Perelmanía - S. J. Perelman - E-Book

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S. J. Perelman

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Beschreibung

Prólogo de Woody Allen S. J. Perelman es una de las voces más originales, irreverentes e inimitables de la prosa humorística norteamericana. Durante más de cuarenta años, publicó el grueso de sus hilarantes relatos en la prestigiosa revista The New Yorker. "Perelmanía" reúne por primera vez en castellano una extensa muestra de su trabajo, donde se puede apreciar la evolución de su estilo y la progresiva sofisticación de su humor. Dotado de una exquisita y amplísima paleta semántica llena de juegos de palabras, dobles sentidos, neologismos, asociación libre y brillantísimas metáforas, su estilo ha maravillado a cientos de escritores y humoristas, entre los que se encuentran Woody Allen —de quien Perelman es su escritor favorito—, Dorothy Parker, Bill Bryson, T. S. Eliot, Somerset Maugham, Steve Martin, los hermanos Marx o Philip Roth. Las fuentes de su humor se encuentran en anécdotas leídas al vuelo en revistas del corazón o de sociedad, o en la literatura pulp; motivos que al escritor le servían como punto de partida de sus feroces sátiras de la sociedad norteamericana y de sus costumbres, que, bajo la luz de su humor, se revelaban absurdas y pueriles. Perelman fue, además de un genuino neoyorquino de refinamiento dandi y algo esnob, un incansable viajero que dio la vuelta al mundo varias veces. Le debemos, también, parte del humor de los hermanos Marx, para quienes escribió dos de sus más celebradas películas: Pistoleros de agua dulce (1931) y Plumas de caballo (1932). En 1956, ganó un Oscar por el guion de La vuelta al mundo en ochenta días.

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© 1938, 1942, 1944, 1946, 1947, 1948, 1951, 1952, 1953, 1954, 1955, 1956, 1960, 1961, 1962, 1965, 1966, 1968, 1969, 1970, 1972, 1976, S. J. Perelman

© renovado en 1964, 1970, 1971, 1972, 1973, 1975, 1976, S. J. Perelman

© renovado en 1981, 1982, 1983, 1984, 1988, 1989, 1994, 1996, 1997, Abby y Adam Perelman

La mayoría de estos relatos fueron publicados originalmente en The New Yorker y, en menor medida, en Holiday y College Humor

Publicado según acuerdo con Harold Ober Associates Inc. e International Editors’ Co.

Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho

Diseño: Mikel Jaso

Composición digital: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Diciembre de 2017

Primera edición digital: Diciembre de 2017

© 2017, Contraediciones, S.L.

C/ Elisenda de Pinós, nº 22

08034 Barcelona

[email protected]

www.editorialcontra.com

© 2017, David Paradela López, de la traducción

© 2000, Prion Books Ltd, del prólogo de Woody Allen

© 2017, Didac Aparicio, de la introducción

© Getty Images, del retrato de la cubierta (S. J. Perelman circa 1965)

© Ann Rosener/The LIFE Images Collection/Getty Images, del retrato de la contracubierta (S. J. Perelman en 1949)

© Ralph Steiner, del retrato de la página contigua (S. J. Perelman en 1935)

ISBN: 978-84-947869-1-4

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

ÍNDICE

PRÓLOGO, DE WOODY ALLENINTRODUCCIÓNMAÑANA: PINTAN NUBESDE REPENTE, UNA PISTOLA…AZÓTAME, PAPI POSIMPRESIONISTALAS TERMITAS ROJASPÓNGALE OTRA, QUE ESTÁ SOBRIOINSERTE LA LENGÜETA «A» Y TÍRELO A LA BASURADENTAL O MENTAL, Y A HACER GÁRGARASAÑADA DOS PARTES DE ARENA, UNA PARTE DE CHICA Y REMUEVAADIÓS, MUÑECA SUECADOCTOR, ÁRMESE DE VALORDE LAS GOLOSINAS AL DIVÁN, POCOS PASOS VANNO ME TRAIGAN OSCARS (QUE LO QUE NECESITO SON ZAPATOS)EXCESO DE PROTEÍNAS, DIRÍA YOSUBIENDO LA CALLE Y BAJANDO LA ESCALERAYO SIEMPRE TE LLAMARÉ SCHNORRER, MI EXPLORADOR AFRICANO¿DE VERDAD VISTEIS A IRVING THALBERG?NO SOY NI HE SIDO NUNCA UNA MATRIZ DE CARNE MAGRAADELANTE, LA PÓLIZA LO CUBRENO SE ACEPTAN PEDIDOS POSTALES NI TELEFÓNICOS, DISCULPEN LAS MOLESTIASNO ME DIGAS, GITANILLAPARA MÍ LO ERES TODO, MÁS IMPUESTOS MUNICIPALESLLAMANDO A TODOS LOS CRETINOSSIN ALMIDÓN EN EL DHOTI, S’IL VOUS PLAÎTCUENTA DE GASTOS CON SANGRE AZUL ANGRELADA Y FLAGRANTES MENTIRIJILLAS RAMPANTESCUCOS ANIDANDO: NO MOLESTENPONGA DOS GRANUJAS A MARINAR Y AÑADA UNA PIZCA DE PELIGROPULSO ACELERADO, RESPIRACIÓN DÉBIL, SIN MOSTAZAEINE KLEINE POLILLAMUSIKMONOMANÍA, LO NUESTRO SE HA ACABADORETRATO DEL MIMO ADOLESCENTEHASTA LA VISTA, DULCE POLLUELORESPUESTAS BLANDAS AHUYENTAN LOS ROYALTIESAGÁRRENSE LAS CARTERAS, QUE VIENE EL LUJOEL SEXO Y EL MUCHACHO SOLTEROPARACAIDISTA DE MI CORAZÓN, DIME UNA COSA: ¿ERES HOMBRE O RATÓN?DEMASIADA ROPA INTERIOR MALCRÍA AL CRÍTICOCINCO BICEPITOS, Y DE CÓMO SE FUERON VOLANDO¡SEA UN PARDILLO! ¡TIRE USTED LA PASTA!¡HABRASE VISTO! ¿DE DÓNDE HAN SALIDO ESE PAR DE ZÁNGANAS CON CURVAS DE GUITARRA?DESAPARECIDAS: DOS MUJERES DE BANDERA. NO HAY RECOMPENSAMIENTRAS TANTO, EN EL DIQUE SECO…BAJO EL EXIGUO ROYALTY SE ALZA LA FORJA DEL PUEBLO

PRÓLOGO,DE WOODY ALLEN

No hay escritor de prosa cómica que pueda compararse con S. J. Perelman. Así de sencillo. Su escritura descuella sobre la de Robert Benchley, que fue el otro gran autor verdaderamente cómico y su único competidor. Lardner, Ade, Bill Nye, Leacock y Thurber a menudo pueden ser brillantes, pero ninguno de ellos le hace sombra al creador de Lucas Membrane, los Wormser, Suppositorsky y «No soy ni he sido nunca una matriz de carne magra», entre otros dechados de inspiración. Ningún escritor actual iguala a Perelman en talento cómico, delirante inventiva, erudita habilidad narrativa y deslumbrantes y originales diálogos.

