Prohibido enamorarse - Elle Kennedy - E-Book

Prohibido enamorarse E-Book

Elle Kennedy

0,0
6,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Hacer un trato con un chico malo nunca sentó tan bien Hannah Wells ha encontrado por fin un chico que le gusta, pero se siente insegura en la seducción y el sexo. Si quiere conseguir que el chico que le interesa le preste atención, va a tener que salir de su zona de confort… Incluso si eso significa ser la tutora de Garrett Graham, el insoportable y arrogante capitán del equipo de hockey, a cambio de que finja salir con ella para así dejar de ser la chica invisible de la universidad. Garrett, por su parte, sueña con ser jugador de hockey profesional, pero sus malas notas ponen en peligro su futuro. Ese es el único motivo por el que accede a ayudar a Hannah a poner celoso a otro. Pero cuando un beso inesperado conduce al sexo más salvaje de su vida, a Garrett le queda claro que no le basta con fingir. El problema ahora es que tiene que conseguir que Hannah se enamore de él.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 595

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Prohibido enamorarse

Elle Kennedy

Serie Kiss Me 1
Traducción de Lluvia Rojo

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Epílogo
Agradecimientos
Sobre la autora

Página de créditos

Prohibido enamorarse. KissMe 1

V.1: abril de 2024

Título original: The Deal. Off-Campus 1

© Elle Kennedy, 2015

© de la traducción, Lluvia Rojo Moro, 2016

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2024

Todos los derechos reservados.

Se declara el derecho moral de Elle Kennedy a ser reconocida como la autora de esta obra.

Diseño de cubierta: Sourcebooks

Adaptación de cubierta: Taller de los Libros

Ilustración de cubierta: Aslıhan Kopuz

Corrección: Sofía Tros de Ilarduya

Publicado por Wonderbooks

C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10

08013, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-69-8

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Prohibido enamorarse

Hacer un trato con un chico malo nunca sentó tan bien

Hannah Wells ha encontrado por fin un chico que le gusta, pero se siente insegura en la seducción y el sexo. Si quiere conseguir que el chico que le interesa le preste atención, va a tener que salir de su zona de confort… Incluso si eso significa ser la tutora de Garrett Graham, el insoportable y arrogante capitán del equipo de hockey, a cambio de que finja salir con ella para así dejar de ser la chica invisible de la universidad.

Garrett, por su parte, sueña con ser jugador de hockey profesional, pero sus malas notas ponen en peligro su futuro. Ese es el único motivo por el que accede a ayudar a Hannah a poner celoso a otro. Pero cuando un beso inesperado conduce al sexo más salvaje de su vida, a Garrett le queda claro que no le basta con fingir. El problema ahora es que tiene que conseguir que Hannah se enamore de él.

Finalista de los premios Goodreads Choice Awards en la categoría de mejor novela romántica del año

«¡Elle ha capturado con maestría los sentimientos, el romance y la sensualidad desbocada del género new adult! ¡Garrett va a hacer que os desmayéis!»

Alice Clayton, autora best seller

«¡Este libro me ha encantado! Garrett es un chico de ensueño. Si te gusta el new adult, tienes que leer Kiss Me. Prohibido enamorarse!»

Monica Murphy, autora best seller

«Kiss Me. Prohibido enamorarse tiene todo lo que podrías pedirle a una novela new adult. Es sexy, dulce y emocionalmente satisfactoria. Me ha encantado y no quería que se terminase.»

Kristen Callihan, autora best seller

«Romance. La pareja más adorable que existe. El pique. La historia de amor. Los amigos. El flirteo. Las sonrisas que me ha provocado.»

Mandi, SmexyBooks

#wonderlove

Capítulo 1

Hannah

Él no sabe que existo.

Por enésima vez en cuarenta y cinco minutos, miro de reojo a Justin Kohl. Es tan precioso que se me encoge la garganta. La verdad es que probablemente debería usar otro adjetivo; mis amigos chicos insisten en que a los hombres no les gusta que se les llame «preciosos».

