Pastores según el corazón de Dios - José María Baena Acebal - E-Book

Pastores según el corazón de Dios E-Book

José María Baena Acebal

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Beschreibung

Pastores según el corazón de Dios, de José María Baena Acebal ; es una alusión expresa al texto de Jeremías 3:15, "Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia". El libro explica esos atributos, luego nos guia en una secuencia lógica , motivadora y practica del ministerio pastoral "según el corazón de Dios". José María Baena Acebal en el libro Pastores según el corazón de Dios se aproxima al profundo carácter espiritual de tan privilegiada misión como es la de pastorear la iglesia de Dios. Para ello se adentra entra en el corazón o el contenido más íntimo del ministerio, adentrándose en la necesidad de buscar y cultivar la intimidad con Dios, área que todo pastor debe desarrollar y mantener, para el buen ejercicio de su ministerio. El título es una alusión expresa al texto de Jeremías 3:15, "Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia". El libro empieza explicando la expresión literaria y referencia al "corazón de Dios", para referirse a esa parte íntima y profunda, a los 'secretos' más íntimos de su ser. Y luego en los capítulos siguientes, seguir una secuencia lógica pero motivadora y practica del ministerio pastoral "según el corazón de Dios" que debe culminar en un futuro esperanzador y una mayor intimidad personal con Dios. Para hacer ese camino recurre a lo que cree son los atributos claves. Esos elementos claves son para el autor: la misericordia como norma en el camino, el amor con motor para andar la palabra de Dios como fuente de inspiración en Cristo como el fundamento donde poner la mirada y el Espíritu Santo como la fuerza diaria el ejemplo personal como la herramienta principal a la hora de enseñar y conseguir resultados en el día a día. Un libro inspirador para cuantos ejercen el ministerio, sobre todo el ministerio pastoral, pero útil para cuantos sirven al Señor.

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Seitenzahl: 198

Veröffentlichungsjahr: 2022

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PASTORES

SEGÚN

el corazón

DE

DIOS

La intimidad con Dios que debe desarrollar para el buen ejercicio de su ministerio

Jose Mª Baena Acebal

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© 2021 por José Mª Baena Acebal

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)».

© 2022 por Editorial CLIE

La versión de la Biblia generalmente utilizada es la RVR1995, de las Sociedades Bíblicas Unidas. Cualquier otra versión será debidamente referenciada. Las cursivas empleadas en algunos textos son del autor, con el fin de resaltar algún aspecto particular.

Pastores según el corazón de Dios

ISBN: 978-84-18204-97-5

eISBN: 978-84-19055-15-6

Ministerios cristianos

Recursos pastorales

Acerca del autor

José Mª Baena Acebal graduado en Teología por la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios; Diplomado en Enseñanza Religiosa Evangélica por el CSEE (España) y Pastor del Centro Cristiano Internacional Asambleas de Dios, de Sevilla (España). Profesor de Enseñanza Religiosa Evangélica (ESO) y de la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios en La Carlota (Córdoba). Ha sido Presidente de las Asambleas de Dios en España y de la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas (FEREDE).

Dedicado a la pequeña pero potente iglesia Assemblée de Dieu du BassinMinier (Montceau/Creusot, Francia) que me vio nacer en el evangelio,a la familia Berthonier que lo hizo posible con su acogida y testimonio(Gérard, Raymond, Yvonne, Alfred, Jeanne, Alain, Nicolle),A Roger Benzaken, que me obsequió con mi primera Biblia,y a Jean Joly, quien me dirigió al Señor (1969).Mi más sincero y sentido agradecimiento.

ÍNDICE

Introducción

1.El corazón de Dios

2.Oficio o sacrificio

3.La misericordia como norma

4.El amor como motor

5.Campo abierto

6.La Palabra como única fuente de inspiración

7.Cristo como único fundamento

8.El Espíritu como única fuerza

9.El ejemplo como única herramienta

10.Generadores de futuro

11.Mayordomía pastoral

12.Intimidad con Dios

13.La recompensa final

Epílogo

Bibliografía consultada

Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten conconocimiento y con inteligencia.