Ninguna recopilación puede hacerle justicia, porque su humor es tan ingenioso y variado que, inevitablemente, toda selección acaba excluyendo alguna de nuestras obras maestras favoritas. Al mismo tiempo, es imposible que ninguna recopilación suya sea menos que excepcional, puesto que, con el paso de los años, el número de textos hilarantes entre los cuales elegir ha ido en aumento. Personalmente, prefiero sus obras más tardías, pero eso no significa que no me ría a carcajadas con sus perlas primerizas. Empecé a leerlo siendo adolescente y jamás me ha defraudado. De entre todos los autores cómicos con los que he trabajado o hablado a lo largo de los años, Perelman siempre ha sido el más icónico y reverenciado, el más genial e imitado, y el más desalentador para todo aspirante a estilista de prosa cómica. Para muchos de quienes empezamos hace ya unos años, su elegante voz era tan abrumadora que resultaba imposible no escribir como él.

Estoy seguro de que esta antología será la prueba de que mis elogios no son exagerados.

INTRODUCCIÓN

«Perelman logró, pese a todo, sacarse de la chistera varios libros, a cuál menos distinguido, todos ellos hitos de la ampulosidad, el engreimiento, la pedantería y pomposidad más endiosada. En sus páginas prolifera la estrambótica flora gramatical de los manuales de redacción de H. W. Fowler: la Variación Elegante, el Zeugma Donoso, el Modismo Labrado en Piedra, el Ornamento Aporreado, la Sentencia Muda, el Férreo Indefendible, el Desliz Colateral y la Confidencia Desigual. Su obra es un museo de la mediocridad, un monumento a la banalidad más genuina. Lo que Flaubert hizo a los franceses con Bouvard y Pécuchet, lo que Pizarro hizo a los incas, lo que Jack Dempsey le hizo a Paulino Uzcudun, S. J. Perelman se lo ha hecho a las belles-lettres norteamericanas.»

SIDNEY NAMLEREP

(Del prólogo de Crazy Like a Fox, 1944)

«Su vocabulario era el resultado de una inmersión profunda en la ficción pulp y las películas de gánsteres, clásicos de la literatura francesa, textos científicos del siglo XIX, arcanos libros de geografía, manuales de náutica, relatos de aventuras y privación, y todo diccionario no abreviado de la lengua inglesa jamás compilado (…). En consecuencia, parece que no hubiera ninguna palabra del léxico indoeuropeo que no pudiera emplear con finalidad cómica o perturbadora.»

BILL BRYSON

(Del prólogo de The Most of Perelman, 2001)

A pesar de ser un reconocido maniático a la hora de dar por buena una frase, Sidney Joseph Perelman fue un escritor prolífico como pocos. Es el autor de una novela, alrededor de quinientos sesenta relatos —o feuilletons, como solía referirse a sus sketches cómicos—, veintitrés colecciones de cuentos (dos de estas póstumas), ocho obras de teatro, once guiones cinematográficos y al menos cuatro para la televisión. Toda su obra, sin excepción, estuvo consagrada al humor. La mayor parte de su narrativa breve —el grueso de su obra— se publicó en el New Yorker, donde aparecieron de manera casi ininterrumpida a lo largo de su vida doscientas setenta y ocho piezas cómicas. En 1953, su año más productivo, publicó cincuenta y tres relatos en la revista. Viajero incansable —dio al menos seis vueltas completas al mundo, además de infinidad de viajes a lo largo y ancho del globo—, su pluma también fue reclamada por las revistas Holiday y Travel and Leisure, donde su barroca prosa fraguó una de las literaturas de viajes más delirantes y divertidas que se conocen. Algo de esta puede leerse en el relato incluido en este volumen «Subiendo la calle y bajando la escalera».

Sus padres, Joseph Samuel Perelman y Sophie, judíos de origen ruso que llegaron a EE. UU. durante la ola de inmigración de finales del XIX, se establecieron en Brooklyn. Allí nacería, el 1 de febrero de 1904, Sid Perelman. Poco después, se trasladaron a Providence, Rhode Island. El padre, que aspiraba a la ingeniería, tuvo que conformarse con un trabajo de maquinista en una fábrica y luego abrió una tienda de productos textiles y una granja de pollos, que al parecer se morían cuando llegaban las primeras oleadas de frío. Todo ello contribuyó a que el patriarca desarrollara un férreo sentimiento anticapitalista, que el hijo heredó en no poca medida. A pesar de que los Perelman no acudían asiduamente a la sinagoga ni eran judíos practicantes, en el joven Sidney caló profundamente el yiddish que se hablaba en casa. Y si bien nunca llegó a dominarlo de forma fluida, salpicaría toda su obra y lo utilizaría por su ironía y por el contraste que producía al yuxtaponerlo al erudito despliegue semántico del inglés (o francés) más elevado. Sobre la proliferación de palabras en yiddish, de la que esta antología da fe —el lector se topará con términos como pascudnick, schmoos, schmendrick, schnorrer, zoftick o schlemiel—, Perelman afirmó: «Me gusta su carácter de invectiva. Existen noventa palabras en yiddish que expresan gradaciones de menosprecio que van desde un estado de apacible y trémula indefensión hasta la más irreconciliable y absoluta brutalidad. Todos ellos me pueden ser útiles para matizar el tipo de individuos sobre los que escribo».

En su obra conviven tanto el registro más elevado como el más popular. Desde muy joven, acudía asiduamente a los anaqueles de la librería pública de Providence para devorar a sus queridos Joseph Conrad o Somerset Maugham —de los que le fascinaban sus retratos de lugares remotos—, James Joyce —del que analizaría con obsesión cada palabra y cada frase, y del que llegó a poseer hasta once ediciones del Ulises—, aunque también era un lector contumaz de lo que él mismo denominaría «mulch», o la literatura popular y pulp de su tiempo. Entre sus lecturas predilectas estaban El árabe de E. M. Hull, Graustark de George Barr McCutcheon o El misterio del Dr. Fu Manchú de Sax Rohmer. También solía faltar a clase y pasarse horas contemplando películas mudas, fascinado por vamps del cine silente como Jetta Goudal, Corinne Griffith, Norma Talmadge, Louise Brooks o Nita Naldi. Él mismo lo resume así: «Como escritor, he leído lo peor que el hombre ha pensado y dicho alguna vez. De joven, me quedé prácticamente ciego leyendo toda la porquería jamás escrita, lo que, combinado con mis estudios de latín y griego, produjo unos resultados más que dudosos. En fin, todo aquello conformó una especie de amasijo. Acudía a los tugurios de la costa para ver las películas porno que veían los marineros —Sex Maniac es una de las mejores películas que he visto en mi vida—, y me sumergía en la lectura de revistas baratas como Adventure y Black Mask, de donde, por cierto, salieron Sam Spade y Philip Marlowe».

Al principio, consagró su comicidad al cartoon, o viñeta cómica. Al poco de entrar en la Universidad Brown, en 1921, donde tuvo problemas de adaptación en un entorno de corte pijo que no aceptaba a los judíos en sus hermandades, empezó a colaborar en la revista universitaria The Brown Jug —de la que acabaría siendo el editor— con algunos dibujos, contribuyendo a la santísima trinidad de la publicación, a saber: beber, montárselo con tías e incidentes divertidos acontecidos en el campus. Si empezó es escribir relatos fue porque, como él mismo reconoció, «las leyendas de mis viñetas se hacían cada vez más largas». En Brown conoció, por cierto, a una de las figuras que marcarían su vida, Nathan Weinstein, más conocido como Nathanael West, del que recibió el influjo de sus novelas, además de su amistad, y con cuya hermana Laura acabaría casándose. Perelman entró en Brown con la intención de convertirse en médico —como sus queridos Joyce y Maugham—, pero tras ser invitado a diseccionar un gato, se pasó a Filología Inglesa. Nunca terminó los estudios. En 1925, después de recibir una oferta como dibujante y escritor de Judge, que junto con Life era la revista de humor por antonomasia del país, hizo el petate y se trasladó a Nueva York. Entre sus jefes estaba Harold W. Ross, que ese mismo año fundaría el New Yorker y pocos años después tendría a Perelman entre sus escritores predilectos.