Pero, madre de Dios, es que no hay otra forma de describir sus rasgos duros y sus expresivos ojos marrones. Hoy lleva una gorra de béisbol, pero sé lo que hay debajo: un pelo grueso y oscuro; al mirarlo, se nota que es sedoso al tacto y te dan ganas de pasar los dedos a través de él.

En los cinco años que han pasado desde la violación, mi corazón ha latido solo por dos chicos.

El primero me dejó.

Este ni se da cuenta.

En la tarima del auditorio, la profesora Tolbert pronuncia lo que he llegado a llamar el «discurso de la decepción». Es el tercero en seis semanas.

Sorpresa, sorpresa, el setenta por ciento de la clase ha sacado un 4,5 o menos en el examen parcial.

¿Y yo? Yo he sacado un 10. Y mentiría si dijera que el «10» enorme y en boli rojo metido en un círculo en la parte superior de mi examen no me ha pillado por sorpresa total. Todo lo que hice fue garabatear un rollo interminable de chorradas para intentar llenar folios.

Supuestamente, Ética Filosófica estaba tirada. El profesor que daba la asignatura hacía exámenes estúpidos tipo test y un «examen» final que consistía en una redacción en la que había que desarrollar cómo reaccionarías ante un dilema moral determinado.

Pero dos semanas antes del inicio del semestre, el profesor Lane murió de un ataque al corazón. Escuché que su señora de la limpieza lo encontró en el suelo del cuarto de baño, desnudo. Pobre hombre.

Por suerte —y sí, eso es sarcasmo absoluto—, Pamela Tolbert llegó para hacerse cargo de la clase de Lane. Es nueva en la Universidad Briar, y es de ese tipo de profe que quiere que conectes conceptos y te involucres con la materia. Si todo esto fuera una película, ella sería la típica profesora joven y ambiciosa que se presenta en la escuela de un barrio marginal de una ciudad, inspira a los estudiantes «chungos» y, de repente, todo el mundo suelta sus pistolas para coger lápices y en los créditos finales se anuncia cómo todos los chavales fueron admitidos en Harvard o alguna mierda parecida. Óscar a la mejor actriz de inmediato para Hilary Swank.

Pero esto no es una película, y eso significa que lo único que Tolbert ha inspirado en sus estudiantes es odio. Y parece que realmente no es capaz de entender por qué nadie sobresale en su clase.

He aquí una pista: porque sus preguntas son de las que uno podría incluir en una dichosa tesis de postgrado.

—Estoy dispuesta a hacer un examen de recuperación para aquellos que hayan suspendido o hayan sacado un 6 o menos. —La nariz de Tolbert se arruga, como si no alcanzara a entender cómo algo así es necesario.

La palabra que acaba de utilizar, «¿dispuesta?». Ja. Sí, claro. He oído que un montón de estudiantes se han quejado a sus tutores por su actitud y sospecho que la dirección la obliga a darnos a todos una segunda oportunidad. Briar no queda bien si más de la mitad de los estudiantes de una clase catean, sobre todo cuando no se trata solo de los vagos. A estudiantes con todo sobresalientes, como Nell, que está enfurruñada a mi lado, también se la ha cargado en el examen.

—Para aquellos de vosotros que elijan presentarse a la recuperación, se hará la media con las dos notas. Si lo hacéis peor la segunda vez, os mantendré la primera nota —concluye Tolbert.

—No puedo creer que hayas sacado un 10 —me susurra Nell.

Se la ve tan decepcionada que siento una punzada de compasión. No es que Nell y yo seamos mejores amigas ni nada por el estilo, pero nos hemos sentado juntas desde septiembre, así que es razonable que nos hayamos llegado a conocer la una a la otra. Estudia Medicina y sé que viene de una familia académicamente destacable que la castigará sin compasión si se entera de su nota en el examen parcial.

—Yo tampoco me lo creo —murmuro—. En serio. Lee mis respuestas. Son divagaciones de cosas sin sentido.

—Ahora que lo dices, ¿puedo? —Suena ansiosa—. Tengo curiosidad por ver lo que esta tirana considera material digno de un 10.

