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El mundo ha cambiado desde la noche en que llegaron los Luxen. Katy no puede creer que Daemon haya dado la bienvenida a los de su raza, que amenazaban con destruir hasta al último humano e híbrido de la Tierra. Pero las líneas entre el bien y el mal han quedado borrosas, y el amor se ha convertido en una emoción que podría destruirla, que podría destruirlos a todos. Daemon hará lo que haga falta por salvar a aquellos que ama, aunque esto implique la traición. Para sobrevivir a la invasión deberán crear alianzas inesperadas, pero cuando se vuelva imposible distinguir entre amigos y enemigos, ambos podrían perderlo todo. La guerra ha llegado a la Tierra. Y, sea cual sea el resultado, el futuro jamás será el mismo para aquellos que sobrevivan. SAGA LUX #5
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Seitenzahl: 524
Veröffentlichungsjahr: 2015
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JENNIFER L. ARMENTROUT
OPPOSITION
SAGA LUX
Libro cinco
Traducción de Miguel Trujillo
Título original: Opposition, publicado en inglés, en 2014, por Entangled Publishing, LLC, Fort Collins, CO (EE.UU.).
This translation published by arrangement with Entangled Publishing, LLC. All rights reserved
Primera edición en esta colección: enero 2015
© 2014 by Jennifer L. Armentrout
© de la traducción, Miguel Trujillo, 2015
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2015
Plataforma Editorial
c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona
Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14
www.plataformaeditorial.com
Depósito legal: B 26714-2014
ISBN: 978-84-16256-33-4
Realización de cubierta: Lola Rodríguez
Composición: Grafime
Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).
Para todos aquellos lectores que se encontraron en algún momento con Obsidian y pensaron: «¿Aliens en el instituto? ¿Por qué diablos no? He leído cosas más raras». Y acabaron adorando a Katy, Daemon y los demás tanto como yo. Esto es para vosotros. Gracias.
KATY
Hace tiempo, tenía un plan por si se daba el caso poco probable de que estuviera presente en el fin del mundo. La idea era subir al tejado de mi casa y poner «It’s the End of the World as We Know It (And I Feel Fine)», de R.E.M, tan alto como fuera humanamente posible, pero la vida real rara vez resulta ser tan guay.
Estaba sucediendo, el mundo tal como lo conocíamos estaba terminando, y no me sentía bien ni de coña. Y tampoco guay.
Abrí los ojos y aparté unos centímetros la delgada cortina blanca. Eché un vistazo al exterior, más allá del porche y el jardín vacío, hasta el espeso bosque que rodeaba la cabaña que Luc tenía en los bosques de Coeur d’Alene, una ciudad de Idaho que no podía ni pronunciar ni escribir.
El jardín estaba vacío. No había luces blancas, relucientes y parpadeantes brillando entre los árboles. No había nadie allí. Corrección. No había nada allí. No había pájaros piando ni revoloteando de una rama a otra. No había señales de ninguna criatura de los bosques correteando por ninguna parte. Ni siquiera se oía el zumbido de los insectos. Todo estaba quieto y silencioso, carente de sonido de una forma totalmente espeluznante.
Observé fijamente los árboles, el último lugar donde había visto a Daemon. Un dolor profundo y palpitante se encendió en mi pecho. La noche que nos habíamos quedado dormidos en el sofá parecía haber sucedido años antes, pero tan solo habían pasado cuarenta y ocho horas o así desde que me había despertado con demasiado calor y casi había quedado cegada por la forma verdadera de Daemon. Este no había sido capaz de controlarlo, aunque probablemente no habría cambiado nada si hubiéramos sabido lo que significaba.
Muchísimos de su especie, cientos (si no miles) de Luxen habían venido a la Tierra, y Daemon… se había ido, y sus hermanos también, y nosotros seguíamos en la cabaña.
Noté una presión en el pecho, como si alguien estuviera aplastándome el corazón y los pulmones con unas tenazas. De vez en cuando, la advertencia del sargento Dasher volvía a mí para atormentarme. Realmente pensaba que aquel hombre y todo Dédalo estaban montados en el tren de la demencia con destino al País de los Chiflados, pero habían tenido razón.
Dios, habían tenido tantísima razón…
Los Luxen habían venido, tal como Dédalo había advertido, tal como ellos estaban preparados para que lo hicieran, y Daemon… El dolor palpitó, arrancándome el aire de los pulmones, y cerré los ojos de golpe. No tenía ni idea de por qué se había marchado con ellos, ni de por qué no había visto ni oído nada de él o de su familia. El terror y la confusión que rodeaban su desaparición eran una sombra constante que me atormentaba cada momento que pasaba despierta, e incluso los pocos minutos que había sido capaz de dormir.
¿De qué lado se pondría Daemon? Dasher me había preguntado eso una vez, cuando me mantenían cautiva en el Área 51 (que era muy real), y no podía permitirme creer que ya tuviera la respuesta.
Durante los dos últimos días, más Luxen habían caído del cielo. No dejaban de caer y caer, como un río infinito de estrellas fugaces, y después no quedó…
–Nada.
Abrí los ojos de golpe, y la cortina se deslizó de entre mis dedos y cayó en su lugar con suavidad.
–Sal de mi cabeza.
–No puedo evitarlo –replicó Archer desde el sofá en el que estaba sentado–. Emites tus pensamientos a un volumen tan alto que es como si sintiera la necesidad de irme a una esquina a balancearme y pronunciar el nombre de Daemon una y otra vez.
La irritación me provocó un pinchazo en la piel. No importaba lo mucho que intentara guardarme los pensamientos, preocupaciones y miedos para mí misma; era inútil cuando en la casa había no uno, sino dos orígenes. Su maravillosa habilidad para leer los pensamientos se volvió muy molesta rápidamente.
Así de nuevo la cortina para apartarla y observé los árboles.
–¿Sigue sin haber señales de ningún Luxen?
–Nop. No ha caído a la Tierra ninguna luz brillante en las últimas cinco horas.
Archer sonaba tan cansado como yo. Él tampoco había dormido demasiado. Mientras yo había estado manteniendo un ojo en el exterior, él se había centrado en la tele. Las noticias de todo el mundo habían estado informando sin parar acerca del «fenómeno».
–Algunos de los canales de noticias están intentando decir que ha sido una enorme lluvia de meteoritos.
Resoplé.
–Es inútil que traten de ocultar nada llegados a este punto.
Suspiró con cansancio. Tenía razón.
Lo que había pasado en Las Vegas, lo que habíamos hecho, lo habían grabado y subido a internet en cuestión de horas. En algún momento durante el día siguiente a la destrucción total de Las Vegas borraron todos los vídeos, pero el daño ya estaba hecho. Con lo que había grabado el helicóptero de las noticias antes de que Dédalo lo derribara y lo que habían grabado con sus móviles las personas que se encontraban allí, no había forma de ocultar la verdad. Pero internet era un lugar extraño. Mientras que algunos blogueaban que era el fin de los tiempos, otros adoptaban un enfoque más creativo. Al parecer, hasta habían creado ya un meme.
El meme del alienígena brillante e increíblemente fotogénico.
La imagen era de Daemon recuperando su forma auténtica. Sus facciones humanas estaban tan borrosas que resultaban irreconocibles, pero sabía que era él. Si hubiera estado conmigo para verlo sé que le habría encantado, pero no…
–Para –dijo Archer con amabilidad–. No sabemos qué demonios estará haciendo Daemon o cualquiera de ellos en este momento, ni tampoco por qué. Van a volver.
Aparté la mirada de la ventana, enfrentándome por fin a Archer. Llevaba el pelo, de un castaño arenoso, muy corto, al estilo militar. Era alto y de hombros anchos; parecía alguien capaz de pegar palizas si era necesario, y yo sabía que podía.
