Postales del joven Moss - Alexander Benalal - E-Book

Postales del joven Moss E-Book

Alexander Benalal

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Beschreibung

¿Cómo contemplar nuestro mundo si no viviéramos en él? Así se desarrolla la atribulada vuelta al mundo de una joven y extranjera pareja en viaje de reconocimiento. A través de su protagonista constatamos que no es serio todo lo que reluce y que nuestras culturas no resisten una mirada crítica llegada del Mundo Exterior. Divertidos y mordaces devaneos en la mejor prosa de un Eduardo Mendoza, un Tom Sharpe o las mejores ocurrencias viajeras de un Bill Bryson. 

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SOBRE EL AUTOR

Alexander Benalal (Madrid, 1979)

Viajero en la vida real y lector apasionado, suele dar como suma un retrato de escritor poco convencional en cuanto a géneros. En este caso hay algo más: la feliz coincidencia de un espíritu travieso con la realidad, unido a una mirada algo forastera, que parece clavarse en lo absurdo y pintoresco del mundo.

A pesar de que aún descansa en el cajón un par de novelas y algunos cuentos, las Postales del Joven Moss vivieron una corta, aunque tumultuosa, existencia en Internet. Apenas asomaron a la red, estas crónicas ya tenían miles de seguidores, lo que demostraba cuanta necesidad hay de que un autor, llegado de otro mundo, nos cuente con humor y perspicacia aquello que ya no podemos ver en éste que habitamos.

A la espera de ver publicada el resto de su obra narrativa, han ido apareciendo diversos relatos y cuentos breves en algunas páginas y foros literarios en la esfera digital. Postales del joven Moss. Vuelta al Mundo Exterior es la crónica (algo novelada, sí) de un largo viaje por diferentes países del mundo.

SOBRE EL LIBRO

Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos. Fernando Glll * (*Conocido en el Mundo Exterior como Fernando Pessoa)

¿Cómo contemplar nuestro mundo si no viviéramos en él? Así se desarrolla la atribulada vuelta al mundo de una joven e inusual pareja de Gllls en viaje de reconocimiento por nuestro planeta. A través de su protagonista constatamos que no es serio todo lo que reluce y que nuestras culturas no resisten una mirada crítica llegada desde fuera.

La cosas sucedieron más o menos de esta manera: un día de septiembre del año 2010, el cotidiano gubernativo del cantón de Glll le propone a uno de sus más serios cronistas, Moss, embarcarse junto a su mujer Ito, en una insólita aventura: salir por primera vez al Mundo Exterior para dar cuenta a sus paisanos de las cosas de “ahí fuera”. Así nacen estas postales empeñadas en encontrar sentido a las extrañas y absurdas costumbres de sus habitantes, y que llevarán a nuestros protagonistas a recorrer durante unos meses Rusia, Siberia, Mongolia, China, Japón, Argentina y Estados Unidos en una atrabiliaria vuelta a nuestro planeta

Este libro es la historia de su aventura, el mítico viaje que protagonizan esta extravagante pareja de Gllls en su intento por desentrañar algunas circunstancias, no siempre evidentes ni lógicas, del mundo en que vivimos. Divertidos y mordaces devaneos en el espíritu de la mejor prosa de un Eduardo Mendoza, un Tom Sharpe o las más hilarantes ocurrencias viajeras de un Bill Bryson. Con este delicioso relato, Alexander Benalal aporta frescura y humor a un género, el de la narrativa de viajes, que aún puede aspirar a explorar nuevas fronteras narrativas.

Estas crónicas hacen de Moss una parte esencial de nuestra historia Glll. La deuda del Cantón con él será eterna. Gobernador Primero del Cantón de Glll

Título original:

Postales del joven Moss. Vuelta al Mundo Exterior

Primera edición: mayo de 2014

© de esta edición, La Línea del Horizonte Ediciones

[email protected] | www.lalineadelhorizonte.com

Tel: +00 34 912 94 00 24

© de los textos: Alexander Benalal, 2014

© de los vídeos/fotografías de interior: Alexander Benalal

© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

De la maquetación y el diseño gráfico:

© Víctor Montalbán & Maider Ondarra | Montalbán Estudio gráfico

Ilustración de cubierta:

© Local Estudio

ISBN: 978-84-15958-29-1 | IBIC: WTL

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

POSTALES DEL JOVEN MOSS

VUELTA AL MUNDO EXTERIOR

-

ALEXANDER BENALAL

-

COLECCIÓN

FUERA DE SÍ. CONTEMPORÁNEOS

nº3

ÍNDICE

1. LA PROPUESTA

2. ¿CÓMO SERÁ LO QUE SE NOS AVECINA?

