Oscura rendición - Diana Palmer - E-Book
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Oscura rendición E-Book

Diana Palmer

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Beschreibung

HQN 238 Tras haber provocado un accidente que cambiaría para siempre la vida de Saxon Tremayne, Maggie Sterline decidió que haría lo que fuera por reparar ese daño, incluso quedarse en Carolina del Sur para ocuparse de ese hombre a la vez temido y admirado cuyo mundo había quedado sumido en la oscuridad. Pero a medida que lo ayudaba a asumir su nueva realidad, la bella fue sintiéndose cada vez más atraída por la bestia. ¿Podría resistirse a sus apasionados besos? «Diana Palmer es una narradora fascinante; captura la esencia de lo que debería ser un romance». —Affaire de Coeur

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1983 Diana Palmer

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Oscura rendición, n.º 238A - junio 2021

Título original: Dark Surrender

Publicada originalmente por Dell

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-365-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Qué agradable era el otoño. A Maggie Sterline se le aceleraba el corazón al ver las hogueras a media tarde y oler el ligero aroma de las hojas secas entremezcladas con el humo de la leña. Le traía recuerdos de entrañables historias sobre duendes, magia y campamentos indios. Por supuesto, las hojas del sur de Georgia no tenían nada que ver con el esplendor de las del norte del estado, donde las cumbres de las fantasmagóricas montañas salpicadas de tonos dorados y rojos se alzaban contra el azul zafiro del cielo otoñal. Sin embargo, en otros aspectos ambas zonas eran prácticamente iguales.

Los indios también habían vivido en esa parte de su estado y los pies enmocasinados de los Lower Creeks habían dejado su huella en la historia local. Por todo Defiance había puntas de flecha y restos de cerámica que atestiguaban aquella antigua ocupación.

Siempre le había gustado el nombre del pueblo: Defiance. Parecía como si a ese lugar le gustaran las situaciones imposibles, y si Saxon Tremayne la encontraba, ella también necesitaría algo de esa actitud desafiante. Y un poco de esperanza también.

Pensar en ese pedazo de hombre la hizo estremecerse. Había estado a punto de enamorarse de él durante las semanas que había pasado a su lado haciendo un reportaje sobre el gigante industrial para la revista en la que había trabajado en Carolina del Sur. Había sido divertidísimo. Sin embargo, no había prestado demasiada atención al hecho de que Kerry Smith estaba trabajando en un artículo para sacar a la luz el asunto de una fábrica de tejidos entre cuyos empleados se estaban dando casos de bisinosis, una enfermedad pulmonar. ¡Ojalá hubiera estado más atenta!

Se sentó en el borde de su abarrotado escritorio.

Maggie era una guapa morena de veintiséis años. No era una belleza, pero sí una mujer esbelta y atractiva, con pechos altos y firmes, cintura fina y caderas delgadas. Además tenía unas buenas piernas, aunque hoy las llevaba cubiertas por unas botas altas y por la falda de cuadros gris y roja que conjuntaba con una camisa blanca y un chaleco de punto gris. Iba a la moda, pero no resultaba ostentosa, y a Ernie Wilson, el dueño del periódico, le gustaba ese toque de clase que aportaba a su modesto negocio. O eso decía él.

El propietario de El titular desafiante conocía a la familia de Maggie desde que su abuelo adquirió el periódico, y en ocasiones ejercía más de tío que de jefe. Ni siquiera había hecho ninguna pregunta cuando ella había entrado en su despacho buscando trabajo, con el rostro demacrado y ojeroso y sus ojos color verde jade cargados de miedo y preocupación. Ernie Wilson nunca hacía preguntas, y Maggie suponía que era porque tenía el don de leer la mente.

Había necesitado el trabajo con desesperación. Más que una forma de sustento había sido un refugio donde protegerse del furioso magnate textil que la había culpado de traicionarlo para vender un artículo. La batalla emprendida contra él por las organizaciones medioambientales y el sindicato de la fábrica había sido una consecuencia directa del artículo en primera plana que acusaba a su fábrica de provocar potenciales daños pulmonares y lo acusaba a él de negligencia por no enmendar la situación. En realidad, las medidas para adecuar la fábrica e instalar un nuevo sistema de control del polvo de algodón dañino ya se habían diseñado y estaban a punto de implementarse; sin embargo, el artículo no había hecho mención de ello, y Saxon Tremayne había quedado como un empresario codicioso que anteponía las ganancias a la seguridad. Y la había culpado a ella por esa maldita obra de ficción. La había considerado culpable sin darle el beneficio de la duda ni la oportunidad de contarle su versión. Le había prometido venganza por su traición, y Saxon Tremayne era un hombre de palabra; una palabra que valía su peso en diamantes y que en Jarrettsville, pueblo textil de Carolina del Sur, era la ley.

