Patmos - Hugo Yáñez - E-Book

Patmos E-Book

Hugo Yáñez

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Beschreibung

Fue en Sodoma donde un grupo de Sacerdotes Magos engendró a un ser único, sin cuerpo ni conciencia de sí mismo, destinado a crear una nueva especie que exterminaría a la raza humana. Fue el primero y lo alimentaron con lujuria, maldad, perversión… Nutrido por estos sentimientos, habitó primero en la órbita de sus creadores, para animarse luego a saltar a los otros sodomitas viendo la naturaleza común de sus emociones. Se amamantó con las pasiones ajenas, creció en fuerza vital, adquirió sabiduría, se refinó a la vez que su cuerpo adquirió densidad y auto conciencia. Dio conocimiento parcial a sus asociados, entre quienes se encontraban ambiciosos reyes y dictadores; inspiró a poderosos y perversos opresores, y los devoró. Aprendió a alimentarse de sus víctimas induciéndoles sueños eróticos, y les absorbió el aliento, sin matarlas. Copuló con mujeres mientras los maridos dormían profundamente a su lado. Y hasta tuvo descendencia. Pero esos hijos vivieron poco y miserablemente. Con los siglos el deseo de reproducirse se hizo más fuerte. En Munich, durante el invierno de 1923, con el apoyo y ante la presencia de Adolf Hitler y los miembros más destacados del Grupo Thule, tuvo lugar el ritual de reproducción. Pero fue un fracaso. El siguiente intento lo haría en Buenos Aires.

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Seitenzahl: 301

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Ähnliche


 

Hugo Yáñez

Patmos

Editorial Autores de Argentina

Yáñez, Hugo

    Patmos. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.    

    E-Book.

    ISBN 978-987-711-298-6          

    1. Narrativa Argentina. 2.  Novelas Fantásticas. I. Título

    CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño y diagramación: Maximiliano Nuttini

Diseño de portada: Justo Echeverría

Rama I

El Primero.

Alejandro Magno, rey de Macedonia, fue el discípulo de Aristóteles que más contribuyó a propagar la cultura griega en oriente. En el siglo IV antes de Cristo fundó una ciudad que llamó Alejandría, famosa por su faro, pero inmortal por su biblioteca. Una biblioteca que funcionó por mil años, que tuvo más de medio millón de libros y que se convirtió en un mito cuando alguien le prendió fuego.

La leyenda cuenta que todo, o casi todo el conocimiento de la antigüedad ardió en aquel incendio. Pero bajo la superficie, en una verdadera maraña de túneles, gran cantidad de rollos escapó de las llamas. Algunos vieron la luz, otros permanecen celosamente guardados. Parte del relato que sigue a continuación ha sido extraído de uno de esos rollos.

*

Nada es tan simple. Si hubiese sido sólo por la lujuria, Dios hubiera tenido mucho menos trabajo. Otras urbes más importantes adolecieron del mismo pecado, pero en Sodoma y Gomorra... Sus sacerdotes dominaron la energía sexual y, merced a ella, accedieron a otros planos y se contactaron con las divinidades.

En la Pentápolis creían en muchos dioses. Todos eran omnipotentes. Todos eran implacables. Todos eran únicos y estaban en guerra con los otros, que no eran dioses -aseguraban- sino ídolos, imágenes de madera, piedra o metal, sin poder alguno, pero a los que debían destruir.

En guerra estaban cuando Lot llegó a ella, y en guerra continuaron. Sin embargo Sodoma y Gomorra estaban condenadas.

Sus habitantes vivieron lujuriosamente, honraron y practicaron la Alta Magia, y sus pensamientos dieron vida a un ser elemental.Ente alimentado por esos sentimientos, habitó primero en la órbita de sus creadores, para animarse luego a asaltar a los otros sodomitas viendo la naturaleza común de sus emociones. Nutriéndose de las pasiones ajenas, creció en fuerza vital.

Los Sacerdotes Magos responsables del culto a Samyasa y herederos de su Lágrima, canalizaron los pensamientos lujuriosos de los fieles de toda la Pentápolis y sustentaron con ellos al Primero, como si alimentasen a una larva de abeja reina.

Para cuando las ciudades fueron destruidas, el Primero ya había adquirido un cuerpo físico, convirtiendo al hombre en un nuevo dios y transformando a este ser en el Nuevo Hombre. Mas el conocimiento para su génesis se perdió con la devastación, y la posibilidad de crear otros seres semejantes a él. También se perdió la piedra excretada por Samyasa, y la humanidad quedó momentáneamente a salvo.

Los hombres que imaginaron al ser estaban muertos (para muchos fue el fin de la existencia, destruidos también sus espíritus; para otros fue el retroceso y la unión con una oleada de vida inferior), pero el hijo de los pensamientos, existía, inconsciente de sí mismo e insensible al tiempo. Se alimentó de las pasiones, la lujuria, los deseos y los actos aberrantes, el miedo y los pensamientos que lo engendraban. Instintivamente supo como provocarlos. Y fue solo una bestia hambrienta y torpe devorando en el desierto, dejando un tendal de quebradizos y resecos cadáveres que nadie reclamó. La superstición y la equivocada exégesis de la historia encubrieron sus momias.