En 1929, se casa con Laura West y viajan de novios a Francia. Durante el viaje, llega el primer libro de Perelman, Dawn Ginsbergh’s Revenge, una antología de cuarenta y nueve relatos, la mayoría previamente aparecidos en Judge, que le publicó el editor Horace Liveright —que tenía en su filas a Faulkner, Freud, Hemingway o Dreiser—, y empieza a prefigurarse su estilo. El libro no tuvo mucha repercusión, aunque se vendieron la nada despreciable cifra de cuatro mil seiscientos ejemplares. Quizá lo más destacable fue que una de las copias de promoción acabó en manos de Groucho Marx, al que se pidió que escribiera un blurb, o cita promocional, para la contracubierta. «Desde el momento en que cogí el libro hasta que lo dejé, me invadió una risa incontenible. Algún día tengo intención de leerlo», concluyó el frontman de los Marx.

En 1930 empieza a escribir para College Humor, donde apareció serializada su única novela, coescrita con Quentin Reynolds, Parlor, Bedlam and Bath. Cuando se publicó el libro —Liveright, de nuevo—, se vendieron solo mil quinientos ejemplares —un completo desastre—, lo cual es uno de los motivos por los que Perelman no volvería a escribir novelas, si bien es cierto que Parlor… adolecía de falta de pulso narrativo y sentido dramático. En cualquier caso, su preferencia por la forma breve queda descrita por él mismo así: «Para mí, la escala carece de importancia. En mi opinión, el muralista no es más válido que el pintor de miniaturas. En este país enorme donde el tamaño lo es todo y en el que Thomas Wolfe goza de un mayor estatus que Robert Benchley, me conformo con dar puntadas en mi bastidor de bordar. Creo que la forma en la que trabajo puede tener su propia distinción».

En 1930 también se estrena en el New Yorker de Harold Ross con «Open Letter to Moira Ransom», que ve la luz un 13 de diciembre. Cuarenta y nueve años y doscientos setenta y siete relatos después, llegaría el último, de 1979, «Potrait of the Artist as a Young Cat’s Paw». En ambos es evidente una de las genialidades del autor: los títulos de sus relatos, que a modo de avanzadilla prefiguran el particular universo léxico y humorístico de sus historias, así como su estilo barroco e hiperbólico. Solo por la titulación ya merecería un lugar destacado en la historia de la literatura. Otro rasgo característico es su excentricidad a la hora de bautizar a sus personajes. Además de Moira Ransom («ransom» en inglés es «secuestro» o «rescate»), por sus páginas desfilan pájaros como Lucas Membrane, Benno Troglodeit, Sherman Wormser, el señor Fabricant, Walt Chicanery y muchos otros.

Durante la temporada 1928-1929 de Broadway se produjo otro momento fundamental en la vida de Perelman: en una representación de la obra de los Hermanos Marx Animal Crackers, Sidney envió una nota de agradecimiento al camerino de Groucho por el blurb que este había escrito para su primer libro. Para su sorpresa, Groucho le correspondió con una propuesta: coescribir junto con Will B. Johnstone un guion radiofónico. Cuando le presentaron la idea —cuatro hermanos de polizontes en un transatlántico—, Groucho dijo que era demasiado buena como para que acabara siendo una obra radiofónica y decidió que iba a ser el guion de su próxima película. Perelman y Jonhstone se pusieron manos a la obra con Monkey Business —estrenada en España como Pistoleros de agua dulce—, a pesar de no tener ni idea en lo que a escritura cinematográfica se refiere. Lo disimularon como pudieron, y salpimentaron el guion con lo que les pareció convincente jerga profesional, como improbables «planos Vorkapich» —una especie de zooms rápidos al rostro—, «dollys» y «cierres en iris».

En menos de seis semanas, Johnstone y Perelman tenían el guion. Tras sortearse lanzando una moneda al aire quién lo leería en voz alta frente a los Marx en la suite del hotel Roosevelt de Nueva York, en febrero de 1931, Perelman fue el encargado de declamarlo ante una audiencia que, además de los cómicos, incluía a un nutrido séquito y hasta cinco perros. En lo que se convirtió en una hora y media agónica de bostezos y ladridos, S. J. salió al paso como pudo. Al finalizar, Chico le preguntó a Groucho: «Y bien, ¿qué opinas?», a lo que Groucho respondió: «Apesta». Un proceso de reescritura de cinco meses dio por fin como resultado un guion satisfactorio. La película se estrenó en septiembre de 1931 y fue un rotundo éxito de taquilla. Perelman y Jonhstone repetirían en el guion de Horse Feathers (1932, traducida como Plumas de caballo). «Aquí tiene mi tarjeta y mi último análisis de orina» es uno de tantos one-liners que Perelman escribió para los Marx.

Su relación con Groucho fue tensa y cordial a un tiempo, como revela el relato incluido en este antología, «Yo siempre te llamaré schnorrer, mi explorador africano», que relata un encuentro entre el cómico y el escritor en Hollywood mientras el primero estaba rodando Una novia en cada puerto. Si bien ambos se profesaron respeto y admiración, también es cierto que, hacia el final de sus vidas, no dudaron en manifestar su desencanto y descrédito hacia el otro. Perelman lo resumió elocuentemente: «Hice dos películas para los Hermanos Marx, que en cierto modo es lo más admirable que he hecho en mi vida, porque todo aquel que ha trabajado alguna vez en una película de los Marx te dirá que prefiere ser encadenado al remo de una galera y flagelado a intervalos de diez minutos hasta chorrear sangre que volver a trabajar con esos hijos de puta».

Tras el éxito con los Marx, Perelman y su mujer se instalaron con cierta frecuencia durante las décadas de los treinta y los cuarenta en Hollywood, en nómina para las principales majors puliendo guiones y escribiendo algunas películas que no han pasado a la historia. Aunque su trabajo en California motivaba frecuentes dolores de cabeza, estaba bastante mejor remunerado que su escritura creativa. De todos modos, su experiencia fue sin duda uno de los temas que más explotaría en su obra: léase por ejemplo «¿De verdad visteis a Irving Thalberg?», incluido en esta colección, que, en una trama digna de Kafka, retrata su frustrado intento de escribir un guion para el todopoderoso productor. De su experiencia en la meca del cine, Perelman concluyó: «Hollywood es una ciudad industrial siniestra controlada por gánsteres de enorme fortuna con la ética de una manada de chacales y un gusto tan degradado que ensucia todo lo que toca».

En 1932 los Perelman compran una casa de campo en Bucks County, Pensilvania. Allí residirían durante largas temporadas, sobre todo cuando la vida en la ciudad se les hacía insoportable. De todos modos, la vida rural también era una fuente inagotable de pormenores, como se deja entrever, por ejemplo, en algunos relatos de esta colección, como «Cinco bicepitos, y de cómo se fueron volando». Dio buena cuenta de todo ello en su compendio de 1947 Acres and Pain, que recoge veintiún sketches previamente aparecidos en el Saturday Evening Post. El 19 de octubre de 1936 nace su hijo, Adam, y un año y medio después, su hija, Abby Laura, cuyos trasuntos ficcionales pueden verse en «No me traigan Oscars (que lo que necesito son zapatos)». Su relación profesional con el New Yorker se afianza a partir de un contrato firmado con Ross y Gus Lobrano por el cual debía entregar una serie de piezas al año. Perelman respetaba a la revista, sobre todo porque sus editores apenas le sugerían cambios y aceptaban sin reticencias su particular léxico y puntuación. En una ocasión, William Shawn, que fue su editor en la revista tras la muerte de Lobrano, le llamó para sugerirle amablemente si, en una determinada frase, podía cambiar un guion por un punto y coma. Perelman insistió en que debía permanecer el guion, y ahí se quedó.

