Objetivo: tú y yo - Elle Kennedy - E-Book

Objetivo: tú y yo E-Book

Elle Kennedy

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Beschreibung

Un error inocente podría separarlos para siempreJohn Logan es uno de los chicos más populares de la universidad. Es la estrella del equipo de hockey y puede conquistar a cualquier chica. Pero detrás de su sonrisa deslumbrante y de su actitud de chico seguro de sí mismo se esconde la tristeza por la vida que le espera después de la universidad: un callejón sin salida que lo alejará del deporte para siempre.Un encuentro inesperado y sexy con Grace Ivers, una estudiante de primero, es la distracción perfecta para no pensar en el futuro, pero cuando un error banal hace saltar por los aires la relación que estaban construyendo, Logan decide que pasará el último año de universidad haciendo cualquier cosa para que Grace le dé una segunda oportunidad. Esta vez, sin embargo, las reglas las dictará ella… y no piensa ponérselo fácil. Best seller del New York Times, no te pierdas la serie adictiva que ya ha enganchado a miles de lectores

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Objetivo: tú y yo

Elle Kennedy

Serie Kiss Me 2
Traducción de Lluvia Rojo

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora

Página de créditos

Objetivo: tú y yo. KissMe 2

V.1: abril de 2024

Título original: The Mistake. Off-Campus 2

© Elle Kennedy, 2015, 2021

© de la traducción, Lluvia Rojo Moro, 2016

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2024

Todos los derechos reservados.

Se declara el derecho moral de Elle Kennedy a ser reconocida como la autora de esta obra.

Diseño de cubierta: Sourcebooks

Adaptación de cubierta: Taller de los Libros

Ilustración de cubierta: Aslıhan Kopuz

Publicado por Wonderbooks

C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10

08013, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-71-1

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Objetivo: tú y yo

Un error inocente podría separarlos para siempre

John Logan es uno de los chicos más populares de la universidad. Es la estrella del equipo de hockey y puede conquistar a cualquier chica. Pero detrás de su sonrisa deslumbrante y de su actitud de chico seguro de sí mismo se esconde la tristeza por la vida que le espera después de la universidad: un callejón sin salida que lo alejará del deporte para siempre.

Un encuentro inesperado y sexy con Grace Ivers, una estudiante de primero, es la distracción perfecta para no pensar en el futuro, pero cuando un error banal hace saltar por los aires la relación que estaban construyendo, Logan decide que pasará el último año de universidad haciendo cualquier cosa para que Grace le dé una segunda oportunidad. Esta vez, sin embargo, las reglas las dictará ella… y no piensa ponérselo fácil.

Best seller del New York Times, no te pierdas la serie adictiva que ya ha enganchado a miles de lectores

«Conmovedor, divertido, fresco y exquisitamente romántico, este libro me dejó sin aliento y absolutamente enamorada.»

Katy Evans, autora best seller del New York Times

«¿Más hockey en una novela escrita por Elle Kennedy? Sí, ¡por favor! Este libro es inteligente, te hará sentir bien y hará que te desmayes y que los fans lancen sus corazones a la pista.»

Sarina Bowen, autora best seller del USA Today

«¡Prepárate para sufrir una resaca de libros cuando termines de leer este! Me ha gustado tanto que he tenido que empezarlo de nuevo en cuanto lo he acabado. Elle Kennedy no puede escribir lo bastante rápido para mí…».

Sophie Jordan, autora best seller del New York Times

#wonderlove

Capítulo 1

Logan

Abril

Que te mole la novia de tu mejor amigo es una mierda.

Básicamente, hay dos factores importantes. En primer lugar, está el factor de la «incomodidad». Y es que es la hostia de incómodo. No puedo hablar por todos los hombres del mundo, pero estoy bastante seguro de que ningún tío quiere salir de su dormitorio y toparse con la chica de sus sueños después de que ella haya estado toda la noche en los brazos de su mejor amigo.

Y después está el factor «odio hacia uno mismo». Eso es un hecho, porque resulta bastante difícil no odiarte a ti mismo cuando te dedicas a fantasear con la chica por la que tu mejor amigo pierde el culo.

Por el momento, la incomodidad, sin duda, va ganando la batalla. A ver, vivo en una casa con paredes finísimas, lo que significa que escucho cada uno de los gemidos entrecortados que se escapan de la boca de Hannah. Cada suspiro y jadeo. Cada golpe de cabecero contra la pared mientras mi colega se tira a la chica en la que no puedo dejar de pensar.

Es superdivertido.

Estoy en mi cama, boca arriba, mirando fijamente al techo. Ya ni siquiera finjo mirar mi biblioteca de canciones del iPod. Me pongo los auriculares para ahogar los sonidos de Garrett y Hannah en la otra habitación, pero todavía no le he dado al play. Supongo que esta noche me apetece torturarme a mí mismo.

A ver, que no soy idiota. Sé que está enamorada de Garrett. Veo cómo lo mira y veo lo bien que están juntos. Llevan seis meses saliendo y ni siquiera yo, el peor amigo del planeta, puede negar que están hechos el uno para el otro.

Y joder, Garrett merece ser feliz. Él va de cabrón arrogante, pero la verdad es que es un puto santo. El mejor extremo con el que he patinado en la vida y la mejor persona que he conocido nunca, y estoy tan seguro de mi condición de hetero que puedo asegurar que si yo jugara en la otra acera, no solo me follaría a Garrett Graham: también me casaría con él.

Eso es lo que hace que todo esto sea un millón de veces más jodido. Ni siquiera puedo odiar al tío que se está enrollando con la chica a la que deseo. No hay fantasías de venganza que valgan, porque no odio a Garrett, ni lo más mínimo.

Una puerta chirría al abrirse y oigo pasos en el pasillo; ruego a Dios para que ni Garrett ni Hannah llamen a mi puerta. O abran siquiera la boca, porque oír cualquiera de sus voces en este momento solo me daría aún más bajón.

Por suerte, el fuerte golpe que hace temblar el marco de la puerta tiene su origen en mi otro compañero de piso, Dean, que entra en mi habitación sin esperar a ser invitado.

—Hay fiesta en la fraternidad Omega Fi esta noche. ¿Te apuntas?

Salto de mi cama más rápido que una gacela, porque en este instante la idea de ir a una fiesta suena que te cagas de bien en mis oídos. Pillarme un superpedo es una manera cien por cien segura de dejar de pensar en Hannah. Aunque en realidad…, quiero pillarme un superpedo y además follarme a alguien sin parar. Así, si una de esas dos actividades no me ayuda con mi objetivo —no pensar en Hannah—, la otra me servirá como plan alternativo. 

—¡Por supuesto! —respondo a la vez que busco algo que ponerme.

Me meto una camiseta limpia por la cabeza e ignoro la punzada de dolor que siento en el brazo izquierdo desde la fortísima carga que recibí la semana pasada en la final del campeonato. Me dolió un huevo, sí, pero el golpe mereció totalmente la pena: por tercer año consecutivo, el equipo de hockey de Briar se llevó otra victoria en la Frozen Four. Supongo que se le puede llamar el triplete definitivo y todos los jugadores, yo incluido, seguimos recogiendo los frutos de ser campeones nacionales en tres ocasiones.

Dean, que juega de defensor como yo, lo llama las tres efes de la Victoria: fiestas, felicitaciones y follar. Es un análisis bastante fiel de la situación, porque he tenido las tres cosas desde nuestra gran victoria.

