Pack Bianca Noviembre 2015 - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

Caricias y diamantes Susan Stephens Si el hielo se encuentra con el fuego... La hermosa Leila, la menor de las famosas hermanas Skavanga, se había ganado la fama de ser el diamante intacto de Skavanga, y estaba cansada de serlo. Había llegado el momento de empezar a vivir la vida y ¿quién podía enseñarle mejor a vivirla que Rafa León, ese atractivo español? ¡Rafa no tenía inconveniente en mezclar el trabajo y el placer! Intrigado por su timidez y pureza, y tentado por su petición, se ocuparía de que Leila disfrutara de todo lo que podía ofrecerle la vida. Sin embargo, cuando la fachada gélida de ella dejó paso a una pasión desenfrenada, él se dio cuenta de que jugar con fuego tiene consecuencias. Objeto de seducción Sharon Kedrick No podía rechazar aquel regalo de Navidad… Niccolò da Conti tenía todo lo que un hombre podía desear. Sin embargo, al volver a ver a la sugerente Alannah Collins sintió que se despertaba de nuevo su vena más posesiva. Decidió contratarla, seducirla y tacharla de su listado de deseos de una vez por todas. Alannah conocía el peligro de trabajar demasiado íntimamente con el sensual siciliano, pero habría sido una necia si hubiera rechazado la ayuda que él le brindaba para lanzar su propio negocio. Niccolò trataba implacablemente de seducirla. ¿Podría impedir que él descubriera la verdad que llevaba tanto tiempo esforzándose por ocultar? A las órdenes del griego Lynne Graham "Yo siempre consigo lo que quiero… y te quiero a ti". Ganar millones y acostarse con mujeres hermosas no podía hacer que Bastien Zikos olvidase el lustroso pelo negro y los desafiantes ojos azul zafiro de Delilah Moore. De modo que estaba dispuesto a hacer lo que tuviese que hacer para conseguir que la única mujer que lo había rechazado volviese con él.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 79 Bianca, n.º 79 - noviembre 2015

I.S.B.N.: 978-84-687-7814-3

Índice

Créditos

Índice

Caricias y diamantes

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Objeto de seducción

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

A las órdenes del griego

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Votos de venganza

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Capítulo 1

LA TENSIÓN atenazó las entrañas de Leila cuando miró por la ventanilla del taxi y vio los invitados que entraban en el hotel. No era la mejor época del año para celebrar algo en Skavanga. El pueblo de Leila, estaba más allá del Círculo Polar Ártico, pero cuando su hermana Britt daba una fiesta, a nadie le importaba el tiempo. Las mujeres tenían que llevar tacones de vértigo y vestidos ceñidos y los hombres escondían los trajes oscuros bajo abrigos de alpaca y pañuelos de seda. Ella era la única de las tres hermanas Skavanga que no destacaba en las fiestas. Su fuerte no era la conversación intrascendente. Prefería estar en su despacho, en el sótano del museo de la minería, donde reunía información fascinante...Tenía que relajarse. Britt le había prestado un vestido precioso y unas sandalias con tacón de aguja, y tenía una chaqueta forrada de piel de borrego. Solo tenía que entrar en el hotel y perderse entre el bullicio.

–¡Que se divierta! –le deseó el taxista mientras ella le pagaba–. Siento no haber podido acercarla más al hotel, pero nunca había visto tantos taxis.

–No se preocupe. Está bien...

–¡Cuidado! ¡No se resbale...!

Demasiado tarde.

–¿Está bien? –le preguntó el taxista asomando la cabeza por la ventanilla.

–Estoy bien, gracias.

Era una mentirosa. Había dado unos pasos sobre el hielo que habrían sido la envidia de una estrella del patinaje, si esa estrella era un payaso, claro. El taxista sacudió la cabeza.

–Las carreteras están heladas.

Ya se había dado cuenta. Estaba caída junto al taxi, le dolían los tobillos y, afortunadamente, el vestido era azul marino y no se notaría mucho el barro, podría limpiárselo fácilmente. Se levantó y esperó a encontrar un hueco entre el tráfico, como el taxista.

–¿Esos no son los tres hombres del consorcio que salvó el pueblo? –le preguntó él señalándolos.

A ella se le paró el pulso. Efectivamente, por las escaleras subían el marido de su hermana mayor, el jeque de Kareshi, el prometido de su hermana intermedia, el conde Roman Quisvada, un italiano increíblemente guapo, y el tercer hombre del consorcio, el peligrosamente atractivo y sin pareja Rafa León, quien le dirigió una mirada como un misil a su objetivo. Ella sacudió la cabeza con impaciencia por haberse permitido fantasear por un instante. Era la hermana tímida y virginal de una familia de mujeres arrojadas y Rafa irradiaba peligro por todos los poros. Hasta la mujer más experimentada se lo pensaría dos veces antes de caer en sus brazos y ella solo era una pueblerina apocada. Sin embargo, el taxista tenía razón cuando decía que esos tres hombres habían salvado al pueblo. Sus dos hermanas, Britt y Eva, Tyr, su hermano desaparecido desde hacía mucho tiempo, y ella habían sido los dueños de la mina de Skavanga, pero cuando se acabaron los minerales y se encontraron diamantes, no pudieron pagar el equipo especializado que se necesitaba para extraer las piedras preciosas. El pueblo de Skavanga siempre había dependido de la mina y el porvenir de todos sus habitantes quedó en el aire. Fue un alivio inmenso que el consorcio participase y salvara tanto a la mina como al pueblo.

–Si se da prisa, todavía queda un multimillonario –comentó el taxista guiñándole un ojo–. Creo que los otros dos ya están casados o a punto de estarlo.

–Sí –ella sonrió–. Con mis hermanas...

–Entonces, ¡usted es uno de los famosos Diamantes de Skavanga! –exclamó el taxista sin disimular lo impresionado que estaba.

–Así nos llaman –reconoció Leila riéndose–. Soy la piedra más pequeña y con más defectos...

–Lo que la convierte en la más interesante para mí –le interrumpió el taxista–. Además, todavía queda un multimillonario libre para usted.

Le encantaba su sentido del humor y no podía dejar de reírse.

–Todavía me queda algo de sensatez –replicó ella–. Además, no soy del tipo de Rafa León, afortunadamente –añadió ella con un suspiro muy teatral.

–Tiene cierta... reputación, pero no hay que creerse todo lo que dice la prensa.

Leila se acordó de que las revistas del corazón habían llegado a decir que las tres hermanas monopolizaban el escenario mundial y tuvo que estar de acuerdo con él. El único escenario que monopolizaba ella era el de la parada del autobús cuando iba a trabajar.

–Recuerde una cosa –añadió el taxista–. A los multimillonarios les gusta casarse con alguien normal. Quieren una vida tranquila en casa, ya tienen bastantes emociones en la oficina. No se ofenda –añadió inmediatamente–. Lo digo como un halago. Parece una chica tranquila y agradable, nada más.

–No me ofendo –ella se rio con una carcajada–. Tenga cuidado con el hielo, me parece que le queda una noche larga y fría por delante.

–Es verdad. Buenas noches y diviértase en la fiesta.

–Lo haré –aseguró ella.

Sin embargo, antes tendría que pasar por el cuarto de baño para limpiarse el vestido. Las fiestas no le entusiasmaban, pero tampoco quería dejar mal a sus glamurosas hermanas. Cruzó la calle y se perdió entre las sombras. Rafa León estaba en lo alto de las escaleras mirando la calle. Seguramente, estaría esperando a que alguna mujer sofisticada se bajara de una limusina. ¡Era impresionante! Sin embargo, no podía entrar sin pasar desapercibida. Aunque, por otro lado, solo tenía que elegir el momento y pasar de largo. Él no se fijaría en ella. Rafa estaba mirando hacia un lado y ella estaba subiendo las escaleras de dos en dos por el contrario, hasta que pisó una placa de hielo, soltó un grito y se preparó para el batacazo.