Archer podía ser totalmente letal.
Cuando lo conocí en el Área 51, pensaba que era un simple soldado. Hasta que Daemon llegó no descubrimos que se trataba del infiltrado de Luc en Dédalo, y también, al igual que él, un origen, el hijo de un hombre Luxen y una híbrida humana mutada.
Mis dedos se curvaron hacia dentro.
–¿Realmente lo crees? ¿Crees que van a volver?
Sus ojos de amatista fueron rápidamente del televisor a los míos.
–Es lo único que puedo creer en este momento. Es lo único que cualquiera de nosotros puede creer ahora mismo.
No resultaba muy reconfortante.
–Lo siento –añadió, dejando claro que había vuelto a captar mis pensamientos. Señaló el televisor con la cabeza antes de que pudiera enfadarme–. Está pasando algo. ¿Por qué iban a venir tantos Luxen a la Tierra y después permanecer en silencio?
Aquella era la pregunta del año.
–Yo creo que es bastante obvio –dijo una voz desde el pasillo. Me volví mientras Luc entraba en el salón. Alto y delgado, tenía el pelo castaño recogido en una coleta en la nuca. Era más joven que nosotros, tendría unos catorce o quince años, pero era como el líder adolescente de un grupo mafioso y, a veces, daba más miedo que Archer–. Y sabes exactamente de qué estoy hablando –añadió, mirando al origen mayor.
Mientras Archer y Luc se enzarzaban en una batalla de miradas, algo que habían estado haciendo mucho durante los dos últimos días, yo me senté en el brazo de un sillón junto a la ventana.
–¿Os importaría explicarlo en voz alta?
Luc tenía cierta cualidad infantil en su hermoso rostro, como si todavía no hubiera perdido la redondez de la infancia, pero había una sabiduría en sus ojos púrpura que iba más allá de un puñado de años.
Se reclinó contra el marco de la puerta y cruzó los brazos.
–Están planeando. Haciendo estrategias. Esperando.
Aquello no sonaba bien, pero no me sorprendió. Comenzaba a notar un dolor entre las sienes. Archer no dijo nada y siguió viendo la tele.
–¿Por qué si no iban a venir aquí? –continuó Luc, inclinando la cabeza para echar un vistazo a la ventana cubierta por la cortina que había a mi lado–. Estoy seguro de que no es para dar la mano a la gente y besar las mejillas de los bebés. Han venido por una razón, y no es buena.
–Dédalo siempre dijo que nos invadirían. –Archer se reclinó hacia atrás y se rodeó las rodillas con las manos–. Todo el Proyecto Origen fue una respuesta a esa preocupación. Después de todo, los Luxen nunca se han llevado bien con otras formas de vida inteligentes. Pero ¿por qué ahora?
Hice una mueca de dolor y me froté las sienes. No había creído al doctor Roth cuando me contó que los Luxen eran la verdadera razón de la guerra entre ellos y los Arum, una guerra que había destruido los planetas de ambas especies. Y pensaba que el sargento Dasher y Nancy Husher, la zorra a cargo de Dédalo, eran unos fanáticos chiflados.
Me equivocaba.
Y Daemon también.
Luc arqueó una ceja y soltó una risa seca.
–Ah, no lo sé, a lo mejor tiene algo que ver con el espectáculo tan público que montamos en Las Vegas. Sabemos que había infiltrados aquí, Luxen que no sienten tanta simpatía por los humanos. No se me ocurre cómo han podido comunicarse con los Luxen fuera de este planeta, pero ¿qué importancia tiene eso ahora? Era el momento perfecto para hacer una entrada triunfal.
Fruncí el ceño.
–Dijiste que era una idea genial.
–Muchas cosas me parecen ideas geniales. Como las armas nucleares, los refrescos sin calorías y las camisas vaqueras –replicó–. Pero eso no significa que tengamos que destruir a la gente con armas nucleares, ni que las bebidas dietéticas estén buenas, ni que debas ir al Walmart a comprarte una camisa vaquera. No tenéis que hacerme caso siempre.
Puse los ojos en blanco de tal manera que casi se me quedan del revés.
–Bueno, ¿y qué se suponía que teníamos que hacer? Si Daemon y los demás no se hubieran expuesto, nos habrían capturado.
Ninguno de los dos respondió, pero las palabras sin pronunciar quedaron entre nosotros. Que nos hubieran capturado habría sido una putada, pero probablemente Paris, Ash y Andrew seguirían vivos. Y también los humanos inocentes que habían perdido la vida cuando todo se fue a la mierda.
Pero ya no había nada que pudiéramos hacer. Podía congelarse el tiempo durante periodos cortos, pero nadie era capaz de ir atrás y cambiar las cosas. Lo hecho, hecho estaba, y Daemon había tomado esa decisión para protegernos a todos. Tan solo esperaba que nadie lo lanzara de una nave espacial.
–Pareces exhausta –comentó Archer, y al principio no me di cuenta de que me hablaba a mí.
Luc dirigió hacia mí sus enervantes ojos.
–En realidad, pareces hecha una mierda.
Jo. Gracias.
Archer lo ignoró.
–Creo que deberías tratar de dormir. Tan solo un ratito. Te avisaremos si pasa algo.
–No. –Negué con la cabeza por si la palabra no era suficiente–. Estoy bien.
Lo cierto es que me encontraba muy lejos de estar bien. Probablemente estuviera a tan solo un paso de irme a una esquina oscura para balancearme adelante y atrás, pero no podía derrumbarme, y no podía dormir. No cuando Daemon estaba ahí fuera, en algún lugar, y no cuando el mundo estaba a punto de… demonios, convertirse en una distopía, como en esas novelas que me gustaba leer.
Suspiré. Libros. Los echaba de menos.
Archer frunció el ceño y eso hizo que su hermoso rostro diera un poco de miedo, pero, antes de que pudiera insistir, Luc se apartó de la puerta y dijo:
–En realidad, creo que tiene que ir a hablar con Beth.
Sorprendida, eché un vistazo a la escalera situada en el pasillo que había al otro lado de la sala. La última vez que lo había comprobado, Beth estaba durmiendo. Parecía que fuera lo único que hiciera. Casi envidiaba su capacidad de dormir con todo lo que estaba pasando.
–¿Por qué? –pregunté–. ¿Está despierta?
Luc entró relajadamente en la habitación.
–Creo que necesitáis una charla de chicas.
Bajé los hombros y suspiré.
–Luc, no creo que este sea el momento más adecuado para estrechar lazos femeninos.
–¿No? –Se dejó caer en el sofá, junto a Archer, y puso los pies sobre la mesita de centro–. ¿Qué otra cosa estás haciendo aparte de mirar por la ventana y tratar de escapar de nosotros para poder ir al bosque en busca de Daemon y probablemente acabar siendo comida por un puma?
La ira me invadió y sacudí la cabeza, de modo que mi larga coleta pasó por encima de mi hombro.
–Primero, no acabaría siendo comida por un puma. Segundo, al menos yo estoy tratando de hacer algo que no sea quedarme aquí con el culo sentado.
Archer suspiró, pero Luc se limitó a dirigirme una amplia sonrisa.