—¿Te toca a ti no beber y conducir? —pregunto mientras me pongo una sudadera de capucha negra encima de la camiseta y subo la cremallera. Mi amigo resopla.

—¿De verdad me haces esa pregunta? 

Niego con la cabeza.

—Ya. No sé en qué estaría pensando. La última vez que Dean Heyward-DiLaurentis estuvo sobrio en una fiesta fue… nunca. El tío se bebe hasta el agua de los floreros y fuma porros como una locomotora cada vez que sale de casa, y si alguien piensa que eso afecta a su rendimiento en el hielo de alguna manera, está más que equivocado. Es una de esas raras criaturas que pueden irse de fiesta como el Robert Downey Jr. de antes y ser tan exitoso y respetado como el Robert Downey Jr. de hoy en día. 

—No te preocupes, le toca a Tuck —me dice Dean, que se refiere a nuestro otro compañero de piso, Tucker—. El muy flojeras sigue de resaca por lo de anoche. Dice que necesita un descanso.

Sí, y lo cierto es que no me extraña. Los entrenamientos de fuera de temporada no empiezan hasta dentro de otro par de semanas, y todos hemos estado disfrutando de nuestro tiempo de descanso «un poco» demasiado. Pero eso es lo que pasa cuando uno está de subidón por la Frozen Four. El año pasado, después de ganar, estuve pedo dos semanas seguidas.

No me apetece para nada que llegue el momento de esos entrenamientos. La fortaleza, el ejercicio y todo el enorme esfuerzo que se necesitan para mantenerse en forma resultan agotadores, y es incluso más agotador cuando a la vez hay que trabajar jornadas de diez horas. Pero no es que tenga alternativa, la verdad. Los entrenamientos son necesarios si quiero estar preparado para la próxima temporada, y el trabajo, bueno, le hice una promesa a mi hermano y da igual lo enfermo que me ponga toda la situación: no puedo fallar. Jeff me despellejaría vivo si no cumplo mi parte del trato.

Nuestro conductor para la noche nos está esperando junto a la puerta principal cuando Dean y yo bajamos. Una barba de color marrón rojizo devora todo el rostro de Tucker; le da un aspecto de hombre lobo, pero él está decidido a probar este nuevo look desde que una chica a la que conoció en una fiesta la semana pasada le dijo que tenía cara de bebé.

—Eres consciente de que esa barba de yeti no te hace parecer más varonil, ¿verdad? —comenta Dean alegremente mientras salimos por la puerta.

Tuck se encoge de hombros.

—La verdad es que mi intención es parecer un tipo duro.

Yo suelto una risa.

—Bueno, pues eso tampoco, «cara de bebé». Pareces un científico loco.

Tucker estira su dedo corazón mientras se dirige hacia el lado del conductor de mi pick-up. Me instalo en el asiento del copiloto de la cabina y Dean se sube en la parte de atrás mientras dice que prefiere ir fuera para pillar un poco de aire fresco. Yo creo que lo único que quiere es que el viento le despeine el pelo de esa manera desaliñada y sexy por la que las chicas pierden las bragas. Para que conste, Dean es vanidoso hasta decir basta. Pero lo cierto es que parece un modelo, así que imagino que se puede permitir ser vanidoso.

Tucker arranca el motor y yo repiqueteo mis dedos sobre los muslos, impaciente por ponernos en marcha. Muchos estudiantes de las fraternidades me cabrean con sus rollos elitistas, pero estoy dispuesto a pasarlo por alto porque…, joder, porque si hacer fiestas fuese un deporte olímpico, todas y cada una de las fraternidades masculinas y femeninas de Briar tendrían una medalla de oro.

Mientras Tuck da marcha atrás para salir de nuestro camino de entrada, mi mirada se detiene en el Jeep negro de Garrett, brillante y reluciente en su plaza de aparcamiento, mientras su dueño pasa la noche con la chica más guay del planeta y…

¡Y ya está bien! Esta obsesión con Hannah Wells está empezando a volverme loco. Tengo que echar un polvo. ¡Cuanto antes!

Tucker está visiblemente callado durante el trayecto hasta la casa Omega Fi. Es posible que incluso esté frunciendo los labios, pero es difícil de saber si tenemos en cuenta que parece que alguien le ha afeitado todo el cuerpo a Hugh Jackman y ha pegado su pelo en la cara de Tuck.

—¿Y este castigo de silencio a qué viene? —pregunto sin darle mucha importancia.

Gira la cabeza hacia mí, me ofrece una mirada amarga y después vuelve a posarla en la carretera.

—Eh, venga. ¿Es por las coñas que hacemos con tu barba? —Me cabreo—. Porque es el primer capítulo de Barbas para principiantes, hermano: si uno se deja barba de ermitaño, tus amigos se burlan de ti. Fin del capítulo.

—No es por la barba —murmura. 

Arrugo la frente.

—Vale. Pero estás cabreado por algo. —Cuando tampoco responde, decido presionar un poco más—. ¿Qué pasa contigo, tronco?

Sus enfadados ojos se encuentran con los míos.

—¿Qué pasa conmigo? Nada. Pero ¿contigo? Contigo pasan tantas cosas que ni siquiera sé por dónde empezar. —Maldice en voz baja—. Tienes que parar con esa mierda ya, tío.

Ahora sí que estoy totalmente confundido, porque hasta donde yo sé, todo lo que he hecho en los últimos diez minutos es tener ganas de ir a una fiesta.

Tucker se percata de la confusión que muestra mi cara y me ofrece una aclaración en un tono sombrío.

—Lo de Hannah.

Aunque mis hombros se ponen rígidos, trato de mantener la expresión de confusión en mi rostro.

—No tengo ni idea de a qué te refieres.

Sí, he elegido mentir. Algo que, en realidad, no es nada nuevo para mí. Parece que todo lo que he hecho desde que llegué a Briar es mentir.

Sin ninguna duda, estoy destinado a la NHL. ¡Liga profesional hasta el final!

Me encanta pasar los veranos currando de mecánico en el taller de mi padre. ¡El dinerito me viene guay!

No babeo por Hannah. ¡Está saliendo con mi mejor amigo!

Mentiras, mentiras y más mentiras, porque en cada uno de esos tres casos, la verdad es una mierda absoluta, y lo último que quiero en el mundo es que mis amigos y compañeros de equipo sientan pena por mí.

—Reserva esas trolas para Garrett —contesta Tucker—. Y, por cierto, tienes suerte de que Garrett esté distraído con todo el enamoramiento y demás, porque si no fuera así…, sin duda se daría cuenta de tu actitud.

—¿Sí? ¿Y qué actitud es esa? —No puedo evitar los nervios en mi tono de voz ni la tensión defensiva en mi mandíbula. No me gusta nada que Tuck sepa que siento algo por Hannah. Y me gusta aún menos que haya decidido sacar el tema ahora, después de todos estos meses. ¿Por qué no puede olvidarse del puto asunto? La situación ya es lo bastante jodida para mí como para encima tener a alguien que me lo restriegue por toda la cara.

—¿En serio? ¿Quieres que te haga una lista? Vale. —Una nube oscura atraviesa flotando sus ojos mientras empieza a soltar todas las cosas que me han hecho sentir la hostia de culpable todo este tiempo—. Sales del salón o la cocina cuando entran ellos. Te escondes en tu cuarto cuando Hannah se queda a pasar la noche. Si ella y tú estáis en la misma habitación, la miras fijamente cuando crees que nadie te ve. Tú…

—Vale —interrumpo—. Lo pillo.

