Pecados inocentes - Anne Mather - E-Book

Pecados inocentes E-Book

Anne Mather

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Los recuerdos de una noche de verano de hacía muchos años, en que con toda la provocativa inocencia de la juventud se coló en la habitación de su hermanastro, descubriendo el amor y la felicidad, aún perturbaban a Laura Neill. Tras marcharse de su casa, al creerse traicionada, Laura no había regresado desde hacía ocho largos años. ¿Podría encontrarse cara a cara con Oliver, sin confesarle el apasionado amor que todavía sentía por él?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 208

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2000 Anne Mather

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pecados inocentes, n.º 1166- agosto 2022

Título original: Innocent Sins

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1141-084-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Oliver oyó el teléfono mientras subía corriendo las escaleras que llevaban a la puerta principal. Un rayo de sol vespertino iluminó los montones de nieve que, seguramente, Thomas había limpiado temprano aquella mañana. Pero, aunque estaba casi seguro de que su sirviente estaba en casa, parecía obvio que el anciano no iba a responder a la llamada.

Lo que le llevaba a creer que sabía de quién se trataba, que a su vez hacía pensar a Oliver que debía ser su madre. La decisión de Thomas de no hacer caso del teléfono, solo podía deberse a que Stella se hubiera pasado casi todo el día llamando. Stella y él nunca se habían caído bien, y tal vez el hecho de que su madre esperara que hubiera regresado la mañana del día anterior fuera el motivo de su impaciencia por saber cómo le había ido el viaje.

O no.

Oliver esbozó una sonrisa sarcástica, mientras metía la llave en la cerradura. La experiencia le había demostrado que Stella raramente se interesaba por algo que no la afectara a ella de modo inmediato, y si se había pasado el día llamando por teléfono, debía tener algo personal en la cabeza.

Agradeció el calor que le dio la bienvenida al abrir la puerta. Oliver hubiera preferido no tener que regresar a Londres en medio de uno de los peores días de invierno, sobre todo después de haberse pasado las últimas tres semanas sudando a mares en la selva de Malaisia.

—¡Señor Oliver! —para alivio suyo, el teléfono dejó de emitir el estridente sonido, al mismo tiempo en que Thomas Grayson aparecía al final del largo pasillo que procedía del otro extremo de la casa. Aunque había tratado de convencer al anciano de que no hacía falta que empleara tantas formalidades, Thomas insistía en dirigirse a él de aquel modo.

Oliver posó en el suelo la bolsa de viaje que contenía su equipo fotográfico y, después de cerrar la puerta se apoyó en ella, descansando un momento. No solía pararse a contemplar la elegante belleza de aquella estrecha casa georgiana de cuatro pisos, que era su hogar, pero siempre se sentía aliviado al ver que nada había cambiado en su ausencia.

—Esperaba su regreso ayer, señor Oliver.

El tono de Thomas era casi reprobador y Oliver se preguntó si acaso le estaría culpando por su tardanza.

—El avión salió con retraso de Singapur, y ha habido una tormenta de nieve en todo el oeste de Europa durante las últimas veinticuatro horas, por si no te has enterado —le respondió, secamente—. Pero, no te preocupes y, por cierto, yo también me alegro de verte.

Thomas que estaba a punto de arrebatar la bolsa de las manos de su patrón, se puso de repente muy envarado.

—¡Oh, lo siento, señor Oliver! —le dijo, con evidente sinceridad—. Por supuesto que me alegro de tenerlo de nuevo en casa. Pero… —calló un momento—, me temo que ha habido una pequeña emergencia en su ausencia.

—¿Qué ha pasado ahora?

Oliver no se sentía en aquel momento con fuerzas para afrontar otra de las crisis de su madre, si era a eso a lo que se refería Thomas. Su optimismo inicial dio paso a la resignación. Stella siempre se encontraba en estado de emergencia, sobre todo últimamente, ya que se sentía incapaz de vivir con el dinero que le daba Griff.