–¿Vamos a volver a discutir sobre eso? –Echó un vistazo a Archer, que tenía el rostro pétreo–. Porque me gusta cuando vosotros dos os peleáis. Es como ver a una madre y un padre teniendo una discusión matrimonial. Me da la sensación de que debería ir a esconderme a mi cuarto o algo para hacerlo más auténtico. Tal vez podría dar un portazo, o…
–Cierra el pico, Luc –gruñó Archer, y después me miró–. Hemos hablado de esto más veces de lo que podría pensar siquiera. Ir tras ellos no sería una buena idea. Habrá demasiados, y no sabemos si…
–¡Daemon no es uno de ellos! –grité, poniéndome en pie de un salto y respirando pesadamente–. No se ha unido a ellos, y Dee o Dawson tampoco lo harían. No sé lo que está pasando –se me rompió la voz, y una oleada de emociones subió por mi garganta–, pero ellos no harían eso. Él no haría eso.
Archer se inclinó hacia delante, con los ojos relucientes.
–Eso no lo sabes. No lo sabemos.
–¡Acabas de decir que van a volver! –ataqué.
No dijo nada mientras dirigía de nuevo la mirada hacia el televisor, y eso me dijo lo que en el fondo ya sabía. Archer no esperaba que Daemon ni ninguno de los otros fueran a volver.
Apreté los labios y sacudí la cabeza con tanta rapidez que mi coleta se convirtió en un látigo. Me di la vuelta y caminé en dirección a la puerta antes de que pudiéramos meternos hasta el cuello en esa discusión otra vez.
–¿Adónde vas? –me preguntó Archer.
Resistí el impulso de hacerle un corte de mangas.
–Por lo visto, voy a tener una charla de chicas con Beth.
–Parece un buen plan –comentó Luc.
Lo ignoré y prácticamente subí los escalones a zancadas. Odiaba quedarme sentada sin hacer nada. Odiaba que, cada vez que abría la puerta de entrada, Luc o Archer estuvieran ahí para detenerme. Y lo que más odiaba de todo era el hecho de que fueran capaces de hacerlo.
Tal vez yo fuera una híbrida, mutada con todos esos poderes especiales de los Luxen, pero ellos eran orígenes, y podían mandarme a California de una patada en el culo si era necesario.
El piso superior se encontraba silencioso y a oscuras, y no me gustaba estar allí. No sabía por qué exactamente, pero el vello de la nuca se me erizaba cada vez que subía allí y recorría el largo y estrecho pasillo.
Beth y Dawson se habían apropiado de la habitación del fondo a la derecha la primera noche que pasamos en la cabaña, y era ahí donde se había ocultado Beth desde que… Desde que él se fue. No conocía muy bien a la chica, pero sabía que lo había pasado muy mal cuando se encontraba bajo el control de Dédalo, y tampoco creía que fuera la más estable de los híbridos, pero eso no era culpa suya. Y, aunque odiaba admitirlo, a veces me ponía los pelos de punta.
Me detuve delante de la puerta y la golpeé con los nudillos en lugar de irrumpir en la habitación.
–¿Sí? –contestó una voz suave y aflautada.
Hice una mueca mientras empujaba la puerta para abrirla. La voz de Beth sonaba terrible, y cuando capté un vistazo de ella vi que su aspecto era igual de malo. Estaba sentada, recostada contra el cabecero de la cama con una montaña de mantas apilada a su alrededor, y tenía círculos oscuros bajo los ojos. Sus facciones pálidas y demacradas estaban muy marcadas, y su pelo estaba hecho un desastre, enredado y sucio. Procuré no tomar demasiado aire, ya que la habitación olía a vómito y sudor.
Me detuve junto a la cama, completamente aturdida.
–¿Estás enferma?
Su mirada desenfocada se alejó de mí y fue a parar a la puerta del baño contiguo. No tenía ningún sentido. Los híbridos no podíamos enfermar, ni por el resfriado común ni por el cáncer más peligroso. Al igual que los Luxen, éramos inmunes a cualquier tipo de enfermedad, pero ¿y Beth? No tenía buen aspecto en absoluto.
Una gran sensación de intranquilidad floreció en mi estómago, agarrotándome los músculos.
–¿Beth?
Su mirada acuosa finalmente volvió a dirigirse a mí.
–¿Ha vuelto ya Dawson?
El corazón me dio un fuerte vuelco, de forma casi dolorosa. Los dos habían pasado por demasiadas cosas, más que Daemon y yo, y lo que estaba sucediendo… Dios, no era justo.
–No, todavía no ha vuelto, pero ¿qué te pasa? Pareces enferma.
Levantó una mano delgada y se la llevó hasta la garganta mientras tragaba.
–No me encuentro muy bien.
No sabía hasta qué punto se encontraba mal, y casi tenía miedo de averiguarlo.
–¿Qué te pasa?
Levantó un hombro, y pareció que le había costado un gran esfuerzo.
–No tienes que preocuparte –aseguró en voz baja mientras tiraba del dobladillo de una de las mantas–. No pasa nada. Estaré bien cuando Dawson regrese. –Su mirada volvió a alejarse flotando a la deriva y, tras soltar el borde de la manta, llevó la mano hacia abajo, la depositó sobre su estómago cubierto por las mantas, y dijo–: Estaremos bien cuando Dawson regrese.
–¿Estaremos…? –repetí con los ojos muy abiertos. Abrí la boca y se me desencajó la mandíbula mientras la miraba fijamente.
A continuación miré el lugar donde se encontraba su mano y la observé con un horror creciente mientras se frotaba la tripa en círculos lentos y firmes.
Oh, no. Oh, no, ni de coña.
Me moví hacia delante y después me detuve.
–Beth, ¿estás…? ¿Estás embarazada?
Ella apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos con fuerza.
–Deberíamos haber tenido más cuidado.
De pronto noté las piernas débiles. Las horas de sueño. El cansancio. Todo cobraba sentido. Beth estaba embarazada, pero, al principio, como una completa idiota, no entendía cómo podía haber ocurrido. Después el sentido común se apoderó de mí, y quise gritar: «¿Dónde estaban los condones?». Pero esa sería una pregunta estúpida.
En mi cabeza apareció una imagen de Micah, el niño pequeño que nos había ayudado a escapar de Dédalo. Micah, el niño que había roto cuellos y destruido cerebros con un simple pensamiento.
Por todos los aliens… ¿Tenía dentro a uno de ellos? ¿Uno de esos niños espeluznantes… espeluznantes, peligrosos y extremadamente letales? Vale, Archer y Luc debían de haber formado parte de esos niños espeluznantes en algún momento, pero aquel pensamiento no tenía nada de reconfortante, puesto que la última camada de orígenes que Dédalo había creado era diferente de aquellas de las que habían salido Luc y Archer.
Y Luc y Archer seguían siendo un poco espeluznantes.
–Me estás mirando como si estuvieras enfadada –dijo con suavidad.
Me obligué a sonreír, sabiendo que probablemente parecería un poco loca.
–No. Tan solo estoy sorprendida.
Una débil sonrisa apareció en sus labios.
–Sí, nosotros también lo estábamos. Es un momento muy malo, ¿verdad?
Ja. Ese debía de ser el mayor eufemismo de la historia.
Mientras la observaba, la sonrisa desapareció de sus labios lentamente. No tenía ni idea de qué debía decirle. ¿Felicidades? Por alguna razón, aquello no parecía apropiado, pero también me parecía mal no decirlo. ¿Sabrían siquiera acerca de la existencia de los orígenes, de todos esos niños que tenía Dédalo?
¿Y si ese bebé era como Micah?
Dios, ¿en serio? ¿Es que no teníamos suficientes cosas de las que preocuparnos en ese momento? Noté una presión en el pecho, y me pareció que iba a darme un ataque de pánico.
–¿De… de cuánto estás?
–Tres meses –dijo, y tragó saliva con fuerza.
Necesitaba sentarme.
Demonios, necesitaba a un adulto.