3. PRIMER DESTINO: SAN PETERSBURGO I

4. SAN PETERSBURGO II

5. MOSCÚ I

6.MOSCÚ II

7. EL TRANSIBERIANO

8. IRKUTSK, BAIKAL

9. MONGOLIA

10. CAMINO A CHINA

11. BEIJING I

12. BEIJING II

13. BEIJING III

14. BEIJING IV: LA HORA DE LOS ADIOSES PERENNES

15. CAMINO DE JAPÓN

16. NARA

17. KIOTO

18. HIROSHIMA

19. LLEGADA A TOKIO I

20. TOKIO II

21. TOKIO III

22. TOKIO IV

23. TOKIO V

24. TOKIO VI

25. TOKIO VII

26. TOKIO VIII

27. TOKIO IX

28. LLEGADA A AMÉRICA: BUENOS AIRES I

29. AMÉRICA: BUENOS AIRES II

30. AMÉRICA: BUENOS AIRES III

31. SUR-AMÉRICA: BUENOS AIRES IV

32. SUR-AMÉRICA: BUENOS AIRES V

33. SUR-AMÉRICA: BUENOS AIRES VI

34. SUR-AMÉRICA: BUENOS AIRES VII

35. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS I

36. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS II

37. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS III

38. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS IV

39. LA VERDADERA AMÉRICA: DALLAS V

40. LA VERDADERA AMÉRICA: CAMINO DE NUEVA YORK I

41. LA VERDADERA AMÉRICA: NUEVA YORK

42. LA VERDADERA AMÉRICA: CAMINO DE PLYMOUTH

43. LA VERDADERA AMÉRICA: PLYMOUTH I

44. LA VERDADERA AMÉRICA: PLYMOUTH II

45. LA VERDADERA AMÉRICA: DESPEDIDA

46. LA VERDADERA AMÉRICA

47. LA VERDADERA AMÉRICA: CAMINO DE NUEVA YORK II

48. LA VERDADERA AMÉRICA: NUEVA YORK I

49. LA VERDADERA AMÉRICA: NUEVA YORK II

50. LA VERDADERA AMÉRICA: NUEVA YORK III

51. ITO

NOTA DEL AUTOR

NOTAS

Para Irkutsk

Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

FERNANDO GLLL1

1. LA PROPUESTA

Ver y escuchar a Alexander Benalal presentar Postales del joven Moss

Hola amigos:

Soy Moss y todos conocéis perfectamente mis artículos y crónicas para el diario gubernativo del Cantón de Glll. Pues bien, si ahora me leéis, y espero que así sea, es porque, con motivo del próximo séptimo centenario de la independencia de Glll, el Consejo ha tomado la iniciativa de dejar de lado por unas semanas nuestro perenne aislamiento y enviar a un reportero del diario al Mundo Exterior. Sí, lo que oís. Este año la conmemoración cae en números redondos y, para celebrarlo, quieren que alguien salga ahí afuera y escriba in situ toda una serie de postales que os hagan llegar las costumbres, colores y texturas, así como las vivencias y posibles aprendizajes que se puedan extraer de ese lado de las cosas. ¡Y que ese reportero sea yo! Sé que pensaréis que es una auténtica locura y que nadie hasta ahora se ha aventurado a hacer algo similar. Y no sólo eso, sé que os estaréis diciendo que no es una empresa que uno deba tomarse a la ligera. Pues bien, para vuestra tranquilidad os diré que no lo hago. Todo lo contrario: he tenido muchos reparos al valorar el ofrecimiento, y si finalmente lo he aceptado es porque la ocasión lo merece y porque mi espíritu intrépido y curioso no me ha dejado alternativa. Sinceramente, creo que la posibilidad de introducirme por primera vez en un mundo ignoto del que sólo tenemos algunas referencias es algo que uno no puede declinar. Eso y que mi mujer, Ito, se ha ofrecido a acompañarme y el Consejo ha accedido —creen que no me vendrá mal ni su compañía ni el aporte de una mirada terrenal que matice la mía, de natural imaginativa—. Por ello, tras algunos devaneos y varias consultas a las autoridades y misiones cantonales, hoy he confirmado al diario mi aceptación. De hecho, si os estoy escribiendo es precisamente por eso, para que esta breve carta encabece el relato de nuestra expedición y sirva de escueto preámbulo a lo que espero que sea una aventura de lo más sorprendente y fructífera.

De momento no voy a extenderme más; sólo quería que supieseis que, dentro de unos días, si todo va bien, Ito y yo saldremos a ver y vivir ese mundo del que tanto, y al mismo tiempo tan poco, sabemos, y que os iré informando puntualmente de ello. Ahora os dejo, pues me urgen ciertos preparativos y he de hacer algunas gestiones para lo que se avecina. No obstante, os prometo otra breve misiva en unos días, cuando ya esté próxima la partida.

Un abrazo, El joven Moss 10/09/10

2. ¿CÓMO SERÁ LO QUE SE NOS AVECINA?

Hola amigos:

Preparativos y permisos para abandonar el Cantón, equipos y consejos para desplazamientos largos, instrumentos para viajes inéditos… La última semana y media ha sido un verdadero desbarajuste, pero creo que ya tenemos todo lo necesario —¡o por lo menos todo aquello que suponemos necesario!—, así que mañana, sin más dilaciones, partiremos. De ahora en adelante —y hasta nuestro regreso— no nos busquéis más en los sitios habituales; no escribáis a la redacción del diario ni llaméis a casa, y no contéis con nosotros para acudir a eventos oficiales o privados, festejos varios o comidas cantonales. No estamos. Eso sí, el Consejo nos ha facilitado medios de lo más avanzados para tomar apuntes e incluso fotografías de cada cosa que veamos —gentes y paisajes, colores, costumbres…— e irlas transmitiendo, así que yo creo que, a pesar de la distancia, nos sentiréis muy cerca en todo momento.

Por lo demás, deciros que hace sólo unos instantes que Ito se ha quedado dormida, y su profunda y angélica respiración no parece denotar ninguna inquietud por nuestra partida. ¿Y yo? Todo lo contrario: para mi sorpresa, mi corazón se ha convertido en un órgano caprichoso y bastante inestable —por momentos tirita de emoción; por momentos se encoge—. Y es que mañana mismo va a empezar para nosotros algo tan nuevo y diferente que será como poner a cero el contador, y eso me tiene en vilo.

¿Cómo será lo que se nos avecina?

El joven Moss 19/09/10

3. PRIMER DESTINO: SAN PETERSBURGO I

Hola amigos:

En primer lugar, agradeceros la despedida que nos brindasteis hace unos días con tantas muestras de afecto y de admiración por la empresa en que nos hemos embarcado. Ni Ito ni yo somos proclives a tal baño de masas, pero es algo que os agradecemos y que no olvidaremos nunca. Las banderas, los gritos de júbilo, los hurras y las lágrimas. En fin, no tengo palabras.