No sabiendo donde ir, vagó por las ruinas de las ciudades prohibidas. Era el único hogar que conocía. Así, un día reencontró la Lágrima, y el contacto con los ángeles se volvió a establecer.

Por entonces no era más que un bárbaro semidesnudo e ignorante que erraba por territorio proscrito, pero el tiempo pasó y fue educado en otros planos astrales (al que el hombre solo accede en sueños), y sus caminos le fueron revelados. Adquirió sabiduría; se refinó a la vez que su cuerpo adquirió densidad. Dio conocimiento parcial a sus asociados, entre quienes se encontraban ambiciosos reyes y dictadores; inspiró a poderosos opresores, y los devoró.

Como se dijo, el tiempo le dio experiencia. Aprendió a alimentarse de sus víctimas induciéndoles sueños eróticos, y les absorbió el aliento, sin matarlas. Copuló con mujeres mientras los maridos dormían profundamente a su lado. Y hasta tuvo descendencia, pero esos hijos, vivieron poco y miserablemente.

Las necesidades básicas del Primero fueron, alimentarse, desarrollar técnicas para hacerlo sin matar, mantener relaciones carnales con los mortales, tener un ejército de esclavos, elevar algunos iniciados para que llevasen el culto de su padre Samyasa, y crear (con su ayuda y la de la Lágrima) al Nuevo Hombre.

Aprendió que los excrementos humanos tenían poderes afrodisiacos sobre todos los que se entregaban a las ambiguas sacerdotisas. Supo también que un mago o arquitecto solo era perfecto cuando nacía de la cópula de un hombre con su propia madre o su hermana. Supo cosas, pero su joven imprudencia lo delató y los Magos Blancos decretaron su cacería. Entonces, el Primero escapó a Tracia.

*

Se ignora que nombre llevaba antes, escapaba y no quería ser advertido, pero en Tracia se le conoció como Anup, y se lo creyó egipcio. Tampoco se sabe qué lo condujo hacia la región sudoriental de los Balcanes (aunque puede suponerse), pero como cada hombre, como cada animal, como cada planta u objeto, los pensamientos tienen un sino, y el de éste era realizar un viaje quimérico, acaudillado por el tuerto Votán, fundador de Dinamarca.

Así, los anónimos tracios de piel rojiza y cabellos negros, Anup y quien luego fuera conocido por Danus I (Odín, Woden, Wotan, Votán, Vóden), emprendieron el viaje hacia la península de Jutlandia, en el norte de Europa.

Tres hijos heredaron su reino y Votán partió hacia las tierras desconocidas del norte a través del formidable Mare Tenebrosum. El egipcio siguió a su lado. Lo que sucedió después es leyenda. Del otro lado del océano había un mundo que deseaban descubrir. Y se aventuraron hacia el sur.

Importantes reinos florecían cuando llegaron (los Olmecas en el Golfo de México, los Chavin en el Perú), pero ellos exploraron el mar hasta que los hielos australes se interpusieron. En la selva espesa se internaron, hurtaron sus tesoros, y llegaron a conocer las altísimas cumbres donde habitaban los dioses de aquel continente. Muchos tripulantes, cansados de tanto viaje, se quedaron, juntáronse con las hijas de los naturales y construyeron un templo a la diosa Maya, hija de Atlas, madre de Hermes y esposa de Zeus. En esa tierra donde la persecución no lo había alcanzado, Anup hizo tallar la esmeralda y trató, por primera vez, con un procedimiento que nos es desconocido, de dar vida al Nuevo Hombre.

Pasado el tiempo una parte de la expedición partió con la firme promesa de volver. A los que se establecieron les quedó esa promesa, el nombre de una diosa, sacerdotes iniciados en los Misterios, un rey, y una calavera de cristal hecha a semejanza del cráneo esmeralda, para que continuaran invocando a los espíritus que Anup les había señalado.

Los siglos y la selva confundieron y ocultaron todo. La Conquista destruyó lo que quedaba.

Mientras tanto...

Con cada vuelta de la espiral evolutiva, cada quinientos años, como es posible reencarnar, lo es crear al Nuevo Hombre (por que la posición de los astros es propicia y las condiciones de vida son semejantes). Solo los doce Hermanos Mayores de la humanidad saben de los oscuros intentos, siempre frustrados, del Hijo del Pensamiento. Mas a Valdemar Shank se le dejó conocer algunos de ellos para que comprendiese la importancia de detenerlo.

