Platine, or, argent, au palladium - Albert Toussaint Mufraggi - E-Book

Platine, or, argent, au palladium E-Book

Albert Toussaint Mufraggi

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Beschreibung

De la Corse de 1841 aux abords de Paris en 2012, quatre familles, dont trois Corses, se transmettent un héritage forgé dans le métal, la passion et l’honneur. Sur fond de conquête coloniale, de guerres mondiales et de luttes industrielles, une entreprise florissante spécialisée dans les métaux précieux devient le théâtre d’un braquage audacieux. Secrets de famille, trahisons et tensions corses resurgissent, menaçant un équilibre fragile bâti sur plusieurs générations.

À PROPOS DE L'AUTEUR

Albert Toussaint Mufraggi est un auteur d’origine corse, fils d’un prisonnier de guerre. Profondément enracinée dans la mémoire de son île natale, son œuvre littéraire reflète son attachement à la culture corse et sa volonté de contribuer à sa préservation.

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Seitenzahl: 441

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Título de la edición original: Mi Jefe... El Peor Ex De Mi Vida

Copyright © Butterfly Editions 2025

Portada © Butterfly Editions 

 Todos los derechos reservados, incluyendo el derecho de reproducción de este libro o cualquier otra cita en cualquier forma. 

Esta obra es una ficción. Toda referencia a acontecimientos históricos, personas reales o lugares reales citados no tienen otra existencia que la ficticia. Todos los demás nombres, personajes, lugares y acontecimientos son producto de la imaginación del autor, y cualquier semejanza con personas, eventos o lugares existentes o que hayan existido, no puede ser más que fortuita.

 Internet: www.butterfly-editions.com

 @: [email protected]

 ISBN: 978-2-37652-343-7 

Depósito Legal: 06/2025

20052025-1230-VE 

Fotos de portada © Depositphotos - Butterfly Editions

ISBN : 978-2-37652-343-7

« Elle a dû faire toutes les guerres 

Pour être si forte aujourd'hui, 

Elle a dû faire toutes les guerres 

De la vie, et l'amour aussi… »

Francis Cabrel, Je l’aime à mourir

1

Lily

Inspiración.

—¡Eso es delatar!

Expiración.

—¡Una conspiración!

Descanso mis pesas, sudando. Chloé, mi mejor amiga, me mira como si acabara de desembarcar del planeta Marte. Ella deja de pedalear, un poco menos sin aliento que yo.

¡Menos molesta también!

—Recuérdame de nuevo…

Ah, no, ¡no va a volver a hacerlo!

—Creo que es mejor que te calles, —me suelta antes de tragar grandes sorbos de mi botella de agua.

Se acerca, bondadosa. Por favor, que no me ofrezca su solicitud. No la necesito.

—¿Vas a perder tu trabajo?

¡Por supuesto que no! Mi mirada hosca vale todas las respuestas del mundo.

—¿Te arriesgas a acabar en la calle?

Irritable como nunca, agarró mi toalla y la pasó por mi cuello. Me sigue en los vestuarios y, afligida, me observa, sentada en el banco, la cabeza entre las manos. Estoy nadando en medio de una pesadilla y voy a despertar, no es posible de otra manera.

—Te concedo que no es muy glamuroso hacerse comprar por la industria del preservativo, es incluso ridículo… Durasex es un nombre muy tonto. Pero, ¡te salvará el pellejo! Con la COVID has perdido mucho. Sin ellos, te pondrías al SEPE, eso es seguro.

¿Cómo una oficina de doscientas personas, estrella nacional de los productos de belleza orgánicos, ha conseguido caer tan bajo? Desde hace cuatro años que trabajo allí, no he contado mis horas, me he tomado pocas vacaciones, me he invertido a fondo, y todo esto, ¿para qué?

—Creo que preferiría apuntar al desempleo, ¡créeme!

Voy a tener que escupir la pieza. Es seguro que con mis respuestas fuera de lugar, ella no puede entender.

Entenderme a mí.

Suspiro, agotada por mis tres noches sin dormir consecutivas. Por una vez, no es culpa de mi hijo, Léo. Mi pequeño, que acaba de cumplir cinco años, por fin ha vuelto a su ritmo normal. Ya era hora.

—¡Francamente, si dejamos de lado su nombre estúpido, yo, sus condones, me encantan! Especialmente el superfino con los pequeños…

—¡Alto! —la interrumpo. Podrían ser de piel de camello, por lo que me importa. No es eso, el problema, digo con una voz más seria.

Sus ojos se llenan de sorpresa. Mi mejor amiga me conoce tan bien como yo. Desde nuestro encuentro en la ESSEC1, hace nueve años, compartimos todo. Nuestros momentos buenos y nuestros peores.

Tiene derecho a saber.

—Marcel me hizo leer los papeles de compra, y…

Mi garganta se contrae, mis ojos se humedecen. La tristeza me deja rápidamente. Estoy enojada. Profundamente enojada.

Mi jefe, Marcel Deschamps, no tenía treinta y seis mil opciones para salvarnos. Listo para jubilarse el año pasado, la crisis que acabamos de vivir ha hecho caer nuestro volumen de negocios en un setenta por ciento. El comprador se echó atrás. O bien, estaba cerrando la puerta y nosotros con ella; o bien, encontraba a alguien suficientemente serio.

—Lily, háblame.

Su mano, sobre la mía, intenta transmitirme el valor que me falta. Respiro, perdida. ¿Cómo voy a llegar al trabajo mañana?

—Él… yo…

Respiro bien. En los últimos años, he tenido que luchar contra viento y marea para llegar a donde estoy. Nada es insuperable. Nada.

Ni nadie.

—Durasex ha nombrado un nuevo patrón en Francia. El anterior se ha ido a China para ocuparse de todo el mercado asiático.

Mis ojos se bajan mirando la punta de mis zapatos. Mierda, mierda, mierda, ¿cómo es posible? Cuando los levanto y la miro, le suelto de golpe:

—Thomas ha tomado las riendas de la empresa.

Se pone pálida al instante.

—T…

—Sí, ese desgraciado.

—Tú…

—Todavía estoy reacia a castrarlo antes de nuestra primera reunión, que está programada para las nueve en punto mañana por la mañana.

Como si mis palabras le pasaran por encima de la cabeza, me pregunta, totalmente trastornada por la noticia:

—¿Tú, Thomas?

Respondo, estoica:

—Mi Thomas.

***

—Lo acosté temprano, ninguna pesadilla lo despertó. Se comió toda su sopa y tomó dos porciones de pasta boloñesa. Ya no tenía hambre para el postre, así que no insistí.

Oigo a mi hermana mayor, Clémence, pero apenas la escucho. Todavía no me lo puedo creer. En menos de unas horas, mi mundo se ha derrumbado. Ruinas me rodean por todas partes. No sé si esta vez lograré levantarme.

—¿Estás bien, Lily?

No, todo no está bien. Pero, ella ha hecho tanto por mí estos últimos años, que me sentiría terriblemente mal confiándole… esto. Además, creo que ella misma tomaría una podadora oxidada para ir a podar sus cojones.

—Estoy cansada, —dije, dejándome caer en mi sofá.

Ella se me acerca, preocupada. ¡Cómo lo siento al mentirle!

—¿Es la adquisición lo que te preocupa?

— No, no… todo está en marcha.

Me mira triturar mi anular izquierdo.