Unas imágenes de pañales sucios y caritas rojas y enfadadas bailotearon por mi cabeza. ¿Habría un solo bebé, o serían tres? Era algo en lo que nunca había pensado acerca de los orígenes, pero los Luxen siempre salían de tres en tres.
Menudo dramón… ¡¿tres bebés?!
La mirada de Beth volvió a encontrarse con la mía, y había algo en sus ojos que me hizo estremecer. Se inclinó hacia delante, con las manos inmóviles sobre la tripa.
–No van a volver iguales, ¿verdad?
–¿Qué?
–Ellos –dijo–. Dawson, Daemon y Dee. No van a volver iguales, ¿verdad?
Unos treinta minutos después, bajé la escalera, aturdida. Los chicos se encontraban donde los había dejado, viendo las noticias en el sofá. Cuando entré en la habitación, Luc me lanzó una mirada, y Archer tenía pinta de que le hubieran metido un palo por un lugar muy incómodo.
Y entonces lo supe.
–¿Los dos sabíais lo de Beth? –Me entraron ganas de pegarles cuando ambos se quedaron mirándome con expresión vacía–. ¿Y a ninguno se le ocurrió contármelo?
Archer se encogió de hombros.
–Esperábamos que no se convirtiera en un problema.
–Dios mío. –¿Que no se convirtiera en un problema? ¿Como si estar embarazada de un bebé híbrido-alienígena no fuera gran cosa y pudiera, no sé, desaparecer? Me dejé caer en la silla y me llevé las manos a la cara. ¿Qué sería lo próximo? En serio–. Va a tener un bebé.
–Eso es lo que suele pasar cuando tienes sexo sin protección –comentó Luc–. Pero me alegra que hayáis hablado, porque la verdad es que no quería ser el portador de esas noticias.
–Va a tener uno de esos niños espeluznantes –continué, pasándome las yemas de los dedos por la frente–. Va a tener un bebé y Dawson ni siquiera está aquí, y el mundo entero se va a hacer pedazos.
–Solo está de tres meses. –Archer se aclaró la garganta–. Que no cunda el pánico.
–¿Pánico? –susurré. El dolor de cabeza estaba empeorando–. Hay cosas que necesita, como, no sé, un doctor que se asegure de que el embarazo vaya bien. Necesita vitaminas prenatales, y comida, y probablemente galletitas saladas y pepinillos y…
–Y nosotros podemos conseguírselas –respondió Archer, y yo levanté la cabeza–. Todo menos el doctor. Si alguien le sacara sangre, bueno, sería un problema, especialmente con todo lo que está pasando.
Lo observé fijamente.
–Espera. Mi madre…
–No. –Luc volvió la cabeza hacia mí como un látigo–. No puedes contactar con tu madre.
Se me puso la espalda rígida.
–Podría ayudarnos. Al menos darnos una idea general de cómo cuidar de Beth.
En cuanto la idea se me ocurrió, me aferré a ella. Fui totalmente honesta conmigo misma: parte de la razón por la que parecía una idea tan genial era porque quería hablar con ella. Necesitaba hablar con ella.
–Ya sabemos lo que Beth necesita, y a menos que tu madre sea experta en híbridas embarazadas, no hay muchas cosas que pueda decirnos ella que no estén en Google. –Luc apartó los pies de la mesita de centro y los puso sobre el suelo con un golpe sordo–. Y sería peligroso contactar con tu madre, podrían haber pinchado su teléfono. Es demasiado peligroso, para nosotros y para ella.
–¿De verdad piensas que a Dédalo le importamos una mierda ahora mismo?
–¿Es que quieres correr ese riesgo? –preguntó Archer, cruzando sus ojos con los míos–. ¿Estás dispuesta a ponernos a todos en peligro, incluida Beth, basándote en la esperanza de que tengan las manos ocupadas? ¿Estás dispuesta a hacerle eso a tu madre?
Cerré la boca de golpe mientras lo fulminaba con la mirada, pero las ganas de luchar se me escaparon como un globo deshinchándose. No. No, no iba a correr ese riesgo. No iba a hacerle eso a mi madre, ni a nosotros. Las lágrimas me ardieron en los ojos y me obligué a respirar profundamente.
–Estoy trabajando en algo que espero que sirva para ocuparnos del problema de Nancy –anunció Luc, pero lo único en lo que lo había visto trabajar era en el noble arte de quedarse con el culo sentado.
–Vale –dije con voz ronca, deseando que el dolor de cabeza desapareciera y que el amargo pánico remitiera. Debía mantener la entereza, pero aquella esquina oscura tenía una pinta cada vez mejor–. Tenemos que conseguir cosas para Beth.
Archer asintió con la cabeza.
–Es cierto.
Menos de una hora después, Luc nos entregó una lista de objetos que había buscado en internet. Aquella situación me hacía sentir como si estuviera en alguna especie de película retorcida.
Quería reír mientras doblaba el trozo de papel para guardarlo en el bolsillo trasero de mis vaqueros, pero si lo hacía lo más probable es que después no fuera capaz de parar.
Luc se quedaría con Beth, por si acaso… bueno, por si acaso sucedía algo incluso peor, y yo iría con Archer, básicamente porque pensaba que sería una buena idea salir de la cabaña. Al menos de ese modo tenía la sensación de que estaba haciendo algo, y a lo mejor… a lo mejor ir al pueblo nos daría alguna pista sobre adónde habían ido Daemon y su familia al desaparecer.
Tenía el pelo recogido bajo una gorra de béisbol que ocultaba gran parte de mi rostro, de modo que las posibilidades de que me reconocieran eran escasas. No tenía ni idea de si alguien lo haría, pero no quería correr ese riesgo.
Atardecía y el aire del exterior era fresco, por lo que me sentí agradecida de llevar una de las grandes camisetas de manga larga de Daemon. A pesar de que el aire estaba impregnado de un fuerte aroma a pino, si respiraba profundamente podía captar su aroma único, una mezcla de especias y aire libre.
El labio inferior me vibró mientras me subía al asiento del copiloto y me ponía el cinturón con manos temblorosas. Archer me dirigió una rápida mirada y yo me obligué a dejar de pensar en Daemon, en nada que no quisiera compartir con Archer, que era básicamente todo en aquel momento.
Así que pensé en unos zorros bailando la danza del vientre con faldas hechas de hierba.
Archer resopló.
–Qué rarita eres.
–Y tú eres un maleducado.
Me incliné hacia delante y miré por el parabrisas mientras bajábamos por el camino de entrada, esforzándome por ver algo entre los árboles, pero no había nada.
–Ya te lo he dicho. A veces es difícil no hacerlo. –Se detuvo al final del camino de gravilla y comprobó ambos lados antes de continuar–. Créeme, hay momentos en los que desearía no poder ver lo que hay en la cabeza de la gente.
–Me imagino que haber pasado los dos últimos días encerrado conmigo ha sido uno de ellos.
–¿Sinceramente? No ha estado tan mal. –Me echó un vistazo cuando alcé las cejas–. Has estado manteniendo la compostura.
Al principio no supe qué responder a eso, porque desde que habían llegado los otros Luxen me sentía como si estuviera a unos segundos de derrumbarme, y no estaba muy segura de qué era exactamente lo que hacía que conservara la entereza. Hace un año hubiera flipado y esa esquina habría sido mi mejor amiga, pero ya no era la misma chica que había llamado a la puerta de Daemon.
Probablemente jamás volvería a ser esa chica.
Había pasado por muchas situaciones, especialmente cuando estuve en manos de Dédalo. Había experimentado cosas en las que no quería pensar demasiado, pero el tiempo que había pasado con Daemon y aquellos meses con Dédalo me habían hecho más fuerte. O, al menos, me gustaba pensar que era así.