—Su madre lleva tratando de contactar con usted desde hace dos días —continuó Thomas, y por un momento Oliver se preguntó si Laura podría tener algo que ver en el asunto. Su hermanastra solía ser como una espina para Stella, pero se había marchado a vivir a los Estados Unidos hacía ya casi siete años—. Lamento tener que comunicarle que su padrastro murió hace dos días —añadió Thomas, con suavidad—, y la señora Williams ha tratado desesperadamente de ponerse en contacto con usted desde entonces.

La resignación de Oliver se desvaneció.

—¿Así que por eso rehusaste responder el teléfono?

—Bueno, sí —Thomas se puso a la defensiva—. La señora Williams estaba poniéndose, bastante… bueno, abusiva. Me acusaba de no darle sus mensajes. No se podía creer que no supiera dónde estaba.

Oliver se imaginó que su madre debía haberle dicho a Thomas algo realmente desagradable para que se negara a contestar a sus llamadas de aquella manera.

—Si hubiera telefoneado a las líneas aéreas, habría averiguado el motivo de mi retraso —le dijo, con cansancio. Había estado viajando dos días y se encontraba agotado. Lo que más le apetecía era darse una ducha caliente y meterse en la cama y, sin embargo, iba a tener que ocuparse del asunto de su madre y se imaginaba lo angustioso que iba a ser—. Será mejor que la llame —le dijo, abandonando su esperanza de descansar. Recogió la bolsa que contenía su equipo fotográfico y empezó a subir las escaleras por delante de Thomas.

—¿Podrías ponerme unas mudas limpias en una bolsa, por si acaso tengo que ir a Penmadoc?

—¿No estará diciendo que piensa conducir esta noche hasta Penmadoc? —preguntó Thomas, horrorizado.

—Seguramente no me quede más remedio —replicó Oliver, mientras entraba en la pieza situada a su izquierda. En el primer piso estaba el estudio, donde se encontraba en ese momento, el comedor y la sala de estar y, en el segundo, la habitación de Oliver, y dos habitaciones de invitados. Lo primero que hizo fue acercarse al bar y servirse un whisky—. Ya sé, ya sé —gruñó, al ver como Thomas lo miraba con desaprobación—, pero es que necesito tomar fuerzas. Te prometo que tomaré un sándwich con un café antes de irme.

Thomas seguía sin estar contento, pero en los ocho años que llevaba trabajando para Oliver, había aprendido a saber cuando retirarse. Dejó solo a su patrón para que hiciera su llamada y continuó hasta la segunda planta donde Oliver le oyó abrir y cerrar cajones y correr perchas en su vestidor.

El teléfono sonó un buen rato hasta que alguien respondió. Oliver se estaba empezando a preguntar si su madre había supuesto que era él y se estaba vengando por no haberse encontrado allí cuando lo había necesitado. Se trataba del tipo de cosas que Stella era capaz de hacer, aunque seguramente, no en un momento como aquel.

Podía imaginar el eco del teléfono en aquel viejo vestíbulo lleno de corrientes, con sus techos de vigas y el suelo desigual, pero perfectamente abrillantado. No recordaba haber sentido calor de hogar en aquella casa. Laura solía decir que estaba encantada y, cuando era más joven, casi se lo había creído.

Laura…

—¿Penmadoc Hall? —respondió una voz con fuerte acento galés, interrumpiendo sus recuerdos.

—¡Oh, hola! Soy Oliver Kemp. ¿Está mi madre?

—Oliver —el tono le resultó familiar, pero demasiado dulce para ser el de Eleanor Tenby—. Tu madre estará encantada de oírte . Iré a buscarla.

—Gracias.

Oliver no intentó entablar conversación con ella, a pesar de que era poco corriente que, Nell, la tía de Laura mostrara ninguna consideración hacia él o su madre. De no haber sido porque se trataba de la hermana de Maggie Williams y porque Penmadoc había sido siempre su hogar, ya haría mucho tiempo que Stella se hubiera librado de ella. Pero, aunque Griff le había complacido en casi todo, en lo concerniente a Eleanor era inamovible.