–¡Leila Skavanga!

Se quedó muda cuando el hombre más increíblemente guapo del mundo dejó su rostro a unos centímetros del de ella.

–¡Rafa León! –exclamó ella fingiendo sorpresa–. Discúlpame, no te había visto...

Si había unos brazos en los que no quería caer esa noche, esos eran los de él, pero Rafa estaba agarrándola con tanta fuerza que no tenía más remedio que quedarse donde estaba y con la sangre bulléndole en las venas y en otros muchos sitios. Se quedó inmóvil e intentó no respirar para que él no oliera el sándwich de queso que se había zampado antes. Él, en cambio, olía de maravilla y esos ojos...

–Gracias –dijo ella recuperando el juicio mientras él la soltaba.

–Me alegro de haberte agarrado.

Tenía una voz grave, sexy y con cierto acento.

–Yo también me alegro.

–No te habrás torcido el tobillo, ¿verdad?

Ese hombre alto, guapo y moreno por antonomasia estaba mirándole las piernas. Ella, que sabía que tenía los muslos hechos un asco, se alisó el vestido.

–No, estoy bien.

Giró los pies como si quisiera demostrarlo y se sintió ridícula. Él hacía que se sintiera patosa.

–Ya nos conocemos –comentó él encogiendo sus sexys hombros.

–Sí, nos conocimos en la boda de Britt. Me alegro de verte otra vez.

No solo olía de maravilla y era irresistible, sino que los ojos maliciosos y la energía que irradiaba parecían de otro mundo. Ese encuentro la desasosegaba y anhelaba escapar, pero Rafa parecía no tener prisa. En realidad, estaba mirándola como si fuese una pieza de museo. ¿Se le habría corrido el maquillaje? No sabía maquillarse bien... ¡Peor aún! ¿Tendría trocitos de sándwich entre los dientes? Cerró la boca e intentó comprobarlo con la lengua.

–No solo nos conocemos, sino que somos casi familiares, Leila.

–¿Cómo dices...? –cuando Rafa la miraba no podía pensar con claridad–. ¿Familiares?

–Sí –contestó Rafa en español–. Ahora que el segundo integrante del consorcio va a casarse con una hermana Skavanga, solo quedamos nosotros dos. No hace falta que pongas esa cara, solo quería decir que, a lo mejor, podríamos conocernos un poco mejor.

¿Por qué iba a querer conocerla ese hombre triunfador y devastadoramente guapo?

–No... tengo muchas acciones... de la empresa... –balbució ella con recelo.

Rafa se rio y ella se quedó sin aliento cuando él se inclinó sobre su mano.

–No tengo intención de robarte las acciones, Leila.

¿Cómo era posible que el roce de unos labios sobre el dorso de una mano despertara tantas sensaciones? Había leído sobre cosas así. Sus hermanas, antes de casarse o prometerse, habían hablado mucho sobre encuentros románticos, pero era un mundo desconocido para ella. Aunque, en realidad, Rafa no quería ser romántico, solo quería que se sintiese cómoda. Entonces, ¿por qué estaba consiguiendo todo lo contrario? La gente seguía subiendo, los empujaba y hacía que la conversación fuese imposible, tan imposible como que se separaran. Se le daba muy mal la conversación trivial. Podía hablar del tiempo, pero siempre hacía frío en Skavanga y la conversación no duraría más de diez segundos. Sin embargo, era una fiesta de las hermanas Skavanga y Rafa era su invitado...

–Espero que estés disfrutando de tu viaje a Skavanga.

A él pareció divertirle su forma de romper el hielo.

–Ahora, sí –replicó él con una sonrisa que habría conseguido que Hollywood se rindiera a sus pies–. Hasta esta noche, no he dejado de tener reuniones de trabajo. Acabo de salir de una.

–Entonces, ¿te alojas en este hotel?

Ella se sonrojó cuando Rafa la miró con el ceño ligeramente fruncido. Seguramente, había pensado que estaba insinuándose cuando solo era el típico ejemplo de que era negada para la conversación intrascendente. Afortunadamente, Rafa estaba mirando alrededor para ver si podían entrar sin que los aplastaran.

–Creo que la cosa se ha calmado un poco, ¿entramos?

–Puedo arreglármelas sola... –replicó ella suponiendo que él quería largarse.

–No te preocupes tanto, Leila –insistió él sonriendo–. La fiesta va a encantarte. Confía en mí...

¿Que confiara en Rafa León cuando todo el mundo conocía su reputación?

–Será mejor que encuentre a mis hermanas, pero gracias por tranquilizarme... y por tu ayuda providencial –añadió ella con una sonrisa.

–No hay de qué.

Tenía unos ojos negros, cálidos y luminosos que le llegaban muy hondo si se tenía en cuenta que Rafa León era casi un desconocido. Eso solo la convencía más de que tenía que ajustarse al plan previsto; a beber algo rápido con sus hermanas, a cenar, a charlar un rato y a largarse en cuanto fuese posible sin resultar maleducada.

–Estás temblando, Leila...

Era verdad y no se había dado cuenta hasta ese momento. Ella se mordió el labio inferior para dejar de pensar en que, si temblaba, no era porque hiciese un frío gélido.

–Toma, ponte mi abrigo...

–No, yo...

Demasiado tarde. Ella llevaba una chaqueta magnífica, pero Rafa era muy rápido y ya tenía su abrigo sobre los hombros, y no podía negar que sentía su calor corporal en el abrigo y que olía el leve aroma de su colonia.

–Por cierto, ¿cómo te has manchado el vestido, Leila?

Decidió hacer una broma ya que se fijaba en todo.

–Yo... umm... me desvanecí un momento.

–Vaya, creía que te había salvado –comentó él entre risas.

–Casi.

–La próxima vez, tendré que hacerlo mejor.

–Con un poco de suerte, no habrá próxima vez. Fue mi culpa por charlar con el taxista en vez de atender a lo que estaba haciendo.

–Espero que el... aterrizaje no fuese muy doloroso –replicó Rafa con una mirada de complicidad.

–Solo me dolió el orgullo.

–Creo que será mejor que entremos antes de que sufras otro accidente, ¿no te parece, Leila?

Su sonrisa era irresistiblemente sexy y tuvo que mirar hacia otro lado, pero le gustaba que un hombre se ocupara de ella, sobre todo, cuando era doña Independencia. No iba a acostumbrarse, pero tampoco iba a pasarle nada por disfrutar de su encanto durante unos minutos de esa noche especial. Además, estaba segura de que el señor León encontraría alguna excusa para abandonarla en cuanto entraran en el hotel.

Por fin había conocido a la tercera hermana Skavanga y había resultado ser toda una sorpresa. Leila, tensa pero graciosa, carecía por completo de seguridad en sí misma. No le extrañaba que no le divirtiera la fiesta, las sonrisas falsas y las conversaciones frívolas tampoco eran su diversión favorita. Era complicado ser el menor de una familia y él lo sabía muy bien, aunque se había librado de todas las restricciones que le impusieron cuando era muy joven. Tampoco era de extrañar que se hubiera convertido en un niño astuto cuando no había tenido padres y sí había tenido tres hermanos mayores que lo maltrataban y dos hermanas, también mayores, dispuestas a rematar la faena. Según su experiencia, si eras el hermano menor, solo podías acabar siendo de dos maneras, resuelto y inflexible como él o retraído y sumiso como Leila Skavanga.

–Primero encontraremos el cuarto de baño para que te limpies el vestido –propuso él en cuanto entraron en el hotel.

Leila lo miró y él se dio cuenta de que se sentía inusitadamente protector con ella.

–Era lo que había pensado –confirmó ella dejándole claro que podía cuidar de sí misma.

–¿Antes de que te interceptara?

–Antes de que me cayera en tus brazos –le corrigió ella.