Jeremías 3:15

Me saliste al paso, en mi camino

errante, sin rumbo claro.

Me hallaste cuando yo perdido

me alejaba, desterrado.

No fue brusco nuestro encuentro;

pareciome fortuito.

No le di mayor sentido

ni calibré el resultado.

Caminé contigo,

y poco a poco descubrí Quién eras.

INTRODUCCIÓN

Este libro sigue a los dos anteriormente publicados, Pastores para el siglo XXI (2018) y Persona, pastor y mártir (2020), con el objetivo de profundizar aún más en el amplio y hermoso tema pastoral. Los tres son el resultado de mis vivencias durante más de cuatro décadas de ministerio pastoral y de un amplio ejercicio de reflexión y estudio de la palabra de Dios, con el concurso de la aportación que otros compañeros de ministerio han añadido y la perspectiva que da el conocer cómo se desarrolla la obra de Dios más allá de mi iglesia local, no solo en España sino también en algunos otros lugares del planeta.

Si en el primero trataba de definir un perfil pastoral para el nuevo siglo y en el segundo me centraba en una visión más íntima y personal del ministerio pastoral, en este tercer volumen intento aproximarme al profundo carácter espiritual de tan privilegiada misión como es la de pastorear la iglesia de Dios.

Soy consciente de la responsabilidad que implica, no solo escribir acerca de este tema, sino esa que los pastores tenemos delante de Dios ante la sublime tarea que se nos encomienda y de la que, en su día, habremos de dar cuentas al Señor. Con “temor y temblor”, como decía el apóstol Pablo, me enfrento a textos como los de Jeremías o Ezequiel, que muestran el desagrado de Dios por el comportamiento y la trayectoria de los “pastores de Israel” o incluso de sus “profetas”, aquellos dirigentes del pueblo desaprensivos y ciegos a los que Dios tenía que amonestar con rigor, acusándolos de “apacentarse a sí mismos” y de andar “de monte en collado” olvidándose de sus propios rediles con el resultado de que las ovejas están confusas y amedrentadas, esparcidas por los montes, sin dirección, guía o alimento. Los llama “necios”, sin paliativos.

También Jesús arremete contra los supuestos dirigentes espirituales del pueblo de su propio tiempo, la casta de los fariseos, escribas y sacerdotes, a quienes directamente llama “hipócritas”, “insensatos” y “guías ciegos”.

No pretendo ser negativo ni crítico con nadie en particular al referirme a estos textos, solo que me sobrecoge pensar que yo mismo pudiera estar incurriendo en los pecados de aquellos líderes indignos. Y al reflexionar sobre mí mismo, animo también al lector, si es pastor o pastora, o ejerce cualquier otro ministerio, a hacerlo con humildad y sinceridad, pues a veces flaqueamos en alguna medida o nos dejamos influenciar o llevar por la corriente de ahí fuera, malentendiendo cual es el fin de nuestro ministerio y qué y quién lo sustenta y lo hace florecer y fructificar.

Lo que deseo resaltar es lo importante que es estar muy cerca del corazón de Dios, de donde procede toda bondad y toda misericordia, porque, como escribe Santiago, el hermano del Señor, “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (St 1:17). Allí está la fuente inagotable de la gracia divina, todo lo que necesitamos para cumplir fielmente la misión encomendada. No son nuestros recursos los que nos llevarán al éxito, sino los suyos. Si queremos llenar el depósito de nuestro automóvil de combustible, vamos a la gasolinera; si queremos proveernos de agua, vamos a la fuente o abrimos el grifo o la llave que la tecnología nos ha traído a nuestra propia casa; y si queremos pastorear no nos queda otro remedio ni hay otro lugar a donde acudir que el propio corazón de Dios, donde reside el Logos divino, la Sabiduría eterna, el príncipe de todos los pastores.