—Deberías de…

La corto, molesta.

—Quitármelo, lo sé.

Suspira, perdida. Desde hace años no hace más que recoger los platos rotos. Los míos, además.

Me levanto, lista para llorar. Me niego a derramar una lágrima más delante de ella. No se merece esto.

No me la merezco.

—Gracias por Léo. Me ha hecho bien desahogarme. Deberías volver, Martín se va a impacientar.

Ella pasa una mano suave por mi pelo, como para calmarme.

—Sabes que estoy aquí a cualquier hora del día y de la noche. Nunca te decepcionaré. Nunca.

Le doy las gracias en silencio antes de ir a encerrarme en el baño. Como suele hacer, ella cerrará la puerta al salir.

Demasiado, es demasiado.

Un segundo más y me habría derrumbado delante de ella.

Decir que por fin empezaba a mejorar. Para mí, pero sobre todo para Léo. ¿Cómo voy a poder afrontar este nuevo golpe del destino? ¿Decirle al verdadero padre de Léo, mi nuevo jefe, que nunca aborté?

Algo que le prometí, antes de que nuestros caminos se separaran, hace casi seis años…

ESSEC La ESSEC Business School (o ESSEC), de su nombre completo: Escuela superior de ciencias económicas y comerciales.↩︎

2

Thomas

Mi día había empezado bien. Un despertador travieso junto a la rubia tetona con la que acababa de pasar la noche. Luego, me encontré con mis amigos y vecinos, Théo y Lucas, en el gimnasio de nuestro edificio. Una hora de un entrenamiento intenso que me permitió relativizar algunas cosas.

No, no soy un imbécil. Cuando Lou, mi encantadora conquista de la noche anterior, comenzó a llorar, antes de irse, le recordé mi regla básica: NDVLMC.

Nunca. Dos veces. La. Misma. Chica.

Claro, conciso, preciso.

Hace unos años, fallé a mi mantra. Las consecuencias fueron desastrosas. Puse una chica embarazada. E.M.B.A.R.A.Z.A.D.A. Aunque ella aceptó deshacerse de ese problema, para un tipo que se había prometido a sí mismo nunca ser padre, fue la gota que colmó el vaso. Desde ese día, nunca he vuelto a hacer en los segundos round. Debo decir que me va bastante bien. Ejercicio en la habitación con bastante regularidad, entrenamiento con cinta de correr cada mañana, me permite mantener una línea perfecta, ya que es imposible rechazar las comidas de negocios a las que estoy invitado casi a diario.

Y no, no voy a ser considerado como el imbécil supremo que compra esta oficina. Francamente, si mi empresa no hubiera estado allí, ¿quién se habría cargado de un pobre trasto has-been cuya una de las consignas podridas se reducía a: «¡Leche de burra, no en la vejez!»? Pasar del condón para jóvenes de moda a las abuelas menopáusicas, qué gusto. Pero no tengo opción. Debo demostrar mi valía. Demostrar al gran patrón, Pierre Borier, que ha apostado por el potro correcto. Soy capaz de gestionar dos estructuras a la vez.

Al desearles un buen día a mis amigos, solo tengo una idea en mente: ser el mejor en mi trabajo. Reactivar esta maldita empresa que tiene como objetivo marketing de comercializar antigüedades amargas.

Para permitirme aguantar, ¡noches de libertinaje a voluntad!

***

Cabello apenas secado, mirada orgullosa, hombros rectos, nunca me sentí mejor en mi traje azul marino. Respiro la calma, la seguridad, el dominio. En el ascensor, una bonita mestiza me pica un ojo.

Tú, querida, si no tuviera tanta prisa, te pediría tu 06…

Salgo del ascensor, listo para convertirme en el hombre más apreciado de la planta. Pierre me ha informado bien sobre el tema: Élisabeth Mayer, la Directora Financiera, es considerada como la jefa suprema entre estas cuatro paredes. Trabajadora, justa, recta, siempre puntual, nadie puede permitirse el menor error frente a ella. Todo en ella respira éxito.

Mensaje recibido alto y claro: esta mujer, va a tener que ser cuidada.

Cosa extraña, intenté informarme, saber un poco más sobre ella. No encontré nada. No está registrada en ninguna red social, y todas las imágenes de su pequeño rostro que fueron publicadas o compartidas durante eventos profesionales ya no existen. ¿Un dinosaurio de Internet? Perfecto. Al menos se jubilará pronto, lista para pasar el día en baños de leche de burra.

#Hola, Thomas. ¿Ya llego?

Pierre, siempre puntual. Incluso antes de tiempo. No debo entrar en el lugar hasta dentro de dos minutos, o sea, a las nueve menos cuarto.

#Hola, Pierre. Estoy aquí. Es muy elegante.

Al recorrer el vestíbulo de entrada, estoy cautivado por tanta belleza. Este viejo edificio haussmanien1 respira el París que adoro. Ya me siento como un pez en el agua.

#¿Ya conoció a Constance?

El JEFE de los JEFES, como nos gusta llamarlo en la profesión, nunca se detiene. Me pregunto si alguna vez duerme. Cuando tomó la dirección del grupo Santé+, hace casi dos años, nadie apostaba con él. Yo, el primero. Con sesenta y cinco años pasados, más bien debería disfrutar de una merecida jubilación que de matarse a trabajar, rodeado de tipos dispuestos a vender padre y madre para subir en la escala social.

El poder, el nervio de todas las guerras.

En el fondo, no soy tan diferente de ellos. Mi infancia y adolescencia descansan ahora en paz. Ya no lucho para obtener reconocimiento… Actúo por mi camino personal, el cual nunca compartiré con nadie.

#¿Ella le mostró su despacho?

Mensaje subliminal: Mejor que te muevas, amigo.

Podría mentir, pero no lo haré. Este tipo es capaz de comprobar todo detrás de mí.

Prefiero manejar primero Constance. Responder a Pierre después. Rápidamente, veo a la gran pelirroja con las gafas en la nariz, sentada detrás de su escritorio, los ojos entrecerrados frente a la pantalla de su ordenador.

—¿Constance?

—Señor… señor… ¿Sav…age?

Sonrió un poco.

—Dado que no veo a nadie vivo aparte de usted y yo en un rayo de cuarenta metros, por lo tanto, en una escala de 1 a 10, 1 rozando la probabilidad casi cero, 10 acercándose a la certeza, diría que hay once de diez posibilidades de que sea efectivamente el señor Savage.

Placas rojas salpican su cuello. Un poco y su epidermis me revelaría su número de teléfono. Una más que tiene un sueño en la vida: encontrar el príncipe azul, tener una gran cantidad de pequeños chillones, pasar sus miércoles y fines de semana en Disneyland, cocinar pasteles de todo tipo, comérselos, tomar cuarenta kilos. Y disfrutar su vida. CQFD. Todo lo que detesto.

—¿Quiere… que le mue… stre… su… des… pacho?

Avergonzado, miro alrededor. Nadie.

—¿Llegó la señora Mayer?

—No, jam… as antes de las nue… ve y quin… ze. Ella lle… va… su hi…

¿Me miró? ¿Realmente me miró, quiero decir? Me importan un bledo las actividades geriátricas de la abuela Burra antes de su llegada al trabajo.

—¿Por qué no me muestra mi despacho?