—Te lo escaneo y te lo envío esta noche —le prometo.

Un segundo después de que Tolbert nos despida, el auditorio retumba con frases en plan «larguémonos de aquí de una vez». Los portátiles se cierran de golpe, los cuadernos se deslizan en las mochilas y los estudiantes arrastran sus sillas.

Justin Kohl se queda de pie cerca de la puerta para hablar con alguien y mi mirada se ancla en él como si fuera un misil. Es precioso.

¿He dicho ya lo precioso que es?

Las palmas de mis manos empiezan a sudar mientras observo su hermoso perfil. Es nuevo en Briar este año, pero no estoy segura desde qué universidad pidió el traslado y, aunque no ha tardado en convertirse en el receptor estrella del equipo de fútbol americano, no es como los otros deportistas de esta uni. No va pavoneándose por el patio con una de esas sonrisas tipo «soy el regalo de Dios a este mundo», ni aparece con una chica nueva colgada del brazo cada día. Lo he visto reír y bromear con sus compañeros de equipo, pero emana una intensa energía de inteligencia que me hace pensar que hay una profundidad oculta en él. Esta cuestión me hace estar aún más desesperada por conocerlo.

Normalmente no me fijo en los deportistas universitarios, pero algo acerca de este en particular me ha convertido en la tonta sentimental más grande del universo.

—Estás mirándolo otra vez.

La voz burlona de Nell genera rubor en mis mejillas. Me ha sorprendido babeando por Justin en más de una ocasión, y es una de las pocas personas ante las que he reconocido que me mola.

Mi compañera de cuarto, Allie, también lo sabe, pero ¿mis otros amigos? Ni de coña. La mayoría estudian Música o Arte Dramático, así que supongo que eso nos convierte en la pandilla artística. O algo así. Aparte de Allie, que ha tenido una relación intermitente con un chico de una de las fraternidades de aquí desde el primer año, a mis amigas les flipa despedazar a la élite de Briar. Normalmente no me sumo a esos cotilleos —me gusta pensar que estoy por encima de tanto chisme—, pero seamos sinceros: la mayoría de los chicos populares son unos idiotas integrales.

Es el caso de Garrett Graham, la otra estrella del deporte de la clase. El tío camina por ahí como si fuese el dueño del lugar. Bueno, la verdad es que más o menos lo es. Todo lo que tiene que hacer es chasquear los dedos para que una chica ansiosa aparezca a su lado. O salte a su regazo. O le meta la lengua hasta la garganta.

Sin embargo, hoy no parece el «tío guay» del Campus. Casi todo el mundo se ha marchado ya, también Tolbert, pero Garrett permanece en su asiento, con los puños cerrados con fuerza agarrando los bordes de los folios del examen.

Supongo que también habrá suspendido, pero no siento mucha compasión por el chaval. La Universidad Briar es conocida por dos cosas: el hockey y el fútbol americano, algo que no sorprende mucho teniendo en cuenta que Massachusetts es el hogar de los Patriots y los Bruins. Los deportistas que juegan en Briar casi siempre terminan en equipos profesionales, y durante sus años aquí reciben todo en bandeja de plata, incluidas las notas.

Así que sí, es posible que esto me haga parecer un pelín vengativa, pero siento cierta sensación de triunfo al saber que Tolbert ha suspendido al capitán de nuestro equipo de hockey y campeón de liga igual que a todos los demás.

—¿Quieres tomar algo en el Coffee Hut? —me pregunta Nell mientras recoge sus libros.

—No puedo. Tengo ensayo en veinte minutos. —Me levanto, pero no la sigo hasta la puerta—. Ve tirando tú, tengo que revisar el horario antes de irme. No me acuerdo de cuándo es mi próxima tutoría.

Otra «ventaja» de estar en la clase de Tolbert es que, además de nuestra clase semanal, estamos obligados a asistir a dos tutorías de media hora a la semana. Lo bueno es que Dana, la profesora asistente, es la que se encarga de eso y tiene todas las cualidades de las que Tolbert carece. Como, por ejemplo, sentido del humor.