Maggie no había querido marcharse de ese lugar pequeño y precioso. Era inocente, y si él le hubiera dado la más mínima oportunidad, se lo habría demostrado. Pero no había estado de humor para escucharla el día que salió el artículo. Le había hablado por teléfono con un tono profundo, pausado y frío como una morgue. La había interrumpido antes de que pudiera explicarle que todo se había debido a una confusión con el pie de autor y le había prometido represalias con ese tono cortante que tan bien empleaba cuando estaba furioso. Nunca alzaba la voz, pero eso era peor que si te gritara.

Y lo peor de todo era que, si él hubiera querido, Maggie le habría entregado su corazón, que tanto tiempo llevaba intacto. Había aprendido a amar a ese hombretón durante el breve periodo de tiempo que había pasado con él, y si hubiera tenido un poco más de tiempo, tal vez podría haber captado su atención. Se había mostrado simpático y dispuesto a colaborar, pero nunca la había tocado ni la había mirado de un modo más íntimo. La gente decía que seguía llorando la muerte de su esposa. Sin embargo, nada de lo que le había contado a ella parecía indicar que hubiera sentido lo más mínimo por la mujer con la que había compartido cama y casa durante dieciocho años. En su momento, Maggie se había preguntado si sería capaz de sentir emociones profundas. Parecía ser un hombre solitario, volcado por completo en el trabajo e interesado en su familia solo de pasada. Aunque tampoco tenía mucha: un hermanastro, una madre y unos cuantos primos desperdigados a los que apenas conocía. Maggie ni siquiera sabía dónde vivía su familia.

–¿Soñando despierta otra vez? –le susurró al oído una voz suave y burlona.

Abrió esos ojos de un verde esmeralda impactante enmarcados por unas pestañas oscuras y los dirigió hacia los vivarachos ojos grises de Eve.

–Lo siento –murmuró Maggie sonrojándose–. Solo estaba repasando unas notas mentales.

–¿Sobre cómo ayudar a los bomberos a recaudar fondos para comprar ese nuevo equipo de protección con el que está tan ilusionado Harry? –Eve sonrió–. ¡Venga, Maggie! Cuéntamelo. ¿En quién estás pensando?

Maggie sonrió con expresión enigmática.

–En una criatura enorme y descomunal con ojos de tigre color ámbar oscuro, profundos y misteriosos –respondió exagerando solo un poco–. No, en serio, intentaba decidir a cuál de los candidatos a la Comisión Municipal entrevistar primero –suspiró–. Voy a tardar dos semanas en cerrar esto –añadió gimoteando–. Muchas fotos y entrevistas, pero ninguno aborda las cuestiones con sinceridad. Estoy tan harta de que estos hombres me digan que se presentan a la candidatura porque el pueblo los necesita. ¡Por Dios, Eve! ¡Si de verdad les importara el pueblo, al menos cuatro de ellos jamás se presentarían como candidatos!

Eve, más baja que Maggie, le dio una palmadita en el hombro.

–Venga, no pasa nada –susurró–. Esto te pasa por todos esos años que has pasado trabajando para una revista. Ya te acostumbrarás.

–¿Por qué no responden a mis preguntas? –preguntó desalentada.

–Porque en Defiance sales elegido si dices lo menos posible sobre ti. Cuanto menos sepan los votantes –murmuró con tono de complicidad– más te votarán.

Maggie miró al techo como si esperara que las respuestas colgaran de él.

–Mi padre me advirtió que no fuera a la universidad de Carolina del Sur. Ese fue sin duda mi peor error. Debería haberme quedado en Defiance y haberme metido en política.

–Preséntate como candidata. Yo te votaré.

Maggie se estiró lentamente.

–En estas elecciones voy a votar a Thomas Jefferson.

–Está muerto –señaló Eve.

–Bueno, pues no se lo tendré en cuenta –respondió con gesto serio. Después se pasó la mano por su oscura melena con impaciencia–. Supongo que será mejor que me ponga en marcha. Pasaré por casa de Jake Henderson y sacaré una foto de ese repollo gigantesco que ha cultivado. ¿Tengo algo pendiente?

