Pensar a Dios desde la teología y la filosofía: Problema. Misterio. Encarnación. - Alberto F. Roldán - E-Book

Pensar a Dios desde la teología y la filosofía: Problema. Misterio. Encarnación. E-Book

Alberto F. Roldán

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Beschreibung

El autor nos lleva a dialogar sobre Dios y de la mano de reconocidos filósofos y teólogos de los siglos XX y XXI. La obra te lleva a pensar en las preguntas esenciales del ser humano y no por imaginar a un ser celestial objetivado y abstraído de la realidad. En consecuencia, pensar en Dios no puede reducirse a conocimiento, también se relaciona con la experiencia y sabiduría. Su obra nos hace reflexionar sobre los temas más actuales de la teología en un contexto de ateísmo y creciente secularismo, donde cada vez son más las personas ajenas a la preocupación por Dios, de tal modo que en ellas se manifiesta la "muerte de Dios" de un modo explícito, cuando son incapaces de sentir y concebir la realidad divina. El autor abarca temas como: Teología, naturaleza y alcances; Dios como problema; Pensar a Dios desde las "mediaciones del rostro y la carne" (por medio de un encuentro íntimo de respeto); La revelación de Dios; La revelación y su relación con Cristo y la Trinidad; Teología de la Trinidad y revelación en relación dialéctica; Teología de la realidad; El Reino y el fin de la historia; Adoración y escatología; De la tragedia a la esperanza; ¿Dónde está Dios en todo lo humano?; La encarnación del Logos según la inversión fenomenológica. En compañía de K. Barth, P. Tillich, E. Lévinas, Jean-Luc Marion, Michel Henry entre otros, el autor nos ayudará a entender el ser de Dios y su revelación tocante a aspectos que siguen siendo fundamentales en la reflexión cristiana sobre el carácter trinitario de Dios, la encarnación del Logos, el Reino de Dios, la escatología, la esperanza y el fin de la historia, el papel del cristiano en la sociedad, entre otros temas.

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Seitenzahl: 503

Veröffentlichungsjahr: 2024

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PENSAR

(a) DIOS

desde

LA FILOSOFÍAY LA TEOLOGÍA

ALBERTO F. ROLDÁN

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© 2024 por Alberto F. Roldan.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)».

© 2024 por Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

Pensar a Dios desde la filosofía y la teología

ISBN: 978-84-19779-17-5

eISBN: 978-84-19779-18-2

Religión

Filosofía

Acerca del autor

Alberto F. Roldán es Doctor en teología por el Instituto Universitario ISEDET, título expedido por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación de Buenos Aires (Argentina). Máster en Ciencias Sociales y Humanidades (filosofía política) por la Universidad Nacional de Quilmes. Máster en Educación por la Universidad del Salvador (Argentina). Bachiller y licenciado en teología por la Universidad Evangélica de las Américas (UNELA). Máster en teología por el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires. Realizó estudios sobre Nietzsche (Universidade Estadual de Londrina, Brasil) y de filosofía, ética y metafísica (Universidad Santo Tomás de Aquino, Argentina). Su experiencia profesional en el campo de la docencia le ha llevado a ser Director del Instituto Bíblico Bahía Blanca de Argentina, Decano del Instituto Teológico Fiet, Director del programa de Bachillerato Superior de Fiet, Director de posgrado de Fiet. En varias instituciones se ha desempeñado como profesor de historia de la Iglesia, hermenéutica contemporánea, teología sistemática, teología contemporánea y latinoamericana, teología y literatura hispanoamericana, teología filosófica moderna y ética social, entre otros cursos. Ha dictado conferencias en casi todos los países de América Latina, Estados Unidos, España y Corea del Sur. Reclamado conferencista, ponente y columnista, ha escrito distintos artículos de divulgación y monografías, así como artículos científicos. Es profesor adjunto de la Universidad Evangélica del Paraguay, Universidad Adventista del Plata (Argentina), Semisud (Ecuador) y Lee University (Cleveland, EE. UU). Fue miembro de varias entidades tales como el Consejo Argentino para la Libertad Religiosa, Federación Argentina de Iglesias Evangélicas, la Society of Biblical Literature, la Fraternidad teológica Latinoamericana (FTL) y fundador -junto al Dr. David Roldán- de la revista digital Teología y cultura. En 2016 recibió el Premio Personalidad Teológica 2016: Asociación Evangélica de Educación Teológica en América Latina (AETAL). Ha escrito más de una veintena de libros, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés y al portugués.

Para Emi,

que conjuga

el verbo amar

en miles de modos

y de tiempos.

Índice

Prólogo por Alfonso Ropero

¿Por qué escribí este libro?

¿Por qué leer este libro? Por Martín Hoffmann

I.Teología, naturaleza y alcances

¿Qué beneficios ofrece el estudio de la teología hoy?

II. Dios como problema

1.De “la muerte de Dios” a un Dios con nosotros

2.¿Cómo viene Dios a la idea?

3.Dios como problema para los creyentes

4.Dios, ¿interesa a los creyentes?

5.Nuevas metáforas para hablar de Dios hoy

III. Pensar a Dios desde las mediaciones del rostro y la carne

1.¿Qué son los fenómenos saturados?

2.Pensar a Dios desde el rostro del ‘otro’

3.Pensar a Dios desde el amor expresado en la carne

IV. La Revelación de Dios

La Revelación general de Dios en el enfoque de Bernard Ramm

V. La Revelación y su relación con Cristo y la Trinidad

1.La Revelación como concentrador de otros fenómenos saturados

2.La relación entre Revelación y Cristo

3.La relación entre Revelación y Trinidad

VI. Teología de la Trinidad y Revelación en relación dialéctica

1.Perfil de Karl Barth

2.Una teología trinitaria

3.Una teología de la revelación

4.La relación dialéctica entre Trinidad y revelación

VII. Hacia una teología de la realidad

1.Breve semblanza de Dietrich Bonhoeffer

2.Jesucristo: realidad concreta en el mundo

3.La mundanidad de la Iglesia: más allá de Kant y de Hegel

VIII. El Reino de Dios y el fin de la historia

1.El fin de la historia

2.Conceptos de “historia”, “Reino de Dios” y “fin”

3.Tres significados del “fin de la historia”

4.Posibles fuentes donde abreva Tillich para su visión del Reino y el fin de la historia.

5.Importancia del tema para la praxis cristiana en el mundo

IX. Adoración y escatología

1.Adoración y escatología: hacia una definición de ambos conceptos

2.Acción de Dios en la historia e intervención escatológica en Isaías 25

3.La adoración en Apocalipsis 4 y 5

4.Adoración y escatología según Jürgen Moltmann

X. De la tragedia a la esperanza

1.La tragedia expresada en binomios opuestos

2.La culpa superada por la fe

3.La esperanza en la salvación escatológica del “pan-Israel”

4.Implicaciones eclesiales y sociopolíticas

XI. ¿Dónde está Dios en todo lo humano?

1.Acción social cristiana

2.Acción política cristiana

XII. La encarnación del Logos según la inversión fenomenológica

1.Fenomenología de la «carne»

2.La encarnación: objeto de estudio y método

3.La fenomenología y su inversión

4.La fenomenología de la vida

5.De la concepción helénica del cuerpo a la fenomenología de la carne: Tertuliano e Ireneo

6.Recapitulación

7.Relación con el otro: el cuerpo místico de Cristo

8.Más allá de la fenomenología y la teología

Postfacio

Bibliografía

Prólogo

En la presente obra, su autor, el Dr. Alberto Roldán, nos introduce en un diálogo con los gigantes, no con los gigantes de la mitología antigua, sino con los gigantes del pensamiento teológico y filosófico de nuestros días: K. Barth, P. Tillich, E. Lévinas, Jean-Luc Marion, Michel Henry…, con vistas a entender más y mejor el ser de Dios y su revelación tocante a aspectos que siguen siendo fundamentales en la reflexión cristiana sobre el carácter trinitario de Dios, la encarnación del Logos, el Reino de Dios, la escatología, la esperanza y el fin de la historia, entre otros temas.

