era el hospital de sus sueños. Inmediatamente se acordó de la hermana de la enfermera y comentó:
—Tu hermana… Me ha dicho que la siga.
Elizabeth, angustiada, se tocó su cabello enrulado. Siempre que estaba nerviosa lo hacía como tic nervioso, frunció el ceño.
—Es imposible —hizo una gran pausa y Jeremías notó su tristeza, pues supo que ella recordaba a su hermana. Dormían juntas en su cuarto y se quedaban hasta tarde conversando acerca de lo que hacían durante el día. Solo se veían al anochecer.
Elizabeth recordó la última noche que habían estado juntas. Había sido a fines de marzo y se habían cumplido dos años de aquella entretenida noche. Prometieron reírse a más no poder, ya que su hermana Helena se iba a estudiar medicina a la ciudad Santa Juana de Arco. Si bien a ella no le había gustado mucho la idea porque eran muy compinches, y, por lo tanto, la iba a extrañar demasiado, la había apoyado porque no podía ser egoísta con su hermana, Helena. Ella le prometió volver en las vacaciones de invierno pero nada de eso sucedió. Nunca volvió. Su último mensaje había sido a días de volver comunicándole lo feliz que estaba por estar unos días con ella.
El caso no estaba resuelto. Sus amigos la vieron por última vez en un boliche y no encontraron sospechosos tanto para la policía como para sus amigos. Solo estaba desaparecida como si un agujero negro la hubiera tragado.
Elizabeth, con una lágrima en sus ojos, le aclaró:
—Es imposible, mi única hermana está desaparecida.
Jeremías entendió que había hablado con una desaparecida. Se preguntó si estaba muerta, pues para él era fácil comunicarse con los espíritus, con gente muerta. El tema era confundirlo con los vivos. Eso era para preocuparse, esas cosas no debían pasar, pues nadie debería saber acerca de su poder. Era mejor ocultarlo. Inmediatamente le dijo:
—Perdón, me confundí, alguien me llamó.
Elizabeth quería reponerse y qué mejor manera que irse afuera del hospital y fumar un cigarrillo.
—Ya viene una psicóloga para verte.
Abrió la puerta y él se apuró, solo quería ver cómo era el pasillo y entonces ahí vio…
Un pequeño pasillo angosto con grandes ventanales que otorgaba una gran claridad al ambiente, cuyos baldosones eran azul oscuro. Se dio cuenta de que era el hospital del pueblo, ya lo conocía y se quedó tranquilo porque no era aquel lugar del sueño y ya no sintió ganas de seguir viendo el pasillo porque era distinto. Se alivió al ver la luz del sol, que provenía de los ventanales. Parecía un lugar iluminado por Dios.
Elizabeth se fue y quedó tranquilo en la camilla, miró su mochila de mano y encontró la bolsa de nylon clara con los billetes de cien pesos. Los contó siempre alerta, mirando la puerta. También vio su celular y le llamó la atención porque no recordó haberlo puesto en la mochila. Agradeció a Dios, ya que era un milagro tener la mochila y su celular a su lado. Luego tanteó sus cartas de tarot envueltas en un paño de color claro. Estaba contento, pues tenía las tres cosas importantes. Luego siguió revisando y encontró el “cuaderno de sueños”, así lo nombraba él, ya que anotaba sus sueños raros, donde pronto tendría que escribir la pesadilla de la noche anterior.
Quedó un día en observación en el hospital, le convenía, ya que él vivía en una pensión —como cuando vivía en la capital de la Argentina— , pero el cuarto no lo tenía más, a causa de que estaba pagado hasta la noche anterior y en ese momento ya estaría ocupado. Si bien en Entre Ríos tenía la posibilidad de vivir con sus tíos, no quiso, pues no le agradaba la idea. Era mejor alejarse de ellos, ni siquiera les había avisado que se encontraría allí durante todo el verano.
A través de su amigo Ezequiel consiguió viajar hacia la ciudad de Santa Juana de Arco. Solo consiguió pasaje hasta la Capital, pues le costó conseguir por la tragedia de Zárate—Brazo Largo. En Retiro lo esperaría Ezequiel, que lo llevaría a la ciudad con el auto de su gran amiga de la universidad, Fátima Petrel. Ella quedó encantada de conocer a Jeremías cuando su amigo le contó que Jeremías había sido rehén del famoso ladrón Mamba, ocasión en la cual pudieron detenerlo, luego de haber dado seis golpes perfectos con tomas de rehenes en cada uno. Fátima siguió su juicio por los medios de comunicación. Aquel hombre, del que no recordaba su nombre, se lo apodaba “Mamba”, ya que tenía tatuado en su brazo derecho la piel de una serpiente y en la espalda la cabeza de una serpiente, pero no solo por eso sino por la perfección que tenían sus golpes y porque con solo tres hombres a parte de él lograba su cometido. Aún recodaba su rostro frío de facciones duras, su cabello cortado al ras, que no hacía falta peinarlo y la cicatriz profunda debajo del ojo izquierdo de color verde claro que resaltaba en su piel tan clara de forma circular con una punta. Esa cicatriz parecía un “6”, al menos así lo veía ella. Ella se fijó por Internet qué significaba su apodo y quedó sorprendida porque era justo el apodo para él. “Mamba” resultó ser el nombre de la serpiente más venenosa del mundo y él era tal cual así, escondía un veneno que se reflejaba en sus ojos claros. Siempre Fátima miraba a una persona a los ojos. Ahí se reflejaba el alma y sabía si era bueno o malo un ser a pesar de lo que quisiera aparentar.