Y, en el fondo, a su madre le había venido bien tener una gobernanta y ella tenía experiencia, ya que la madre de Laura había estado enferma durante varios años antes de morir y Eleanor se había hecho cargo de la casa. Cuando Maggie murió y Griff se volvió a casar, Eleanor había mantenido su posición. Al principio, Stella había protestado, pero, nunca había sido el tipo de mujer que disfrutara de las tareas domésticas.

—¿Oliver?

La voz de su madre le sonó estridente y, aunque ya estaba acostumbrado a su dramatismo, Oliver tuvo la impresión de que esta vez estaba más disgustada de lo habitual. Había una nota de histeria en su tono que no se había esperado y se preparó para consolarla lo mejor que pudiera.

—¡Hola, mamá! —la saludó, con su irreverencia habitual— Siento mucho lo de Griff, debes estar destrozada —añadió, con suavidad.

—Así es —su voz sonaba temblorosa—. ¿Dónde demonios has estado, Oliver? Llevo días tratando de dar contigo.

—Lo sé, Thomas me lo dijo.

—¡Thomas! Esa vieja comadreja tuvo el valor de decirme que no sabía cómo contactar contigo. Como si te hubieras marchado sin dejar un número de teléfono.

Oliver respiró profundamente.

—Y no mentía, mamá. Salí de Singapur esta mañana, pero el avión sufrió un retraso por un problema de motor en Bahain, y luego con lo del mal tiempo…

—Podías haber llamado a casa.

—¿Para qué? —Oliver sintió que la compasión inicial por su madre se convertía en irritación—. Thomas no está ciego y podía ver como se había puesto el tiempo, solito.

—¿Es una indirecta?

La voz de Stella tembló un poco y Oliver se dio cuenta de que la muerte de Griff le había dolido más de lo que hubiera pensado, porque estaba acostumbrado a oírle quejarse de las desventajas de estar casada con un hombre bastante más mayor que ella, que al parecer no entendía por qué siempre se quedaba corta de dinero.

—No es una indirecta —le dijo, con suavidad—. Naturalmente, si hubiera sabido lo de Griff…

—Sí —para alivio suyo, Stella parecía haber recuperado el control de nuevo—. Sí, bueno, supongo que tienes razón. Estaba perfectamente bien cuando te fuiste, ¿verdad? ¿Cómo íbamos a pensar que moriría tres días después? Por un momento su voz volvió a sonar estridente, pero enseguida se tranquilizó—. Pensarás venir, ¿verdad?

—Por supuesto —Oliver se dio cuenta de que no podía rehusar—. Comeré algo y me pondré en camino.

—¡Gracias a Dios! —Stella pareció muy aliviada y Oliver se dio cuenta de que para su madre sus sentimientos contaban muy poco, aunque en realidad, debía reconocer que siempre lo había sabido—. Te esperaré levantada.

Antes de que colgara, Oliver se sintió obligado a preguntarle algo.

—¿Cómo… cómo sucedió lo de Griff?

—Sufrió un ataque al corazón —dijo Stella, que no parecía tener muchas ganas de darle más explicaciones por teléfono—. Conduce con cuidado.

Colgó y Oliver sintió que le temblaba la mano, al pensar que su padrastro había muerto de un ataque al corazón, porque nunca había oído que tuviera problemas cardiacos, aunque la verdad era que en los veinte años que llevaba casado con su madre nunca habían sido amigos.

Había tantas cosas que deseaba saber. Se preguntó si Laura volvería a casa para el funeral. No había regresado cuando su matrimonio con Conor Neill se fue a pique, pero aquello era diferente. Su trabajo estaba en Nueva York donde se había labrado un futuro, no había razón alguna para que regresara a Inglaterra, o más exactamente a Gales, cuando tenía un buen empleo en los Estados Unidos.

Y, por supuesto, para Stella había sido un alivio. Lo último que deseaba era que su hijastra volviera y se aliara con su padre en contra de ella. Oliver estaba seguro de que Stella siempre había sentido celos de la relación que tenía Laura con su padre. Y Laura nunca la había perdonado por remplazar a su madre menos de un año después de su muerte.