El primer intento de materializar al Nuevo Hombre en el siglo XX se realizó en Munich durante el invierno de 19231. En su guarida se encontraban reunidos los miembros más destacados del Grupo Thule. El maestro de ceremonias era Dietrich Eckart, su discípulo Adolf Hitler, y el poseedor del conocimiento para la materialización, un individuo extraño (cabeza calva, inmensos bigotes, mirada abismal y estatura prodigiosa) era extranjero y decía llamarse Galid Acebery.

El intento fue un fracaso. La médium encontrada por el Dr. Nemirovitch-Dantchenko, una campesina que, totalmente desnuda dejaba que los espíritus hablaran por su boca mientras que por su vagina escapaban formas ectoplásmicas, perdió el control -casi cuando acariciaban el triunfo- y todos tuvieron que salir huyendo. Sin embargo Hitler le confesó tiempo más tarde a Rauschning, Jefe de Gobierno de la ciudad de Danzig:

-¡El Hombre Nuevo vive entre nosotros! ¡Existe! ¿Le basta con esto? Le confiaré un secreto. Yo he visto al Nuevo Hombre. Es intrépido y cruel. Ante él he tenido miedo2.

No obstante, una cosa había quedado clara, el Nuevo Hombre pertenecía y estaba destinado a gobernar a un nuevo mundo, por tanto debía ser engendrado en América.

1 Trevor Ravenscroft. Hitler: La Conspiración de las Tinieblas. Biblioteca fundamental Año Cero. Madrid, 1994.

2 Louis Pauwels y Jacques Bergier El retorno de los Brujos. Cap. V. Biblioteca Fundamental Año Cero. Madrid, 1994.

Rama II

Cortés.

1

Luz.

A los seis años de edad Raúl Cortés ingresó a la escuela primaria. Allí no solo aprendió los rudimentos de la gramática y la aritmética sino que se internó por los senderos de la música, el dibujo y la escultura; una lengua romance que no era la suya fue incapaz de entrar en su cabeza; y la historia de un Dios y un pueblo varias veces antiguo, interesante y creíble, fue la materia que más coloreó su boletín de calificaciones, reflejando sus íntimos anhelos. Las escrituras le revelaron que unos hombres mitológicos fueron capaces de desarrollar poderes del espíritu merced a una vida virtuosa y voluntad sobrehumana. Trató de comprenderlos y de adquirirlos. La oración, intuía, era el medio para ello y oró con fervor, pero pronto llegó al desengaño. Dios no le respondía.

Fue un niño talentoso con el pincel. Al principio no fueron más que copias de personajes de historietas (copias demasiado perfectas para un chico de seis años), mas el tiempo definió su estilo. A su madre le divertía verlo dibujar, y se deleitaba con los resultados, pero no se dio cuenta de que el chico era un diamante en bruto hasta que el médico de la familia se lo hizo notar. Así comenzó a tomar clases en Posadas.

De su mano, influida por la pluma de Robert Howard y la de Lovecraft, salieron maravillosas obras de fantasía heroica, dando forma (fantástica forma), al mundo de antes del diluvio, que en cierta forma era su propio mundo.

Raúl siguió orando.

Y Dios no le respondió.

Raúl se sublevó. Abrazó la fe de dioses ateos. Quemó Biblias, y atacó al creador en todas las formas posibles. Pero fue inútil.

Dios no le respondía.

Raúl, sin salir de su pueblo natal, siguió los pasos de Buda. Ensanchó la ruta de Marco Polo. Buscó, y en su afanosa búsqueda encontró un hilo de plata, sutil huella de caracol, que lo condujo hasta occidente, hasta la cristiandad, hasta el Dios de sus padres, nuevamente. Sus cuadros de esa época son la prueba.

*

Católica, nacida en Polonia, su madre se había criado en un pueblo de Misiones llamado Gavilanes. Allí conoció a Ignacio Cortés, allí se enamoró de él; allí se casó. Allí conoció la dicha y la infelicidad. Ignacio Cortés fue el único hombre de su vida y padre de Raúl, que heredaría al chico un apellido de conquistador y una orfandad temprana al morir cuando éste aun no cumplía los cuatro años.

Pocos recuerdos conservaba Raúl de aquellos días. Pocos o ninguno, remendados con descoloridas imágenes de fotografías y anécdotas ajenas.

Dios le había quitado a su padre. Y Raúl odiaba a Dios.

No obstante odiarlo, lo buscó, porque al buscarlo trató de encontrar a su padre y al afecto del que lo había privado. La ira, motor de su búsqueda, le quemaba el alma. El amor a la ciencia, al conocimiento, y lo que parecía ser una firme vocación religiosa, eran parte de esa rebelión iracunda que lo llevó al ateísmo, a las magias y, por fin, a las religiones nuevas que tenían y daban poder. Esto le acarreó problemas, en la primaria, en la secundaria; con su primera novia; con su primer amor; con su primera mujer... ¿Cuánto hubiese dado por encontrar un igual que hablara el mismo idioma? ¿Cuánto por encontrar un superior que lo educase?

Raúl estaba solo.