—Y no me hagas empezar con el rollo de putón verbenero que llevas últimamente —dice Tucker, enfadado—. Siempre has sido un ligón, pero, tronco, te has liado con cinco chicas esta semana.

—¿Y?

—Pues que es jueves. Cinco tías en cuatro días. Joder, haz la cuenta, John.

Oh, mierda. Me ha llamado por mi nombre. Tucker solo me llama John cuando realmente se cabrea conmigo.

Pero es que resulta que ahora yo también me he cabreado con él, así que también lo llamo por su nombre.

—¿Qué hay de malo en eso…, John? 

Sí, los dos nos llamamos John. Quizá deberíamos hacer un juramento de sangre y formar un club o algo así.

—Tengo veintiún años —continúo, enfadado—. Tengo permiso para enrollarme con chicas. No, mejor dicho, ¡debo! enrollarme con chicas, porque de eso precisamente va el ir a la universidad. De divertirse, y de follar, y de disfrutar al máximo cada momento antes de salir al mundo real y que la vida se vuelva una puta mierda.

—¿De verdad pretendes hacerme creer que todos esos rollos con tías forman parte de tu rito de paso por la universidad? —Tucker niega con la cabeza y después deja escapar un suspiro y suaviza el tono—. Así no vas a conseguir sacártela de la cabeza, tío. Podrías acostarte con cien tías esta noche y aun así no habría ninguna diferencia. Tienes que aceptar que no va a pasar nada con Hannah y seguir adelante con tu vida.

Tiene toda la razón del mundo. Soy consciente de que he estado revolcándome en mi propia mierda y tirándome a tías a diestro y siniestro para distraer mi mente.

Y soy igualmente consciente de que tengo que dejar de ir de fiesta en fiesta para olvidar. Tengo que sacarme la diminuta astilla de esperanza y simplemente aceptar que no va a pasar nada entre nosotros.

Pero creo que quizá empiece a trabajar en eso mañana.

¿Esta noche? Esta noche me quedo con el plan original: emborracharme, echar un polvo, y a la mierda todo lo demás.

Grace

Empecé mi primer año de universidad siendo virgen.

Y empiezo a pensar que voy a acabarlo de la misma forma.

No es que haya nada malo en ser un miembro más del club V. ¿Y qué si estoy a punto de cumplir diecinueve años? Estoy lejos de que me llamen solterona y, desde luego, no me van a cubrir de alquitrán y plumas en la calle por seguir teniendo el himen intacto.

Además, no es que no haya tenido la oportunidad de perder mi virginidad este año. Desde que llegué a la Universidad Briar, mi mejor amiga me ha arrastrado a más fiestas de las que puedo contar. Y, desde luego, muchos chicos han flirteado conmigo. Algunos de ellos me han entrado directamente. Uno incluso me envió una foto de su pene con un mensaje que decía: «Es todo tuyo, nena». Eso fue…, bueno, vale, superasqueroso, pero estoy segura de que si realmente me hubiera MOLADO ese tío, me podría haber sentido, no sé, ¿halagada? Tal vez.

Pero no me he sentido atraída por ninguno de esos chicos. Y, por desgracia, todos los que sí me llaman la atención ni siquiera me miran.

Hasta esta noche.

Cuando Ramona anunció que íbamos a la fiesta de una fraternidad, no tenía grandes esperanzas de encontrar a nadie interesante. Da la impresión de que cada vez que vamos a la calle donde están todas las fraternidades, lo único que hacen los chicos es intentar liarnos a Ramona y a mí para que nos enrollemos con ellos. Pero esta noche…, esta noche he conocido a un chico que me gusta un poco.

Se llama Matt. Es guapo y no emana para nada energía de cabronazo. Y no solo está bastante sobrio, sino que también habla usando oraciones completas y no ha dicho la palabra «coleguita» ni una sola vez desde que hemos empezado a hablar. O mejor dicho, desde que ha empezado a hablar. Yo no he dicho mucho, pero estoy perfectamente feliz aquí de pie escuchándolo; me da la oportunidad de admirar su mandíbula cincelada y la adorable forma en la que su pelo rubio se curva bajo sus orejas.

Para ser honesta, probablemente sea mejor que yo no hable. Los chicos guapos me ponen nerviosa. Y cuando digo nerviosa, me refiero a que la lengua se me traba y el cerebro deja de funcionar correctamente. Todos mis filtros se evaporan y de repente empiezo a contar la historia de cuando me hice pis en los pantalones en tercero durante una excursión a la fábrica de sirope de arce, o el miedo que me dan las marionetas, o que tengo un leve trastorno obsesivo compulsivo que puede hacerme empezar a ordenar la habitación de cualquiera en cuanto gira la cabeza hacia otro lado.

Así que sí, es mejor que simplemente sonría y asienta y suelte un «¿en serio?» de vez en cuando, para dejar claro que no soy muda. Pero a veces eso no es posible, sobre todo cuando el chico guapo en cuestión dice algo que requiere una respuesta de verdad.

—¿Quieres ir afuera a fumar esto? —Matt saca un porro del bolsillo de su camisa y lo sostiene frente a mí—. Lo encendería aquí, pero el presidente me echaría de la fraternidad si lo hago.

Me muevo con torpeza. 

—Eh… no, gracias.

—¿No fumas hierba?

—No. A ver, sí que he fumado alguna vez, pero no lo hago a menudo. Me hace sentir súper… mareadilla.

Él sonríe y en sus mejillas aparecen dos hoyuelos preciosos.

—Ese es un poco el sentido de fumar marihuana.

—Sí, supongo. Pero también me hace sentir muy cansada. Ah, y cada vez que fumo acabo pensando en una presentación en Power Point que mi padre me obligó a ver cuando tenía trece años. Aparecían un montón de estadísticas acerca de los efectos de la marihuana en las células del cerebro y cómo, contrariamente a lo que dice la creencia popular, la marihuana es en realidad altamente adictiva. Y después de cada diapositiva, mi padre me miraba y me decía: «¿Quieres perder las células de tu cerebro, Grace? ¿Quieres?».

Matt me mira fijamente y una voz en mi cabeza grita «¡Para!», pero es demasiado tarde. Mi filtro interno me ha fallado una vez más y las palabras siguen saliendo de mi boca.

—Pero supongo que eso no es tan malo como lo que hizo mi madre. Ella intenta ser la típica madre guay, así que cuando yo tenía quince años me llevó a un aparcamiento oscuro, sacó un porro y anunció que íbamos a fumar juntas. Era como una escena de The Wire. Espera un momento, nunca he visto The Wire. Va de drogas, ¿verdad? En fin, que yo estaba allí sentada, al borde de un ataque de pánico todo el rato porque estaba convencida de que nos iban a arrestar. Y mientras tanto, mi madre me preguntaba cómo me sentía y si estaba «disfrutando de la maría».

Milagrosamente, mis labios por fin dejan de moverse.

Pero los ojos de Matt ya se han vuelto vidriosos.

—Eh… sí, bueno. —Mueve el porro con torpeza—. Voy a salir a fumar esto. Ya nos vemos por ahí.

Consigo reprimir un suspiro hasta que se ha ido y, a continuación, suelto el aire lentamente mientras me doy una bofetada mental. Mierda. No sé por qué me molesto en intentar hablar con los chicos. Entro en todas las conversaciones nerviosa, pensando que voy a avergonzarme a mí misma, y luego acabo avergonzándome a mí misma porque estoy nerviosa. Estoy condenada desde el principio.

