París nos unió de nuevo - Lucy Gordon - E-Book
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París nos unió de nuevo E-Book

Lucy Gordon

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Beschreibung

Cuando el primer amor tiene una segunda oportunidad Marcel Falcon se tomaba el amor como si fuera un juego; pero en el corazón de aquel multimillonario se escondía una desesperación que lo dominaba desde que Cassie, su amor verdadero, lo traicionó. El pasado también había cambiado a Cassie. Un matrimonio destructivo le había robado la confianza en sí misma y ahora escondía su figura tras un montón de trajes sin estilo. Cuando el destino los volvió a reunir en París, estalló la tormenta. Marcel era su jefe, así que no había manera de huir de él. Se deseaban tanto como al principio, pero ¿podrían recuperar lo perdido?

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Seitenzahl: 178

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Lucy Gordon. Todos los derechos reservados.

PARÍS NOS UNIÓ DE NUEVO, N.º 93 - octubre 2013

Título original: Miss Prim and the Billionaire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3822-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

La luz del alba empapaba la habitación cuando Marcel se giró hacia la chica que estaba junto a él, aún dormida. Después, admiró su dulce cara y su cabello rubio y le dio un beso en los labios. Sin despertarse, ella murmuró:

–Marcel…

–Calla. Solo quería decirte que…

–Mmm…

–Bueno, quería decirte muchas cosas. Cosas que no sé decirte cuando estás despierta –respondió–. Cada vez que te miro, me quedo sin palabras. Ni siquiera sé expresar lo bella que eres, aunque lo sabes de sobra.

Marcel le apartó la sábana y contempló su gloriosa figura, esbelta y exuberante a la vez.

–Hay muchas personas dispuestas a cantar tu belleza; desde los fotógrafos hasta todos esos hombres que te arrancarían de mi lado si pudieran… pero no se lo voy a permitir, mi preciosa Cassie.

Sin abrir los ojos, ella le dedicó una sonrisa que le llegó al corazón. Por entonces, Marcel era un joven de poco más de veinte años, con un cuerpo casi adolescente y rasgos casi tan dulces como los de la propia Cassie. El tiempo todavía no había endurecido sus músculos ni su expresión. Pero pensó que nunca estaría mejor que en ese momento, admirándola.

–¿Me oyes, preciosa? Tengo algo que decirte; algo que no sabes y que quizás te enfade, aunque estoy seguro de que me perdonarás. Y cuando me hayas oído, te rogaré que seas mi esposa… porque quiero subirme a la torre más alta y gritar al mundo que eres mía, mía y de nadie más. ¿Te casarás conmigo, cariño?

Cassie no dijo nada. Seguía con los ojos cerrados.

–Pero antes, tengo que contarte lo que te he estado ocultando. Aunque ahora que lo pienso… No, prefiero esperar un poco más. Tengo miedo de que te enfades cuando sepas que te he engañado, que te hice pensar que… Bueno, ya lo sabrás en su momento. Por ahora, solo diré que te amo, que soy tuyo y que nada podrá cambiar eso. No sabes cuánto me gustaría que fueras mi esposa.

Los ojos marrones de Marcel se clavaron en la rubia cabellera de Cassie, que caía sobre la almohada como una cascada de rizos.

–Pero duerme ahora. Duerme un poco más –continuó–. Ya hablaremos después… Tenemos toda la vida por delante.

Capítulo 1

–Lo malo de las bodas es que siempre sacan al idiota que todos llevamos dentro.

Marcel Falcon sonrió al hombre que acababa de hablar. Era un socio con el que se llevaba particularmente bien.

–Me alegro de verte, Jeremy. Pero siéntate, por favor… Yo pediré las copas. ¡Camarero!

Estaban en el bar de uno de los hoteles más lujosos de Londres, el Gloriana, que además de habitaciones, también ofrecía salones para celebrar bodas a quien se lo podía permitir. Marcel pidió las copas, pagó en la barra y se sentó con su amigo.

–No podría estar más de acuerdo con lo que has dicho. Las bodas no le sientan bien a nadie. Yo me habría ahorrado esta, pero Darius, mi hermano, es el ex de la novia.

–¿Y lo han invitado?

–Por el bien de los niños. Frankie y Mark necesitan saber que sus padres se llevan bien después del divorcio.

–Supongo que tu padre habrá tenido algo que ver…

–Mi padre siempre está metido en todo –comentó con ironía–. De hecho, los presionó para que retrasaran la boda para poder venir a Inglaterra sin tener que pagar una fortuna en impuestos. Como sabes, declara en Montecarlo, en el principado de Mónaco… pero si pasa más de noventa días en Inglaterra, se le consideraría residente y tendría que pagar aquí.

