Orgullo goy - Romina Lorena Montoto - E-Book

Orgullo goy E-Book

Romina Lorena Montoto

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Beschreibung

Pasados los veinte, la protagonista descubre que es GOY y que un mixto es algo más que un sándwich de jamón y queso. Desde entonces, intenta acercarse al judaísmo sin demasiado éxito. En su búsqueda, se interpone su suegra, que se resiste a pensar que, para su hijo, ella es mucho más que un touch and goy. En esta historia, idas y vueltas, encuentros y desencuentros, knishes y empanadas, sorrentinos y varenikes y el HUMOR, como ingrediente principal, van condimentando el camino hacia su Tierra Prometida. ¿Llegará?

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Seitenzahl: 165

Veröffentlichungsjahr: 2016

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ROMINA MONTOTO

ORGULLO GOY

Editorial Autores de Argentina

Montoto, Romina Lorena

   Orgullo goy / Romina Lorena Montoto. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.

   Libro digital, EPUB

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-711-563-5

   1. Humor. 2. Narrativa Humorística Argentina. 3. Judaísmo. I. Título.

   CDD A867

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiñliano Nuttini

 Fan Page: Orgullo Goy

Contacto autora

[email protected]

orgullogoy.blogspot.com

A mi marido, Edgardo,

y a mis hijos, Matías, Gabriel y Elián,

que son mi GRAN ORGULLO.

Al humor, que me alimenta el espíritu.

A los knishes, varenikes y kreplaj

que me alimentan en cuerpo y alma.

A todos los que aportaron sus ingredientes en esta historia.

Prólogo

Hace unos años, un compañero de trabajo me invitó a que hagamos juntos un curso de paracaidismo, y ante mi inmediata negativa, empezó a esgrimir todo tipo de argumentos a favor de su propuesta:verlo todo de lejos, sentir que sos parte de las nubes y una lista de muchas cosas más, que nunca escuché mientras pensaba: “hay gente que no tiene suficientes líos en la vida y busca encontrar nuevos: paracaidismo, acrobacia, guía de safaris, proctología.”

Pero una de las variables más sofisticadas y que menos pude entender en mi vida, es aquella gente, que sin ninguna necesidad de arruinarse la vida, quiere convertirse al judaísmo.

Estos son diferentes a todos los demás, tienen una pulsión que supera a aquellos que bucean en busca de tiburones de buen comer y sienten que eso le aporta un valor agregado a sus vidas.

Ro Montoto pertenece a este desdichado e incomprendido grupoy quizás, paradójicamente, en ese apellido esté la respuesta a esta milenaria pregunta:

¿¿¿Quién puede haber sufrido más que alguien que se llama Montoto, que habrá sido blanco de miles de cargadas, incluso antes que los yanquis nos enseñen que se llama bullying???

¿Quién puede haber llorado más en silencio durante la noche, abrazada a su almohada, mientras le resuena el interminable: “andá a cantarle a Montoto”, “que te lo pague Montoto” y todas las innumerables variaciones para las cuales ese apellido se impone automáticamente?

¿Quién sufrió más que ella? ¿Quién lloró más que ella? ¿Quién maldijo su apellido más de una vez, soñando ser López o Gómez, aunque más no sea por unos meses…?

¿¿¿¿¿Quién?????

Nosotros: los judíos.

Expertos en dolor y sufrimiento, más que el más desgraciado de los Montoto, Magoya, Angulo y siguen las firmas.

Nosotros los judíos, perseguidos desde Egipto y hasta Villa Crespo, despertamos la curiosidad de Ro Montoto (me río por lo bajo, reconozco), y esa curiosidad fue la que la terminó atrapando.

Edgardo, una suegra judía, amigas y terapeutas no alcanzan a explicar lo que somos los judíos, lo que son los Goym, y lo que somos mezclados: un coctel acaso más mortal que la Sandía con vino.

Comidas, festividades, disyuntivas, bailes, historia, desgracias y otras tantas características del judaísmo están en este libro y nos permiten entender algo de este choque frontal entre milagros de ambos lados.

Escribir este prólogo me llena de orgullo, Goy.

Roberto Moldavsky

Como era en un principio

Cuentan por ahí que Teodoro Herzl habría sufrido una gran crisis cuando su hijo se convirtió al cristianismo. Dios, al enterarse de semejante noticia, decidió bajar de los cielos para brindarle su contención al fundador del sionismo.

“No te preocupes, a mí me pasó lo mismo”, lo consoló. Más que sorprendido por semejante aparición, Herzl le preguntó: “Señor, ¿qué hiciste entonces?”.

Enseguida, Dios le contestó: “Escribí un Nuevo Testamento”.