Deciros que ya estamos en el Mundo Exterior y nos encontramos perfectamente. Esto es francamente sorprendente y, conforme se creía, no parece en absoluto peligroso. Hemos salido a un país llamado Россия, o lo que es lo mismo —y esto lo sé tras esforzadas indagaciones—, Rossíya, es decir: Rusia, el país más extenso de aquí y el que, por lo que parece, más quebraderos de cabeza le ha dado al Mundo Exterior hasta hace unos años. Y es que, atended bien: Россия, hasta hace poco, no era Россия sino Союз Советских Социалистических Республик, es decir una Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que quería eliminar «la sociedad capitalista» por la revolución. ¿Y qué es «la sociedad capitalista»? Esto aún no lo sabemos, pero parece que hay otro país, «la América imperialista», que podría aportarnos más datos, por lo que supongo que iremos ahí a inquirir sobre esta cuestión más adelante. De momento, todo lo que sabemos es lo que nos ha dicho la recepcionista del lugar en el que nos hospedamos en San Petersburgo, que, cuando yo, fisgoneando, le he preguntado «¿qué es eso del capitalismo?», me ha contestado, impasible: «Schto vui jatitie?» —que creo que es algo así como «¿qué desea, señor?»—. En fin. Continuaremos investigando y reportaremos nuevas informaciones, tanto de esto como de un trío, Lenin, Stalin y Dostoievski, que aparecen por todos lados y me huelo que pertenecen a alguna orquesta enormemente popular aquí, a pesar de que tienen los tres un aspecto confusamente retro.

En cualquier caso, lo que sí podemos adelantar de momento es que, sin perjuicio de lo que sucediese en el pasado, hoy en día todo en Россия está muy tranquilo. Ya no parece que nadie quiera eliminar a nadie, a Dios gracias. De momento, únicamente conocemos San Petersburgo, que es lo que los rusos llaman su «ventana a Europa»; pero, desde luego, si todo Rusia es así, aquí hay paz. Además, San Petersburgo es un lugar precioso, hecho de islitas unidas por puentes y surcadas de canales sobre los que se reflejan los edificios. Este lugar está lleno de catedrales que fulguran en el agua y muestran perspectivas imposibles. A veces, según te coloques, la ciudad parece una invención, con arquitecturas salidas de la chistera de algún hombre que se empeñó en hacer algo hermoso y proporcionado con lo que soñar. Ayer, sin ir más lejos, caminábamos por una calle y le dije a Ito:

—¿No son toda esa hilera de edificios igual de altos?

—Sí, eso parece.

—Pues fíjate: sus colores combinan, sus ventanas se dan la mano.

—Es verdad.

Hoy caminábamos por una de las islas y hemos visto una playa.

—¿Pero no se supone que aquí hace un frío helador?

Era de arena amarilla y nos hemos puesto a jugar con ella.

—Mmmm, me gusta —ha dicho Ito—. Esto está lleno de contradicciones.

Eso sí, contradicciones hermosas como esas mujeres muy altas pero que llevan unos tacones aún más altos, de modo que Ito y yo, recién salidos del Cantón, parecemos dos seres raquíticos. Llevamos aquí sólo un par de días, pero no paramos de beber sopa.

—De la que beben esas mujeres —decimos en los restaurantes—. Sí, las altas. Las guapas.

Pero la mayor parte de las veces yo creo que ni nos entienden. Parece que resoplen por dentro y, como si lo nuestro no tuviese remedio, se dijesen a sí mismos:

—Paciencia, son Gllls.

Bueno, pues que así sea: paciencia. Esto acaba de empezar y seguro que en poco tiempo ya entenderemos un poco más este Mundo Exterior. De momento, para que veáis algo de todo lo que nosotros estamos presenciando, incluyo aquí dos fotografías que he tomado de una catedral. La cámara, como sabéis, saca lo que el que la dispara ve, por lo que no garantizo que sea exactamente lo que hay en realidad. Quizá si estuvieseis aquí vosotros veríais otra cosa. O a lo mejor vuestra visita coincidiría con una noche blanca o un día negro y no veríais nada.

En fin, así es, para mí, San Petersburgo.

De noche:

De día:

Abrazos, El joven Moss 22/09/10

4. SAN PETERSBURGO II

Hola camaradas:

Seguimos muy bien y ya tengo más datos. Parece que lo que pretendía la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas era que todo fuese común entre amigos, la igualdad total y, francamente, ¿quién no querría eso? Me ha costado encontrar a algún local que me explicase claramente ese ideal que trajo de cabeza al Mundo Exterior hace unos años, pero ahora que lo he logrado sólo puedo decir una cosa: creo que yo siempre he sido socialista, ya que tiendo a defender la consonancia entre los Gllls y el reparto justo de las cosas. Aún ignoro quiénes eran esos «capitalistas», pero si no estaban de acuerdo con ese principio fundamental, ¡merecían que les ajustasen las cuentas! Y también he descubierto que Lenin no es parte de un trío de polka —eso nos deja al trío convertido en dueto: Stalin y Dostoievski—, sino un tipo que iluminó Россия, es decir, Rossíya, es decir, Rusia, y, aplicando esos principios tan humanos, llevó a todo el Mundo Exterior a una nueva era de independencia, libertad e igualdad para todos. Me emociona sólo pensarlo. Tanto es así que Ito y yo hemos decidido conocer a Lenin, que, parece ser, está en un sitio llamado Москва. Yo he mirado el plano, pero no hay ningún Москва en San Petersburgo. En el hotel, cuando lo dije, la chica reía:

—Schto budietie pit, pazhalsta? —dijo.