Recibir un encargo de parte de Dios –una encomienda o misión– es una gran responsabilidad pero también un enorme privilegio, pues Dios “nos encargó a nosotros [escribe Pablo] la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Co 5:19-20).

¿No es un privilegio ser “embajadores” de Cristo? ¿que Dios nos use para anunciar sus buenas nuevas y ser portadores del mensaje de reconciliación entre él y los hombres? Ciertamente lo es, así como también una responsabilidad como ya hemos dicho y el mismo apóstol reconoce: “Si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciara el evangelio!” (1 Co 9:16).

Estimado compañero o compañera en el ministerio, deseo que cuanto sigue te sea de bendición e inspiración. Te lo dedico, como hace unos días decía en un encuentro telemático con pastores de la capital federal de México: no desde la cátedra de quien sabe algo, poco o mucho, sino desde el sillón de la reflexión pausada y tranquila, con el simple deseo de compartir lo que entiendo que la palabra de Dios me dice, con la ayuda preciosa del Espíritu Santo que la ilumina. Tengo en alta estima el ministerio pastoral; he cubierto casi 50 años en pleno ejercicio, con experiencias diversas, pero siempre viendo la mano de Dios y su gloria manifestándose a mi alrededor. He desempeñado funciones diversas en la obra de Dios, he cometido errores, he alcanzado metas, he aprendido mucho, he tenido que desaprender también otras cosas, porque de todo hay en la vida, que cambia constantemente y te hace cambiar, pero hasta aquí, “la mano del Señor ha estado conmigo” y con mi familia, mi esposa y mis hijos. Solo puedo darle la gloria a Dios y las gracias por su amor y misericordia.

Amén.

CAPÍTULO 1

El corazón de Dios

¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría ydel conocimiento de Dios!¡Cuán insondables son sus juiciose inescrutables sus caminos!

Romanos 11:33

Al abordar este capítulo sobre el corazón de Dios hemos de hacernos una pregunta: ¿A qué se refiere la Escritura cuando habla del corazón de Dios? ¿acaso Dios tiene un corazón como nosotros, o manos, o pies, como tantas veces habla la Escritura?

Cualquiera que tenga unos conocimientos de literatura o de hermenéutica sabe que esto es un recurso expresivo del lenguaje llamado antropomorfismo, que consiste en atribuir a un ser no humano, o a una cosa o idea, características humanas. Sabemos que Dios no es “hombre” –aunque se hizo hombre en Cristo Jesús, pero esa es otra historia que vino después– sino espíritu, categoría que, de nuevo, utilizando otro recurso del lenguaje llamado símil, se equipara al aliento o al viento, tratando de describir algo inmaterial que, como le dijo Jesús a Nicodemo, “sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va” (Jn 3:8). El Espíritu de Dios es su aliento, pero Dios no tiene pulmones. Entonces, quiere decir que se equipara al “respirar” de Dios. Un cuerpo que no respira, está sin “espíritu”, está muerto. Dios es la vida, y esa vida nos es dada por medio de Jesucristo.

Es que Dios es otro tipo distinto de ser, absolutamente otro, que se categoriza en la Escritura con el concepto de santo, siendo la santidad el carácter de Dios que lo distingue de su creación. Es lo que se llama la alteridad de Dios –del latín alter, otro. Está muy claro que Dios es moralmente distinto a nosotros, los seres humanos, e incluso a los ángeles y criaturas celestes, pero sobre todo, lo que lo hace distinto es su esencia, la naturaleza de su ser. Como dijo Paul Tillich en frase sorprendente y polémica, “Dios no existe. Dios es”, porque la existencia es cualidad de los seres creados, mientras que a él le corresponde la cualidad absoluta de SER. Nosotros somos sus criaturas; él es el Creador, increado, sin origen ni fin. Existimos, porque él nos ha dado la existencia y el ser, y sin él ni existiríamos ni seríamos.