Mi historia es inversamente proporcional a la del supuesto hijo de Herzl: yo era cristiana. Intenté convertirme al judaísmo. Mis viejos, lejos de entrar en crisis, apoyaron mi proyecto. En el camino me enteré que era “goy”1con todo lo que esto implica, y Dios, al ver la que se me venía, se dio a la fuga antes de que comenzara el conflicto y tuviera que llamar a un escribano para hacer más correcciones sobre su Nuevo Testamento.

Dadas las circunstancias, el libro lo escribí yo sola. Orgullo Goyno es la Biblia, y —por mi condición religiosa— mucho menos el Tanaj. Pero al igual que sucede en las Sagradas Escrituras, el lector podrá encontrarse con testimonios que buscan transmitir experiencias de vida… En este caso, la mía: ni más ni menos que todo un apostolado en el camino hacia la inserción en el mundo judío.

Como no podía ser de otra manera, esta historia parte de la creación de un mundo, el que se formó a partir de la relación con mi actual marido. Seguidor, por origen y convicción, del Antiguo Testamento, terminó siendo la manzana de la discordia, es decir, mi “frutito prohibido”, aunque a veces oficie como la compota digestiva de las obstrucciones de mi alma.

El pecado original —ser goy, error básico— corre por mi cuenta. Las amenazas de ser expulsados del paraíso son propias de ese ser que se considera todopoderoso y cree regir los destinos de quienes la rodean: mi suegra.

A diferencia de lo que se cuenta en los libros ancestrales, en esta publicación las aguas no abren paso hacia la libertad. Solo se dividen para “dejar ir” a todo aquel extranjero que intenta acercarse al judaísmo, y cada historia encierra un mar de fondo que está bastante lejos de producir un estado de liberación para los protagonistas.

Tampoco hay relatos sobre hechos sobrenaturales. No se habla de transformar agua en vino. La conversión más compleja que trato de abordar es religiosa: la de goy en judío, un proceso que no tiene fórmulas mágicas —aunque no le vendrían nada mal— y que en ciertas ocasiones puede resultar milagrosa.

Este puede ser un camino de dificultad extrema que, sin perseverancia, es difícil de transitar. Claro que perseverar no es una característica exclusivamente hebrea. Si fuera por eso, yo sería considerada una mujer genuinamente judía y —de acuerdo a mis orígenes— la hinchada de Racing, el pueblo elegido.

Debo reconocer públicamente que fui adoptando esta conducta al mismo tiempo que comencé a desarrollar un gran sentido del humor y la ironía, que me ayudaron a desdramatizar los episodios más insólitos y a reírme a carcajadas de los personajes más controvertidos de esta historia, que lo dejaban todo por impedirme el ingreso a mi propia tierra prometida: un hogar con tradición judía, en el que ninguno de sus integrantes nos viéramos obligados a dejar de lado nuestras raíces.

En definitiva, Orgullo Goyes mi versión de lo sucedido en este proceso de integración. Me atrevo a contarlo con el riesgo de provocar que miembros de mi entorno adoptivo crean que se terminó el mundo y decidan modificar su testamento como adelanto del Apocalipsis.

Por todo lo expuesto, me veo obligada a resaltar que cualquier semejanza con los hechos y personas de la vida real es pura coincidencia... La coincidencia de estar escrito por mí.

Romina Montoto

1Goy : persona no judía.

Génesis: arranquemos desde el vamos

En el principio, era todo oscuridad. “Creó Dios el Cielo y la Tierra… Y dijo Dios: ‘Hágase la luz’; y la luz se hizo… Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y separó Dios la Tierra de los Mares”. El inventario continúa, pero en definitiva y según las Sagradas Escrituras, así empieza la creación del universo.

Los comienzos con mi marido fueron bastante parecidos: al principio me las vi negras. Tardamos un tiempo en ver la luz. Mi suegra estaba hecha un mar de lágrimas, intentó separarnos y, día tras día, echó tierra sobre nuestra relación con una larga lista de inventos.

Como pasa con la creación del mundo, mis orígenes también fueron cuestionados. La discusión se basaba en si desciendo de un mono (cualquier similitud es pura coincidencia), si por católica surgí de la costilla de un hombre o, lo que es mucho peor, si viviría a costillas de él. Acá no hay teoría que valga: mi aparición en el mundo judío hizo retroceder a más de uno en su proceso evolutivo.

Pero si el problema es de dónde venimos, desde un principio, con mi marido tenemos mucho en común.