—Vale —dice Nell—. Te veo luego.

—Ciao —me despido.

Al oír el sonido de mi voz, Justin se detiene en la puerta y gira la cabeza.

Ay. Dios. Mío.

Es imposible detener el rubor que aflora en mis mejillas. Es la primera vez que hemos establecido contacto visual y yo no sé cómo reaccionar. ¿Digo «hola»? ¿Lo saludo con la mano? ¿Sonrío?

Al final, me decido por un pequeño gesto con la cabeza. Ahí va. Rollo guay e informal, digno de una sofisticada alumna de tercero de carrera.

Mi corazón da un vuelco cuando un lado de su boca se eleva en una débil sonrisa. Me devuelve el saludo con la cabeza y se va.

Me quedo mirando la puerta vacía. Mi pulso se lanza a galopar porque, joder, tras seis semanas respirando el mismo aire en esta agobiante aula, por fin se ha dado cuenta de mi presencia.

Me gustaría ser lo suficientemente valiente como para ir tras él. Quizá invitarlo a un café. O a cenar. O a un brunch. Espera, ¿la gente de nuestra edad queda para tomar un brunch?

Pero mis pies se quedan pegados al suelo de linóleo brillante.

Porque soy una cobarde. Sí, una cobarde total, una gallina de mierda. Me horroriza pensar que es posible que diga que no, pero me horroriza todavía más que diga que sí.

Cuando empecé en la universidad, yo estaba bien. Mis asuntos, sólidamente superados; mi guardia, baja. Estaba preparada para salir con chicos otra vez, y lo hice. Salí con varios, pero aparte de mi ex, Devon, ninguno de ellos hizo que se me estremeciera el cuerpo como lo hace Justin Kohl, y eso me asusta.

Pasito a pasito.

Eso es. Pasito a pasito. Ese fue siempre el consejo favorito de mi psicóloga, y no puedo negar que su estrategia me ha ayudado mucho. Carole siempre me aconsejaba que me centrara en las pequeñas victorias.

Así que…, la victoria de hoy: he saludado con la cabeza a Justin y él me ha sonreído. En la próxima clase, quizá le devuelva la sonrisa. Y en la siguiente, quizá mencione el café, la cena o el brunch.

Respiro hondo mientras me dirijo hacia el pasillo, aferrándome a esa sensación de victoria, por muy diminuta que sea.

Pasito a pasito.

Garrett 

He suspendido.

Joder, he suspendido.

Durante quince años, Timothy Lane ha repartido sobresalientes como caramelos. ¿Y el año en el que YO me matriculo en la clase? La patata de Lane deja de latir y me quedo atrapado con Pamela Tolbert.

Es oficial: esa mujer es mi archienemiga. Solo con ver su florida caligrafía, que llena cada centímetro disponible de los márgenes de mi examen parcial, me dan ganas de convertirme en el Increíble Hulk y romper los folios en pedazos.

Estoy sacando sobres en la mayoría de mis clases, pero, de momento, tengo un 0 en Ética Filosófica. Combinado con el 6,5 de Historia de España, mi media ha caído a un aprobado.

Necesito una media de notable para jugar al hockey.

Normalmente no tengo ningún problema para mantener mi nota media alta. A pesar de lo que mucha gente cree, no soy el típico deportista tonto. Pero bueno, no me importa que la gente piense que lo soy. En especial, las chicas. Supongo que les pone la idea de tirarse al musculoso hombre de las cavernas que solo sirve para una cosa, pero como no estoy buscando nada serio, esos polvos casuales con tías que solo quieren mi polla me va perfecto. Me da más tiempo para centrarme en el hockey.

Pero no habrá más hockey si no consigo subir esta nota. ¿Lo peor de Briar? Que nuestro decano exige excelencia. Académica y deportiva. Mientras en otras escuelas son más indulgentes con los deportistas, Briar tiene una política de tolerancia cero.