Se ha dicho por activa y por pasiva que somos como enanos encaramados sobre los hombros de los gigantes, de modo que desde esa posición privilegiada que ellos nos ofrecen podemos disfrutar de una panorámica que nos estaba oculta, y un amplio horizonte que ensancha nuestra mente y nuestro espíritu. Es lo que siempre ocurre cuando reflexionamos teológicamente sobre Dios y su revelación en la escuela de los grandes. No hay nada más letal para la teología cristiana que acomodarse a viejas letanías y quedarse petrificado como la mujer de Lot contemplando la ciudad que nos era tan familiar. Los credos, los dogmas, las doctrinas, son necesarios, no como cárceles de hierro sino como estímulos que dotan al espíritu de la confianza y el valor necesario para seguir ahondando en el misterio de Dios. Estamos en camino, hijos de una aparente larga espera del que nos prometió su regreso, y nos advirtió a permanecer en guardia y no dejar que nuestra luz se consuma como un pábilo mortecino o se convierta en un remedo de lo que un día fue, a saber, un acicate, un impulso, una clave para entendernos a nosotros mismos desde la fe, la gracia y el perdón, y entender a la vez todo cuanto nos rodea, discerniendo, o tratando de discernir qué nos indica el signo de los tiempos conforme al espíritu del Evangelio. La manifestación última del deseado de las naciones está precedida por una serie de apariciones, teofanías, que han revitalizado la fe de la Iglesia a lo largo de la historia como destellos de la gracia, dando origen a nuevos Pentecostés en los que Dios vuelve a hablar al corazón de cada cual en su propia lengua, en su necesidad y angustia; en su anhelo y su alegría contenida.

Aunque muchos cristianos no parecen haber reparado en ellos, los teólogos, al «aplicar racionalidad en la elaboración del pensamiento teológico», como nos dice Alberto Roldán, contribuyen a insuflar vida, espíritu, dinamismo, fuego, entusiasmo, que es el sentido religoso y cristiano por excelencia. «Fervor interior» del Dios que se nos comunica en el interior, que ese el sentido original del entusiasmo en el idioma griego del que nuestro idioma ha tomada prestada esa palabra: enthousiasmós (ἐνθουσιασμός), Dios, éntheos (ἔνθεος), en nosotros. Pensar a Dios va aparejado con amar a Dios, como se recuerda desde el principio en la vieja ley de Moisés, y que el Señor Jesús reitera para sus discípulos: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mt 22:37; cf. Dt 6:5).

La teología es una labor intelectual, pero no nos equivoquemos, no está solo al servicio de la academia, o de la vanidad del saber, sino de la vida, de la vida de todos nosotros y de los que nos rodean, esa vida que nos fundamenta en Dios y a Dios en nosotros. Como la vida es siempre trato con los demás, vida en relación social, y vida en comunidad de fieles en el caso cristiano, Oscar Cullmann nos hacía ver que la teología es un «don del Espíritu a la Iglesia», que la fortalece y la dinamiza, o dicho con un término muy de nuestros días: la carismatiza. Es decir, la teología nos hace vivir más radicalmente la gracia y los dones al ofrecernos una compresión siempre renovada del ser divino y su acción en nosotros, de modo que al final todos podamos llegar a participar de la mente de Cristo (Flp 2:1-11). La vida es todo lo que somos y sentimos, el tribunal donde se dirimen todas nuestras percepciones, correctas o falsas. Dios dotó al ser humano de una mente racional, lógica; pensante y sentiente al mismo tiempo; de modo que el teólogo, al aplicar la razón a la teología, contribuye a que esta supla la totalidad de las necesidades de la vida y no solo algunas de ellas. La fe no castra la mente humana, al contrario, la potencia, la engrandece, aquí se puede aplicar lo que dice Cristo en otro contexto: «Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn 10:10). La razón, iluminada y regenerada por la gracia, ha sido siempre una de las grandes potencias de la fe cristiana, que la ha salvado en sus momentos críticos de postración y desorientación.

La teología, en cuanto función de la razón vital al servicio de la Iglesia y de la expresión y testimonio de su fe, debe «poner todo el empeño del intelecto para su desarrollo, recurriendo a la filosofía y las ciencias sociales», nos dice el autor de esta obra. Aquí empeñarse es esforzarse por conseguir una cosa, a saber, conocer el misterio de Dios y su revelación en Cristo, sabiduría de Dios y sabiduría del mundo (1 Cor 1:18; Col 1:28; 2:3). Por esta razón la teología, ya sea fundamental, dogmática o sistemática es un diálogo creativo y honesto con el mundo de la cultura, de la filosofía, las ciencias humanas y sociales, como mantiene y desarrolla Alberto Roldán en esta obra. Esto no es un fenómeno actual, sino una constante en el cristianismo desde sus inicios, incardinado en la cultura grecorromana de su tiempo, con la presencia de muchas máximas de la filosofía estoica en los escritos del Nuevo Testamento. No siempre fue un diálogo fácil, pero el diálogo se dio por ambas partes. El platonismo, en su versión neoplatónica, dominó el pensamiento cristiano a lo largo de mil años, hasta que el nuevo paradigma aristotélico fue incorporado, no sin polémicas y resistencias, por Tomás de Aquino al pensamiento teológico, logrando una síntesis entre teología cristiana y filosofía que, con sus altibajos, ha perdurado hasta nuestros días.

La tradición reformada rechazó esta síntesis debido a la degradación en la que había caído en el escolasticismo de su época, y sobre todo porque los reformadores fueron hombres religiosos que hicieron del tema de la redención su motivo central por excelencia. Por otra parte, el principio reformista solo Scriptura, y el resto de solas, dejó en un segundo plano la reflexión filosófica para centrarse en lugar teológico mencionado, a saber, la salvación del pecador, la redención de la humanidad, la justificación por fe sola. La filosofía se siguió cultivando en el campo protestante, y con el paso del tiempo dio lugar a las mentes más significativas del panorama filósofico moderno: Kant, Hegel, Schopenhauer…, pero esta filosofía se hizo desde fuera de la teología, de espaldas a la misma, como un saber autónomo, independiente de la teología, que es esencialmente un saber teónomo basado en la Biblia. En los sucesivos desmembramientos de las iglesias reformadas, la teología se fue reduciendo cada vez más a explicación del credo propio, a reafirmación de la confesión de fe particular de cada cual, truncando así todo tipo de diálogo con la filosofía o cultura en general, para lo cual, en esa concentración hacia lo exclusivamente religioso, se apeló a la Escritura para justificar rechazo de la filosofía: «¿Qué comunión la luz con las tinieblas?» (2 Cor 6:14); acaso «¿no ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?» (1 Cor 1:19-20). La pietas popular se opuso a la sapiencia intelectual.

El diálogo se rompió, pero eso no significa que fuera absoluto y para siempre y para todos los creyentes. Al contrario, allí donde hay personas que se enamoran de Dios se enamoran igualmente de toda la sabiduría que puede contribuir a profundizar más en su amor y conocimiento de Dios, que, al tener una vertiente misionera, les lleva a comprender mejor su fe desde la razón y la ciencia para así poder comunicarla de una modo inteligente en el contexto moderno, o posmoderno, si se quiere. Ciertamente la fe cristiana no es una filosofía –es un camino de salvación–, pero, como nos recordaba Julián Marías, comporta una filosofía desde el momento que hablamos de Dios, la creación, la vida, la persona humana, el tiempo y el fin de la historia... Y es más, decía, el cristianismo, desde las Sagradas Escrituras, los Padres y teólogos, ha contribuido a ser la religión del diálogo permanente de la fe con la razón, de tal modo que en el cristianismo se produce de un modo radical el paso del mito al logos.

