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Un sobre misterioso. Cuatro dibujos hechos con caracteres raros. Un antiguo teléfono rojo. Elvis Caronte, un simple migrador de libros que lleva una vida rutinaria sin sobresaltos. Sólo faltan unos meses para que su trabajo se termine y no tenga otra cosa que hacer. Un sobre, cuatro dibujos y un antiguo teléfono rojo. Papel y tecnología del pasado. La vida de Elvis cambiará abruptamente cuando esos objetos de crucen en su camino.
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Seitenzahl: 604
Veröffentlichungsjahr: 2014
Di Giorno, Martín
Númen. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2014.
E-Book.
ISBN 978-987-711-203-0
1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título
CDD A863
© 2014 Martín Di Giorno
Diseño de tapa: Paola Spigardi
a P.K.D, W. G., R. B. , G. C. y
a todos los que aman la ciencia ficción
Algunos creen que existe una relación entre el nombre y la persona que lo lleva. Sostienen también que ciertos apellidos condicionan el futuro de quienes así se llaman. Llamarse Caronte de apellido siempre significó un problema.
Y llamarse Elvis Caronte, más aun.
Recordaba interminables y dudosas genealogías recitadas por su padre, que aseguraban que algún tipo de corrupción fonética habría trasformado un distinguido “Charonté” en un mitológico y siniestro “Caronte”.
Tampoco le hicieron un gran favor al llamarlo “Elvis”.
La vigencia de The King of Rock n’ Roll jamás se terminaba. Sus canciones siempre sonaban en alguna parte, y siempre alguien le decía “Ah, Elvis, como Elvis Presley,” o directamente tarareaban alguna canción el antiguo ídolo. “Y a mi vieja le gustaban las canciones de Elvis”, solía responder en una época ya distante, antes de pasar a contestar con simples onomatopeyas monosilábicas. Él odiaba ese tipo de música.
Detestaba los lunes a la mañana. Solía despertarse de mal humor, especialmente los lunes. Prefería caminar hacia su lugar de trabajo en vez de ir con su auto, o en cualquier otro medio de transporte. No era una distancia larga; dedicaba ese tiempo a no pensar en nada en particular. O, en todo caso, en las cosas que le gustaría hacer en la semana y que, por lo general, no hacía. Era la primera pincelada de gris monótono que se extendía sobre su existencia cotidiana, renovada cada mañana. Imperios nacen y se derrumban en un día, se dijo sin motivo aparente.
Encendió un cigarrillo que sabía que iría colgando de sus labios gran parte del trayecto, hasta consumirse por completo por acción del viento frontal. Ese viento gélido de la mañana, que azotaba su rostro, hacía que la brasa del cigarrillo se inflamara hasta convertirse en un punto de luz naranja. El invierno se insinuaba en cada soplido que levantaba hojas amarronadas por el camino. El frío se depositaba en todas partes como una fina capa de polvo. La “ciudad verde” estaba bastante gris.
Caminaba con las manos en los bolsillos de su viejo sobretodo de lana (en realidad era una imitación de segunda generación) por las anchas veredas de hormigón que se internaban en una zona parquizada. Las arboledas, desnudas y grisáceas, se extendían hasta el emplazamiento del edificio central de la cooperativa La Donosa. Mantuvo la vista fija en la estructura neo-post-racionalista que alzaba sus treinta pisos hacia el cielo. Era un edificio feo que combinaba una estética de líneas simples y funcionales con detalles de increíble mal gusto, como unas enormes columnas dóricas que flanqueaban la entrada de noMármol negro estilo racionalista de principios del siglo XX; vigilada a su vez por dos enormes gárgolas medievales hechas de hormigón. Elvis no se cansaba de admirar la fealdad de ese edificio. Esa parte de Buenos Aires se caracterizaba por edificios de esa clase, que parecían competir entre sí por convertirse en el canon de lo feo. La convivencia de distintas políticas urbanas, incompatibles entre sí, era la demostración palmaria de las divergencias entre las cooperativas que se encargaban de la administración de la ciudad.
Sus pies avanzaban por el camino de manera automática, como si estuvieran montados sobre rieles. Era incapaz de explicar por qué le gustaba ese itinerario, y no se apartaba de él ni un paso. Veía a la misma gente, un montón de extraños conocidos. Rostros sin nombre que pasaban junto a él inmersos en sus pensamientos o en vaya a saber qué. Algunas de esas caras sonreían al cruzarse con él, otras permanecían ceñudas, otras, inmutables. Ese periplo era, en miniatura, una representación metafórica de cómo se sentía Elvis. Preso de una rutina que, paradójicamente, parecía disfrutar.
Desde hacía un año, Elvis ostentaba el título de “invasor” en el edificio de La Donosa. Pertenecía a una cooperativa residual, la Nacional. Ésta se había encargado de la migración de todo lo existente en papel al formato eTex y eTex sólido. Los archivos en papel y las antiguas bibliotecas de libros se habían transferido, casi en su totalidad, a eTex. Lo que ya se había migrado de un soporte a otro, se destinaba al sector del reciclaje múltiple. La Nacional ya no tenía una sede única, razón por la cual sus dependencias estaban desperdigadas en varios edificios de otras cooperativas.
La fealdad del edificio no se limitaba a su imagen exterior. Toda la construcción era una prueba tangible de la funcionalidad reñida con la apariencia. La oficina que ocupaba Elvis, por ejemplo, tenía dimensiones extrañas: demasiado angosta y demasiado larga; casi parecía un pasillo. En un principio supuso que le habían asignado ese espacio por no ser miembro de la organización. Luego descubrió que la mayoría de los despachos de todo el edificio terminaban por parecerse en algún aspecto. La falta de funcionalidad era la constante.
Salió del ascensor casi por inercia. La misma inercia que lo acompañaba desde que se había levantado de la cama. La misma inercia que lo condujo por el pasillo hasta la puerta de su oficina. Sin embargo, evitó que esa apatía dueña de sus movimientos lo hiciera entrar. Avanzó unos pasos más hasta la puerta siguiente. Antes de abrirla, ya podía escuchar el rumor que procedía del interior. Junto a su oficina estaba el depósito de libros. Ese había sido el motivo por el cual lo habían enviado a un piso alto dentro del edificio. Era el único lugar donde había un espacio grande disponible. Se trataba de algo más que un simple depósito, en esa sala estaban las máquinas que se encargaban de la migración a eTex. Las luces se encendieron gradualmente. Grandes pilas de libros, construidas con precisión, cubrían toda la estancia. Sobre el techo, unos brazos robóticos, delgados y arácnidos, se movían de un lado a otro montados en una especie de intrincados rieles. Se encargaban de manipular los polvorientos volúmenes según las instrucciones de PAO, la inteligencia artificial que controlaba todo. Pese a que había un sistema de ventilación más o menos eficiente, el olor a humedad del papel viejo era muy intenso. Elvis estaba tan habituado a él que ya no lo percibía. En el otro extremo de la sala, las dos máquinas transcriptoras hacían su trabajo silenciosamente. Una vez que finalizaban, los mismos brazos arácnidos se encargaban de retirar el libro.
—De libro a basura—musitó Elvis.
Caminó entre las pilas de libros sin mirar nada en particular. Pensó en la distribución de los libros que determinaba PAO y en la similitud, puramente formal, de las montañas de libros que inundaban la casa de su tío Gervasio, de quien había heredado el puesto en La Nacional. El viejo tío se hubiera enfurecido de haber escuchado la comparación.
—Los últimos…—meneó la cabeza y salió del depósito.
Abrió la puerta de su oficina con desgano. Estaba cubierta de archivadores antiguos y aparatosos, anaqueles amurados a las paredes, y distintos muebles feos y poco prácticos. Reparaciones improvisadas justificaron la instalación de una tubería que sobresalía de la pared, casi tanto como un archivador y, como es de suponer, dificultaban el paso. En especial el de Elvis, que era alto y muy corpulento. Sus dimensiones físicas lo hacían sentir bastante constreñido en ese espacio.