–Tengo que mantener la compostura –dije finalmente, envolviéndome con los brazos mientras observaba los pinos que pasaban rápidamente a nuestro alrededor. Las ramas llenas de agujas formaban una masa borrosa–. Sé que Daemon no la perdió cuando yo… cuando yo no estaba. Así que yo tampoco puedo.
–Pero…
–¿Estás preocupado por Dee? –lo atajé, desviando mi atención hacia él por completo.
Un músculo se tensó en su mandíbula, pero no respondió, y mientras continuábamos nuestro viaje silencioso hasta la ciudad más grande de Idaho no pude evitar pensar que en realidad aquello no era lo que tenía que estar haciendo. En su lugar, debía hacer lo que Daemon había hecho por mí.
Había ido a por mí cuando se me llevaron.
–Aquello era diferente –señaló Archer, metiéndose en mis pensamientos mientras giraba hacia el supermercado más cercano–. Él sabía dónde se estaba metiendo. Tú no.
–¿Lo sabía? –pregunté mientras él encontraba un espacio donde aparcar cerca de la entrada–. Puede que se hiciera una idea, pero no creo que lo supiera realmente, y aun así lo hizo. Fue valiente.
Archer me dirigió una larga mirada mientras sacaba la llave del contacto.
–Y tú eres valiente, pero no estúpida. Al menos, espero que continúes demostrando que no eres estúpida. –Abrió la puerta–. No te alejes de mí.
Le hice una mueca, pero salí del coche. El aparcamiento estaba bastante lleno, y me pregunté si todos se estaban aprovisionando para el apocalipsis que se avecinaba. En las noticias habían dicho que había habido disturbios en muchas de las ciudades más importantes después de que cayeran los «meteoritos». La policía local y los militares los habían sofocado, pero había una razón por la que existía un reality llamado Doomsday Preppers en el que los participantes se preparan para sobrevivir al fin de la civilización. En general, parecía que Coeur d’Alene había quedado prácticamente intacta por lo que estaba sucediendo, incluso a pesar de que tantos Luxen hubieran aterrizado en los bosques cercanos.
Había mucha gente en el supermercado, con los carritos llenos de comida enlatada y agua embotellada. Traté de mantener la cabeza gacha mientras sacaba la lista y Archer se hacía con una cesta, aunque no pude evitar darme cuenta de que nadie estaba abasteciéndose de papel higiénico.
Eso sería lo primero que yo haría si pensara que era el fin del mundo.
Me mantuve cerca de Archer mientras nos dirigíamos a la sección de la farmacia y comenzábamos a examinar las filas infinitas de botellas marrones con tapones amarillos.
Suspiré y miré la lista.
–¿No podría estar en orden alfabético?
–Eso sería demasiado fácil. –Su brazo bloqueó mi visión mientras tomaba una botella–. Hay hierro en la lista, ¿verdad?
–Sip.
Mis dedos revolotearon sobre el ácido fólico, y lo agarré sin tener ni idea de qué demonios era ni para qué servía.
Archer se arrodilló.
–Y la respuesta a tu pregunta anterior es «sí».
–¿Eh?
Levantó la mirada para observarme a través de las pestañas.
–Me has preguntado si estaba preocupado por Dee. Lo estoy.
Mis dedos se aferraron a la botella y me quedé sin aliento.
–Te gusta, ¿verdad?
–Sí. –Dirigió su atención a las enormes botellas de vitaminas prenatales–. A pesar del hecho de que su hermano sea Daemon.
Mientras miraba hacia abajo, hacia él, mis labios se curvaron en la primera sonrisa real desde que los Luxen habían…
El estruendo, como el estallido sónico de un trueno, vino de la nada, sacudiendo los estantes de pastillas y sobresaltándome tanto que di un paso hacia atrás.
Archer se puso en pie con un movimiento fluido, y su mirada astuta recorrió el supermercado abarrotado. La gente se había detenido en mitad de los pasillos; algunos se aferraron a los carros y otros los soltaron, de modo que estos se alejaron rodando lentamente con un chirrido de ruedas.
–¿Qué ha sido eso? –preguntó una mujer al hombre que tenía a su lado. Se volvió y tomó en brazos a una niña pequeña que no debía de tener más de tres años. La aferró con fuerza contra su pecho y se giró, con el rostro pálido–. ¿Qué ha sido eso…?
El estallido volvió a retumbar a través del supermercado. Alguien gritó, y algunas botellas cayeron de sus estantes. Unos pasos resonaron por el suelo de linóleo, y el corazón me dio un vuelco mientras me volvía hacia la parte frontal del supermercado. Algo relució en el aparcamiento, como un rayo cayendo a tierra.
–Maldita sea –gruñó Archer.
Se me erizó el vello de los brazos mientras me dirigía hacia el final del pasillo, olvidando cualquier intento de mantener la cabeza gacha.
Hubo silencio durante un latido, y después el trueno volvió a sonar una y otra vez, haciendo vibrar los huesos de mi cuerpo mientras unos rayos de luz iluminaban el aparcamiento, uno tras otro y tras otro. La ventana de cristal de la parte delantera del supermercado se resquebrajó, y los gritos… los gritos aumentaron de volumen, la gente chillaba de terror mientras las ventanas se rompían, llenando de cristales rotos las colas para pagar.
Las manchas de luz cegadora formaron siluetas en el aparcamiento, estirándose y adquiriendo brazos y piernas. Sus cuerpos eran altos y flexibles, con un tono rojizo como el de Daemon, pero más profundo, más carmesí.
–Oh, Dios –susurré, y la botella de pastillas se me escapó de entre los dedos y cayó al suelo.
Estaban por todas partes, y eran docenas. Luxen.
KATY
Todo el mundo, yo incluida, pareció quedarse paralizado durante un momento, como si el tiempo se hubiera detenido, pero sabía perfectamente que eso no era lo que había pasado.
Las formas en el aparcamiento se giraron, estirando los cuellos e inclinándolos a un lado, caminando con pasos fluidos y serpentinos. Sus movimientos resultaban antinaturales y no se parecían en absoluto a los de los Luxen que llevaban años en la Tierra.
Los neumáticos de una camioneta roja chirriaron cuando esta salió girando de una plaza del aparcamiento, despidiendo humo y olor a goma quemada al aire. El vehículo dio media vuelta, como si el conductor planeara atropellar a los Luxen.
–Oh, no –susurré, con el corazón latiendo con fuerza.
Archer me agarró de la mano.
–Tenemos que salir de aquí.
Pero estaba paralizada donde me encontraba, y finalmente comprendí por qué la gente curiosea cuando hay un accidente de coche. Sabía lo que iba a pasar, y sabía que era algo que no quería ver, pero me resultaba imposible apartar la mirada.
Una de las formas avanzó, y los contornos de su cuerpo eran de un rojo palpitante mientras levantaba un brazo resplandeciente.
La camioneta salió disparada hacia delante, y la sombra de un hombre tras el volante y la de un cuerpo mucho más pequeño junto a él quedarían grabadas en mi memoria para siempre.
Unas diminutas chispas de electricidad volaron desde la mano del Luxen mientras una luz brillante teñida de rojo recorría su brazo. Un segundo después un rayo de luz irradió de ella, atravesando el aire mientras despedía un olor a ozono quemado. La luz, un rayo surgido de lo que tenía que ser lo más puro de la Fuente, impactó contra la camioneta.
La explosión sacudió el supermercado mientras la camioneta salía volando rodeada de llamas, dando vueltas hasta llegar a la fila de coches que había junto a ella. Una oleada de llamas se derramó por el parabrisas destrozado mientras la camioneta caía sobre su parte superior, con las ruedas girando inútilmente.