–¿Y por qué se arriesga?

–Porque Frankie y Mark son sus únicos nietos y quiere formar parte de su vida.

–Qué extraño… tiene cinco hijos y solo uno le ha dado descendencia.

–Él se queja siempre de lo mismo. No deja de presionarnos para que nos casemos. Preferiblemente, con Freya.

–¿Quién es Freya?

–Su hijastra, lo más parecido a una hija que ha tenido nunca –respondió–. Está empeñado en que se case con alguno de nosotros.

–¿Y vais a permitir que os imponga una esposa?

–¿Bromeas? Estamos hablando de mi padre. Cuando él dice algo, los demás no pueden hacer otra cosa que obedecer.

–Si, eso es cierto.

–Mi padre quiere que tengamos hijos para perpetuar la dinastía de los Falcon; pero, con excepción de Darius, todos le hemos decepcionado –explicó–. A Jackson le gustan más los animales salvajes que la gente; Travis no tiene intención de casarse y, en cuanto a Leonid, cualquiera sabe. Vive en Rusia, y se deja ver tan de cuando en cuando que podría tener seis esposas y no lo sabríamos.

–Entonces, solo quedas tú, el francés seductor.

–No digas eso. Estoy harto de ese cliché.

–Pero encajas en él. La vida en París, tus múltiples conquistas…

Marcel le lanzó una mirada de pocos amigos.

–No lo digo como crítica –continuó Jeremy–. Me parece bien que te diviertas. Aunque daría cualquier cosa por saber cómo te las has arreglado para seguir soltero tanto tiempo.

–El truco consiste en dejar de ver a las mujeres como si fueran diosas.

Marcel lo dijo con tanta amargura que Jeremy adivinó lo que le había pasado.

–Ah, ya veo… alguien te partió el corazón.

–Es posible, pero ya no importa –dijo con frialdad–. Es agua pasada.

Jeremy asintió.

–Bueno, supongo que tu truco funciona. A fin de cuentas, tienes las mujeres que quieres y cuando quieres.

–Deja de decir tonterías…

–No son tonterías. Mira esas chicas. No te han quitado el ojo de encima.

Jeremy había dicho la verdad. En la barra del bar había tres mujeres que habían estado sopesando a los hombres del establecimiento; y las tres habían terminado por clavar la vista en Marcel. Una suspiraba, la otra ladeaba la cabeza y la tercera, sonreía de forma coqueta.

Pero a Jeremy no le extrañó. Su amigo, de poco más de treinta años, era un moreno alto, guapo y con un cuerpo sin un gramo de grasa sobrante. Y por si eso fuera poco, tenía carisma y un carácter que podía resultar encantador o cruel, como bien sabían sus competidores en el mundo de los negocios.

Obviamente, las mujeres del bar no sabían nada de eso. Solo veían a un hombre muy atractivo y con un punto rebelde que les llamaba enormemente la atención.

Jeremy se preguntó cual de las tres se acercaría a la mesa. Si no se acercaban las tres.

–¿Y bien? Ya has elegido? –le preguntó con sarcasmo.

–No me gustan las prisas.

–No, claro que no. Y mira, ahí llegan más… Eh, ¿ese no es Darius?

Desde el bar se podía ver el vestíbulo del hotel. Darius acababa de entrar y estaba esperando el ascensor en compañía de una mujer.

–¿Quién es ella? –continuó Jeremy.

–No tengo ni idea. Me dijo que vendría con una amiga que vive en la isla de Herringdean, pero no me dio más explicaciones.

Un segundo más tarde, Darius y su acompañante entraron en el ascensor y desaparecieron.

–Bueno, será mejor que vaya a saludarlos. Nos vemos luego, Jeremy.

Era una excusa. Antes de ver a Darius, Marcel tenía intención de hablar con su padre, que había llegado una hora antes. Pero, en lugar de dirigirse a la suite de Amos, se dedicó a inspeccionar los salones del Gloriana. Era uno de los establecimientos hoteleros más elegantes de Londres, pero no podía competir con su hotel de París.

Marcel lo había llamado La Couronne, La Corona, para hacer saber al mundo que era el rey de los hoteles y que se sentía orgulloso de ello. Lo dirigía personalmente y supervisaba todos los detalles que atraían a los políticos, empresarios y artistas más famosos del planeta. Era un lugar para gente influyente; pero, sobre todo, para gente con dinero.