Es interesante recordar que en una cuestión tan particularmente teológica como la discusión sobre la cristología y la trinidad se utilizó un término griego, tomado del mundo del espectáculo, πρόσωπον (prósōpon), para referirse a las personas divinas, empleado ya en siglo III d. C., y que de ahí pasó a convertirse en un lugar filosófico y jurídico para describir el ser y naturaleza de lo humano, hasta el punto de que el personalismo sea uno de los aportes más significativos del cristianismo a la filosofía, y a la cultura occidental en general.

En Pensar a Dios, Alberto Roldán nos lleva a reflexionar sobre los temas más candentes de la teología que en un contexto de la «muerte de Dios» y el creciente secularismo nos golpean fuerte, pues cuestionan hasta nuestra forma de reflexionar Dios y nuestra relación con él, desde la adoración que le es debida hasta el papel de la acción social, y política, que interpela al cristiano moderno. Hay un texto admirable de Karl Barth, que Roldán trae a colación, donde se dice que «la inquietud que Dios produce en nosotros tiene que llevarnos a la vida en oposición crítica, debiendo entender “crítico” en el sentido más profundo que esta palabra alcanzó en la historia del espíritu humano. Al milagro de la revelación corresponde el milagro de la fe». Milagro que posibilita el diálogo de Dios con la criatura y la criatura con Dios en un nivel de familiaridad, de hijo de Dios por adopción. Diálogo en el que ha participado una gran nube de testigos, y que todavía nos sorprende cuando lo encontramos en los límites de la teología, y desde el campo de la filosofía nos llegan imágenes de una percepción más depurada y más lúcida de la revelación que las iglesias atesoran como suyo, pero que es evidente que pertenece a la humanidad entera. Alberto Roldán nos descubre en esta obra, cómo un número relevante de filósofos y pensadores, en un «giro teológico», que molestó a algunos de sus colegas, han reflexionado sobre temas tan apreciados a nosotros como el cuerpo –la carne–, el don o donación, adquieren un estatuto de categoría filosófica que amplía nuestra comprensión de la revelación, más admirable cuanto más universal.

Creo que esta obra ayudará al lector en sus inquietudes teológicas y filosóficas de modo que no solo pueda alcanzar a una mayor amplitud mental, sino también una experiencia espiritual, vital, de la fe cristiana más completa, integral e integradora.

ALFONSO ROPERO

En un lugar de La Mancha, 18 de julio de 2022

Pensar a Dios,

intento in-sondable

más allá de lo pensable.

Pensar lo in-finito,

pensar lo in-efable,

pensar lo in-asible y luego,

el ab-soluto silencio.

Alberto F. Roldán

¿Por qué escribí este libro?

La teología intenta decir a Dios, verdaderamente a Dios, y decirlo de verdad: dogmática de la Palabra y hermenéutica del lenguaje.

André Dumas

Miraba las palabras al trasluz… Quería descubrir a Dios por transparencia.

Olga Orozco

La teología es el discurso reflexivo sobre Dios a partir de su revelación en Jesucristo y las Sagradas Escrituras, que toma en cuenta la cultura en la cual se elabora y está al servicio del Reino de Dios y su justicia en el mundo.

Alberto F. Roldán

El presente libro es resultado de muchos años de investigación y enseñanza en el campo de la teología sistemática. El adjetivo “sistemática” –desde otros ámbitos del quehacer teológico– es visto con cierto desdén y hasta desprecio. Tal vez, una de las razones de esa actitud se debe a una comprensión equivocada de lo que significa “sistemática”. Uno de los más importantes teólogos sistemáticos del siglo XX, Paul Tillich1 ha respondido a las acusaciones que se le formulan a esta metodología teológica. El teólogo y filósofo luterano afirma que la forma sistemática cumple con la función de garantizar coherencia en sus afirmaciones.2 Significa aplicar racionalidad en la elaboración del pensamiento teológico. Para Tillich, hay tres acusaciones más generalizadas hacia esta metodología teológica: la primera, es que aplica un método deductivo, cosa que se da, dice Tillich, solo en contados casos; la segunda, que parece un sistema cerrado que no abre puertas a ulteriores investigaciones, lo cual es precisamente lo contario en una teología sistemática bien elaborada; y, tercera, que es fruto de lo emocional, cuando en realidad es todo lo contrario ya que implica poner todo el empeño del intelecto para su desarrollo, recurriendo a la filosofía y las ciencias sociales para articular su pensamiento. El propio Tillich es un claro ejemplo de ello al mostrar una gran creatividad para hablar –estemos de acuerdo o no– de Dios como “fundamento del Ser” y de Cristo como “el Nuevo Ser” y, en cuanto a la ética, proponer a la antítesis de autonomía y heteronomía, la teonomía. Pese a las miradas críticas, fueron las teologías sistemáticas las que dialogaron creativamente con el mundo de la cultura en el ámbito de la filosofía y las ciencias humanas y sociales. Y esto no debe sorprendernos, porque en los mismos comienzos del cristianismo, la Iglesia inculturó su mensaje en el mundo dominado por el pensamiento helénico y, como señala Juan Luis Segundo, “hasta obras del mismo Nuevo Testamento sacaron las principales categorías para pensar y expresar su mensaje”.3 El teólogo belga Edward Schillebeeckx acentúa lo que podríamos denominar la “función filosófica” de la teología al afirmar que “la teología faltaría a su misión apostólica si no fuese igualmente capaz de un pensamiento filosófico”.4 Por su parte Johann Baptist Metz describe cuándo la revelación se transforma en teología. Dice:

La revelación se convierte en teología cuando es una autoconcepción refleja, es decir, cuando la filosofía actúa metódicamente en su propio ámbito. La transmisión teológica de la revelación se produce siempre a través de la filosofía; filosofía y teología constituyen una unidad permanentemente total en la asimilación dócil y refleja de la palabra revelada.5

De modo contundente, Pannenberg afirma que “la conexión entre el Dios de la Biblia y el Dios de los filósofos, en particular, no han sido una mera intrusión adicional al mensaje cristiano originario, sino que pertenecen ya a sus fundamentos”.6 No obstante, admite el teólogo luterano, la teología tuvo desde sus comienzos dificultades con la doctrina de Dios aunque Pannenberg acentúa su importancia desde que la teología, al contrario de lo que postula Heidegger, es una ciencia de Dios. “Todo lo demás que aparece en la teología solo puede ser planteado por ella ‘con referencia a Dios’, o, como dijo Tomás de Aquino, sub ratione Dei.7 En la misma perspectiva, Mateo-Seco y Miguel Brugarolas –profesores de la Universidad de Navarra– afirman con claridad meridiana: “Entendida en toda su amplitud de facetas, la cuestión sobre Dios es la cuestión más vital y más radical de toda teología. En efecto, la theo-logia es la ciencia de Dios tal como Él se ha revelado al hombre y, por tanto, tal y como es conocido por la fe”.8 Siempre surge una pregunta inquietante: ¿existe una filosofía cristiana? Sin entrar decididamente en el debate, Alfonso Ropero atinadamente aclara:

La fe cristiana no es una filosofía, pero su manera de entender la existencia, de considerar la experiencia de la realidad humana imbricada en lo divino, contiene un conjunto de filosofemas, o temas filosóficos, a partir de los cuales se puede desarrollar un sistema coherente de filosofía cristiana.9

La historia de la teología es testimonio elocuente del diálogo que siempre hubo entre la teología y la filosofía llegando la primera a ser “reina de las ciencias” en el medioevo, hasta el golpe asestado por Emmanuel Kant que, cambiando el orden del desfile, decía que la teología que era reina de las ciencias, pero a partir del Iluminismo acompaña a la filosofía llevándole la cola de su vestido en su desfile victorioso. Por eso, no debemos poner el grito en el cielo ni rasgarnos las vestiduras de que las teologías del siglo XX –sobre las que abundamos en este libro– hayan sido el resultado del diálogo de ellas con las filosofías de Hegel, Kierkegaard, Nietzsche o Heidegger y, más recientemente, con las fenomenologías de Lévinas, Marion y Henry.