Los dos cumplimos con los ritos correspondientes según nuestras creencias. Yo: bautismo, comunión, confirmación. Él: circuncisión, nombre en hebreo, bar mitzvá.Ambos recibimos educación religiosa. Yo, en colegio de monjas. Él, en el Seminario Rabínico.Cada una de nuestras familias guardaba un día sagrado en la semana. En su casa, Shabat (sábado): un día dedicado al descanso y la reflexión. En la mía, el domingo: una jornada dedicada a cuestiones existenciales referidas al sentido de la vida, tales como: “¿Cuándo será el día en que Racing salga campeón?” o “Este año, ¿nos salvamos del descenso?”.Los dos estábamos religiosamente institucionalizados. El, iba al Shil (sinagoga) en Shabat y todas las Fiestas. Yo, hacía una fiesta cada vez que zafaba de ir a Misa.Por tradición familiar, nuestros padres hablaban en otro idioma cuando el tema de conversación entre ellos no “debía” ser entendido por los niños de la casa. Sus padres lo hacían en idish. Los míos, en jeringoso.Nuestras madres se dedicaban a la cocina. La mamá de él se pasaba con la comida tradicional. La mía tenía como tradición que se le pase la comida.Nuestras abuelas nos transmitían la tradición a través de la comida. Su Bobe (abuela en idish) con varenikes, guefilte fish, knishes y kreplaj. Mi abuela, con pulpo a la gallega, cazuela de mariscos y guiso de lenteja con chorizo colorado.De adolescentes, bailábamos danzas típicas. Él, rikudim (bailes folclóricos israelíes). Yo, danzas árabes.Los dos hicimos nuestro primer viaje sin familia y con amigos a los 16 años. Él se fue a Israel comprometido con sus raíces. Yo corté de raíz con los compromisos y me fui de vacaciones a San Bernardo.A los 20 años, cada uno se fue de su casa. Él se fue a vivir a Israel para estudiar en la Facultad, en Jerusalén. Yo utilicé todas mis facultades para emigrar a mi Tierra Prometida: donde sea, sin mis viejos.

Con alguna que otra diferencia, fuimos creados el uno para el otro. Sin duda, somos tal para cual: como mariscos y arroz para una paella, pastrón y pepino para el pletzale2, sidra y pan dulce para Año Nuevo, Matzá3y Maror4para Pesaj5… o, mejor aún, como tomate y lechuga para una buena ensalada mixta porque, a diferencia de Adán y Eva, en nuestro mundo, no tenemos restricciones con la dieta.

2Pletzale: sándwich de pastrón y pepino en un pan que lleva cebolla y amapola en su parte superior. ADVERTENCIA: Nunca confundir el pletzale con el petzele. Mucho menos en una conversación con tu suegra. Jamás se te ocurra decir: “¡Mmmm, me llevaría un petzele a la boca!” Esto podría prestarse a malos entendidos y generar efectos colaterales no deseados... o sí.

3Matzá: pan chatito, sin leudar. Tiene apariencia de galletita de agua en tamaño XXL, pero con sabor XXS. Se consume durante la festividad de Pesaj (Pascua judía). Entre nosotros, me quedo toda la vida con el pletzale o como lo quieran llamar.

4Maror: hierbas amargas que no se fuman… se comen durante el ritual de Pesaj.

5Pesaj:Pascua judía. Se come como si fuera la última cena… del universo.

Portación de apellido

Escudo de la familia Montoto.

Un buen nombre es lo más valioso que uno puede tener. Desde lo más profundo de los tiempos, ha sido considerado de especial importancia. Así es como Dios, no bien crea algo, va y le pone nombre.

Nuestros padres hicieron lo mismo: cada uno, apenas nos vio nacer, nos dio un nombre. A él, Edgardo. A mí, Romina. Y un apellido. A él, Levy, un apellido reconocido, y a mí Montoto, un apellido re conocido.

Levy es el nombre de uno de los doce hijos de Yaakov que dieron origen a las doce tribus de Israel. Montoto es uno de los estafadores más famosos de la Argentina, que dio origen al dicho popular “¡Que te lo pague Montoto!”. Pero algo teníamos de parecido con mi marido: su familia admira a Yaakov que tomó la delantera y se convirtió en patriarca, y la mía, a Jacob (Claudio) que tomó la delantera de Racing y convirtió con gloria en el arco.

Lo del dicho, para mí terminó siendo un golazo: me sirvió para conseguir trabajo en la prensa. Mi currículum empezaba con la frase: “¿Cuántas veces le dijeron: “¡Pero andá a cobrarle a Montoto!’? Ahora, usted tiene la oportunidad única de saber quién es Montoto”.

La fórmula funcionó. Enseguida me contrataron en una revista de barrio y publiqué mi primera nota firmada. Yo, orgullosa. Pero los lectores indignados, se quejaban: “¿Hace falta usar seudónimo para denunciar la falta de alumbrado de la Avenida Juan B. Justo y General Paz?”.

A ellos, les costaba creer que mi apellido fuera Montoto. A Edgardo, también. Él me conoció bailando salsa, y entre los “¿estudiás o trabajás?” o “¿hace mucho que venís a este boliche?”… También quiso saber mi mail.

Yo (dubitativa): —¿Mi mail?