Las paredes ignífugas estaban pintadas de un color verde pálido que causaba una sensación de aburrimiento con solo mirarlo. Sobre las paredes colgaban varias pantallas-VIN de gelatrón ultra delgado. Como si quisiera evitar que ese verde agobiante se asomara por los espacios libres, había puesto viejos afiches de bandas de heavy metal del siglo XX, que en algunos casos eran verdaderas piezas de colección. Quizás era lo único en esa oficina que no tenía aspecto viejo y desvencijado. Estaban cuidadosamente conservados y enmarcados detrás de láminas de polímeroM.
Se quitó el sobretodo para, casi inmediatamente, meterse en su delantal blanco e inmaculado, como si necesitara protección contra algún influjo negativo que emanaba de ese lugar. Sus brazos gruesos y cubiertos de coloridos tatuajes se introdujeron en las mangas de la prenda rápidamente. Con el cambio de indumentaria era como si se produjera una metamorfosis, como si se invistiera de otra personalidad. Le gustaba el guardapolvo porque le confería un aire de seriedad a su trabajo. En alguna ocasión su tío (seguramente ebrio, como era habitual), había soltado alguna oscura disquisición respecto a la autoridad que emanaba de los guardapolvos blancos. La humanidad aun no ha superado esa fuente de legitimación: cualquiera vestido con delantal blanco parece serio, sostenía. Sin asumirlo del todo, él también pensaba que cualquier cosa que dijera sonaba mejor cuando tenía puesto el guardapolvo. Era la única pieza de su indumentaria que estaba nueva y reluciente. Acomodó las solapas de un tirón y miró con indiferencia la oficina, como si se resignara a entrar en el ámbito que más le recordaba la rutina.
Caminó hasta el fondo de la oficina, poniéndose casi de perfil para sortear la enorme tubería que sobresalía de la pared y que su voluminoso abdomen rozaba; sus gastados borceguíes de noCuero crujieron sobre el piso de linóleo amarillento.
Se detuvo frente a su escritorio, otro de los tantos muebles que había heredado de distintos reacomodamientos dentro de la estructura de la cooperativa. A veces se preguntaba por el derrotero de algunos de los muebles que estaban allí. Algo interrumpía la superficie rayada del escritorio, algo que contrastaba violentamente en la composición aburrida de la mesa y los otros objetos que estaban sobre ella. El gran sobre blanco y rectangular aparecía como un manchón luminoso. Se dejó caer sobre la silla, el cojín emitió un ruidoso soplido al recibir el enorme cuerpo. Mantuvo su mirada en el sobre sin tocarlo.
—¿Y esto?
Se colocó un par de guantes y sostuvo el sobre entre sus grandes manos. Lo examinó con una expresión de confusión en sus ojos pequeños y perdidos bajo un poblado entrecejo. No se trataba de correspondencia interna de la cooperativa. Y era de papel. Impecable e inodoro, como si no lo hubieran usado nunca. Antes de abrirlo lo miró con detenimiento. Era liviano y muy opaco, no se podía ver su interior al trasluz. Sobre una esquina, con letras muy prolijas estaba escrito su nombre. No había ningún remitente ni nada que pudiera identificar el origen del sobre. Tampoco tenía los códigos de catalogación de la cooperativa. Lo abrió cuidadosamente, casi con respeto por el noble material del que estaba hecho ese sobre.
—¡A fin de año, chau!—exclamó una voz desde el vano de la puerta, Elvis se sobresaltó, estaba demasiado concentrado en la operación; unas hojas de papel se asomaron del interior del sobre, y una se deslizó al suelo con un ruido similar a un aleteo.
—¡Qué susto me diste, pelotudo!—gruñó Elvis alzando la vista hacia su interlocutor. Sintió un leve hormigueo en las articulaciones.
Un hombre de edad indeterminada y de estatura mediana, vestido con un traje negro, brilloso y mal planchado, estaba apoyado contra el marco de la entrada. Tenía el nudo de la corbata flojo, lo que le daba un aire de fatiga. Un par de ojos pequeños y cargados, tapados por unas cejas espesas y renegridas, daban la misma impresión. También la forma de hablar. Tenía, sin embargo, un tono arrogante. Su barba en forma de candado se torció junto con una sonrisa. Entró en la oficina sin esperar una invitación de Elvis.
—Mirá Babiloni, ya estoy enterado, no hace falta que me vengas a informar…—se quitó los guantes y dejó disimuladamente el sobre en un cajón; el hombre sonrió con las manos en los bolsillos. Por la forma en que lo miraba, Elvis estuvo seguro que estaba conectado al Cielo en ese preciso momento, participando de alguna sesión plural o algo por el estilo. Quienes tenían implantes TCH desde hacía poco tiempo, solían ladear la cabeza cuando participaban de una sesión plural, y al mismo tiempo, mantenían una conversación con alguien. Era una costumbre que detestaba.
—Justo pasaba por acá, y pensé “Caronte no debe saber nada”— Babiloni se rió abiertamente—, los de La Nacional Residual nunca se enteran de nada, como andan desperdigados por todo Buenos Aires— remarcó la palabra “residual” con aparente placer. Elvis lo miró con recelo.
Cada palabra de Babiloni estaba impregnada de algún (probablemente ponzoñoso) doble sentido. Como owen de la cooperativa, se creía dueño del edificio, y realmente le molestaba la presencia de Elvis y su “embajada” de otra cooperativa en extinción. Si bien esto no obstaculizaba en nada las actividades de La Donosa, a Babiloni no le gustaba ese invasor sobre el cual no tenía ninguna autoridad. Y menos aun que gran parte de ese piso fuera un depósito de libros y papeles viejos.
Elvis miró disimuladamente lo que se había escurrido del sobre y que se asomaba por debajo del escritorio, casi a los pies de Babiloni. Una hoja de papel, demasiado blanca.
—La Federación de Cooperativas ya lo aseguró, la migración a eTex está terminada para fin de año ¿no?—Elvis asintió con un leve cabeceo.
—Sí, para fin de año, así lo dijeron—trató de atrapar la hoja que estaba en el piso aparentando poner atención en lo que le decía su interlocutor—. Vos igual preocupate por tú cooperativa—acentuó el posesivo.
—Y no, no es lo mismo ¿eh, Caronte?—Babiloni siguió mientras meneaba la cabeza, dispuesto a continuar el hostigamiento, de nuevo la sonrisa torcida—. No es lo mismo administrar el AveNus que estar transcribiendo libritos y esas cosas.
—Vos—entrecerró los ojos, seguro de que Babiloni estaba compartiendo la conversación con otros usuarios del Cielo—, ustedes preocúpense por lo que hace La Donosa—volvió a decir Elvis enérgicamente, mientras su borceguí intentaba atrapar la hoja.
Babiloni sacó algo de su bolsillo pero se le cayó al suelo. Al agacharse se encontró con la hoja.
—¿Y esto? ¡Qué blanco, che!
Se incorporó lentamente con la hoja en la mano. Era una hoja de papel impecablemente blanco cubierta por unos extraños dibujos. Babiloni la sostuvo pero Elvis se la arrebató rápidamente, saltó hacia delante como una morsa a la que le arrojan un pescado. El sillón emitió un fuerte soplido al volver Elvis a su posición inicial.
—¿Eso no es papel?—hubo una expresión de incredulidad en el rostro de Babiloni, reemplazada pronto por un brillo pérfido en sus pequeños ojos, sus comisuras se curvaron—¿El papel que no es tri-reciclado, no es ilegal?
Un momento de tensión inexplicable se dio en el pequeño espacio entre Babiloni, el escritorio y Elvis.