Eve consultó el enorme calendario que colgaba de la pared lleno de anotaciones en color rojo y negó con la cabeza.

–Un almuerzo mañana cuando entreguen esos premios para estudiantes en Rotary, nada más.

–De acuerdo –Maggie agarró su cámara de treinta y cinco milímetros, un rollo de película extra y el bolso, y se detuvo en la puerta–. Llámame si me necesitas.

–Yo misma iré a buscarte –prometió Eve lanzando una mirada irónica hacia la puerta de la sala de composición. Alzó la voz por encima del suave zumbido proveniente del ordenador del despacho contiguo y añadió–: ¡Necesito un descanso! ¡Y, encima, aquí no se valora nada todo el trabajo que hago!

Un hombre alto y canoso con una barriga algo prominente salió a la puerta sujetando unas tijeras y una galerada.

–Si quiere hacer algo, señorita Johns, entre aquí y póngase a montar páginas. Tengo terminadas la primera y el editorial, pero hay otras doce esperando mientras usted pasa el rato con doña Periodista de Gran Ciudad.

–Yo no me relaciono con periodistas de zonas rústicas como vosotros –le informó Maggie con altivez–. Y espero ganar un Pulitzer con mi elegante artículo sobre el repollo de once kilos que el señor Henderson ha cultivado en su jardín partiendo de una semilla diminuta.

Ernie Wilson la miró fijamente, sin pestañear. Era la mirada que tenía los martes, cuando estaban componiendo las últimas páginas y se acercaba la fecha límite para empezar con la impresión. Era una mezcla entre desesperación, exasperación y la amenaza de un alcoholismo inminente. No lo podía disimular.

–Adiós –dijo Maggie apresuradamente. Le guiñó un ojo a Eve y salió corriendo.

 

 

El profesor Anthony Sterline estaba relajándose en el pequeño salón con su periódico vespertino cuando Maggie entró en la casa y se descalzó en el vestíbulo.

–¡Ya estoy aquí! –gritó.

–Ya era hora –respondió su padre con sequedad–. Llegas una hora tarde. Aunque, siendo martes, tampoco es que te esperara antes.

–Jamás me acostumbraré a pasarme todo el día de pie mientras componemos ese… periódico –suspiró, y se sentó al lado de su padre en el sofá. Recostó la espalda y cerró los ojos–. ¡Ojalá la cena se cocinara sola!

–Ya está preparada –respondió él con tono divertido–. Lisa está en casa.

Maggie abrió los ojos de par en par.

–¿Ya? Creía que llegaría mucho más tarde.

–Cancelaron su vuelo, así que le cambió el turno a otra azafata y por eso ha venido antes. Se ha comprometido.

–¿Comprometido? Ni siquiera sabía que estuviera saliendo con alguien –respondió Maggie con considerable interés.

–Randy Steele. ¿No te ha hablado de él? La familia vive en Jarrettsville. Y, según dice, son de clase muy acomodada.

Steele. Steele. Ese apellido resonaba por alguna zona de su cerebro cansado, pero no lograba ubicarlo.

Sin embargo, Jarrettsville era un lugar que jamás olvidaría.

–¡Maggie! –gritó Lisa de pronto lanzándose desde la puerta sobre su hermana con una alegre carcajada.

Lisa era rubia, y nadie que las viera juntas habría imaginado que eran hermanas. Sus rasgos eran finos e impactantes, mientras que los de Maggie eran algo menos llamativos. Lisa era de constitución pequeña, y Maggie era alta y escultural. Pero la única cosa que sí compartían era el color de los ojos: el mismo luminoso verde jade de su padre. Inconfundible.

Empezaron a hablar a la vez, intercambiando saludos y haciéndose preguntas hasta que la emoción inicial se aplacó.

–Papá dice que estás comprometida –comentó Maggie.

–Chivato –le dijo su hermana a su padre antes de sacarle la lengua–. Quería darle una sorpresa. ¡Es guapísimo! –añadió con un suspiro–. Alto, sexi y, además, rico, aunque no me caso con él por eso. ¡Estoy tan enamorada que me duele! –exclamó con solemnidad–. Jamás pensé que pudiera enamorarme de este modo, y menos así, a la velocidad de un rayo. Solo hace un mes que estamos saliendo.

–¿Qué fecha habéis fijado?

De pronto, Lisa pareció incómoda.