Nunca insistiremos demasiado en la importancia de distinguir entre “doctrina” –que elabora una confesión cristiana determinada–, del teologizar, es decir, pensar la fe en nuevas situaciones histórico-culturales que, en la fórmula clásica de San Anselmo es definida como fides quaerens intellectum. Porque la Iglesia, como dice Croatto10 al interpretar el texto bíblico su lectura resulta “clausuradora” sin embargo, cuando se accede al libro sin las mediaciones clásicas, se produce una gran fecundidad. Se trata entonces de cerrar y de abrir, como el bandoneón –instrumento tan popularizado por el tango argentino– que al cerrar y al abrir emite sonidos diferentes. En síntesis y a modo de ensayo de una definición, afirmo que: “La teología es el discurso reflexivo sobre Dios a partir de su revelación en Jesucristo y las Sagradas Escrituras, que toma en cuenta la cultura en la cual se elabora y está al servicio del Reino de Dios y su justicia en el mundo”.11

La búsqueda de comprensión de la fe en nuevos contextos histórico-sociales es permanente ya que la realidad es tan cambiante como el río de Heráclito. Se trata de una inteligencia de la fe que “si es genuina, no solo expresa lo que existe, sino que transforma al sujeto pensante y con esto mismo deviene levadura en el mundo”.12 Clodovis Boff, teólogo brasileño, hace clara esa distinción cuando dice: “es necesario no confundir el dogma, en el sentido amplio de la doctrina firme de la Comunidad de fe o del patrimonio común de verdades, y la teología, como la libre interpretación de un teólogo”.13 Por eso, de manera osada, otro brasileño, Rubem Alves, sentencia: “El teólogo no es un coleccionista de ortodoxias”.14 Su labor consiste en seguir pensando la fe y expresándola en categorías que respondan a nuevas situaciones. Para el teólogo, psicoanalista y poeta brasileño, la teología está asociada al lenguaje simbólico y poético, como los juegos del lenguaje de que hablaba Wittgenstein. Tiene que ver con la vida misma ya que, señala: “Para aquellos que la aman, la teología es una función natural como soñar, escuchar música, beber un buen vino, llorar, sufrir, protestar, esperar…”.15

Siguiendo a Jacques Derrida, podemos decir que la tarea teológica consiste en deconstruir para reconstruir el pensamiento. Decir lo que no se ha dicho todavía. Que es, por caso, lo que hizo Karl Barth en su Römmerbrief: leer a San Pablo para que su mensaje hable al hombre del siglo XX. En otras palabras, como hemos expuesto en otra obra16 representa un modelo preliminar de hermenéutica de texto superando la clásica hermenéutica de autor. Se trata de volver a pensar lo ya pensado. Como dice Heidegger: “Solo cuando nos volvemos con el pensar hacia lo ya pensado, estamos al servicio de lo por pensar”.17 Y en esa búsqueda, la teología intenta expresar nuevas experiencias que los cristianos y cristianas tienen con Dios. Edward Schillebeeckx señala que precisamente ese es uno de los cometidos más importantes de la teología, aunque admite: “En esa actividad el teólogo es bastante vulnerable, pues se sitúa en una clara actividad de búsqueda, y sus afirmaciones se mueven en el terreno de lo experimental e hipotético”.18 La otra posibilidad es no pensar más la fe, en cuyo caso lo único viable sería repetir catecismos que, por importantes que sean, se limitan a dar respuestas estereotipadas.19 Porque “la revelación de Dios está relacionada con la comprensión del mundo y de sí mismo y, consiguientemente, con la experiencia interpretada”.20

A veces, las críticas más acerbas a la teología sistemática proceden de quienes se dedican a la exégesis bíblica como si esa tarea –por supuesto importante– estuviera inmune de toda influencia extraña. Al respecto, dice Míguez Bonino en tono crítico: “Las exégesis ‘científicas’, ‘históricas’ y ‘objetivas’ se revelan plenas de presupuestos ideológicos”.21 De paso, tengamos en cuenta que, luego del sesudo trabajo exegético, el mensaje extraído del texto bíblico debe aterrizar en la realidad socio-político-cultural en que se realiza. Para ese momento hermenéutico no hay otro camino que recurrir a la filosofía y a las ciencias sociales y humanas a fin de que alcance una verdadera carnadura, a menos que el exégeta decida quedarse en el mundo bíblico y no salir de allí.

El presente libro está integrado por diversos textos escritos en diferentes contextos y momentos históricos que pasamos a resumir. El capítulo 1, “teología, naturaleza y alcances” reproduce una conferencia que dicté para el Seminario Teológico Evangélico de Guatemala el 26 de febrero de 2022. Agradezco a su rector, el Dr. Rigoberto Gálvez, por la gentil invitación y el aprecio demostrado en ese evento que representó el inicio del ciclo lectivo 2022. Ofrezco ese texto por primera vez a los lectores que advertirán el tono más coloquial del mismo en comparación con el resto del libro.

El capítulo 2, que da título al libro, es un trabajo que elaboré específicamente para esta obra. En los últimos años, he advertido que los teólogos y las teólogas evangélicos/as en América Latina escriben mucho sobre diversos temas de la teología sistemática, tales como cristología, eclesiología, misión, escatología, pero poco o nada sobre Dios que es precisamente lo que designa a esta “ciencia fascinante”, como la denominaba Karl Barth. La teología, bien entendida, debe empezar precisamente con su tema propio: Dios. Como dice Pannenberg:

Cuando se entiende que Dios es el objeto propio y abarcante de la teología –como sucede desde Alberto Magno y Tomás de Aquino– se pone de manifiesto del modo más claro y resulta plausible en el más alto grado que la dependencia del conocimiento de Dios de la revelación divina es algo constitutivo para el concepto de teología.22

¿Cuál es el propósito de la teología? ¿En qué consiste su tarea? En forma clara y concisa, André Dumas responde: “La teología intenta decir a Dios, verdaderamente a Dios, y decirlo de verdad: dogmática de la Palabra y hermenéutica del lenguaje”.23 Sin embargo, se observa poca producción teológica evangélica en torno a su tema propio: Dios. Constaté esa falencia al preparar mi curso “Dios y creación” para el Instituto Teológico Fiet en el año 2020. Me pregunté entonces por qué se daba ese fenómeno. Pienso que quizás la razón radique en que mientras hablar de Cristo, la salvación, la Iglesia representan temáticas más concretas, hablar de Dios implica, por el mero hecho de plantear el tema, un problema tanto para la filosofía que, a pesar de sus esfuerzos no consigue deshacerse de ese “fantasma”, como para la teología y los desafíos que ella debe afrontar. En ese ensayo expongo la diversidad de problemas que “Dios” implica para la filosofía, incluyendo especialmente “la muerte de Dios”, un epitafio que hace recordar las palabras de un ingenioso escritor estadounidense cuando le envió una carta al director del New York Times: “Estimado Sr. director: su reporte sobre mi muerte me pareció demasiado exagerado”. Firmado: Mark Twain. También en ese capítulo me refiero a nuevos acercamientos al tema Dios en la filosofía judía de Emmanuel Lévinas para finalizar con una consideración de las nuevas metáforas de hablar de Dios en el mundo actual según las propuestas de la teóloga Sallie McFague. Con otras imágenes, la poeta argentina Olga Orozco expresa esa misma búsqueda:

Veía las palabras al trasluz.

Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.