Asquerosa Tolbert. Cuando hablé con ella antes de clase para ver cómo podía subir la nota, me dijo, con esa voz nasal que tiene, que asistiera a las tutorías y me reuniera con el grupo de estudio. Ya hago ambas cosas. Así que nada, a no ser que contrate a algún empollón para que se ponga una careta con mi cara y haga el examen de recuperación por mí, estoy jodido.

Mi frustración se manifiesta en forma de un gemido audible y por el rabillo del ojo veo a alguien que pega un respingo del susto.

Yo también me sobresalto, porque pensaba que estaba arrastrándome en mi miseria solo. Pero la chica que se sienta en la última fila se ha quedado después del timbre y ahora camina por el pasillo hacia el escritorio de Tolbert.

¿Mandy?

¿Marty?

No recuerdo su nombre. Probablemente porque nunca me he molestado en preguntar cuál es. No obstante, es guapa. Mucho más guapa de lo que me había parecido. Cara bonita, pelo moreno, cuerpazo. Joder, ¿cómo no me he fijado antes en ese cuerpo?

Pero vaya si me estoy fijando en este momento. Unos vaqueros muy ajustados se agarran a un culo redondo y respingón que parece gritar «estrújame», y un jersey de cuello en pico se ciñe a unas tetas impresionantes. No tengo tiempo para admirar más esas atractivas imágenes, porque me pilla mirándola y un gesto de desaprobación aparece en su boca.

—¿Todo bien? —pregunta con una mirada directa.

Emito un quejido en voz baja. No estoy de humor para hablar con nadie en este momento.

Una ceja oscura se eleva en mi dirección.

—Perdona, ¿no sabes hablar?

Hago una pelota con mi examen y echo la silla hacia atrás.

—He dicho que todo está bien.

—Estupendo, entonces. —Se encoge de hombros y sigue su camino.

Cuando coge el portapapeles donde está nuestro programa de tutorías, me echo por encima la cazadora de hockey de Briar; a continuación, meto mi patético examen en la mochila y cierro la cremallera.

La chica de pelo oscuro se dirige de nuevo al pasillo. ¿Mona? ¿Molly? La M me suena, pero el resto es un misterio. Ella tiene su examen en la mano, pero no lo miro, porque imagino que ha suspendido como todo el mundo.

La dejo pasar antes de salir al pasillo. Supongo que podría decir que es el caballero que hay en mí, pero estaría mintiendo. Quiero echar un vistazo a su culo otra vez, porque es un culito supersexy, y ahora que ya lo he visto una vez no me importaría echarle un ojo de nuevo. La sigo hasta la salida y de repente me doy cuenta de lo minúscula que es. Voy un paso por detrás y aun así le veo la coronilla.

Justo cuando llegamos a la puerta, se tropieza con absolutamente nada y los libros que lleva en la mano caen ruidosamente al suelo.

—Mierda. Qué torpe soy.

Se agacha y yo hago lo mismo, porque, al contrario de mi declaración anterior, puedo ser un caballero cuando quiero, y lo caballeroso ahora es ayudarla a recoger sus libros.

—Oh, no hace falta. Puedo yo sola —insiste.

Pero mi mano ya ha tocado su examen parcial y mi boca se abre de par en par cuando veo la nota.

—Hostia puta. ¿Has sacado un 10? —pregunto.

Me responde con una sonrisa autocrítica.

—Ya. Estaba convencida de que había suspendido.

—Joder. —Me siento como si acabara de encontrarme por casualidad con el mismo Stephen Hawking y me estuviera tentando con los secretos del universo—. ¿Puedo leer tus respuestas?

Sus cejas se arquean de nuevo.

—Eso es bastante atrevido por tu parte, ¿no crees? Ni siquiera nos conocemos.

Resoplo.

—No te estoy pidiendo que te desnudes, cariño. Solo quiero echar un vistazo a tu examen trimestral.

—¿«Cariño»? Adiós al atrevido y hola al presuntuoso.

—¿Preferirías «señorita»? ¿«Señora», tal vez? Usaría tu nombre, pero no sé cómo te llamas.