–Ahí está el problema. Randy no quiere poner una fecha hasta que decida qué hacer con los problemas que tiene en casa. Este fin de semana voy a ir para conocer a su madre y a su hermano y me gustaría mucho que me acompañaras. Voy a necesitar apoyo.

Casi estaba empezando a resultar teatral. Maggie miró a su hermana.

–¿Apoyo? –preguntó con delicadeza.

Lisa se sentó en el sillón frente al sofá. Parecía preocupada.

–El hermano de Randy es ciego. En la casa de Jarrettsville solo están su madre y él, y Randy no se siente bien casándose y dejándola con toda la responsabilidad de ocuparse de su hermano.

–Es una actitud digna de elogio –dijo su padre asintiendo con aprobación–. ¿Pero el hermano no puede valerse por sí mismo?

–Me da la sensación –respondió Lisa pausadamente– de que es una persona complicada. Era un empresario importante antes del accidente, y no paraba nunca. Ahora ya no puede llevar esa vida y está amargado por ello –bajó la mirada a sus blancos dedos–. Randy dice que ni siquiera sale de casa. ¡No quiere aprender braille, ni tener un perro guía, y ni siquiera intenta adaptarse a la situación!

Inquieto, el profesor Sterline se pasó una mano por su pelo ralo y canoso.

–Tal vez simplemente le esté llevando algo de tiempo acostumbrarse –señaló inclinándose hacia delante–. En mi clase de Historia tuve un alumno así, pero una vez que pudo aceptar su ceguera, progresó rápidamente.

–No lo entiendes, papá –dijo Lisa con delicadeza–. Hawk lleva ocho meses ciego.

–¿Hawk? Qué nombre tan curioso –observó su padre.

–Es un apodo, pero nunca he oído a Randy llamarlo de otra forma –respondió Lisa con una sonrisa–. Bueno, el caso es que no se puede decir que el accidente sea reciente. Y ha tenido varias enfermeras. Randy dice que es un auténtico horror.

–Un león con una astilla en la pata –la corrigió Maggie con suavidad al sentir una extraña afinidad con el desconocido ciego. Su propio trauma había comenzado también hacía ocho meses–. Solo necesita a alguien que se la saque.

–¿Qué tal se te dan las pinzas? –bromeó Lisa–. Vendrás, ¿verdad? La señora Steele está deseando conocerte.

–No estoy segura de que mi seguro de vida cubra ataques de leones –contestó con tono de broma–. Además, los recuerdos que tengo de Jarrettsville son bastante… desagradables.

–Llevaremos una silla y un látigo para protegernos de Hawk –prometió Lisa–. Pero no sabía que habías estado en Jarrettsville…

–¿Cómo es su madre? –preguntó Maggie ansiosa por cambiar de tema.

–Una mujer muy sufrida y paciente, según dice Randy –respondió su hermana con una sonrisa–. No la he visto nunca. Randy dice que la casa está situada justo al borde de las estribaciones de la Cordillera Azul y rodeada por robles enormes. Fue una plantación durante la Guerra Civil.

–Parece interesante –señaló el profesor Sterline con la mirada iluminada ante la mención de su tema favorito–. Los Jardines Magnolia están en Carolina del Sur y tienen tras de sí una historia fascinante. Al parecer…

A las chicas no les dio tiempo a detenerlo, así que se quedaron allí sentadas en silencio y escucharon con suma cortesía mientras el profesor Sterline les contaba la larga historia de la Guerra Civil en Carolina del Sur.

Maggie ya no solía oír muchas de sus charlas desde que se había mudado a su propio piso. Solo dormía allí cuando su hermana estaba en casa, y así los tres podían pasar algo de tiempo juntos.

Esa noche se quedó despierta mucho tiempo pensando únicamente en Saxon Tremayne. Habría preferido no volver a Carolina del Sur, pero no podía negarle a Lisa ese pequeño sacrificio. Además, si después de ocho meses Saxon no había reclamado su cabeza, era poco probable que aún tuviera ganas de venganza.