El dinero ocupaba un lugar central en su vida. Marcel había abierto el hotel con un crédito avalado por su padre, quien también había invertido una buena suma. Pero había devuelto hasta el último penique.

Al llegar a la sala de baile donde se iba a celebrar la boda del día siguiente, Marcel contempló los arreglos florales y se acordó de unas palabras que había pronunciado tiempo atrás, cuando era un joven ingenuo que no sabía nada de la vida.

«Quiero subirme a la torre más alta y gritar al mundo que eres mía, mía y de nadie más. ¿Te casarás conmigo, cariño?»

Pero habían pasado muchos años. Ahora era un hombre distinto. Aunque aquel recuerdo lo atormentara constantemente.

Ya había salido del salón de baile cuando se encontró con su padre. Llevaba varias semanas sin verlo; la última vez, Amos acababa de sufrir un infarto y se estaba recuperando, así que Marcel se sintió más tranquilo al observar que volvía a ser el de siempre.

Tras darle un abrazo, dijo:

–Me alegra que estés mejor.

–Estoy perfectamente –declaró Amos–. Pero deberías venir conmigo. Janine y Freya arden en deseos de verte.

Freya era hija de Janine, la tercera esposa de Amos. Como el padre de Marcel no había tenido ninguna hija, se había encariñado con ella y ahora quería que se casara con alguno de sus hijos, para que formara parte de la familia.

–Dejémoslo para más tarde. Estoy echando un vistazo al hotel. No es una maravilla, pero puede que me dé alguna idea. Tengo intención de ampliar el negocio y, quizás, de abrir algún establecimiento fuera de Francia.

–En ese caso, deberías buscar en Londres. El mercado inmobiliario se ha hundido y ahora se encuentran verdaderas gangas. Si necesitas un crédito, te puedo poner en contacto con varias entidades bancarias… o incluso prestarte dinero.

–Gracias. Es posible que acepte tu oferta.

Los dos hombres siguieron paseando por el hotel.

–El Gloriana tiene algo que no tiene La Couronne. Ofrece servicios para bodas –observó Amos–. Deberías probarlo. Da mucho dinero.

–Dudo que sirva para aumentar mis beneficios.

Marcel tenía varias razones para no querer que su hotel diera servicios de esa clase, pero no era un asunto del que tuviera ganas de hablar, así que cambió de conversación. Pocos minutos después, cuando entraron en el bar de la azotea, Amos señaló un edificio alto que se veía en la distancia.

–Es la sede de Daneworth Estates –dijo.

–He oído hablar de ellos. Por lo visto, tienen problemas graves.

–Y tanto. Están vendiendo muchos de sus activos.

Marcel arqueó una ceja.

–¿Hay alguno que me pueda interesar?

–El hotel Alton –contestó su padre–. Tenían intención de renovarlo, pero se han quedado sin dinero y se ven obligados a venderlo a un precio ridículo.

–¿De cuánto estamos hablando?

Amos le dio una cifra y Marcel lo miró con sorpresa.

–¿Tan poco?

–Piden más, pero estoy seguro de que aceptarían esa cantidad si alguien con influencia los presionara lo suficiente.

–¿Y ese alguien está dispuesto a presionarlos?

Su padre sonrió.

–¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Inglaterra?

–Lo suficiente para ver posibles locales.

–Magnífico –dijo Amos–. Me alegra ver que al menos tengo un hijo del que me puedo sentir orgulloso.

–¿Todavía estás enfadado con Darius por haber firmado un acuerdo de divorcio demasiado generoso? Pensaba que Mary te caía bien…

–Y me cae bien. Además, es la madre de mis nietos y no voy a enfrentarme a ella. Pero Darius ha demostrado que tiene muy poco sentido común. Por cierto, ¿sabes algo de la chica que ha venido con él?

–No. Los he visto hace un momento y me ha parecido bastante atractiva. De hecho, quería ir a saludarlos.

–Cuando los veas, obsérvala con atención. Puede que le haya tendido una trampa a Darius.

–Ah, comprendo… Temes que esa mujer se interponga en tus planes de casar a Darius con Freya.

–No voy a negar que me gustaría que Freya se case con alguno de vosotros. Pero si Darius no me hace caso, tendrás que ser tú quien…

–Olvídalo –lo interrumpió.

–Ya es hora de que sientes la cabeza, Marcel.

–Que lo hagan los demás.

Amos bufó.

–¡Cinco hijos! ¡Tengo cinco hijos y solo uno me ha dado nietos!