Él se rio. Le gustaba el brillo desafiante de sus ojos. Leila tenía mucho más de lo que se veía a simple vista, pero, entonces, ella se sonrojó y miró hacia otro lado. ¿Por qué se abochornaba? ¿El contacto físico con él era excesivo? ¿Podía ser tan inocente? Su detector de ingenuidad le contestó que sí, aunque lo tenía oxidado por la falta de uso. Sus hermanas no se distinguían por ser tímidas y retraídas, lo cual hacía que Leila fuese más intrigante todavía. Además, cuando ella volvió a mirarlo, sus ojos, aparte de ser preciosos, estaban muy abiertos y reflejaban candidez. Él notó una reacción física inconfundible.

–Vamos a arreglarte para que puedas disfrutar de la fiesta –dijo él abriéndole paso entre el gentío.

Ella intentó disimular una sonrisa. La idea de que Rafa León la «arreglara» era muy tentadora, pero, gracias a Dios, tenía mejor juicio. La situación solo tenía una ventaja. Todo el mundo miraba a Rafa mientras cruzaban el vestíbulo y nadie se fijaba en ella ni en el barro de su vestido. Debería avergonzarse, pero ¿acaso no debería ser el año en el que se liberara? La consideraban la soñadora de la familia, la más calmada y la apaciguadora, y si quería liberarse de esa etiqueta tan cómoda, tenía que cambiar inmediatamente, pero todos los cambios no tenían por qué producirse esa noche. En realidad, sería más seguro que no se produjeran. Cuando decidió cambiar, no introdujo al diablo en la ecuación. Don Rafael León, duque de Cantalabria, no era el hombre más adecuado para foguearse. Ella había pensado en el equivalente moderno de un hombre con pipa y zapatillas, alguien transigente y afable, alguien seguro, y Rafa León no tenía nada de seguro. Entonces, ¿por qué era tan caballeroso con ella? Por su cortesía innata, claro, se contestó mientras él le tomaba las manos para llevarla debajo de una lámpara.

–¡Leila! ¡Es peor que lo que me había imaginado!

Él retrocedió un poco para mirarle el vestido y ella sintió una oleada abrasadora por dentro.

–¿Estás segura de que no te has hecho nada? –le preguntó él.

–Sí, nada en absoluto...

Ella solo quería seguir gozando un momento con la calidez y la fuerza de sus manos. Pensó que las suyas tendrían que parecerle frías y flácidas y apretó las de él con más fuerza, aunque las aflojó enseguida al darse cuenta de que le había mandado el mensaje equivocado.

–No voy a perderte de vista en toda la noche –comentó él con un brillo burlón en los ojos, como si supiera lo incómoda que se sentía ella por haberlo tocado–. No puedo arriesgarme a que sufras más accidentes.

–De acuerdo –murmuró ella sin dejar de mirarlo como una boba.

–¿El cuarto de baño, Leila?

–Claro... –ella se espabiló mentalmente–. Además, estoy bien y puedo apañarme.

–¿De verdad?

–Sin ti –confirmó ella con amabilidad.

¿Él no podía hacer caso a sus deseos?, se preguntó mientras Rafa la llevaba de la mano por el vestíbulo y la gente se apartaba a su paso como si fuese el mar Rojo.

–Rafa, estoy segura de que tendrás que hacer otras cosas y estar con otras personas.

–Sí, contigo para cerciorarme de que la noche acaba mejor de lo que ha empezado. Además, no estás reteniéndome, Leila. Es una excusa magnífica para librarme de una noche con gente que no conozco, que no quiero conocer y que no volveré a ver en mi vida.

Ella había sentido lo mismo cuando salió de su casa, pero porque era muy tímida entre desconocidos y ese no podía ser el problema de Rafa.

–He estado acordándome de la boda de Britt –reconoció él mientras esperaban en la fila del guardarropa–. Me acuerdo de que jugabas con las niñas que hacían de damitas de honor y que las tuviste muy entretenidas.

–Yo también me divertí. Me temo que nadie puede decir que sea sofisticada.

–Alguien podría decir que eres encantadora, Leila.

Su secreto de había desvelado. Le encantaban los niños. En realidad, le encantaban los niños y los animales más que a la mayoría de los adultos porque eran francos y a ella se le daban muy mal las complicaciones mentales.

–Nuestro turno –comentó Rafa con una mano en su espalda.

Se estremeció. Quizá fuese porque su mano era muy fuerte y el contacto muy delicado...

–Entonces, ¿te gustan los niños? –siguió él.

–Sí –se quitó el abrigo que le había prestado y miró a ese hombre que, probablemente, preferiría estar a mil kilómetros de allí–. Es más, estoy deseando tener hijos, pero no me interesa el hombre –añadió ella en tono defensivo.

–Sería complicado –replicó Rafa apretando los labios de una forma muy atractiva.

–¿Por qué? –preguntó ella con el ceño fruncido.

–Por una cuestión biológica.

Él esbozó una sonrisa maliciosa y ella decidió que era peligroso y que tenía que tener cuidado. Entonces, y afortunadamente, su impresionante hermana Britt entró en el hotel del brazo del atractivo jeque. Los vio inmediatamente, miró a Leila como si le preguntara qué hacía con él y giró la cabeza hacia los ascensores para indicarle que debería subir inmediatamente a la suite familiar antes de que se metiera en un lío con el hombre más peligroso de la ciudad. Ella miró a Britt con una sonrisa forzada que le preguntaba si era necesario. Su hermana se encogió de hombros. A Britt le daba igual. Iba muy bien acompañada, como Eva, su otra hermana, y sería muy bien recibida en cualquier reunión, mientras que ella solo sería un incordio si subía a la suite que Britt había reservado para la reunión previa a la fiesta.

–Guárdate bien la ficha, Leila.

–¿Cómo dices?

–La ficha del guardarropa –le explicó Rafa mientras se la entregaba–. Ahora, entra en el cuarto de baño para limpiarte el vestido. Además... –él bajó la mirada– tus medias están mojadas.

–Mis pantis –le corrigió ella en un tono remilgado.

–No me desilusiones, por favor –replicó él con esa sonrisa demoledora.

Había perdido todo el equilibrio y había llegado el momento de descansar un poco del hombre más impresionante que había visto.

–No hace falta que me esperes –le dijo ella por encima del hombro mientras se iba al baño.

Le había dado una escapatoria y esperaba que hubiese captado la indirecta. Se inclinó sobre el lavabo para recuperar el aliento. Podía olvidarse del vestido y del barro, pero no podía dejar de pensar en el hombre que estaba al otro lado de la puerta. ¿La esperaría? Casi seguro que no, afortunadamente. Nadie la había alterado de esa manera y eso solo podía significar que estaba loca de atar. Rafa León tenía una reputación que hacía que Casanova pareciese un aprendiz. Estaba soltero porque salía con todas y ella no estaba dispuesta a ser una más. Se apartó del lavabo, cortó un trozo de toalla de papel y se limpió el barro del vestido. El vestido quedó bastante bien, pero Rafa se había dado cuenta de que también tenía manchados los pantis. Se los quitó y los tiró a la papelera. Hizo una mueca. En ningún momento había pensado ir con las piernas blancas como la cera a la vista, pero ¿quién iba a fijarse? Rafa se fijaba en todo. Sin embargo, lo más probable era que no volviera a hablar con ella en toda la noche. Además, si hablaba con ella, ¿no era el año en el que iba a liberarse para hacer todo lo que había anhelado hacer, como viajar y conocer gente, por ejemplo? Si estaba esperándola, ¿por qué no iba a permitirle que la acompañara a la fiesta? Britt y Eva no iban a echarla de menos en la suite. Ya estarían dedicadas a repartir cócteles y canapés. Además, Rafa era mucho más divertido que el alcalde de Skavanga o el anciano vicario, quien le daría una charla sobre la necesidad de encontrar un marido antes de que fuese demasiado tarde. ¿Demasiado tarde con veintidós años? Además, ¿quién necesitaba un marido? Ella solo quería un hijo, varios hijos a ser posible. Por otro lado, en el improbable caso de que Rafa estuviese al otro lado de la puerta, ¿qué podía pasarle? Britt y Eva también estarían con sus parejas, además de unos cien invitados. No todos los días tenía la ocasión de charlar con un multimillonario. ¿Estaría esperándola o habría respirado con alivio en cuanto cerró la puerta del cuarto de baño y se habría largado? Abrió la puerta antes de que perdiera el poco valor que le quedaba.