—Por supuesto que no. —Suspira—. Me llamo Hannah. —Después hace una pausa llena de significado—. Garrett.

Vaya, estaba muuuuuuuuy lejos con eso de la M.

Y no me pasa inadvertida la forma en la que enfatiza mi nombre como si dijera: «¡Ja! ¡Yo sí que me sé el tuyo, cretino!».

Recoge el resto de sus libros y se pone de pie, pero no le devuelvo el examen. En vez de eso, me incorporo y empiezo a hojearlo. Mientras leo por encima sus respuestas, me desanimo todavía más, ya que si este es el tipo de análisis que Tolbert busca, estoy bien jodido. Hay una razón por la que voy a licenciarme en Historia, por Dios: ¡trato con hechos! Blanco y negro. Esto es lo que le sucedió a esta persona en este momento y aquí está el resultado.

Las respuestas de Hannah se centran en mierda teórica y en cómo los filósofos responderían a los diversos dilemas morales.

—Gracias. —Le devuelvo sus folios. A continuación, meto los pulgares en las trabillas de mis vaqueros—. Oye, una cosa. ¿Tú… te pensarías…? —Me encojo de hombros—. Ya sabes…

Sus labios tiemblan como si intentara no reírse.

—En realidad, NO.

Dejo escapar un suspiro.

—¿Me darías clases particulares?

Sus ojos verdes —el tono más oscuro de color verde que he visto en mi vida, que además están rodeados de gruesas pestañas negras— pasan de sorprendidos a escépticos en cuestión de segundos.

—Te pagaré —agrego a toda prisa.

—Oh. Eh. Bueno, sí, por supuesto que esperaba que me pagaras. Pero… —Niega con la cabeza—. Lo siento. No puedo.

Reprimo mi decepción.

—Vamos, hazme ese favorazo. Si suspendo la recuperación, mi nota media va a derrumbarse. Venga, porfa. —Despliego una sonrisa, esa que hace que mis hoyuelos aparezcan, esa que nunca falla y que consigue que las chicas se derritan.

—¿Eso te funciona normalmente? —pregunta con curiosidad.

—¿Qué?

—La cara de niño pequeño en plan «jopetas, va», ¿te ayuda a conseguir lo que quieres?

—Siempre —respondo sin vacilar.

—Casi siempre —me corrige—. Mira, lo siento, pero de verdad, no tengo tiempo. Ya estoy haciendo malabarismos con la escuela y el trabajo, y con el próximo concierto exhibición de invierno, tendré incluso menos tiempo.

—¿Concierto exhibición de invierno? —digo sin comprender nada.

—Ay, me olvidaba. Si no tiene que ver con el hockey, no está en tu radar.

—Y ahora, ¿quién está siendo presuntuoso? Ni siquiera me conoces.

Hay un segundo de silencio y después suspira.

—Estoy haciendo la carrera de Música, ¿vale? Y la Facultad de Arte monta dos exhibiciones importantes al año: el concierto de invierno y el de primavera. El ganador obtiene una beca de cinco mil dólares. En realidad, es una especie de gran feria de negocios. La gente importante de la industria vuela desde todas partes del país para verlo. Agentes, productores discográficos, buscadores de talentos y demás. Así que, aunque me encantaría ayudarte…

—No te encantaría —me quejo—. Parece que ni siquiera quieres hablar conmigo ahora mismo.

El pequeño gesto que hace con los hombros en plan «me has pillado» me cabrea un montón.

—Tengo que ir al ensayo. Lamento que hayas suspendido esta clase, pero si te hace sentir mejor, le ha pasado a todo el mundo.

Entrecierro los ojos.

—A ti no.

—No puedo evitarlo. Tolbert parece responder bien a mi estilo de soltar chorradas. Es un don.

—Bueno, pues yo quiero tu don. Por favor, maestra, enséñame a soltar chorradas.

Estoy a dos segundos de ponerme de rodillas y suplicar, pero se acerca a la puerta.

—Sabes que hay un grupo de estudio, ¿no? Te puedo dar el número para…

—Ya estoy en él —murmuro.