Marcel no quería discutir con su padre, de modo que se limitó a sonreír y a encogerse de hombros.

–Bueno, será mejor que me vaya, papá. Dile a Janine y a Freya que pasaré a verlas en cuanto termine con Darius.

Al llegar a la habitación de su hermano, vio que la puerta estaba abierta y entró sin llamar. Darius se encontraba en compañía de una mujer joven y elegante, a la que miraba con admiración.

–¿Interrumpo algo?

–¡Marcel!

Darius se acercó y le dio un abrazo cariñoso.

–Siento haber entrado sin llamar, pero la puerta estaba abierta.

Marcel observó a la joven y añadió, girándose hacia su hermano:

–Vaya, qué callado te lo tenías… Aunque no me extraña que hayas guardado el secreto. Si yo estuviera con semejante dama, la escondería del resto del mundo. Pero, ¿no nos vas a presentar?

Darius le presentó a su amiga, que se llamaba Harriet. A Marcel le gustó tanto que no pudo resistirse a la tentación de coquetear un poco con ella.

–Bueno, Harriet, espero que estés preparada para nuestra reunión familiar. Me temo que somos un montón de bichos raros.

–Seguro que no sois más raros que yo.

–Si tú lo dices… Pero prométeme que esta noche bailarás conmigo.

–Harriet no va a bailar contigo –intervino Darius con firmeza.

–¿Ah, no? –preguntó Harriet.

–No.

Marcel rompió a reír y susurró al oído de Darius:

–Eso ya lo veremos.

Tras despedirse, Marcel se dirigió a la suite de su padre, donde su madrastra lo recibió con cordialidad. Pero, mientras hablaba con ella, no dejaba de mirar la ventana tras la que se veía la sede de Daneworth Estates.

Amos tenía razón. El hotel Alton podía ser un activo muy interesante.

El señor Smith, gerente de Daneworth Estates, examinó unos expedientes con preocupación. Se encontraba en su despacho, situado en el décimo piso de la sede de la empresa, junto al río Támesis.

–¡Señora Henshaw! –dijo en voz alta–. ¿Podría traer el resto de los documentos, por favor?

–Enseguida.

Smith miró al cliente que esperaba al otro lado de la mesa.

–No se preocupe. La señora Henshaw tiene todos los detalles.

Momentos después, la joven entró en el despacho con los documentos que le había pedido.

–He añadido unas cuantas notas. Creo que ahora están perfectos.

–Estoy seguro de ello.

El cliente miró a la joven con desagrado. Pertenecía a una clase de mujeres que le disgustaban sobremanera; mujeres que descuidaban su aspecto y desaprovechaban sus cualidades físicas. La señora Henshaw era una rubia alta y esbelta, de rasgos bellamente regulares; pero vestía sin elegancia alguna, llevaba el pelo recogido en un moño y ocultaba su rostro tras unas gafas espantosas.

–Son casi las seis –dijo ella.

El señor Smith asintió.

–Lo sé. Puede irse cuando quiera.

La joven se despidió y salió del despacho.

–Cada vez que la veo, tengo escalofríos –dijo el cliente.

–Yo también –le confesó el señor Smith–. Pero la señora Henshaw es extraordinariamente eficaz.

–Me extraña que sea su secretaria y la llame de usted…

–Son manías suyas. Yo preferiría que nos tuteáramos, pero se opone porque dice que sería una familiaridad excesiva.

–Pero usted es su jefe –le recordó.

–A veces me pregunto quién es el jefe de verdad –dijo con humor.

–Pues parece un robot…

–Sí, eso es cierto. Quién diría que trabajó de modelo.

El cliente lo miró con sorpresa.

–¿En serio?

–En serio. Creo recordar que su nombre artístico era Cassie… Durante un par de años, estuvo en lo más alto de su negocio, pero luego lo dejó. No sé por qué.

–Aún podría estar guapa si lo intentara –observó–. ¿Por qué diablos se recogerá el pelo de una forma tan horrible?

–Lo desconozco, pero será mejor que volvamos con lo nuestro. Si no encuentro una solución a este problema, terminaré en la bancarrota y su negocio se hundirá con el mío –dijo–. ¿Qué puedo hacer?

–No se me ocurre nada…

Ninguno de los dos hombres se dio cuenta de que Jane Henshaw los había oído, porque no había cerrado la puerta al salir. Pero en lugar de sentirse ofendida con sus comentarios, se limitó a encogerse de hombros.