—He dejado ropa limpia en su habitación, señor Oliver —dijo Thomas, que se había dado cuenta de que a su patrón le pasaba algo—. Supongo que querrá darse una ducha antes de partir —añadió—. Cuando baje le tendré preparado un café y una cena ligera.

—Solamente un sándwich, gracias —le dijo, con cansancio—. Comí algo en el avión y no tengo hambre —calló un momento, antes de continuar, agradecido—. Pero el café me vendrá muy bien. ¿Hay bastante gasoil en el coche?

—Espero que utilice el Jeep —le dijo, con la ceja levantada, y Oliver asintió con la cabeza. También poseía un Mercedes, pero el todo terreno era el vehículo más seguro aquella noche. El tiempo era demasiado malo como para sobrepasar la velocidad permitida, y estaba seguro de que, tras pasar el puente Severn, las condiciones meteorológicas empeorarían.

Para cuando estuvo listo, ya se había hecho de noche. La corta tarde de invierno había dado paso a una noche heladora y no le hacía ninguna gracia emprender viaje a Gales. Cuando bajó, Thomas le había preparado café, sopa y un sándwich, tal y como había prometido.

—Para que entre en calor —le dijo, cuando Oliver entró en la cocina.

La vivienda de Thomas se encontraba en los bajos de la vivienda, que era también donde Oliver tenía su taller de revelado y, en las tardes de verano Thomas a veces le servía las comidas en el jardín que había en la parte trasera de la casa.

El teléfono volvió a sonar, mientras Oliver se estaba tomando la sopa y, esta vez, Thomas no dudó en responder.

—Es la señorita Harlowe —le dijo, cubriendo el auricular con la mano—. ¿Desea hablar con ella o le digo que ya se ha marchado?

—¿Le vas a mentir? —se burló Oliver—. Hablaré con ella —le dijo, tendiendo la mano para tomar el teléfono. Debía una explicación a Natalie, de dónde iba a estar, con toda probabilidad, durante los próximos días—. ¡Hola, cariño, me alegro de oírte! ¿Me has echado de menos?

—¿Acaso te importa? —Oliver suspiró, al darse cuenta de que también Natalie estaba enfadada con él. Llevo toda la tarde esperando que me llames. Llamé al aeropuerto y me dijeron que tu avión había sufrido un retraso, pero…

—Hace una hora que he regresado —se apresuró a interrumpirle Oliver—. Te iba a llamar, pero…, bueno, ha sucedido algo.

—¿El qué? —Natalie no parecía apaciguarse.

—Me llamó mi madre —le dijo Oliver, dando un mordisco al sándwich y, tras masticarlo rápidamente añadió—: ella también había estado tratando de ponerse en contacto conmigo.

—¿Estás comiendo?

Natalie pareció ultrajada y Oliver tragó lo que tenía en la boca antes de seguir hablando.

—Sí. Estoy intentando tomar fuerzas para el viaje. Tengo que ir a Penmadoc esta noche.

—¡A Penmadoc! No puedes estar hablando en serio.

—Me temo que sí —negó con la cabeza en respuesta a Thomas que le preguntaba por señas si quería otro sándwich—. Mi padrastro sufrió un ataque al corazón hace dos días.

—¡Oh, lo siento! —Natalie era toda amabilidad, ahora—. ¿Ha sido algo serio?

—Ha muerto —se limitó a responder Oliver—. Por eso quiere mi madre que vaya a su casa esta noche. Soy su única familia y, naturalmente, desea que esté a su lado.

—¿Quieres que vaya contigo?

Oliver se sintió tentado por un momento a aceptar su ofrecimiento, pero recordó a Laura y se apresuró a rehusar.

—Creo que es mejor que no vengas, cariño —le dijo—. Los funerales son ceremonias muy familiares y todavía no sé cómo, ni cuándo van a ser.

—¿Estará tu hermanastra?