Sid escribía con una lentitud pasmosa. Para él, el acto de escritura era doloroso y laborioso. Escribía de forma metódica de diez de la mañana a seis de la tarde, seis días a la semana. Se cuenta que cuando recibió una llamada de un conocido mientras se devanaba los sesos para conferir la forma perfecta a una frase, se disculpó con su interlocutor y prometió llamarlo al terminar. Tardó un día entero en devolver la llamada. No es raro, pues, que en el plazo de una semana no escribiera más de mil palabras. Él mismo explicaba, en la entrevista que concedió a George Plimpton y William Cole en 1963 para la serie Writers at Work de la Paris Review, medio en broma, que lo normal era escribir treinta y siete borradores de una historia. «Una vez intenté hacer treinta y tres versiones, pero algo faltaba. En otra ocasión, hice cuarenta y dos, pero el efecto final era demasiado lapidario.» Muchas veces, para afinar el tono de un sketch, lo leía en alto, a veces incluso delante de amigos, sobre todo para ver cómo reaccionaban frente a los pasajes humorísticos.

Devoraba periódicos y revistas de todo el mundo, confiando en encontrar algo que inspirara su imaginación. Incluso pedía a conocidos que recopilaran aquellos artículos más extravagantes, extraños o ridículos. Su convicción era que el humor debía partir de la realidad, pues, como afirmaba, «no hay nada más aburrido que el sinsentido basado en el sinsentido». Muchos de sus relatos no solo no ocultan su origen, sino que este aparece destacado y citado o comentado en la apertura del relato. Quizá Perelman sea el autor que mejor y más honestamente ha revelado sus fuentes de inspiración. En su caso, estas eran, casi invariablemente, la lectura de la prensa o de revistas de toda índole y nacionalidad, donde a menudo proliferaban artículos y anuncios que, por su extrañeza, activaban automáticamente la máquina satírica de Perelman, que, al llevar el absurdo hasta límites demenciales una situación ya de por sí ridícula, ponía de manifiesto lo irracional del mundo que le rodeaba. Por ejemplo, en el hilarante y primerizo relato «Azótame, papi posimpresionista», Perelman parte de varios pósters de la película La luna y seis peniques para, a continuación, reproducir la supuesta correspondencia entre el pintor Paul Gauguin y el barbero del padre del narrador, y de paso poner de manifiesto el machismo de Hollywood y su visión de la mujer como mero objeto de satisfacción del deseo masculino.

En «Añada dos partes de arena, una parte de chica y remueva», de 1944, Perelman parte de unos anuncios que descubrió mientras hojeaba la revista Vogue.

Este hallazgo le servirá para, por una parte, ironizar sobre el absurdo de algunas estrategias publicitarias, y por otra, denunciar, en forma de vodevil, la hipocresía y pleitesía de una reunión de creativos.

Con respecto al humor, en una entrevista de 1969 con William Zinsser, afirmó: «El humor es básicamente un punto de vista, y solo los pedantes intentan clasificarlo. Para mí, su mayor mérito es el uso de lo inesperado, la alusión oblicua, la deflación de la pomposidad y la constante repetición de la indefensión de uno mismo en múltiples situaciones. Nadie quiere convertirse de forma consciente en un escritor de sátiras sociales. Encuentras algo lo suficientemente absurdo como para ponerle un par de minas antipersona debajo. Si entonces lo resultante parece tener otro sentido, pues eso es un regalo, pero la obligación principal es entretenerse uno mismo». Para Tom Wolfe, en un artículo para el New York Times que apareció tras la publicación (póstuma) del último libro de Perelman, The Last Laugh —que incluía cuatro episodios de la que debía ser su autobiografía, indefinidamente pospuesta a la largo de su vida—, la técnica de Perelman podía resumirse como «la parodia de la grandilocuente perífrasis y la frase subordinada de la prosa del siglo XIX, el término del argot punzante, la subversión del cliché, el extranjerismo irónicamente elegante o perelmanizado, el descarado juego de palabras, el símil forzado y excesivo, la micrometonimia y la extrapolación del cliché en metáfora». Prepárense para esto y mucho más en los cuarenta y dos relatos que siguen. Sirva este pasaje típicamente perelmaniano de adelanto, donde son evidentes dos de los rasgos más característicos de su prosa: la inversión del sentido común y la hipérbole: «Un sábado de mediados de abril, tras nueve semanas ausente de la casita que tengo en Pensilvania, saqué nuestro Wills Sainte Clare del garaje de Nueva York para ir a ver si los ratones tenían suficiente comida, la pintura se había desconchado a tiempo y el sótano estaba debidamente inundado. Era un día glorioso, soleado y con unas nubes de algodón, y la perspectiva de pasar una tarde serena y agradable rascando óxido y vaciando sumideros en medio de una calma rota solamente por mis fatigosos jadeos me embriagaba ligeramente».

En lo personal, Perelman no era alguien particularmente gracioso. Era más bien serio, ultrasensible y muy vulnerable a las críticas. Desde muy joven, cultivó un porte de dandi, y a lo largo de los años fue perfeccionando su imagen elegante de bigote cuidadosamente recortado, gafas redondas con montura de acero —que compró en París en 1927— y un vestuario que encargaba en Londres: en George Cleverley de Cork Street, el calzado; en Anderson and Sheppard de Savile Row, sus trajes de tweed. Su obsesión por la ropa queda manifiesta en dos de los sketches aquí recogidos: «Eine kleine polillamusik» y «Sin almidón en el dhoti, s’il vous plaît», en ambos casos la correspondencia entre un puntilloso cliente y su tintorero. Con la edad, se acentuó su irascibilidad y atravesaba prolongados episodios de melancolía. A la gente le sorprendía su timidez, reserva y carácter taciturno. Raramente contaba chistes a extraños ni trataba de entablar una conversación. Muchas veces, en reuniones sociales, se recluía y permanecía en silencio, aunque, otras, frente al mismo grupo de personas, se mostraba locuaz y contaba un montón de anécdotas inteligentes y divertidas. No eran infrecuentes sus estadios depresivos, que incluso le impedían escribir. Algunos podían durar hasta un año.

En 1940, su mejor amigo y hermano de su mujer, Nathaniel West, murió en un accidente de circulación. Los Perelman nunca se recuperaron del todo. Hasta su muerte, Laura Perelman atravesó episodios de alcoholismo profundo que las frecuentes infidelidades de Sidney, a quien fascinaban las mujeres jóvenes, no contribuyeron a aliviar. Una de sus amantes fue la bella socialité Leila Hadley, con la que mantuvo un romance que duró varios años. Se dice que, por su parte, Laura tuvo una historia con Dashiel Hammett.