Y sólo quiso viajar en trueno, encender fraguas con la mirada y divisar el mañana inmutable. Dos palabras saltaron en su cráneo como si fueran suyas. Trató de encontrarlas afuera y equivocó el orden de las letras. Raúl Cortés cayó al vacío...

Nacido en Gavilanes, Raúl creyó siempre que su pueblo estaba demasiado lejos de Buenos Aires. Ésta, en los tiempos últimos de su adolescencia, lo obsesionaba y atraía como ninguna otra cosa. Sabía que, de alguna forma, encontraría en ella su destino.

Y así ocurrió.

Fue durante una perezosa tarde de enero. No había nada que hacer. No había con quien hablar. Hacía mucho calor. No quería dibujar ni pintar nada. La inspiración parecía haberlo abandonado. El aburrimiento lo agobiaba. Entonces encendió la radio, agarró una pinza de punta y un pedazo de alambre de cobre, se sentó frente al viejo escritorio y comenzó a crear las formas de un dinosaurio nuevo.

Pronto el cansancio le pesó en los párpados. Raúl dejó al monstruo sobre el escritorio y esperó; pero ya no tenía ganas de seguir. La música sonaba con fuerza, é1 había perdido interés.

Un diario olvidado durante dos semanas atrajo su atención. Lo tomó y recorrió sus noticias ya antiguas. Ninguna tenía importancia. Los avisos clasificados contenían oportunidades inútiles, agradecimientos, extravíos y hallazgos. Una empresa pedía experiencia; otra, juventud. Un médico prometía curar venéreas. Una mujer aseguraba no tenerlas e invitaba a que lo comprobasen. Un Pai tiraba las cartas y veía el futuro. Una casa se vendía barato. Un automóvil se vendía caro, porque era viejo y alemán.

Por aquel laberinto de verdades a medias los ojos de Raúl corrían sobre las letras con la velocidad de quien tiene la certeza del derrumbe inminente cuando, repentinamente, se pararon ante lo que parecía ser el monte de piedras blancas, hasta ahora invisible, que buscaba desde hacía tanto tiempo. Una montaña que se le aparecía en la forma de un número telefónico y dos palabras: “Púrpura Real”.

Púrpura Real, sinónimo de cristianismo místico desde fines del siglo XIII. Damcar, hogar de sabios, sinónimo de origen y enseñanza. Tiberio Hangius sinónimo de fundación.

*

De origen incierto éste hombre, Tiberio Hangius, o este personaje inventado por algún hombre de origen incierto fue, según la leyenda, hijo de una acaudalada familia itálica cuyo apellido, obviamente, no era Hangius. Al morir sus padres, un hermano de su madre y máxima autoridad de la Abadía de San Pedro, lo crió y educó.

Los años pasaron. En la abadía aprendió griego y latín, fue notable por su extraordinaria inteligencia y alcanzó eminentes títulos eclesiásticos. Pero su vida cambió radicalmente al llegar a los dieciocho años. A esa edad emprendió un viaje al Santo Sepulcro junto con el Hermano Teódulo, su amigo de toda la vida.

En barco llegaron a Damcar, una ciudad quizás cercana a Jerusalén, y el azar, o la providencia, decretó el encuentro de los clérigos con los Sabios de aquella población, seres capaces de realizar maravillas, de quienes Tiberio aprendió todo lo que luego llevaría a Europa.

Durante los cinco años en que Hangius permaneció en Damcar obtuvo conocimientos que ningún otro occidental había alcanzado hasta entonces. Le fueron revelados los ocultos senderos de “La Ciencia Armónica Universal”. Viajó por todo el Oriente Musulmán; pasó por Egipto; visitó Fez, conoció su sabiduría y a sus omniscientes; aprendió los secretos de la alquimia, la astrología, la cábala y tradujo al latín el “Libro de los libros”: El Samivara.

Claro que esto no era más que la superficie de algo muy profundo sobre lo cual Raúl sólo podía conjeturar. ¿Qué sabía él sobre los poderes que había despertado Tiberio Hangius, o los progresos realizados en esos cinco años? Si ni siquiera podía estar seguro sobre el periodo real de tiempo que pasó en Oriente o sobre lo que le sucedió a Teódulo. Lo cierto fue que a su regreso a Europa fundó una cofradía conocida con el nombre de “Púrpura Real” (en el norte de España) y, con la ayuda de doce discípulos, pergeño un plan para reformar a la humanidad.

El objetivo de la “Púrpura Real” era mantener el vínculo entre las iniciaciones de Oriente y Occidente, razón por la cual, en sus principios, hubo una intensa cooperación entre iniciados del cristianismo esotérico y del islámico. Siendo su filosofía eminentemente cristiana, estaba ligada al hermetismo, intentaba hacer de la religión una forma de vida y mostrar el camino a los aspirantes que no podían encontrar el camino sólo por el sendero de la fe.