Dios, en su revelación, para que en alguna medida lo podamos entender, ha infundido el lenguaje en los seres humanos, obra cumbre de su creación; y como desea vivir en relación con nosotros, utiliza nuestros propios medios de comunicación para poder hablarnos. Es lo que la teología llama lenguaje analógico, por similitud, porque de otro modo no podríamos entender nada de Dios. Así, al menos, nos aproximamos.

Dios no tiene cuerpo físico, aunque el Logos divino, a quien llamamos 2ª persona de la Trinidad, expresión teológica para que podamos entender que Dios, aun siendo uno y solo uno, es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo, porque así lo revelan las Escrituras. Además, esos tres componentes de la divinidad única, no son meras funciones o “modos” divinos, sino que tienen voluntad propia, siendo interdependientes. A la Divinidad así revelada en las Escrituras llamamos Trinidad, término acuñado por Tertuliano y que, aunque no está en la Biblia, trata de expresar de la mejor manera posible, aunque limitada, una verdad bíblica que supera nuestra capacidad de comprensión racional pero que no por eso deja de ser cierta, porque, aunque nos cueste admitirlo, nuestra capacidad racional no es la medida de todas las cosas. El universo nos supera, no cabe duda; y Dios nos supera infinitamente más.

La Biblia también habla del corazón de los hombres, aunque bajo un diagnóstico fatal, pues ya en el libro de los orígenes, el Génesis, dice que “todo designio de los pensamientos de su corazón sólo era de continuo el mal” (cp. 6:5), o que “el corazón del hombre se inclina al mal desde su juventud” (cp. 8:21). Todos conocemos el texto de Jeremías que dice que el corazón del hombre es “engañoso más que todas las cosas y perverso” (Jr 17:9); y Jesús amplia el diagnóstico y lo detalla: “De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mr 7:21-23). Es evidente que esta descripción del corazón humano contrasta diametralmente con la que se hace del corazón de Dios a lo largo de toda la Biblia. Creo que Jesús lo describió con mucha precisión y no hay quien lo pueda negar.

Con todo, también se dice que Dios “todo lo hizo hermoso en su tiempo, y ha puesto eternidad en el corazón del hombre, sin que este alcance a comprender la obra hecha por Dios desde el principio hasta el fin” (Ecl 3:11), lo que le confiere una dimensión que lo hace susceptible de entenderse con Dios y de percibir en alguna medida todo cuanto tiene que ver con su Creador, siempre y cuando actúe en él la iluminación del Espíritu Santo. El apóstol Pablo declara lo siguiente: “Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; esto es, entre los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les cegó el entendimiento, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Co 4:3-4). El evangelio está encubierto –no lo pueden percibir ni entender– para quienes son incapaces de creer en él; y esto es así debido a que Satanás, el dios de este mundo, ha cegado sus entendimientos para que no crean, esos que “se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Ts 2:10). Así que es posible, gracias a esa dimensión de eternidad que Dios ha puesto en el corazón humano, llegar a percibir las cosas de Dios.

Es cierto que no hay un capítulo ni un párrafo concreto en alguno de los libros que constituyen las Escrituras que explique en su plenitud cómo es el corazón de Dios. Pero a todo lo largo de los escritos bíblicos se van mostrando sus atributos y las profundidades de su ser de manera paulatina y progresiva. Las propias historias bíblicas, con personas humanos reales en trato con Dios nos van mostrando cómo es él. Como reconoce Pablo glosando a Isaías: “Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman.1 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Co 2:9-10). El texto asocia de alguna manera el corazón humano y “lo profundo” de Dios, marcando la dificultad humana para entender esas profundidades, únicamente superada por el Espíritu Santo cuando ilumina la mente y el corazón de los que tienen a Cristo. Leyendo las Escrituras, por sus muchas referencias a determinados órganos del cuerpo, el corazón, los riñones, el vientre, los huesos, las entrañas, etc. sabemos que en realidad se habla del origen o de determinadas actitudes que residen en el interior de nuestra naturaleza. También se mencionan determinados miembros o sentidos, como los ojos, los oídos, la boca, los pies, las manos, etc. para expresar nuestras capacidades de ver, oír o actuar. En ocasiones, estas características se le atribuyen a Dios para que por analogía podamos entender en alguna medida cómo es o cómo puede obrar él en el medio natural y humano. El antropomorfismo alcanza su máxima expresión en la encarnación, tal como nos lo muestra el evangelio de Juan:

Y el Verbo [Logos] se hizo carne

y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad;

y vimos su gloria,

gloria como del unigénito del Padre.