Edgardo: —Sí, tu mail…

Yo (de corrido, casi sufriendo): —[email protected] 

Edgardo: —Mirá, flaca, si no me querés dar tu mail, no me gastes…

Yo (a punto de llorar): —Es que ese es mi apellido.

Edgardo: —Sí, sí, te doy el mío: [email protected]

Yo no sé cuánto adeudaba ese tal Montoto del dicho, pero lo cierto es que tanto yo como el resto de sus tocayos pagamos a diario por la (mala) prensa que nos dio.

Para mi tío fue imposible. Toda su vida trabajó en tesorería. Su compañero de escritorio, durante treinta años, fue Roberto Paganini. Dos tipos que nunca necesitaron psicólogos porque juntos hicieron una dupla de contención inigualable. 

De todos modos, para anécdotas de portación de apellido, nada mejor que mi historia en el aeropuerto de Israel. Ahí, mi apellido dio que hablar desde el vamos. Ya en la ventanilla de ingreso, una oficial se detuvo un buen rato con mi pasaporte. De vez en cuando, levantaba la mirada para lanzarme un gesto de reprobación, mientras negaba con la cabeza. Yo me asusté: creí que me había confundido con el estafador del famoso dicho. Pero no. Recién después de unos cuantos minutos, se decidió a hablar:

Oficial (como quien pasa lista en el ejército): —Montoto. 

Yo (nerviosa pero, después de todo, orgullosa de mi apellido): —¡Aha!

Oficial (no sé qué dijo, pero me sonó más o menos así): —%·^#*!&%+**?!!!!

Yo (buscando idioma en común): —¡Argentina! ¡Maradona! ¡Messi!... ¡¿Jacob?!

Oficial: —¿Yaakov? ¿Jewish?

YO: —¿Judío? Ni idea. Pero le tengo fe para la Selección.

No hubo caso. Por ese lado, no nos íbamos a entender: el fútbol no era su fuerte. Igual, creo que le caí bien porque enseguida me sacó tema de conversación. Estuvo como una hora preguntándome por mi familia, mis amigos, mis contactos, mis costumbres… hasta quiso saber si nos íbamos a reunir a festejar Navidad. Yo le dije que sí, que este año nos tocaba reunirnos en lo de la tía Asunción. Le hubiera dicho que venga, pero me dio no sé qué porque recién la conocía.

Al fin, mi apellido dejó de sonarle sospechoso. Pero no me dejó ir, hasta que no le quedó ni una sola duda: por más que insistiera, esta vuelta, yo no la iba a invitar. 

Jrein con gusto no pica

Las hay de cuatro quesos, bolognesa, champiñón, scarparo, con panceta, con jamón. Suaves y picantes. Para todos los gustos y de todos los colores. Acompañan carnes, pescados, pastas, verduras... Pero si de salsas se trata, yo me quedo con la más rica y la más sabrosa: la que se baila.

Edgardo prefería algo más picantito: era fanático del jrein6. Sin él, no existía Pesaj (Pascua judía) ni mucho menos el guefilte fish. Pero como el jrein no se baila, y yo no soy ningún pescado, no le quedó otra que ponerle ritmo a la salsa y salir a la pista.

Los dos estábamos preparados para una buena fusión. Después de todo, el jrein no deja de ser una salsa y, en la vida como en la cocina, de las mezclas de estilos y culturas salen los sabores más interesantes.

Yo enseguida le encontré el gustito. No era para menos: buena pinta, morocho, ojos claros, y aunque el pelo le faltaba y la edad le sobraba, tenía buenos condimentos para una buena salsa.

Para la conquista, no hay receta. Yo, por las dudas, preparé todos los ingredientes: topcito, pantalones ajustados, tacos bien altos, actitud ganadora... y 24 años recién estrenados.

Al principio, la cosa venía tibia. Yo creía que se hacía el difícil, y eso me dejaba un triste sinsabor pero, en realidad, lo difícil era entenderlo: él venía sin subtítulos.

Yo: —¿Hacemos algo mañana?

Edgardo: —Mañana… gurnisht, voy a estar de shlepzej todo el día: tengo shule, shil, cena de shabat, y… después shoin. Me voy a shlufn. 

(“¡Pobre!”, pensé. “Mucho tiempo solo le hizo mal”.)

Romina (tratando de salir del paso): —¡Qué bueno! Yo conozco uno que dice: “Sho me shamo Shesica, Sholanda y voy a la plasha con masha amarisha”. ¿Te sabés otro?

Edgardo (con cara mezcla de duda y desconcierto): —Nnno... Pero no importa. Si podés otro día, dejame un mensaje en casa que está la shikse.

“¡Ah, no! —me dije— ¿La Gise? ¿Quién es la Gise y qué mensaje espera que le deje con ‘esa’? Yo paso. Olvidate de Montoto. ¡Que el mensaje te lo deje Magoya!”, pensé.