10,99 €
Una adaptación de este clásico universal en la que se ha respetado la mayor parte del texto original, pero haciéndolo más asequible al joven lector actual. Un buen día, Peter Pan se deja su sombra en la casa de los Darling. Cuando regresa a por ella, se encontrará con Wendy, y sus hermanos, John y Michael, con los que viajará, junto a Campanilla, al País de Nunca Jamás para vivir grandes aventuras. Una adaptación de este clásico universal en la que se ha respetado la mayor parte del texto original, pero se han acortado algunos diálogos y descripciones y se ha pulido el léxico para hacerlo más asequible al joven lector actual.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 184
Veröffentlichungsjahr: 2024
Introducción
Capítulo I. Se presenta Peter Pan
Capítulo II. La sombra
Capítulo III. ¡En marcha!
Capítulo IV. El vuelo
Capítulo V. La isla es real
Capítulo VI. La casita
Capítulo VII. El refugio subterráneo
Capítulo VIII. La laguna de las sirenas
Capítulo IX. El pájaro de Nunca Jamás
Capítulo X. Un hogar feliz
Capítulo XI. La historia de Wendy
Capítulo XII. La captura de los niños
Capítulo XIII. ¿Creéis en las hadas?
Capítulo XIV. El barco pirata
Capítulo XV. ¡Esta vez, o Garfio o yo!
Capítulo XVI. De vuelta a casa
Capítulo XVII. Cuando Wendy creció
Apéndice
Créditos
Peter Pan, un clásico de la literatura
Consideramos que una obra se ha convertido en un clásico cuando, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde su creación, nos interpela como si fuera contemporánea del lector, planteando preguntas y problemáticas actuales. En el caso de Peter Pan, la obra se centra en el choque entre la mentalidad de un niño que se niega a crecer y las convenciones del mundo adulto. Temas como la inmadurez conscientemente asumida y el refugio en un mundo de fantasía son perfectamente vigentes, y los miedos de la paternidad y la nostalgia por la infancia perdida incluso han sido tratados por la psicología, que ha bautizado con los nombres de «Peter Pan» y «Wendy» sendas patologías que comentaremos en el apéndice de este libro. El país de Nunca Jamás puede representar el mundo onírico siempre cambiante donde se mezclan tanto las fantasías como los miedos infantiles, y podemos afirmar que los niños de todas las épocas y lugares han tenido, y tienen, su Nunca Jamás particular. Por eso, entre otras muchas cosas, Peter Pan ha superado el paso de los años.
James Matthew Barrie inventó a Peter Pan mientras explicaba cuentos a los hijos de su amiga Sylvia Llewelyn. El tercer hijo de Sylvia se llamaba Peter y, por lo que respecta a Pan, es una clara referencia al dios de la mitología griega homónimo, el dios de los pastores y los rebaños, que se suele identificar con la naturaleza salvaje, y que en la mitología romana se representa como un fauno, a menudo tocando una siringa (o flauta de Pan), el mismo instrumento que toca Peter. El escritor creó posiblemente a Peter Pan como homenaje a su hermano mayor, David, que murió en un accidente mientras patinaba, justo el día antes de cumplir catorce años —su madre, Margaret, no se recuperó nunca de esa pérdida y obligó a llevar luto al hermano pequeño durante mucho tiempo.
El personaje aparece por primera vez el año 1902 en unos capítulos de la novela The Little White Bird(El pequeño pájaro blanco): es un bebé de siete días que ha huido de su casa hacia los jardines de Kensington, donde las hadas le enseñan a volar. Dos años más tarde, se estrena en Londres la obra de teatro Peter Pan; or The Boy Who Wouldn’t Grow Up (Peter Pan, o el niño que no quería crecer), donde el hada Tinker Bell (Campanilla) era representada por una lucecita que se desplazaba por el escenario. Uno de los momentos más emotivos de la obra es cuando Peter pide al público infantil que aplauda, si cree en las hadas, para salvar a la moribunda Campanilla. La obra tuvo un gran éxito y continúa representándose en Inglaterra, especialmente por Navidad.
Será en 1911 cuando Barrie decida adaptar su obra y convertirla en un novela titulada Peter Pan y Wendy, más conocida simplemente como Peter Pan, que también consigue un gran éxito —de hecho, a mediados del siglo XX, y a causa de la novela, Wendy se convierte en uno de los nombres más populares en Inglaterra—. En 1912, se erige en los jardines londinenses de Kensington una estatua de bronce dedicada a Peter Pan, de la que existen seis copias repartidas por el mundo.
