Pasiones: 8 cuentos para adultos - Camille Bech - E-Book

Pasiones: 8 cuentos para adultos E-Book

Camille Bech

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

"Su excitación aumenta dentro de mí y se extiende por todo mi cuerpo, entregado a él. Mis gritos se encadenan y se mezclan con los suyos. Mi orgasmo es tan brutal como el primero, al igual que el suyo". En esta compilación te damos lo mejor de LUST:La chica de la sección de lenceríaEl apartamento de arribaLos deseos secretos de JulieLa velada libertinaUn preciado tesoroLa niñeraEl acomodadorEl oficial atrevido-

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Seitenzahl: 235

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Andrea Hansen, B. J. Hermansson, Chrystelle LeRoy, Fabien Dumaître, Camille Bech

Pasiones: 8 cuentos para adultos

LUST

Pasiones: 8 cuentos para adultos

Translator: Raquel Luque Benítez, Javier Orozco Copyright © 2021 Andrea Hansen, B. J. Hermansson, Chrystelle LeRoy, Fabien Dumaître, Camille Bech and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen All rights reserved ISBN: 9788726774986

1. E-book edition, 2021 Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

El oficial atrevido

Andrea Hansen

La primera vez que vi al oficial de parquímetros, estaba de visita donde mi hermana. Ella vive a un par de cuadras de mi departamento y se está tomando su licencia de maternidad. Como trabajo desde casa, puedo visitarla a veces para tomar un café al final de la mañana. Cuando no tienes colegas, es bueno tomar un descanso y compartir con alguien. Mi hermana y yo apenas nos llevamos un par de años. Y hemos sido muy cercanas siempre. Su casa es ordenada y encantadora, tiene macetas grandes con plantas en las esquinas y cojines estilo hindú sobre el sofá. Me gusta visitarla. Su departamento tiene una energía relajante y femenina, aunque ella y su esposo acaban de tener su primer bebé. A veces me pregunto cómo lo hace.

Mi hermana es hermosa. Recogió su cabello en un moño alto y desordenado, y llevaba un precioso kimono de seda sobre pijamas finas de tela suave. Me abrió la entrada con una sonrisa radiante. Cuando éramos más jóvenes viajamos a Paris, solas. Tenemos figuras parecidas y nos acomodamos a la moda francesa sin ningún problema. Siempre nos ha gustado nadar, y solíamos hacerlo juntas hasta que nos convertimos en adultas sin tiempo para ese tipo de actividades planificadas. Muchas veces nos parábamos una junta a la otra, desnudas, y era difícil diferenciar un cuerpo del otro. Mis hombros son un poco más anchos y mi cabello de un color más claro. Pero definitivamente nuestros temperamentos son diferentes.

A diferencia de mí, ella siempre ha buscado el conformismo. Lleva muchos años con Jack y ambos siempre han sabido lo que quieren. Un hermoso hogar, dos ingresos fijos y una familia. En nuestras reuniones familiares, siempre fue evidente que nuestros padres consideraban su vida más normal que la mía. Claro que muchos asuntos no se discuten en el ámbito familiar. Ese día estaba de pie junto a la ventana con su bebé en brazos, mientras hablábamos.

—Mira eso —dice señalando por la ventana.

Me acerqué a ella y miré por encima de su hombro para ver qué señala. Sacudió la cabeza en desaprobación. Vi a un joven de uniforme negro parado en la calle. Un oficial de parquímetros. Estaba parado del otro lado de la calle, casi escondido en la entrada de un edificio.

De vez en cuando salía de su escondite y miraba a su alrededor como si temiera que alguien pudiera verlo. Sonreí.

—¿Qué sucede? —pregunté.

—Es lo peor del mundo —dijo mi hermana.

Me dijo que últimamente lo había visto allí todas las mañanas. Al llegar, revisaba la hora en cada parquímetro y luego miraba su reloj. Cuando encontraba el parquímetro con el plazo más cercano a vencer, se detenía. Luego se escondía en la entrada de un edificio, esperando el momento de escribir la multa.