Perelman era un quebradero de cabeza para sus editores, a los que este solía cambiar con más frecuencia que sus almidonadas camisas. A ellos culpaba de la tímida respuesta de lectores y de los escasos royalties. Su colección de relatos Strictly from Hunger, publicada por Random House en 1937, compuesta por veintiuna piezas del New Yorker, arrojó la exigua cifra de doce dólares de derechos de autor. No sería hasta 1944, cuando aparece Crazy Like a Fox, que vendió veinticinco mil ejemplares durante los primeros meses desde su publicación, que empieza a gozar de cierto éxito. Este se consolidaría por fin con Westward Ha!, de 1948, el resultado de su primera vuelta al mundo, acompañado por el dibujante Al Hirschfeld, que vendió más de sesenta mil ejemplares. En enero de 1949 dio otra vuelta al mundo, esta vez con su mujer e hijos, de cuya experiencia surgió The Swiss Family Perelman, publicado un año después.

Su consagración internacional le llegó a mitad de la década de los cincuenta. En 1955 el productor Mike Todd lo reclutó para escribir el guion de Around the World in 80 Days, con David Niven como Phileas Fogg y Shirley MacLaine como Aouda. Se estrenó el 17 de octubre de 1956 en el Teatro Rivoli de Nueva York. Ganó cinco estatuillas, incluida la de mejor guion para Perelman, ex aequo con John Farrow y James Poe, aunque no acudió a la ceremonia de entrega de los Oscars, alérgico también como Woody Allen a la Costa Oeste. En su nombre, recibió el premio la actriz Hermione Gingold, que dijo, «estoy encantada de recibir este objet d’art de parte del Sr. Perelman, que lamenta no poder estar hoy aquí por un buen número de razones, todas ellas picantes». El «objet d’art» acabó, por cierto, de tope de puerta en su oficina de Nueva York.

Tras el Oscar, su fama creció. The Road to Miltown, de 1957, otra compilación de sketches, fue un best seller. En 1958 aparece su antología más extensa, que incluye noventa y seis feuilletons, y ese mismo año es nombrado miembro del prestigioso Instituto Nacional de las Artes y las Letras norteamericano. En 1966 se traslada definitivamente a su finca de Bucks County. Tras la muerte de Laura, el 10 de abril de 1970, vende todas sus pertenencias, incluida la finca, y se marcha a su idolatrada Inglaterra, con intención expresa de no regresar jamás, cosa que le valió no pocas críticas. Sin embargo, su arcadia británica no se materializa, y regresa, apesadumbrado, dos años después. No tardará en volver a poner pies en polvorosa, y en 1975 da su sexta vuelta al mundo, que recogerá en Eastward Ha!

En 1978, recibe la medalla especial al mérito del National Book Award por su contribución a las letras norteamericanas. Ese mismo año, presenta el galardón de la Asociación de Críticos de Nueva York, que recayó en Woody Allen y Marshall Brickman por el guion de Annie Hall. En su discurso, dijo: «El mundo ya sabe qué intenso placer nos ha proporcionado Woody Allen, y nunca tanto como en su última película. La tercera vez que la vi, me di cuenta de la inexpresable deuda de placer que he contraído con él. Me complace tener ocasión de reconocerlo». El cineasta ha afirmado en diversas ocasiones, como en el prólogo que abre este volumen, que es un admirador acérrimo de Perelman, y en su estilo —tanto en su obra literaria como en los diálogos de sus películas— es evidente la profunda huella que dejó su humor. Sus personajes hipocondríacos y cobardes, su a veces pedante intelectualidad, el judaísmo neoyorquino sofisticado y una ironía devastadora nacen en Perelman, como el lector no tardará en comprobar. Los dos genios, muy parecidos físicamente, como demuestra el retrato de Perelman de la contracubierta de este libro, no se conocerían hasta pocas semanas después de la entrega del premio, cuando en el famoso restaurante Elaine’s, muy frecuentado por la intelectualidad neoyorquina, Perelman vio a Woody Allen sentado a la mesa que solía ocupar y le envió una nota invitándole a unírsele para una copa. Woody Allen, que recibía constantemente invitaciones de comensales que ansiaban conocerlo, pensó que se trataba de una broma y no se presentó ante la mesa de Perelman hasta un buen rato después, disculpándose por la demora y abrumado por la ocasión.

Perelman falleció a los setenta y cinco años de un ataque al corazón propiciado por la arterioesclerosis en su apartamento del hotel Gramercy Park de Nueva York, el 17 de octubre de 1979, el día del cumpleaños de su mejor y difunto amigo Nathanael West. Fue incinerado y no hubo funeral o servicio de ningún tipo. Sus cenizas reposan debajo de un árbol en West Hurley, Nueva York, no muy lejos de donde vivía su hija.

La presente antología reúne, por primera vez en castellano, cuarenta y dos relatos escritos a lo largo de cinco décadas. Previamente, de S. J. Perelman solo se había vertido a nuestro idioma el relato de la vuelta al mundo que hizo con su familia en 1949, The Swiss Family Perelman (Los Robinsones Perelman, Versal, 1991, con traducción de Celia Filipetto), y el relato «Up the Close and Down the Stair», que fue incluido en Antología del cuento norteamericano (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2001, con traducción de Javier Calvo).

Para la presente selección, se ha partido de las principales antologías de relatos de Perelman, así como de la lectura del archivo del New Yorker, donde recordemos que el autor publicó buena parte de sus cuentos. Se ha optado por traducir de la versión que apareció en dicha revista, y no de las que posteriormente fueron recogidas en las distintas colecciones. Si bien las diferencias son mínimas, las hay, aunque sobre todo afectan a algunos nombres propios. A modo de ejemplo, en la versión que se publicó en el New Yorker de «Inserte la lengüeta “A” y tírelo a la basura», Perelman cita a la actriz Jane Russell, mientras que en la versión que posteriormente se publicó en The Most of S. J. Perelman, su antología más completa, aparece Chili Williams.

La peculiar forma de algunos cuentos —en forma epistolar, en forma de sketch dramatizado— invitaba a secuenciar esta antología por afinidades formales, o incluso temáticas —son recurrentes sus relatos sobre el mundo de la publicidad o sobre Hollywood / Broadway—, pero se ha optado por ordenarlos cronológicamente, sobre todo con la finalidad de que el lector pueda apreciar cómo evolucionan el humor y el lenguaje de Perelman, y de cómo algunos temas se retoman y reinventan en relatos de diferentes décadas. A continuación se señalan, siempre que ha sido posible, el título original —que no tiene desperdicio, amén de difícil traducción—, el año de publicación y la revista donde estos sketches aparecieron por primera vez.