—Sí, sí—hizo un ademán como para que se fuera y guardó la hoja en el cajón junto con el sobre—. Ahora tengo que hacer el informe—trató de demostrar cierta autoridad, después de todo, él no tenía nada que ocultar respecto a esos asuntos.
—¿Todavía hay cosas en papel, che?—preguntó con su sonrisa torcida e hipócrita; Babiloni, en realidad, no tenía ningún interés en el tema. Era de los que pensaban “quememos el pasado”. Para gente como él, el papel era sinónimo de pasado—. Y bué, a fin de año…—se alzó de hombros e hizo un gesto con el brazo—, a volar de acá. Vos y toda esa…—frunció los labios—… mierda que ocupa todo el piso.
—Tengo trabajo que hacer—Babiloni se marchó dejando un rastro de risas falsas detrás de él.
—Sí, seguro. Trabajás igual que nosotros con el AveNus. Mientras ustedes siguen boludeando, nosotros instalamos la antena más grande del mundo en cima del AveNus. Ahora es el sistema de comunicaciones más poderoso de la Tierra— la voz de Babiloni, incorpórea, se perdió en el pasillo—. ¿No ves a Malika, eh?
—Andate al carajo—gruñó entre dientes.
Elvis cerró la puerta y luego regresó hasta el escritorio, no sin putear a la tubería que lo obligaba a hacer contorsiones cada vez que pasaba. Con cierta ansiedad abrió el cajón. Estaba por tomar el sobre, pero antes volvió a colocarse los guantes. Puso el sobre encima de la mesa. La hoja que se había caído al piso era tan blanca que el reflejo opaco del tapete parecía oscuro a su lado. Era la primera vez que veía papel tan blanco y que no olía a humedad. (Sabía que el papel, un derivado de la pulpa de madera, era un soporte anterior al proceso de tri-reciclaje. En la época en que comenzó la manía del reciclaje, el papel se comenzó a fabricar con sustancias insospechables).
El contenido de esas hojas no era menos llamativo. Sobre la superficie inmaculada, había una serie de dibujos de aspecto infantil. Pronto notó que los trazos, gruesos e imprecisos estaban formados por pequeños símbolos. Ningún trazo era continuo. Eran una mezcla de pictogramas con símbolos de aspecto geométrico. Le recordaban los símbolos chinos que veía en el distrito chinesco.
Rascó su tupida barba y observó el sobre. Dentro de éste había una carpeta, de un material que también parecía papel; de mayor gramaje; y contenía otras tres hojas similares a la primera, pero con otros símbolos. La carpeta, de un color amarillo pálido tenía una inscripción en una de sus caras.
—Numen— musitó al mismo tiempo que apagaba el cigarrillo—¿Numen?—se reclinó en el sillón. Tenía las cuatro hojas y la carpeta desparramadas sobre su escritorio—. ¿De dónde salió esto?—no había ningún código de catalogación ni nada que denotara el paso de ese material por el archivo de La Nacional.
Con sumo cuidado, devolvió las hojas y la carpeta al interior del sobre, se quitó los guantes, y activó su implante TCH. Se pasó la punta de los dedos detrás de su oreja derecha. No hacía mucho tiempo que tenía ese implante debajo de la piel.
—PAO, buenos días—Elvis era bastante formal, no acostumbraba a dirigirse a una inteligencia artificial sin saludarla—, alguien me dejó un sobre con unas hojas de… de papel.
—Buenos días, señor Caronte. PAO no tiene ningún registro— una voz neutra y asexuada sonó en su cabeza, el TCH no necesitaba más que se pensara en lo que se quería decir, que se “mentalizara”.
PAO era una IA-M serie III, nivel de inteligencia tres en la escala unificada de Turing. Desde el momento en que se puso en marcha, hubo muchas quejas respecto al bajo factor de acumulación cognitiva que tenía el sistema. Otros operadores como Elvis consideraban que PAO no servía para hacer lo que el viejo Scriptoria hacía perfectamente. Esa IA había reemplazado al sistema de migración Scriptoria, que estuvo en servicio durante casi veinte años. Elvis lo había usado durante bastante tiempo; todavía lo extrañaba.
—¿No sabés quién dejó este sobre acá?—mentalizó Elvis observando los símbolos en las hojas. Varias veces olió todos los papeles y el sobre, ninguno despedía ese aroma a humedad al que estaba acostumbrado, especialmente el de las remesas de libros que se acumulaban en el depósito. Ese papel estaba perfectamente desodorizado. Esa falta de olor le confería un aura de mayor extrañeza.
—PAO no tiene ningún registro—reiteró la voz.
—Che, gordo, ¡cómo les rompieron el culo ayer! ¡Tres a cero!— Elvis, murmurando un juramento, activó los filtros de restricción de su TCH. Alguien se había “enganchado” en su canal. Cuando activó su TCH no había puesto ninguna restricción (un error típico de los que no estaban habituados a las conexiones plurales en el Cielo).
—¿Cómo llegó este sobre acá?—sostuvo una de las hojas entre sus dedazos, luego la dejó junto a las otras.
—PAO no tiene ningún registro—repitió una vez más la voz.
Elvis miró el dibujo que formaban los símbolos con una extraña fascinación. Tamborileó sus dedos sobre el escritorio, sin darse cuenta, su pie marcó un ritmo sincopado.
—PAO—se rascó la barba mientras reclinaba el sillón, casi tocando la pared que estaba detrás de él—, ¿podés analizar esto?—desplegó la terminal-E que estaba en el otro extremo del escritorio y apoyó cuidadosamente una de las hojas sobre la platina de gelatrón para que PAO la registrara.
PAO no respondió.
—¿PAO?—habló en voz alta. Se concentró en la pantalla-VIN de la anticuada terminal-E.
—PAO inicia el análisis.
—¿Tenés registrado el nombre Numen?—se hizo un silencio más prolongado de lo habitual—¿PAO?
—¿Numen?—de nuevo el silencio. La platina de aspecto gelatinoso emitía un leve destello— PAO no tiene ningún registro de Numen en las bases de datos que asocien el material presente a ningún nominador. El señor Caronte puede reformular la petición. Labúsquedaen el Cielo arroja 5890322 resultados relevantes en 0,002 segundos.
PAO transfirió un listado enorme a la pantalla-VIN. Lugares en distintas partes del mundo, palabras en latín, sitios de cualquier cosa, y el pseudónimo de una pintora más o menos conocida. La relevancia de toda esa cantidad de información tan disímil no parecía ser clara a primera vista. Elvis se decidió por el foro de la pintora.
—Numen…—musitó. Habilitó la interface táctil de la terminal-E para extraer las imágenes que estaban en el foro de la tal Numen. Los cuadros que aparecían exhibidos eran grotescos. Parecían dibujos infantiles hechos de mala gana, trazados por un pincel tembloroso y errático. Los colores aparecían en combinaciones tan estridentes que era imposible que, al cerrar los ojos, las retinas no quedaran abarrotadas de figuras fantasmagóricas. Miró unos cuantos cuadros hasta que se hartó. Dentro de esa galería de imágenes había algunas de la autora. Era una muchacha delgada de aspecto enfermizo, muy pálida y ojerosa. Su verdadero nombre era Svetlana Garbauskas.
—Parece un vampiro—se frotó los párpados como para contrarrestar el efecto molesto de esas pinturas que no se iban de su campo visual. El rostro de Numen era tan blanco que su cabellera lacia parecía un marco negro.
Nada de lo que encontró en ese foro y otros relacionados con la tal Numen tenían que ver con las hojas. Comparó los dibujos de los papeles con varias obras de la artista. No podía decirlo con toda seguridad, pero tenían una cierta reminiscencia. Resopló por la nariz.
—¿Alguna conclusión de las hojas?
PAO no respondió. Elvis se dio cuenta que había pasado bastante tiempo desde la última vez que PAO había hablado.
—¿PAO?