En ese preciso instante avanzaba como un animal salvaje e insertaba una pequeña hoja de papel blanco en el parabrisas. Entonces se marchaba rápidamente. Probablemente para evitar la irritación del conductor al recibir una multa por un retraso mínimo en el contador del parquímetro. No creo que patrullar parquímetros sea un trabajo muy relajado. Tan sólo un poco mejor que el del encargado de chequear los boletos del tren.

Mi sobrino se despertó y empezó a hacer ruiditos. Mi hermana lo acunó en sus brazos mientras miraba al joven oficial. Mi hermana y su esposo han recibido varias multas en el momento justo en que vence el plazo y, como estaba en casa por licencia, descubrió el sistema del oficial.

—Es un imbécil —dijo—. Espero que alguien lo atrape algún día.

Nos reímos juntas. Mi hermana y su esposo llamaron a la alcaldía para reclamar por una multa en particular, pero les dijeron que el oficial sólo había hecho su trabajo. Desde la sede principal no podían controlar la manera en que cada oficial administraba su tiempo y energía. Si un auto permanecía estacionado por más tiempo del establecido, entonces recibiría una multa. Mi hermana me contó todo esto mediante gestos violentos de su brazo libre, imitando a la señora de la administración que claramente no le había dejado una buena impresión.

—Esas leyes de multas son muy estrictas. Al menos podríamos solucionarlo todo hablando, como en los buenos tiempos.

Nos reírnos de nuevo. Se sentó a la mesa y me sirvió más café.

Yo me quedé viendo al oficial de parquímetros por la ventana. Estábamos en un tercer piso. Aunque desde lejos, podía ver que era delgado y bastante joven para ser un oficial de parquímetros. Tal vez sea prejuiciosa, pero tenía entendido que la mayoría de los oficiales de parquímetros tienen una edad bastante avanzada y un poco de sobrepeso. Al menos así recuerdo a los pocos que he visto ocasionalmente patrullando las calles, desde hace años. Pienso que sólo un personaje muy peculiar querría ese trabajo. Absolutamente nadie se alegraría de verte. Probablemente recibas amenazas o gritos al ser sorprendido escribiendo la multa. Seguramente a eso se debe la respuesta desinteresada que recibió mi hermana cuando llamó a administración. Deben estar acostumbrados a ese tipo de llamadas.

—Debe ser un trabajo espantoso —dije acercando mis labios a la taza de café.

—Ya lo sé —respondió—. Supongo que sólo te diviertes por tu cuenta.

Poco después, vuelvo a casa y trato de ver al oficial, pero ya no está en la calle. Algunos parabrisas ya tienen sus respectivas hojas de papel blanco. Parecen recibos de supermercado agitándose con el viento. Siento el frío del clima en el rostro. Es señal de que se acerca el invierno. El frío sube por mi cuerpo desde las plantas de mis pies y pronto tendré que empezar a usar mis botas de invierno. Cierro mi chaqueta y suspiro mientras camino. Durante el horario de oficina, las calles alrededor de nuestros departamentos están extrañamente tranquilas. Es un tipo especial de tranquilidad, una calma que no se experimenta a menudo. Por lo tanto, debe ser atesorada. El silencio es una forma de tranquilidad que nunca experimenté al trabajar en una oficina. Con esa cantidad de horarios fijos y horas pico en las calles, tanto en la mañana como en la tarde.

Elevo la mirada al cielo azul. Es extraño como a veces te concentras en algo que ni siquiera habías notado antes. Por ejemplo, mi hermana decía que sólo podía ver mujeres embarazadas cuando ella misma intentaba tener un bebé. Lo cual no significa que hubieran aumentado en número, sólo que ella las notaba más que antes. Creo que fue una enfermera la que se lo dijo. Ahora miro con detenimiento los autos y las entradas de los edificios, de camino a casa. Nunca antes había pensado en los oficiales de parquímetros, hasta ahora. Los había visto y les había pasado por un lado en la acera.

Había visto a la gente perseguirlos y arrancar las multas de sus parabrisas con expresión de fastidio, pero nunca había pensado en ellos como seres humanos. Ahora imagino lo que se debe sentir caminar por las calles todos los días, sin hacer otra cosa más que escribir multas a las personas con plazos de estacionamiento vencidos. Me pregunto si el oficial ve lo que yo veo. El cielo azul. Las calles tranquilas. La tranquilidad de la ciudad.