Tratando de salirme lo más rápido posible en este extraño momento, tanto como encerrarme en mi antro. Pierre me ha hablado de la necesidad de un apeadero en estas instalaciones durante el inicio de la recuperación. Si al principio me encantó esta idea, ahora lamento haberle agradecido diez veces por esta atención… Pasar los próximos tres meses, rodeado de una soltera y una momia, me arriesgo a caer en una profunda depresión.

Desanimado, la sigo por el largo pasillo luminoso. Altos techos blancos decorados con molduras, paredes del mismo color, magníficos suelos de madera… ¿Qué más se puede pedir? He experimentado… mucho peor.

Perdido en la contemplación de los lugares, mi mirada se aferra rápidamente a un marco negro, adornado con una foto de grupo. Mis ojos, de repente afilados, notan una mujer posicionada en el centro. Morena, alta, fina, hermosa.

Mi maldito corazón se está acelerando.

Más hermosa de lo que recordaba.

La señalo con un dedo tembloroso. Constance, sintiendo mi turbación, se detiene y se acerca.

—¿Es…?

Imposible pronunciar su nombre. Para mí, es y seguirá siendo mi Lily-Mélo.

—Élisabeth Mayer, nuestra directora financiera.

Mi corazón se acelera. Debe haber un error.

—Élizabeth Toledo, —rectifico.

La secretaria me sonríe, avergonzada. Y vuelve a enrojecer. Mal presagio.

—Sí, es ella, pero Toledo es su apellido de soltera.

Parada en la imagen.

Lily-Mélo, ¿casada?

Eso me debería alegrar. Al menos, cero desbordamiento posible. No hay que temer a la tercera ronda. Tanto mejor para mis espermatozoides. Estos traidores sucios tienden a gustarles demasiado a Lily.

Sin embargo, me tiembla por dentro. Odio muchas cosas… las espinacas, las chicas mayores de veinticinco años, los calcetines que apestan, los calzoncillos vintage… pero lo que odio son los imprevistos. Se avecina un gran salto. ¿Cómo es que no he sido informado de esta información?

Nadie sabe que nos acostamos juntos…

Ella, ¡debería haberme contactado! ¡Avisarme! ¿Mierda, nada podría habérselo impedido de decírmelo? Para que me preparara, joder.

—Muéstreme su despacho. Ahora.

—Pero no está en…

—¡Ahora mismo!

Inmediatamente, lamento mi tono. Constance no tiene que pagar por mis errores de juventud. Mucho menos los de su patrona.

—Bueno, Señ… or Sava… ge.

Avanzamos, tartamudea cada vez menos. Partimos en sentido contrario. Me siento flotando por encima de este lugar

Lily-Mélo, ¿aquí?

Desde que nos separamos, me he preguntado a menudo qué había sido de ella. Por mucho que no me encariñe, no soy un cabrón. En cuanto pienso en lo que le hice prometer, mi orgullo se pone de los nervios.

—Aquí estamos.

Constance me abre la puerta, a la defensiva. Teme recibir un contragolpe de su patrona. Lo entiendo.

—No se preocupe, le diré a Lil… Élizabeth, que la idea es mía.

—Gra…cias.

Entro en una sala sin vida, sin sabor, totalmente aséptica. Un escritorio de madera clara, una pequeña biblioteca, algunas pinturas de arte moderno, una planta verde, no es propio a élla.

¿Qué le pasó a mí Lily-Mélo?

Una cosa es segura, no tardaré en averiguarlo.

Haussmanien : Las obras haussmannianas constituyen una modernización de conjunto de la capital francesa llevada a cabo entre 1852 y 1870 por Napoleón III y el alto funcionario Haussmann.↩︎

3

Lily

Conjunto de traje gris antracita. Check.

Mi larga cabellera de color castaño oscuro, cayendo en un peinado despeinado por debajo de mis hombros. Check.

Mis ojos marrones son maquillados para hacer mi mirada tan penetrante como segura de ella. Check.

Labios con un gloss rojo. Check.

Zapatos de tacón, puestos. Check.

Por más que mi corazón se desmorone, me gusta la imagen que me devuelve el espejo. La mujer de veintinueve años que observo parece indestructible, hermética a todo dolor, a toda ira.

Fuerte. Soy fuerte.

Soy fuerte. Soy fuerte. Soy fuerte. Soy fuerte. Soy fuerte. Soy fuerte. Soy f…

—Mamá… tengo hambre…

Mi mini yo me tira de la manga, recordándome a aquí y ahora. Me doy la vuelta, lo levanto en mis brazos y le meto mi nariz en su suave cuello. Me gustan sus despertadas por la mañana. Me gusta su pequeña mejilla dormida. Me gusta su olor. Pero lo que más me gusta son sus ojos, que me miran como si fuera la octava maravilla del mundo.

—Tengo hambre…

Manteniéndolo acurrucado contra mi hombro, me dirijo a mi cocina y lo dejo en una silla alta frente a la isla central. Aunque he vivido sola recientemente, mi posición profesional me ha permitido no tener que vender este magnífico apartamento en el corazón de Le Marais1. Techos altos, maravillosas pinturas blancas satinadas, suelos originales de roble, amplia chimenea en el salón, cocina de última generación, tres dormitorios, dos baños, combina a la perfección lo antiguo y lo moderno. Aunque me rondan los recuerdos cada vez que intento dormir, este lugar es tranquilo para Léo. Su refugio. Por eso nunca me mudaré.

—Aquí tienes, mi amor —le digo despeinando su pelo mientras le sirvo su tazón de cereales y un pan con Nutella.

—Grachias, mamá.

Observo a mi pequeño amor devorar con gula su desayuno. ¡Qué hermoso es…! Un nudo me aprieta el corazón… Por más que intente enterrarlo en lo profundo de mi corazón, cuanto más crece, más se parece a su padre. Mi hijo ha heredado su belleza, sus rasgos finos. Pero sobre todo… sus ojos azules agudos. Por supuesto, también se parece a mí, pero si Thomas tuviera que conocerlo, no habría ninguna duda. Él entendería inmediatamente.

—Mamá, ¿estás bien?

— Todo está bien, ángel. ¿Qué tal si nos preparamos para la escuela?

***

—¡Señora Mayer!

Pensar que traté de colarme por el pasillo de la escuela… era demasiado bonito para ser verdad. Cuatro mañanas que me las arreglo para pasar entre mallas.

—¡Señora Mayer! ¿Puedo hablar con usted un momento?

Me giré una falsa sonrisa en los labios.

—Señora Chinon, iba a enviarle un correo electrónico en el día.

Si ella adivina que mi mentira es grande como una casa, no muestra nada.

—Entonces, ¿leyó bien mi solicitud de cita en el cuaderno de enlace de Léo?

—¡Sí! Por eso iba a…

—Esta tarde, ¿a las cinco?

—Eh… sí, —me siento obligada a responder.

Conociendo a esta maestra, sé que no me dirá nada más esta mañana. Estamos rodeadas de padres. Ni ella ni yo tenemos ganas de hablar de esto en público.

—Estaré allí, —añadí tragando.

—Perfecto.

—Hasta esta tarde… entonces.

Asiento con la cabeza y luego me preparo para irme en sentido contrario cuando siento su mano cariñosa colgando de mi muñeca.

—Siento lo que les está pasando a usted y a Léo. Todo el equipo lo está… si podemos hacer algo, sobre todo, no dude…

Tengo que irme, salir de este lugar. Si no, voy a llorar. Triturando mi anillo de boda con la punta de mis dedos, le agradezco su mirada antes de desaparecer lo más rápido y discretamente posible.