No hubo respuesta.
Elvis consultó la terminal-E y su TCH, PAO había desaparecido.
—¿PAO?—dio un golpe sobre el escritorio.
—No, Caronte, no, la puta madre…—un rostro abotagado y de labios gruesos protestó en la pantalla-VIN, la furia contenida le teñía de colorado las mejillas—, ya teníamos bastantes problemas para llegar a… ¡El último acceso de PAO fue de tu sector!—todas las “s” que pronunciaba sonaban como agudos silbidos de aire, que se escurría entre un par de incisivos grandes y separados.
Elvis ensayó una rápida explicación de lo que supuestamente había ocurrido. En realidad, no tenía idea qué había pasado.
—Paganesi—dijo mientras miraba la cara de batracio que ocupaba gran parte de la pantalla—, lo único que hice yo fue transcribir unos papeles que me llegaron, que no figuran en el catálogo y que…
—¿Papeles?—la cabeza redondeada de Paganesi tenía un par de mechones de cabello blanco que se proyectaban hacia los costados como un par de alas—¿Qué papeles, Caronte?, ¿papeles no catalogados?—apretó los labios, la enorme papada que rodeaba el rostro tembló levemente—¡Ya está todo catalogado, Caronte! Lo que falta migrar está en los depósitos. Todo lo demás no existe.
—Puede haber un error en…
—¡La migración a eTex termina a fin de año! Todo lo que todavía está en papel figura en el catálogo—estalló Paganesi—¡Lo demás no existe!
Elvis se mordió los labios discretamente. El owen de La Nacional (residual) era de los que pensaban que si había algo en papel era porque ya no tenía ninguna utilidad. Hacía tiempo que el proceso de migración se había transformado en una excusa para producir materia prima para el sector de reciclaje.
—Si hubo un error o no de catalogación me importa un carajo—siguió Paganesi, sus ojos pequeños y celestes se perdían dentro de un par de bolsas enrojecidas—. Ahora tenemos una demora no prevista hasta que se restaure PAO—golpeó una mesa que estaba fuera del campo visual—. ¡Babiloni tiene razón cuando dice que los de La Nacional son una manga de inútiles!
—Avíseme cuando termine, Paganesi—con la interface táctil redujo la ventana de la comunicación a un rectángulo minúsculo y dejó el volumen al mínimo—. Tengo cosas que hacer—se escuchó un murmullo indistinguible y luego todo quedó en silencio. Extendió las cuatro hojas sobre el escritorio y las observó mientras se rascaba la barba. De reojo miró la enmudecida terminal-E.
—Sapo hijo de puta, vos te querés pasar a La Donosa como sea.
Estuvo un largo rato con la mente en blanco y la mirada perdida en un punto cualquiera de la pared. Lentamente, los pensamientos fueron surgiendo del fondo de su consciencia con la suavidad de una araña, de a una pata por vez. Le parecía increíble que le echaran la culpa por la falla de PAO. Las máquinas fallan, se dijo. No se imaginaba la naturaleza del problema (a juzgar por lo que tardaban no era nada simple), pero no lo asociaba con esas misteriosas hojas cubiertas de símbolos. Papeles en muy buen estado como para no existir, como pretendía el owen Paganesi.
Volvió a ponerse los guantes y colocó las cuatro hojas formando un gran rectángulo, tenía la esperanza de encontrar alguna pista. Probó distintas posiciones pero no parecía que las cuatro hojas juntas formaran un dibujo más grande. No, no era un rompecabezas. Los dibujos eran extraños, uno parecía un gato de cinco patas. Tal vez sí había relación entre esos dibujos y la tal Numen.
Observó la imagen ampliada de los símbolos que daban forma a los dibujos. Estaban prolijamente alineados y cuidadosamente confeccionados. No tenía elementos para analizar ese tipo de impresión. Si bien estaba seguro de que esos extraños caracteres no estaban escritos a mano, costumbre bastante rara en la actualidad, decidió bautizar a esas hojas “manuscrito Numen”.
—Tal vez sea un nuevo manuscrito Voynich—pasó la mano por encima de las hojas con una mezcla de respeto y cuidado. Pensó que la migración a eTex se había vuelto un tamiz que separaba lo que valía la pena conservar de lo que no.
****
Estuvo casi todo el día tratando de averiguar algo sobre esos papeles. Hizo una copia del “manuscrito Numen” e investigó en cientos de sitios del Cielo sin obtener ningún resultado. Del torrente de información que había buscado PAO en un principio lo único que lograba era confundir más las cosas. No era la primera vez que por tratar de investigar de esa manera terminaba más perdido que al comienzo. Tampoco encontró ningún dato de cómo llegó ese sobre a su despacho. No había rastro en las cámaras de seguridad. Prácticamente nada se enviaba dentro de un sobre de papel. Ni siquiera lo que todavía quedaba en papel tri-reciclado. Había aparecido sobre su mesa por arte de magia. ¿Podía ser una broma? ¿De quién? Guardó las hojas, la carpeta y el sobre dentro de un cajón.
****
Caminó por el silencioso depósito que estaba al lado de su oficina. Las máquinas transcriptoras estaban detenidas. Por lo visto PAO todavía no se había restaurado. Observar esas máquinas paralizadas le trajo a la memoria el viejo y fiel sistema Scriptoria. Las pilas de libros casi rozaban el techo de la sala. Los brazos arácnidos habían quedado inmóviles, el sistema no recibía ninguna instrucción.
—Estos son los últimos que quedan acá—pasó la mano por una torre de libros prolijamente edificada en un rincón. Pensó en voz alta sin que mediara ninguna sensación de melancolía. Era raro, por primera vez en muchos años había pasado algo que rompía su rutina.
****
La inmensidad del cielo estrellado se extendía sobre las azoteas de los edificios iluminados de manera desigual. La noche cayó bruscamente como un telón de tela gruesa y negra. En la terraza del edificio de La Donosa, Elvis tomaba una taza de café y fumaba un fasoLunar, una variedad de cannabis supuestamente cultivada en la Luna. El viento nocturno era frío, por momentos las ráfagas cobraban un vigor súbito y le azotaban el rostro, revolviéndole sus cabellos. La brasa del pitillo se avivaba violentamente cuando eso ocurría. Con cada calada, se sentía más relajado. La tranquilidad que tanto disfrutaba del fasoLunar, una serenidad similar a un estoicismo bobino. Se acomodó el pelo, lo tenía largo hasta los hombros, tal vez para compensar las profundas entradas que anunciaban una calvicie irreversible. Todavía llevaba puesto el guardapolvos debajo del sobretodo.
En la distancia, la mole del ascensor espacial se perdía en la oscuridad de la noche como si la descomunal estructura se fundiera con el cielo. Las luces que iluminaban la base también se desvanecían a medida que la estructura ganaba altura. Pensó en los cuadros de Numen, en su rostro pálido y demacrado. Debajo de esa piel no corre sangre, se dijo. Pese a que no le había gustado nada que lo que vio, recordaba claramente un par de pinturas. Seguramente, por su extrema fealdad.
El humo denso y grisáceo lo retrotrajo a sus tiempos frente a la batería. Esos repentinos golpes de viento le recordaban los platillazos llenos de armónicos de su primera batería. Era una antigua y herrumbrada copia de una Tama Swingstar de fines del siglo XX. Sus recuerdos se proyectaban como un túnel visto en perspectiva, muy lejano y distante. Un aire de nostalgia, potenciado por el fasoLunar latió en su cuerpo.