La pregunta de Natalie parecía muy inocente, pero Oliver se dio cuenta enseguida de que estaba enfadada. Desde que mencionara que además de ser guapa, era inteligente, Natalie no la soportaba. Lo cual era ridículo, teniendo en cuenta que no se conocían.

—Puede que esté —le dijo, con tranquilidad—, pero de ser así, yo seré la última persona a la que querrá ver.

—¿De verdad esperas que me lo crea? No he olvidado que me dijiste que cuando no erais más que unos niños quiso ligar contigo.

Oliver juró para sí y pensó que debía haber estado borracho para decirle eso a Natalie.

—Pero no me creíste, ¿verdad? —le dijo, fingiendo incredulidad—. Vamos, cariño, solo estaba bromeando. ¡Por el amor de Dios, han pasado más de ocho años desde la última vez que Laura y yo nos vimos!

Natalie permaneció un momento en silencio y, después, dijo con cautela:

—Entonces, ¿no fue a tu habitación y se metió en la cama contigo?

—¡No! —exclamó Oliver, al tiempo que pensaba que debía haber estado más borracho de lo que suponía.

—¿Y tu madre no se dio cuenta y os amenazó a los dos?

—¿No te he dicho ya que no? —aquello era más de lo que Oliver podía soportar aquel día—. Vamos, Natalie, solo estaba bromeando. A veces eres tan inocente, que no puedo resistir la tentación de tomarte el pelo.

—¡Eres un canalla! Parecías estar hablando tan en serio, que pensé que era verdad.

—Mira, cariño —le dijo, tratando de poner fin a la conversación—, de verdad que me tengo que ir.

—Pero, ¿y qué pasa con la fiesta de los Rice? —por suerte, a Oliver le había resultado fácil cambiar de conversación—. ¿No podrías regresar mañana? Estoy segura de que no podrás hacer gran cosa en Penmadoc.

—Excepto estar allí con mi madre —sugirió Oliver, secamente—. Lo siento cariño, pero vas a tener que ir tú sola.

—¡Como si fuera la primera vez! —murmuró, Natalie—. Muy bien, pero me llamarás por teléfono para contarme lo que está pasando.

—Te lo prometo.

Oliver se sintió aliviado por haber podido escapar tan fácilmente, pero tras colgar el teléfono, le costó apartar de su mente las imágenes que habían evocado las palabras de Natalie. Enfadado consigo mismo se dijo que aquel no era el momento más oportuno para pensar en Laura, ni en aquella inolvidable noche de verano, que le llevó a dejar el país aquel otoño y viajar por Europa durante un año, tratando de olvidar lo sucedido, en vez de empezar sus estudios en la universidad.

—¿Se da cuenta de que son más de las seis, señor Oliver? —el tono ansioso de Thomas interrumpió sus pensamientos—. Estoy seguro de que no es prudente que conduzca hasta Gales esta noche. Hay visibilidad reducida en la M4 y tráfico ha advertido que no se debe viajar, a no ser que sea completamente necesario. ¿No cree que su madre lo entendería si usted…

—Olvídalo —Oliver se apartó de la mesa. Para mi madre esto es una emergencia. Además, el tiempo podría empeorar y no quiero encontrarme mañana con que no puedo llegar porque ha caído una nevada.

Thomas se encogió de hombros.

—Bueno, si está decidido…

—Lo estoy, pero no te preocupes, porque si la cosa se pone fea, pasaré la noche en un motel.

—Así lo espero.

Thomas no parecía muy convencido.

—Escucha, me tengo que ir —le dijo—. ¿No te parece que ya tengo bastante encima para que además me presiones tú también?

—Solo me preocupo por su bienestar, señor Oliver —le respondió Thomas, dolido.

—Lo sé.

—Pero debo decir que esta es la primera vez que lo veo tan decidido a obedecer a su madre —añadió Thomas malhumorado y Oliver hizo una mueca burlona.

—Por ese camino tampoco vas a conseguir nada —le dijo , colgándose la mochila de un hombro—. Te llamaré por teléfono mañana desde donde esté, y le daré a Stella tus condolencias, ¿vale? Estoy seguro de que no quieres que piense que no te importa su desgracia.