Sintió una gran satisfacción al enterarse de que aquel despiadado ladrón había sido detenido, y aún más cuando fue condenado a veinticinco años de cárcel. Siempre se alegraba cuando sucedía esto, porque de esta forma se hacía justicia, aunque no creía mucho en el poder judicial humano, ya que éste estaba corrompido por la ambición de poder típica de los políticos. La política para ella era sinónimo de poder sucio, por ello estudiaba periodismo, para desentrañar ese oscuro mundo.
Fátima había escuchado que alguien en situación de rehén se había arriesgado a desobedecer, lo cual ayudó a detener al malvado Mamba. Siempre quiso conocer a esa persona, pues le parecía que era una persona digna de conocer por su gran coraje o locura para atreverse a desafiarlo y forcejear. Cuando su amigo le contó, sintió que Jeremías había sido aquella persona y Ezequiel se lo confirmó. Quería más detalles, pero no lo sabía porque jamás había hablado con Jeremías acerca de eso, ya que no se relacionaban mucho.
Jeremías bajó de su ómnibus en la terminal y encontró a Ezequiel, un chico enérgico, de ojos marrones, de estatura media y de cabello corto, que pocas veces se peinaba pero siempre le quedaba bien, según él mismo. Un poco más bajo que Jeremías —en realidad había pocas personas más altas que Jeremías, pues él era muy alto— Ezequiel reconoció primero a Jeremías, si bien lo había visto poco personalmente recordaba su rostro jovial y lleno de vida. Se sentía alegre, había una energía favorable entre los dos, como había sucedido las otras dos veces que se habían encontrado. Al lado de Ezequiel se encontraba Fátima, más alta que su amigo, delgada. Jeremías se sentía nervioso por ella, pues resultó que desde que bajó del ómnibus sintió su mirada y la notó enérgica, divertida y de carácter fuerte. Ezequiel la presentó. Se dieron un beso en la mejilla y Jeremías vio en una de las manos delgadas y delicadas de la chica un anillo de compromiso. Pensó que estaría pronto a casarse y sintió pena, pues presintió una gran magia, pero ella se encontraba prometida.
Se subieron al auto, conducía Fátima. Jeremías se sentó al lado de ella y Ezequiel atrás. Se divirtieron y hablaron todo el tiempo, pero nadie se refirió a aquel grave accidente del puente Zárate–Brazo Largo, ni siquiera Jeremías, pues evitaba prender la televisión para escuchar comentarios de lo sucedido. Estaba impresionado, ya que se había salvado gracias a aquella mujer de ojos claros que supuestamente era una muerta. Era loco para él que una muerta le salvara la vida cuando siempre los fallecidos sentían envidia de los vivos justamente por tener vida, a excepción de los seres queridos, como su madre, que, si bien nunca la visualizó, solo presentía su presencia, en especial en los momentos de mucha soledad. Todo esto lo analizó a través de su propia experiencia con ellos.
Durante el viaje Fátima contó que estaba estudiando periodismo y que trabajaba en el observatorio astronómico de la ciudad, y el viernes próximo tendría una conferencia de prensa sobre el nuevo telescopio que habían comprado, y que aprovecharía ese evento como una práctica para su carrera. Jeremías sintió una gran curiosidad por la conferencia de prensa, ella lo percibió e invitó a ambos, y ellos aceptaron.
Ezequiel notó que Fátima se interesaba mucho por Jeremías y se alegró porque no le gustaba mucho el novio tan serio de ella y no le inspiraba confianza tal vez porque tenía trece años más que él pero era imposible en este año se casarían. Se encontraba en plenos preparativos.