–No sé cómo lo soportas –dijo Bertha, su compañera de trabajo.

–Es fácil. Hago caso omiso.

–¿Quién es esa Cassie de la que estaban hablando?

–No tengo ni idea.

–Pero si han dicho que eras tú…

Jane la miró con frialdad.

–Pues se equivocan. Cassie no fue más que un sueño. ¿Nos vamos a casa?

Sus palabras sonaron con un toque de desesperación. Necesitaba estar sola para pensar, aunque no sabía qué hacer. Su vida se extendía ante ella como una superficie vacía y sin sentido; la misma superficie de los diez años anteriores.

Subió a un autobús y se dirigió al piso donde vivía, un lugar limpio y ordenado, pero sin alma. Cuando llegó, intentó trabajar un rato y olvidar el nombre que había surgido aquella tarde en la oscuridad de sus recuerdos. Cassie. Un nombre que parecía de otro mundo. El nombre de una mujer a la que habían partido el corazón.

Al final, se acostó y se quedó dormida. Pero Cassie volvió en sus sueños, gloriosamente desnuda y totalmente enamorada, arrojándose a los brazos de un joven que la idolatraba primero y la odió después.

Y con la pesadilla de Cassie, volvió el recuerdo de una antigua conversación.

–«¡Tú! La última persona a la que querría ver»

–«Marcel…»

–«Yo te amaba, Cassie, confiaba en ti»

–«No, no, tú no lo entiendes. Escúchame, por favor…»

–«¡Quítate de mi vista!»

La pesadilla terminó como de costumbre. Se despertó y se encontró sola en la oscuridad de la noche.

–Déjame en paz, Marcel –dijo–. Por favor, déjame en paz.

Se levantó de la cama y entró en el cuarto de baño, cuyo espejo reflejó a una mujer sin el disfraz de profesional frío y contenido que siempre llevaba bajo la luz del sol. El pelo se le había soltado y le caía sobre los hombros en cruel imitación de Cassie, la preciosa niña de su pasado; la niña que se había desvanecido entre la niebla y que ahora, súbitamente, la volvía a mirar.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

–¡No! –gritó–. ¡No!

Pero su grito llegó demasiado tarde. Diez años tarde.

Capítulo 2

–Creo que me voy a arrepentir –dijo el señor Smith–. El hotel Alton vale el doble de lo que me ofrece, pero es la mejor oferta que me han hecho.

La señora Henshaw frunció el ceño y echó otro vistazo a la propuesta.

–¿Está seguro de que no le puede sacar más?

–Lo intenté, pero se mantuvo firme y no tuve más remedio que aceptar. Si no vendemos esas propiedades pronto, nos hundiremos.

–¿Esa es su forma de decirme que me busque otro trabajo?

–Me temo que sí, señora Henshaw, pero es posible que le pueda echar una mano –respondió–. Le dije que usted se reuniría con él para estudiar los detalles del acuerdo.

–¿Y qué?

–Que Marcel necesitará una persona que lo ayude con sus negocios en Inglaterra. Una persona que conozca el país.

–¿Marcel? –preguntó, sorprendida.

–Sí… Marcel Falcon, uno de los hijos de Amos Falcon.

Ella se relajó. El Marcel de su pasado no se apellidaba Falcon, sino Degrande.

–Estoy seguro de que se quedará impresionado con usted –continuó Smith–. Si juega bien sus cartas, le ofrecerá un empleo.

–Comprendo –dijo–. ¿Cuándo quiere que me reúna con el señor Falcon?

–Ahora mismo. Se aloja en el hotel Gloriana. La espera dentro de media hora.

–¿De media hora? Es muy poco tiempo –protesto–. No tendré ocasión de investigarlo…

–Sé que no es nuestra forma habitual de actuar, pero las cosas van muy deprisa y tenemos que cerrar ese acuerdo cuanto antes.

Tras despedirse de su jefe, salió del edificio, subió a un taxi y se dedicó a estudiar la propuesta durante el trayecto. En otras circunstancias, no habría acudido a una reunión tan importante sin investigar al comprador. Había oído hablar de Amos Falcon, un empresario famoso en todo el mundo, pero no sabía nada de su hijo.

Sin embargo, no le preocupaba demasiado. Afrontaría la reunión con la misma meticulosidad y eficacia que gobernaba toda su vida.

Al entrar en el Gloriana, se acercó a recepción y dijo:

–Por favor, avise al señor Falcon e infórmele de que la señora Jane Henshaw ha llegado.

–El señor Falcon está aquí mismo, en el bar.