Con otro suspiro, voy al piso de abajo y busco a Ramona por la planta principal. La cocina está llena de barriles de cerveza y de chicos de fraternidad. Lo mismo ocurre con el comedor. El salón está lleno de chicos muy borrachos que hablan muy alto y de un montón de chicas ligeras de ropa. Aplaudo su valentía, porque la temperatura que hace en la calle es bajísima y la puerta principal se ha estado abriendo y cerrando toda la noche, haciendo que el aire frío circule por toda la casa. Yo, en cambio, estoy cómoda y calentita en mis vaqueros ajustados y mi jersey ceñido.

No veo a mi amiga por ningún sitio. Mientras la música hiphop explota en los altavoces a un volumen ensordecedor, busco el teléfono móvil en mi bolso para comprobar la hora y descubro que es cerca de la medianoche. Incluso después de ocho meses en Briar, todavía experimento una pequeña sensación de alegría cada vez que salgo más tarde de las once, que era mi hora de llegar a casa cuando vivía con mis padres. Mi padre era un verdadero tiquismiquis con la hora de llegar a casa. En realidad, es un verdadero tiquismiquis con todo. Dudo que haya quebrantado alguna norma en su vida, lo que hace que me pregunte cómo él y mamá se las arreglaron para seguir casados durante todo el tiempo que lo estuvieron. Mi madre es un espíritu libre que está en el polo opuesto de mi estricto y conservador padre, pero supongo que eso solo demuestra que toda la teoría esa de que los opuestos se atraen tiene cierto sentido.

—¡Gracie! —Una voz femenina grita sobre la música, y lo siguiente que sé es que Ramona aparece junto a mí y lanza sus brazos alrededor de mis hombros en un fuerte abrazo.

Cuando se echa hacia atrás, observo un instante sus ojos brillantes y sus mejillas sonrojadas y sé que está borracha. Ella también va vestida con poca ropa, como la mayoría de las chicas que hay en la habitación: su minifalda apenas le cubre los muslos y su top rojo revela un escote bastante importante. Los tacones de sus botas de cuero son tan altos que ignoro por completo cómo puede caminar con ellos. Pero está superguapa y atrae un buen número de miradas cuando engancha su brazo al mío.

Estoy bastante segura de que la gente que nos ve de pie, una al lado de la otra, está rascándose la cabeza mientras se pregunta cómo narices podemos ser amigas. A veces, yo me pregunto lo mismo. En el instituto, Ramona era la malota que quería pasárselo bien y que fumaba cigarrillos detrás del edificio; y yo era la niña buena que editaba el periódico del insti y organizaba todos los eventos solidarios. Si no hubiéramos sido vecinas puerta con puerta, Ramona y yo probablemente no habríamos sabido de la existencia de la otra, pero caminar juntas al instituto todos los días había generado una amistad de conveniencia que, con el tiempo, se convirtió en un vínculo real. Tan real que, cuando estábamos buscando universidades, nos aseguramos de mandar las solicitudes a las mismas escuelas y, cuando a las dos nos admitieron en Briar, pedimos a mi padre que hablara con el responsable de la residencia para que pudiéramos ser compañeras de cuarto.

Pero si bien nuestra amistad ha empezado fuerte este año, no puedo negar que nos hemos distanciado un poco. Ramona ha estado superobsesionada con integrarse y con ser popular. No habla de otra cosa, y últimamente me estoy dando cuenta de que ella… me molesta un poco.

Mierda. Solo pensarlo me hace sentir como una mala amiga.

—¡He visto que te ibas arriba con Matt! —me susurra al oído—. ¿Os habéis liado?

—No —contesto con tristeza—. Creo que lo he asustado. 

—Oh, no. Le has contado lo de tu fobia a las marionetas, ¿verdad? —pregunta antes de lanzar un suspiro exagerado—. Cariño, tienes que dejar de soltar todas tus locuras y cosas raras a la primera de cambio. En serio. Guarda todas esas cosas para más tarde, para cuando estés en una relación más seria y sea más difícil que él huya.

Me resulta imposible no reírme. 

—Gracias por el consejo.

—Bueno, ¿estás lista para irte o quieres que nos quedemos un rato más?

Echo un vistazo por la habitación otra vez. Mi mirada se detiene en una esquina, donde dos chicas en vaqueros y sujetador se están enrollando, mientras uno de los chicos de la fraternidad Omega Fi graba el apasionado show con su iPhone.

La imagen me hace ahogar un gemido. Me apuesto diez dólares a que el vídeo acaba en una de esas webs de porno gratis. Y las pobres chicas probablemente no se enterarán de nada hasta dentro de unos años, cuando una de ellas esté a punto de casarse con un senador y la prensa desentierre todos sus trapos sucios.

—No me importaría irme ahora —admito.

—Sí, creo que a mí tampoco. 

Levanto las cejas.

—¿Desde cuándo te da igual salir de una fiesta antes de la medianoche? —Frunce los labios.

—No tiene mucho sentido quedarse aquí. Alguien me ha ganado y se lo ha llevado antes que yo.

No me molesto en preguntar de quién habla, ya que es el mismo chico del que lleva hablando desde el primer día del semestre.

Dean Heyward-Di Laurentis.

Ramona ha estado obsesionada con el guapísimo chico de tercero desde que se encontró con él en una de las cafeterías del campus. Obsesionada, pero de verdad. Me ha arrastrado a casi todos los partidos que Briar ha jugado en casa solo para ver a Dean en acción. Tengo que admitir que el tío está buenísimo. También es un muy buen jugador, según dice el cotilleo popular, claro. Pero, por desgracia para Ramona, Dean no sale con estudiantes de primero. Ni se acuesta con ellas, que es lo único que realmente quiere de él, de todos modos. Ramona nunca ha salido con nadie más de una semana.

La única razón por la que quería venir a la fiesta de esta noche era porque se había enterado de que Dean estaría aquí. Pero está claro que cuando el tipo dice que su regla es rechazar a las estudiantes de primero, no lo dice de coña. No importa cuántas veces se le tire encima Ramona: él siempre se va con otra.

—Antes de irnos, voy un momento al baño —le digo—. ¿Nos vemos fuera?

—Vale, pero date prisa. Le he dicho a Jasper que ya nos íbamos y nos está esperando en el coche.

Ramona mira hacia la puerta principal y me deja con una punzada de resentimiento. O sea, que me ha preguntado si quería irme cuando ya había tomado la decisión por las dos. Guay. Pero me trago el cabreo recordándome a mí misma que Ramona siempre ha hecho eso, y que nunca me molestó en el pasado. Sinceramente, si no fuera por las decisiones que toma y porque me obliga a salir de mi zona de confort, probablemente me habría pasado todo mi tiempo de instituto en la oficina del periódico, escribiendo la columna de consejos y ofreciendo a los estudiantes recomendaciones sobre la vida, sin haber experimentado nunca la vida por mí misma.

Aun así…, a veces me gustaría que Ramona al menos me preguntara lo que pienso sobre algo, antes de tomar una decisión.

La cola del baño de abajo es inmensa, así que me abro paso entre la multitud y subo arriba, al lugar donde Matt y yo hemos estado hablando antes. Me estoy acercando al baño cuando la puerta se abre y una rubia guapa sale de dentro.