—Ya he expresado mis condolencias a la señora Williams —replicó Thomas, indignado—, aunque debo decir que pareció no apreciarlas mucho. Tendrá cuidado, ¿verdad? —añadió, porque el cariño que tenía por su patrón era genuino.

—Sí, no te preocupes.

Oliver dio una palmadita en el hombro del anciano al pasar y después, tras pensar con tristeza en las fotografías que tenía en mente revelar al día siguiente, tomó las llaves y se dirigió a la puerta.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Laura se estremeció.

A pesar del calor que emanaba todavía de la vieja cocina de carbón, situada en una esquina, hacía una noche heladora. El frío traspasaba las suelas de sus zapatillas y se preguntó por qué Stella no había cambiado las baldosas de piedra por unas más modernas. Aunque, por supuesto, podía adivinar la razón. La cocina era todavía dominio de la tía Nell y dudaba de que su madrastra la pisara como no fuera para dar órdenes. Las tareas domésticas y cocinar no la habían atraído nunca.

Pero fue agradable ver que algunas cosas no habían cambiado en Penmadoc cuando el resto lo había hecho, y tanto. Todavía le costaba creer que su padre hubiera muerto, pero era cierto, y Stella era ahora la señora de la casa.

Recordaba que hacía solo seis meses que había visto a su padre en Londres, y le había parecido tan saludable como siempre, aunque tal vez un poco más agitado de lo habitual, hecho que ella había atribuido a lo contento que estaba de volverla a ver. Pero en ese momento se preguntaba si no trataba de ocultarle algo. Stella le había dicho que no había sabido nada de sus problemas cardiacos, pero podía habérselo estado ocultando también a ella.

Se le hizo un nudo en el estómago. Si lo hubiera sabido. Si hubiera tenido el más mínimo presentimiento de que las cosas no marchaban debidamente, pero, desde luego, no había heredado las dotes adivinatorias de su abuela.

Según la versión de su madrastra, el ataque de corazón de su padre les había pillado a todos por sorpresa. Al parecer, aquel día se levantó temprano para montar a caballo, regresó a casa sobre las tres y se fue directamente a su estudio, donde lo encontró un par de horas más tarde, sobre la mesa, con el vaso de whisky que había estado bebiendo todavía en la mano.

Laura suspiró temblorosa y pensó que ojalá no hubiera sufrido. Cuando le había dado la noticia de la muerte de su padre a su jefe en la editorial neoyorquina para la que trabajaba, le había dicho que era la mejor muerte que se podía tener, pero Laura estaba de acuerdo solo en parte: tal vez hubiera sido bueno para su padre, pero no para la gente que lo quería.

Volvió a temblar, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas, y se ajustó la bata de chenilla que llevaba puesta, acercándose más a la chimenea. Por suerte, todavía la encendían en invierno y aún había algunos rescoldos.

Suspiró y miró a su alrededor. Había bajado para tomarse un vaso de leche caliente, porque no podía conciliar el sueño. Su cuerpo todavía no se había habituado al desfase horario, ya que aunque allí era más de medianoche, en Nueva York todavía no había terminado la tarde. Puso a calentar la leche, pero tardaba mucho en hervir, y pensó que tal vez debería calentar también agua para llenar una botella y calentarse la cama, porque a ese paso, para cuando volviera a acostarse estaría congelada.

El movimiento de uno de los rescoldos la sobresaltó, pero pensó enseguida que por lo menos era algo inofensivo, porque, desde luego, le había parecido oír fuera un ruido, como de algo cayéndose. Aquella noche estaba muy nerviosa y era consciente de que estaba sola en la planta de abajo.

La leche empezó a hervir en el preciso momento en que alguien trataba de abrir la puerta de la calle. Aquel ruido metálico que hacía el pestillo, cuando todavía estaba el cerrojo en su sitio, era inconfundible. Laura contuvo la respiración y no se dio cuenta de que la leche estaba hirviendo hasta que no le llegó el olor a quemado.