Aún ignoro qué quiere decir eso. Sí acabé por saber que Москва era Moskvá; es decir, Moscú, otra ciudad que, de hecho, es la capital de Rusia, y que está a unos seiscientos o setecientos kilómetros2, distancia que aparentemente no se puede hacer a pie. Un tipo muy dispuesto me informó también de lo siguiente:

—Lenin. Martes, miércoles, jueves, sábados. 10:00 a 13:00 horas.

A lo que yo pregunté, boquiabierto:

—¿Tiene horarios de visita?

No respondió.

—¿Y por qué no está aquí Lenin?

El tipo se encogió de hombros.

—Москва capital. Petersburgo, ciudad zarista —dijo finalmente—. No Lenin aquí. Lenin comunista. Capital: Москва.

Así que hemos decidido ir a Moscú a ver a Lenin y, como el trayecto es insalvable a pie, me he detenido en una plaza de Petersburgo y he querido comprarle a un hombre sus caballos; dos caballos blancos que parecían pareja, como Ito y yo. Al final, parece que esa idea era descabellada y vamos a tomar el tren —que es un vehículo hecho de vagones conectados y que circulan sobre carriles—, concretamente uno muy simbólico en este país que se llama Flecha Roja. Bien, por mí, vale, pero le he hecho una foto a los dos caballos. La incluyo aquí para que veáis lo hermosos que eran y lo mucho que se parecían a nosotros.

Por lo demás, nuestro tren no salía hasta hoy, y todo esto que estoy contando fue ayer, así que, en espera del expreso a Lenin, Ito y yo hemos ido a un museo que está en un palacio de invierno de los que fueron zares y hemos caminado más por Petersburgo. La gente del Mundo Exterior no parece peligrosa y nos trata de un modo de lo más correcto, incluso a veces afable. Además, me he dado cuenta de dos cosas que creo que había empezado a intuir antes, pero de lo que sólo ahora tomo conciencia:

1. El afán lúdico de los rusos está íntimamente relacionado con una bebida: la cerveza. Por la calle se puede ver que la beben a todas horas y en todos lados. Yo, por eso de entender lo más posible a la población local, he estado probando varios tipos: una llamada Kozel, que tiene una suerte de carnero barbudo muy gracioso en la botella, y otras llamadas Grolsch, Báltica y Zolotaia. Puedo decir que son todas gaseosas y frescas, y que producen una especie de felicidad transitoria que ameniza cualquier momento. Entre ayer y hoy he pasado instantes memorables en cafeterías, con Ito sentada a un lado y una de esas bebidas espirituosas en la mano. Tengo que decir, sin embargo, que me da que los rusos abusan sutilmente del poder de ese brebaje y, en lugar de un uso recatado del mismo, se prodigan en un consumo desmedido. Supongo que con ello tratan de retener esa felicidad transitoria, pero más de uno ha acabado en un coche de полиции, es decir, politsii, esto es: policía. Beben tanto que sus ojos se achispan, su nariz enrojece y su lengua se dispara eliminando toda claridad de su rostro y dejando que la felicidad se les escape entre los dedos.

2. Los rusos se casan todos del mismo modo. Adquieren un paquete matrimonio que celebra la santidad del mismo, facilitando a sus contrayentes ropa ostentosa, coches largos y lujosos —¿Limusinas?— y, claro, botellas de una cerveza dorada y espumosa —supongo que también da algo de esa felicidad transitoria que tan bien viene para un enlace—. Luego se hacen fotos en un parque al lado del río Neva.

Ahora estamos en la estación y yo ceno un Beef Stroganoff, que es algo que inventó hace unos siglos el cocinero de un tal Conde Stroganoff —antes de que Lenin acabase con los condes—. Está delicioso y he pedido la receta. Creo, sin embargo, que me han dado la de una sopa, porque, señalando el plato de Ito, la camarera me ha dicho:

—¿Sup?

Y yo he asentido.

La receta recibida es esta:

Carne: 500 gramos.

Agua: 2 ó 3 litros.

Remolacha: 300 gramos.

Col: 200 gramos.

1 zanahoria.

1 cebolla cabezona.

Mantequilla: 2 cucharadas soperas.

Tomates: 100 gramos.

5 patatas.

1 hoja de laurel.

Sal.

Aún no he dejado de reírme:

—¿Una «cebolla cabezona»? —le he dicho a Ito cuando se ha ido la camarera— ¿Y si la cebolla me sale tolerante, qué?

Abrazos, El joven Moss 24/09/10

5. MOSCÚ I

Hola camaradas:

Lenin ha muerto. Martes, miércoles, jueves, sábados, 10:00 a 13:00 horas. Este no es el espacio de su agenda para atender visitas, sino el horario en el que se puede ver su cadáver momificado; es decir, desecado en un mausoleo, en un lugar de Москва al que llaman Plaza Roja. Ahí hemos ido Ito y yo nada más bajarnos del Flecha Roja —se ve que aquí todo es rojo—, como dos peregrinos ansiosos por coronar una expedición. Figuraos nuestra sorpresa cuando, en lugar de sus oficinas o residencia, hemos visto un monumento de granito, nos han puesto a la cola y, a la entrada, nos han exigido un estipendio. Y después, imaginaos la extrañeza que nos ha causado ver al gran líder pálido y tumbado en una suerte de sarcófago, vestido de negro.

Yo, al principio, no me he dado cuenta de lo que sucedía, y me ha dado por llamarlo, a él, a Lenin:

—Lenin —he dicho.

Y como no reaccionaba, he insistido:

—Tssss, Lenin.

Nada.

—¡Lenin!