—Ah. Bueno, pues entonces no hay mucho más que pueda hacer por ti. Buena suerte en el examen de recuperación, «cariño».

Sale pitando por la puerta y me deja allí, mirándola con frustración. Increíble. Todas las chicas en esta universidad se cortarían un brazo por ayudarme. Pero ¿esta? Huye como si le acabara de pedir que asesinara a un gato para poder entregarlo en sacrificio a Satanás.

Y ahora estoy otra vez igual que antes de que Hannah —sin M— me diera ese leve destello de esperanza.

Totalmente jodido.

Capítulo 2

Garrett

Mis compañeros de piso están borrachos como una cuba cuando entro en el salón después del grupo de estudio. La mesa de centro está repleta de latas vacías de cerveza, junto a una botella casi vacía de Jack Daniels, que sé que es de Logan, porque él es defensor de la filosofía «la cerveza es para cobardes». Son sus palabras, no las mías.

En ese instante, Logan y Tucker están luchando en una intensa partida del Ice Pro, con la vista pegada a la pantalla plana mientras golpean frenéticamente los mandos. La mirada de Logan se mueve ligeramente cuando nota mi presencia en la puerta y la fracción de segundo de distracción le sale cara.

—¡Toma, toma, toma! —Tuck se pavonea cuando su defensor dispara un tiro que sobrepasa al portero de Logan y el marcador se ilumina.

—Joder, ¡por el amor de Dios! —Logan pausa el juego y me lanza una mirada sombría—. Pero qué leches, G. Me la acaban de colar por tu culpa.

No contesto porque ahora soy yo el que está distraído por lo que sucede en la esquina de ese mismo cuarto: una sesión medio porno. Y cómo no, el actor principal es Dean. Descalzo y con el torso desnudo, está tirado en el sillón mientras una rubia, que no lleva más que un sujetador negro de encaje y unos pantalones cortos, está sentada a horcajadas sobre él y se frota contra su entrepierna.

Unos ojos azules oscuros asoman sobre el hombro de la chica y Dean sonríe en mi dirección.

—¡Graham! ¿Dónde has estado, tío? —masculla.

Vuelve a besar a la rubia antes de que me dé tiempo a responder a su pregunta.

Por alguna razón, a Dean le gusta enrollarse con tías en todas partes menos en su dormitorio. En serio. Cada vez que me doy la vuelta, está metido en algún acto lujurioso. En la encimera de la cocina, en el sofá del salón, en la mesa del comedor. El tío se lo ha hecho en cada centímetro de la casa que compartimos los cuatro fuera del campus. Él es un zorrón total, y no tiene ningún complejo al respecto.

Por supuesto, yo no soy quien para hablar. No soy ningún monje, tampoco Logan ni Tuck. ¿Qué puedo decir? Los jugadores de hockey siempre estamos cachondos. Cuando no estamos en el hielo, normalmente se nos puede encontrar liándonos con una chica o dos. O tres, si tu nombre es Tucker y es la Nochevieja del año pasado.

—Llevo una hora enviándote mensajes, tronco —me informa Logan.

Sus enormes hombros se encorvan hacia delante mientras coge la botella de whisky de la mesa de centro. Logan es un gorila en la defensa, uno de los mejores con los que he jugado, y también el mejor amigo que he tenido. Su primer nombre es John, pero le llamamos por el segundo, Logan, porque así es más fácil diferenciarlo de Tucker, cuyo nombre de pila también es John. Por suerte, Dean es solo Dean, así que no tienes que llamarlo por su enrevesado apellido: Heyward-Di Laurentis.

—En serio, ¿dónde coño has estado? —se queja Logan.

—En el grupo de estudio. —Cojo una Bud Light de la mesa y la abro—. ¿Cuál es la sorpresa por la que no has parado de escribir?

Soy capaz de deducir el grado de borrachera de Logan en base a la gramática de sus mensajes. Y esta noche tiene que llevar un pedo supergordo, porque he tenido que hacer de Sherlock a tope para descifrar sus mensajes. «Suprz» significaba «sorpresa». Me ha llevado más tiempo decodificar «vdupv», pero creo que significaba «ven de una puta vez». Aunque nunca se sabe con Logan.