Los personajes
Peter Pan
Se trata de un niño que huye de sus padres cuando les oye hablar de lo que deberá hacer cuando se convierta en un adulto. Se refugia durante un tiempo en los jardines de Kensington; allí vive rodeado de hadas, hasta que estas lo conducen al país de Nunca Jamás, donde vive mil aventuras, negándose a crecer y a asumir las responsabilidades de una persona adulta. Por eso, al final del libro, rehúsa ser adoptado por los Darling, ya que ello implicaría ir a la escuela, trabajar y convertirse físicamente en un adulto. El autor lo describe como un niño de unos once o doce años, pero que aún conserva todos los dientes de leche, lleva un vestido hecho de hojas (en el teatro solía llevar unos leotardos verdes y una túnica roja, que pasa a ser verde a raíz del éxito de la película de Disney de 1953), y suele tocar la siringa. Peter es narcisista, temerario, inmaduro, cruel (elimina a los niños perdidos cuando empiezan a crecer), tiene un elevado concepto de sí mismo que a veces le hace comportarse injustamente (no felicita a Wendy cuando esta le cose su sombra), vive en el presente y su memoria es corta: aunque sufre cuando cree que Campanilla está a punto de morir, tiempo después ha olvidado completamente su existencia. Podemos decir que representa el egoísmo de la infancia, que tiende a rechazar todo tipo de reglas y de límites. Ignora los sentimientos de Wendy hacia él (así como los de Campanilla y Tiger Lily), y solo ve en ella a la sustituta de una madre, para él y para los niños perdidos —aunque a veces juega a ser el padre de los niños y el esposo de Wendy, pero se asusta al no ser capaz de distinguir la fantasía de la realidad.
Wendy
Wendy Darling es una niña de unos doce años que sueña con Peter Pan y que acaba conociéndolo y acompañándolo, junto con sus hermanos John y Michael, a Nunca Jamás, porque le seduce la idea de ser una madre para los niños perdidos. Wendy tiende a reproducir el comportamiento y los códigos sociales de los adultos, y se encuentra en equilibrio inestable entre la atracción por el mundo fantástico de Peter (y por el mismo Peter) y la seguridad de la vida familiar que la empuja a convertirse en adulta. Wendy da muestras a lo largo de la obra de estar enamorada de Peter, pero para él, el amor implica un compromiso y una responsabilidad que no está dispuesto a asumir. La evolución de Wendy hacia la adolescencia contrasta con la inmovilidad de un Peter narcisista (solo le importa él mismo) e irresponsable, las características básicas de un niño, por muy encantador que pueda ser. Wendy sí que está dispuesta a asumir ciertos compromisos a causa del amor que siente por Peter: acepta verlo solo una vez al año (aunque Peter a menudo se olvida de ir a buscarla) y limpiar una casa que no es la suya… Pero Peter no es consciente de los sacrificios que hace Wendy, no los sabe valorar, y vive feliz cuando ella no está presente, cautivo de su infancia e incapaz de amar como aman los adultos.
Campanilla
El hada Campanilla representa el mundo de la fantasía, pero sin idealización: es vanidosa, posesiva y celosa (aunque Peter nunca se da cuenta de que está enamorada de él y acaba olvidándola), y los celos la llevan a odiar a Wendy, e incluso a intentar asesinarla, manipulando a los niños perdidos para que disparen sus flechas contra ella. El autor nos explica que las hadas son tan pequeñas que solo pueden dar cabida a un sentimiento a la vez, y por eso puede ser unas veces malvada y otras veces buena, capaz incluso de sacrificarse al beber el veneno destinado a Peter por Garfio.
John y Michael Darling
Son los hermanos pequeños de Wendy, de unos diez y cuatro años, respectivamente. Les atrae el país de Nunca Jamás y las aventuras que Peter les propone, y olvidan progresivamente su vida anterior (sobre todo Michael, que acaba creyendo que Wendy es su verdadera madre).