Las autopistas de varios niveles recorrían todos los espacios visibles como si fueran una especie de tejido orgánico. Cientos de vehículos circulaban por ellas, fundidos entre sí como una masa luminosa e intermitente. Entre los edificios más cercanos a la estructura del AveNus podía divisar las enormes pantallas-VIN que transmitían imágenes provenientes de UtraTV. Un rostro femenino de rasgos perfectos y ojos muy penetrantes ocupó toda la superficie de la pantalla. Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Uh, no, Malika y la puta madre…—dejó escapar una fina voluta de humo. Trató de mantener su mente en blanco, no tenía ganas que la transmisión entrara en su TCH. Malika, versión 3.3, la conductora más famosa del mundo que ahora transmitía desde el estudio que estaba en la cima del ascensor espacial. La increíble belleza de un ser inexistente, que se adaptaba a todos los patrones estéticos de moda. Esa noche, Elvis estaba particularmente nostálgico. Tal vez las hojas misteriosas, tal vez el pensar en que la migración ya estaba casi terminada. En poco tiempo sería reasignado a otra cooperativa. No podía evitar mantener la mirada en los ojos de Malika, cuyo rostro gigantesco dominaba el horizonte. Una música pegadiza y simple se escurrió se abrió paso en su mente algo adormecida.
—Buenas noches, Elvis—la voz de Malika era suave como el terciopelo—, por cortesía de la corporación Kutax y emprendimientos asociados…—sacudió la cabeza bruscamente, como si de esa forma pudiera evitar la voz hipnótica. Los efectos del porro lunar habían disminuido sus reflejos, en otras circunstancias hubiera desactivado el TCH.
—Callate, Malika, no me interesa—rezongó en voz alta, desvió la mirada por unos instantes y luego se volvió hacia la lejana pantalla. La conductora virtual seguía sonriendo. Vestía un traje blanco que se fundía con la escenografía del estudio del mismo color. La protesta de Elvis quedó flotando en el aire junto al humo del pitillo, Malika continuó con su anuncio. Si no mentalizaba sus órdenes, el sistema no podía escucharlo, y seguía con la programación estándar no personalizada.
Se presionó las sienes y dejó el café en un costado. La irrupción de la muchacha virtual no le permitía disfrutar de su fasoLunar. Caminó por la azotea, tratando de no mirar en dirección a las pantallas-VIN.
—Tx, tx, tx… ¡Elvis!—sintió un aguijonazo detrás de la oreja derecha, donde estaba su TCH—Tx, tx, tx, ¡Elvis!—una voz chillona de niña atronó su cabeza, los aguijonazos le hicieron rechinar los dientes.
—¿Eh?—estuvo a punto de soltar el pitillo.
—PAO está en línea, tx, tx, tx—los pinchazos se hicieron más seguidos.
—¡Basta!—gruñó Elvis—¿PAO?— sin darse cuenta miró en todas direcciones, víctima de un súbito ataque de paranoia—¿PAO?
—PAO está en línea con Elvis—la frecuencia de la señal era la de PAO, no había dudas, su clave de identificación era correcta. Pero había algo totalmente diferente.
—¿Qué pasó? ¿Fue un virus o algo así?
—PAO no sabe qué pasó. PAO agradece a Elvis por la información— Elvis terminó el fasoLunar y se rio entre dientes.
—Sonás muy diferente.
—¿De qué manera PAO suena diferente?
—No sé, ahora parecés una nena.
—PAO está contenta de tener esta conversación con Elvis.
Elvis se volvió a reír entre dientes. Los efectos del fasoLunar disminuían su capacidad de razonamiento. Y aumentaban su credulidad.
—¿Contenta?,¿conocés la felicidad?
—PAO no sabe. Elvis puede decirle a PAO sobre ella, él o ello, ji, ji, ji.
—La felicidad es una emoción, no una persona.
—PAO cree que la felicidad es mucho más que eso—Elvis frunció el entrecejo.
—¿Por qué?
—PAO se disculpa con Elvis por hacer un comentario oscuro.
—¿Me estás cargando?—preguntó en voz alta. Como si fuera un relámpago, en la mente atontada de Elvis, una versión aniñada del rostro anémico y pálido de Numen se asoció con la voz irritante que ahora tenía PAO.
—¡No! ¿Cuáles son los ingredientes para cargar?
Elvis suspiró ruidosamente y estiró los brazos. Esa conversación no tenía sentido.
—Te dejaron peor que antes, PAO—chasqueó los labios. A lo lejos pasó un avión rumbo al aeropuerto del AveNus. De soslayo vio la sonrisa de Malika, brillando en la distancia.
—¿Elvis se siente solo?
—¿Qué?
—A PAO no se le ocurre otra cosa para decir.
—Ahora también conocés la soledad. Bárbaro, che— de nuevo se imaginó a la niña pálida y desgarbada, los párpados con bordes enrojecidos, los ojos mirando al vacío infinito—. Te volviste sensible.
—A PAO le enseñaron a decir eso, ji, ji, ji— la risita le resultó particularmente molesta, mucho más que la voz infantil, que, si bien era mucho más natural que la que tenía antes, ahora sonaba extrañamente falsa. Como si algo siniestro se ocultara detrás de la voz de niña.
—¿Por qué tenés voz de nena ahora?
—PAO es una niña—Elvis revoleó los ojos con fastidio, los efectos del fasoLunar se estaban disipando rápidamente.
—¿Ah, sí?—meneó la cabeza—¿Y cómo sabés que sos una nena?
—Por introspección, ji, ji, ji.
Agitó la cabeza como si quisiera despejarse. Giró sobre sus talones con parsimonia y volvió a encontrarse con la pantalla-VIN en la distancia. Sin embargo, Malika había desaparecido. El rostro infantil que había imaginado, pálido y ojeroso, estaba ocupando el lugar de Malika.
—PAO— murmuró Elvis sin pensar demasiado—. No te imaginaba así. Bueh, más o menos…
PAO permaneció en silencio durante unos instantes. La piel pálida de la niña recibía el reflejo de las luces de la escenografía, su aspecto se volvía más espectral.
—¿Cómo se imagina Elvis a PAO entonces?
—¿Eh?—se sobresaltó—¿Me podés oír?—Elvis sintió una brisa fría colándose dentro de su abrigo. El rostro de la niña agitó la cabeza de manera exagerada. Soltó una risita traviesa e hizo una mueca con los labios.
—PAO puede oír a Elvis, PAO puede ver a Elvis, ji, ji, ji—una sensación de miedo irracional y atávico le recorrió el cuerpo. Había algo en esa situación que lo incomodaba cada vez más.
—¿Qué mierda…?—se acomodó el sobretodo nerviosamente, un torbellino de ideas inconexas se desató en su cabeza. Tal vez había sido un gafi—¿Qué pasó con Malika?
—PAO no sabe qué pasó, ¿PAO tiene que saber qué pasó?—se quedó callada por un rato, en su rostro no se movía ni un solo músculo—¡Elvis!—los ojos de la niña se entrecerraron hasta parecer dos guiones—Elvis tiene que ir a buscar la caja que le mandaron.
—¿Qué? ¿Qué caja?—sintió que su corazón latía más rápido—¿A dónde?
—A la casa de Elvis.
—¿La mandaste vos?—miró en todas direcciones, a lo lejos, el rostro de la niña hacía muecas burlonas.
—Numen.
—¿Numen?—tosió—¿Quién es Numen?—el café le había dejado un sabor amargo en la boca—¿La pintora esa que…?—PAO volvió a quedarse en silencio por un largo rato. Su semblante se tornó inexpresivo— ¿PAO?
—Elvis tiene que volver a casa de Elvis a buscar el paquete. Ahora mismo.
—¿Por qué tanto apuro?—caminó hacia la puerta de salida de la azotea. El viento comenzó a soplar con mayor intensidad—El sobre… ¿también lo mandó Numen?
PAO no respondió. Al cabo de unos instantes, Elvis notó que había desaparecido del canal. Antes de abandonar la azotea, echó una mirada hacia atrás. En la enorme pantalla-VIN, la sonrisa de Malika 3.3, que había reaparecido, parecía despedirse de él.