En realidad, eso la había decepcionado un poco. Había querido que fuera a buscarla, por la razón que fuera, incluso por venganza. En su mente podía ver esos ojos color ámbar mirándola, observándola, con su rostro ancho y bronceado como el de un romano, y destacando tanto por su corpulencia como por su aire de autosuficiencia y seguridad en sí mismo. Era un hombre imponente: de rasgos duros, exigente y con una voz exquisita y aterciopelada cuando hablaba con delicadeza. No había pasado ni un solo día en que no hubiera pensado en él, lo hubiera echado de menos o se hubiera preguntado si la habría perdonado por lo que él creía que había hecho. Ojalá pudiera escribirle y explicárselo. Tal vez, ahora, si su oscuro temperamento se había aplacado, podría razonar con él y contarle la verdad. Pero, si seguía furioso, escribirle podría ser un error monumental. Nunca le había hablado de su lugar de origen; nunca había surgido la oportunidad. Él sabía que era de Georgia, aunque no de dónde exactamente, y en cierto modo se alegraba. Saxon nunca vacilaba en hacer uso de su poder. No le habría supuesto el más mínimo esfuerzo comprar todo el periódico para despedirla. Y había otros modos menos agradables que podía haber elegido para ajustar cuentas con ella.

Se giró y hundió su rostro acalorado en la fría almohada. Tal vez era mejor así. Después de todo, ¿qué tenía en común con un millonario? Incluso aunque Saxon se hubiera fijado en ella, probablemente no habrían estado juntos más allá del dormitorio. No era hombre de relaciones permanentes. Su mente estaba entregada por completo al negocio.

Ojalá pudiera olvidarlo.

Al menos ese viaje con Lisa le despejaría un poco la cabeza y, sin duda, estar con el furibundo hermano de Randy la mantendría ocupada. Sonrió para sí. «Hawk», como el halcón de donde seguro vendría su apodo; un ave de presa perspicaz y letal. Se había quedado intrigada por cómo lo había descrito Lisa. Debía de ser terrible haber tenido tanto y haberlo perdido por una ceguera. Se preguntaba si podría atravesar esa capa de iracunda amargura y ayudar al pobre león a encontrar la paz.

La idea resultaba tentadora.

Cerró los ojos pensando en ello y se fue quedando dormida.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Randolph Steele era tal cual Lisa lo había descrito: alto, delgado como un látigo, con el pelo oscuro, la tez olivácea y unos ojos azules enmarcados por unas pestañas increíblemente espesas. Era un torbellino, y desde el momento en que las recogió en el aeropuerto de Greenville, quedó claro que estaba enamoradísimo de Lisa.

La besó con entusiasmo y se apartó para contemplar su diminuta figura con una mirada que decía a gritos lo que sentía. Después, se giró hacia Maggie y extendió la mano.

–Tú debes de ser la hermana mayor. Como habrás deducido ya, yo soy el prometido.

–No sé por qué me ha dado la sensación de que os conocíais de algo –bromeó Maggie estrechándole la mano con firmeza–. Encantada de conocerte.

–¿Sabes? Maggie es periodista –comentó Lisa con entusiasmo–. ¡Escribe para nuestro periódico local!

–¿Quieres callarte? –gruñó Maggie mirando a ambos lados avergonzada y con las manos agarradas detrás de la cabeza–. ¡Ya sabes que no me gusta hablar de mi profesión!

–Tu oscuro secreto está a salvo conmigo –respondió Randy conduciéndolas hacia el aparcamiento con una maleta en cada mano–. Y, bromas aparte, será mejor que se lo ocultéis a Hawk. Odia a los periodistas.

–¿Le daban miedo a vuestra madre cuando se quedó embarazada de él? –preguntó Maggie con una sonrisa.

Randy se rio.

–Hawk es mi hermanastro. Podría decirse que su padre y él se casaron con mi madre y conmigo. Steele Manor pertenece a mi madre, pero Hawk administra la economía familiar. Mi madre es una mujer encantadora, aunque algo frívola, y no tiene cabeza para los negocios.

–Tu hermanastro debe de ser muy inteligente –dijo Lisa.

–Brillante –puntualizó Randy.

Se detuvo junto a un elegante Lincoln Town Car, y tras meter las maletas en el maletero, les pidió a las dos que subieran. Lisa se sentó en el asiento del copiloto, Maggie en el trasero, y él detrás del volante.

–¿A qué se dedica? –preguntó Lisa.

–Es empresario. O lo era –se corrigió Randy con pesar–. Cuando su padre murió, se hizo cargo del negocio familiar, que era considerable. Hasta el accidente, siempre estaba trabajando y de un lado para otro.

Mientras salían del aparcamiento y se incorporaban al tráfico rumbo a Greenville, Lisa le agarró la mano que él tenía libre. Maggie, que solo había estado en Greenville en una ocasión, se quedó fascinada por la mezcla de edificios históricos y modernos, el enorme centro comercial, las curiosas señales de tráfico y la zona centro con su sorprendente aspecto de pueblecito pequeño, todo ello ubicado contra el telón de fondo de la Cordillera Azul.