He mirado alrededor. Otros peregrinos que habían entrado con nosotros me observaban con asombro. El adalid socialista, sin embargo, no nos hacía ni caso, ni siquiera había girado el rostro. Por eso, exigiéndole un mínimo de respeto para con sus visitantes, en un instante de arrebato, he gritado:

—Vladimir Ilich Ulianof, ¡levántate, hombre, que hemos venido a verte!

En fin. No voy a contaros todo lo que ha sucedido pero me ha llevado un buen rato salir de mi error. Y todo se lo debo a uno de los que estaban a mi lado, que me ha explicado, no sin cierta cautela —él mismo parecía confuso por el equívoco—, que aquello era sólo un cuerpo, y ni siquiera un cuerpo verdadero, ya que la masa de los restos originales había sido rebajada mucho cuando se procedió a la momificación.

—Puede que ahí sólo haya un diez o un veinte por ciento de lo que antes fue Vladímir Ilich Lenin —me ha dicho.

—¡Un diez o un veinte por ciento!

Ha asentido.

—¡Santo cielo! —he exclamado yo.

—¡La virgen del amor hermoso! —ha exclamado Ito.

Y, tras unos instantes de abstracción e imprecaciones varias, que nos han servido para ir asumiendo no sé si tanto la muerte de Lenin como su transformación en una suerte de espantajo expuesto, hemos regresado al Mundo Exterior y le he dicho a aquel tipo:

—¡Diez o veinte por ciento! ¡Al pobre ni siquiera le han dejado una participación accionarial mayoritaria sobre su cuerpo!

A lo que él, con una chispilla en los ojos, ha respondido algo que aún creo no haber entendido en toda su extensión, o ni siquiera en parte:

—Ah, pero es que era socialista. ¡Su cuerpo era de todos!

—Tiene usted toda la razón —le he dicho sin saber si la tenía.

Y él, con una sutil aquiescencia, me lo ha agradecido.

Por lo demás, como teníamos las maletas y aún estábamos sin alojamiento, nos hemos despedido de aquel tipo tan simpático que me había socorrido en pleno desconcierto y nos hemos puesto a buscar un lugar en el que dejar las cosas. Y fijaos qué suerte: apenas un rato después hemos dado con un hostal: Godzillas. Los recepcionistas son agradables, las habitaciones están limpias y los otros huéspedes vienen de mil lugares. Además, sólo cuesta dos mil de la moneda nacional —rublos—, una suma modesta que encaja con facilidad en nuestro presupuesto para el viaje.

Lo hemos tomado.

—Lo tomo —le he dicho al recepcionista.

—¿Perdón?

—Que lo tomo. El hotel. El hostal. Lo que sea. Nuestro. Nos lo quedamos.

En fin. En general, la llegada a Moscú ha sido toda una aventura. Ahora ya tenemos las llaves; vamos a dejar las cosas y a ducharnos; luego, ya limpios y aseados, nos iremos a conocer Moscú.

Una cosa me reconcome, sin embargo: si ya no está Lenin, ¿qué queda del socialismo?

El joven Moss 25/09/10

6.MOSCÚ II

Hola camaradas:

Ya estoy de vuelta de tres días de largas caminatas por la capital de Россия, y mis impresiones son contradictorias. Moscú ya no es Lenin, eso está claro; pero, ahora, ¿qué es? Está llena de calles, plazas y placas con nombres de gente que, supongo, era de la quinta del líder soviético, y es difícil no ver estatuas de esos tiempos. Sin embargo, todos, salvo algún despistado, parecen ignorarlas, como si fuesen testimonios del pasado que ya nada tuviesen que ver con ellos. Es más, al lado de esas estructuras y figuras han brotado grandes empresas y centros comerciales —shopping centres— con luminosos que se ven desde bien lejos. Y bueno, eso no es todo: ayer noche, caminando por la zona del Московский Кремль, esto es, del Kremlin de Moscú —que es una fortificación que, creo, se asocia desde la época de la Unión Soviética al gobierno de Rusia—, Ito y yo vimos, al lado de sus murallas, un concierto de una artista de América, ese país capitalista que Rusia quería eliminar hace unos años. Su nombre es Corinne Bailey Rae, tiene la piel oscura y cantaba esto:

Smiling at the rain cause you hold me close My best dress on underneath this old coat.

He buscado la traducción y fijaos en lo que quiere decir:

Sonriendo a la lluvia porque me agarras fuerte Mi mejor vestido puesto debajo de este viejo abrigo.

¿No os dice nada la segunda frase? Vaya, yo creo que Corinne hablaba de Moscú y decía con mucha sutileza que el actual atavío de la ciudad aún permanece bajo un viejo ropaje, harapiento y deshilachado. Ito, sin embargo, no cree que se estuviese refiriendo a eso en absoluto, y se quedó más tiesa que una mojama oyéndola cantar. Incluso, a veces, me miraba y reía porque yo, por momentos, aplaudía de un modo desmedido. En fin, como a mí esto me ha indignado un poco, quiero someterlo a vuestro criterio. ¿Qué pensáis? ¿Hablaba Corinne Bailey Rae de Moscú en su canción, sí o no? Os adelanto que aceptaré cualquier respuesta, aunque, por lo poco que hasta ahora he aprendido del Mundo Exterior, sería tan hermoso que una americana, de color, enfrente del Kremlin, estuviese delante de todos esos rusos hablándoles de ese modo de Moscú…

Por lo demás, ayer, al llegar al hostal, nos pusimos a cenar con un extranjero y fijaos lo que me dijo:

—¿Por qué preguntas tanto por los comunistas?

Yo, confuso —en primer lugar no sé quiénes eran esos comunistas aunque supongo que se refería a los socialistas; y en segundo la interpelación me cogió por sorpresa—, respondí:

—Me interesan. Tenían ideales.

El tipo se echó a reír con roncas carcajadas y no paró durante un buen rato.