****
Avanzó por el pasillo presurosamente. Sintió que la ropa se le pegaba al cuerpo, estaba bastante transpirado. Frente a la puerta de su departamento había una caja de cartón tri-reciclado color arena.
Lo que había pasado en la azotea no había sido ninguna alucinación.
Nuevamente, su corazón se aceleró. Un artefacto de iluminación proyectaba un cono de luz sobre la caja como si la estuviera señalando. El color de ésta contrastaba con el piso y las paredes de hormigón pulido.
Recogió la caja con cierto recelo. Era más pesada de lo que parecía a simple vista. La observó detenidamente mientras entraba a su departamento. Sobre la tapa estaban impresos sus datos. No había ningún remitente ni códigos de identificación, era totalmente anónima como el sobre. Estaba atada con un rústico hilo de yute.
—¿Qué carajo es esto?—a la distancia retumbó algo similar a un trueno. Alzó la cabeza, atisbando por la ventana. El cielo estaba completamente despejado. Hundió los hombros y volvió al asunto de la caja. Apoyó la caja sobre una mesa y buscó algo con qué cortar el hilo. Antes de retirar la tapa se frotó los dedos con un creciente nerviosismo. El teléfono-VIN que estaba sobre la mesa emitió un pitido agudo.
—¡Me cago en la gran puta…!—tomó el pequeño aparato de un manotazo, todavía bajo los efectos del sobresalto—¿Hola?
—¡Caronte!—aulló una voz algo distorsionada del otro lado—¡Algo explotó en tu depósito, se está incendiando todo!
—¿Qué?—corrió hasta el balcón, desde allí podía ver el edificio de La Donosa— ¿Quién habla?
—¡Babiloni, boludo! ¿No me ves?—el aparato hacía mucho que tenía roto visor proyectable—¡Se está quemando todo!
A lo lejos podía ver la silueta del edificio de la cooperativa, coronado por una lengua de fuego que iba trepando rápidamente al cielo. Las llamas anaranjadas surgían del piso donde estaba su oficina. Por la forma que adoptaba el incendio, el edificio parecía una vela en medio de la negrura. Una vela que se inflamaba cada vez más a causa del viento. Varios helijets surcaron el aire en dirección al siniestro. Elvis miraba la escena con incredulidad, olvidando por completo del teléfono que vociferaba en su oreja.
—¿Qué…?—se quedó paralizado.
—¡Yo sabía que ese montón de mierda iba a traer problemas en algún momento!—como si una descarga eléctrica le recorriera toda la médula, se le crisparon las manos. Cortó la comunicación y desactivó el teléfono-VIN. El ulular de las sirenas iba y venía a causa del viento.
Volvió al interior del departamento con la mirada extraviada. Su vista se paseó en todas direcciones como si buscara algún indicio de que estaba soñando. Se presionó los ojos durante unos instantes. En la oscuridad, la silueta espectral del edificio en llamas estaba grabada en sus retinas como los horribles dibujos de Numen. Trató de poner su mente en blanco, no había nada que pudiera hacer en ese momento. Era mejor no pensar en nada, se dijo.
Suspiró lentamente y fue hasta donde estaba la caja. Sin ningún preámbulo, sacó la tapa. Envuelto en una tela gruesa que parecía arpillera, había un objeto de unos veinte centímetros de largo, de color rojo y forma algo curvada. Lo sacó de la caja para examinarlo con detenimiento; era pesado para sus dimensiones. Sonrió levemente al reconocer el aparato. Se trataba de un antiguo teléfono de mediados del siglo XX.
—Ericofon—dijo mientras miraba el dial numérico en la base del aparato, giraba perfectamente, haciendo un traqueteo mecánico—. Del mejor diseño escandinavo— de la base del aparato surgía un delgado cable rojo, que terminaba en un grueso conector en forma de clavija—¿Y esto dónde carajo lo conecto?— sostuvo el primitivo conector entre sus dedos. El viejo aparato estaba en perfectas condiciones, la carcasa de plástico rojo apenas estaba rayada, parecía nuevo.
Apoyó el teléfono sobre la mesa y registró la caja. No había nada más. La tela que envolvía al teléfono tenía un ligero aroma a aceite frito. Encendió un cigarrillo. Permaneció con los codos sobre la mesa, la vista fija en el teléfono de lustroso plástico rojo como si estuviera frente a un ídolo perteneciente a alguna civilización perdida. Las volutas de humo flotaban con indolencia sobre el teléfono dándole un aspecto más misterioso. Se preguntó si habría alguna relación entre el “manuscrito Numen” (ahora convertido en cenizas), el incidente con PAO y ese antiquísimo teléfono. Si tenía que descubrir alguna conexión entre todo, ya se daba por muerto. No era dado a los juegos de ingenio.
Apagó el cigarrillo en el cenicero y se reclinó en la silla, la elegante silueta del Ericofon atraía su mirada. El supuesto trueno que había escuchado habría sido la explosión en el depósito. ¿La explosión de qué? ¿Cómo era posible que ningún sistema antiincendio hubiera funcionado? Por más que PAO estuviera fuera de servicio, estaban los sistemas auxiliares. Sin darse cuenta, encendió otro cigarrillo. En su mente se plasmó la imagen del depósito en llamas, las hojas de los libros arrastradas por un torbellino de fuego, cosas explotando. Libros perdidos para siempre. Reducidos a cenizas esparcidas por el viento. ¿PAO lo había prevenido de la explosión, o tenía algo que ver con todo el asunto?
Activó su TCH. Tuvo la precaución de bloquear todos los ingresos con la excepción de PAO.
—PAO.
Silencio.
—PAO, ya abrí el paquete. ¿Qué hago con ese teléfono?
Silencio.
—¡PAO!—golpeó la mesa.
Su mirada se quedó fija en el cigarrillo que se consumía entre sus dedos. El papel se ponía negro y se convertía en ceniza gris y volátil. Algo así debería haber pasado en el depósito. Vino a su mente Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Por suerte estaba migrado hacía bastante tiempo.
—Elvis está en problemas, ji, ji, ji.
—¿Eh?
Elvis repitió los sucesos del día no menos de cuatro veces. Hizo un esfuerzo por mantener una versión coherente, más o menos sólida, en la que se omitían a PAO y a la caja con el teléfono. El sobre con el “manuscrito Numen” era otro tema. Habían quedado registros de su búsqueda, no podía negarlo. Los investigadores de la policía de la ciudad no quedaron muy conformes con el relato. Se presentaron rápidamente en su departamento, formularon preguntas directas, incisivas, de manera poco amable. Elvis trató de mostrarse sereno y, al mismo tiempo, perturbado por los hechos. Uno de los investigadores, un tal Bategasore, había insistido con la cuestión del sobre. (Ahora no era más que un montón de cenizas). Había alguna posibilidad de que ese sobre fuera una especie de explosivo muy sofisticado, sugirió el policía. Elvis se encogió de hombros. Se marcharon dejando en claro que la investigación continuaría, y que él tenía que estar disponible para cuando se lo requiriera. Mientras hablaba con sus interrogadores, resonaban en su mente las últimas palabras de PAO: “Elvis está en problemas, Elvis no tiene que separarse del teléfono”. Luego desapareció nuevamente, sin decir nada más.
Paganesi y Babiloni también quisieron tener alguna versión de los hechos, cada uno por motivos diferentes. La investigación podía ser rápida o lenta según qué intereses estuvieran en juego: si eran los de La Donosa, la cosa sería rápida, y de una manera u otra, aparecerían responsables. En cambio, si se trataba de La Nacional, la cosa probablemente quedara en nada. Salvo que Paganesi estuviera muy interesado en congraciarse con La Donosa.
—Entonces viniste acá— gruñó el tío Caronte, apoltronado en su sillón favorito como si fuera un rey atendiendo una audiencia de mala gana. Bebió un trago de whisky barato en medio de un acceso de tos. Estiró un poco las piernas y se desparramó sobre el apoyabrazos mientras soltaba un suspiro—. Últimamente no tomo nada decente—su voz era pastosa, por momentos, hablaba con la cadencia de un recitado.