Da un respingo al verme y, a continuación, me ofrece una sonrisita altiva y se ajusta la parte de debajo de un vestido que solo puede describirse como indecente. De hecho, veo sus bragas de color rosa.

Mis mejillas se calientan y aparto la mirada, avergonzada, esperando a que la chica llegue a las escaleras antes de agarrar el pomo de la puerta. Nada más poner mi mano en el picaporte, la puerta se abre de nuevo y sale otra persona.

Mi mirada se topa con los ojos azules más intensos que he visto nunca. Solo tardo un segundo en reconocerlo y, cuando lo hago, mi rostro arde todavía más.

Es John Logan.

Sí, John Logan. También conocido como el defensor estrella del equipo de hockey. Sé todo esto no solo porque Ramona ha estado siguiendo a su amigo Dean durante meses, sino porque su cara cincelada e increíblemente atractiva apareció en la portada del periódico de la uni la semana pasada. Desde la victoria del equipo en el campeonato, la publicación ha sacado entrevistas de todos los jugadores, y no voy a mentir: la entrevista de Logan fue la única a la que presté atención.

Y es porque el tío está más bueno que el pan.

Al igual que la rubia, parece sorprendido de encontrarme en el pasillo y, al igual que la rubia, se recupera rápidamente de su sorpresa y me lanza una sonrisa.

Después se sube la cremallera de los pantalones.

Ay. Dios. Mío.

No me puedo creer que acabe de hacer lo que ha hecho. Mi mirada baja involuntariamente a su ingle, pero él no parece preocupado por eso. Arquea una ceja, se encoge de hombros y luego se va.

Uau. Pues nada.

Eso debería haberme asqueado. Y no lo digo por el evidente polvo en el cuarto de baño. Lo que acaba de hacer con la cremallera debería haberlo colocado directamente en el saco de los gilipollas.

Pero, en vez de eso, saber que acaba de enrollarse con esa chica en el aseo provoca en mí un arrebato de celos inesperado.

No estoy diciendo que me apetezca tener un lío fortuito en un cuarto de baño, pero…

Bueno, miento. Por supuesto que me apetecería. Al menos, si es con John Logan, claro que me apetece. Pensar en sus manos y en sus labios sobre mi cuerpo desata en mí una oleada de escalofríos que sube serpenteando por mi columna vertebral.

¿Por qué no puedo enrollarme con chicos en los cuartos de baño? Estoy en la universidad, joder. Se supone que debo divertirme y cometer errores y «buscarme a mí misma», pero no he hecho ni una mierda este año. He estado viviendo a través de Ramona, viendo a mi mejor amiga, una «malota», asumir riesgos y probar cosas nuevas, mientras que yo, la chica buena, se queda ahí, aferrada a la cautelosa forma de ver la vida que mi padre ha perforado en mi cerebro desde que llevaba pañales.

Pues bien, estoy cansada de ser cauta. Y estoy cansada de ser la niña buena. El semestre está a punto de terminar. Tengo dos exámenes que estudiar y un trabajo de Psicología que escribir, pero ¿quién dice que no puedo hacer todo eso y además tener un poco de diversión entre medias?

Solo quedan unas pocas semanas para que acabe mi primer año de universidad y ¿sabes qué? Voy a hacer un buen uso de ellas. 

Capítulo 2

Logan

He decidido bajar el ritmo de fiestas. Y no ha sido solo porque anoche acabé tan hecho polvo que Tucker tuvo que llevarme cargado sobre su hombro escaleras arriba hasta mi habitación, porque estaba demasiado mareado para poder caminar.

No solo, pero sí que ha sido un factor importante para tomar la decisión que he tomado. Así que ahora es viernes por la noche y no solo he rechazado la invitación a la fiesta de uno de los chicos del equipo, sino que todavía estoy dándole vueltas al mismo vaso de whisky que me he servido hace más de una hora. Tampoco le he dado ni una calada al porro que Dean me pasa una y otra vez.

Esta noche nos quedamos en casa charlando, desafiando el frío de principios de abril apiñados en el pequeño patio. Le doy una calada a mi cigarrillo mientras Dean, Tucker y nuestro compañero de equipo, Mike Hollis, se pasan el porro. Solo escucho a medias el resumen, increíblemente obsceno, del polvo que Dean echó anoche. Mi mente vaga de nuevo a mi propio rollo, con la chica absolutamente sexy que me obligó a seguirla a uno de los cuartos de baño de arriba para aprovecharse de mí.

Es cierto que estaba borracho y que mi memoria puede ser un poco confusa, pero recuerdo perfectamente cómo se corrió en toda mi mano después de meterle un dedo. Y recuerdo aún más perfectamente ser el receptor de una mamada espectacular. Pero no pienso contarle nada de eso a Tuck, ya que, tal y como parece, mantiene un recuento de mis rollos. Cabrón entrometido.

—Espera, retrocede un momento. ¿Que hiciste qué? 

El tono elevado de Hollis me devuelve al presente de una sacudida.

—Le he enviado una foto de mi polla. —Dean lo dice como si fuese algo que hace todos los días.

Hollis lo mira con la boca abierta.

—¿De verdad? ¿Le has enviado una foto de tu paquete? ¿En plan «ahí va un recuerdo del sexo que hemos tenido»?

—Naah. Más bien como una invitación para otra ronda —responde Dean con una sonrisa.

—¿Cómo coño algo así haría que quisiera volver a acostarse contigo? —Hollis parece dudar—. Probablemente ahora piense que eres un gilipollas. 

—Ni de coña, hermano. Las nenas aprecian una buena foto de una polla. Créeme.

Hollis aprieta sus labios como si intentara no reírse.

—Ya, ya. Por supuesto.

Echo la ceniza en el césped y doy otra calada a mi cigarrillo.

—Solo por curiosidad. Una «buena foto de una polla», ¿qué requiere? Es decir, ¿es cuestión de la iluminación?, ¿de la pose?

Estoy siendo sarcástico, pero Dean responde con voz solemne.

—Bueno, el truco consiste en mantener los huevos fuera de la foto.

La respuesta le arranca una carcajada a Tucker, que se atraganta con su cerveza.

—En serio, tío —insiste Dean—. Los huevos no son fotogénicos. Las mujeres no quieren verlos.

La risa de Hollis sale disparada y unas bocanadas de humo blanco flotan en el aire de la noche.

—Tronco, has invertido mucho tiempo en reflexionar sobre el tema. Es un poco triste.

Yo también me río.

—Espera un momento, ¿eso es lo que haces cuando estás en tu habitación con la puerta cerrada? ¿Hacerte fotos del pito?

—Oh, vamos, como si yo fuera el único que alguna vez se ha hecho una foto de su polla.

—Eres el único —decimos Hollis y yo al unísono.

—Y una mierda. Sois unos mentirosos. —De repente, Dean se da cuenta de que Tucker no ha abierto la boca para negar nada y enseguida salta sobre el silencio de nuestro compañero de equipo—. Ja. ¡Lo sabía!

Arqueo una ceja y miro a Tuck, que puede, o no, estar sonrojándose bajo los cinco centímetros de barba.

—¿En serio, tío? ¿De verdad? 

Él me ofrece una tímida sonrisa.

—¿Os acordáis de la chica con la que salí el año pasado? ¿Sheena? Bueno, pues ella me envió una foto de sus tetas. Me dijo que tenía que devolverle el favor.

La mandíbula de Dean se desploma y abre la boca de par en par.

—¿Polla por tetas? Hermano, te han timado. De ninguna manera es comparable, vaya, ni remotamente.