Estalló el caos. Los gritos rompieron el silencio mientras la gente se alejaba corriendo de la parte frontal del supermercado. Como una estampida, empujaban los carritos y a otras personas. Algunos caían al suelo sobre manos y rodillas, y los gritos eran cada vez más altos y se mezclaban con los llantos de niños pequeños.
En un latido, en un abrir y cerrar de ojos, los Luxen entraron en el supermercado, y estaban por todas partes. Archer tiró de mí para girar tras el extremo de un estante, y presionó nuestros cuerpos contra sus bordes afilados. Un adolescente pasó corriendo junto a nosotros, y lo único en lo que pude pensar fue en lo rojo que era su pelo, color escarlata, y después me di cuenta de que no se trataba del color de su pelo, sino de sangre. Llegó hasta la sección de jabones antes de que un rayo de luz lo golpeara en la espalda. El chico cayó al suelo de cara y se quedó inmóvil, con un agujero chamuscado que humeaba en el centro de la columna.
–Dios santo –jadeé mientras el estómago se me revolvía.
Archer se quedó mirándolo, con los ojos y las fosas nasales muy abiertos.
–Esto es malo.
Me acerqué con cautela al borde del estante y eché un vistazo. El estómago me dio un vuelco cuando vi a la mujer que había agarrado a la niña unos minutos antes.
Se encontraba frente a uno de los Luxen, con la boca abierta, al parecer congelada por el miedo. La niña estaba pegada al estante de los libros, hecha una bola, lloriqueando mientras se balanceaba adelante y atrás. Me costó un momento darme cuenta de lo que estaba chillando una y otra vez.
–¡Papá! ¡Papá!
El hombre yacía a sus pies sobre un charco de sangre.
La energía crepitó por mi piel, golpeando a Archer mientras el Luxen estiraba el brazo y colocaba la mano en el centro del pecho de la mujer.
–¿Qué co…? –susurré.
La columna de la mujer se enderezó como si fuera una barra de acero. Abrió mucho los ojos, y las pupilas se le dilataron. Una luz blanca y temblorosa surgió de la palma del Luxen y después bañó a la mujer como una cascada. Cuando la luz llegó hasta sus zapatos de tacón puntiagudos, se desvaneció, filtrándose en el suelo. De pronto, la cabeza de la mujer se inclinó hacia atrás y su boca se abrió en un grito silencioso. Sus venas se encendieron desde dentro, una red blanca y reluciente que recorrió su frente, llenó sus ojos y después bajó por sus mejillas y su garganta.
¿Qué estaba pasando? Sentí que Archer se apretaba contra mí mientras el Luxen se alejaba retrocediendo de la mujer, que temblaba violentamente. Mientras la luz desaparecía de sus venas, el color se apagaba en su piel y la luz que rodeaba al Luxen palpitaba como un corazón. Todo sucedió al mismo tiempo: la piel de la mujer se arrugó y agrietó como si estuviera envejeciendo décadas en cuestión de segundos, mientras la forma del Luxen cambiaba y se retorcía. El cuerpo de la mujer se derrumbó y cayó al suelo, como si le hubieran absorbido por completo toda la fuerza vital. Mientras se doblaba como una hoja de papel, con la piel gris y las facciones irreconocibles, la luz del Luxen se desvaneció, revelando su nueva forma.
Era idéntica a la de la mujer, con la misma piel morena y nariz respingona. El pelo castaño claro caía sobre sus hombros desnudos, pero sus ojos… eran de un azul que brillaba de forma antinatural, como si hubieran puesto dos zafiros pulidos en su cara. Eran ojos como los de Ash y Andrew.
«Están asimilando el ADN.» La voz de Archer flotó entre mis pensamientos. «Con rapidez. Nunca había visto que lo hicieran, ni siquiera sabía que fuera posible.» Su tono era de asombro y preocupación.
Era como en La invasión de los ultracuerpos, versión Luxen. También era letal, y estaba sucediendo por todo el supermercado. Los cuerpos caían al suelo por todas partes.
–Tenemos que irnos. –La mano de Archer estrechó la mía mientras me apretaba contra él–. Ahora.
–¡No! –Traté de resistirme–. Tenemos que…
–No tenemos que hacer nada salvo largarnos de aquí cagando leches.
Me arrastró hasta el otro lado de la estantería y tiró de mí hacia él hasta que volví a quedar pegada a su lado una vez más.
Forcejeé mientras me guiaba por el pasillo.
–Podemos ayudarlos.
–No podemos –dijo con los dientes apretados.
–Eres un origen –solté–. Se supone que eres un bebé probeta alienígena chungo, pero estás…
–¿Huyendo? Claro que sí. Origen o no, hay docenas de Luxen, y son poderosos. –Me empujó contra las filas de pasta de dientes. Todavía llevaba en la mano izquierda el frasco lleno de pastillas del que ya me había olvidado–. ¿Es que no has visto lo que acaban de hacer?
Le golpeé el estómago con una mano, empujándolo hacia atrás mientras me liberaba de su agarre.
–¡Están matando gente! Podemos ayudarlos.
Archer se lanzó hacia delante, con la cara contorsionada por la frustración.
–No hay un Luxen en esta Tierra que pueda absorber el ADN de ese modo. Estos son más fuertes. Tenemos que salir de aquí, volver a la cabaña, y después largarnos de…
Un grito me hizo darme la vuelta, rápida como un látigo. Desde el final del pasillo pude ver que el Luxen que había tomado la apariencia de la mujer estaba mirando a la niña pequeña, con los labios curvados en una sonrisa burlona.
No. Ni de coña iba a abandonar a esa niña. No tenía ni idea de qué estaba planeando aquella Luxen, pero dudaba que consistiera en probar qué tal era ser madre. Le lancé una mirada a Archer, que maldijo en voz baja.
–Katy –gruñó, soltando el frasco–. No lo hagas.
Demasiado tarde. Salí disparada, con los brazos y las piernas palpitando mientras iba a toda velocidad hasta el pasillo de al lado y corría en dirección a la parte delantera de la tienda. Volvió a sonar el estallido del trueno mientras alcanzaba el expositor de libros en tapa blanda, y el aparcamiento se iluminó con la llegada de más Luxen, uno tras otro, y los truenos restallaban hasta que pensé que el corazón me iba a explotar.
Derrapé al final del pasillo.
La Luxen se quedó inmóvil frente a la niña pequeña, y después inclinó la cabeza hacia donde yo me encontraba. Unos ojos brillantes se clavaron en los míos, y los labios rosados se separaron. La frialdad de su mirada era como entrar en un lugar de temperatura bajo cero. No había nada humano en esa mirada, ni siquiera una pizca de compasión, tan solo era fría y calculadora.
En ese ínfimo segundo en el que nos miramos supe que aquel era el principio y también el final. Los Luxen realmente estaban invadiéndonos.
Me tragué el terror helado que sentía, me lancé hacia delante y agarré a la niña desde atrás. Se volvió loca, pegándome patadas en la pierna, y su grito reverberó por mi cuerpo. La rodeé con fuerza con los brazos, sujetándola tan fuerte como pude mientras comenzaba a alejarme.
La Luxen se alzó como una columna de agua, y unos pequeños estallidos de energía chisporrotearon en sus brazos. Me miró como si pudiera ver en mi interior, y cada palabra que pronunció salió de su boca como si estuviera aprendiendo mi idioma a una velocidad vertiginosa.
–¿Qué eres tú?
Mierda, mierda, mierda…
Descubrí dos cosas muy rápidamente. La Luxen podía sentir que no era una humana normal y corriente, y por la forma en que se apartó y alzó la mano, me pareció que eso no era bueno. También descubrí que no tenía ni idea de lo que era un híbrido.