A la mañana siguiente decido vigilar al oficial desde mi propio departamento, a un par de calles del de mi hermana. Me levanto temprano a trabajar como de costumbre, pero antes de sentarme y ponerme cómoda, giro el escritorio de cara a la ventana de la esquina con vista a la calle. La nueva disposición hacer que mi sala se vea diferente y bastante desorganizada, pero eso no importa mucho porque vivo sola. Por alguna razón, no puedo dejar de pensar en el oficial de parquímetros. Ya casi son las diez, así que me concentro. Debería llegar durante la próxima hora, si es que también patrulla mi calle. Busco más café y al regreso me quedo mirando los autos en la calle.

Luego aparece, como salido de la nada. Me sorprendo un poco cuando me doy cuenta de que también patrulla mi calle. Se ve igual que ayer, lleva el mismo uniforme. Busco el celular para enviar un mensaje a mi hermana. Le escribo que el oficial de parquímetros ahora está en mi calle. Responde secamente: “Es un imbécil”. Sonrío y le envío el emoji que saca la lengua. Ahora que es mamá, nuestros mensajes son extremadamente cortos.

Me siento sobre el alféizar de la ventana para ver si puedo seguir el patrón que mi hermana encontró. Y ahí está. El oficial revisa cada auto estacionado en la calle para encontrar el plazo que está a punto de vencer. Luego se queda en la entrada más cercana a ese auto y allí espera. Miro mi reloj y también llevo la cuenta. Pasan veinte minutos. ¿No tendría que avanzar? Mejor dicho. ¿No debería continuar su recorrido en lugar de esperar veinte minutos para escribir una multa? El dueño del auto aparece, entra al auto y se marcha, mientras el oficial espera. No puede ser visto porque se asegura de permanecer oculto. Experimento una divertida sensación de satisfacción con mis observaciones. Como si presenciara una contienda entre las autoridades y los ciudadanos.

Es una pequeña victoria para mí cuando el plan del oficial no tiene éxito.

Rápidamente mi espionaje se convierte en un hábito; cada mañana vigilo al oficial. Pasa mucho tiempo en mi calle. Lo estudio de cerca. Puede ser porque no tengo mucho trabajo que hacer en estos días, pero también tengo la sensación de que se trata de otra cosa. Como de un juego. El uniforme del oficial es negro. Y tiene varias marcas amarillas que no logro distinguir. La chaqueta es acolchada y eso hace que la parte superior de su cuerpo se vea más voluminosa que las piernas; a pesar de ello, puedo deducir que es bastante delgado. También usa una gorra. Sus orejas deben estar congeladas por el clima. Dentro de poco necesitará protegerlas con unas orejeras.

Me cuesta imaginarlo como una persona normal. ¿Quién es el hombre bajo el uniforme? ¿Cuál es su nombre? ¿Se le ocurrió a él este sistema de esconderse hasta poder escribir la multa? No puedo superarlo. Debería estar trabajando. Aunque mis observaciones no sirvan para nada, no sólo las continúo, sino que las espero con ansiedad. Cuando se acerca la hora de que llegue, me levanto de mi computadora y me quedo junto a la ventana con un pequeño cuaderno de notas. Anoto la hora en que aparece y el número de multas que escribe mientras está en mi calle. También anoto cuando hace algo fuera de lo común. Si agita los brazos, imagino que tiene frío o está aburrido.

Lo observo con atención mientras mira su propio reflejo en las vitrinas, pensando que nadie se da cuenta. Encontramos una extraña sensación de satisfacción en ello. En las cosas que hacemos cuando pensamos que nadie nos ve. Hay días en que no escribe ni una multa. Me sorprende lo malos que somos para estacionarnos en la calle. ¿Cómo es que se olvidan del parquímetro tan a menudo? La alcaldía debe hacer una fortuna con esto. Debe alcanzar para pagar el sueldo de los oficiales.

Anhelo más emociones a lo largo del día. Cuando el oficial termina de patrullar mi calle, siento un ligero vacío en el estómago. La tentación inicial y las emociones fuertes que experimenté al principio han disminuido. Lavo mis ventanas para que estén libres de manchas. Al día siguiente le tomo fotos al oficial desde mi ventana mientras hago mis observaciones. Aunque hago acercamientos; la resolución sigue siendo de muy baja calidad, así que no puedo saber cómo luce realmente. Sólo puedo decir que es joven. Claro que puede que eso se deba al simple hecho de que lleva una gorra.