Quería descubrir a Dios por transparencia.24

El capítulo 3 aborda el tema del rostro y la carne como mediaciones para pensar a Dios. Se trata de una ruptura epistemológica que realiza Jean-Luc Marion ya que no es habitual considerar a la carne (sarx) como una mediación para pensar a Dios. El filósofo francés encara su tema desde la fenomenología y conecta su reflexión con la manifestación concreta de Dios en la encarnación del Hijo. En su planteo, también el rostro del prójimo –noción que toma de Lévinas– es el locus concreto a partir del cual se puede pensar a Dios. El texto fue publicado inicialmente en la revista Enfoques, volumen XXXIII, Nro. 1, Libertador San Martín: UAP, 2021, pp. 65-85. Tanto este capítulo, como el 5 y el 11, son estudios en el campo de la fenomenología. Por muchos años dediqué mis estudios a la hermenéutica filosófica y teológica, sobre todo con referencia a Paul Ricoeur. A partir de un curso de fenomenología al que tuve acceso en 2015 en la Universidad Nacional de San Martín, derivé a este apasionante ámbito de la filosofía, al advertir la directa conexión que hay entre fenomenología y teología, sobre todo en pensadores de la talla de Jean-Luc Marion y Michel Henry.

El capítulo 4 aborda el tema de la revelación en distintos enfoques de los más destacados teólogos protestantes del siglo XX. El texto –que se publica aquí por primera vez– reproduce mis clases de teología propia que dicté en el Seminario Presbiteriano Antonio de Godoy Sobrinho, de Londrina, Brasil. Agradezco a ese Seminario por la oportunidad de ser el profesor de toda la teología sistemática durante los años 1999 y 2001 bajo los auspicios de la Presbyterian Church USA y las gestiones de mi gran amigo, el recordado Rdo. Eriberto Soto.

En el capítulo 5 analizo la Revelación y la Trinidad con Cristo según el planteo fenomenológico de uno de los filósofos más importantes de la actualidad: Jean-Luc Marion que, dicho sea de paso, no siendo teólogo de profesión, admite que la ciencia que más atracción produce es la teología. Actualmente, Marion es profesor visitante de la Universidad de Chicago donde enseña teología. Este artículo científico fue publicado por Franciscanum, Revista de las ciencias del espíritu, Nro. 177, Vol. 64, Bogotá: Universidad San Buenaventura, 2022, y se ofrece aquí con modificaciones.

En el capítulo 6 vuelvo al tema de la Revelación y la Trinidad en la relación dialéctica tal como la plantea Karl Barth en su dogmática. Ese texto fue publicado en el libro conjunto Teólogos destacados del siglo XX, volumen II, Fernando Aranda Fraga y Karl G. Boskam Ulloa (editores), Libertador San Martín, Entre Ríos: UAP, 2022, pp. 39-65.

En el capítulo 7 expongo brevemente la teología de Bonhoeffer. Adopto la definición de André Dumas: “una teología de la realidad” ya que el teólogo luterano concibe a Cristo como realidad concreta en el mundo y a la mundanidad de la Iglesia en un intento por superar a Kant y Hegel. El texto se publica por primera vez.

En el capítulo 8 continúo con la teología luterana, ya que el texto hace referencia al modo en que Paul Tillich relaciona al Reino de Dios con la historia en tanto fin o finalidad (telos). Para el teólogo y filósofo alemán el Reino incluye la vida en todos sus ámbitos en los cuales cada cosa participa en el esfuerzo hacia el objetivo interior de la historia que tiende a su cumplimiento. Tanto en este aspecto como en otros de su exposición, Tillich refleja la influencia de Hegel, que deja su impronta no solo en filósofos sino también en teólogos como el propio Tillich, Pannenberg y Barth. Este último, más allá de sus críticas, reconoce que Hegel es un paso ineludible en la teología contemporánea. El texto se publica por primera vez en este libro.

El capítulo 9 está consagrado al tema de la adoración y la escatología. Es un intento por vincular ambos aspectos de la teología. El texto reproduce mis conferencias dictadas en el Seminario Teológico Presbiteriano de ciudad de México dictadas en julio de 2006. Agradezco a esa institución por las varias oportunidades que me concedió el honor de dictar cursos y conferencias en su sede central y la esmerada atención que siempre me dispensó. Este trabajo no había sido publicado hasta ahora.

El capítulo 10 aborda el tema de la tragedia a la esperanza. El contenido es un análisis de la exposición de Karl Barth a los decisivos capítulos 9 a 11 de Romanos donde desarrolla dialécticamente los binomios opuestos: Sí y No; Evangelio vs. Iglesia; Reino vs. Iglesia; Iglesia de Jacob e Iglesia de Esaú y las implicaciones eclesiales y sociales que tal planteo supone. Este trabajo reproduce la ponencia que ofrecí en el XI Simposio Bíblico Teológico Sudamericano, celebrado en la Universidad Adventista del Plata en mayo de 2017.

En el capítulo 11 respondo a una inquietante pregunta: “¿Dónde está Dios en todo lo humano?”. Respondo a esa pregunta formulada por Karl Barth a partir de textos que nunca había trabajado antes, especialmente su ensayo: “El lugar del cristiano en la sociedad”, que data de 1919, año de la publicación de su decisivo comentario a la carta a los Romanos. El teólogo suizo postula como última referencia de toda acción política que se precie de cristiana al Reino de Dios, el cual no es asimilable a ninguna ideología por cercana o alejada que esté de ese paradigma. El texto es una ponencia que pronuncié en la conferencia anual de Bíblica Virtual realizada en noviembre de 2021, por invitación de mi amigo el Dr. Juan José Barreda Toscano. Se publica aquí por primera vez.

Finalizo el libro con el capítulo 12 donde desarrollo el tema de la encarnación de Dios en el Logos, el planteo de Michel Henry. El filósofo francés nacido en Vietnam, produce una inversión fenomenológica ya que, invirtiendo la gnosis, sostiene que lejos de ser la vida incapaz de tomar carne es su condición de posibilidad y de efectuación fenomenológica. La encarnación del Logos supone una sabiduría a la cual no acceden los príncipes de este mundo, sino los simples que se abren a ese misterio. Este trabajo fue publicado por la revista Enfoques, Libertador San Martín: UAP, enero-junio 1919, vol. XXXI, Nro. 1, pp. 47-68. Se publica aquí con algunas modificaciones.

Agradezco a quienes han facilitado esta publicación y me han alentado durante mi intensa labor de investigación. En primer lugar, al profesor Alberto Sucasas, de la Universidad de A Coruña, España, cuyo conocimiento sobre Lévinas me ha ayudado a comprender un poco mejor el profundo pensamiento del filósofo judío-francés; al Dr. Stéphane Vinolo, filósofo francés radicado en Quito, Ecuador, que me proveyó de material propio para profundizar mis estudios sobre Jean-Luc Marion y ha tenido la gentileza de escribir un muy generoso postfacio; al Prof. Mizrraim Contreras Contreras, colega mexicano, que me facilitó su valioso libro sobre Nietzsche; al Dr. Fernando Gil Villa, de la Universidad de Salamanca, que con enorme gentileza me envió su libro Hacia un humanismo poético. Repensando a Lévinas en el siglo XXI25 y cordialmente me invitó a participar de un coloquio sobre esa misma obra con colegas españoles; al Dr. Martín Hoffmann que escribió una invitación a la lectura de esta obra; al Dr. Alfonso Ropero por su generoso prólogo y al Dr. Andrés Torres Queiruga, destacado teólogo, a quien visité en su cálido hogar de Santiago de Compostela y que tuvo a bien leer los capítulos de esta obra y hacer un breve comentario que invita a leerla.

La gratitud y admiración más profunda a mis hijos: Myrian, directora de escuela secundaria, David, doctor en filosofía y doctor en teología y Gerardo, abogado y entrenador de CrossFit.

La obra está dedicada a Emi, mi fiel y amada compañera de la vida. Ella ha sido mi constante inspiración y aliento en mi apasionada y perseverante investigación teológica.

Confío que este libro sea un instrumento idóneo para pensar a Dios y hablar de Dios en la hermosa lengua de Cervantes.