—¿Ideales? ¡Pero si no hicieron más que barbaridades! ¡Nunca un pueblo ha sido más esclavo ni más víctima de su gobierno que con ellos!

Yo no entendía una palabra. Él, sin embargo, insistía:

— ¡Todo lo que hicieron fue usar el terror, matar a su gente de hambrunas y ordenar carnicerías!

—¿Lenin? —pregunté yo, incrédulo.

—¡Sí, Lenin! ¡Y Stalin!

—¡¡¿¿Stalin??!!

—Claro, ¡ese ya ni te cuento!

Aquello me sobrepasó. ¿Stalin? ¿Qué tenía que ver el pobre Stalin en eso? Me indigné. Sí, me indigné tanto que dejé instantáneamente de atender a sus juicios y le dije, quizá con una ferocidad exagerada —Ito, que está más versada que yo en los modos, me lo advirtió—, que iba a comprobar lo que me decía inmediatamente. ¡Inmediatamente! Pero, ¿sabéis qué? No lo he hecho. Ya en nuestro cuarto, con las luces apagadas, no dejaba de darle vueltas y, por tranquilizarme, Ito me dijo que no le sorprendería que algo de nobles principios —como pareciera, de entrada, eso del socialismo o comunismo— acabase por perder cualquier distinción en la ejecución.

—Después de todo, eso de que «todo sea común entre amigos» y exista «igualdad total» no es tan fácil, ¿no? —comentó como si tal cosa.

Me pareció una observación de lo más certera y se la agradecí. A lo mejor, en este mundo tan vasto y tan lleno de personas que hemos venido a estudiar y que estamos empezando a descubrir, una utopía puede acabar sin demasiada dificultad en catástrofe. No lo sé, pero ahí está el cuerpo de Lenin, tieso y expropiado, sin derecho a descanso. En fin, no voy a alargarme mucho más en esto, pero os diré, amigos —sólo por si acaso, desde ahora, voy a dejar de llamaros camaradas—, que el hecho de que, según aquel tipo del hostal Godzillas, todos esos idealismos igualitarios se malograsen, me ha puesto algo triste. Además, no lo creeréis, pero resulta que Stalin no es miembro de ninguna orquesta, sino que, tras largas indagaciones para descubrir por qué lo mentó aquel tipo en su relato de vastos horrores socialistas, ahora sé que fue el sucesor de Lenin —de hecho, inauguró el tren en que viajamos Ito y yo desde San Petersburgo—. ¿Y Dostoievski?, me diréis. Ese no lo sé, pero, francamente, viendo que se me caen todos los mitos, prefiero no descubrirlo. Además, siempre que un ruso alude a él también suele mencionar, con reverente respeto, algo de «Crimen y Castigo», así que me figuro que el tipo era un descarnado verdugo. Santo cielo, ¿acaso aquí nadie es quién parece?

Hoy, 28 de septiembre, Ito y yo hemos ido a la estación y hemos pedido un pasaje para otro lugar.

—¿Para dónde? —ha querido saber la empleada de las líneas ferroviarias, que, como todos en este Mundo Exterior, parece que necesite saber de antemano el destino de todo.

No teníamos ni idea, pero queríamos salir de Moscú, así que hemos mirado un mapa y al este hay una cosa, como una enorme mancha, que pone «Siberia», así que eso he dicho.

—A Siberia.

—¿A Siberia?

La tipa, que hasta entonces había permanecido inmutablemente seria, de pronto, como movida por una idea enormemente graciosa, ha sonreído. Eso ha suscitado la suspicacia de Ito, que me ha susurrado:

—Moss, ¿no deberíamos preguntar lo que es Siberia antes de decidirnos?

Pero yo lo he descartado.

—¿Para qué? ¿Qué más dará? De momento, nuestra aventura aún no tiene ningún rumbo definido y cualquier sitio nos vale —y he ratificado—. A Siberia.

Así que hemos vuelto al hostal a hacer las maletas y ahora vamos de nuevo camino de la estación, en esta ocasión para marcharnos. Nos hemos detenido, sin embargo, por el camino a tomar una de esas cervezas en un patio interior en el que hay unas estatuas de unos tipos muy sencillotes y un poco extraños. Están desperdigadas por la superficie del patio e interactúan entre ellas como si tuviesen vida propia. Un jardinero, un jinete, un músico. Me han animado. Creo que estos no son socialistas ni capitalistas. Creo que son sólo rusos. Y me gustan. Tanto es así que les he sacado algunas fotos que incluyo aquí. ¿No es curioso? Fijaos, yo creo que se parecen bastante a nosotros.

Abrazos, El joven Moss 28/09/10

7. EL TRANSIBERIANO

Hola amigos:

Ya hemos dejado Moscú atrás y estamos en el transiberiano, que es la línea de tren que nos lleva —¡y de hecho cruza!— a ese vasto territorio llamado Siberia que ocupa la mayor parte de Россия y que es muy conocida porque, al parecer, su recorrido es el mismo que hicieron hace años un tal Strogoff y una tal Nadia Fedor, dos héroes de Julio Verne —me imagino que Julio Verne será una ciudad—. También, si no he entendido mal, la ruta tiene algo que ver con un Doctor Zhivago. Pero, sobre todo, Alexandr, un ruso muy afable de densas cejas y poblado bigote con el que Ito y yo compartimos departamento, nos ha dicho que lo increíble de este tren no es eso, sino que cruza una cuarta parte del Mundo Exterior.

—¡Una cuarta parte! —he exclamado yo.

