Oppenheimer y la bomba atómica - Paul Strathern - E-Book

Oppenheimer y la bomba atómica E-Book

Paul Strathern

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Beschreibung

Las dos bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 inauguraron una nueva era en la que la posibilidad de la aniquilación nuclear ha mantenido al mundo en un precario equilibrio. A Oppenheimer se le recuerda como "el padre de la bomba atómica". ¿Cómo fue el proyecto Manhattan y la carrera desbocada para crear la primera bomba atómica? ¿A qué dilemas morales hubo de enfrentarse Oppenheimer? "Oppenheimer y la bomba atómica" presenta una instantánea brillante de un científico y su controvertido trabajo. Ofrece una explicación clara y accesible de cómo se desarrolló la bomba atómica, de su importancia y de las implicaciones que ha tenido durante el siglo xx y el presente.

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Siglo XXI

Paul Strathern

Oppenheimer y la bomba atómica

en 90 minutos

Traducción: Antón Corriente

Revisión: José A. Padilla

Las dos bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 inauguraron una nueva era en la que la posibilidad de la aniquilación nuclear ha mantenido al mundo en un precario equilibrio. A Oppenheimer se le recuerda como «el padre de la bomba atómica» y, de algún modo, responsable de esa situación. ¿Cómo fue el proyecto Manhattan y la carrera desbocada para crear la primera bomba atómica? ¿A qué dilemas morales hubo de enfrentarse Oppenheimer?

Oppenheimer y la bomba atómica presenta una instantánea brillante de un científico y su controvertido trabajo. Ofrece una explicación clara y accesible de cómo se desarrolló la bomba atómica, de su importancia y de las implicaciones que ha tenido durante el siglo XX y el presente.

«90 minutos» es una colección compuesta por breves e iluminadoras introducciones a los más destacados filósofos, científicos y pensadores de todos los tiempos. De lectura amena y accesible, permiten a cualquier lector interesado adentrarse tanto en el pensamiento y los descubrimientos de cada figura analizada como en su influencia posterior en el curso de la historia.

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

The Big Idea: Oppenheimer and the Bomb

© Paul Strathern, 1998

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 1999, 2015

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1727-9

Introducción

A J. R. Oppenheimer se le recuerda sobre todo como el «padre de la bomba». Fue él quien encabezó «la mayor colección de lumbreras nunca vista» que construyó la primera bomba atómica en los laboratorios secretos de Los Álamos, en las apartadas montañas de Nuevo México. Muchos le recuerdan también como el científico que fue empujado prematuramente a la tumba por la caza de brujas anticomunista. Lo que a menudo se pasa por alto es que hizo una original contribución a la mecánica cuántica en sus inicios, y que publicó uno de los primeros modelos teóricos de los agujeros negros.

De paso, Oppenheimer fue también un profesor carismático que inspiró a una generación de físicos americanos, y fue más tarde director del Instituto de Estudios Avanzados (IAS) de Princeton durante casi 20 años, en la época en que gigantes de la talla de Einstein, Von Neumann y Gödel eran miembros de la casa.

Menuda carrera, menudo hombre. En privado Oppenheimer era un hombre algo extraño, de gran cultura. Cuando vio cómo la primera nube luminosa en forma de hongo proyectaba su falso amanecer sobre el desierto, se sorprendió a sí mismo musitando unas palabras del Bhagavad-Gita, obra probablemente desconocida para los otros científicos, generales y personal de inteligencia allí reunidos. Oppen­heimer era un hombre sofisticado, pero también frío. Aunque capaz de inspirar una gran lealtad, muchos le consideraban elitista y arrogante. Esto no importaba mientras permaneciera en su laboratorio. (La ciencia per se no desarrolla la personalidad de una persona y tiende a hacer a sus practicantes más tolerantes con la torpeza que los practicantes del alpinismo social más despiadado.) Pero cuando Oppenheimer se convirtió en un pez gordo en Washington, no tardó en hacer enemigos políticos. Su arrogancia contribuyó a su caída tanto como sus opiniones de izquierda, por vagas y ambiguas que estas pudieran ser. «Oppie», como le conocían sus amigos, fue un hombre dividido hasta el final. Estaba orgulloso de ser el «padre de la bomba», pero no se hacía ilusiones sobre su terrorífico potencial.

Su vida y la bomba

Robert Oppenheimer nació el 22 de abril de 1904, en la ciudad de Nueva York. Su padre, Julius, era un inmigrante judío alemán que había ganado una fortuna en el negocio de la importación de textiles. El hogar familiar era un lujoso apartamento en el elegante Riverside Drive. Los Oppenheimer estaban «asimilados», es decir, habían dejado de lado la cultura y la religión judías ortodoxas y adoptado los modos de los plutócratas norteamericanos. La madre de Robert, Ella, era una pintora de verdadero talento y había estudiado en París. Era de una belleza impactante, aunque tenía deformada la mano derecha, que escondía siempre en un guante de gamuza. Un amigo de la familia la describió como «una persona muy delicada, muy comedida emocionalmente. Siempre presidía la mesa y otros eventos con gran elegancia y delicadeza, pero era una persona triste». El padre fue descrito como «desesperadamente afable, ansioso por agradar, y… esencialmente un hombre muy bondadoso». Pero la casa tenía «una cierta tristeza, un aire melancólico».