—Entonces, ¿cuál es el equivalente a unas tetas? —pregunta Hollis con curiosidad.

—Los huevos —contesta Dean antes de darle una profunda calada al porro. Suelta un anillo de humo mientras todo el mundo se ríe de su observación.

—Acabas de decir que las mujeres no quieren ver unos huevos —señala Hollis.

—Y no quieren, pero cualquier idiota sabe que una foto de las tetas requiere una foto frontal completa a cambio. —Resopla—. Es de sentido común.

Alguien se aclara la garganta en la puerta corredera que hay a mi espalda. Ruidosamente.

Me doy la vuelta y me encuentro a Hannah allí de pie; mi pecho se tensa tanto que me duelen las costillas. Lleva puestos unos leggings y una de las camisetas para entrenar de Garrett. Su pelo oscuro está suelto y cae sobre uno de sus hombros. Está preciosa.

Y sí, soy un cabronazo de amigo, porque de repente me la imagino con mi camiseta. Con mi número dibujado a la espalda. Ya te digo, a eso lo llamo yo «aceptar la situación».

—Eh… vale —dice de forma pausada—. Solo por cerciorarme de que no lo he entendido mal. ¿Estáis hablando de enviarles fotos de vuestros penes a las chicas? —La diversión brilla en su mirada mientras observa uno por uno a todo el grupo.

Dean resopla.

—Exacto. Y no nos mires así, Wellsy. ¿Vas a quedarte ahí de pie y nos vas a decir que Garrett no te ha enviado ninguna foto de su paquete?

—No pienso molestarme en contestar a eso. —Suspira y apoya el antebrazo en el borde de la puerta—. Garrett y yo vamos a pedir pizza. ¿Queréis apuntaros? Ah, y pondremos una peli en el salón. Le toca elegir a él, por lo que probablemente será una película de acción de las malas. Si queréis verla con nosotros, estáis invitados.

Tuck y Dean aceptan eufóricamente al instante, pero Hollis sacude la cabeza con pesar.

—Quizá la próxima vez. Mi último examen final es el lunes y me toca pasarme el resto del fin de semana empollando.

—Puf. Bueno, buena suerte. —Hannah le sonríe antes de soltar el marco de la puerta y dar un paso atrás—. Si queréis opinar sobre los ingredientes de la pizza, será mejor que entréis ahora; de lo contrario, la encargaré con verduras. Ah, y ¿qué narices pasa contigo, Logan? —Sus ojos verdes se dirigen a mí—. Dijiste que solo fumabas tabaco en las fiestas. ¿Voy a tener que darte una paliza?

—Inténtalo, Wellsy; molaría verlo. —Mi tono rebosa humor, pero un segundo después de que entre en el apartamento, el humor se desvanece.

Estar cerca de ella es como un puñetazo en el estómago. Y la idea de sentarme en el sofá con ella y Garrett comiendo pizza, mirando una película y viendo cómo se hacen mimos… es cien veces peor que un golpe en las tripas. Es como si un equipo de hockey al completo te estrellara contra la valla.

—¿Sabes qué? Creo que al final sí que voy a ir a la fiesta de Danny. ¿Me puedes llevar en coche a la zona de residencias? —le pregunto a Hollis—. Iría yo por mi cuenta, pero no sé si acabaré bebiendo.

Dean clava el porro en el cenicero que hay en la tapa de la barbacoa.

—No vas a beber ni una gota, tronco. El conserje de la residencia de Danny es un nazi total. Patrulla las salas comunes e inspecciona las habitaciones de forma aleatoria. No es coña.

No me importa. Solo sé que no puedo quedarme aquí. No puedo estar de tranqui con Hannah y Garrett; no hasta que consiga gestionar mi absurdo enchochamiento.

—En ese caso, no beberé. Pero necesito un cambio de aires. Llevo en casa todo el día.

—Un cambio de aires, ¿eh? —La expresión de Tucker me dice que puede leer lo que me pasa.

—Sí —le digo con frialdad—. ¿Tienes algún problema con eso?

Tuck no contesta.

Apretando los dientes, me despido y sigo a Hollis a su coche.

Quince minutos más tarde, estoy en el pasillo del segundo piso de la Residencia Fairview y todo está tan inquietantemente silencioso que mi ánimo se desploma aún más. Mierda. Supongo que es verdad que el conserje es un tipo duro. No escucho ni un ruido en ninguna de las habitaciones, y ni siquiera puedo llamar a Danny para ver si la fiesta al final se ha cancelado o qué. Con las prisas por escapar de casa, se me ha olvidado coger el teléfono.

Es la primera vez que vengo a la residencia de Danny, así que me quedo quieto en el pasillo un momento, tratando de recordar el número de la habitación que me ha enviado en un mensaje hace un rato. ¿220? ¿O era 230? Paso por cada puerta comprobando los números y mi dilema se resuelve solo cuando veo que la habitación 230 no existe. 220. Esa es.

Golpeo mis nudillos contra la puerta. Casi de inmediato, unos pasos suenan al otro lado. Al menos, hay alguien dentro. Es una buena señal.

A continuación, la puerta se abre y me encuentro mirando a una total desconocida. Vale, es una desconocida muy guapa, pero una desconocida al fin y al cabo.

La chica parpadea con sorpresa cuando me ve allí de pie. Sus ojos marrón claro son del mismo color que su cabello, que cuelga en una larga trenza por encima de su hombro. Lleva pantalones a cuadros holgados y una sudadera de color negro con el logotipo de la universidad en la parte de delante y, por el silencio absoluto que reina en la habitación a su espalda, resulta evidente que he llamado a la puerta equivocada.

—Hola —le digo con torpeza—. Bueno… eh… supongo que no es la habitación de Danny, ¿no?

—Eh, no.

—Mierda. —Aprieto los labios—. Me dijo que era la habitación 220.

—En ese caso, uno de los dos debe de tener el número mal. —Hace una pausa—. Por si te sirve de algo, no hay nadie llamado Danny en esta planta. ¿Es un estudiante de primero?

—De tercero. 

—Oh. Vale. Pues entonces, definitivamente, no vive aquí. Esto es una residencia para estudiantes de primero. —Mientras habla, juega con la parte de abajo de su trenza y no me mira a los ojos ni una sola vez.

—Mierda —murmuro de nuevo.

—¿Estás seguro de que tu amigo te dijo que vivía en la Residencia Fairview?

Dudo. Estaba seguro, pero ahora… no tanto. Danny y yo no solemos pasar mucho tiempo juntos, al menos no los dos solos. Por lo general, nos vemos en las fiestas posteriores a los partidos o cuando viene a mi casa con el resto de nuestros compañeros de equipo. 

—Ya no estoy seguro —respondo con un suspiro.

—¿Por qué no lo llamas? —Sigue sin encontrar mi mirada. Ahora mira hacia abajo, a sus calcetines de lana a rayas, como si fueran las cosas más fascinantes que ha visto nunca.

—Me he dejado el móvil en casa. —Mierda. Mientras reflexiono sobre mis posibles opciones, me paso una mano por el pelo. Está creciendo y necesita desesperadamente un corte, pero siempre se me acaba olvidando—. ¿Te importa si uso el tuyo?

—Eh… no, claro.

Parece indecisa, pero aun así abre más la puerta y me hace un gesto para que entre. Su habitación es la típica habitación doble con dos de todo, pero mientras que un lado está limpio como una patena, el otro es una pocilga desordenada. Es evidente que esta chica y su compañera de dormitorio tienen una filosofía muy diferente sobre la pulcritud.