Doce sabios, doctores, matemático y alquimistas, guiados por la mítica figura de Tiberio Hangius, formaron la “Púrpura Real”. Las secretas enseñanzas de esta orden fueron dadas sólo a unos pocos y nada fue impreso hasta 1602 en que apareció el primer panfleto en lengua española. Dos libros más aparecieron en los siguientes dos años, obras relevantes para la literatura esotérica, titulados según su aparición “Ab origine”, “A limine” y “Consensus Omnium”, en donde estaba combinado el conocimiento de los griegos, caldeos y egipcios con la agudeza de los cabalistas.

Luego la fraternidad desapareció o se ocultó bajo el más oscuro secreto para retornar, en apariencia, en el siglo XX. Frente a Raúl estaba la evidencia, o la burla de un entendido, pero él no creyó en esta última posibilidad. Nadie es tan inteligente, pensó, ni tan cruel como para hacer esta clase de bromas. No, el anuncio debía ser real.

*

Raúl buscó el teléfono. Marcó el número una, dos, cinco, seis veces. Y al otro día. Y al siguiente.

Nadie respondía.

Recién al cuarto día una áspera voz le contestó.

El muchacho dijo quien era, de donde llamaba y que quería. La voz le aseguró que aquello era muy importante, que no se trataba de una broma ni de un juego. Los días de reunión eran los miércoles y domingos. Y si se tomaba las cosas con seriedad, estaba invitado a concurrir. Sólo había un inconveniente, la dirección proporcionada por la áspera voz estaba en Buenos Aires.

Raúl le explicó que vivía en Misiones.

-Lo lamento, momentáneamente es el único Centro en el que podemos recibirlo- contestó su interlocutor.

Buenos Aires. Esto lo descorazonaba y excitaba a la vez. Quería conocer Buenos Aires desde hacía mucho tiempo, pero era imposible, no podía dejar sola a su madre.

¿Qué hacer? Reflexionó largamente y hasta le pidió consejo a Pancho, el dueño del restaurante donde trabajaba por las mañanas, y al fin decidió hablar con su madre y decirle toda la verdad.

-Mamá, voy a ingresar a la universidad.

-¿Cómo? ¿Qué? ¿Dónde?

-A la universidad. Quiero estudiar en Bellas Artes, en Buenos Aires.

-¿En Buenos Aires? ¿Por aquí no...?

-Mamá, en este pueblo no hay futuro. No estudié electricidad para pasarme la vida llevando bandejas.

La madre bajó los ojos con resignación. Sonaba música en alguna casa vecina, música distante que por momentos parecía llevarse el viento. Raúl se acercó a la ventana, miró hacia el cielo y luego volvió los ojos a su madre. Ella no podía ocultar su tristeza pero sabía que Raúl tenía razón, en el pueblo no había porvenir y era mejor dejarlo partir.

-Mamá... -dijo el muchacho acariciándole el pelo.

Le había mentido sin motivo, y ahora se sentía culpable. Su madre (se daba cuenta de ello) creía que jamás retornaría. ¿Cómo sacarla de ese error? Él pensaba volver, y quizás formar un Centro en Gavilanes. Sin embargo le había mentido y no se explicaba por qué.

*

Raúl trabajó hasta fin de mes. El resto de su tiempo libre lo repartió entre su madre y sus abuelos; saludó a alguno de sus amigos y a las once de la noche de un miércoles subió al ómnibus que lo llevaría hasta La Gran Hermandad luego de mostrarle el espectáculo más triste que viera en su vida. Abajo Mamá y los abuelos saludaban con las manos, y lloraban. Lloraban como si no fuesen a verlo nunca más.

El ómnibus dio marcha atrás apartándose de las luces de la estación terminal y se sumergió en la noche; una noche azul poblada de estrellas a través de la cual inició un viaje extraordinario.

2

Generalmente los parques de diversiones se trasladan a la costa al comenzar la temporada. ¿Para qué quedarse en el Gran Buenos Aires muriéndose de calor cuando se puede ganar más dinero y estar más fresco a unas cuadras del mar? Conocido era el caso del calesitero Díaz que trabajando solo tres o cuatro meses vivía tranquila y cómodamente durante el resto del año gracias a las ganancias que el parquesito le había proporcionado (el terreno era suyo, la vieja calesita también, y los demás aparatos, que cambiaban de año en año, eran a porcentaje). Claro que la cosa se le había puesto un poco dura con los videos juegos, pero el viejo supo adaptarse y agregó máquinas, y otras atracciones, a lo tradicional. Todo el mundo sabía que las cosas eran así, por eso resultaba anacrónico y hasta sospechoso que un parque de las dimensiones del Musielas viniera a instalarse en Quilmes justo cuando el resto se había ido, o estaba por irse.