La niña que sujetaba se retorció y logró liberar un brazo. Balanceándose sobre mí, me quitó la gorra de béisbol de un golpe y mi pelo se derramó por mi espalda. La Luxen avanzó, apartando los labios para mostrar los dientes.
Aquello no era bueno.
Con los brazos ocupados con la niña que chillaba y pataleaba, sabía que era el momento de emprender la retirada. Me giré y eché a correr hasta el pasillo más cercano. El olor a carne y plástico quemados era fuerte mientras giraba la esquina, apartando bollitos de mi camino a patadas. Me detuve de golpe. Hala.
Había aliens desnudos por todas partes.
Incluso aunque no fuera una híbrida y supiera que tenía que comprobar quiénes eran los mirones para ver si había algún infiltrado alienígena, sería muy fácil distinguir a los Luxen en aquel momento, considerando que al parecer no tenían problemas de pudor en lo relativo a estar completamente desnudos.
Aturdida, me di cuenta de que estaba viendo más carne masculina y femenina de lo que jamás hubiera querido ver, pero, mientras me giraba y Archer llegaba a mi lado, una preocupación mayor se apoderó de mí.
Estábamos rodeados.
–¿Contenta? –dijo entre dientes, con los ojos color amatista ardiendo con fuerza.
Al menos seis Luxen nos estaban mirando fijamente, tratando de averiguar lo que éramos exactamente. Tres tenían forma humana, junto a los cuerpos desplomados de las personas que habían asimilado. Los otros tres se encontraban en su auténtica forma, y sus cuerpos estaban teñidos de una luz blanca rojiza. Tras nosotros apareció la mujer Luxen de la parte frontal de la tienda.
Ni uno de ellos parecía querer abrazarnos o darnos amor.
El corazón me palpitaba contra las costillas mientras me arrodillaba con lentitud para mirar el rostro lleno de lágrimas de la niña.
–Cuando te suelte, corre –susurré–. Corre tan rápido como puedas, y no pares.
No estaba segura de que me hubiera entendido, pero recé para que lo hubiera hecho. Exhalé bruscamente, la solté y le di un pequeño empujón en dirección al hueco entre dos pasillos. La niña no me decepcionó. Se dio la vuelta y corrió hacia aquel espacio, y yo me puse en pie deseando poder hacer más por ella.
Uno de los Luxen resplandecientes se deslizó hacia delante y después se detuvo, inclinando la cabeza hacia un lado. El resto de ellos, en sus formas auténticas y humanas, miraron en dirección a la mujer a la que le había arrebatado la niña.
«Esto va a acabar mal –intervino la voz de Archer–. ¿Sería demasiado iluso pensar que si te digo que corras, lo harás?»
Tomé aliento profundamente. «No voy a dejarte aquí.»
La comisura de sus labios se curvó. «Eso suponía. Emprendamos la ofensiva. Abre un camino hasta la parte frontal.»
Durante mi tiempo con Dédalo me habían enseñado a luchar no solo de una forma muy humana, sino también utilizando la Fuente. En Las Vegas había empleado aquel entrenamiento y, aunque había una parte de mí que confiaba en que pudiera enfrentarme a ellos sin problemas, un estallido de miedo ártico me subió por la columna.
Sin advertencia alguna, Archer se puso en plan chungo.
Se lanzó hacia delante y echó un brazo atrás. Una bola de energía pura bajó por su brazo, brotó de su palma e impactó en el centro del pecho desnudo del Luxen, privando al alien de su forma humana de golpe y lanzándolo contra la puerta de cristal de la sección de lácteos. Los envases explotaron, y unos ríos de leche cayeron al suelo.
Uno de los Luxen relucientes se lanzó contra Archer mientras él se giraba y apuntaba a la mujer desnuda. Invoqué la Fuente. La luz que descendió por mi brazo no era ni de lejos tan intensa como la de Archer, pero funcionó. Cruzó el pasillo en forma de arco e impactó en el hombro del Luxen, haciéndolo girar.
Me preparaba para soltar otro rayo de energía cuando noté un dolor agudo en el hombro. Un segundo estaba de pie, y al siguiente de rodillas, con el hombro izquierdo echando humo. Estiré el brazo para tocármelo con cuidado mientras me obligaba a levantarme, y mi mano quedó manchada de rojo.
Me volví y casi me llevo un buen puñetazo en la cara de un Luxen en su forma humana, un chico. Retrocedí varios pasos dando traspiés, y después me estabilicé y levanté la rodilla. El aire se agitó a mi alrededor mientras lanzaba el pie a una zona que no quería mirar.
El chico Luxen se dobló hacia delante.
Con una sonrisa malvada, lo agarré por el pelo castaño justo cuando comenzaba a cambiar, calentándome la mano mientras yo le estampaba la rodilla en la nariz. Los huesos se rompieron, pero sabía que eso no mantendría al Luxen a raya.
Y sabía lo que tenía que hacer.
Archer soltó otro estallido de luz mientras yo recurría a la Fuente. Fluyó por mi brazo, cayendo en cascada sobre la cabeza del Luxen mientras este la levantaba, con los ojos reluciendo como esferas blancas.
Al segundo siguiente, caí hacia atrás como si un coche se hubiera estampado contra mí. El aire crepitaba por la estática mientras golpeaba el suelo duro con la espalda, aturdida momentáneamente mientras levantaba la mirada hacia el fluorescente roto que se balanceaba.
Au.
Gruñendo, me giré hacia un lado y pestañeé. El Luxen también estaba tendido boca arriba, a unos cuantos metros. Me esforcé por ponerme en pie y vi a Archer lanzando a un Luxen a la sección de congelados. Después se volvió hacia mí, vio que estaba de pie y asintió con la cabeza.
Había un camino libre junto a las tarrinas de helado derramado, aunque no estaba demasiado libre. Había Luxen desparramados en el suelo, y sus luces parpadeaban. Estaban fuera de combate momentáneamente, pero no derrotados.
Una explosión en algún lugar del supermercado sacudió los altos estantes. Las puertas del congelador explotaron mientras Archer y yo corríamos por el pasillo, y los trozos de cristal cayeron a unos centímetros tras nosotros. Patinamos por el suelo resbaladizo junto a la panadería y llegamos hasta la parte frontal. A nuestro alrededor, los humanos corrían hacia las ventanas rotas, ensangrentados y aturdidos.
El corazón me dio un vuelco hasta caer al estómago cuando vi el aparcamiento y los edificios que se encontraban más allá. El humo se alzaba en el aire, levantándose en enormes columnas sobre unas llamas de un rojo anaranjado. Un poste eléctrico había caído sobre una hilera de coches con los techos aplastados. Se oían sirenas rugiendo en la distancia. Un coche pasó zumbando por el aparcamiento y se estampó contra otro vehículo. El metal crujió y cedió.
–Es como un apocalipsis –murmuró Archer.
Tragué saliva con fuerza.
–Tan solo nos faltan los zombis.
Él bajó la mirada hacia mí, alzando las cejas, y abrió la boca para decir algo, pero entonces los aperitivos del pasillo cercano quedaron esparcidos por todas partes.
Las patatas fritas y las galletas saladas volaron por los aires, junto a las golosinas y los envoltorios de papel de aluminio. Cayeron como la lluvia, haciendo ruido contra el suelo. Había un agujero en el pasillo de los aperitivos.
–Salgamos de aquí –dijo Archer, y esa vez no discutí.