El joven Robert habría de heredar una potente mezcla de tales caracteres. Muestra de ello es que fue, en sus propias palabras, «un niño anormalmente bueno y repelente». Fue hijo único durante sus primeros ocho años, hasta el nacimiento de su hermano Frank en 1912. Robert se educó en el Ethical Cultural School de Nueva York, institución que se preciaba de imbuir a sus alumnos de un elevado nivel académico a la par que de ideas avanzadas, una combinación posible en la solemne y bienintencionada sociedad de los años anteriores a la primera guerra mundial. En la escuela Robert se mostró como un alumno serio y solitario. No tardó en manifestar su superioridad tanto en lo académico como en lo social, ganando con ello muy pocos amigos. Era alto y de físico desgarbado. Algo falto de coordinación física, pronto decidió que no le gustaban los deportes. (No soportaba perder.) Pero no era ningún pusilánime, y sí poseía algunas aptitudes físicas. Conforme al tópico, practicó la navegación en solitario en Long Island desde la casa que tenía allí la familia para pasar sus vacaciones, con una intrepidez que a menudo rozaba lo temerario cuando le daba por navegar con mal tiempo. Por las noches leía de todo, desde libros de mineralogía a obras de Platón. Le gustaba particularmente la poesía distante y melancólica del modernista T. S. Eliot.

A los 18 años, durante unas vacaciones familiares en Europa, contrajo la disentería. Tardó en recuperarse un año, durante el cual hizo su tardía aparición la rebeldía adolescente, que, en palabras de su madre, se manifestó en forma de «grosería, y a menudo un total rechazo de mis atenciones». El ingrato inválido se encerraba en su cuarto y leía.

Más tarde el joven pedante, intelectual en exceso, sería despachado a un rancho para turistas en Nuevo México a recuperarse. Aquí volvió a la vida, como solo había hecho anteriormente esquivando en su yate escollos azotados por el viento. Durante días no hizo más que cabalgar por los tortuosos caminos que surcan los cañones y por las montañas, acampando por la noche bajo las estrellas.

En 1922, Robert Oppenheimer fue a Harvard a estudiar química. Otro estudiante de la época recordaba: «Supongo que se sentía solo y creía no encajar bien en el ambiente social». Sin embargo, en todos los demás ambientes mostró su supremacía. Aún no estaba del todo seguro de lo que quería hacer con su vida. Aparte de ser el primero de la clase en química, destacó en física, filosofía oriental, griego, latín y arquitectura. En sus ratos libres emulaba a su madre pintando y hasta escribía poesía vanguardista que se publicaba en la revista literaria de la universidad. Todo esto exigía tiempo, pero como joven que no se dignaba a tener una vida social y estaba por encima de cosas como una carrera deportiva, a Oppenheimer aún le sobraba energía que quemar. Llegaba regularmente a los laboratorios a las ocho de la mañana, pasaba el resto del día asistiendo a sus clases y trabajando sobre cada una de sus diversas asignaturas en la biblioteca, y por la noche seguía leyendo. En lugar de comidas propiamente dichas, paraba brevemente para tomar un apresurado black and tan: un sandwich tostado y abierto untado de manteca de cacahuete, con un buen pegote de salsa de chocolate. Parece evidente que esto mantuvo bien cebado su tracto digestivo.

Solo en el tercer año de su carrera decidió Oppenheimer que la física era su vida, gracias sobre todo a una persona: el físico Percy Bridgman. Profesor excepcional, Bridgman fue el primero en producir diamantes artificiales por medio de la presión, obtuvo más tarde el premio Nobel, y finalmente se pegó un tiro. Aparte de su temperamento, lo que interesaba a Oppenheimer era el concepto de filosofía de la ciencia de Bridgman. Según Bridgman: «No conoceremos el significado de un concepto a menos que podamos especificar las operaciones empleadas al aplicar el concepto en situaciones concretas». Tal modo de pensar concordaba profundamente con la reciente filosofía de Wittgenstein y los positivistas lógicos («el significado de una palabra reside en su verificación»). También compaginaba bien con los continuos y rápidos avances de la teoría cuántica, que por entonces estaba demoliendo los conceptos previos de la física clásica. Se trataba de un hombre cuyo pensamiento parecía combinar ambos aspectos de la vida de Oppenheimer, el cultural y el científico, de modo estimulante a la par que intelectualmente riguroso. También resultaba atractivo para el iconoclasta reprimido que habitaba en el interior del desgarbado pequeño lord Fauntleroy de Riverside Drive. Como sucede con muchas vidas excepcionales, cada parte hizo su contribución al todo. Oppenheimer no olvidaría nunca las cuestiones filosóficas suscitadas por Bridgman, ni sus implicaciones para la práctica de la ciencia. Oppenheimer estaba enganchado: de ahora en adelante, en lo que a él tocaba, la física era lo importante.

En 1925, habiendo completado su carrera de cuatro años en solo tres, se licenció summa cum laude