Pero Valdemar Shank no se encontraba en Quilmes para llenarse los bolsillos. Había llegado justo después de la aparición de la primera momia. Ella era el indicio de que algo estaba sucediendo (ya le habían dicho que todo comenzaría con momias), y él estaba allí por ella. Al tanto estaban sus asociados Ragú Ram, el Enano Gigante, el Bebedor de Lava, la Mujer Búfalo, y el resto de los miembros del parque. Cada cual tenía un talento, eran parte de un equipo, y compartían una misión.

La momia había sido depositada por las aguas del río unos trescientos metros más allá de donde terminaba el murallón. El 5 de diciembre a las diez de la mañana la encontraron unos chicos que vagaban por la zona. Al principio creyeron que era un maniquí, estaba rodeada de yuyos, toallitas higiénicas, preservativos y otras porquerías, los chicos jamás habían visto una momia, así que ¿por qué no confundirla? Dicen que se acercaron para ver, la cosa podría tener algún valor, mas al acercarse comprobaron que no se trataba de un pelele de plástico pintado, sino de algo que parecía estar hecho de piel reseca y pelos pegados, algo podrido y hueco que sonaba como un tambor.

La dieron vuelta con un palo para verle la cara, el palo rompió la piel reseca pero lograron voltearla. Lo que vieron le dio más asco que miedo, había vida dentro del cráneo, un sinnúmero de bicho escaparon por los ojos de la calavera, entonces, sin pensar en lo que hacían, corrieron a buscar ayuda.

Una hora más tarde todo el mundo estaba allí: Policía, Prefectura, periodistas, políticos, gente de la farándula y público en general. Todo el mundo menos la gente del Musielas que se enteró por los diarios y la TV. Para cuando llegaron, la misteriosa momia estaba en el museo de Bernal, esperando.

3

Buenos Aires, una de la mañana.

Desde atrás de sus párpados, sin saber si estaba dormido, sintió que el ómnibus disminuía la velocidad, efectuaba maniobras hacia atrás y adelante, y se detenía sin apagar el motor. Esto le hizo abrir los ojos y mirar. Estaba en Retiro, y los pasajeros comenzaban a bajar.

Raúl se sumó a la fila y, a pasos cortos, recorrió el camino que lo llevó hasta su equipaje, entregó un boleto al hombre de camisa azul que descargaba los bultos y a cambio recibió una pesada valija negra.

Un poco torpe por el sueño Raúl atravesó la terminal de ómnibus, subió a un taxi y pidió a los ojos que lo miraban desde el espejo retrovisor que lo llevara a un hotel.

-Un hotel barato o una pensión, cerca de Plaza de Mayo, si es posible.

-¿Te pensás quedar mucho tiempo?

-Sí, y como ando escaso de fondos...

-Conozco uno que no es gran cosa, pero es económico.

-Bueno, lléveme- pidió Raúl y el coche arrancó inmediatamente.

El muchacho de Gavilanes estaba contento y encendido; las luces, los automóviles, los edificios, la gente, Buenos Aires... Estaba en Buenos Aires y no podía creerlo.

El taxi pasó frente a Plaza de Mayo y al Cabildo. Raúl devoró todo con la mirada, pero esto no bastó para que notara cuando doblaba, cuanto avanzaba y volvía a virar. De pronto Raúl estuvo perdido.

El taxi volvió a doblar y se detuvo frente a un viejo edificio.

-Aquí es -anunció el conductor señalando con la mano izquierda un triste cartel de plástico blanco y letras rojas. -El Hotel Patmos.

-El Hotel Patmos -repitió el pasajero, pagó y descendió del taxi.

El automóvil partió y su partida dejó a Raúl frente a una escalera de gastado mármol blanco, en una vereda solitaria y oscura. Uno. Dos. Tres. Cuatro escalones conducían hasta un vestíbulo donde un hombrecito regordete, de fino bigote negro y cabellos color ceniza, dormitaba detrás de un mostrador. Raúl admiró el melancólico exterior del edificio y luego entró.

-Buenas noches -el recepcionista abrió los ojos muy grandes, sorprendido, y respondió el saludo.

-¿Que deseaba?- preguntó luego, algo aturdido.

- Una habitación. ¿Qué precio tienen?

- Depende. ¿Se piensa quedar mucho tiempo?

- Mire, tengo idea de quedarme unos tres o cuatro meses pero...

-Entonces le conviene pagar mensualmente. Por mes le sale ciento cincuenta, y por noche siete.

- No se hable más.

El hombrecito pidió y anotó los datos de Raúl en un libraco que tenía sobre el mostrador, se lo hizo firmar, luego descolgó una llave del tablero que había en le pared posterior, salió, tomó la valija y le rogó que lo siguiera escaleras arriba.

Semejante a un negro panteón, el frente del hotel se confundía con la noche y la hacía palidecer, pero su extravagante interior lo inquietó más aún que su fachada. La escalera, blanca en sus primeros peldaños, desaparecía a medida que subían rodeando el enrejado del antiguo ascensor, a causa de la profunda negrura. Tanta era ésta que por un momento tuvo la extraña sensación de no estar en ninguna parte, el vértigo le hizo creer que caía, y se aferró con toda sus fuerzas al pasamanos, que encontró por casualidad. El recepcionista, que ahora cumplía la doble función de botones, llegó hasta un pasillo débilmente iluminado y, sin soltar la valija, se dio vuelta buscando al nuevo huésped. Lo que vio casi le hizo soltar una carcajada, pero se contuvo.