Alberto F. Roldán

Ramos Mejía, 29 de enero de 2023

1 Paul Tillich, Teología sistemática, Volumen I, trad. Damián Sánchez Bustamante Páez, Barcelona: Ediciones Ariel, 1972, pp. 83-85.

2 En palabras de Alszeghy y Flick se trata de “el uso de formas de pensamientos conceptuales en la formulación de las diversas afirmaciones, la demostración de la relación existente entre estas y la vida eclesial, y el orden sistemático en que las diversas proposiciones tienen que ser pensadas”. Zoltan Alszeghy-Maurizio Flick, Cómo se hace la teología, 2d. edición, trad. Raimundo Rincón, Madrid: Ediciones Paulinas, 1976, p. 42.

3 Juan Luis Segundo, ¿Qué mundo? ¿Qué hombre? ¿Qué Dios?, Santander: Sal Terrae, 1993, p. 43.

4 Edward Schillebeeckx, Dios y el hombre. Ensayos teológicos, 2ª. Edición, trad. Alfonso Ortiz García, Salamanca: Sígueme, 1969, p. 49.

5 Johann Baptist Metz, Antropocentrismo cristiano. Sobre la forma de pensamiento de Tomás de Aquino, trad. Ignacio Aizpurua, Salamanca: Sígueme, 1972, p. 125.

6 Wolfhart Pannenberg, Metafísica e idea de Dios, trad. Manuel Abella, Madrid: Caparrós editores, 1999, p. 17.

7Ibid. pp. 17-18. Cursivas originales.

8 Lucas F. Mateo-Seco - Miguel Brugarolas, Misterio de Dios, Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra, 2016, p. 8. Cursivas originales.

9 Alfonso Ropero, Historia de la filosofía y su relación con la teología, Barcelona: Clie, 2022, p. 43. De paso, es menester ponderar esta obra como una de las más completas en castellano sobre la importancia ineludible de la filosofía en el quehacer de la teología a través de los siglos.

10 José Severino Croatto, Hermenéutica bíblica, Buenos Aires: La Aurora, 1984, p. 56.

11 Alberto F. Roldán, Ramos Mejía, 24 de enero de 2023.

12 Zoltan Alszeghy-Maurizio Flick, Op. cit., p. 169.

13 Clodovis Boff, Teoria do método teológico, Petrópolis: Vozes, 1998, p. 273. Cursivas originales.

14 Rubem Alves, La teología como juego, Buenos Aires: La Aurora, 1982, p. 94.

15Ibid p. 15.

16 Alberto F. Roldán, Hermenéutica y signos de los tiempos, Buenos Aires: Teología y cultura ediciones, 20016, pp. 157-178.

17 Martín Heidegger, Identidad y diferencia (Identität und Differenz), trad. Helena Cortés y Arturo Leyte, Madrid: Editora Nacional, 2002, p. 83.

18 Edward Schillebeeckx, Revelación y experiencia, trad. A. de la Fuente Adánez, Buenos Aires: Almagesto, 1993, p. 6.

19 La situación se agudiza en el fundamentalismo que “da respuestas simples, estereotipadas, de catecismo, a preguntas complejas, y desemboca en una práctica igualmente simple: búsqueda de la seguridad frente a la perplejidad, explicación simplificadora del misterio de lo humano y de lo divino, que no puede apresarse, controlarse, capturarse plenamente”. Juan José Tamayo, De la teología y Dios: en torno a la actualidad de lo religioso, México: Ediciones Hombre y Mundo, 2007, p. 25.

20 Edward Schillebeeckx, Revelación y experiencia, p. 11.

21 José Míguez Bonino, La fe en busca de eficacia, Salamanca: Sígueme, 1977, p. 128. Por su parte, Croatto también señala lo mismo en estos términos: “hay que reconocer que el exégeta está inmerso en una tradición, en un contexto histórico, es sujeto de determinadas prácticas sociales. Todo ello condiciona su lectura de la Biblia como ‘relectura’”. José Severino Croatto, Hermenéutica bíblica, Buenos Aires: La Aurora, 1984, p. 56. En otros términos, no hay ámbitos asépticos o químicamente puros al interpretar un texto.

22 Wolfhart Pannenberg, Teología sistemática Vol. I, trad. Juan A. Martínez Camino, Madrid: Universidad Pontificia de Comillas, 1992, p. 5.

23 André Dumas, Una teología de la realidad: Dietrich Bonhoeffer, trad. Jesús Cordero, Bilbao: Desclée de Brouwer, 1971, p. 7. Cursivas originales.

24 Olga Orozco, “En el final era el verbo”, Poesía completa, 3ª. Edición, Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2019, p. 386.

25 Fernando Gil Villa, Hacia un humanismo poético. Repensando a Lévinas en el siglo XXI, Riopiedras Ediciones & Ediciones Universidad de Salamanca, 2021.

¿Por qué leer este libro?

En el ámbito evangélico latinoamericano se escribe mucho sobre iglesia, misión y evangelización, también sobre cristología y escatología, pero es sorprendente que el verdadero tema de la teología, Dios, apenas sea considerado. El trabajo de Alberto Roldán trata de remediarlo. El título es provocador: Pensar a Dios desde la teología y la filosofía.

¿Es posible pensar a Dios? ¿No hace esto que Dios sea el objeto del sujeto cognoscente, el ser humano? ¿Puede el ser humano pensante, como ser limitado y finito, captar realmente una realidad ilimitada e infinita y, además, trascendente, como conclusión, por así decirlo, de su limitada capacidad de cognición? ¿No cae así el ser humano en la trampa que Feuerbach describió tan sucintamente como la proyección de los deseos humanos? ¿No hay que entender a Dios más bien como un acontecimiento, como un ser finalmente místico captado, que se realiza en la fe, es decir, más allá de la lógica racional?

Estas son las cuestiones que Roldán trata intensamente. Para ello, emprende un claro y esclarecedor recorrido por los intentos teológicos y filosóficos de responder a ellos, tanto en la tradición como en el presente.

Pensar a Dios: este era también el título de un libro de Dorothee Sölle, la teóloga de la liberación alemana. Su objetivo es superar la imagen metafísica y teísta de Dios. “La idea de un ser supremo en la cúspide de la pirámide del ser, que ha traído todos los órdenes a la existencia y los sostiene, ya no es concebible. En otras palabras, el teísmo como suposición autoevidente de Dios es incapaz de comunicar las experiencias de Dios que también se hacen hoy”. Alberto Roldán también se mueve en esta línea.

En el capítulo 2 Roldán precisa la cuestión. Pensar a Dios empieza por pensar las preguntas últimas del ser humano, no por imaginar a un ser celestial objetivado y abstraído de la realidad. En las cuestiones últimas de la razón, el sentido y la meta del ser, la trascendencia de Dios brilla en la inmanencia, o como dijo Emmanuel Lévinas: “Dios invade el pensamiento”. En consecuencia, pensar a Dios no puede reducirse al conocimiento, sino que tiene que ver con la experiencia y la sabiduría. Las diversas determinaciones de la relación entre la teología y la filosofía luchan precisamente por la aproximación adecuada a la realidad. Roldán sigue el lema de Anselmo: “Creo para comprender” con el objetivo de demostrar la plausibilidad de la fe en términos personales, eclesiales y socioculturales.