Una vez en la calle, respiro profundamente. ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Tan bajo? Desde que decidí quedarme con Léo, he hecho todo lo posible para que sea lo mejor para ambos. No me he registrado en ninguna red social— profesional o de otro tipo —, no he compartido la más mínima foto, nos hemos incluido voluntariamente en la lista negra de Internet. Le había prometido a Thomas que no sería padre. No tan joven. No así. Era nuestro pacto. Nuestro secreto. Cuando pienso en ello, he sido tan tonta como infantil. ¿Cómo pude darle mi palabra sobre… mi bebé? Poco después de nuestra separación, tan pronto como vi este pequeño frijol durante la ecografía de datación, me di cuenta de que nunca, oh, nunca jamás, sería capaz de borrarlo de mi vientre… y de mi vida.

Luché para mantenernos lejos de los focos de mi vida profesional, de mi red especializada en finanzas y comercio… de él.

No puedo hacerlo.

No puedo decirle la verdad.

No puedo hacerle eso a Léo.

YO. NO. PUEDO. NO.

Orgullosa de mi resolución, crucé las puertas de mi empresa, rue de Turenne, no lejos de la place des Vosges2. Aquí trabajan unos veinte empleados, verdadero centro financiero de la empresa. Como directora financiera, soy el puesto, el más alto. La más respetada, también. Marcel caminaba de polo en polo, aunque su verdadera oficina se encuentra en Grasse3, donde vive desde hace una década, sede de nuestras cadenas de fabricación.

—Buenos días, señora Mayer.

Constance, el hombro en el que siempre puedo apoyarme. Constance, la mejor secretaria del universo. Constance, esa joven treintañera con la que seguramente me habría hecho amiga si nuestras rutas se hubieran cruzado en otras circunstancias. Si he entendido bien una cosa, en los últimos años es nunca mezclar amor y trabajo. Lo aprendí de la manera difícil.

Cabrón de Thomas.

Aunque no hubiera quedado embarazada, nunca le habría perdonado lo que me hizo. Un imbécil así no merece ninguna de mis miradas, ninguna de mis atenciones. Definitivamente, no tendrá nada de mí.

Léo será mi secreto…

—Señora Mayer, Señ…

—Más tarde, Constance, más tarde. ¿Ha dejado un duplicado del expediente de la compra en mi escritorio? —le pregunté sin realmente mirarla, mis ojos fijos en mi portátil profesional, mi taza de café en la otra mano.

—Sí, pero la señora May…

Si hubiera tenido cuidado de observarla, de concederle tanta importancia como la que me concede desde su llegada, hace más de dos años, habría notado las placas rojas en su cuello. Verdadera pelirroja, esta pigmentación coloreada de su epidermis solo está presente en caso de estrés intenso. Imprevisto. De…

Abro la puerta de mi despacho, lista para volver a sumergirme en esos malditos papeles. Encontrar una grieta, cualquier grieta. La que me permitiría volver atrás, rebobinar estos dos últimos días. Salvo que los milagros no existen…

Pero los peores imprevistos, sí.

—¿T… h… o… m… a… s?

Apoyado tranquilamente contra mi gran ventana, con los brazos cruzados sobre su torso siempre igual… En resumen, no ha engordado veinte kilos como yo esperaba, no ha sufrido de calvicie precoz —¿me han estafado con esta muñeca vudú de tres cifras? —, no se ha vuelto tan miope como un topo, no es…

—Lily-Mélo.

Nadie me ha llamado así desde…él. Un poco y casi dejaría caer mi taza de café caliente. La cara impasible, pero el corazón descompuesto, no dejó que nada se vea. Ni mi ira, ni mi

turbación ante la perfección encarnada que se encuentra ante mí. Cabello casi negro, ondulado, ojos azules, agudos, alto, fino… Léo con veinticuatro años más.

—Élizabeth. Me llamo Élizabeth.

Sin que yo lo espere, se levanta y sale en un gran chapoteo de risa.

—Élizabeth, Lily… no importa. Para mí, siempre serás mi Lily-Mélo.

Voy a matarlo…

—No, para ti será Élisabeth.

Con indiferencia, pongo mi tasa sobre la mesa. Café que sostenía de mi mano izquierda, asiento de mi alianza brillante de mil luces.

— Élizabeth… Mayer.

Me hubiera gustado que sus ojos se llenaran de sorpresa. No es así. Él sabe. Sabía.

¿Cómo es posible? ¿Y para Léo? Con esta idea, mi corazón falta un latido. Debo permanecer digna, fuerte. No le muestro todas las grietas que me habitan.

—Ahora, si me disculpas… tengo trabajo. Nos veremos en la reunión de presentación. A las diez. Como acordamos.

Con el corazón latiendo a todo romperse, me hago violencia para permanecer derecha. Avanzar hasta mi escritorio. Instalarme allí. E ignorarlo hasta que finalmente se vaya.

¿Qué diablos pasó?

Le Marais: es un barrio parisino situado en la mayor parte de los distritos 3 y 4 de París, en la orilla derecha del Sena.↩︎

La place des Vosges: situada en su gran mayoría en el 4 o distrito de París, originalmente se llamaba Place Royale.↩︎

Grasse : Subprefectura de los Alpes-Maritimes, Grasse es la quinta ciudad del departamento en términos de población. Sus habitantes se llaman los Grassois↩︎

4

Thomas

Ella lleva un puto anillo de boda.

Mirando hacia uno de los grandes cristales de la sala de reuniones, observo París. En las aceras, la gente se activa, con la cara cerrada. Un enjambre de desconocidos que se unen a diferentes horizontes. En menos de unos minutos, esta sala se llenará. Tendré que hacer mi espectáculo de empresario experimentado.

Frente a ella.

Lily-Mélo se casó.

No debería sentir ningún celo, ni sentimientos contradictorios… Sin embargo, sin que yo entienda los pros y los contras, ocurre algo extraño en mí.

No entiendo lo que me pasa. Tengo calor, tengo frío. Un extraño chorro de sudor fluye desde mi cuello hacia abajo de mi espalda.

No se suponía que nos volviéramos a ver. Bueno, no en esta situación. Mis planes sexuales nunca vuelven a aparecer en mi existencia. Nunca.

Todos estos años, ni siquiera pensé en ella. Bueno… un poco. Solo… un poco… Lily-Mélo y yo, fue explosivo. En todos los sentidos de la palabra. Por eso los rounds que siguieron. En la cama, nos llevábamos muy bien. Después de nuestra primera noche juntos, después de una de las fiestas del campus, me di cuenta de que mi maldito pacto, JDVLMC, no funcionaría con ella. Yo necesitaba más. Yo quería más. Ella también, por cierto. Así que establecimos una regla: sin sentimientos, solo sexo. Nos separaríamos como nos conocimos. Sin rencor.

Excepto que…

Mierda.

Me comporté como un idiota, dejándola sola. Aunque me convencí de que era cosa de chicas, desde entonces he crecido. Evolucionado. Me he entendido mejor a mí mismo.

La he cagado. En grande, además.

¿Me culpó? Posible.

¿Me perdonó? Improbable.

Dada la acogida que he tenido, represento al enemigo a abatir.

—¡Nunca a tiempo! ¡Me cabrean!

En todo caso, un punto no ha cambiado: ella sigue maldiciendo siempre tanto. Me vuelvo, febril. Espero que no se dé cuenta de mi estado. No sería muy profesional. Estoy aquí para enderezar esta sociedad, no dejarme engañar por la primera ex-sex friend que me encuentro. La única que realmente tenía ese título.

Mierda. Tenía que ser yo. Hoy. De buena mañana.

Además, ¿existe un solo momento propicio para tal… tsunami?

¿Realmente acabo de hablar sobre el tsunami?

Incrédulo, la miro pasar la cabeza por la puerta y llamar a Constance. Pedirle que busque a sus colegas. En el fondo no sé mucho de ella; sin embargo, ahora parece estar nerviosa. Cuando gira en mi dirección y sus ojos cruzan los míos, descubro un océano de contradicciones.

—¿Por qué? —me pregunta fríamente.

Su pregunta me desconcierta.

Trato de sonreír para relajar el ambiente, pero no tiene el efecto deseado.

—Debería haberte llamado…

Por sus rasgos que se endurecen, no es la respuesta que esperaba. Una pequeña risa histérica escapa de sus labios.

—¿Llámame? ¿En serio? ¿Cuándo pensaste eso por primera vez? ¿Hace cinco minutos cuando estabas aquí? Cuando te dijiste: «¿Qué demonios hace ella ahí?» Te aseguro que en ningún momento esperaba que me llamaras. Fuiste muy claro sobre el tema, continúa amargamente. Así que lo…

Busca sus palabras. Sus ojos me abandonan, observan el suelo.

—Superé, —terminó por decir.

Nervioso, me pasé una mano por el pelo. No sé si sirve de mucho confiarle esto ahora, pero me parece importante y oportuno.

—Lo siento mucho, Lily-Mélo…

Se levanta y se sienta al otro lado de la mesa. Al menos las cosas están claras. Me odia. Mientras ella pone sus carpetas con enfado, suelta:

—No te preocupes, todo está bien. Me, recuperé.

—Lo veo… —dije, mirando su anillo.

Nunca debí haber respondido eso. Nunca. Despacio, pero seguramente, sus ojos dejan sus cosas y vienen a posarse sobre mí. Si una mirada pudiera matar, me hubiera matado en el acto.

—No eres más que mi jefe. Mi vida personal ya no te concierne desde el momento en que me pediste, cito, “librarme de este problema.” Así que, a partir de ahora, ya no eres, Thomas, el pequeño imbécil que me abandonó. Te conviertes en Thomas Savage, mi jefe. Representas a Durasex, la empresa de condones que nos compró.

Una risa graciosa sale de su garganta.

—¿Qué?, —No puedo evitar preguntárselo.

Hubiera hecho mejor si hubiera girado la lengua siete veces en la boca. No estoy frente a cualquier chica que ha compartido mi cama. Estamos hablando de Lily-Mélo. Mi Lily-Mélo.

Se levanta furiosa, poniendo las manos a ambos lados de sus caderas.

—¿Qué? ¡QUÉ, me pregunta! ¿Qué?

Nueva risa.

Perplejo, miro alrededor. Siempre que nadie entre. En cuanto a la autoridad, la pondría en peligro antes de que empezara la reunión. Pierre nunca me perdonaría. Y necesito este trabajo.

Sus ojos marrones se sumergen en los míos. Con intensidad. Ferocidad. Determinación. Un poco más y me haría… Endurecer

¡No hay forma de que mi cuerpo reaccione a su afrenta!

—Solo espero que…

Una gran sonrisa se dibuja en sus labios.

—Que finalmente aprendiste a usar un condón.

Nuestras miradas se apoyan, se anclan en un duelo que no me esperaba. Constance aprovecha este momento para entrar, empujando un carro de tés. Sintiendo que el momento no es el adecuado, se ruboriza instantáneamente, lista para dar la vuelta.

—Lo siento, voy a volver…

—No, Constance. Quédese aquí. Los demás llegarán pronto —prosigue ella, ignorándome de forma real—. Empieza a servir. Ya sabe lo que beben.

—Pero el señor Sav…

Lily-Mélo me mira de toda su altura.

—Señor Savage, ¿qué quiere beber?

¿Ella me trata de usted ahora?

—De antemano, lo siento, no servimos ni champán, ni grandes vinos, ni licores fuertes.

Ella recuerda… me pone a prueba. Me empuja en mis retranqueos.

—Un vaso de agua estaría bien, Constance.

Intento suavizar el ambiente, pero no lo consigo. Cuando el resto del equipo entra, me doy cuenta con horror de que la gran mestiza del ascensor es una de las empleadas. Sin pestañear, me mira de la cabeza a los pies. Horror.

Todos se sientan en silencio. Después de un turno de mesa, me entero de que Olivier, alto cuarentón con pelo canoso, se ocupa de la contabilidad. Sacha, treinta años como máximo, emociona a Constance… Tan rubio como soy moreno, de ojos verdes, sería capaz de atraer las miradas femeninas a cincuenta kilómetros de distancia. Como Office Manager, representa un apoyo sobre los aspectos jurídicos, administrativos y financieros de la empresa. Sentado al lado de Lily, entiendo, por sus miradas, que se llevan muy bien. Y eso me molesta.

Hugo, de treinta y tantos, tan Black como clase, es DRH. El puesto que nadie quiere, pero que todo el mundo envidia.

Serio, profesional, este tipo nunca me causará ningún problema.

Luego, por último, Naomi. Mestiza de ojos verdes, ella sabe que es hermosa y juguetona. Todo lo que me habría gustado ayer y que ahora odio. Desde que entró, me ha estado mirando como si fuera Dios en persona.

Tienes que calmarte, nena.

Andando con zalamerías, me explica que se encarga de toda la comunicación financiera alrededor de la empresa.

Por supuesto, conocía cada una de sus atribuciones, pero deseaba que me las presentasen en voz alta, en el grupo. Nada mejor que una vuelta de mesa en público para percibir las personalidades de cada uno.

Y un momento relajado.

—Para conocernos mejor, os invito a todas y todos al nuevo bar de tapas que ha abierto en la esquina. Esta noche, a las ocho.

Todos parecen entusiasmados, excepto mi Lily-Mélo. Con los ojos fijos en su portátil, ella lanza, sin una mirada:

—No puedo. Tengo otros planes.

—¡Cancélalos!, —se divierte Sacha. ¿Cuánto tiempo hace que no aprovechamos una velada? Recuerdas el año pasado, en Mónaco, durante el congreso…

Pero, ¿a qué juega este?

¿Mónaco?

¿Qué pasó en Mónaco? ¡No, Mónaco!

¿Estoy soñando o ella le envía una sonrisa? ¡Ella pone su mano en su muñeca!

—Lo siento, Sacha, pero esta noche verdaderamente no puedo.

En menos de un segundo, vuelve a ser serio.

—Ok, eso será para la próxima vez. Lo entiendo.

¿Qué es lo que entiende?

Para los demás, esta situación parece… normal. ¿Y si fuera él… su marido? Como si nada, abro mi carpeta «empleados» y compruebo su apellido. Durand. No Mayer. Sí, en el momento, me siento mejor, no dura mucho. Claramente, pasa algo entre estos dos… y ella está casada.

¿Alguien me lo puede explicar?

El resto del equipo, al completo, está presente a la invitación. Entre Naomi y Constance, espero compartir momentos… memorables.

Joder.

La reunión continúa con el plan de la semana. Las atribuciones de cada uno. Las dead-lines a respetar. Hacen algunas preguntas sobre la reorganización, trato de tranquilizarlos lo mejor posible. Por ahora, no quiero abarrotarlos de cifras de todo tipo, eso los perturbaría. Primero debo ganar su confianza antes de ponerlos al corriente… de todo. Dado lo que Pierre les reserva, el anuncio será duro. Sus hombros deben ser lo suficientemente fuertes para soportarlo. Por el momento, no los conozco lo suficiente como para pronunciarme sobre el tema. Puede que sea su jefe, pero, sobre todo, sigo siendo humano.

Esta noche será un buen comienzo. Al pensar que Lily no vendrá, mi corazón se aprieta. Desde que puse un pie en estos despachos, mi corazón se ha convertido en una verdadera montaña rusa.

Totalmente incomprensible.

Después de todo, quizás sea bueno que no venga. ¿Quién sabe lo que yo habría sido capaz… de intentar decirle?

Molesto por su desdén, la observo respondiendo frenéticamente a mensajes en su teléfono. Sacha la dejó tranquila, prefiriendo interesarse por las últimas cifras de Olivier. Luego, se levanta, recoge sus cosas. Cuando llega a mi altura, duda, antes de voltear sobre Constance que acaba de entrar de nuevo en la sala.

—Un imprevisto… personal. Voy a tener que ir. Considérenme en mi teletrabajo hoy. Estoy disponible por teléfono. No lo dudé. Ni usted, en caso de necesidad, se vuelve hacia cada miembro de su equipo. Normalmente, volveré mañana.

¿Normalmente?

Estoy soñando o… se va. ¿Así?

Después de una mirada entendida con Sacha, quien inmediatamente fija sus mensajes, ella sale del salón sin decir nada y me ignora.

¿Qué es esta locura?

Si yo contaba con saber más gracias a sus colegas, es una causa perdida. Se levantan uno tras otro, y vuelven al open-space.

¿Qué ha sido realmente de mi Lily-Mélo? Una cosa es segura, haré todo lo posible para conocerla mejor. A partir de hoy.

5

Lily

—No puedes seguir así. Terminarás en estrés laboral.

Chloé no deja de mirarme mientras me ocupo de la cocina, frotando la encimera. Me vuelvo hacia ella, agotada.

—¿Qué propones?

Mi amiga no se enfada de mi tono arisco. Sin desprenderse de su calma legendaria, me mira imperturbable.

—Primero, que anotes una segunda persona a contactar para Léo en la ficha de emergencia de la escuela.

—Hay una. Es Pau…

—Déjame continuar, por favor. ¿Qué harás el día en que no puedas dejar tu trabajo? ¿Dónde estarás atrapada con tus clientes extranjeros?

—Siempre he sido capaz de hacerlo.

Levanta una ceja. La conozco, no dejará pasar mi mala fe. Como la mejor amiga que se respeta, nunca supo guardar su lengua en el bolsillo.

—Paul siempre respondió presente en el tiempo escolar. Era su modo de operación, y funcionaba muy bien. Pero las cosas han cambiado, Lily. No como tú esperabas. Lo siento, continúa acercándose a mí y abrazándome. Es hora de que pases página.

Me apartó ligeramente, los ojos llenos de lágrimas.

—No puedo. Yo… digo mirando alrededor de mí. Aquí, todo me recuerda a Paul. Él está en ninguna parte y en todas partes al mismo tiempo. Él…

—Os ha abandonado, Lily. Es hora de que lo aceptes. Para ti, pero también para Léo. Este pequeño necesita seguir adelante.

Me desmorono en una silla de la isla central. ¿Cómo puedo tener confianza en el futuro cuando la flecha de la traición está todavía plantada profundamente en mi corazón?

—Léo perdió a su papá, y yo… yo…

—Tu alma gemela, —responde a mi lugar, instalándose muy cerca de mí.

—¿Cómo quieres que me proyecte? ¡Nos ha rayado de su vida!

Suspira.

—Sabes que es más complicado que eso…

—¡Podría haber llamado! ¡Ver cómo está Léo! No lo sé, yo…

—¿Y Sacha?

Su pregunta me sorprende tanto como me desconcierta.

—Sacha, ¿qué?

—No te hagas la tonta, sabes muy bien lo que quiero decir.

Me duele tanto. No pensé que sería capaz de sufrir tanto un día.

—No quiere oír hablar de ello. Se niega a ser juez y partido.

—¿Estás segura? —me preguntó, un poco sorprendida por mi respuesta.

No merece que me enfade con ella. Desde… Léo, está a mi lado. Se regocija de mi felicidad. Me sostiene en los momentos más difíciles.

—Me lo habría dicho si hubiera querido apoyarme. Pero, lo entiendo. No quisiera estar en su lugar.

No sé a quién trato de convencer. ¿A ella o a mí? Con un gesto suave, me arranca la esponja de las manos.

—¿Sabes lo que vas a hacer ahora?

Por favor, ¡no! Nunca debí haberle hablado de esta noche de miseria. Nunca.

—Soltar tu cabello, cepillarlo, maquillarte, quitarte esos jeans manchados de sopa, ponerte un vestido bonito y… ¡Hacer tu trabajo!

No me va a atrapar.

—Mi trabajo lo hago muy bien de las nueve y cuarto a las veinte. El resto del tiempo, lo dedico a Léo.

Divertida, asiente con la cabeza para decirme que el juego está perdido por antemano.

—El médico dijo que era un pequeño síndrome gripal. Su Doliprane1 corre hasta la medianoche, y estarás en casa para entonces. Mientras tanto, confía un poco en su madrina y disfruta de la vida.

Casi me ahogo.

—¿Disfrutar de la vida? ¿Con ese imbécil de Thomas?

Ella sonríe. Con todos sus dientes. ¿Quiere matarme o qué?

—Te recuerdo un pequeño detalle que podría tener toda su importancia en los días, meses y años por venir. ¡Thomas El Salvage es tu Jefe!

—¡No lo llames así!

—Pues, ¿qué? —dijo ella, mientras iba a poner su taza de café en el fregadero. ¿Te has olvidado? Thomas Savage… el Salvaje.

—Ese juego de palabras fue realmente malo.

—¡Pero tan cierto! Dime, ¿todavía respira tanto al sexo?

—Cualquier cosa… ¡Realmente… cualquier cosa!

No hay manera de que vaya a ese bar de tapas. Con Léo enfermo, mi noche corre el riesgo de ser acortada. Mañana, por cierto, pienso quedarme en el teletrabajo. ¿Qué imagen daría de mí si apareciera en la fiesta después de salir como una ladrona esta mañana? Y mañana, seguir trabajando en casa.

Léo.

No puedo hablar de Léo a Thomas.

Mi corazón se acelera. ¿Y si los demás ya le hubieran dicho que soy mamá?

—Apégate a tu plan. Tienes un hijo, Léo, que acaba de entrar en la guardería y se coge todos los virus del momento.

Marca una pausa calculada.

—Sin embargo, en algún momento, tendrás que decirle la verdad a Thomas.

—¡Nunca!

—Lily…

Me persigue hasta el sofá donde me he tumbado.

—Es su padre, tiene derecho a saber.

—¡Habla menos alto! — susurré. ¡Podrías despertarlo!