Llegando a la gran ciudad mística sintió ansiedad por conocer la Casona Estudiantil, el lugar donde viviría. No lo conocía, ya que en las oportunidades que había tenido para venir, solo lo había visto por fuera, como si la residencia se hubiera hecho esperar. Aún no había sido el momento para conocerla por dentro. Era un lugar imponente, una casa con tejados azules y dos ventanales grandísimos, de afuera mucho no se pudo observar porque cada ventanal estaba tapado por un grueso, viejísimo y frondoso Ombú, el cual daba un aspecto colonial. En el medio de la casona se encontraba una puerta de roble de doble ancho. Parecía una casa embrujada típica de una película de terror. Era simétrica. Por suerte no presentía cosas malas de aquel lugar, tampoco buenas, algo neutrales. Aquel lugar había sido recomendado por Ezequiel, era una especie de residencia vip, así le explicó su amigo. No cualquiera podía instalarse allí, era una casona antigua restaurada de interés municipal de dos plantas, que contaba con diez habitaciones. Le consiguió un lugar, ya que estaba saliendo con Milena, la hija de la dueña.
Al bajar frente a la Casona Estudiantil, cruzó el pequeño parque y cuando pasó entre los dos árboles sintió que ahí cambiaría su vida, que algo estaría por suceder. No pudo comprender si era bueno o malo, pero, como todo cambio radical, seguramente tendría sus aspectos positivos y negativos. Solo tenía que estar abierto a lo nuevo y estar atento a la gente, ya que no estaba muy acostumbrado a tratar, porque siempre había preferido lugares con poca gente, lugares más tranquilos.
Por eso mismo le había agradado la Casona Estudiantil cuando Ezequiel le comentó acerca de ella. Pero esa vez no había podido acercarse, porque solo había estado una mañana para averiguar sobre la universidad. Su amigo lo había acompañado y luego de almorzar con él había partido. En la segunda oportunidad, cuando se fue a inscribir en la facultad la vio, pues él se acercó hasta ahí porque Ezequiel se había atrasado. Llegó en un taxi desde la universidad, ya que no conocía el lugar, salió su amigo apurado y un poco dormido. Se dirigieron con el mismo coche hasta la universidad, pues se hacía tarde para conocer la Casona Estudiantil y cerca del mediodía partió, ya que estaban ambos muy ocupados en sus obligaciones para seguir un rato más. Jeremías debía llegar temprano, porque al día siguiente debía despertar temprano para ir a clases.
A Jeremías, antes de abrir la puerta de la Casona Estudiantil y conocer de una vez por todas el lugar, le invadió en su mente una pregunta: ¿Por qué no pudo conocer la Casona Estudiantil el año pasado? Y se le vino a la mente el rostro de la mujer huesuda, y pensó: “¿Y si ese sueño está relacionado con la Casona Estudiantil?”. De algo estaba seguro, ese sueño estaba vinculado con su ida a Santa Juana de Arco pero ya poca importancia tenía. Debía disfrutar el momento, es decir, el presente.
Se acercó Ezequiel y notó que Jeremías tardaba en abrir la puerta, lo cual le llamó la atención, ya que veía en Jeremías algo raro, porque era un chico diferente de todos aquellos con los que acostumbraba relacionarse.
Jeremías vio el portero eléctrico y tocó, pero Ezequiel colocó su llave y se abrió la puerta. Era un lugar amplio y claro. Había piso de madera y enfrente de ellos se encontraba una pequeña recepción. Se acercó Milena, la novia de Ezequiel, alegre, de ojos marrones, con un lunar cerca de la nariz que desde lejos parecía un piercing y pelo lacio largo. Ella estaba preocupada porque varias luces de la araña colgante del centro no prendían desde la noche anterior y oscurecía un poco el lugar. Le dio un beso a Ezequiel y luego se presentó ante Jeremías. Por dentro la Casona Estudiantil seguía con la impresión de lo colonial por las tres arañas colgantes, el piso de madera y la escalera de escalones anchos que se encontraba al fondo del lateral izquierdo. Al lado de ellos, a la derecha, había dos sillones oscuros enfrentados con una alfombra roja.
Enseguida llegó Fátima y saludó a su gran amiga Milena, a quien conocía de la época de la primaria y se querían como hermanas. Había una armonía entre los cuatro. Se encontraban muy cómodos, como si a Jeremías lo hubieran conocido de antes. Milena le dijo con su voz dulce:
—Te contó Ezequiel, te preparé la habitación de al lado de él. Así están juntos y tranquilos aquí abajo, donde solo hay cuatro habitaciones, las restantes están arriba.
Ezequiel contó alegremente:
—Te cuento un secreto, si bien las habitaciones de abajo son más chicas, son más cómodas. Además no hay ascensores. Sólo la escalera, y da mucha fiaca —se echó a reír.
— ¡Qué raro! ¿Por qué? —preguntó Jeremías.
—Esta casona es histórica, de la época de cuando se fundó el pueblo, y la municipalidad no permitió romperla para poner el ascensor… lamento por la gente de arriba —respondió Milena, riendo.
—Deberás cobrar más barato si da mucha fiaca —dijo Jeremías, continuando los chistes.