–Leila...

–Rafa...

Se quedó sin respiración en cuanto vio esos ojos negros y burlones. El traje oscuro se le ajustaba perfectamente al poderoso cuerpo, era más alto que los demás hombres e irradiaba un fuerza que hacía que pareciera un cazabombardero entre una flotilla de biplanos.

–Perdóname por haberte hecho esperar tanto.

–La espera ha merecido la pena, Leila. Estás maravillosa.

¿Qué...? Estuvo a punto de poner los ojos en blanco, pero se acordó de que eso solo era un ejemplo más de su pericia como seductor.

–Bueno, por lo menos me he quitado el barro, pero también he tenido que quitarme los pantis...

¡No! ¿Qué había dado a entender? Los ojos de Rafa tenían un brillo burlón, pero ella no pudo contenerse y los nervios hicieron que empezara a balbucear.

–Las piernas desnudas... Bueno... Las piernas blancas...

Él pensó que tenía unas piernas fantásticas, como el resto. En ese momento recordó que Leila llevaba el mismo vestido que en la boda de Britt, cuando había jugado con los niños.

–Es de Britt –le explicó ella al ver que él lo miraba–. Lo llevé en la boda de mi hermana.

–Ya me acuerdo.

–Es el vestido más bonito que he visto –siguió ella como si tuviera que excusarse por llevar algo que le sentaba tan bien–. Le pedí a Britt que no se gastara el dinero comprando un ridículo vestido de dama de honor que no volvería a ponerme jamás y aquí estoy llevándolo otra vez. Es lo que llamo sacar partido al dinero...

Mientras oía la atropellada explicación de Leila, él se preguntó por qué no tenía vestidos propios, pero ¿qué le importaba?

–Me queda un poco ceñido –siguió ella con bríos renovados–. Britt está muy delgada...

Para él, cuanto más ceñido, mejor. Nunca le habían gustado las mujeres que parecían medio muertas de hambre. Ese vestido siempre le quedaría mejor a Leila porque era voluptuosa.

–No voy a muchas fiestas, no sientas lástima por mí –siguió ella antes de que él pudiera abrir la boca–. Normalmente, voy a sitios más tranquilos que este...

–Yo también los prefiero.

Rafa protegió a Leila con un brazo cuando entraron más invitados en el vestíbulo. Siempre prefería habitaciones tranquilas y mujeres ardientes.

–Tengo una idea –siguió él, que se había parado delante de los ascensores–. Hay una sala muy tranquila al final de este pasillo. ¿Por qué no nos tomamos un respiro? Así podrías recomponerte un poco.

–¿Quieres decir que estoy descompuesta?

Estaba preciosa y parecía muy confiada cuando lo miró. Estaba a salvo esa noche. Él ya había refrenado la idea de champán y seducción y la había cambiado por la de refrescos y unos momentos de tranquilidad para Leila. Tenía que relajarse antes de meterse en la vorágine de la fiesta y, para su propia sorpresa, quería conocerla un poco mejor.

–Vamos a alejarnos un poco de todo este follón. La fiesta no empezará hasta dentro de media hora –añadió él cuando ella dudó–. Nadie va a echarnos de menos.

–Pero mis hermanas están esperándome...

–Tus hermanas estarán muy ocupadas haciendo lo que saben hacer, no van a echarnos de menos.

Él abrió la puerta de la tentadora sala y se apartó un poco. No estarían solos. Había algunos huéspedes que no iban a la fiesta y que leían revistas o hablaban en voz baja. Además, había una chimenea encendida y cómodas butacas donde podrían charlar. Era el sitio perfecto para una chica que todavía no estaba segura de sí misma, ni de su acompañante.

–Es precioso –comentó ella con alivio.

–¿Un zumo de naranja?

–Con un chorrito de limonada, por favor. ¿Cómo lo has sabido?

Le encantaba cómo se le iluminaba el rostro a Leila cuando sonreía.

–Ha sido casualidad.

Tampoco había sido tan difícil. Iba a ser una noche larga y, aunque se sabía que Leila era la más tímida de las hermanas, tenía algo inflexible que indicaba que pasaría la fiesta con la cabeza despejada. Le intrigaba, aunque solo fuese porque era muy distinta a sus hermanas. Eva, la hermana intermedia que celebraba esa fiesta en la víspera de su boda, podía ser obstinada e insumisa mientras que Britt era una empresaria inflexible que solo se ablandaba con su jeque. Evidentemente, sus hermanas y su hermano, Tyr, la cuidaron cuando sus padres murieron en el trágico accidente de aviación, pero su intuición, que no le había fallado hasta el momento, le decía que Leila Skavanga no era solo una chica protegida que trabajaba en el archivo del museo de la minería de Skavanga y estaba ansioso por descubrir qué más había.

Capítulo 2

PODÍA saberse qué estaba haciendo con Rafa León? ¿De qué podían hablar? Jamás había hecho algo tan impropio de ella. Rafa era fascinante, pero era casi un desconocido y, según sus hermanas y la prensa, un desconocido peligroso. Ella siempre se había alegrado de trabajar en un edificio separado de la empresa de minería porque la alejaba un poco de todas esas personas poderosas que llevaban una vida trepidante. Sin embargo, ¿ese encuentro inesperado con uno de los tres cabecillas del consorcio no encajaba perfectamente con su decisión de liberarse? ¿Era una especie de sastrecillo valiente? No estaría mal si conseguía reunir algo de valor. Además, ¿qué se proponía Rafa? ¿Por qué había querido pasar el tiempo con ella?

–¿Nos sentamos aquí? –propuso él señalando dos butacas separadas por una mesa de cristal.

–Muy bien, gracias.

La cercanía con él hacía que se sintiera increíblemente perceptiva y cautelosa. Además, su voz grave y aterciopelada la embriagaba y tenía que recordarse que Rafa León siempre acababa con todas las mujeres por los medios que fuera. Aunque no iba a seducirla precisamente a ella cuando había tantas mujeres atractivas en la fiesta. Había salido de su archivo para jugar con fuego, se dijo a sí misma mientras Rafa se daba la vuelta para hacer el pedido al camarero. Parecía muy relajado mientras ella, rígida y muy tiesa, parecía una colegiala en el despacho del director. Rafa volvió a mirarla y le borró esa idea de la cabeza. Ningún director podía parecerse a él, ninguno podía tener esos ojos irresistibles ni esa boca con un gesto malicioso.

–Estoy deseando poder beber algo sin que nos lo tiren de las manos –comentó él elevando el voltaje de su sonrisa.

Ella estaba cautivada y sintió un momento de pánico. ¿Qué podía decir? ¿Cómo se entablaba conversación con un multimillonario? ¿Le preguntaba por su yate?

–¿Por qué sonríes, Leila? –preguntó él arqueando una ceja.

–¿Estoy sonriendo? –preguntó ella dejando de sonreír–. Estaba pensando que es un sitio precioso, ¿verdad? Has tenido una idea muy buena.

Ella miró alrededor para dejar de mirarlo a él.

–Me alegro de que te hayas relajado.

¿Relajado...? ¿Eso era lo que él creía? Dudaba mucho que una mujer pudiera relajarse con él cerca. Tenía una forma de mirar a los ojos que hacía imposible que mirara hacia otro lado.

Tenía que salir del cascarón, tenía que vivir con osadía por una vez.

–Tu zumo con un chorrito de limón, como lo has pedido.