«Mañana: pintan nubes» [«Tomorrow: Fairly Cloudy»] — The New Yorker, 20 de agosto de 1938«De repente, una pistola…» [«Somewhere a Roscoe…»] — The New Yorker, 15 de octubre de 1938«Azótame, papi posimpresionista» [«Beat Me, Post-Impressionist Daddy»] — The New Yorker, 21 de noviembre de 1942«Las termitas rojas» [«The Red Termites»] — Según la principal antología de Perelman, The Most of S. J. Perelman, el relato se publicó en la revista College Humor entre 1930 y 1944, pero dicho dato no ha podido corroborarse«Póngale otra, que está sobrio» [«Hit Him Again, He’s Sober»] — The New Yorker, 8 de enero de 1944«Inserte la lengüeta “A” y tírelo a la basura» [«Insert Flap “A” and Throw Away»] — The New Yorker, 5 de febrero de 1944«Dental o mental, y a hacer gárgaras» [«Dental or Mental, I Say It’s Spinach»] — Saturday Evening Post, 27 de mayo de 1944«Añada dos partes de arena, una parte de chica y remueva» [«Take Two Parts Sand, One Part Girl, and Stir»] — The New Yorker, 8 de julio de 1944«Adiós, muñeca sueca» [«Farewell, My Lovely Appetizer»] — The New Yorker, 6 de diciembre de 1944«Doctor, ármese de valor» [«Physician, Steel Thyself»] — The New Yorker, 2 de marzo de 1946«De las golosinas al diván, pocos pasos van» [«The Sweeter the Tooth, the Nearer the Couch»] — The New Yorker, 7 de febrero de 1948«No me traigan Oscars (que lo que necesito son zapatos)» [«Don’t Bring Me Oscars (When It’s Shoesies That I Need)»] — The New Yorker, 13 de marzo de 1948«Exceso de proteínas, diría yo» [«Methinks He Doth Protein Too Much»] — The New Yorker, 27 de noviembre de 1948«Subiendo la calle y bajando la escalera» [«Up the Close and Down the Stair»] — The New Yorker, 8 de septiembre de 1951«Yo siempre te llamaré schnorrer, mi explorador africano» [«I’ll Always Call You Schnorrer, My African Explorer»] — Holiday, abril de 1952 (publicado originalmente con el título «Week End with Groucho Marx»)«¿De verdad visteis a Irving Thalberg?» [«And Did You Once See Irving Plain?»] — Según la principal antología de Perelman, The Most of S. J. Perelman, el relato se publicó en la revista Holiday entre 1950 y 1958, pero dicho dato no ha podido corroborarse«No soy ni he sido nunca una matriz de carne magra» [«I Am Not Now, Nor Have I Ever Been, a Matrix of Lean Meat»] — The New Yorker, 16 de mayo de 1953«Adelante, la póliza lo cubre» [«Come On In, the Liability’s Fine»] — The New Yorker, 6 de junio de 1953«No se aceptan pedidos postales ni telefónicos, disculpen las molestias» [«Sorry—No Phone or Mail Orders»] — The New Yorker, 18 de julio de 1953«No me digas, gitanilla» [«Don’t Tell Me, Pretty Gypsy»] — The New Yorker, 15 de agosto de 1953«Para mí lo eres todo, más impuestos municipales» [«You’re My Everything Plus City Sales Tax»] — The New Yorker, 12 de diciembre de 1953«Llamando a todos los cretinos» [«Calling All Addlepates»] — The New Yorker, 16 de enero de 1954«Sin almidón en el dhoti, s’il vous plaît» [«No Starch in the Dhoti, S’il Vous Plaît»] — The New Yorker, 12 de febrero de 1955«Cuenta de gastos con sangre azul angrelada y flagrantes mentirijillas rampantes» [«Swindle Sheet with Blueblood Engrailed, Arrant Fibs Rampant»] — The New Yorker, 4 de junio de 1955«Cucos anidando: no molesten» [«Cuckoos Nesting—Do Not Disturb»] — The New Yorker, 25 de agosto de 1956«Ponga dos granujas a marinar y añada una pizca de peligro» [«Heat Yeggs in Vessel and Sprinkle with Hazard»] — The New Yorker, 15 de septiembre de 1956«Pulso acelerado, respiración débil, sin mostaza» [«Pulse Rapid, Respiration Lean, No Mustard»] — The New Yorker, 8 de diciembre de 1956«Eine kleine polillamusik» [«Eine Kleine Mothmusik»] — The New Yorker, 13 de agosto de 1960«Monomanía, lo nuestro se ha acabado» [«Monomania, You and Me Is Quits»] — The New Yorker, 26 de noviembre de 1960«Retrato del mimo adolescente» [«Portrait of the Artist as a Young Mime»] — The New Yorker, 28 de enero de 1961«Hasta la vista, dulce polluelo» [«The Sweet Chick Gone»] — The New Yorker, 3 de junio de 1961«Respuestas blandas ahuyentan los royalties» [«A Soft Answer Turneth Away Royalties»] — The New Yorker, 7 de abril de 1962«Agárrense las carteras, que viene el lujo» [«Flatten Your Wallet—High Style Ahead»] — The New Yorker, 20 de febrero de 1965«El sexo y el muchacho soltero» [«Sex and the Single Boy»] — The New Yorker, 8 de mayo de 1965«Paracaidista de mi corazón, dime una cosa: ¿eres hombre o ratón?» [«Tell Me Clear, Parachutist Dear, Are You Man or Mouse?»] — The New Yorker, 25 de diciembre de 1965«Demasiada ropa interior malcría al crítico» [«Too Many Undies Spoil the Crix»] — The New Yorker, 22 de octubre de 1966«Cinco bicepitos, y de cómo se fueron volando» [«Five Little Biceps and How They Flew»] — The New Yorker, 19 de octubre de 1968«¡Sea un pardillo! ¡Tire usted la pasta!» [«Be A Cat’s-Paw! Lose Big Money!»] — The New Yorker, 26 de julio de 1969«¡Habrase visto! ¿De dónde han salido ese par de zánganas con curvas de guitarra?» [«Hark—Whence Came Those Pear-Shaped Drones?»] — The New Yorker, 1 de noviembre de 1969«Desaparecidas: dos mujeres de bandera. No hay recompensa» [«Missing: Two Lollapaloozas—No Reward»] — The New Yorker, 17 de octubre de 1970«Mientras tanto, en el dique seco…» [«Meanwhile, Back at the Crunch…»] — The New Yorker, 8 de abril de 1972«Bajo el exiguo royalty se alza la forja del pueblo» [«Under the Shrinking Royalty the Village Smithy Stands»] — The New Yorker, 27 de diciembre de 1976

Finalmente, hay que agradecer la labor del traductor, David Paradela, que se las ha visto para verter el incombustible arsenal léxico de Perelman y sus idioms de algún argot hoy perdido en la noche de los tiempos.

Didac Aparicio

Barcelona, noviembre de 2017

MAÑANA: PINTAN NUBES

Dios me libre de ser chismoso, pero algo muy serio está pasando en el mundo de la publicidad americana. De hecho, casi da la impresión de que el día menos pensado la publicidad americana habrá dejado de existir.

Puede que alguno de ustedes, miembros de la División de la Vieja Guardia, recuerde un anuncio que apareció a finales de los años veinte. En él se veía a una conocida princesa rusa que, con un libro de la editorial Knopf en la mano, decía con ojos arrobados: «Consciente de mi deber social, nunca me dejo ver en público sin uno de los libros del borzoi».1 En su momento creí oír en las calles los pasos amortiguados de la jacquerie e incluso llegué a comprarme una pica apta para ensartar cabezas. Supongo que no fue más que una ilusión. Por entonces yo era un bobo extraordinario y petulante, e imaginaba que la publicidad sería destruida desde el exterior. Pero no: seguirá hinchándose más y más hasta expirar en brazos de un par de monjas, como Oscar Wilde.

La primera nota de la marche funèbre llegó con un anuncio de la pasta de dientes Listerine aparecido en el número de diciembre de 1937 de American Home. Consistía en una tira cómica titulada «¿Cómo llegó Patty al cine?», y la trama era la siguiente: Patty, una muchacha hermosa y pizpireta, está sentada en la playa soñando despierta junto a un chico y otra chica. De su boca sale un bocadillo en el que pone: «He leído que las modelos de fotografía van muy buscadas. Cuánto me gustaría dedicarme a eso… montones de dinero y quizá algún día llegar a actriz». «¿Por qué no, Patty? —le dice Bob—. Seguro que triunfarías. Le diré a papá que llame a su amigo fotógrafo, el señor Hess.»