Por alguna razón, no me sorprende cuando se dirige hacia el lado arreglado. Sin duda, tenía pinta de ser ella la fanática del orden. Va al escritorio y desconecta un teléfono móvil del cargador para, a continuación, pasármelo.

—Toma.

Un instante después de que el teléfono cambie de manos, se arrastra hacia la puerta.

—No tienes que irte tan lejos —digo secamente—. A menos que estés pensando en salir huyendo.

Sus mejillas se tiñen de un color rosado. Con una sonrisa, deslizo mi dedo por la pantalla del teléfono hasta que aparece el teclado numérico.

—No te preocupes, preciosa. Solo voy a usar el móvil. No voy a matarte.

—Oh, ya lo sé. O, por lo menos, creo que ya lo sé —balbucea—. Quiero decir que… pareces un tipo majo, pero, claro, un montón de asesinos en serie probablemente también parecen majos cuando los conoces. ¿Sabías que Ted Bundy era realmente encantador? —Sus ojos se abren—. Qué fuerte, ¿no? Imagina que un día estás caminando tranquilamente y conoces a un tipo superguapo y encantador, y te dices a ti misma: «Oh, ¡Dios mío! Es perfecto», y un minuto después estás en su casa y encuentras una sala de trofeos en el sótano con trajes de piel humana y muñecas Barbie con los ojos arrancados y…

—Dios —interrumpo—, ¿te han dicho alguna vez que hablas mucho?

Sus mejillas enrojecen todavía más.

—Lo siento. A veces hablo sin parar cuando estoy nerviosa.

Le lanzo otra sonrisa. 

—¿Te pongo nerviosa?

—No. Bueno, quizá un poco. Quiero decir que… no te conozco, y… sí, «cuidado con los desconocidos» y todo eso; aunque estoy segura de que no eres peligroso —añade apresuradamente—. Pero ya sabes…

—Sí. Ted Bundy —continúo, haciendo un esfuerzo para no reírme.

Juguetea con su trenza de nuevo y su evasiva mirada me da la oportunidad de estudiarla con más atención. Uau, es muy guapa. No es un superpibón ni nada, pero tiene un rollo fresco de «chica normal» que la hace de veras atractiva. Pecas en la nariz, rasgos delicados y una piel suave y cremosa que parece recién sacada de un anuncio de maquillaje.

—¿Vas a llamar? 

Parpadeo y, de pronto, recuerdo que ese es el motivo por el que he entrado en esta habitación. Miro el móvil que sostengo en la mano y analizo el teclado numérico con la misma atención con la que la estaba analizando a ella hace un instante.

—Te ayudo: usa los dedos para marcar el número y después le das a la tecla verde. 

Levanto la cabeza y su sonrisa apenas contenida provoca una risa que sale de mi garganta.

—Una gran ayuda. —Coincido—. Pero… —Dejo escapar un suspiro triste—. Acabo de caer en que no me sé su número. Lo tengo guardado en mi móvil.

Mierda. ¿Es este mi castigo por fantasear con la novia de Garrett? ¿Quedarme colgado un viernes por la noche sin teléfono ni coche? Supongo que me lo merezco.

—A la mierda. Voy a llamar a un taxi —me decido al fin. Por suerte, me sé de memoria el teléfono del servicio de taxi del campus, así que marco ese número y me ponen en espera de inmediato. Cuando el hilo musical empieza a sonar en mi oído, ahogo un gemido.

—Estás en espera, ¿eh?

—Sí. —La miro de nuevo—. Por cierto, me llamo Logan. Gracias por dejarme usar tu teléfono.

—Sin problema. —Hace una pausa—. Me llamo Grace. 

Un clic suena en mi oído, pero en lugar de la voz de la operadora, oigo otro clic seguido de otra dosis de música. No me sorprende. Es viernes por la noche, el momento de más lío para los taxis del campus. Quién sabe cuánto tiempo voy a tener que esperar.

Me hundo en el borde de una de las camas —la que está perfectamente hecha— y trato de recordar el número del servicio de taxi de Hastings, la ciudad donde viven la mayoría de los estudiantes que residen fuera del campus, y donde está mi casa. Pero me he quedado en blanco, así que suspiro y aguanto un poco más el hilo musical. Mi mirada se desplaza al portátil abierto al otro lado de la cama y, cuando me doy cuenta de lo que aparece en la pantalla, miro a Grace con sorpresa.

—¿Estás viendo La jungla de cristal?

—En realidad es La jungla 2: alerta roja. —Parece avergonzada—. Estoy teniendo una noche especial de La jungla de cristal. Acabo de terminar la primera.

—¿Te mola Bruce Willis o algo así? 

Eso la hace reír.

—No. Simplemente me gustan las películas de acción antiguas. La semana pasada vi la saga de Arma letal.

La música en mi oído se detiene otra vez, un clic y vuelve a sonar, lo que provoca que una maldición salga de mis labios. Cuelgo y me vuelvo hacia Grace.

—¿Te importa si uso tu ordenador para buscar el número de los taxis de Hastings? Igual tengo más suerte allí.

—Claro. —Después de un instante de vacilación, se sienta a mi lado y coge el portátil—. Déjame que te abra una ventana del navegador. 

Cuando va a minimizar el vídeo, se activa otra vez la película y el sonido explota en los altavoces. Cuando la escena de pelea en el aeropuerto llena la pantalla del ordenador, me acerco de inmediato para verla.

—Oh, uau, esta pelea es la leche.

—Sí, ¿verdad? —exclama Grace—. Me encanta. Bueno, en realidad, me encanta toda la película. No me importa lo que diga la gente, a mí me parece impresionante. Obviamente, no es tan buena como la primera, pero la verdad es que no es tan mala como la gente piensa.

Está a punto de darle al botón de pausa, pero le paro la mano.

—¿Podemos terminar de ver esta escena?

Su expresión es de gran sorpresa.

—Eh, sí, vale. —Traga saliva visiblemente y añade—: Si quieres, puedes quedarte y ver toda la peli. —Sus mejillas se sonrojan nada más expresar la invitación—. A no ser que tengas que ir a algún otro sitio.

Lo pienso un segundo antes de negar con la cabeza.

—Naah, no tengo que ir a ningún otro sitio. Puedo quedarme aquí un rato.

Ahora en serio, ¿cuál es la alternativa? ¿Ir a casa a ver cómo Hannah y Garrett se dan de comer pizza el uno al otro y se besan durante la película?

—Oh, vale —dice Grace con cautela—. Eh… guay.

Me río.

—¿Esperabas que dijera que no? 

—Un poco —admite.

—¿Por? En serio, ¿qué chico rechazaría ver La jungla 2? Lo único que podría mejorar este acuerdo es que me ofrecieras algo de alcohol. 

—No tengo nada. —Se detiene para pensar—. Pero tengo una bolsa entera de ositos de gominola escondidos en el cajón de mi escritorio.

—Cásate conmigo —le digo al instante.

Entre risas, avanza hacia el escritorio, abre el cajón de abajo y, efectivamente, saca una enorme bolsa de chucherías. Mientras me deslizo hacia la cama y me inclino hacia atrás en la pila de almohadas de su cabecero, Grace se arrodilla frente a la mininevera junto al escritorio y me pregunta:

—¿Agua o Pepsi? 

—Pepsi, por favor.