La miró a los ojos mientras se lo daba. Era muy fácil engañarse y creer que estaba interesado en ella cuando solo era su estilo. Rafa León era un seductor consumado, tanto en los negocios como con las mujeres, y ella tenía que tener muy presente que solo se trataba de un encuentro inocente con un refresco. Nunca había sido una de esas chicas que los hombres se llevaban a su habitación, era la hermana pequeña que llevaban a la sala de un hotel para beber un zumo de naranja antes de la fiesta, y debería estar complacida. Estaba complacida, pero se mentiría si fingiera que no sería emocionante que Rafa la mirara con algo más que un brillo burlón en los ojos. Se inclinó hacia delante para tomar la bebida y percibió el olor de su colonia. Volvió a dejarse caer contra el respaldo y se preguntó qué podía hacer. Él parecía conformarse con ese silencio y quizá tuviese que ser ella quien lo rompiera. ¡Tenía que vivir con osadía por una vez! Señaló hacia una ventana para que él mirara el parque que se veía.

–Mi madre solía llevarme a ese parque para que aterrorizara a la gente con mi triciclo.

–Nunca me has parecido una gamberra, Leila.

Entonces, ¿qué le parecía? Rafa se rio mientras dejaba el vaso con un refresco.

Él notó que se le encogía al corazón al pensar en una niña que estaba todos los días con su madre y en una madre joven que disfrutaba con su hija pequeña. Parecería como si esos días fueran a durar toda la vida, ninguna de las dos podría haber previsto que el padre de Leila caería en la violencia por el alcohol ni el fatal accidente de aviación.

–¿Qué piensas ahora? –preguntó él.

Sospechaba que Leila le había contado unos recuerdos que no solía contar a desconocidos y que ya estaba arrepintiéndose. Disparatadamente, quiso abrazarla y decirle que no pasaba nada, pero no se conocían tanto como para hacerlo. Tenían una fiesta por delante y ella tendría que estar alegre o sus hermanas se preguntarían qué le pasaba. No quería dejarla más alterada que cuando cayó entre sus brazos a la entrada del hotel. Lo que había empezado como curiosidad y una atracción primitiva se había convertido en cierta preocupación. Aunque no se sentía responsable de ella ni ella lo querría. Hasta ese momento, se había defendido muy bien por sí misma.

–¿Quieres más zumo?

–Sí, por favor. Perdóname, Rafa, pero estaba pensando en otra cosa.

Rafa se dio la vuelta para pedir más zumo y ella se dio cuenta de que estaba pensando en la carta de su madre. Lo había hecho muchas veces últimamente y había tenido tiempo de sobra para memorizar cada palabra durante esos años.

Mi querida Leila:

Te quiero más que a la vida y quiero que me prometas que vivirás la vida plenamente. Ahora solo eres una niña pequeña, pero llegarás a ser una mujer que tendrá que tomar decisiones y quiero que tomes las acertadas. No le tengas miedo a la vida, Leila, como se lo he tenido yo. Sé osada en todo lo que hagas...

Todavía le obsesionaba pensar que su madre debía de saber que estaba en peligro e, incluso, que su padre llegaría demasiado lejos y los mataría a los dos. Era demasiado pequeña para entender lo que pasó cuando se produjo el accidente, pero más tarde, cuando fue mayor, sus hermanas le explicaron que, probablemente, su padre estaba bebido cuando tomó los mandos del avión. Ella había investigado un poco en la hemeroteca y se había formado la idea de un alcohólico violento y de una mujer que había sido la víctima impotente de sus ataques de ira.

–¿Quieres hielo? –le preguntó Rafa sacándola de sus pensamientos.

–No, está delicioso, gracias.

–Son naranjas españolas –comentó él con una sonrisa resplandeciente–. Las mejores.

–Eres parcial.

–Sí, lo soy –reconoció él mirándola a los ojos un poco demasiado tiempo.

El corazón se le desbocó. Él era muy mundano y tenía cierta gracia que los dos estuviesen ahí juntos cuando Skavanga solo era una parada en la gira que estaba haciendo él por todo el mundo por sus intereses empresariales, y cuando ella solo había salido de allí para ir a la universidad, que estaba a unos kilómetros por la carretera. En cuanto se licenció, volvió al sitio donde se sentía más segura, donde podía esconderse en el archivo del museo de la minería, donde no podía encontrarse con un maltratador de mujeres ni con un alcohólico ni con nadie, en realidad.

–Entonces, ¿no has salido nunca de Skavanga, Leila? ¿Leila...?

Ella se había quedado atrapada en el pasado, cuando estaba sentada en la escalera y oía a sus padres que discutían, cuando oía el inevitable golpe de su madre contra el suelo. En ese momento, a juzgar por la expresión de preocupación de Rafa, él también estaba siguiendo ese mismo camino por la memoria.

–Sí, he pasado aquí toda mi vida –contestó ella con desenfado para compensar su falta de concentración.

En realidad, se le daba bien ser jovial, se había entrenado mucho a lo largo de los años. Eclipsada por sus hermosas hermanas, solo había podido ser la tímida retraída o la hermana jovial y había conseguido ser las dos cosas con maestría.

–Siempre he estado muy unida a mi hermano y mis hermanas.

Al menos, hasta que su hermano Tyr desapareció.

–Es fantástico tener hermanos aunque no siempre se lleven bien –confirmó él.

–Nos llevamos bien. Solo echo de menos a mi hermano y me gustaría saber dónde está –miró a Rafa a los ojos, pero si él sabía dónde estaba Tyr, no iba a decírselo–. Ya sé que te perecerá como si mis hermanas fuesen unas tiranas conmigo, pero te aseguro que puedo defenderme.

–No lo he dudado en ningún momento –replicó él para sorpresa de ella.

Sin embargo, la sonrisa de Rafa se esfumó y su rostro se ensombreció. Ella se preguntó por su familia y se dio cuenta de que se habían relajado y habían acabado haciendo lo que menos se había imaginado que haría con Rafa León, mantener una conversación... profunda.

–¿Y tú? –preguntó ella con delicadeza–. ¿Qué me dices de tu familia, Rafa?

Él la miró de una forma que hizo que se arrepintiera de habérselo preguntado.

–Lo siento, no quería ser indiscreta.

–No pasa nada –replicó él encogiéndose de hombros–. Aparte de los tres hermanos y las dos hermanas que conozco, me han dicho que tengo infinidad de hermanastros por todo el mundo gracias al infatigable empeño de mi padre.

–¿Y tu madre...? –Leila comprendió inmediatamente que no debería haber hecho esa pregunta y se calló en cuanto vio la expresión de Rafa–. Lo siento, yo...

–No lo sientas –le interrumpió él–. Tuve la suerte de pasar casi toda mi infancia con mi abuela. Cuando mis hermanos y hermanas mayores fueron a la universidad, mi padre dejó muy claro que no quería saber nada más de sus hijos.

–Entonces, ¿te quedaste sin un hogar?

Él no contestó, pero tampoco hizo falta. Era el lobo solitario, peligroso e impredecible.

–Me gustaría conocer a tu abuela –siguió ella intentando devolverlo al presente–. Tiene que ser una mujer increíble.

–¿Por hacerse cargo de mí? –preguntó Rafa riéndose–. Lo es, y es posible que la conozcas algún día, Leila.

Él solo estaba siendo educado, pero era un alivio que sonriera otra vez.

–Y tú te criaste con tus hermanas y tu hermano –siguió él.

–Quienes se metían conmigo sin compasión.

–¿No te importaba?

–Yo me metía con ellos. Así son las familias –añadió ella con una sonrisa.

Rafa resopló ligeramente y también sonrió con una mirada tan expresiva que hizo que sintiera una oleada de calidez por dentro. Que Rafa fuese tan impresionante debería haber bastado para que fuese cautelosa y recelara, pero él era como un imán que la atraía contra su voluntad.

–Mis hermanas se meten conmigo porque me quieren tanto como yo las quiero a ellas –siguió ella para romper esa tensión eléctrica que había brotado entre ellos–. Supongo que siempre intentan compensar que...

–Que tu madre muriera cuando eras tan pequeña –terminó Rafa con una expresión de preocupación que la sorprendió.