Estaba guardando mis palabras para una batalla diferente, porque sabía que en cuanto volviéramos a la cabaña, si es que lo lográbamos, Archer iba a insistir para que nos largáramos de Idaho. Entendía que allí ya no estábamos a salvo, y si quería marcharse, que lo hiciera. Considerando el estado de Beth, sería inteligente alejarla de todo aquello, pero ni de coña iba a irme de allí sin Daemon.
Y una mierda.
Corrimos disparados junto a una de las cajas destrozadas. Archer estaba delante de mí cuando me detuve de repente, y cada músculo de mi cuerpo se tensó mientras una serie de intensos hormigueos bajaban por mi nuca.
Noté las rodillas débiles mientras el aire se me escapaba de los pulmones. El cosquilleo estaba ahí, cálido y familiar, una sensación que no había experimentado en dos días. En mi pecho, el corazón comenzó a latirme a toda velocidad, y mi sangre atravesó las venas rugiendo.
Daemon.
Me giré lentamente, como si me estuviera moviendo entre arenas movedizas, examinando los pasillos destruidos. La luz palpitante se colaba entre la destrucción del supermercado. El tiempo pareció ralentizarse, y el aire pareció espesarse, de forma que no podía respirar bien. Mareada, y demasiado esperanzada con la creciente marea de emociones enmarañadas, me dirigí hacia las luces.
–¡Katy! –gritó Archer desde las puertas rotas–. ¿Qué estás haciendo?
Aumenté la velocidad mientras me acercaba al expositor de caramelos derrumbado. Las bolsas de golosinas crujían bajo mis pies. Tenía la boca seca y los ojos borrosos. Los dolores y la quemazón que radiaba en mi hombro se desvanecieron.
El viento aumentó, agitándome los mechones largos y sueltos de pelo alrededor de la cara, y no sabía de dónde venía, pero seguí avanzando, acercándome al borde del pasillo destruido de los aperitivos.
Me hice a un lado, tan solo un paso o dos, y miré al final del pasillo. El corazón se me paró. El mundo entero se detuvo de repente.
–¡Maldita sea! –gritó Archer, y su voz sonó más cerca–. ¡No!
Pero era demasiado tarde.
Lo había visto.
Y él me había visto a mí.
Estaba de pie al final del pasillo, en su forma auténtica, resplandeciendo tanto como un diamante. No parecía diferente al resto de los Luxen, pero cada parte de mi ser sabía que se trataba de él. Las mismas células que me componían cobraron vida y gritaron por él. Seguía siendo la cosa más hermosa que hubiera visto jamás. Era alto y brillaba como un millar de soles, con los contornos teñidos de un rojo pálido.
Di un paso hacia delante en el mismo momento que él, y lo alcancé de la forma que pudimos, porque cuando me había curado hacía tanto tiempo nos había conectado. Para siempre.
«¿Daemon?», lo llamé a través de la conexión.
Él desapareció de mi vista, moviéndose demasiado rápido como para captarlo siquiera.
–¡Kat! –gritó Archer. En ese instante, juro que oí mi nombre resonando en mi cabeza con una voz más profunda y suave que hizo que el estómago se me encogiera y el corazón me diera un vuelco.
Una calidez recorrió mi espalda y me di la vuelta, hasta quedar cara a cara con unos deslumbrantes ojos esmeralda, una piel que parecía estar siempre morena sin importar la época del año, unos pómulos grandes y anchos y un pelo negro desordenado que caía sobre unas cejas igualmente oscuras.
Unos labios gruesos se alzaron ligeramente por las comisuras.
No era Daemon.
Me sacaba una buena cabeza y media, Dawson clavó sus ojos en los míos. Me pareció ver un destello de remordimiento, pero puede que tan solo fuera mi imaginación. Salía luz desde detrás de sus pupilas, volviendo blancos sus ojos enteros. La estática viajaba por sus mejillas, formando unos pequeños dedos de electricidad.
Hubo un destello de luz intensa, una impresionante oleada de calor que pareció levantarme de mis pies, y después no hubo nada.
DAEMON
El flujo constante de voces en mi lengua auténtica, junto a una docena de otros lenguajes humanos, me causaba una intensa palpitación en las sienes. Las palabras. Las frases. Las amenazas. Las promesas. La maldita charla sin fin de mis familiares lejanos recién llegados cada vez que descubrían algo nuevo para ellos, que era cada cinco puñeteros segundos.
¡Oh! Una batidora.
¡Oh! Un coche.
¡Oh! Los humanos sangran un montón y se rompen muy fácilmente.
Demonios, cada vez que abrían los ojos veían algo por primera vez, y aunque la admiración con la que jugueteaban con los aparatos o con la anatomía humana resultaba un tanto infantil, también resultaba un tanto demente.
Los recién llegados eran los cabrones más fríos que había visto en la vida.
En las últimas cuarenta y ocho horas, literalmente miles de los de mi especie habían llegado a la Tierra por primera vez, y era como si fuéramos una colmena gigante. Estábamos todos conectados, en la misma longitud de onda que los demás, pequeñas abejas obreras trabajando para su reina.
Aunque no sabía quién demonios podía ser.
La conexión resultaba abrumadora a veces; las necesidades, deseos y anhelos de miles de Luxen se unían en la mente de todos. Invadir. Controlar. Dirigir. Dominar. Subyugar. Las únicas ocasiones en las que había una pizca de alivio era cuando adoptaba mi forma humana. Parecía atenuar la conexión, mitigarla, pero no para todos.
Avancé a zancadas por el suelo de madera pulida del atrio de una mansión que podría albergar a un ejército y aún tener espacio de sobra para una fiesta de pijamas, y mi visión se tiñó de rojo mientras espiaba a mi gemelo. Se encontraba recostado sobre una pared, junto a unas puertas dobles cerradas. Tenía la barbilla inclinada hacia abajo y las cejas fruncidas por la concentración mientras sus dedos volaban por la pantalla de un teléfono móvil. Cuando me encontraba a mitad de camino en la habitación ampliamente iluminada que olía a rosas y al débil aroma metálico de la sangre derramada, levantó la cabeza.
Respiró profundamente mientras me aproximaba a él.
–Eh –dijo–. Estás aquí.
Le quité el teléfono de entre las manos, me giré y lo lancé tan fuerte como pude. El pequeño objeto cuadrado cruzó la habitación volando y se estrelló contra la pared de enfrente.
–Tío, ¿qué coño haces? –explotó Dawson, alzando las manos–. Estaba en el nivel sesenta y nueve del Candy Crush, gilipollas. ¿Sabes lo difícil que…?
Eché el brazo hacia atrás y estampé el puño contra su mandíbula. Él se tambaleó y chocó contra la pared, llevándose una mano a la cara. Una enfermiza sensación de satisfacción me retorció las entrañas.
Levantó la cabeza y la inclinó hacia un lado.
–Por Dios –gruñó mientras bajaba la mano–. No la he matado. Obviamente.
Mis pensamientos se vaciaron como un cuenco de agua volcado a un lado mientras tomaba algo de aire.
–Sabía lo que estaba haciendo, Daemon. –Echó un vistazo a la puerta y bajó la voz–. No podía hacer nada más.
Me precipité hacia delante, lo agarré por el cuello de la camiseta y lo levanté hasta dejarlo de puntillas. Las razones no eran suficientemente buenas.
–Nunca has tenido el más mínimo control en lo relativo a emplear la Fuente. ¿Por qué demonios iba a ser diferente ahora?
Las pupilas de sus ojos comenzaron a emitir un resplandor blanco. Metió los brazos entre los míos para soltarse.
–No tenía elección.
–Sí, claro.
Me aparté a un lado, obligándome a alejarme de mi hermano antes de lanzarlo a través de una pared y delante de un tanque.