- ¿Le pasa algo?

- No, no. Nada. -contestó Raúl, sorprendido al descubrir que allá arriba había luz.

Una luz mezquina y un breve corredor que, a la derecha, moría donde la escalera (hiedra blanca alrededor de un hueco rancio) continuaba su ascenso. El hombrecito dobló a la izquierda. y se internó en otra oscuridad. Raúl, que lo seguía, vio puertas difusas a un lado y una reja, o una baranda, al otro. Al acercarse a ella notó que formaba parte de un gran rectángulo que protegía del foso que había del otro lado.

Raúl miró hacia abajo. Nada pudo distinguir. Más allá, otras puertas confusas en un corredor paralelo; arriba, el cielo nocturno limitado por un techo de vidrio y un sinnúmero de pisos que se repetían hasta el infinito.

El botones esperaba junto a la puerta de la habitación. Una pobre propina resbaló de la mano del joven a la del hombrecillo y éste se retiró sin decir palabra. Raúl arrastró la valija hasta un rincón del cuarto, corrió la colcha, apagó la luz, se acostó y pronto, mecido por los recuerdos, se quedó profundamente dormido.

*

La mañana siguiente.

Un hilo de luz atravesaba la ventana y se transformaba en una lápida contra la pared del cuarto. Era tarde ya, casi mediodía y Raúl se hallaba entre el sueño y la vigilia. De a poco volvía a esta realidad, desorientado. De a poco recordaba (mezcladas iban imágenes del ensueño) que estaba en la habitación de un hotel, a cuatro o cinco cuadras de Plaza de Mayo.

Tenía hambre.

El reloj decía que eran las once y media. Lentamente Raúl se fue vistiendo; no tenía apuro, después de todo aquellas eran como unas vacaciones, e iba a disfrutarlas.

Descalzo, con los pantalones puestos y la camisa desabrochada, caminó hasta la ventana y corrió las persianas. Al hacer lo mismo en su casa natal acostumbraba a ver casas bajas, árboles, y a oír el canto de los pájaros; lo que vio y oyó, aquí, frente al hotel (paredes y el ruido de un terremoto) lo impresionó.

Raúl se asomó y miró hacia abajo: taxis, automóviles y colectivos exhalando venenos. Se abrochó la camisa, metió los pies dentro de los zapatos, tiró la maleta sobre la cama y salió. Afuera las borrosas puertas parecían más reales gracias a la luz del día y a sus sombras.

Las paredes, los pisos y la ardua baranda testimoniaban la antigüedad del edificio. Quizás a mediados del siglo pasado aquella hubiese sido una elegante morada, pero el tiempo la había convertido en una construcción lúgubre y envilecida.

Cruzar aquel recinto no le llevó mucho tiempo; ajeno a lo que pasaba en el exterior, el silencio era total. Las puertas de dos hojas, los dibujos que se formaban en el suelo, y el pozo sin fondo le daba la sensación de estar sobre el escenario de un teatro de pueblo con decorados pintados sobre tela. La escalera, en cambio, y el ascensor de mil años en el pasillo angosto, lo devolvían a la metrópoli.

La metrópoli, allá abajo, fue pronto alcanzada por Raúl Cortés.

En la recepción no había nadie. Raúl no perdió tiempo en esperar al hombrecito, así que bajó los cuatro peldaños y buscó un lugar donde saciar su hambre.

A escasos metros de la puerta del hotel había un restaurante. Ajedrezados manteles de hule cubrían las mesas. En todas había sal, aceite, vinagre y pan, pero ni una miga pues la gente aún no llegaba.

El primer comensal entró sin dudar.

Pidió ravioles. Mientras esperaba la gente comenzó a ocupar las mesas hasta que el local se llenó. Pronto todos estuvieron comiendo y Raúl, en especial, comió hasta quedar satisfecho. Después pidió un café y se dedicó a mirar su entorno: a la gente que comía apurada; a los cuadros que ornamentaban las paredes; al mozo; a la mujer que estaba detrás de la caja; al cocinero que se asomaba de vez en cuando; a las mesas y a las sillas vulgares; a la puerta que... ¡daba a la recepción del hotel!

En efecto, una puerta que no había visto al bajar, conducía directamente al Patmos. Esto llamó su atención y al pedir la cuenta preguntó al mozo si el restaurante tenía algo que ver con el hotel.

- Claro; esa señora que está allí -dijo señalando a la mujer detrás de la caja - es la dueña. ¿Por qué lo preguntás?

-Por curiosidad, nada más. Alquilo una pieza en el hotel desde anoche y no sabía que el restaurante y el hotel...