Me pasa la bolsa de ositos de gominola gigante y la lata de refresco y después se instala en la cama a mi lado y coloca el portátil en el colchón entre los dos.

Me meto un osito en la boca y enfoco mi mirada en la pantalla. Vale. Sin duda, no es así como esperaba que transcurriera la noche, pero, qué coño, será mejor que me deje llevar. 

Capítulo 3

Grace

John Logan está en mi cuarto.

No, ¡John Logan está en mi cama! No estoy preparada para esto ni de coña. De hecho, siento la tentación de escribirle un mensaje a escondidas a Ramona con un SOS para pedirle consejo, porque no tengo ni idea de lo que hacer o decir. En el lado positivo, estamos viendo una película, lo que significa que no tengo que hacer o decir nada, excepto mirar al portátil, reírme de los chistes cuando toca y fingir que el chico más buenorro de Briar no está sentado ¡en mi cama!

Pero es que encima está caliente, en lo que tiene que ver con su temperatura corporal, claro. En serio, el calor que emana de su cuerpo es como un horno y, dado que mi temperatura ya ha subido por su presencia, sin olvidar el hormigueo que siento, el calor que irradia me está empezando a hacer sudar.

Tratando de no llamar la atención, me quito la sudadera y la coloco junto a mí, pero el movimiento hace que Logan gire la cabeza en mi dirección. Sus profundos ojos azules se fijan en mi camiseta ajustada y descansan un rato en mi pecho. Oh, Dios. Me está mirando las tetas. Y aunque tengo una talla normalita, por cómo arde su mirada, uno podría pensar que tengo unos melones rollo estrella del porno.

Cuando se da cuenta de que lo he pillado mirándome, se limita a guiñarme un ojo y vuelve a centrar la atención en la pantalla.

Ya es oficial: he conocido a un chico que guiña un ojo y funciona.

Prestar atención a la película es imposible. Mi mirada está puesta en la pantalla, pero mi mente está en otro lugar. Está centrada por completo en el chico que hay a mi lado. Es mucho más corpulento de lo que pensaba. Una espalda increíblemente ancha, pecho musculoso, piernas largas que se extienden por delante de él. Lo he visto jugar al hockey, así que sé que es agresivo en el hielo, y tener ese cuerpo tan potente a unos centímetros del mío dispara un escalofrío por mi columna vertebral. Parece mucho más mayor y masculino que los chicos de primero con los que he estado charlando durante todo el año.

A ver, tonta. Es que él va a tercero. Exacto. Pero… parece incluso más mayor. Todo ese rollo masculino que tiene…, me dan ganas de arrancarle la ropa y lamer ese cuerpo como si fuera un helado de cucurucho.

Me meto un osito en la boca y espero que el masticar lleve un poco de saliva a mi necesitada garganta seca. En la pantalla, la mujer de McClane está en el avión discutiendo con el presentador de noticias que les causó problemas en la primera entrega y, de repente, Logan me mira; la curiosidad inunda su expresión.

—Oye, ¿crees que serías capaz de aterrizar un avión si no tuvieras otra opción?

Me río.

—¿No me has dicho que ya habías visto la película? Sabes que ella no tiene que aterrizar el avión, ¿verdad?

—Ya, eso ya lo sé, pero me pregunto qué haría yo si estuviera en un avión y fuera el único que puede aterrizarlo. —Suspira—. No creo que fuera capaz de conseguirlo.

Me sorprende que tarde tan poco en admitirlo. Otros chicos intentarían actuar en plan machito y fardar de que pueden aterrizar esa cosa con los ojos cerrados o algo así.

—Yo tampoco —confieso—. Si acaso, puedo imaginarme jorobando la situación todavía más. Probablemente, despresurizaría accidentalmente la cabina tocando el botón equivocado. Así que no. Tengo miedo a las alturas, por lo que estoy bastante segura de que me desmayaría nada más entrar en la cabina y mirar por el parabrisas. 

Se ríe, y el ronco sonido de su garganta pone en marcha una nueva ronda de hormigueo por mi piel.

—Podría ser capaz de volar un helicóptero —reflexiona—. Probablemente, eso sea más fácil que un avión, ¿no?

—Es posible. Lo cierto es que no sé nada de aviación. —Ahora me toca a mí suspirar—. No se lo digas a nadie, pero a veces no estoy segura de entender cómo es posible que los aviones se queden en el aire.

Se ríe y, a continuación, ambos nos centramos en la peli de nuevo. Me doy unas palmaditas en la espalda mentalmente. Acabo de mantener una conversación completa con un chico guapo sin balbucear de forma incoherente. Me merezco una estrella de oro por eso.

Que no se me malinterprete, todavía estoy meganerviosa, pero hay algo en Logan que me hace sentir bien. Él es supertranquilo y, además, es difícil sentirse intimidada por un hombre cuando está masticando ositos de gominola.

Mientras vemos la película, lo miro cada pocos segundos para admirar su perfil cincelado. Tiene la nariz ligeramente torcida, como si se la hubieran roto una o dos veces. Y la atractiva curva de sus labios es… pura tentación. Me muero por darle un beso tanto, tanto, que me cuesta pensar con claridad.

¡Dios! Y soy una pringada, porque besarme es probablemente lo último que ahora mismo se le pasa por la cabeza. Se ha quedado para ver La jungla 2, no para perder el tiempo con una estudiante de primero que hace una hora lo ha comparado con Ted Bundy.

Me obligo a concentrarme en la película, pero ya temo el momento en que llegue a su fin, porque entonces Logan tendrá que irse.

Pero cuando los créditos finales aparecen en la pantalla, no hace ni un solo movimiento que indique que vaya a levantarse. En vez de eso, se gira y pregunta:

—¿Qué te ha pasado? 

Frunzo el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Es viernes por la noche, ¿cómo es que estás aquí sentada viendo películas de acción?

La pregunta me irrita un poco. 

—¿Qué hay de malo en eso?

—Nada. —Se encoge de hombros—. Solo te pregunto por qué no estás de fiesta o algo así.

—Ya fui a una fiesta anoche. —No le recuerdes que lo viste allí, no le recuerdes que lo viste allí—. Por cierto, te vi allí. —Mierda.

Parece sorprendido. 

—¿Sí? 

—Sí. En la casa Omega Fi.

—Eh, no recuerdo haberte visto. —Me lanza una mirada tímida—. La verdad es que no recuerdo mucho de lo que pasó. Me pillé un pedo bastante gordo.

Me duele un poco que no recuerde nuestro encuentro a la salida del cuarto de baño, pero rápidamente me regaño a mí misma por sentirme insultada. Estaba borracho y acababa de liarse con una chica. Por supuesto que no se acuerda de mí.

—¿Te divertiste en la fiesta? —Por primera vez desde que ha entrado en mi habitación, su tono de voz tiene un punto extraño, como si tratara de mantener una charla casual y no se sintiese cómodo con ello.

—Claro, supongo. —Me detengo—. En realidad… lo retiro. Me lo pasé bien hasta que me humillé totalmente delante de un chico.

La incomodidad de su gesto desaparece cuando se ríe.

—¿Sí? ¿Qué hiciste?

—Hablar sin parar. Mucho, mucho. —Me encojo levemente de hombros—. Tengo la muy mala costumbre de hacer eso con todos los chicos.

—Ahora mismo no estás hablando así —señala.

—Ya, ahora… ¿No te acuerdas del rollo que te he soltado sobre los asesinos en serie hace un par de horas?