Si hablar de Dios está vinculado a las cuestiones humanas básicas del ser, entonces bajo los nuevos desafíos de la era ecológica y la amenaza nuclear también hay necesidad de “nuevas metáforas para Dios” (Sallie McFague). Roldán pasa de Dios como ser-en-sí-mismo a Dios como ser-en-relación en el fondo del pensamiento trinitario (capítulo 3). Por ejemplo, el fenómeno erótico es una metáfora viva de la relación íntima entre el ser humano y Dios. Un primer punto destacado del libro es el tercer capítulo, en el que Roldán se explaya sobre el aporte de la fenomenología para el conocimiento de Dios. El pensamiento de Husserl y Heidegger, pero sobre todo el de Jean-Luc Marion y Emmanuel Lévinas, se presenta en descripciones impresionantes. “Pensar a Dios desde el rostro del ‘otro’” y “pensar a Dios desde el amor expresado en la carne” son los temas que guían esto. Los capítulos 4 al 6 tratan el problema de la revelación y la razón y lo vinculan a la imagen trinitaria de Dios, que entiende a Dios como una “verdadera comunidad de amor y acción”. Especialmente impresionante es la presentación de la doctrina de la Trinidad de Karl Barth en el sexto capítulo. Desde esta base, Roldán tiende un puente hacia una teología de la realidad, cuyo precursor reconoce en Dietrich Bonhoeffer. “Bonhoeffer insinúa la necesidad de hablar mundanamente de Dios”, prescindiendo de las clásicas fórmulas metafísicas y trascendentes ya que su encarnación implica que Dios se hace mundo en Cristo y su Iglesia es fundamentalmente Cristo mismo viviendo en una comunidad en el mundo.

Automáticamente, a partir de allí, surge la pregunta de cómo una realidad tan ambigua y adversa es compatible con la presencia de Dios y con qué fin. Roldán retoma estas cuestiones centrándose en la concepción de Paul Tillich sobre el Reino de Dios y la historia como una respuesta plausible. “El símbolo del Reino de Dios es la clave teológica que nos permite vislumbrar el fin de la historia, lo que da sentido a la historia y la conquista que la Vida Eterna hace de las ambigüedades de la vida en todas sus manifestaciones. Es, en términos filosóficos acaso equivalentes: la conquista de todos los grados del ser, la totalidad que absorbe lo fragmentario y transitorio”. A continuación, el autor reflexiona sobre la escatología, entre las que destaca la concepción de Jürgen Moltmann, “una escatología que muestra que el fin último de Dios no se agota en la salvación de las almas, ni siquiera de las personas, y ni siquiera en la creación de su iglesia, sino que este fin es cósmico en cuanto que apunta a la reunión de todas las cosas en Cristo en la plenitud de los tiempos” (cap. 9). Las reflexiones sobre la escatología de la Carta a los Romanos y su interpretación por Karl Barth con sus consecuencias sociopolíticas (caps. 10-11) concluyen el volumen.

Quien quiera abordar la cuestión de cómo pensar a Dios y cómo hablar de él en los desafíos de nuestro tiempo, encontrará una amplia base en la obra de Alberto Roldán. El libro ofrece un tesoro de pensamientos y enfoques de los más importantes sobre Dios. Los que quieran seguir pensando por sí mismos estos conceptos, van a encontrar en este libro el punto de partida ideal y una guía acertada.

DR. MARTÍN HOFFMANN

Profesor de Teología Sistemática en la Universidad Bíblica Latinoamericana

San José, Costa Rica, 20 de julio de 2022

I

Teología, naturaleza y alcances

La ciencia más elevada, la especulación más encumbrada, la filosofía más vigorosa, que puedan jamás ocupar la atención de un hijo de Dios, es el nombre, la naturaleza, la persona, la obra, los hechos y la existencia de ese gran Dios a quien llama Padre.1

Charles Spurgeon

Nadie que reflexiona sobre las últimas preguntas de la vida puede escapar de la teología. Y cualquier persona que reflexione sobre las últimas preguntas de la vida –incluyendo asuntos sobre Dios y nuestra relación con él– es teólogo.

Stanley J. Grenz & Roger E. Olson

En América Latina, el estudio de la teología siempre se lo ha asociado al mundo católico. En más de una ocasión me ha sucedido que en viajes en bus, en tren o en avión, la persona que está a mi lado me pregunta: “¿A qué se dedica usted?”, y cuando respondo: “soy teólogo”, casi unánimemente la persona me replica: “¡Ah! ¿Usted es sacerdote?”. Eso muestra a las claras que el común denominador de la gente, fuera de las iglesias, cree que a la teología solo la estudian los candidatos al sacerdocio católico.

¿Por qué será así? Podríamos ensayar varias respuestas, pero algunas pueden ser: porque el mundo evangélico no estudia la teología o no la toma como importante porque tal vez la considera muy intelectual y como tal, contraria a lo espiritual. O tal vez por una mala comprensión de lo que dice San Pablo: “la letra mata”, expresión muy fuerte que no se refiere a la teología o a la Palabra de Dios sino a la ley como instrumento de salvación. La teología hoy por hoy es una disciplina ineludible para el ejercicio de la fe. Como bien decía San Anselmo: “Creo para comprender. Porque si no creyera, tampoco comprendería”, lo cual significa “inteligencia de la fe”.

¿Qué beneficios ofrece el estudio de la teología hoy?

Llamo la atención sobre el hoy porque, desde Heráclito, sabemos que la realidad es cambiante, que nadie se baña en el mismo río dos veces porque el agua del río está fluyendo permanentemente y al salir del río ya no es el mismo en el que entré.

Voy a proponer tres beneficios que produce el estudio de la teología: beneficios personales, beneficios eclesiales y beneficios socioculturales.

1. Beneficios personales

El desarrollo de la persona humana es complejo y constante. Los seres humanos somos un complejo de varias dimensiones: corporales, psíquicas, espirituales, volitivas, etc. Y el estudio es parte de nuestra formación como humanos, ya que, como ha dicho el hermeneuta Hans-Georg Gadamer, no es que “tenemos lenguaje” sin que “somos lenguaje”. El lenguaje nos constituye como humanos para interactuar con otros humanos y constituir una comunidad humana.

Por supuesto, cada vez que hablamos de “teología” deberíamos aclarar a qué nos referimos con ese término. No es de origen bíblico ni cristiano, sino que fue inventado por los griegos. Para los griegos, inicialmente los “teólogos” eran los poetas que hablaban de los dioses, elaborando poemas y panegíricos sobre los dioses. Homero era un teólogo para ellos. Pero fue Aristóteles quien, en su obra Metafísica, libro VI, que le otorga a la “teología” un lugar preponderante en el corpus de las ciencias. En efecto, el filósofo ateniense que fue tutor de Alejandro Magno y fue considerado por mucho tiempo como “el filósofo” por excelencia, dice en esa obra que hay tres ciencias teóricas importantes: la matemática, la física y la teología y que la principal de las tres es la teología porque trata de “Dios” es decir: “Theós”. Teología es logos de Dios: palabra sobre Dios, discurso sobre Dios. En palabras del español Juan José Tamayo: “la teología es discurso. Es teoría”. Se trata de una definición que quienes rechazan o cuestionan la teoría encuentran difícil de aceptar, pero si tenemos en cuenta que en toda práctica hay una teoría detrás, bien la podemos aceptar e internalizar. Tomemos un ejemplo sencillo: quienes hemos sido formados en iglesias evangélicas o procedemos de familias evangélicas, desde niños hemos asistido a los cultos. Y en ellos hay una liturgia, un modelo de culto que no nos damos cuenta, pero es bastante repetitivo. Hay lectura de la Biblia, hay himnos y canciones, hay oraciones, hay predicaciones. Y todos esos actos del culto son prácticas, pero detrás de ellas hay un modo de planificación, de estudio, de teoría. La teología es discurso, luego es teoría indispensable para las prácticas.

