Petrilla - Honoré de Balzac - E-Book

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Honore de Balzac

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Beschreibung

La acción se desarrolla en Francia durante el reinado de Carlos X (1824-1830). Los abuelos arruinados de la huérfana Petrilla Lorrain la confían a dos primos solterones, los Rougon. Ella será víctima de quienes busquen la fortuna de los Rougon.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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Petrilla

H. de Balzac

A la señorita Ana de Hanska

¿Cómo voy, querida niña, a dedicar a usted una historia llena de melancolía? A usted, que es la alegría de una casa; a usted, cuya pelerina blanca o rosa revuela entre los macizos de Wierzchoænia como un fuego fatuo que su padre y su madre siguen con mirada enternecida... ¿No tendré que hablarla de desventuras que una jovencita adorada, como usted lo es, no ha de conocer jamás, porque sus lindas manos podrían en su día consolarlas? Es tan difícil, Ana, encontrar para usted en la historia de nuestras costumbres una aventura digna de ser leída por sus ojos, que el autor no podía elegir; pero tal vez al leer ésta que le envío se dará usted cuenta de lo dichosa que es.

Su viejo amigo,

DE BALZAC

Cierto día de octubre de 1827, al amanecer, un joven de unos diez y seis años, y que por sus trazas parecía lo que la moderna fraseología llama tan insolentemente un proletario, se detuvo en una plazuela que hay en el bajo Provins. A aquellas horas pudo observar, sin ser observado, las diferentes casas situadas en la plazuela, que forma un rectángulo. Los molinos emplazados en las vías de Provins estaban ya en marcha. Su ruido, multiplicado por los ecos de la ciudad alta, en armonía con el aire vivo, con las alegres claridades de la mañana, subrayaba la profundidad del silencio, que permitía oír el paso de una diligencia por la carretera a una legua de distancia. Las dos líneas más largas de casas, separadas por la fronda de los tilos, presentan sencillas construcciones, en que se revela la existencia pacífica y definida de sus moradores. No hay en aquel paraje ni señales de comercio. Apenas se veían en aquella época las lujosas puertas cocheras de las gentes ricas; si las había, rara vez giraban sobre sus goznes, a excepción de la del señor Martener, un médico que necesitaba tener un cabriolé y usarle con frecuencia.

Algunas fachadas aparecían adornadas de guirnaldas de pámpanos; otras, de rosales, cuyos tallos subían hasta el primer piso, cuyas ventanas perfumaban con sus grandes flores. Un extremo de la plaza llega hasta la calle Mayor de la ciudad baja. El otro está cortado por una calle paralela a la calle Mayor y cuyos jardines se extienden a la orilla de uno de los dos ríos que riegan el valle de Provins.

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