–Supongo... En cualquier caso, han sido fantásticas... y Tyr también...

Leila no pudo seguir cuando ese dolor que ya conocía muy bien se adueñó de ella.

–Tu hermano volverá pronto, Leila.

–Lo dices con mucha seguridad. ¿Sabes algo de Tyr?

Rafa no contestó. Sin embargo, ¿por qué iba a sorprenderla? Sus hermanas y ella habían sospechado siempre que los tres hombres del consorcio sabían dónde estaba Tyr, pero que no lo decían. Los cuatro habían ido juntos al colegio y a las Fuerzas Especiales y eran muy leales entre sí, pero, aun así, tenía que intentarlo.

–Lo único que me importa es que esté a salvo, Rafa.

Él la miró fijamente a los ojos y el corazón le dio un vuelco.

–Leila, por favor, no me hagas preguntas sobre tu hermano porque no puedo darte las respuestas que quieres oír.

–No quieres dármelas –replicó ella.

–Es verdad. No quiero dártelas.

–Pero a lo mejor sí puedes decirme si está bien.

–Está bien –confirmó él al cabo de un rato.

–Gracias.

Respiró con alivio. Tyr estaba bien y eso era todo lo que quería oír. Además, que Rafa lo conociese tan bien hacía que todo lo que había oído sobre él careciera de importancia.

–Háblame sobre tu trabajo en el museo, Leila.

Ella se relajó. Le encantaba hablar de su trabajo, le gustaba tanto su trabajo en el museo que hablaría sin parar de él.

–Me encantaría enseñártelo. Me gustaría que vieras todas las cosas que hemos encontrado. Pensar que mis antepasados las usaban... Además, todos los días encontramos algo nuevo...

Se calló con miedo de estar aburriendo a Rafa, pero él la animó a que siguiera y le contó sus planes para el museo, sus sueños, sus clases, sus talleres, las exposiciones que había pensado...

–Lo siento –dijo ella por fin–. He tenido que aburrirte como a una ostra. Cuando empiezo a hablar del museo, no puedo parar.

–No quiero que pares, aunque me sorprende descubrir que no eres la hermana taciturna.

–No soy nada taciturna.

Solo necesitaba tener la ocasión de que la escucharan.

–¿Qué haces? –le preguntó ella cuando le quitó el vaso de la mano.

–Creo que deberíamos ir a la fiesta. ¿Sabes qué hora es?

–No. ¡Dios mío! –exclamó ella levantándose de un salto–. ¡He estado dándote la tabarra!

–En absoluto –insistió él–. Ni mucho menos. Esta noche está saliendo mucho mejor de lo que había previsto, y todavía no hemos ido a la fiesta...

¿En plural? Él sonrió y ella se rio. Aunque solo estuviese siendo amable, ella estaba pasándoselo muy bien. Rafa León era mucho más de lo que se había esperado en todos los sentidos. Era imposible no sentirse atraída por él, lo cual era una locura, a no ser que los dos estuviesen locos. Al parecer, ella lo estaba.

–¿Te has recuperado del tortazo? –le preguntó él mientras cruzaban el vestíbulo lleno de gente.

–Completamente. Gracias por el zumo, ya me siento preparada para cualquier cosa.

Él se rio y ella se dio cuenta de que debía de considerarla rara, anticuada y protegida.

–Si yo fuese tan sincero como tú, nunca habría triunfado en los negocios, Leila. Quiero decir que se puede ver todo en tu cara –le explicó él cuando ella frunció el ceño–. Yo tampoco soy ese lobo feroz que dicen que soy.

–Pero casi –replicó ella entre risas.

Él también se rio. Le gustaba verla relajada. Además, quería que ella supiera que tenía principios. No quería que ella temiese que un granuja había comprado su empresa familiar. Leila había sacado lo mejor de él y eso era un primer paso.

–Ahora, vamos a buscar a tus hermanas –comentó él dándose cuenta de que eso habría sido lo último que hubiese pensado si hubiese estado con otra mujer.

–¿Es necesario?

Ella se sonrojó y él se dio cuenta de que ella lo había dicho sin pensar. Estaba relajada y disfrutaba. Ella no había querido ir con el grupo que se había reunido en la suite de Britt.

–No tenemos que subir a la suite de Britt –le tranquilizó él–. Podemos encontrarnos con tus hermanas en la mesa. Estoy deseando veros juntas. Me han contado que la vida no puede ser aburrida con una hermana Skavanga.

–Es verdad –reconoció Leila con cautela–. Es una pena que te haya tocado yo.

–¿Me he quejado?

Leila sonrió y sus ojos se iluminaron con un brillo malicioso que hizo que quisiera conocerla mejor. Tuvo la extraña sensación de que le gustaría a su abuela. Su abuela insistía siempre en que tenía que encontrar a una mujer buena. Él haría casi cualquier cosa por su abuela, pero no eso, aunque su abuela daría saltos de alegría si llevaba a alguien como Leila a casa. Además, Leila había dicho que le gustaría conocer a su abuela... La miró y pensó que lo mejor de ella era que no sabía lo atractiva que era y eso, en ese mundo, era un soplo de aire fresco.

Estaban en medio del salón de baile cuando sonó el teléfono de ella. Le dijo con los labios que era Britt, contestó la llamada y se puso roja como un tomate. Él comprendió que la conversación con su hermana no estaba siendo muy agradable.

–Quería saber dónde me había metido –le explicó ella cuando cortó la llamada.

–Espero que le hayas dicho que viviendo en el filo de la navaja.

–¿Con el lobo feroz? Sí, es lo que le he dicho.

–¿Y tu hermana se ha puesto como un basilisco?

–Más o menos.

Los dos se miraron con una expresión divertida.

–¿Te crees todo lo que has oído sobre mí, Leila?

–No te conozco lo bastante como para emitir un juicio.

–¿Me lo dirás cuando lo tengas?

–Puedes estar seguro.

No le había contado toda la verdad sobre su conversación con Britt, quien había puesto el grito en el cielo ante la idea de que su hermana pequeña pasase un segundo con el tristemente célebre Rafa León. Sin embargo, Rafa había resultado ser un perfecto caballero, aunque podría ser divertido reírse de sus hermanas. Ella no solía ser motivo de comentarios...

–¿Has tranquilizado a Britt? –le preguntó Rafa mientras se acercaban a la mesa.

–La verdad es que no. Por una vez en mi vida, he sido enigmática. No he podido resistirme. Mis hermanas se ríen de mí todo el rato y esta ha sido mi ocasión de pagarles con la misma moneda.

–Bueno, estaré encantado de seguirte el juego –comentó él con un brillo en los ojos que hizo que ella se planteara todo tipo de posibilidades disparatadas.

–Es posible que te tome la palabra.

–Hazlo, por favor –le pidió él con una sonrisa que le llegó a sitios que había tenido olvidados.

–Entonces, lo haré –replicó ella con otra sonrisa y pensando que esa noche iba a ser divertida.

–Esta noche, Leila Skavanga va a cobrar relevancia –prometió Rafa mientras le separaba la silla.

–Pero tampoco quiero fastidiarlas –añadió Leila inmediatamente–. Britt se ha tomado muchas molestias para organizarle la fiesta a Eva y no quiero que nada le estropee la noche.

–No se la estropeará, te lo prometo. Al menos, por nada que yo vaya a hacer, pero nada nos impide divertirnos un poco. Solo espero que el resplandor de todos los Diamantes de Skavanga juntos no me deslumbre.

–Eso es imposible –replicó ella riéndose por la expresión de Rafa mientras se sentaba.

Él se sentó en la silla de al lado. Cerca, pero no demasiado cerca; casi tocándose, pero sin tocarse. Sintió un cosquilleo en los muslos.

–Puedes contar con que te dirija miradas ardientes y que baile muy pegado a ti para que tus hermanas se escandalicen.

–Fantástico. Eso debería conseguir que mi vida en casa sea mucho más fácil.