¿Qué es la teología? Karl Barth, acaso el más importante teólogo del siglo XX, suizo, reformado, en sus últimas clases en Basilea –cuando le solicitaron que dictara su curso sobre teología evangélica, ya que todavía no se había designado un sucesor– Barth afirmaba que “La teología es una de aquellas empresas humanas tradicionalmente llamadas ‘ciencias’ que buscan percibir un objeto o el ámbito de un objeto por el camino que este señala como fenómeno, comprenderlo en su significado y enunciarlo en todo el alcance de su existencia. La palabra ‘teología’ parece indicar que en ella, como en una ciencia especial (¡muy especial!), se trata de percibir a Dios, de comprenderlo y enunciarlo”.2 De esta definición podemos extraer los siguientes conceptos:

La teología es una empresa humana. Hecha por hombres y mujeres de carne y hueso que pensamos la fe a partir de la revelación de Dios que es Cristo y la Palabra de Dios. Segundo, la teología es una “ciencia”. Por supuesto apenas decimos que es ciencia es menester aclarar de qué ciencia o saber estamos hablando. Por supuesto no de una ciencia exacta como la matemática o la física o la química. A Dios no lo podemos estudiar como se estudia una roca o un líquido elemento o reducirlo a una fórmula matemática. Se trata de una ciencia extraña, una ciencia muy especial porque como toda ciencia constituye recortar un segmento, un objeto de la realidad y estudiarlo. En este caso, ese “objeto” no es un objeto sino más bien un sujeto que se llama Dios: creador, soberano sobre todas las cosas, Dios revelado como trinidad que siempre ha sido Padre, Hijo y Espíritu Santo pero que se ha manifestado como tal en la economía de la salvación, es decir, en la historia de la salvación. El Dios vivo y verdadero, el Dios de Israel que también es Padre, Hijo y Espíritu Santo al darse a conocer, se manifiesta, se revela o como bien dice el filósofo francés Jean-Luc Marion, se hace un fenómeno saturado porque rebasa nuestra comprensión. Se trata de un fenómeno saturado de plenitud, de presencia, que rebasa nuestra comprensión humana. Hablar de comprensión es hablar de la mente y del pensamiento. El estudio de la teología enriquece nuestra mente y nuestra comprensión del mundo en que vivimos. Dice James Packer:

En la contemplación de la Divinidad hay algo extraordinariamente beneficioso para la mente. […] Pero cuando nos damos con esta ciencia por excelencia y descubrimos que nuestra plomada no puede sondear su profundidad, que nuestro ojo de águila no puede percibir su altura, nos alejamos con el pensamiento de que el hombre vano quisiera ser sabio, pero que es como el pollino salvaje y con la solemne exclamación de que “soy de ayer, y nada sé”. Ningún tema de contemplación tenderá a humillar la mente en mayor medida que los pensamientos de Dios…3

¿En qué sentido entonces la teología nos beneficia como personas? Lo hace al darnos plenitud humana. El ser humano viene al mundo como un ser incompleto y deficitario. A ello se agrega la presencia del pecado que nos deshumaniza. Por lo tanto, necesitamos una nueva creación, lo que San Pablo dice a los corintios: “En Cristo somos una nueva creación”. Se produce por acción del Espíritu de Dios un nuevo comienzo, un nuevo nacimiento, una nueva creación que comienza cuando creemos en Jesucristo y somos hechos de nuevo por Dios en Jesucristo. Y precisamente se genera dentro de nosotros una nueva humanidad que tiene como meta llegar a la adultez, al varón y mujer perfectos conforme a la medida de la plenitud de Cristo. La teología, nuestro conocimiento de Dios, nos permite conocernos mejor a nosotros mismos, como decía Calvino. La teología forma a la persona humana para que sea solidaria, amable, compasiva hacia los demás. Porque sabe que el mandamiento más importante es amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a sí mismo, ni más ni menos.

Pero los beneficios personales de la teología se despliegan hacia otro ámbito: el eclesial.

2. Beneficios eclesiales

Hay muchas formas de hacer teología y también muchos ámbitos en los cuales está presente la teología. Porque esta extraña ciencia no solo es estudiada en los ámbitos eclesiales y ministeriales sino, como hemos dicho, fue inventada por los griegos y fue considerada “la filosofía primera” y eso siguió por toda la Edad Media, cuando la teología alcanzó su cumbre al ser considerada “reina de las ciencias”. Pero ahora nos referimos a la presencia de la teología en la Iglesia.

¿Cómo debe estar la teología en el ámbito de la Iglesia? La teología que estudiamos en un seminario o en un instituto bíblico y teológico es una teología que debe estar al servicio de la Iglesia. Como decía Barth: “la teología sirve a la iglesia sirviendo a la predicación”. Tomemos esa acción ministerial: la predicación. Una de las funciones pastorales más importantes es justamente esa: la proclamación de la Palabra de Dios en la comunidad que llamamos Iglesia. No es lo mismo un pastor o una pastora que no ha estudiado teología con alguien que sí lo ha hecho. En la mera formulación del tema a predicar, en la exégesis del pasaje –que por supuesto no se hace en el púlpito sino antes– se pone de manifiesto que ese pastor o esa pastora han estudiado. Y luego en el acto de la predicación, el pastor o la pastora ponen en evidencia si tienen capacidad para comunicar el mensaje o son inexpertos como amateurs que no saben de Biblia ni de teología. Un amateur lee un texto bíblico y habla de varios temas que, según su entender, se desprenden de ese texto. Y como si fuera poco, luego se va del Apocalipsis a Ezequiel, de Ezequiel a Mateo, de Mateo a los Salmos y de los Salmos a 1 Corintios. Y al terminar, la gente no sabe a ciencia cierta de qué habló el predicador o la predicadora de turno.

Tomemos otro ejemplo: el pastor y la pastora que no han estudiado teología no están en condiciones de distinguir entre las diversas formas de hacer teología. Confunden fácilmente la teología bíblica de la teología sistemática y esta última de la teología pastoral. Pero el que estudia sabe que la teología bíblica privilegia el contexto social e histórico de los textos bíblicos y privilegia la exégesis y la teología sistemática es un intento –válido– por vincular y relacionar los temas de la teología desde Dios (teología propia), la creación, la humanidad, el pecado (hamartiología), Cristo (cristología), soteriología, eclesiología y hasta la escatología. Y para ello no solo recurre a los textos bíblicos, sino a otras herramientas como las ciencias del lenguaje, la filosofía, la hermenéutica y las ciencias sociales. Estos conocimientos son vitales a la hora del trabajo pastoral como enseñanza de la Biblia y de la teología.

Un tercer ejemplo: una de las tareas pastorales que son esenciales en la vida de la Iglesia consiste en la detección de dones (carismas) y ministerios. Un pastor o una pastora que han estudiado teología estarán en mejores condiciones a la hora de observar, conocer, dialogar con los miembros de su congregación para conocer sus dones o carismas y facilitar su despliegue creando ámbitos de acción ministerial.

Finalmente, el pastor o la pastora que estudian teología pastoral sabrán distinguir a la hora de la consulta pastoral o el aconsejamiento pastoral qué herramientas utilizar: la Biblia, los contenidos teológicos básicos para esa consulta y sabrá, también, cuándo y cómo derivar a psicólogos o psicólogas a un hermano o hermana de la iglesia que muestra ciertos síntomas de problemas psicológicos que requieren esa derivación a profesionales de la conducta (psicólogos o psiquiatras).

Para que la teología sirva a la Iglesia necesariamente debe estar abierta y ser guiada por el Espíritu Santo. Esto lo subraya Karl Barth en su Introducción a la teología evangélica. En la clase cuarta, Barth se dedica a exponer la importancia insustituible del Espíritu en el quehacer teológico. Una teología evangélica, dice, debe surgir y actuar en el ámbito del Espíritu, debe ser, una teología pneumática. Y agrega: “solo al arriesgarse en la confianza de que el Espíritu es la verdad puede plantearse y responder a la cuestión de la verdad”.4 El teólogo reformado advierte que la teología se aparta del Espíritu “donde permite que se le encierre en espacios a los que no llega su desarrollo; allí donde el aire asfixiante le impide automáticamente ser lo que debe ser y hacer lo que debe hacer”.5

Los beneficios de estudiar teología no solo tienen que ver con beneficios personales ni con beneficios eclesiales, sino que también esos beneficios se expanden a un ámbito más amplio: el sociocultural. A eso vamos.

3. Beneficios socioculturales