Por la noche, me desplazo por todas las fotos. Ese tipo de fotos no tiene nada de ilegal. Se pasea entre los autos y sólo se esconde cuando no quiere que los conductores se fijen en él. ¿Qué pensarían los demás de mí, si encontraran mi cuaderno de notas y mis fotos? ¿No es ese el tipo de proyecto que inicias cuando pierdes la cabeza?

Empiezo a notar otra cosa. Mi percepción sobre él está cambiando. Su proyecto empieza a frustrarme. Tengo ganas de exponerlo, gritarle y ponerlo en su lugar. Estoy de acuerdo con mi hermana en que su sistema es injusto y me lo digo en voz alta, pero llega un momento en que ya eso no es suficiente. Me aburro y me pregunto si debería dejar mi nueva afición. Entonces se me ocurre algo.

Esa misma noche bajo a la calle. Está empezando a oscurecer. Las ventanas de los departamentos se iluminan y algunas paredes reflejan las luces de los televisores. Reviso qué autos de mi lista han recibido una multa y me acerco a uno de ellos. El dueño todavía no ha llegado y la multa todavía sigue en el parabrisas. Miro a los lados y, con un movimiento rápido, retiro la multa del parabrisas y la meto en mi bolsillo. Camino de vuelta a mi departamento y corro el último tramo como si me estuvieran persiguiendo.

La multa no dice quién la escribió, por supuesto. Pero indica la calle, la hora, la matrícula y la tarifa: 750 coronas danesas. ¡Eso es bastante costoso! Me alegra que no sea mi multa. Me doy cuenta de que alguien tiene que pagar esa multa, que pertenece a otra persona, y sin embargo me la robé. No me sorprendería que tuviera que pagar un extra si no paga a la primera notificación.

Al día siguiente, el oficial está de vuelta y lo observo como de costumbre. El día de hoy es diferente. Hoy he decidido bajar. Me desperté de buen humor. Tomé una ducha larga, me apliqué mi maquillaje francés especial y me pinté las uñas, cosa que suelo hacer sólo cuando voy a un restaurante o a un club. Para mí, es cuestión de verte cómo te sientes. Cuando era pequeña, me encantaba jugar a los disfraces con mi hermana. Podíamos pasar todo el día jugando, andando a gatas entre las cajas de vestidos, cinturones y zapatos. Ahora que somos adultas, estamos interesadas en la moda. Antes de que mi hermana quedara embarazada, podía pasar días enteros de compras con mi ella, fácilmente. Tal vez sea porque, desde niñas, pensamos que la ropa es la marca de una persona. Sin embargo, no me pongo ningún atuendo especial. No quiero que parezca que me estoy esforzando demasiado.

El oficial sigue su rutina sin fijarse en mí. El sol brilla intensamente a través de la ventana recién lavada. Deposito la taza de café sobre la mesa, me armo de valor y salgo a la calle en el momento justo en que veo que el oficial se acerca a la entrada de mi edificio. No parece notarme cuando cierro la puerta de un golpe. Cuando mira en mi dirección, reviso mi reloj y finjo que espero a alguien; lo hago varias veces. Le doy tiempo de revisar los autos y cuando finalmente se decide por un escondite, camino rápidamente hacia él. Levanta la vista de su celular, confundido, cuando me ve. Agito la multa del día anterior en una mano.

—¡Ya descubrí su sistema! —le grito.

Me sorprende el sonido de mi propia voz. La calle está en completo silencio, a excepción de mis gritos. De inmediato, el oficial me mira con intensidad. Es joven, como de mi edad, y su rostro es muy apuesto. Lo compruebo ahora que lo tengo tan cerca. Tal vez los oficiales de parquímetros estén entrenados para lidiar con este tipo de cosas; conductores enojados y locas como yo.

—Lo que hace —continúo—, es completamente injusto.

Casi le estrello la multa en la cara para que sepa de qué estoy hablando, fingiendo que es mía. Él inclina su cabeza ligeramente. Bajo la sombra de la gorra, puedo detallar bien sus ojos. No luce asustado. Más bien pareciera que nada le importa.