–Siempre que pueda hacer algo por ti...

Era complicado aguantar la mirada de Rafa. Sus ojos tenían un brillo burlón que no le decían lo que pensaba, pero si esa conexión entre ellos duraba solo esa noche, era lo más divertido que había hecho desde hacía mucho tiempo. Entonces, Britt y Eva entraron del brazo de sus apuestos maridos y tuvieron que terminar la conversación cuando todas las cabezas del salón de baile se dieron la vuelta para mirarlas.

–No te preocupes, Leila –murmuró él–. Te prometo que no haré nada que pueda fastidiarlas.

–Algo me dice que Britt y Eva no van a creerse que hemos estado charlando en esa sala.

Además, Leila se dio cuenta de que la verdad era más complicada todavía. Los dos habían hablado de cosas que ninguno de los dos habría hablado con desconocidos y la sintonía que había notado desde el principio había sido más fuerte por eso.

–Tú solo tienes que estar a la altura de las sospechas de tus hermanas –comentó Rafa mientras se preparaba para saludar a sus acompañantes de mesa.

–Siempre que no vayamos demasiado lejos –replicó ella preguntándose dónde se había metido.

–Tú y yo sabemos lo que ha pasado. Bebiste zumo, charlamos y nos relajamos, pero tus hermanas no van a creérselo y salvo que prefieras fingir que no hemos estado juntos cada segundo desde que llegaste al hotel...

–Haces que el inocente rato que hemos pasado juntos suene fatal.

–Si no, ¿dónde iba a estar la gracia? –murmuró él–. Que empiece la farsa.

¿Ya había empezado?, se preguntó Leila mientras Rafa se inclinaba hacia ella. Si Britt y Eva habían sospechado antes, querrían saber la verdad por todos los medios cuando los vieran tan cerca que casi parecía que estaban besándose. Sin embargo, ella no había hecho nada malo, solo estaba siguiendo el consejo que le había dado su madre y estaba siendo osada. Además, y aunque Rafa esbozaba su sonrisa sexy e indolente, se preguntó si era posible que Britt y Eva creyeran que se había acostado con Rafa. ¡Era imposible! Entonces, ¿por qué iba a preocuparse? Podía relajarse.

Britt y Eva miraron primero a Rafa y luego a ella.

–Vaya, por fin te encontramos, Leila –comentó Britt con una sonrisa mientras saludaba a su hermana antes de mirar a Eva con las cejas arqueadas.

–Siento mucho haberme perdido la reunión en la suite –se disculpó Leila en su papel de apaciguadora–, pero...

–Pero estuvimos charlando –intervino Rafa con naturalidad.

–Claro... –concedió Eva con ironía.

–Estuvimos en la sala –aclaró Leila.

–Claro... –concedió Britt esa vez mientras todos se sentaban.

Rafa tenía razón. No iba a creerla. Ella lo miró y Rafa la miró con una expresión burlona de complicidad. Él había dicho que empezara la farsa, pero ella le pidió con los ojos que no exagerara. Era la noche especial de Eva y no quería estropeársela. Él la tranquilizó con la mirada. Nunca había tenido un cómplice y era increíble que estuviera entre esas personas fabulosas. Eva estaba impresionante con su melena pelirroja recogida a los lados de la cara con unas peinetas resplandecientes por los diamantes y un vestido largo y ceñido de encaje color carne con diminutos cristales. Además, la pasión que se percibía entre Eva y el conde Roman Quisvada, el hombre con el que se casaría al día siguiente, también era impresionante. ¿Alguna vez la miraría así un hombre a ella? Se preguntó mientras desviaba la atención hacia Britt, cuyo marido, el jeque Sharif, estaba enviando mensajes inconfundibles a su esposa con la mirada. Britt, de aspecto nórdico, muy alta y esbelta, era el contraste perfecto de su príncipe árabe y estaban tan unidos que ella no pudo evitar sentir cierta nostalgia. Su mesa rebosaba tanto glamour que era el centro de atención. Tres hombres increíblemente guapos, dos mujeres impresionante... y ella. Sus hermanas ponían el listón tan alto que ella no podía ni soñar con alcanzarlo, pero por una noche, con Rafa a su lado, iba a intentarlo.

–¿Quieres que te ayude a elegir el menú, Leila? –murmuró Rafa inclinándose hacia ella.

Britt y Eva se pusieron en alerta inmediatamente.

–Es un menú fijo –se sintió obligada a aclararle.

–Claro –concedió Rafa sin dejar de mirarla a los ojos.

Iba a ser complicado recordar que todo era una farsa, pero miró a sus hermanas y comprobó que estaban convencidas.

–¿Quieres que te lea el menú? –le propuso Rafa.

–Sí, por favor –contestó ella como si estuviese acostumbrada a tener a los hombres a sus pies.

Britt y Eva habían elaborado juntas el menú y ella se dio cuenta enseguida de que habían elegido una comida que era imposible comer sin parecer provocativa, algo que ella quería evitar esa noche para no llevar las cosas demasiado lejos con Rafa, aunque quisiera reírse un poco de ellas.

El aperitivo era un trozo de queso al horno con aceite de trufa sobre unas hojas de ensalada...

–¿Te gusta el queso, Leila?

Britt y Eva la miraron fijamente cuando Rafa se lo preguntó. Le encantaba el queso y ellas lo sabían. Probablemente, Britt había elegido ese primer plato pensando en ella, pero la idea de ese queso suave y cálido deshaciéndose en sus labios...

–¿Intercambiamos los platos? –propuso Rafa.

Ella levantó su plato, él fue a tomarlo y sus dedos se rozaron. Una oleada abrasadora se adueñó de ella y se quedó sin respiración.

–Me encanta que un hombre tenga buen apetito –comentó Britt dirigiendo una mirada a Eva.

–¿Qué te pasa hermanita? –añadió Eva–. ¿No hay bastante comida para ti en la mesa?

–Tengo un apetito enorme –reconoció Rafa fingiendo inocencia–. Si alguno de vosotros no quiere su comida, que me la pase, por favor.

Los otros hombres sonrieron levemente mientras que Eva y Britt se miraban elocuentemente. Ella lo entendió. Era como Caperucita Roja con el lobo feroz. Miró a sus hermanas con los ojos entrecerrados, pero ellas se limitaron a sonreír con las cejas arqueadas. Les daba igual si ella podía defenderse. Solo tenía que tener cuidado de que la broma no se volviese contra sí misma.

El plato siguiente fueron unos espárragos, probablemente, su plato favorito, pero Eva estaba metiéndose en la boca la punta untada en mantequilla y...

–No puedo creerme que no vayas a comértelos –le reprendió Rafa cuando ella quiso dárselos.

Sin embargo, la miró con un brillo burlón en los ojos, como si supiera perfectamente lo que estaba pensando.

–No quiero que la mantequilla me manche el vestido –ella sabía que sus hermanas estaban mirándola y arqueó una ceja–. Este vestido ya ha vivido bastantes aventuras por una noche, ¿verdad, Rafa?

Britt y Eva se miraron y ella, como si hubiese cambiado de opinión, levantó un esparrago con mantequilla y lo succionó ávidamente.

–Toma otro si tienes hambre... –le ofreció él de una forma que la dejó sin aliento.

Sus hermanas ya estaban desfiguradas y la mirada de Rafa la tenía alterada. Solo era una representación, se dijo a sí misma... Hasta que Rafa le limpió la mantequilla de los labios con el pulgar y se lo introdujo en la boca. Ella notó una palpitación de placer, eso era algo tremendamente sexy e íntimo y ella no debería mirarlo.

Cuando llegó el solomillo con pimienta negra y queso gorgonzola sobre un lecho de espinacas, ella seguía mirando a Rafa.

–Delicioso... –murmuró él deleitándose con la carne–. ¿Por qué no comes, Leila?

–Luego hay chocolate fundido... –comentó Britt con inocencia.