Menos de dos viñetas más tarde, el señor Hess le da malas noticias a Patty: «Me temo que no podrá ser, señorita Patty. Tiene usted unos dientes bonitos, pero no lo bastante bonitos. Para trabajar frente a las cámaras tienen que ser perfectos». Patty se desahoga con la señorita Jones, la secretaria del señor Hess: «He fracasado, señorita Jones… ¡y con lo mucho que necesitamos el dinero!». «¿Fracasado? ¡Bobadas! —responde enérgica la señorita Jones—. Lo único que tiene que hacer es usar la pasta de dientes especial que usan nuestras mejores modelos y estrellas de cine. DENTÍFRICO LISTERINE, se llama. Pruébela dos semanas… luego vuelva.»

Sí, señores míos, seguramente tengan ustedes el don de la videncia. «Tres semanas después, en el estudio», comienza la quinta viñeta, en la que el señor Hess anuncia: «El trabajo es suyo, señorita Patty… 50 $ a la semana. No puedo creer que sea usted la misma chica de hace unas semanas. Sus dientes están perfectos». «Cuánto se lo agradezco, señor Hess —replica Patty, que es tenaz como un bulldog—. Quién sabe, quizá acabe haciendo cine. Y todo gracias a la señorita Jones.» La sexta y última viñeta empieza: «Un año después». Entre las caras de la gente del pueblo, vemos a Patty de pie en la plataforma del vagón de cola de un tren, vestida con un elegante traje adornado con orquídeas. «Sois maravillosos. ¡Adiós! ¡Adiós!», dice. «Hollywood caerá a sus pies», observa Bob, categórico, dirigiéndose a la amiga de Patty, y es la respuesta de esta amiga sin nombre la que debería reverberar en los corredores del tiempo: «Quizá nosotros también deberíamos empezar a usar el DENTÍFRICO LISTERINE —murmura sombríamente—. Lo que sea por salir de este pueblo de paletos».

Las cursivas son mías, pero la desesperación es la de toda la cofradía del oficio publicitario. Las estrategias de antaño han fracasado por fin: la adulación, el insulto, el esnobismo, el terror. Y ahora vuelvo la vista hacia delante, hacia la última gran era de la publicidad, una época de melancolía, derrotismo y frustración en la que anuncios como el siguiente serán el pan de cada día:

(Escenario: el sótano-sala de juegos del hogar de los Bradley, en Pelham Manor. El señor y la señora Bradley y sus dos hijos, Bobby y Susie, se hallan reunidos en torno a su nuevo quemador de aceite. Todos van vestidos impecablemente con traje de noche, incluido Rover, el airedale de la familia.)

BOBBY: ¡Oh, mamá, qué bien que papá y tú hayáis decidido instalar el quemador de aceite y acondicionador de aire automático Genfeedco, con sus nuevos faldones autoventilantes y botón de control! ¡No hace ruido, permite ahorrar en la factura de la calefacción y enriquece el aire que respiramos con partículas de rayos vita!

SUSIE: ¡Piénsalo! ¡Varios experimentos realizados con agua filtrada por parte de ingenieros titulados demuestran que las partículas tóxicas que habitualmente se encuentran en los sótanos quedan reducidas hasta un treinta y cuatro por ciento utilizando Genfeedco!

SR. BRADLEY(con voz monocorde): En fin, supongo que cualquier cosa es mejor que tener una montaña de escoria en esta parte del sótano.

SRA. BRADLEY: Sí, y gracias a Buckleboard, el nuevo plástico de pared satinado de triple capa y repelente al polvo, ahora tenemos una espantosa sala de juegos donde podemos sentarnos y odiarnos mutuamente todas las tardes.

BOBBY: ¡Hurra por Buckleboard! ¡Desde que papá convirtió esta pocilga en una sala de juegos ya no vamos a las caballerizas a mezclarnos con gente indeseable!

SR. BRADLEY: No, ahora tenemos nuestra propia caballeriza en casa. El gasto inicial es desorbitado, pero el banco solo nos daba un dos por ciento de rendimiento.

BOBBY y SUSIE(masticando sendas chocolatinas): ¡Hurra! ¡Hurra por este nuevo sabor!

SRA. BRADLEY: Harvey, los niños me tienen preocupada. ¿No crees que tienen demasiada energía?

SUSIE: ¡Los Choc-Nugs están cargados de energía, mamá! ¡No hay niño ni niña que no exclame «¡Ñam!» al probar estas crujientes barritas del más puro cacao del Perú, con sabrosos frutos secos lavados al natural!

BOBBY: En Francia dicen «Vive les Choc-Nugs!» y en América decimos «¡Vivan los Choc-Nugs!». Pero, sea en el idioma que sea, millones de amantes del chocolate lo pronuncian «¡Chocolicioso!».

SR. BRADLEY: Ya veo que he engendrado una pareja de merluzos… Bobby, ve a abrir la puerta.

BOBBY: Si hubiéramos instalado Zings, la nueva campanilla eléctrica, los visitantes no tendrían que esperar fuera bajo la lluvia y el aguanieve…

SR. BRADLEY: Vete a abrir la puerta antes de que te parta la crisma, pequeño mico con dientes de serrucho. (Bobby abre la puerta, deja pasar al señor y la señora Fletcher y sus tres hijos, vestidos con calcetines Balbriggan. Se saludan.)

SRA. FLETCHER: No te molestes por nosotros, Velma, solo hemos venido a contemplar con desprecio tus toallas. (Despliega una toalla.) Madre mía, qué absorbentes y mullidas, ¿a que sí? ¿Sabías que están hechas con fibras selectas provenientes de las mejores ovejas de cola plana de Montana, elegidas por medio de un rígido proceso de inspección a cargo de inspectores ovinos cualificados?

SRA. BRADLEY(apática): Se deshilachan en dos días, pero es que ya estábamos hartos de utilizar papel secante.

SR. FLETCHER: Oye, Harry, tienes que probar esto. ¿Has notado alguna vez que ciertas marcas de tabaco te irritan la lengua y hacen que los ojos se te revuelvan en las órbitas? Entonces carga tu vieja pipa con la aterciopelada Picadura Pocahontas y fuma tranquilo. A fin de cuentas, algo hay que ponerle a la pipa. No vas a quedarte ahí sentado como un pasmarote, sin hacer nada.

SR. BRADLEY: Hasta ahora he estado fumándome el césped seco y estoy muy satisfecho.

SR. FLETCHER: Claro, pero mira con qué lata tan chula venden este. Y recuerda que con quinientas latas y una redacción de cincuenta palabras sobre «Las antiguas efigies monumentales del condado de Kent» tienes derecho a las ofertas de vacaciones de la Picadura Pocahontas, gracias a las cuales puedes jubilarte a los sesenta años con la mayor parte de las facultades menguadas.

SRA. FLETCHER: Esto… Fred, ¿no crees que va siendo hora de que…?

SR. FLETCHER: Harriet, no me interrumpas. ¿No ves que estoy hablando con Harvey Bradley?

SRA. FLETCHER(con timidez): Ya lo sé, pero es que parece que hay dos palmos de agua en el sótano, y subiendo.

SR. BRADLEY(con vergüenza): Supongo que debí especificar que pusieran Tuberías de Latón Supertemplado Sumwenco en toda la casa. El contratista ya me lo advirtió.

SR. FLETCHER(achicando agua como un loco con su lata de tabaco): Bueno, pues qué agradable reunión.

SRA. BRADLEY(con serenidad): Al menos, pase lo que pase, con el Plan de Seguros del Grupo Mutuo Amortizador Perpetuo Central Americano nuestros seres queridos no tendrán que verse en la miseria.

SRA. FLETCHER: ¿Y para qué sirve eso si nuestros seres queridos están aquí con nosotros?