—¿De qué está hablando? —responde.

En una frase larga y complicada consigo describir su plan retorcido, como si fuera algo ilegal. Señalo hacia mi ventana. Le digo que lo descubrí y lo regaño por usar métodos deshonestos.

Un hombre de edad avanzada pasa en bicicleta por la calle, detrás de nosotros. Mira en mi dirección, pero no logro parar de hablar. Su velocidad es totalmente hipnótica.

Interrumpe mi querella. Me concentro en el oficial mientras espero a que el ciclista gire en la esquina. Parece una eternidad, pero en cuanto desaparece continúo con un tono de voz fuerte. Mediante protestas y gestos con los brazos, me las arreglo para decirle al oficial que lo he observado desde hace mucho tiempo. Mira hacia mi ventana, se ríe de mí y se mueve de la entrada.

—Cálmese —dice y suena como un adolescente.

Siento que me ruborizo y lo sigo sin saber muy bien por qué. Las cosas no resultan como las había planeado. Mi tono voz se agudiza y hace eco cuando entramos a un recinto abovedado. No me gusta cómo suena, pero lo sigo regañando. El espacio es un poco más oscuro que el resto de la calle. Las paredes que nos rodean están pintadas de amarillo y la pintura se está pelando en muchos lugares. El hombre gira un poco la espalda, y yo lo sujeto con furia por el hombro.

—¿Acaso me está escuchando? —le grito.

Ahora estamos el uno frente al otro. Mi corazón late con fuerza. No tengo idea de dónde viene tanta agresividad. La verdad es que no me importan estas multas. Ni siquiera tengo auto y nunca he recibido una multa en toda mi vida, pero de repente siento que todas mis observaciones me trajeron a este momento exacto.

También parece sorprendido por mi arrebato. Sube una ceja. Yo me acerco un poco más. Más cerca de lo que había imaginado e inmediatamente reparo en lo que está pasando.

—¿No tiene nada mejor que hacer que vigilarme? —dice agresivamente.

Entonces avanza un paso y me toma el rostro con ambas manos. Mi cabeza se siente diminuta en sus manos grandes. Me besa a la fuerza. Usa su lengua para separar mis labios y abre tanto la boca que siento sus labios en mis mejillas. Me habían besado a la fuerza antes, muchas veces, pero nunca así. Empuja mi cuerpo contra la pared, al fondo de la entrada. El oficial desabotona y baja el cierre de mis pantalones, mientras se retira para mirarme a los ojos. No me puedo resistir a él, y separo ligeramente las piernas para que su mano y sus dedos puedan deslizarse bajo mi ropa interior. Sus manos están frías. Ahora todo tiene sentido. Nuestros cuerpos están ardiendo en contraste con el frío. Soy completamente indiferente a lo que sucede en la calle, a sólo metros de distancia.

Alguien podría aparecer en cualquier momento en el jardín que está del otro lado. Sus maneras son agresivas y tiernas al mismo tiempo, como si me estuviera despojando de mi armadura. Y funciona. Su mano se mueve rápido, revelado su experiencia. Entiende a la perfección la anatomía femenina. Trato de abrazarlo, pero sigo encontrándome con el dispositivo para escribir multas y el bolso que cuelga de su cinturón. Se aprieta contra mi muslo. Puedo sentir su erección. Sus labios dejan mis mejillas y bajan por mi cuello en el espacio libre que deja mi bufanda. Dentro de mi ropa interior, su mano está quedando empapada. Cuando acabo, aprieto mis piernas alrededor de su mano. Se aparta un poco para mirarme.

—¿Esto era lo que quería? —susurra con determinación, metiéndose en el papel.

Su voz viene de un lugar lejano. Mis oídos están zumbando. ¿Qué estoy haciendo? ¿En realidad quería esto? ¿Acabamos de abordarnos mutuamente? Me mira confundido. Le devuelvo la mirada. Y comenzamos a movernos de nuevo. Mientras bajo el cierre de mis pantalones, él abre los suyos. Su pene erecto emerge de sus calzoncillos. Me alegra ver que también le afecta la situación. Mueve su mano hacia arriba y hacia abajo un par de veces. Casi se siente como si todo ocurriera automáticamente. Nos movemos más al fondo de la entrada. Hay una caja de arena, algunas plantas y un tendedero de ropa, pero afortunadamente no hay gente. Estoy sudando bajo mi chaqueta.