–¿Chocolate fundido? –Leila miró directamente a los ojos de Rafa–. Mi favorito...

Rafa se quedó con el tenedor en el aire y ella se lo comió con placer. Era muy fácil, ¿qué había estado haciendo todos esos años?

–Leila...

–¿Sí...? ¿Qué pasa?

–Tienes espinaca entre los dientes... –susurró él inclinándose hacia ella.

Capítulo 3

ERA inevitable que la conversación acabara volviendo al asunto más intrigante de la noche. Era evidente que Britt y Eva no se habían creído que Rafa y ella hubiesen estado hablando en una sala del hotel.

–Entonces, ¿de qué hablasteis en la suite de Rafa? –preguntó Britt con despreocupación.

–No estuvimos en la suite de Rafa –contestó Leila con paciencia–. Estuvimos charlando en una sala del hotel rodeados de otros huéspedes y...

Se quedó muda y con los ojos como platos cuando la mano cálida y fuerte de Rafa le tapó la suya con un gesto de cautela.

–En realidad, estuvimos hablando del museo de la minería –comentó él–. Leila tiene algunas ideas fantásticas y yo le dije que, como tengo una de las mejores colecciones de joyas del mundo, debería visitar mi isla para que haga una selección y exponga algunas en Skavanga.

El silencio fue sepulcral. Todos se quedaron atónitos. Leila la primera. ¿Era una invitación en serio o estaba siguiendo con la farsa?

–Acepta –añadió él cuando ella lo miró fijamente.

Por una vez, Eva se quedó sin palabras y fue Eva quien rompió el silencio.

–¿Qué estás proponiendo? –le preguntó a Rafa en defensa de su hermana.

–Estoy proponiendo que Leila vaya a la isla Montaña de Fuego para que vea mis joyas –contestó Rafa sin inmutarse.

–¿Por qué? –insistió Eva–. ¿Por qué iba a tener que ir allí? ¿No puedes traer las joyas aquí?

–No me atrevería a hacer una selección por Leila –contestó Rafa mirando a Leila.

–Es verdad –Leila tenía el corazón desbocado, pero siguió el juego–. Estoy deseando ver la colección de Rafa. A todo el mundo le gustan los diamantes grandes, ¿verdad, Eva?

Britt y Eva escondieron sus anillos debajo de la mesa.

–Leila cree que el museo de la minería tiene mucho porvenir –añadió Rafa.

–Entonces, habéis estado charlando, ¿no? –preguntó Eva derrotada por una vez.

Sus hermanas se miraron y ella se preguntó hasta cuándo podría mantener eso. ¿Ir a la isla de Rafa...? ¡Ni loca!

–Sí, Rafa y yo hemos estado hablando. Es normal cuando tenemos tantas cosas en común. Los diamantes –añadió ella cuando sus hermanas la miraron con incredulidad.

–Claro –murmuró Eva en tono burlón–. Los diamantes. Me había olvidado...

–No se me ocurre otro motivo para visitar la isla... –Leila se dio cuenta de que estaba cavando su propia tumba, pero no podía parar–. Cuando me resbalé con el hielo y Rafa me agarró, pensé que había sido una suerte y que me daba la ocasión de hacerle mi propuesta de negocios...

–¿Tu qué? –le interrumpió Britt.

Había ido demasiado lejos. ¿Desde cuándo se juntaban a Leila Skavanga y los negocios en la misma frase? Desde nunca.

–La verdad es que la propuesta de Leila fue muy buena –intervino Rafa–. ¿Alguien quiere agua?

–Leila hace muy bien su trabajo –comentó Britt como si estuviese convencida.

–Además, siempre he considerado que su trabajo le daba la oportunidad de que toda una generación conociera la actividad que ha puesto al pueblo en el mapa –añadió Eva mirando a Leila con orgullo.

¿Por qué participaban sus hermanas? Se sentía fatal. Tenían que dejar de ser tan amables. ¿No se daban cuenta de que todo era una broma? Era evidente... Miró a Rafa, pero tenía cara de póquer. ¿Por qué había fingido que la invitaba a su isla? Era ir un poco lejos, ¿no?

Casi dio un salto cuando él le tomó la mano y se la apretó para tranquilizarla. Entonces, se dio cuenta de que tenía que decir algo a Britt y Eva o se quedarían convencidas.

–Está bromeando sobre el viaje. Ni Rafa es tan masoquista como para invitarme a pasar más tiempo con él.

Miró a sus hermanas con un gesto burlón y vio que ellas se relajaban.

–Bueno, la invitación está sobre la mesa, Leila.

–¿Una hora charlando conmigo no ha sido bastante tortura? –le preguntó ella riéndose para intentar sacarlo de la situación en la que se había metido.

Ella notó que sus hermanas contenían la respiración.

–Ni mucho menos –contestó Rafa–. Además, por si tienes alguna duda, nunca bromeo cuando se trata de negocios –añadió él dirigiéndose a toda la mesa.

Britt y Eva estaban desencajadas y a ella le latía el corazón como si se hubiese vuelto loco. Si la oferta iba en serio, y lo parecía, sería la primera vez que saldría de Skavanga... ¡y con Rafa!

La conversación derivó hacia temas menos conflictivos, pero Rafa no dejó de mirarla y ella se preguntó si saldría viva de esa farsa o si estaría dirigiéndose al desastre.

–Vamos a bailar –comentó Britt–. Leila...

–No, gracias, estoy bien.

–¿Nos disculpáis si os dejamos a los dos solos? –insistió Britt evidentemente preocupada.

–Claro –le tranquilizó Leila–. No os preocupéis.

Rafa se levantó educadamente cuando las dos hermanas y sus acompañantes se alejaron de la mesa y volvió a sentarse mientras ella se agarraba a la silla como si fuese su tabla de salvación.

–¿Vamos...? –propuso él mirando hacia la pista de baile.

–¿Quieres bailar conmigo?

–No veo a nadie más en la mesa.

Rafa esbozó una sonrisa y ella supo que eso no era nada sensato.

–Bailar no es lo mío.

–Creía que teníamos un pacto...

Reírse un rato de sus hermanas, no precipitarse al desastre con un hombre impresionante...

–No te preocupes, no voy a obligarte a que cumplas tu parte.

–¿Y si yo quiero que tú sí la cumplas?

Ella se imaginó toda una serie de peligros y decidió que había que acabar con eso.

–De verdad, no hace falta que sigas siendo educado conmigo.

–¿Quién dice que estoy siendo educado? –preguntó él tomándole la mano.

No podía negarse cuando la gente estaba mirándolos. Se levantó temblorosa y se dirigieron hacia la pista de baile de la mano. Dejó escapar una exclamación cuando la estrechó contra él. No había bromeado cuando dijo que iba a bailar muy pegado a ella. Casi no podía ni respirar, aunque quizá fuese por la excitación de estar en contacto con cada saliente de su cuerpo.

–Creía que querías bailar –comentó él cuando ella se quedó quieta.

–Tú querías bailar –le recordó ella sin ganas de terminar esa exploración sensorial de un hombre que era tan duro como parecía.

–Sí, contigo –confirmó él agarrándola con más fuerza y empezando a moverse.

Leila comprobó que Rafa no aceptaba una negativa y sus hermanas los miraban. Mejor dicho, estaban muriéndose de curiosidad y bailaban muy cerca de ellos para no perderse un detalle.

–Tenemos al enemigo de frente –le avisó ella cometiendo el error de mirarlo a los ojos y captando su avidez sexual.

–Me gusta tu estilo, Leila Skavanga –susurró él con la voz ronca.

–¿De verdad? ¿Por qué?

–Obstinada. Escurridiza. Impredecible –Rafa se encogió de hombros–. Nunca sé qué puedo esperar de ti.

Entonces, no se sorprendería cuando lo pisó con el tacón.

–¿Qué pasa ahora, Leila?

–Estoy esperando a encontrar el ritmo de la canción.

–Ah, una perfeccionista...

–No, una inexperta.