A él le pareció raro que hubiera cuatro piezas, y luego recordó que su amigo le había dicho que había una amplia cocina comedor donde podrían cocinar tranquilamente, y una biblioteca para estudiar.
Ezequiel lo notó cansado y le dijo:
—Te muestro tu habitación al lado de la escalera.
A jeremías no le gustó escuchar eso, no quería estar cerca de la escalera de madera. Le preocupaba escuchar crujir la madera o escuchar pasos.
Ambos se dirigían a la habitación de Jeremías y cuando pasaron por el colgante con cinco lámparas de bajo consumo apagadas, éstas se prendieron y se hicieron notar. Se veía más iluminado, espontáneamente Milena miró para arriba al igual que todos y Ezequiel le dijo a Milena, para dejarla tranquila, ya que se había molestado la noche anterior por el mal funcionamiento de las lámparas:
—Viste, Milena, que no se habían quemado.
Jeremías notó que se dirigió a Milena de una forma cariñosa. Eso daba la impresión de que realmente la amaba y que sentía algo especial por ella.
Milena quedó atrás pensando en que se habían quemado, pues ella en la noche anterior había prendido la lámpara y había visto unos chispazos de color azul y luego un poco de humo, y jamás volvieron a encenderse por más que intentara prenderla. Algo especial había sucedido justo cuando estaban ellos, los cuatros o Jeremías que era el nuevo pensó Milena.
Fátima no notó a Milena rara porque estaba mandado un mensaje por celular a su prometido, que le había preguntado cómo estaba. Jeremías y Ezequiel estaban entretenidos hablando sobre el lugar, acercándose a su habitación. Enseguida entró Rodrigo a la Casona Estudiantil, otro estudiante que estaba allí, de cabello corto, castaño oscuro, amigo de Ezequiel. Cuando pasó por la araña explotaron tres de las lámparas, y cayeron los vidrios al suelo de madera. Milena y Fátima pegaron un grito que se escuchó en toda la planta baja. Ezequiel y Jeremías miraron para atrás. Se acercaron a ellas y Milena abrazó a Ezequiel, el chico que amaba porque ella sentía que algo significaba y tenía razón. Las lámparas estaban quemadas. ¿Y por qué se encendieron cuando estaban los cuatro, más precisamente cuando pasaba Jeremías?, ¿o era todo casualidad? El destino le estaba indicando algo pero no sabía qué significaba.
Luego del incidente, Jeremías quiso escabullirse hasta su habitación porque quería estar solo, ya que estaba cansado. Fue un día muy complejo, en realidad desde el día anterior, por el sueño, el accidente y además estaba preocupado, pues él no tenía una fuente de trabajo. El trágico hecho lo había dejado sin nada, había perdido sus pertenencias y solo tenía el dinero del nylon, pues debería hacer un extremo ahorro, ya que él en realidad nunca había trabajado. Jeremías tiraba las cartas del tarot de Ángeles, con eso se ganaba el dinero, y no quería decírselo a Ezequiel ni a nadie de la Casona Estudiantil porque le daba vergüenza, pues ellos eran de otra posición social. Los billetes del nylon los había conseguido de otra manera que no estaba muy de acuerdo con su moral pero no le había quedado otra opción. Así, con ese dinero, podría pagar la estadía, pues era muy costosa para él.
Ezequiel se quedó hablando con Rodrigo, luego notó que Jeremías estaba alejado, llegando a su habitación. Entonces apuró los pasos hasta allí porque no quería dejarlo solo.
Rodrigo observó a todos, Milena y Fátima estaban juntas hablando y Ezequiel al lado del chico nuevo, en fin, todos ocupados. Se fue a su habitación de la planta de abajo. Él había venido de correr como otras veces pero ellos estaban ocupados como el lunes anterior, cuando se jugó la final del torneo de tenis y su amigo Ezequiel no fue por esperar a Jeremías.
Pero el viaje no se había concretado, por lo tanto podría haber visto la final como otras veces; ya que valía la pena porque él ganó.
Jeremías, con mucho entusiasmo, abrió su puerta de madera oscura que correspondía a la habitación uno. Se encontró con una hermosa habitación de colores claros, amplia a pesar de la advertencia de su amigo pero con un baño un poco pequeño con una buena bañera que le serviría para relajarse como acostumbraba. Miró la cama que estaba cerca de la puerta y solo pensaba en descansar y dormir un rato. Se acercó a la ventana que daba al patio y la abrió para respirar aire fresco. Había una buena mirada, ya que daba al parque de atrás, donde se visualizaba un aljibe de color amarillo.
Ezequiel lo notó cansado y le dijo:
—Bueno, cualquier cosa estoy al lado tuyo. Te dejo tranquilo —y se marchó cerrando la puerta.