Los niños perdidos
Son los niños que cayeron del cochecito cuando eran pequeños y, al no ser reclamados, son llevados al país de Nunca Jamás. Están a las órdenes de Peter, van vestidos con pieles de animales y viven en un refugio secreto para que los piratas no los encuentren. Sus nombres son Tootles, Nibs, Curly, Slightly y los gemelos, aunque se nos da a entender que hubo otros, que fueron asesinados por los piratas, por los pieles rojas o por el mismo Peter cuando empezaron a crecer. Adoran a Wendy como madre, aunque les obliga a acostarse pronto y a otras rutinas, y acaban abandonando con ella el país de Nunca Jamás para ser adoptados por los Darling. Al principio de la novela, la madre de Wendy, al pensar en las historias sobre Peter Pan de su infancia, recuerda que «se decía que cuando un niño moría, lo acompañaba durante una parte del camino para que no tuviera miedo». Algunos expertos en la obra de Barrie opinan que los niños perdidos de Nunca Jamás son las almas errantes de los niños muertos.
El capitán Garfio
El mundo imaginario de los niños de la época en que fue escrito Peter Pan se basa en la influencia de los libros de aventuras que solían leer. Por eso aparecen personajes como las sirenas, los pieles rojas y, muy especialmente, los piratas, con referencias explícitas a la novela de Robert Louis Stevenson La isla del tesoro (1883): se nos habla del capitán Flint y, sobre todo, de Long John Silver, el cocinero con una pierna de madera que se ha convertido con el paso del tiempo en el arquetipo del pirata literario (y cinematográfico). El capitán Hook (Garfio) sigue parcialmente ese arquetipo (aunque le falta una mano en lugar de una pierna), pero posee un carácter extrañamente dual: cruel y sensible al mismo tiempo, capaz de asesinar sin escrúpulos a sus propios hombres pero obsesionado con las buenas maneras (se nos da a entender que es un hombre educado y de buena familia). Odia a Peter Pan, no solamente porque le cortó la mano y se la dio a comer a un cocodrilo, que desde entonces lo persigue incansablemente, sino también por su impertinencia, que le saca de quicio.
Smee y los otros piratas
Los hombres de Garfio, marineros a bordo del Jolly Roger, nos son presentados como una banda de seres crueles y sanguinarios, capaces de oponerse a su capitán e incluso de amotinarse cuando este da señales de debilidad. Entre ellos destaca Smee, segundo de a bordo y confidente de Garfio, que está convencido de ser terrorífico y solo es patético (le encanta coser a máquina y los niños que él cree aterrorizar lo adoran).
Los pieles rojas
Los Piccaninny son una tribu de nativos norteamericanos. No se nos explica cómo llegaron a Nunca Jamás, pero podemos entender que este lugar contiene mezcladas las fantasías infantiles más variadas, incluyendo a los pieles rojas. Enemigos de los niños perdidos, acaban protegiéndolos cuando Peter Pan salva a Tiger Lily de ser asesinada por los piratas. Esta es una princesa india orgullosa y coqueta, que posiblemente también sienta algo especial por Peter.
Las sirenas
Se dedican básicamente a tomar el sol y a peinarse los largos cabellos. Tienen una buena relación con Peter, pero no con los otros niños, y aún menos con Wendy: la salpican al zambullirse y, en una ocasión, conspiran con Campanilla para alejarla de Nunca Jamás.
El cocodrilo
Devoró la mano de Garfio cuando Peter Pan se la cortó, y le gustó tanto que persigue al capitán para comérselo. Afortunadamente, también se tragó un reloj, y su tictac avisa a Garfio de su proximidad.
El señor y la señora Darling
Los padres de Wendy y sus hermanos son unos adultos serios y responsables (aunque George Darling se comporta a menudo de una manera bastante especial). La señora Darling, muy protectora, tiende a controlar las ideas de sus hijos, «poniendo orden» en sus mentes cuando se van a dormir, e intenta impedir que Wendy crezca y se independice: para que no se vaya con Peter, afirma que necesita todavía a su madre —pero conserva en sus labios un beso muy especial que estaba destinado solamente a Peter—. Por lo que respecta al señor Darling, se nos presenta como un individuo avaro, dispuesto a abandonar a sus hijos si el dinero de que dispone no le parece suficiente para asumir los gastos que le causarán. También es cobarde y mentiroso, como queda demostrado en el episodio de la medicina. Sin embargo, demuestra querer a sus hijos y, cuando desaparecen, se autoinflige el castigo de vivir en la caseta del perro. Curiosamente, y a pesar de su control obsesivo de los gastos, acaba adoptando a los seis niños perdidos sin plantear demasiadas objeciones.
Nana
Como los señores Darling no tienen dinero para pagar a una niñera, este trabajo lo hace una perra llamado Nana, más responsable que muchas personas. George está celoso de su eficiencia (además de no sentirse admirado por Nana tanto como desearía) y la termina atando en el patio, cosa que facilita la fuga de los tres hermanos con Peter Pan.