El oficial de parquímetros apoya la espalda contra la pared e inclina ligeramente sus rodillas. Me arrodillo frente a él. Abro mi boca y lo miro. Puedo sentir el frío del piso a través de mis pantalones. El dispositivo para escribir multas y la bolsa hacen ruidos de rasguños contra la pared detrás de él. Emite un gemido. Compruebo de reojo que nade pase por la calle. Apoya ambas manos sobre mi cabello. Se siente bien recuperar un poco de control, ahora que él lo está perdiendo. Cuando está a punto de acabar, se aparta y se gira hacia la pared. Por debajo de la chaqueta y de la camisa, puedo ver la redondez de sus nalgas. Se estremece, el fluido blanco se estrella contra la pared y se desliza a través de la pintura en tres chorros. Su gemido resuena en la bóveda.

Yo me pongo de pie. Mis piernas se tambalean. El oficial aún tiene los pantalones abajo y un costado apunta hacia mí. De repente respira profundo, sacude la cabeza y vuelve a guardarse el pene en los calzoncillos.

Me observa mientras se acomoda el uniforme. Termina con el sonido metálico de su cinturón al abrocharlo.

—¿Consiguió lo que quería? —dice y todavía suena distante, como si yo fuera una mujer temperamental a la que acaba de calmar.

Ni siquiera pregunta mi nombre o quién soy ni nada. No sé qué decir. ¿Debería avergonzarme por lo que acaba de pasar? Él no dice una palabra. Desde que le grité cosas sin sentido en la calle, no dije una palabra. Tengo ganas de reírme, pero no lo hago. Dejé caer la multa a mitad de camino en el piso de la entrada. Él se agacha y la recoge. Luego se me acerca. Se inclina un poco hacia mí y la inserta en el bolsillo trasero de mis pantalones.

—Recuerde pagar a tiempo —dice y aprieta firmemente mi nalga.

Sigue parado muy cerca de mí y me observa. No sé qué decir. Todo sucedió tan rápido. Luego me doy la vuelta y me apresuro a mi edificio sin mirar atrás.

Todo está en silencio cuando entro en mi departamento. El corazón me late con fuerza. Me quedo un momento en el recibo, escuchando. Mi ropa interior está mojada. Miro mi reflejo en el espejo. Veo a una mujer confundida. Mi cabello está despeinado y el lápiz labial está corrido. La piel de mi pecho está sonrojada, cosa que casi nunca ocurre. Huelo mis dedos cuidadosamente, pero la mayoría huele a mi perfume. Mi perfume francés. ¿Esto era lo que quería? ¿Era esto lo que había realmente detrás de mis observaciones?  Mi sexo aún late. Aún lo deseo. Quiero la entrega y la indiferencia. Me apoyo en la puerta mientras me quito los zapatos.

Me acerco con cautela la ventana otra vez. Ya casi es mediodía, el sol brilla alto y los autos en la calle reflejan sus rayos cegadores. Me mantengo un poco lejos de la ventana para asegurarme de que el oficial no pueda verme en caso que mire hacia arriba. Pero no puedo verlo por ningún lado. Eventualmente, me acerco totalmente a la ventana, casi apoyando mi frente contra el cristal para ver toda la calle. Y de repente lo veo al final de la calle. Está mirando hacia mi ventana con los brazos cruzados. Está demasiado lejos para distinguir su rostro, pero ahora ya sé cómo luce.

Se queda así durante unos cinco segundos y luego desaparece en la esquina. Me tumbo en una silla y tomo el teléfono. Quiero enviarle un mensaje de texto a mi hermana, pero en lugar de eso me quedo mirando fijamente la pantalla y los iconos pequeños y brillantes. De igual modo, no sabría que escribir. Esto es algo que yo nunca haría. Tomo otra ducha y, varias veces durante el día y la noche, me encuentro sonriendo. No le cuento a nadie.