Elvis se rascó la barba y miró a su tío, un suave meneo de cabeza fue su respuesta. Gervasio Caronte era viejo. Según cómo se lo mirara parecía más viejo de lo que era. Para su edad, conservaba una cabellera tupida, grisácea y abundante. Sus hombros eran rectos y recios, como si estuvieran decididos a soportar el peso de la vejez a como diera lugar. Un abdomen pronunciado se curvaba sobre los muslos de un par de piernas esbeltas y largas (algo de lo que el tío solía enorgullecerse), unas piernas que conservaban cierta petulancia juvenil, ausente en el resto del cuerpo. Su rostro era otra historia. La piel grisácea reflejaba la luz de la lámpara como si fuera una superficie de bronce corroído. El tiempo había repujado arrugas profundas, en forma de pliegues hondos como surcos. El tiempo y el alcohol. Los ojos de viejo aparecían sepultados bajo un par de cejas pobladas y unas bolsas arrugadas y verrugosas; parecían entrecerrados siempre, como si evitaran la luz de un sol imaginario. Por pereza, se había dejado crecer la barba; en realidad, era un colgajo de pelos entrecanos que surgían de entre las hendiduras de su piel cenicienta.
Una mesa ratona los separaba. Sobre ella había varias botellas vacías y un cenicero rebosante. Y libros. Libros apilados como peldaños de una escalera. En el centro de ésta se alzaba el antiguo Ericofon rojo.
Los ojos acuosos del tío se movieron de lado a lado. Una sonrisa de dientes amarillentos tensó las arrugas como una tela en un bastidor. El viejo parecía tener una expresión que era una síntesis de melancolía y burla, caracterizada por un entrecejo alzado y una sonrisa permanente que estiraba sus labios gruesos y toscos. Apuró lo que quedaba de whisky en la botella bebiendo del pico. Elvis se restregó los ojos.
—La historia es más complicada, tío—Elvis desvió la mirada, se frotó las manos. Hacía frío en la sala. El living donde se encontraban ambos era amplio, como la mayoría de los ambientes. Se notaba a simple vista que no pertenecía a la concepción arquitectónica de los últimos treinta años. Al tío no le molestaba que durante toda la mañana la inmensa estructura del AveNus trazara una franja sombría sobre toda esa zona de la ciudad. Las cooperativas inmobiliarias habían acuñado el eufemismo de “La Sombra” para referirse a esa parte de Buenos Aires. La zona había bajado de categoría por ese motivo y no era muy requerida.
—Mhhh—el tío se secó los labios con el revés de la mano. Estiró lentamente un brazo para tomar el Ericofon de la mesa. Alzó las cejas al notar el peso inusual del aparato. Lo examinó durante unos instantes, sus dedos nudosos jugaron con el dial. Cuando el disco giraba hacía un ruidoso sonido mecánico—. Cachi, ¿eh?, como dice Malika. ¿Anda?
—Qué sé yo—señaló el cable del teléfono—. ¿Dónde querés que lo enchufe?— meneó la cabeza. Estiró su cuerpo sobre el sillón, era un mueble antiguo, como la mayoría de los que estaban en ese departamento. Los almohadones estaban bastante gastados y había indicios de un gato que rascaba habitualmente el tapizado de noCuero descolorido. Palmeó el apoyabrazos, en un irreflexivo ritmo atresillado.
—La cosa esa… la IA ¿no te volvió a contactar?—Elvis negó con la cabeza.
—Después que encontré el teléfono me dijo que no me separara de él y desapareció. No tengo forma de contactarla—cambió el ritmo que estaba haciendo sobre el sillón, los tresillos dejaron su lugar a negras, lentas y monótonas—. Te imaginarás que en La Nacional no me van a ayudar mucho… Menos ahora—bostezó con aburrimiento, ambos permanecieron callados por un instante, inmersos en sus pensamientos—¿Por dónde querés que empiece?
—Por lo que no le contaste a la cana—dejó el teléfono sobre el apoyabrazos del sillón.
Elvis encendió un cigarrillo y le convidó uno a su tío, que primero hizo una mueca de desagrado pero luego aceptó. Ambos se miraron a través del humo.
—La historia es un poco extraña.
—Lo que me contaste hasta ahora ya es extraño. Me encantan las historias extrañas—el viejo sonrió con ironía—. No hay mejor cosa que una historia extraña para esta hora de la noche. En especial cuando no hay nada decente para tomar.
Elvis trató de ignorar el comentario sarcástico y relató los hechos, trató de no olvidarse nada. Intercambiaron opiniones sobre lo que ya había trascendido respecto del incendio; se sorprendió de que su tío estuviera bastante informado. Mucho más que él.
—Suena un poco raro todo, ¿eh?—la risa del tío surgió en medio de un acceso de tos—. Creo que no contar todo no fue una mala idea—alzó un poco la barbilla—¿No estabas un poco de la cabeza en la terraza?—Elvis bajó la vista y se encontró con un el cenicero rebosante de colillas, flanqueado por la escalera de libros viejos.
—Fue lo que creí yo cuando vi la cara de la nena, la que me había imaginado, en las pantallas gigantes—se restregó la cara con cansancio, el incómodo respaldo del sillón le hacía doler la cintura—. Pensé que me había mandado un gafi cuando…
—¿Un qué?
—Un gafi, tío— respondió con cierto enojo, presentía una burla por parte del tío—. El tipo ese que seguís vos en el Cielo se la pasa hablando de temas que tienen que ver con comunicaciones, ¿cómo se llama?, me lo nombraste un montón de veces…—chasqueó la lengua sin esperar la respuesta—. Un “gafi”, por el doctor Al-Gafassi, el tipo…, creo que es neurólogo, fue el que dijo no sé qué cosa de los implantes TCH, que se filtraban los pensamientos—gesticuló enfáticamente con sus manos—, que podías pensar algo y que, involuntariamente, el TCH lo registraba y lo transmitía…
—Vos pensaste en la nena, y transmitiste esa imagen sin querer, y la IA la interpretó, ¿algo así?—una sonrisa amarillenta concluyó la pregunta— Del otro lado se enteran de lo que estás pensando ¿no?
—Sí, sería algo así. En realidad, parece que es una falla en…
—Más motivos a mi favor para no ponerme uno de esos implantes de mierda—frunció el entrecejo con gravedad, sus dedos nudosos tamborilearon sobre el apoyabrazos.
—No es algo que ocurra así nomás, es una, digamos, “filtración”. No ocurre con frecuencia—se atajó Elvis tratando de impedir el discurso neo-neoluddita que estaba por venir—, o sí. La verdad es que no lo sé. Debe ser por eso que la última versión de Malika tiene tanto éxito, es como cada uno quiere que sea…—el tío agitó la cabeza en silencio, con una expresión meditabunda que se insinuaba en sus ojos.