SR. BRADLEY(con contención): Me lo dices o me lo cuentas…

SRA. BRADLEY: Como yo digo siempre, un poco de protección extra marca la diferencia, ¿verdad, Harvey? (Le da una palmada tranquilizadora en el hombro a su marido mientras se ahogan como ratas en una trampa.)

DE REPENTE, UNA PISTOLA…

Esta es la historia de una mente que se encontró a sí misma. Hace un par de años, yo era un tipo taciturno, insatisfecho, irritable, casi un personaje de novela rusa. Solía quedarme echado en la cama días enteros, bebiendo té en un vaso de cristal (fui uno de los primeros en este país en tomar el té en vaso de cristal; por entonces lo que estaba de moda era bebérselo directamente con las manos). Por dentro, seguía siendo un alegre muchacho americano al que le encantaba divertirse y al que nada le gustaba más que salir a pescar con un alfiler doblado. Vamos, que me había convertido en una curiosa combinación entre Raskólnikov y Mark Tidd2.

Un buen día caí en la cuenta de que con el tiempo me había vuelto muy introspectivo, así que decidí ponerme a hablar conmigo mismo como un cascarrabias cualquiera. «Escúchame bien, Mynheer —me dije (me ahorraré imitar el acento, aunque, créanme, era la monda)—, eres demasiado duro contigo mismo. Te estás poniendo rancio. Necesitas aires nuevos, ¡sal y que te dé un poco el fresco!» Así que corrí a echar unas cuantas cosas en una bolsa —cáscaras de naranja, corazones de manzana y demás— y salí a dar un paseo. Minutos más tarde, me encontré en un banco una revista medio arrugada que llevaba por título Detectives Picantes… ¡Y eso me cambió la vida!

Espero que a nadie le importe que haga una declaración de amor en público, pero si Culture Publications, Inc., sita en el 900 de Market Street, Wilmington, Delaware, me aceptara, estaría encantado de casarme con ella. Sí, ya lo sé: aquello era un amor precoz, de juventud, el capricho absurdo de un muchachuelo inmaduro que se prenda de una casa editorial experta en las cosas de la vida; me da lo mismo. Si la amo, es porque no solo publicaba Detectives Picantes, sino también Vaqueros Picantes, Misterios Picantes y Aventuras Picantes.3 Y sobre todo por su prosa cálida y mullida.

«Canto las armas y al hombre», cantaba Virgilio hace unos veinte siglos, mientras se disponía a celebrar las andanzas de Eneas. Si hubiera que acuñar un lema a medida para el buque insignia de Culture Publications, Inc., ese sería «Las armas y la mujer», pues lo cierto es que Detectives Picantes representa la más descarada mezcla de libido y muerte después de Gilles de Rais. La revista yuxtapone el acero de la automática y la braguita con volantes, y ha descubierto que la cosa sale a cuenta. Pero por encima de todo le ha dado al mundo a Dan Turner, la apoteosis de todos los detectives privados, a medio camino entre Ma Barker y el Sam Spade de Dashiell Hammett. Dejemos que se presente a sí mismo en el primer párrafo de «Un cadáver en el armario», en el número de julio de 1937:

Fui a abrir el armario del dormitorio. Un cadáver de mujer medio desnudo se derrumbó en mis brazos […]. Ir a buscar el pijama y encontrarte a alguien criando malvas es algo que te pone los puñeteros pelos de punta.

El señor Turner, como habrán notado, es un hombre sentimental, y en ocasiones eso hace que se vea metido en apuros. Por ejemplo, en «La cosecha del asesino» (julio de 1938) le encargan escoltar a una joven dama desde el Cocoanut Grove de Los Ángeles hasta su casa:

Zarah Trenwick era una jaca con un vestido de lamé plateado que se pegaba a sus exuberantes curvas como una capa de barniz. Su maquillaje era perfecto, y su vestido sin tirantes daba sobradas pruebas de que todavía no había perdido el don de la atracción. Sus hombros desnudos eran tersos y blancos como la nieve. La pendiente superior del pecho quedaba oprimida hacia arriba y sobresalía en parte del apretado corpiño, como la nata montada.

Dan, por decirlo finamente, no sabe resistirse al atractivo de unos pies bonitos, y, tras librarse del marido borracho de Zarah («Le pegué un tortazo en todo el morro. Los bolsillos de las perneras rebotaron contra el suelo»), se lleva a la charlotte russe a su apartamento. Ya a solas, el policía que lleva dentro sucumbe frente al hombre y ella «me estampó un beso que me hizo estremecer desde la cabeza hasta los pies», pero entonces:

Desde la puerta, una pistola gritó: «¡Badabang!», y la bala pasó rozándome la jeta. Sentí como un estallido de luces de neón en la cabeza […]. La chica estaba más muerta que una mangosta disecada […]. Mi herida no era grave, pero no me gusta que me disparen. Y tampoco me gusta que liquiden a una dama cuando estoy a punto de darme el lote con ella.

Molesto, Dan se encoge de hombros y llama a la brigada de homicidios para notificar la muerte de Zarah con una tierna necrológica: «Acaban de mandar a Zarah Trenwick al otro barrio en su choza del Gayboy. Moved el culo para aquí… y traed un coche para el fiambre». Acto seguido, se va en busca del criminal:

Conduje hasta Argyle; estacioné delante de la modesta guarida de Fane Trenwick […]. Apreté el timbre con el pulgar. La puerta se abrió. Un criado chino me miró con sus ojos rasgados. «Señol Tlenwick, él dulmiendo. Usted malchalse, volvel mañana. Muy talde pala visitas.» «Que te zurzan, Confucio», dije yo, dándole un sopapo en la napia.

El marido de Zarah, al que saca a rastras de la cama sin ridículas formalidades como una orden de registro, tiene una coartada que podría confirmar una tal Nadine Wendell. Dan atraviesa la ciudad en un periquete y, con sus acostumbrados modales, se planta delante del tocador de la señorita para descubrir, una vez más, que au fond su carne también es débil:

La fragancia de su cabello pelirrojo me hacía cosquillas en la nariz; la calidez de su joven y esbelta figura prendió fuego a mis arterias. Al fin y al cabo, soy tan humano como cualquier hijo de vecino.

Y menudo humano debe de ser el hijo del vecino, porque Dan traiciona primero a Nadine y luego su secreto, a saber: que ella es la que ha cosido a tiros a Zarah Trenwick por razones demasiado numerosas como para enumerarlas aquí. Si alguien siente curiosidad, se nombran en la página 110, al lado de unos fascinantes anuncios de dados trucados y muchachas bien dotadas, artículos ambos que el lector puede recibir envueltos en discreto papel enviando un dólar a la Majestic Novelty Company de Janesville, Wisconsin.

Cuanto más se sumerge uno en la saga de Dan Turner, más se sorprende ante la similitud entre el caso al que el detective se enfrenta en ese número y sus casos anteriores. Los asesinatos siguen un patrón rígido y exacto, casi como una corrida de toros o una obra de teatro nō. Fijémonos, por ejemplo, en «La dama del velo», en el número de octubre de 1937 de Detectives Picantes. Dan está tratando de darse el lote con la señora Brantham en el apartamento de esta, en el lujoso Gayboy Arms, que aparentemente no admite más que a asesinos:

A mi espalda, una pistola gritó: «¡Bang, bang!». Un par de balas pasaron zumbando al lado de mi oído izquierdo y por poco no me atraviesan el cráneo. La señora Brantham se desplomó sobre el cojín del salón […]. Estaba más muerta que un siluro congelado.

O en esta viñeta de «Estrella fugaz», del número de septiembre de 1936: