Poesía Escogida - Robert Browning - E-Book

Poesía Escogida E-Book

Robert Browning

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Beschreibung

Junto a Chaucer y Shakespeare, Robert Browning (1812-1889) fue considerado por Ezra Pound como uno de los tres grandes hitos de la literatura británica de todos los tiempos. La hondura psicológica y las innovaciones formales que introdujo en el discurso poético, dejaron huella profunda en la lírica inglesa y norteamericana del siglo XX, desde el propio Pound y T.S. Eliot a Louis Zukofsky o John Ashbery, pasando por Dylan Thomas, Robert Lowell y John Berryman, entre otros. Editorial Universitaria ofrece aquí la edición revisada y ampliada de la Poesía Escogida de Robert Browning, seleccionada y traducida por Armando Roa Vial. Completan esta antología dos acuciosos estudios sobre la obra y la vida del poeta, realizados respectivamente por Armando Uribe Arce y Braulio Fernández Biggs.

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Poesía Escogida

EL MUNDO DE LAS LETRAS

ROBERT BROWNING por Michel GordigianiThe National Portrait Gallery, Londres

Robert Browning

Poesía Escogida

Edición revisada y ampliada

Selección y Traducción de

ARMANDO ROA VIAL

Textos complementarios de

ARMANDO URIBE ARCE y

BRAULIO FERNÁNDEZ BIGGS

EDITORIAL UNIVERSITARIA

© 2000, ARMANDO ROA VIAL

Inscripción Nº 115.921. Santiago de Chile

Derechos de edición reservados para todos los países por

© Editorial Universitaria, S.A.

Avda. Bernardo O’Higgins 1050.

Santiago de Chile.

[email protected]

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o electrónicos, incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del editor.

ISBN Impreso: 978-956-11-1990-1

ISBN Digital: 978-956-11-2827-9

Texto compuesto en tipografía Berling 11/13

www.universitaria.cl

Diagramación digital: ebooks [email protected]

ÍNDICE

Introducción a Browning traducido, Por Armando Uribe Arce

POESÍA ESCOGIDA

Nota del traductor a esta edicion

Fuentes utilizadas en la traducción

Prospice

Johannes Agrícola en meditación

La amante perdida

Summum Bonum

Mi última duquesa (Ferrara)

El obispo ordena su sepulcro en la iglesia de Santa Praxedes

Especulación

Encuentro nocturno

Despedida en la mañana

Rabbi Ben Ezra

Nunca tiempo y lugar

Amor en una vida

Vida en un amor

Epílogo de “asolando”

El ahora

El confesionario (España)

Evelyn Hope

El amante de Porfiria

Una toccata de Galuppi

La última palabra de una mujer

Alocución final de Paracelso (fragmentos)

Acerca de una epístola que contiene la extraña experiencia médica de Karshish, el médico árabe

Sordello (fragmento)

Dos en campagna

Abt Vogler (después de haber exhibido el instrumento musical que había inventado)

Para Edward Fitzgerald

De Eurídice a Orfeo una pintura de Leighton

Canción de “pipa passes”

El niño y el ángel

Memorabilia

Poética

Deficiente es ¿qué?

Después

Entre los roquerios

Pensando en el hogar desde el extranjero

Una palabra más (fragmento, I) a E.B.B.

Juventud y arte (fragmento, XVI y XVII)

La Saisiaz

Amor

El funeral de un gramático

Notas para una biografía literaria de Robert Browning (1812-1889), por Braulio Fernández Biggs

In Memoriam

Robert Browning decide ser poeta

Mesmerismo

A Robert Browning en el día de su muerte

INTRODUCCIÓNA BROWNING TRADUCIDO

Por Armando Uribe Arce

El traductor de poesía es poeta; o, no resulta más que transcribidor de palabras, lo que puede ser útil con el texto original a la vista, pero insuficiente.

Pues no se transmitiría la misteriosa ambigüedad que presidió -con frecuencia sin que el poeta originario fuese consciente de ello- el brotar a borbotones, no siempre controlados por el irrigador, de la profunda poesía.

El inglés de este siglo William Empson disertó sobre Seven Types of Ambiguity y tal vez haya más de siete.

¿Y cómo se transmitiría la emoción, e incluso el pensamiento necesariamente trémulo de los versos, si no se hace poesía, sobre la base labrada de un poema en otra lengua?

Antigua, ardua, inevitable cuestión sólo resuelta por la versión real y regia de un poeta bajo el otro.

Estas versiones literales al castellano de partes eminentes de la gran poesía de Robert Browning e intentan ser poesía castellana de los fines del siglo XX, acerca de aquella laboriosa, liberadora (no menos que la de Francia) gracias a Browning y sus sucesores, poesía inglesa del siglo XIX.

El traslado poético de poesía extranjera se obstaculiza, a veces, por palabras o giros frente a los cuales el idioma patrio se encuentra perplejo, como ante incunables mal preservados por el paso entre las lenguas, que equivale al transcurso de un largo tiempo implacable y roedor. Podía verterse una sola acepción de sentido obvio; pero la poesía no es obvia. Se inclinaría el traductor de sensibilidad rigurosa a operar como los editores de inéditos manuscritos, a abrir un breve paréntesis y anotar en bastardilla, en vez de “indescifrable”, “intraducible”, para ser verdaderamente fiel. No puede hacerlo, ha de optar. Y sufre.

Traducir es sufrir. Si hay sinceridad en ello, la molestia, el dolor, pueden ser fecundos en cuanto suponen un fondo de fidelidad perpleja.

Estas traducciones poéticas de Browning son dolidas, aun en las ocasiones en que se trata de reproducir pasajes con gracia y felicidad en los originales.

Las versiones componen, en los mejores casos, borradores que se remontan, como en palimsesto, a ser fórmulas “UR” del texto definitivo. La versión literaria honesta es un borrador, el cual por aparente paradoja viene a constituir un estado anterior del original que, suspendiendo la recta razón cronológica, se anticipa a la poesía, para el traductor, pendiente, aún no escrita; aunque la tenga en letras de molde, estática, sobre la mesa misma en que vierte, gozosa y dificultosamente, su propia emoción de lector poseído por el frenesí de crear, en la lengua materna, el hijo de una extraña solamente posible.

Improbables son las versiones poéticas, nunca judiciales ni juiciosas.

Uno se pregunta, al maquinar estos comentarios:

¿Cuántas veces no habrá sido todo esto dicho y rumiado?

Muchas; pero bien dijo Gide, nada nuevo bajo el sol, etc., como se sabe; más dado que nadie, o casi, lo ve, y por redicho que esté, lo oye, habría que repetirlo hasta el cansancio. Pretextos de majadero; papilla de lugares comunes; puesto que sabemos que con enorme y vergonzosa frecuencia los lugares comunes son ciertos; y se dice etcétera, con fruición satisfecha.

Los motivos de la elección de poemas escogidos traducibles. Esos poemas llamaron a este traductor; lo estaban aguardando desde hace más de un siglo. Esto, porque al traductor le gustaron muy especialmente; pero también, diríamos, porque a esos poemas les gustaba en potencia el ser traducidos. ¿Por qué no al castellano de este tiempo finisecular?

Cualquier año es finisecular para los humanos que nos sabemos mortales. Los poemas no esperan. Están, no más, detenidos, a sabiendas de que duran, como poesía que son, más que la vida del autor y más que la de lectores y traductores.

Por ser cada poema lo que es y el que es –como un ser y no un ente-, fueron escogidos. Y quedarán para serlo de nuevo, si hay nuevo lector, ¿y por qué no?, un sucesivo traductor novísimo.

Respeto debido, y capaz a la vez de correr mano: a los francos o reservados, pudorosos sin temor a escándalo, verdaderos poemas.

Los de la copiosa obra de Browning lo son, y dan todos deleite a quienes, sin recato, se les atreven.

La poesía de Robert Browning no es solamente, como todas, ambigua. Es asimismo pensada y reflexionada, ha dado vueltas en la cabeza, como un monólogo en que se habla en voz alta para sí, y las veces que es dicha, hace del poeta un ventrílocuo múltiple, y se oye desde muy diferentes rincones, y en lugares conocidos e inesperados a la vez, países extranjeros, esquinas de calles no frecuentadas, bibliotecas, comedores, dormitorios. Muchísima de ella consiste en soliloquios.

Hay una pesadez de voz cansada; o, de repente, los entusiasmos de un descubrimiento que deja atónito; y la acumulación de rememoraciones de una persona eterna de vieja.

Se remacha en lo interior el detalle de una historieta –nada hay de peyorativo en esta excelente palabra- y la situación, producto de una crisis del pasado, con sus complicaciones, sus personajes necesarios, algunos históricos famosos, otros con máscara, más numerosos los opacos, muchos si no todos de nombre y apellido, se va desenvolviendo, no sin intervención del autor que observa cuanto va ocurriendo; se compone y toma la forma de una historia ejemplar que tiene su moral.

La poesía de Browning es muy compleja.

Durmiendo se envejece, y la poesía son sueños de los cuales no se sale incólume. Lo que en ellos sucedió es recordado a trazos, las siluetas se marcan contra un fondo del cual se desprende ahí un pedazo, más allá los yesos descascarados, o cae la sombra sobre casi todo, un manojo de yerbas desarraigadas aparece nítido en el primer plano, los trozos se ensamblan a la fuerza. Pintura de caballete de discípulo de un gran maestro del Renacimiento, con anuncios del Barroco.

Browning es un poeta del Renacimiento tardío, repercutiendo en Inglaterra después de haber dado botes en Holanda, tal vez en Francia, ¿o seguramente? en España.

No es que su verso haya sido influido por lenguas extranjeras. Su poesía es netamente inglesa del siglo XIX, relacionada con la dramática de antes, y heredera de Chaucer, Spenser, y sobre todo, Shakespeare.

Pero no es para nada un poeta victoriano.

(No aparece, por ejemplo, en Victorian Poetry, antología con ensayo, de Messenger y J.R.Watson, 1974, estudiosos que excluyen, por su formato, a Browning, junto a Tennyson, Mathew Arnold y Hopkins; a éstos los citan; al nuestro lo saludan).

Se ha dicho que su intención, casi científica, de penetrar en lo psicológico y aun metafísico, sería propia del tiempo de la reina Victoria.

¿Y en Shakespeare, o en John Donne, no hay profunda poesía, y aun metafísica? Trasciende la era en que vivió. Trasciende su país. Es de la escasa literatura moderna, en todas las lenguas, que puede ser llamada universal.

Y es además, por sus temas, ambiciones y estilo, internacional, no sólo cosmopolita, sino haciéndole sentir al lector que está en su casa, cualquiera sea el país en que se le conoce. Es poesía para gente inteligente.

“Conversación entre gente inteligente”, llamó a la más alta poesía Ezra Pound, legatario reconocido de la de Browning.

Psicología, historia, parajes geográficos, carne, metafísica.

En la parte que viene, vamos a usar muletas prestadas por comentaristas ajenos y más sabihondos (nada de malicia en el término) sobre la obra del inglés.

De joven, Browning compuso obras de teatro. No las hemos leído; en cambio conocemos sus Poetical Works. Se ha relacionado esa primera vocación, que dicen fue frustrada, con el género fundamental del poeta: el soliloquio y el monólogo dramático. Pero había comenzado a escribir de éstos antes de redactar para el teatro.

En todo caso, es evidente que su obra poética tiene parentesco hereditario con el gran teatro inglés: desde el isabelino; sin perjuicio de una relación, de menor entidad, con poemas didácticos del siglo XVIII, y otra, mayor, con grandes poemas extensos del pasado inglés, desde Chaucer y Spenser hasta Milton.

Detengámonos en lo de los soliloquios.

El siglo XIX de las islas británicas los había intentado, por sí mismos o introducidos en poemas de contenido múltiple y, en algunos casos, abigarrados. Hay el monólogo Ulysses de Tennyson. Hay los que figuran en los extendidos poemas de Byron. A pesar del amor de Browning por Shelley, de que se hace caudal, no se notan rastros de esa fase del romanticismo en estas piezas suyas.

Démonos tregua de referencias a nombres.

Lo peculiar y propio sólo de nuestro (ya que es universal) poeta, consiste en los monólogos que analizan el hombre interior, y estudian su psicología profunda, incluso incursionando más allá de la conciencia, en sus modos de reaccionar frente a otros personajes y respecto de situaciones, cosas y hechos del pasado o coyunturas del presente en que se produce el soliloquio.

Poeta de la psicología. La que aparece en el verso de Browning importa, para la poesía que lo sucede hasta ahora, aunque las formas líricas sean, siglo y medio después, muy otras, un acontecimiento primordial y presente. Ello equivale a la introducción de psicología de las profundidades en la novela, que dio vuelco, desperezándose con Proust. Ambos, de maneras desiguales, revelan, en la conciencia, la importancia decisiva de malentendidos, errores semivoluntarios, retornos de memoria, la trascendencia de lo que figura como insignificante. Se explayan en la reflexión íntima que no adquiere completa forma racional, en la ironía dramática que despierta la yuxtaposición de hechos debida nada más que a la fortuna azarosa, los “casos” individuales con sus problemas irresolubles, y sus conflictos ocultos aun para el sujeto mismo, pero decidiendo, por él, sus conductas. La trascendencia de la anécdota. Los deseos internos y sus disimulos y simulaciones. Los caracteres. Las máximas psicológicas. Las asociaciones de ideas.

No es cosa de que haya temas semejantes entre ambos. Es que ambos buscaban la verdad sutil y total, y que los dos encontraron, reconozcamos que diversas, verdades totales y sutiles sobre los seres humanos en la sociedad de este último siglo.

Se puede ir, atrevidamente, más lejos. ¿No precedió Browning a Freud? ¿No fue contemporáneo, Proust, del mismo? Poetas de la psicología humana en situaciones fronterizas.

Para revelar sus experimentaciones, empleó recursos que se dan en el drama teatral y, también, modos de atacar el asunto, y hasta de desarrollarlo, propios del cuento breve plasmado en el siglo en que vivía: ¿no comienza la Apología del Obispo Blougram, guardada la distancia y precedencia a favor del poeta, como algunos cuentos de Maupassant?

Por otra parte, influye notoriamente la poesía de Browning en cierta novela inglesa en que la psicología, sin descartar la sórdida o siniestra, hace el valor y el interés, y aun lo entretenido del género: de Henry James en adelante, Evelyn Waugh, Graham Greene. Si apareciese o se difundiera el posible género de la novela en verso (hay tentativas, escasas y sin arraigo), no cabe duda de que para entenderla habría que remitirse a este poeta de hace ciento cincuenta años.

El fondo del asunto es que Robert Browning, tomando su obra en conjunto, es un autor muy saliente, acaso decisivo, de epopeya burguesa. Dando hacia atrás un salto osado, ¿no cerraría él un largo ciclo iniciado por Ariosto? La cosa nos excede.

Los poemas de Browning, como abanicos, traen también aires de un género literario erróneamente estimado muy ajeno a la lírica. Se emparentan… no: continúan el espíritu, y a ratos, el tipo de texto de los ensayos más óptimos y magistrales, los de Montaigne; y, con la natural modestia de lo menor y más cercano, de ensayistas ingleses del siglo XVIII, aquéllos que escribían, por ejemplo, en The Spectator.

Sobre todo su frecuente y maestro uso de las digresiones es de la estirpe de Montaigne.

¡Qué poeta de tanta enjundia, tan vasto, que corre airoso tantos riesgos!

Tiene familiaridad con la Historia. Diríamos –y es por ignorancia que lo decimos en potencial, pues muy probablemente haya sido estudiado- que una de las vetas trabajadas por él viene del gran autor de la Decadencia y Caída..., Edward Gibbon. Y se podría agregar que tanto por esa fuente común como por influencia directa de este inglés, el griego Cavafis es tributario de tal estilo de curiosidades.

La curiosidad de Browning. El lector más desprevenido advierte que el poeta en su vida debe de haber estado a la pesca de aquello que Stendhal estimaba por sobre todo: los “pequeños hechos verdaderos”, que al ser aislados y permitírseles el despliegue, se revelan tan trascendentes como la gran historia.

Eso, en su vida. Ello, en sus poemas que hacen movilizarse tales sucesos, a veces volar, otras arrastrarse, tal como en la vida, y consumirse, desaparecer como en la realidad, bruscamente o porque se agotaron y ya no pueden más, y porque, si corresponde, se pasan a otra cosa; y dejan al lector en una rumiación interior: ha conocido ciertas verdades, nunca las olvidará. Ese lector, en su fuero interno futuro, seguirá conversando con los personajes de esta poesía, los hará girar sobre sus variadas fases; irá incluso más allá de lo permitido por el autor, que ya los hizo tornarse en todas sus fases significativas.

Los hechos verídicos que acoge Browning en sus poemas, de los que deduce hallazgos de verdades, las que se hacen patentes al lector por lo verosímiles, son introducidos a veces por un dato de hecho mínimo: conversación de sobremesa, alrededor de la del Obispo Blungram; la epístola del discípulo Karshish, doctor árabe, a su maestro Abib, relatando su extraña experiencia médica; otro relato personal; un recuerdo; una impresión. Mínimos asuntos de hecho; nada insignificantes cuando se los va conociendo en el poema.

Hasta historietas en prosa de las de terror, multiplicándose como subgénero en los siglos XIX y XX, provenientes de las narraciones góticas anglosajonas, proliferando incluso en textos o de crimen o de castigos luego de investigaciones policiales, le vienen a uno a la cabeza cuando se fijan en la memoria algunos aspectos de poemas de Browning.

De Browning y de Browning y de Browning.

Al tratar de un autor, uno echa su nombre al trajín. Por respeto, querría llamarlo el Innominado, como el personaje misterioso de Manzoni, el Ignoto.

Se tiene la certidumbre, al ir conociendolo, de que se oye a una persona de completa sinceridad; que no “inventa” lo que se dice, porque lo crea viviente, sin amor propio, sin las indiscretas intrusiones de un “yo” ególatra. Puede decir, y dice: yo; no molesta ni interrumpe; su yo es indispensable para lo objetivo, lo real, la cosa viva, el ente mueble, el ser duradero que es su poema.

Ha habido crítica que considera sus poemas, episodios. Ha habido incluso el que dice que en partes de sus poemas, además de lo fatal y vigorosamente lírico, aquello que rellena el texto son glosas. Y se usa para destacar esa ocurrencia de la fatal, la fatídica palabra malcomprendida: prosa. No falta el que escribe: “Cuando no es poeta, resulta casi siempre que es otra cosa –psicólogo, moralista, filósofo”… y prosigue, feliz, que “en cambio, cuando los monólogos de Browning son inspirados, se alzan a una amplitud de potencia rítmica que pocos otros poetas han igualado”.

Ay. Cosas de profesor. Campeonatos que desean arbitrar, confundiendo poeta con atleta. Este va ganando; el segundo lo sobrepasó; el tercero llegó primero a la meta.

No hay tal en poesía.

Es admisible que a un lector le guste, por circunstancias propias a él, leer un poema más que otro, de distintos autores, o del mismo, y una parte de un poema más que otra. ¿Elevar esa estimación de gusto a la categoría del espíritu? No.

Las observaciones anteriores las hemos retirado del saco de un introductor en Francia de quince notables textos de Men and Women, de los cincuenta y uno de esa obra editada en 1855; no sin mezclarlas con algunas primarias y propias.

Íbamos a decir que elegíamos tales puntos de comentario, como muestras del conocimiento común sobre el poeta, tal como se podía manifestar, digamos, en 1938 en Francia. La verdad es que no fueron escogidos por eso, sino sencillamente porque se trata del libro de traducciones de Browning, con el original al frente, que teníamos más a mano; mejor, que hemos tenido cuarenta años a mano porque son los poemas del inglés que más nos han gustado, en donde aprendimos muchas de las cosas sobre poesía, no reduciéndose a Browning, que hasta ahora sabemos.

En los poemas; no propiamente en la Introducción.

Con todo, habiendo saqueado al profesor francés de la Sorbona Louis Cazamian, colega a cuarenta, a cincuenta, a sesenta años de distancia del que esto escribe, es de reconocer que sabía lo que a un profesor de letras inglesas corresponde; pero de poesía intrínseca, poco.

Así es como dice, criticando a Browning, que en “los pasajes de pura exposición analítica, más o menos clara, fácil y viva, el mérito del pensamiento y la forma, por brillante que fuere, no se diferencia, después de todo, de aquél de la prosa –si se toma esta palabra en su sentido verdadero, es decir designando las exposiciones directas, donde los hechos y las ideas son presentados en sí mismos-. El poder propiamente poético de los monólogos exige que la exposición directa, el “statement” sea traspuesto en una presentación indirecta, es decir, en una sugerencia. De la impresión sugestiva emana un poder de evocación y de eco, que se repercute a través de la imaginación del lector, despertando en ella vastas y bruscas perspectivas, grandes paisajes de emociones y de ideas entrevistos un instante; y la sensación embriagadora de tal riqueza, de tal fecundidad probada pero no agotada, de todo lo que hay de virtual en los vocablos animados por aquel poder misterioso, que es la sensación propiamente poética”.

¿Por qué transcribir esa mazamorra pesada de pseudo-ideas inefables?