–¿Qué clase de negocio tiene la familia? –preguntó Maggie con educación y sin despegar la vista de nada mientras salían de la ciudad.

–Textil –respondió Randy lanzándole una sonrisa y un guiño a Lisa.

–¡Qué coincidencia! –exclamó Lisa–. Maggie escribía mucho sobre empresas textiles en su antiguo trabajo, justo antes de que volviera a casa. Era…

–Cielo, cierra la boca –le dijo Maggie a su hermana pequeña con una dulce sonrisa– o te la cierro con cinta adhesiva. Seguro que a Randy no le apetece oír toda mi historia. Le interesará mucho más la tuya.

«Además, si su familia está metida en el negocio textil y se entera de por qué me marché de Jarrettsville, es posible que conozca a Saxon Tremayne y le diga algo. ¡Lo que me faltaba!», se dijo.

–Qué modesta eres –protestó Lisa–. ¿Por qué no quieres que la gente sepa que escribes? Además, Randy es de la familia… o casi –añadió con timidez.

Él le apretó la mano.

–Prácticamente. Lo único que tenemos que hacer es solucionar el problema que tiene mi familia –suspiró–. No puedo dejar a mi madre con Hawk así, sin más. Sería como sacrificarla. Siempre tuvo un carácter estupendo, pero desde el accidente se ha comportando como un salvaje. Una enfermera se fue de casa a las tres de la mañana en camisón. ¡En camisón! Y, claro, la policía la detuvo por la calle y le pidió una explicación. Llamaron a casa y aclaramos el malentendido. A veces a Hawk le entran unos dolores de cabeza terribles por las noches, y fue a pedirle una inyección, pero ella pensó que quería otra cosa –soltó una pequeña carcajada–. Bueno, el caso es que la situación hizo que mi madre acabara llorando de vergüenza. Al día siguiente, no fue capaz de asistir a su club de jardinería y, desde entonces, apenas ha salido de casa.

Parecía como si la señora Steele fuera un gorrión al que habían metido en una jaula con un águila. Qué duro debía de ser para ella vivir con su volátil hijastro sin perder el juicio.

–¿No habéis podido encontrar una enfermera de guerra? –bromeó Lisa.

–Pues sí, no te rías –respondió él con una pícara sonrisa–. Una arisca señora que fue teniente en el Cuerpo Femenino del Ejército. Duró una semana. Os pensaréis que estoy bromeando, pero cuando conozcáis a Hawk, veréis que no.

–¿Hay alguna esperanza de que le puedan devolver la vista mediante alguna cirugía? –preguntó Maggie con delicadeza.

–No mucha. Sería demasiado peligroso. Hawk ni siquiera quiere hablar del tema.

–¿Cómo pasó?

–Hawk cumplió dos periodos de servicio en Vietnam. Se ganó el apodo porque nunca fallaba con un fusil M1. Resulta paradójico que no perdiera la vista allí cuando le entró metralla en la cabeza. El médico me explicó que la metralla se le había alojado cerca de la base del lóbulo frontal, pero no le afectó de ningún modo hasta que se le desplazó hace ocho meses en aquel accidente y lo dejó ciego. Ahora mismo, lo máximo a lo que puede aspirar es a que algún día la metralla vuelva a desplazarse y le quite presión del nervio óptico –suspiró–. Si no hubiera estado de tan mal humor, jamás le habría pasado nada. Normalmente tenía una capacidad de control monumental, pero se había visto sometido a muchísima presión entre el artículo del periódico, la huelga salvaje del sindicato y el ultimátum del grupo medioambiental.

»Acababa de convocar una reunión para tratar el problema y se dirigía a la fábrica cuando el coche patinó en la carretera, resbaladiza por la lluvia –se encogió de hombros–. El problema se resolvió por sí solo, cómo no, cuando el sindicato y el consejo estatal vieron que ya casi se había puesto en marcha la solución. Se había armado un gran escándalo por nada, dijeron. Un desastre silencioso.

Escándalo. Grupo medioambiental. Artículo. Maggie se quedó paralizada en el asiento trasero.

–Qué curioso –murmuró Lisa–. Maggie escribió un artículo sobre una fábrica textil, ¿no, Maggie? Papá me comentó algo de pasada…