Juan 1:14

Jesucristo, el Logos divino humanizado, es el mensaje más expresivo del corazón de Dios. Porque como sigue diciéndonos Juan en su prólogo al cuarto evangelio:

En el corazón de Dios, en sus más íntimas profundidades, residen sus pensamientos, sus sentimientos y sus planes, su mensaje para todo el cosmos que él creó, en donde colocó a los seres humanos; en definitiva, el Logos divino. La Biblia también se refiere a todo ello como el secreto o los secretos de Dios. Dice el profeta Amós, “Porque no hará nada Yahvé, el Señor, sin revelar su secreto a sus siervos los profetas” (Am 3;7). Precisamente, lo que reprocha Dios a los malos pastores de su pueblo por boca de Jeremías es que viven ajenos a ese secreto: “Si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino y de la maldad de sus obras” (Jr 23:22). Las dos referencias al secreto del Señor tienen la misma raíz hebrea, que tiene que ver con fundamento, y es que, en las profundidades de Dios, en su corazón, están los fundamentos del universo y de su relación con los seres humanos.

Dios declara la infinita distancia que hay entre sus profundidades y las nuestras, entre su corazón y el nuestro: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos», dice Yahvé. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos, más que vuestros pensamientos” (Is 55:8-9). Dios piensa, siente y actúa de manera santa, es decir, totalmente diferente a como pensamos, sentimos y obramos nosotros, seres humanos. Su corazón está lleno de luz, el nuestro de oscuridad y tinieblas; el suyo rebosa amor; el nuestro, egoísmo, desconfianza, enemistad, rencor y odio. Ciertamente hay una diferencia.

Pero, una vez establecida la distancia, Dios se abre para que podamos penetrar en sus profundidades, en su secreto, para que podamos conocer su corazón:

Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones [escribe el apóstol Pablo], a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef 3:17-19).

Según esta escritura, creo que podemos establecer dos principios básicos:

Uno: que, para tener un corazón según Dios, en nuestro corazón tiene que habitar Cristo, el Hijo de Dios, quien siendo Dios mismo y habitando en él (pros ton Theon, según Juan 1:1), nos revela al Padre, porque

La Ley fue dada por medio de Moisés,

pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás;

el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre,

él lo ha dado a conocer.

Juan 1:17-18

Dos: que conocer el corazón de Dios para poder adaptar el nuestro al suyo significa conocer –vivir, experimentar y comprender– su amor, que es el amor de Cristo, porque “Dios es amor”. Desarrollar el amor de Cristo en nosotros, fundamentarnos en él, nos permite conocer las profundidades del amor de Dios. Nada supera a esta experiencia. Por eso el apóstol Juan avisa: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4:8). Queda muy claro: quien no ama, no conoce a Dios. Es toda una sentencia. ¿Cómo podemos pensar que cargados de odio y resentimiento, espumando ira y violencia, llenos de rencor podemos estar en el camino de salvación? Mucho menos ejercer un ministerio, cualquiera que sea, y todavía menos, el de pastor.