—¿Sabes lo que pienso…?

—¿Realmente crees que si le digo todo a Thomas, me ayudaría en algo en la vida? Nunca me perdonaría. Mi hijo tiene a Paul.

—Tenía a Paul, —rectifica. Tu marido se ha ido y sabes tan bien como yo que no va a volver.

—Cállate.

Hay cosas que no soy capaz de oír todavía. Aceptar.

—Hazlo por él.

Me río, nerviosa.

—¿Qué crees que haría Léo si se enfrentara a un padre que nunca lo quiso? ¿Y qué nunca querrá asumir su papel de papá? Mi hijo ya ha tenido lo suficiente para una vida entera. Me tiene a mí. Te tiene a ti. Y a Clémence. Eso le basta.

Si ella piensa que poner su mano sobre la mía me calmará, se equivoca en todo.

—No pienses con el corazón, reflexiona con la cabeza. Léo está mal. No sabe de dónde viene. Le falta una parte de su historia. Un día, si descubre que tenías una oportunidad de restablecer el orden de las cosas, y no lo hiciste, puede que no te lo perdone. Puede que no suceda mañana, ni el próximo mes, ni mucho menos en el año que viene, pero el destino siempre acaba por alcanzarnos… Mira… Paul.

Perdida, dejo caer mi cabeza en mis manos.

Puta de vida.

***

Thomas

Dos horas que doy vueltas escuchando las historias de unos y otros. A evitar pasar demasiado cerca de Naomi. Tratando de hacer que Constance se sienta segura.

Y a echar miradas no muy discretas a Sacha. Escondido en un rincón de la sala, no deja de enviar y recibir mensajes.

—No te pongas a ello, —lanza Hugo al reunirse conmigo en el bar. Es un verdadero profesional en el trabajo. Nunca te dejará. Pero últimamente su vida personal ha sufrido un golpe, y en su tiempo libre lo pasa intentando recomponer las piezas rotas.

—¿Sacha… y Élizabeth?

Eso explicaría muchas cosas. Y no las más agradables.

—¿Élizabeth? ¡No, desde luego que no!

¿Realmente hablé de ella en voz alta? ¡Mierda, mierda y gracias!

—Por su parte, ya tiene suficientes problemas para manejar así.

Me pongo de pie, curioso.

—¿Problemas?, —no puedo evitar preguntar, falsamente lacónico, mientras llevo la jarra de cerveza a mis labios.

A pesar de la oscuridad del lugar, siento que Hugo se sonroja. Acaba de darse cuenta de que ha dicho demasiado o no lo suficiente. Prefiero mucho la segunda hipótesis. Me dispongo a hacerle más preguntas cuando Naomi se nos une, un mojito en mano.

—¿Es el rincón de los secretos? ¡Que bien, me encanta! ¿Me dejan un lugar? —Dice empujando a su compañero hasta que se ponga de pie.

—Estábamos hablando de…

Hugo busca sus palabras, mientras mira a su alrededor para encontrar una excusa para dejarnos. No me engañará.

—D’Élisabeth, —respondo yo por él. Realmente es una pena que no haya podido venir, —insistí al caminar mi mirada de uno a otro. ¿Es por él? No puedo

Impedirme de preguntar echando una mirada aguda hacia Sacha.

—¿Bromeáis?, —se ahoga a media Naomi. ¿Sacha y Élisabeth? ¡Imposible!

—Ella está casada, afirma Hugo, —muy serio.

—Sí… eso es lo que dice. El otro día, vi a Andréa del quinto que me contó que…

—¿No quieres callarte cinco segundos?, —se enoja Sacha que se une a nosotros. ¿Desde cuándo se propagan rumores en nuestro servicio? Deja en paz a Lily.

¿Lily?, la llama Lily?

El hombre de las cavernas que llevo dentro se despierta, listo para la batalla. La última vez que reaccioné así fue justo antes… de esa famosa noche.

Me mira fijamente, directamente a los ojos.

—No se equivoquen con ella. Trabaja duro. Ha aportado mucho más a la empresa que todos nosotros juntos. Si no hubiera estado allí, no es una compra que habríamos sufrido, sino una verdadera quiebra. Ya sea en el trabajo a distancia o en la oficina, no escatima sus horas. Si no pudo venir esta noche, no es por placer ni por afrenta. Lily no es así.

¡Él empieza seriamente a hincharme con su Lily aquí, su Lily allá!

—Le doy diez segundos para que me lo diga. ¿Por qué se fue esta mañana?

Alrededor mío, todo el mundo se enardece. Las miradas avergonzadas que intercambian no me escapan. Peor que eso, no me dicen nada bueno.

—Dejará de molestarnos por tan poco, ¿sí?, —nos pregunta Constance.

Toda alegre, se apoya contra el mostrador. Con los ojos brillantes, la secretaria nos detalla uno tras otro.

—¡No hay necesidad de hacer un gran problema! ¡Su hijo tiene una otitis! Ella volverá lo antes posible.

Mi corazón se pierde un latido.

Dos.

O tres.

Incluso cuatro.

¿Su… hijo?

¿Mi Lily-Mélo es… mamá?

Doliprane: Marca de paracetamol.↩︎

6

Thomas

Tiene un hijo.

Este pensamiento no me deja desde ayer. Me he acostado y me despierto en el mismo estado. La sesión de deporte va a ser dolorosa. Peor aún, ni siquiera quiero arrastrarme hasta allí. No entiendo por qué todo esto me hace tan loco. Debería estar contento. Incluso tranquilizado. Lily-Mélo se puso el anillo al dedo. El pobre tipo, que tiene la soga al cuello, le ofreció un mocoso. Cero riesgo para mí.

Pero, no sé… mi corazón no parece estar de acuerdo con mis reflexiones.

En este pensamiento, me encuentro con mis dos amigos en el gimnasio. Théo, el gran rubio de ojos verdes, es el único que se ha asentado. Marine, su novia, se mudará pronto con él.

Lucas, de origen asiático, ve la vida un poco como yo. Él tiene muchas conquistas y eso le conviene muy bien.

—¿Qué es esta cara? —se pregunta Théo al verme.

—¡Anoche te divertiste demasiado!, —se divierte Lucas.

La fiesta, sí… si supieran…

—¿Rubia o morena?, —prosigue, curioso.

Uh… ¿Qué?

—Morena, —respondo sin pensar.

El punto débil de mi amigo.

—¿Cuándo me la presentarás?

—¡Nunca!

Tan pronto como esa palabra ha cruzado mis labios, lo lamento inmediatamente. Hasta ahora no era raro que lo enchufé en uno de mis buenos golpes. Se acerca, interesado.

—¿Nunca?

Sus grandes ojos negros me miran con interés. Hay que decir que con su mirada y sus tatuajes, las chicas caen como moscas. Théo, él, se raspa la garganta. No me ayudará. Peor aún, su lado comadreja espera saber más. Estoy jodido. Tendré que decirles de mi Lily-Mélo.

—Nunca, —digo sin pestañear. Es mi colega.

—Así que, Lucas se está divirtiendo dando vueltas a mi alrededor, antes de apuntar un dedo acusador hacia mi pecho, así que… no puedes follártela.

¿Ha decidido hacerme enojar hasta el final o qué?

—¡Eso es en nuestro pacto! Artículo 2, línea b, ¿recuerdas? Nunca te acuestes con una compañera de trabajo.

Confirmo, él me va a molestar.

—¡No me acosté con ella! —me defiendo.

Théo, que bebía un sorbo de agua, termina poniendo su grano de sal. Necesariamente…

—¿Nunca?

Me conoce. No es por nada que tiene la etiqueta de mejor amigo. Joder. Trato de toser. De mirar hacia otro lado. Intentar encontrar otro tema de discusión. Todo sería bueno para tomar. El tiempo asqueroso. La segunda ola de este virus de mierda que no va a tardar en arruinarnos la vida. Nada funciona.

—Entonces… te acostaste con ella.

Lucas se pone a andar por ahí, perdido.

—¡Dijimos cero compañeros! ¿Recuerdas o te ha dado tanto por el culo que te has vuelto loco?

La hora de las grandes confesiones ha llegado.

—Me acosté con ella, sí. Pero no esta semana, ni este mes. Mucho menos este año. Estábamos en la misma promoción en ESSEC.

He dicho demasiado o no lo suficiente. No me dejarán ir. Sin pensarlo, les digo todo. Y cuando digo «todo», eso es todo. La total. Bueno… casi. Voluntariamente omito THE detalle.

Por ahora, les dejo que se lo tomen. Me miran como una bestia curiosa. Aprovecho para tragar mi botella de agua de un golpe. Bebiendo cada vez mejor…

—Así que… —comienza Lucas, ustedes han tenido sexo varias veces.

—Tres, sí…

—¡Lo contrario de lo que hemos establecido juntos! ¡Y que habías decidido mucho antes de conocernos! ¡Has puesto una puñalada en tu propio contrato!

Sí. Sí. Y volver a sí.

—No lo creo, —se lanza mi segundo amigo. Señor de una noche que se encuentra con la polla atada… ¡Quién lo hubiera creído!

—No es ni de lejos lo peor, —termino por confesarlo, pillado con las manos en la masa.

Lucas me mira con ojos redondos como platos. Théo, seguro de sí mismo, lanza lo que él piensa es una verdad absoluta:

—¿Te enamoraste?

—¿Qué? ¿HIZO EL AMOR?, —pronuncia el moreno, como si acabara de ingerir un kilo de espinacas incomibles.

—¡Cualquier cosa!, —me defiendo. ¡Realmente… cualquier cosa!

—Tsst-tsst… tienes la mirada evasiva…

Si Lucas sigue, realmente comerá sus verduras favoritas. Estaré encantado de enviarle varios kilos.

—Eh, Théo, ¿su mirada es evasiva?

El otro traidor opina. Me sumerjo en el corazón de una conspiración, allí… En estas condiciones, ¿cómo confesarles… lo inconfesable? Al menos, si les confiara lo que me preocupa, me dejarían en paz. ¡Y comprenderían por qué estoy K.O.!

—La dejé embarazada. ¿Están contentos?

He debido hablar demasiado fuerte. Las cabezas se giran. Las mujeres me miran con rechinar de reproche mientras los chicos tienen la mirada compasiva. Una verdadera pesadilla.

—La dejaste… ¿Qué?, —se espantan de consuno mis dos amigos.

—Sí, —sigo susurrando. Y créanme, no es lo peor.

Espero que la vida vuelva a su curso alrededor de nosotros para arrojar la bomba final.

—Antes de que nos separáramos, le hice una promesa.

Me miran, boca abierta, esperando mi respuesta.

¿Alguna vez has saltado de la cuerda elástica? ¿Qué sentiste al lanzarte por el vacío? ¿Sentiste esa sensación de no tener control sobre nada?

—Bueno, ¿estás pariendo?

En cuanto al tacto legendario de Lucas, volveremos.

—Digamos que…

Mi mirada los huye. ¿Qué van a pensar de mí? Despedir a las chicas al despertar, es una cosa. Pedirles que aborten —por sí sola en mi caso, además —es claramente otra.

—Escupe la pieza, —continúa, perdiendo la paciencia.

—¿Es tan malo como eso? Sabes que puedes decirnos todo.

Me lanzo al vacío, asustado.

—La dejé embarazada y le pedí que abortara. Sola.

Mis amigos se ponen pálidos. Mierda.

—Después de que la dejaste.

Ahí los pierdo por completo. En un primer momento, se fijan, demacrados. Luego, se vuelven hacia mí, aturdidos. La caída es fuerte.

—No has hecho las cosas a medias… ¡Ella debe odiarte hasta la muerte!, —me insulta Lucas, como si le hubiera dicho que la especie femenina está en peligro de extinción.

Théo, él, me mira extrañamente. Piensa, lo que no es una buena señal. Cuando abre finalmente la boca, espero lo peor. Y, tengo razón.

—¿Dijiste que tenía un hijo?

—Eh… sí. ¿Por qué?

Ni una ni dos, se vuelve hacia Lucas.

—¡Pregunta por qué! ¿Te lo crees?

El otro, que ha entendido claramente a dónde quiere llegar, se ríe. ¿Están locos o qué?

—Ella. Es. Mamá… —suelta al más reflexivo de los dos. Ella. Es. Mamá… —repite como si yo fuera un imbécil.

—Sí, ¿y qué?

Después de una mirada entendida, Théo desarrolla su pensamiento:

—Y la dejaste embarazada…

Cuando mi cerebro entiende lo que quieren decir, me levanto enojado.

—No se imaginan que… No, ¡pero es una mierda!

Me pongo frente a ellos, furioso.

—¡Le dije que estaba casada! ¡Tuvo un hijo con su marido! CON. SU. ¡MARIDO!

¡Son ellos los tontos!

—Si estás tan seguro de ti mismo, ¿por qué te enfadas?, —continúa, impasible. Yo te diré lo que pienso. Bien, te pone de los nervios, porque estás atormentado por el arrepentimiento de haber dejado pasar al amor de tu vida; o bien, no tienes las pelotas para preguntarle si es tu hijo. Pensándolo bien, podría ser…

—Sí… la dejaste embarazada, tío… y tal vez se escapó al momento de abortar. No sería ni la primera ni la última. Lou, la amiga de mi hermana…

—¡Cállate con esa historia! ¡Ya me la has contado cien veces!

—Sí, ¿y por qué te la he contado cien veces?, —me pregunta repitiendo mis palabras como si fuera un imbécil.

—¿Por qué? …

—¿Por qué? Te escuchamos, tío. Así que porque… —Sigue caminando a mi alrededor.

—Porque hay que poner dos condones antes que uno.

—Y… —Espera que desarrolle, mientras mira al suelo, sus orejas extendidas en mi dirección.

Théo observa nuestro intercambio, imperturbable. Una vez más, en esta ocasión, se pone del lado de Lucas.

—Porque no es raro que una mujer no pueda abortar.

Lucas se levanta, levantando el puño hacia el techo. Qué tonto, a veces…

—¡Pues sí! Te diré algo… Tal vez nunca tuvo a tu hijo, pero tal vez es que, a pesar de todo, es el tuyo. Si yo fuera tú, me aseguraría de ello. Para poder dormir tranquilo —o no —con las dos orejas. Y mis dos pelotas.

Después de haber asimilado sus palabras, me vuelvo hacia Théo, siempre silencioso. No hace falta decir una sola palabra, él no piensa menos.

—¡Ok!, me aseguraré de ello! ¡Y les tomaré fotos a sus dos cabezas de imbécil cuando les diga que no soy yo el padre!