Esa noche no duermo muy bien. Mi cuerpo se siente como poseído y mi mente sigue recordando lo que pasó. Me despierto un par de veces para acariciarme. Cada vez que me alivio tengo la misma fantasía. El oficial de parquímetros y yo en la entrada del edificio. Nuestro primer encuentro. Su actitud es dominante y yo soy una mujer furiosa que él pone en su lugar. Pienso en su mano dentro de mis panties y en el sonido que emergió de su garganta cuando llegó al clímax.

Al día siguiente regreso al trabajo. Me pongo un kimono y me siento muy femenina y alegre. La mañana transcurre muy lentamente. No logro concentrarme. Intento averiguar la verdadera identidad del oficial. Busco una lista de empleados en el sitio web de la alcaldía, pero no encuentro nada allí. No creo que exista alguna razón en particular por la que alguien buscaría el nombre de un oficial de parquímetros. No hay manera de que me concentre en el trabajo. Después de mi intento fallido en el sitio web, trato de llamar a la oficina. Me siento un poco nerviosa cuando finalmente me comunican con la autoridad competente.

Explico que no estoy satisfecha con una multa en tal calle, correspondiente a tal fecha, pero la persona al otro lado de la línea se niega a darme nombres, ni siquiera cuando le digo que no tengo malas intenciones. Me duce que puedo presentar una queja formal, incluyendo una copia de mi multa. No me atrevo a decirle que la queja es sobre un empleado en particular. Podría meter al oficial en problemas y realmente no hay nada de qué quejarse. Simplemente lo deseaba. Ahora que lo sabía, deseaba más. La señora al teléfono se ofrece a enviarme un enlace al sitio web, pero le digo que ya lo visité. No hay razón para que sepa mi dirección de correo electrónico. Sólo le hago perder el tiempo.

A la mañana siguiente, cuando el oficial de los parquímetros finalmente da la vuelta a la esquina, más tarde de lo habitual, noto que no está solo. Hoy está con una mujer regordeta, que parece tener la edad suficiente para ser su madre. Me opongo resueltamente. ¿Qué diablos es esto? Juntos tienen una rutina diferente. Se detienen a esperan en ciertos puntos, pero nunca por más de cinco minutos y nunca se esconden. La oficial regordeta habla mientras mi hombre la escucha. Cuando se hablan el uno al otro, se cruzan de brazos. Puedo escuchar las voces a través de la ventana, pero no sé qué dicen. Eventualmente me dirijo al recibo para ponerme la chaqueta y la bufanda. Me echo un vistazo en el espejo, tomo mi bolso de mano y bajo a la calle.  Me asomo por la puerta para ubicar a los oficiales y luego camino hacia ellos. Puedo escuchar que la mujer habla. Parece que nada de lo que dice le interesa a mi oficial.

 Cuando me acerco, pateo una piedrita de la calle para llamar su atención. Mantengo contacto visual con él durante mucho tiempo. Levanta las cejas y es evidente que está sorprendido por verme de nuevo. Incluso se ve un poco preocupado de que yo vaya a revelar lo que pasó, o de que esté tan enojada como el día anterior. Lo saludo con un movimiento de mi cabeza.

—Día ocupado, ¿eh? —digo con un dejo de coqueteo.

Mis palabras provocan a la mujer y dice en voz alta:

—Probablemente no tan ocupado como para que la gente respete el plazo del parquímetro.

Evidentemente es el tipo de mujer que detesto: arrogante. Siento bullir la agresión en mi interior. Entro en un café a la vuelta de la esquina. Se sintió bien enfrentar de nuevo al oficial, aunque con distancia. Tenía que demostrarle que aún quería jugar, si él así lo quería. ¿También estaba un poco contento de verme otra vez?

Ojeo una revista y miro algunos vestidos que me gustaría comprar, le tomo una foto a uno y se la envío a mi hermana. Responde de inmediato: “Lindo” junto al emoji con corazones en los ojos. El café se siente tibio en mis labios. Me gusta la marca que deja mi labial en la porcelana. En el mostrador detrás de mí, hay un tazón con galletas gratis. Tomé una cuando compré el café. Un niño chino, con algo de sobrepeso, no se despega del tazón. En cuanto su madre se distrae, él mete la mano para coger otra galleta.