La presencia del narrador
El narrador de la historia a menudo interviene en la acción y se dirige directamente al lector, dando su opinión sobre los personajes y sus acciones, y poniéndolo en guardia ante los peligros de refugiarse en un mundo imaginario.
Nuestra edición
En nuestra adaptación, hemos respetado la mayor parte del texto original; nos hemos limitado a acortar algunos diálogos y descripciones y a pulir el léxico cuando se encontraba demasiado alejado de los usos del joven lector actual. Así mismo, hemos intentado reducir las notas a pie de página al mínimo imprescindible.
Todos los niños crecen, excepto uno. Wendy supo a los dos años que se haría mayor, un día que estaba jugando en el jardín y corrió con una flor recién cortada hacia su madre, la señora Darling, que se llevó la mano al corazón y exclamó: «¿Por qué no podrías quedarte así para siempre?». A los dos años uno empieza a enterarse de las cosas: es el principio del fin.
La señora Darling era una mujer hermosa, con un alma romántica y una boca ligeramente burlona. Su alma romántica era como esas cajitas del misterioso Oriente que contienen otras cajitas cada vez más pequeñas. Y su boca ligeramente burlona guardaba un beso que Wendy no podía nunca conseguir, aunque estuviera bien a la vista en un rincón de los labios. El señor Darling la conquistó de la manera siguiente: todos los caballeros que habían sido niños cuando ella también era una niña descubrieron de repente que se habían enamorado de ella, y corrieron hacia su casa para proponerle matrimonio, pero el señor Darling alquiló un coche de caballos, llegó el primero y así la hizo suya, excepto la más pequeña de las cajitas y el beso. Nunca supo nada de la cajita, y con el tiempo dejó de intentar hacerse con el beso. Siempre se enorgullecía de que la señora Darling no solamente lo amaba, sino que también lo respetaba. Era un hombre profundo, de los que saben mucho de acciones y cotizaciones de bolsa. En realidad, nadie entiende nada de estos temas, pero el señor Darling sabía dar la impresión de entenderlos, y afirmaba que las acciones subían o bajaban con una seguridad capaz de imponer respeto a cualquier mujer.
Una vez casados, Wendy fue la primera en nacer, seguida de John y de Michael. Durante una semana o dos después de la llegada de Wendy, sus padres se preguntaron si podían permitirse alimentar una boca más. El señor Darling estaba muy orgulloso de Wendy, pero también era muy riguroso, y estuvo calculando con papel y lápiz los gastos que les esperaban, mientras la señora Darling lo miraba con aspecto suplicante. Al final dijo:
—Nos quedarán nueve libras, nueve chelines y siete peniques. ¿Podemos vivir un año con esta cantidad?
—¡Claro que sí, George! —exclamó ella, que había tomado claramente partido por Wendy.
—Pero piensa en las paperas: treinta chelines1; el sarampión: una libra; la rubeola: media guinea2; la tosferina: digamos quince chelines…
Al final, decidieron quedarse con Wendy reduciendo los gastos de las paperas a doce chelines y seis peniques, y cuidando el sarampión y la rubeola por el precio de una sola enfermedad.
Pasó lo mismo con John y con Michael —este último se salvó por muy poco, pero al final se quedaron con los dos—, y pronto se vio a los tres yendo en fila al jardín de infancia de la señora Fulson, acompañados de su niñera. Como los Darling tenían poco dinero —¡era increíble lo que llegaban a gastar en leche para los niños!—, la niñera era una perra terranova llamada Nana que habían conocido en los jardines de Kensington3, donde se dedicaba a inspeccionar los cochecitos y a seguir a las niñeras negligentes hasta su domicilio para denunciarlas a su señora. Como niñera, era una joya. Evidentemente, su caseta estaba en el cuarto de los niños, y se levantaba a no importa qué hora de la noche en cuanto uno de ellos gritaba o lloraba. Los cuidaba con sabiduría cuando se ponían enfermos, con remedios de toda la vida, los bañaba siempre a sus horas, los acompañaba a la escuela —con un paraguas en la boca si el tiempo era inseguro—, y esperaba con las otras niñeras en un cuarto que la señora Fulson ponía a su disposición. Ellas se sentaban en un banco, y Nana se tumbaba en el suelo, y si las otras hacían ver que la ignoraban por su diferencia de clase social, ella despreciaba sus conversaciones frívolas.