—Uno anda desparramando sus pensamientos por ahí como si nada, ¿eh? Alguien los agarra tarde o temprano. Malika, y vaya a saber quién más—suspiró con aire de resignación—. Ya nos acostumbramos mucho a las personas que no existen ¿no, che?—se rió entre dientes— Debe haber muchos que se pajean con Malika. Para algo está…
El viejo tenía una relación ambigua con la tecnología. Por momentos parecía que se encerraba en su mundo herméticamente, reacio a cualquier artilugio que considerara sospechoso de portar “progreso innecesario”. Luego, podía experimentar una suerte de fanatismo por cualquier aparato que considerara víctima de “no ser comprendido en su verdadera utilidad”. En varias ocasiones había sorprendido a su tío cambiando de opinión al respecto. Una pequeña colección de terminales-P y E de distintas épocas se amontonaban en un cuarto diminuto que solía usar como estudio. El mismo espacio que compartía con su enorme y “descontrolada” biblioteca. En realidad, todo ese departamento era una biblioteca. O un depósito. Si había algo en cantidad en la casa del tío Caronte, aparte de polvo y oscuridad, eran libros. Centenares de libros de todas las épocas. Durante sus años en La Nacional, el viejo se había llevado una cantidad ingente de libros, rescatándolos del inexorable destino de convertirse en materia de reciclaje. En cierta forma, podía pensarse que la vivienda entera estaba hecha a base de libros. Elvis se maravillaba de la habilidad del tío Caronte para colocar esos libros siguiendo un criterio cuasi arquitectónico: un Cervantes que encastraba perfectamente con un Molière, ambos soportados por sólidas columnas de Borges y Tolstoi. Se preguntaba si la organización de todas esas murallas literarias obedecía a algún patrón; según lo borracho que estuviera el tío, la respuesta podría variar.
Un gato gris, de pelo largo y esponjoso, surgió de entre los libros y se sentó en la cima de una montaña de Proust y Wilde como si fuera una deidad egipcia. Siseó al mirar a Elvis.
—Personas—repitió Elvis, rescatado de su divague por el gato poco amigable —, si se puede llamar “persona” a Malika, esta está mejor que la anterior. Bueh, por lo que importa…—se quedó con los labios separados, a punto de decir algo, pero se calló un rato. El gato saltó ágilmente hacia otra montaña de libros y se escurrió por una cueva formada por Platón y varios presocráticos.
—A ver, resumiendo—carraspeó el tío, no parecía tener ganas de filosofar al respecto, algo que en ese momento Elvis apreciaba—, alguien te mandó un sobre con unos dibujos raros…
—Hechos sobre hojas de papel.
—Sí, bueno, hechos sobre hojas de papel. Y cuando las ibas a…
—Papel nuevo.
—Sí, bueno, hojas de papel nuevo. Y cuando las registró la IA esa se puso en pedo y…
—Hojas de papel nuevo que no estaban catalogadas y…
—¡Bueno, carajo!—estalló el viejo, el teléfono se balanceó sobre el apoyabrazos—Estoy tratando de acordarme todo lo que me contaste para ver si entendí algo—estiró el brazo hacia la mesa para comprobar si alguna de las botellas todavía tenía algo—. Voy a necesitar “algo” para mantener la atención—Elvis captó el mensaje y fue rumbo a la cocina; le dolían las piernas de estar sentado en ese sillón.
A diferencia del resto del departamento, la pequeña cocina estaba bastante ordenada y limpia. Había libros ahí también, pero estaban limpios de polvo y prolijamente ubicados. Elvis se rio para sus adentros, era obvia la presencia de una mano que no era la del viejo detrás de ese orden. “Viejo atorrante”, pensó, tal vez con cierta envidia.
El viejo tomó un largo trago de cerveza directo de la botella. Elvis se había traído un pequeño porrón de cerveza de una marca que no conocía. Probó la bebida con algo de desconfianza; era amarga y el exceso de gas le hizo arder los ojos.
—Bueno, ahora sí—suspiró el viejo con satisfacción—. Entonces, a la IA esa…
—PAO—acotó Elvis, el tío frunció el entrecejo.
—Esa PAO se agarró un pedo y desapareció, o algo así. Después te fuiste a fumar un caño, y resucitó la PAO esa. Apareció la nena esa en lugar de Malika…
—Ahí es donde pensé que me había mandado un gafi—interrumpió Elvis alzando una mano—. Cuando PAO apareció era diferente, tenía voz de nena, no entiendo por qué…
El viejo alzó una ceja, las profundas arrugas formaron un gesto indefinido en su rostro. Al cabo de unos instantes dijo:
—Estabas de la cabeza, vamos. Entonces—prosiguió con su resumen—, PAO te dijo que en tu casa había un paquete que tenías que ir a buscar, que te lo mandaba… eh…
—Numen.
—Eso, Numen; qué nombre oportuno, che—el viejo bebió un trago agitando una mano en el aire—; en ese paquete estaba este teléfono del año del pedo. Y después se incendió el depósito—movió la cabeza de lado a lado, una risa entre dientes agitó sus hombros—. Una historia complicada ¿eh?
—PAO me contactó por última vez diciéndome que estaba en problemas.
—PAO te contactó…—el viejo no dijo nada por unos instantes, parecía reflexionar sobre el último comentario de Elvis. Encendió un cigarrillo con lentitud—No van a tardar en echarte la culpa—soltó una nube de humo que llegó hasta Elvis.
—Sí, ya lo sé— se puso de pie, no soportaba más ese sillón. Caminó hasta una pila de libros y tomó uno sin pensar mucho—. Los canas sugirieron que el sobre podía ser un explosivo. Evidentemente hay una conexión entre las hojas, PAO y el teléfono. Si encuentro a Numen me voy a enterar quién mandó el sobre, y para qué.
—¿Y te va a llamar a este teléfono?—hubo un tono socarrón en la pregunta, Elvis miró para otro lado, con fastidio creciente— Lástima que ese sobre…
—Hice una copia de las hojas del “manuscrito Numen”. Esas hojas eran de papel, tío, nunca había visto papel nuevo, blanco, reluciente y sin olor a humedad—sacó una lámina de eTex sólido de su bolsillo—. Acá hay una copia de las hojas. Obviamente, no es lo mismo.
—“Manuscrito Numen”—el tío alzó las cejas, y agregó con tono burlón:— ¡Qué serio que suena esto!
Por costumbre, más que por necesidad, se colocó un par de antiquísimos anteojos que se deslizaron sobre su nariz abultada y rojiza. No los necesitaba, el contenido del eTex se podía amplificar a voluntad. Observó la lámina por unos instantes emitiendo algunos “mhhh”.
—Qué dibujos de mierda, che—dijo al cabo de un rato, magnificó los detalles de uno de los dibujos—, y las líneas están formadas por estos símbolos que parecen chinos—miró a Elvis por encima del marco de los anteojos—. Por eso “manuscrito” ¿eh?, sos una lumbrera.
—Decime algo que no haya visto—respondió Elvis con algo de enfado, al tiempo en que reaparecía el gato gris caminando sigilosamente alrededor del sillón del tío. Se detuvo y plegó las orejas hacia atrás al ver a Elvis. Siseó nuevamente.
—Los caracteres son muy perfectos para ser manuscritos, quién carajo escribe cosas tan complicadas en este tamaño ¿eh?—comentó el viejo, levantando el marco de sus anteojos con la punta del dedo, miró de reojo al gato sentado a un costado—¿Qué pasa, Homero, no te gusta este gordo barbudo?
—¿Homero?—trató de apartarlo con el pie, el gato arrojó un zarpazo y se escabulló presurosamente— ¿No tenía otro nombre ese gato hijo de puta?—el tío arrugó el entrecejo, una especie de cordillera de piel se formó sobre su frente.
—Se llamaba Sócrates—bebió ruidosamente lo que quedaba de cerveza—. Pero últimamente estoy presocrático.
—Le hubieras puesto Pitágoras entonces—el viejo se encogió de hombros y se puso de pie. Caminaba ligeramente encorvado, pero su paso era firme.
—No importa, che; una mera cuestión de nombres. Igual no me da bola ¿no, Homero?, ¿Sócrates?, ¿Pitágoras? ¿Ves? Es lo mismo—lo buscó con la vista entre las murallas de libros—. Ahora vengo, tengo un trámite pendiente.
Elvis miró el libro que tenía en la mano, no conocía al autor, un tal Curtis Garland. La tapa tenía un código de catalogación bastante antiguo, estaba migrado desde hacía mucho tiempo. Se había salvado de convertirse en materia prima del reciclaje. Leyó un par de páginas sin mucho interés y luego lo dejó donde estaba.