Y él, que enseguida se ha percatado de mi sorpresa, nos ha explicado, con todo detalle, varias cosas:

1. Que el transiberiano cruza paisajes tan variopintos como la alta montaña en los «Urales» —así lo ha llamado él—, la «tundra» —que estaría llena de musgo y helechos— y la «taiga» —llena de «coníferas»—. A mí, poco proclive a las curiosidades geográficas, todo eso me ha dejado indiferente, pero entonces Alexandr ha añadido:

—Nueve mil kilómetros.

Y yo, consciente de que para ir de San Petersburgo a Moscú —que eran sólo seiscientos de esos kilómetros— empleamos una noche entera, me he echado las manos a la cabeza.

—¿Nueve mil?

Alexandr ha asentido y a mí de pronto se me ha venido a la cabeza la extensa sonrisa de la tipa de la estación al decirle que quería ir a Siberia y la sugerencia de Ito de que preguntásemos.

—Tenía que haberte hecho caso —le he comentado entonces, contrito, a Ito—. ¡Cuánta malevolencia había en Moscú!

Ella le ha quitado peso al asunto:

—No pasa nada, Moss. Así conocemos mejor a la gente…

2. Alexandr nos ha contado que esta línea es muy importante para los rusos, porque une la Rusia «europea» con la «asiática» —Europa y Asia son dos continentes, es decir extensiones de tierra diferenciadas—, cosa que puede parecer banal, pero que es algo «estratégico», en el sentido de que no deja desprotegida a Rusia en su lado este —el territorio es tan vasto que antes era imposible cruzarlo «rápido»— e incluso le da cierta «preminencia» en el Pacífico.

Yo he querido saber:

—¿Qué quiere decir con «preminencia»?

Pero creo que Alexandr no me ha entendido.

3. Finalmente, el tercer elemento que para nuestro compañero de viaje hace importante a esta línea ferroviaria es que, antes de existir, Siberia era prácticamente el fin del Mundo Exterior para los rusos. Nadie sabía lo que había ahí. Se decía que deportados, soldados, tártaros —por cierto, hay una carne que se llama «tártara» —, piratas, desertores, saqueadores… Esas cosas. Todavía existe una expresión que es «enviar a alguien a Siberia» y que se utiliza para referirse a una suerte de castigo que consistiría en el transporte de alguien a las antípodas —unas antípodas salvajes y dejadas de la mano de Dios, como era antes Siberia, de la que se decía que sus enormes mosquitos se metían en los orificios nasales de los renos y los asfixiaban—. Sin embargo, con la construcción del tren, la gente más llana empezó a ir a vivir ahí; Siberia se pobló, se vinculó con la Rusia del Oeste y se integró definitivamente en ella, constituyendo, a efectos prácticos —y no solo teóricos—, un solo país.

Ha sido toda una lección magistral. Además, como si con compartir sus conocimientos no bastase, después de contarnos todo eso hemos podido comprobar que Alexandr, aparte de ser alguien muy cultivado en la historia del transiberiano —y supongo que en general en la de su país— es un compañero desmedidamente generoso: nos ha dado a probar su té, galletas y sardinas, nos ha ofrecido los muslos de pollo cocinados por su mujer y, sobre todo, nos ha insistido en que tomásemos lo que quisiéramos de una bolsa rebosante de pequeñas pero orondas manzanas rusas que lo llenan de orgullo. En fin, no hemos podido más que darle las gracias. Por imprevisión —¡y desconocimiento!— nosotros no llevábamos mucho y, aunque en cada parada que hace el tren los andenes se llenan de tenderetes de víveres y especialidades locales en los que los habitantes de la zona subastan todo aquello que es de primera necesidad e incluso algún que otro lujo, resulta mucho más suculento y hermoso el compartir las cosas con Alexandr. Y él debe pensar lo mismo, porque en una de esas paradas se ha bajado en chanclas al andén y al poco ha regresado exultante con nuevas latas de algas y pescados varios para compartir. Yo he aplaudido. Ito ha llorado —creo que de ilusión, aunque de esto no estoy del todo seguro, porque miraba fijamente las algas.

¿Y qué más? Pues poca cosa. Que ya hemos pasado por una infinidad de lugares —algunos, por si quisieseis saberlo, se llaman Vladimir, Nizhny Novgorod, Vyatka, Perm (dónde nació Alexandr), Yekaterinburg, Omsk, Novosibirsk, Tomsk…—. Y que, según pasan los días, Ito, a quien no le gustan los espacios cerrados, no deja de decir:

—¿Cuándo llegamos?

A lo que yo, para tranquilizarla, le contesto:

—Pronto, cuando veas el mar.

No obstante, creo que está llegando a su límite físico de encierro, y Alexandr, que se ha dado cuenta, ha inventado esta mañana un juego para entretenerla. Ha dibujado una suerte de tablero en mi libreta de apuntes —representando la vía de un ferrocarril— y ha colocado sobre él tres monedas, dos grandes —una de cara y otra de cruz— simulando vagones y otra más pequeña llamada locomotif. Pues bien, no he entendido bien las reglas, pero cada pieza tiene que acabar en una posición, y resulta muy complicado lograrlo. Por lo menos, de momento, Ito no lo ha conseguido. Eso sí, como los rompecabezas siempre la han atraído, permanece beatíficamente silenciosa, mirando sesudamente el dibujo de Alexandr y moviendo las monedas con empeño.

Abrazos, El joven Moss 30/09/10

8. IRKUTSK, BAIKAL

Hola amigos:

Como se veía venir, no aguantamos los siete días —esto es lo que lleva hacer nueve mil y pico kilómetros— de tren y decidimos parar en Irkutsk, capital de Siberia Oriental, desde donde Alexandr nos dijo que podríamos luego seguir hacia Vladivostok —que es adonde se dirigía él— o tomar el «transmongoliano» que iba a «China» pasando por «Mongolia».

—¿China? ¿Mongolia?