El señor Darling sabía que Nana era impecable, pero le inquietaba la opinión de los vecinos. Además, tenía la impresión de que Nana no lo admiraba lo suficiente.
—¡Estoy segura de que te admira muchísimo, George! —lo tranquilizaba la señora Darling, y hacía una señal a los niños para que fueran especialmente amables con su padre. Entonces, todos solían ponerse a bailar, acompañados por la otra única sirvienta, Liza, tan diminuta que parecía no tener más de diez años. No había existido una familia tan feliz hasta la llegada de Peter Pan.
La señora Darling oyó hablar por primera vez de Peter Pan mientras ordenaba las mentes de sus hijos, como hace toda buena madre cuando se duermen para poner en su sitio todos los elementos que han sido desplazados durante la jornada y así prepararlos para el día siguiente. Cuando los niños se despiertan, las ideas malas están dobladas con cuidado y puestas en el fondo de la mente, mientras que los mejores pensamientos han sido colocados encima de todo, sin una arruga, preparados para llevar.
No sé si habéis visto alguna vez el mapa de la mente de una persona. El de un niño es terriblemente enrevesado y no para de dar vueltas. Se ven en él muchas líneas, que son los caminos de la isla, pues Nunca Jamás es siempre más o menos una isla, con manchas de color aquí y allá, arrecifes de coral, un barco amenazador en la costa, grutas donde nace un arroyo, príncipes con seis hermanos mayores, una vieja de nariz ganchuda… El mapa, de todas formas, sería fácil de dibujar, si no hubiera también el primer día de escuela, los padres, el estanque del parque, el día del pastel de chocolate, los verbos conjugados, la moneda que trae el ratoncito cuando se cae un diente y tantas cosas más. Y estos elementos, o bien forman parte de la isla, o figuran sobre otro mapa transparente que se superpone al primero formando un conjunto confuso, donde nada se está quieto.
Evidentemente, los países de Nunca Jamás son muy diferentes los unos de los otros. En el de John había una laguna con flamencos rosa; en el de Michael, el hermano más pequeño, una cueva y un solo flamenco, y las lagunas volaban por encima. John vivía en una barca colocada boca abajo en la playa; Michael, en una tienda india; Wendy, en una cabaña de hojas entrecosidas hábilmente. Pero en conjunto, todos los países de Nunca Jamás se parecen. Nosotros también hemos estado allí y, si nos lo proponemos, aún somos capaces de oír el ruido de las olas, aunque ya no podremos desembarcar en su costa nunca más.
Mientras se paseaba por la mente de sus hijos, a veces la señora Darling encontraba cosas que no llegaba a comprender. Pero ninguna la dejaba tan perpleja como ese nombre: Peter. No conocía a ningún Peter, pero el nombre se encontraba en varios lugares de la mente de John y de Michael, y empezaba a invadir la mente de Wendy, escrito con letras grandes y brillantes. A la señora Darling le pareció que Peter era un descarado.
—Sí, es bastante descarado —admitió Wendy cuando su madre le preguntó por él.
—Pero ¿quién es, querida?
—Peter Pan, ya lo sabes…
La señora Darling, a fuerza de pensar en su infancia, acabó acordándose de un Peter Pan que vivía con las hadas. Se decía que cuando un niño moría, lo acompañaba durante una parte del camino para que no tuviera miedo. Entonces había creído en su existencia, pero ahora estaba casada y tenía mucho sentido común.
—Si existiera —dijo a Wendy—, ahora sería adulto.
—No, no ha crecido. Es como yo.
No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. La señora Darling habló de ello con su marido, que dijo sonriendo:
—Debe de ser alguna tontería que Nana les ha metido en la cabeza, una de las típicas ideas que puede tener un perro. Ya desaparecerá.
Pero no desapareció. Y poco después, Peter Pan dio un gran sobresalto a la señora Darling. Wendy, una mañana, encontró en el suelo del cuarto de los niños unas hojas de árbol que no estaban allí cuando se fueron a la cama. Dijo a su madre:
—Ha sido Peter. A veces viene, se sienta en mi cama y toca la flauta para mí mientras duermo.
—Si estás durmiendo, ¿cómo lo sabes?
—Simplemente lo sé.
—¡Pero nadie puede entrar en casa sin llamar a la puerta!
—Me parece que entra por la ventana.
—¡Si estamos en un segundo piso!
—Las hojas estaban al lado de la ventana, ¿verdad?