-¿Querés hablar con ella?

-No, no; está bien. Gracias.

El mozo se alejó con el dinero abonado y Raúl continuó tomando su café y mirando a la gente que entraba, salía, pasaba... Era un día maravilloso, ideal para ir a conocer la ciudad.

-Hola.

Raúl se dio vuelta para ver de quien era esa voz y ese perfume. La dueña del hotel, en persona, estaba detrás de él.

-¡Buenos días!- saludó Raúl.

La mujer se sentó frente al muchacho y mientras lo hacía, preguntaba, con una sonrisa, si podía hacerlo.

-¿Vos sos el nuevo huésped?

- Sí.

- Yo soy Isabel, la dueña del hotel y del restaurante.

- Sí, sí. Me dijo el mozo. Anoche hablé con el encargado y acordamos que pagaría por mes...

-No te hagas problemas por eso. ¿Estás conforme con la habitación?

-Sí. Es grande y cómoda.

-Bueno. ¿Te vas a quedar mucho tiempo?

-Si encuentro trabajo y entro al instituto, es posible que me quede un buen tiempo, dos o tres años quizás.

-¿Buscás trabajo?

-Sí.

-¿Qué clase de trabajo?

-Cualquier cosa. No tengo pretensiones. En realidad yo soy electricista y he trabajado como mozo durante tres años en el restaurante de mi pueblo.

-¿De dónde sos?

- De Gavilanes, Misiones.

- ¡Misiones! Linda provincia.

-¿Conoce?

-Sí, estuve un par de veces. Pero no me trates de usted, que no soy tan vieja. ¿Cuál es tu nombre?

-Raúl. Raúl Cortés.

-Bueno Raúl, tuteame.

-Está bien.

-¿Así que buscas trabajo y tenés experiencia como mozo?

Raúl asintió, intrigado. ¿Por qué le hacía tantas preguntas? ¿Acaso dudaba de su solvencia? El dialogo le develó el misterio.

- ¿No querés trabajar aquí?

- ¡Aquí!

-Sí, de mozo.

-Acepto -dijo Raúl con la risa a punto de salírsele de la cara.- ¿Cuando empiezo?

-Me imagino que querrás ir a conocer Buenos Aires, así que... ¿pasado mañana te parece bien?

-Claro. ¡Gracias!

Terminada la conversación la mujer (aquella buena mujer) cruzó la puerta que comunicaba con el hotel y no volvió a su puesto de cajera, hasta la hora de cerrar. Al terminar el café Raúl salió a descubrir la ciudad.

¡Qué decir de ella! Avenida de Mayo. Florida. Corrientes. El muchacho de la selva y las tierras coloradas estaba recorriendo un mundo al que muy poca justicia se le había hecho. Un mundo que cambiaba con cada momento a medida que la luz del sol era reemplazada por la propia. Un mundo nuevo del que se estaba enamorando.

Repentinamente el cansancio se hizo sentir. Miró el reloj. El día casi terminaba. Eran las once y media de la noche, y no se había comunicado con La Púrpura Real.

Caminando despacio, volvió al hotel. Estaba fatigado y los pies le dolían. También estaba molesto por no haber llamado y se prometió que mañana, a primera hora, se pondría en contacto con la voz que intercedía entré él y su sueño.

Por calles cuyos nombres aún no conocía, volvió hasta la escalera clara-oscura que lo llevaba hasta su dormitorio. El hombrecito no estaba en la recepción, y nadie ocupaba su lugar. El ascensor, que la noche anterior había creído descompuesto, reposaba en la planta baja. Buscó al encargado inútilmente. ¿Para qué? Una estupidez. Quería pedirle permiso para subir en aquel viejo armatoste.

Esperó. Luego, un ruido; una sacudida. Un estremecimiento. Y el ascensor se fue sin Raúl.

Arriba, puertas que se abrían y cerraban. Una sacudida. Y el ascensor que bajaba. En su interior un hombre que cómodamente pasaba los cincuenta años, alto, canoso, bigotes y bien vestido, descendía.

Abajo, el hombre abrió una puerta. Raúl abrió la otra. El hombre saludó, el muchacho retribuyó. Uno salió, el otro entró. El hombre se internó en la noche. Raúl subió, entró en la pieza, se desvistió y, acostado boca arriba, miró el cielo raso hasta que se quedó dormido.

Al día siguiente, perdido entre plazas y vidrieras, olvidó llamar a la Púrpura Real.

4

Aquel absurdo accidente donde murieron sus padres lo dejó solo con su abuela rusa, la tía soltera y un tío timbero, domador de caballos y narrador de historias; historias que fueron aderezando de fantasías su adolescencia; fantasías que sirvieron para equilibrar su mente ante la fabulosa y confusa realidad que le tocaba vivir; historias que mitigaron su soledad y le indicaron el camino. Historias exóticas de un mundo desaparecido hacía mucho tiempo.