—Sí —con el dedo índice hizo una suerte de mapa en el aire y añadió—: Kazajistán, China y, aquí, Mongolia —y repitió—. Mongolia. Ulán Bator.

Francamente, no sé dónde se encuentran esos sitios ni si son parte de Россия, pero hice como si me diese por enterado de lo que me decía y, para no alargar más la situación, murmuré:

—Mmmm.

A lo que Ito, no muy proclive a intentar aparentar juicio en trances de plena ignorancia, y tratando de evitar que se repitiese la confusión que nos llevó a meternos varios días en un tren, dijo:

—Alexander, ¿a qué te refieres con esas palabras?

Pero, por mucho que lo intentó, no logró esclarecerlo. «¿Ves?», le dije entonces yo con la mirada, fingiendo que en mi actitud había una practicidad que ella no había sabido ver.

Acto seguido nos despedimos de Alexander, y ese momento, la verdad, fue entrañable. Uno le coge un enorme cariño a alguien con quien comparte casi cuatro días, sardinas y manzanas en un vagón de tren —y que además se baja al andén a comprar cosas para que pruebes—. Ito lloró —llora mucho, ya lo sabéis, sobre todo con la gente a la que toma cariño—. Yo la observé llorar. Afortunadamente, el tren tenía que seguir, así que la demostración de afecto —que es algo hermoso pero triste— no duró demasiado. Lo que sí duró, sin embargo, fue la impresión que nos causó, al bajarnos del tren, el ver cómo en el horizonte ya despuntaban las primeras luces del alba.

—¡Pero si es la una y pico de la mañana! —exclamé, incrédulo.

A lo que Ito, atenta a todos los detalles, señaló el reloj de la estación y dijo:

—Pues ahí pone las seis y veinte.

Nos quedamos en silencio. ¿Las seis y veinte? ¿Cómo podía ser? Evalué y traté de explicar aquello. ¿Cómo era posible que en el tren fuese algo más de medianoche y en su exterior estuviese amaneciendo?

—Veamos —discurrí, esforzándome por mantener la calma—. ¿Qué hora marcaba el reloj del tren?

Ito dudó.

—Yo la última vez que lo miré eran las once y media y estábamos en el compartimento —dije.

—Ajá.

—Luego cenamos y fui al servicio, ¿te acuerdas que te dije que me costaba orinar?

—Sí.

—Y después leí un rato. ¿Qué fue todo eso?, ¿cosa de cuarenta minutos, cincuenta?

—Así es, más o menos eso.

—¿Y qué hora era cuando el revisor pasó a avisarnos de la parada?

—No debía ser más de la una.

—Y al instante bajamos, ¿no?

—Sí. Quince o veinte minutos después. Treinta a lo sumo.

—¡A lo sumísimo!

—Sí, a lo sumísimo

—¿¿Y entonces?? ¿¿Cinco horas tardamos en bajar las escaleras??

—No creo —dijo Ito—. Supongo que la diferencia de hora se deberá a algún tipo de corrección.

—¿¿De corrección?? ¡Pero qué dices, cariño! Aquí ha pasado algo y, o ha sido un salto temporal, y ya sabes lo que pienso yo de los saltos temporales, o alguien nos ha hurtado el tiempo.

En fin, volví a reconstruir la cadena de acontecimientos y a sopesar todos los posibles factores de aquel enigmático suceso, pero nada arrojó luz sobre mi pasmo.

—Francamente, me parece algo increíble —dije.

Tras intentar calcular lo dramático de la pérdida —tiempo, preciado tiempo—, añadí:

—E indignante. ¡Indignante!

Aún nos quedamos ahí un rato, diez o quizá quince minutos, hasta que, finalmente, ya con el amanecer tomando cuerpo, Ito me dijo:

—¿Nos vamos a quedar aquí mucho más tiempo, Moss?

—¿Cómo?

—Que si nos vamos… Ya llevamos media hora aquí.

Aquello hizo que saliese de mi letargo:

—¿De verdad?

Ito asintió con evidente cara de fastidio.

—Pues entonces vámonos ya, cariño, que una cosa es no haber tenido noche por algún motivo desconocido y otra muy diferente hacer el tonto a sabiendas y a la luz del día.

Y decidimos marcharnos. Eso sí, dejadme que os confiese una cosa: nos marchamos, sí, pero yo no olvidé la afrenta que habíamos sufrido y, como creer en los saltos en el tiempo me ha parecido siempre una superstición, mientras Ito trataba de buscar el camino al centro de la ciudad y me iba guiando en silencio, me convencí de que lo sucedido era obra del Hombre y, concretamente, de uno: el revisor del vagón. ¿Que por qué? Pues muy fácil: porque él nos había acompañado a la salida y bajado las escaleras con nosotros. Y porque él, único custodio de la ley en nuestra parte del tren, parecía siempre obsesionado con «ganar tiempo» en cada parada. ¡Ja! ¡Ganar! ¡Ese no sabe la sutil pero esforzada diferencia que hay entre hacerse acreedor de algo a base de trabajo y sustraérselo a los demás! ¡Y encima en horario laboral y de uniforme! «¡Un ladrón, eso es lo que es!», pensé. «¡Un ladrón!». Y como, según caminaba detrás de Ito, me iba hirviendo más la sangre, acabé por gritar en plena calle:

—¡Yo maldigo al revisor!

—¿Pero qué dices? ¿A quién dices que maldices? —preguntó ella, parándose asustada.

—¡¡¡¡Al revisoooooorrrrrrr!!!!

En fin, monté una escandalera tremenda y, sólo después de muchos «tssss», Ito logró acallarme. Pero bueno, no quiero perder más minutos hablándoos de usuras y escándalos si os puedo contar nuestra experiencia en Irkutsk