Los pastores según el corazón de Dios son aquellos que lo conocen bien. Por supuesto, todo creyente genuino conoce a Dios, y de entre ellos, Dios llama a algunos para ejercer el ministerio de pastor. Pero, además, ha de ser alguien que conozca sus profundidades, que esté en “su secreto”, y eso significa que es un proclamador de la Palabra, alguien que con su mensaje –palabra y testimonio2– hace volver a la gente de su mal camino, produce conversiones, consigue que el reino de Dios se extienda. Es alguien que, por vivir en cercanía y en intimidad con Dios, conoce bien su voluntad y, por tanto, se ajusta a ella, se conforma –en el sentido de adaptarse a su forma– y le obedece llevando así a efecto sus planes, su propósito para el individuo y para la iglesia.

Vemos esta verdad ilustrada negativamente por Saúl, primer rey de Israel. La impaciencia le llevó a cometer un error garrafal: ante la tardanza de Samuel, que se había comprometido a llegar pero que no llegaba, Saúl opta por actuar por su cuenta y ofrece el sacrificio que le correspondía ofrecer a Samuel como profeta de Dios y sacerdote. Las palabras de Samuel son definitivas:

Locamente has actuado; si hubieras guardado el mandamiento que Yahvé, tu Dios, te había ordenado, Yahvé habría confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Pero ahora tu reino no será duradero. Yahvé se ha buscado un hombre conforme a su corazón, al cual ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Yahvé te mandó. (1 S 13:13-14).

Aquel hombre conforme al corazón de Dios fue David.

El día que Samuel acudió a casa de Isaí para ungir al futuro rey de Israel, viendo al mayor pensó que no había duda, que él era el escogido, pero Dios le dijo: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Yahvé no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Yahvé mira el corazón” (1 S 16:7). No son las apariencias, ni las capacidades humanas las que nos potencian para servir al Señor. Dios mira nuestro corazón, si en él cabe su presencia, si es dócil y moldeable; puede que sea imperfecto, como seguramente lo será, pero que sea un corazón que permita a Dios modelarlo “conforme al suyo”, como barro en sus manos al que da la forma que él quiere.

Sabemos que David, aquel hombre conforme al corazón de Dios, cometió enormes errores, pecados horribles que hicieron mucho daño, por los que pagó caro; pero siempre fue capaz de reconocerlos y de arrepentirse. Autor de toda una colección de Salmos, escribe:

¿Quién puede discernir sus propios errores?

Líbrame de los que me son ocultos.

Preserva también a tu siervo de las soberbias,

que no se enseñoreen de mí.

Entonces seré íntegro

y estaré libre de gran rebelión.

Salmo 19:12-13

Y también:

Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;

al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.

Salmo 51:17

Si somos pastores según el corazón de Dios, no es necesario que seamos perfectos, en el sentido que no cometamos errores, pues sin lugar a dudas los cometeremos, pero sí que nuestro corazón sea capaz de reconocerlos humildemente, pedir perdón por ellos y corregirlos. Es decir, hemos de ser moldeables, capaces de aprender de las lecciones de la vida y de cambiar por la acción del Espíritu Santo. La persona que llega a la conclusión de que ya lo sabe todo, que no necesita avanzar, ha llegado también al nivel de máxima incapacidad. La realidad lo irá dejando atrás hasta llegar a ser irrelevante. El problema suele ser que uno no se da cuenta de esta realidad hasta que se crea un desfase casi infranqueable.

Quizá, una de las lecciones importantes que hemos de aprender es la de abandonar la rigidez, la dureza –que a veces llega a ser crueldad o, como mínimo, insensibilidad– y dejarnos moldear por el Espíritu dulce y tierno de Dios. He mencionado antes algunas palabras de Pablo dirigidas a los tesalonicenses. Me refiero de nuevo a esa primera carta suya, citando palabras entrañables del apóstol para sus convertidos: “Nos portamos con ternura entre vosotros, como cuida una madre con amor a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, porque habéis llegado a sernos muy queridos” (1 Ts 2:8). ¡Qué palabras escritas por alguien tenido por rudo o “tosco en la palabra”! ( 2 Co 11:6). Habla de ternura como característica de su trato con los creyentes, de amor materno, de afecto, de sentimiento entrañable, y se refiere a sus interlocutores como “muy queridos”.

En la introducción del libro