Desde el sofá, sonríe tanto, tanto, que es increíble que no se le desencaje la mandíbula. Apunta con el pulgar al techo y dice:

—Sube y lo ves por ti mismo.

Entrecierro los ojos.

—¿Por qué? ¿Quién está ahí?

Logan suelta unas risitas.

—Si te lo dijera, no sería una sorpresa.

—¿Por qué tengo la sensación de que estás tramando algo?

—Por Dios —dice Tucker con voz aguda—. Tienes serios problemas de confianza, G.

—Dice el idiota que dejó un mapache vivo en mi dormitorio el primer día del semestre.

Tucker sonríe.

—Va, vamos, Bandit era superadorable. Era tu regalo de bienvenida a la escuela otra vez.

Extiendo el dedo corazón.

—Sí, bueno, fue muy jodido deshacerse de tu regalo. —Ahora lo miro frunciendo el ceño, porque todavía recuerdo que tuvieron que venir tres personas de control de plagas para sacar al mapache de mi habitación.

—Por el amor de Dios —gime Logan—. Solo tienes que subir. Confía en mí, nos lo agradecerás más tarde.

La mirada de complicidad que intercambia con los otros alivia mi sospecha. Más o menos. A ver, no voy a bajar la guardia por completo, no con estos capullos.

Robo otras dos latas de cerveza al salir. No bebo mucho durante la temporada, pero el entrenador nos dio la semana libre para estudiar los exámenes parciales y todavía tenemos dos días de libertad. Mis compañeros de equipo, los muy afortunados, los cabrones, no parecen tener ningún problema en enchufarse doce cervezas y jugar como campeones al día siguiente. Pero yo a la mañana siguiente siento un zumbido que me da un dolor de cabeza insoportable, y después patino como un niño pequeño con su primer par de patines Bauer.

En cuanto volvamos a un régimen de entrenamiento de seis días a la semana, mi consumo de alcohol se reducirá a la fórmula 1-5 habitual: una bebida en las noches de entrenamiento, cinco después de un partido. Sin excepciones.

Mi plan es aprovechar al máximo el tiempo que me queda.

Armado con mis cervezas, me dirijo hacia arriba, a mi habitación. El dormitorio principal. Sí, saqué la carta de «soy vuestro capitán» para pillarla y, créeme, la discusión con mis compañeros de equipo valió la pena: baño privado, nena.

La puerta está entreabierta, algo que vuelve a despertar el modo sospecha en mí. Miro con cautela la parte de arriba del marco para asegurarme de que no hay un cubo de sangre a lo Carrie y, a continuación, le doy un pequeño empujón. Cede y entro unos centímetros, totalmente preparado para una emboscada.

Y ahí está.

Pero es más una emboscada visual que otra cosa, porque, Dios bendito, la chica que hay en mi cama parece haber salido del catálogo de Victoria Secret.

A ver, soy un tío y no sé el nombre de la mitad de las movidas que lleva puestas.

Veo encaje y lacitos rosas y mucha piel desnuda. Y estoy feliz.

—Has tardado un montón. —Kendall me lanza una sonrisa sexy que dice «estás a punto de tener suerte, hombretón» y mi polla reacciona en consecuencia y empieza a crecer bajo la cremallera—. Te iba a conceder cinco minutos más antes de largarme.

—Entonces, he llegado justo a tiempo. —Mi mirada se centra en su atuendo, digno de una buena dosis de babeo, y después digo lentamente—: Ey, nena, ¿es todo para mí?

Sus ojos azules se oscurecen de forma seductora.

—Ya sabes que sí, semental.

Soy muy consciente de que sonamos como personajes de una película porno cursi. Pero venga, cuando un hombre entra en su habitación y se encuentra a una mujer así está dispuesto a recrear cualquier escena cutre que ella quiera, incluso una que implique fingir ser un repartidor de pizza llevándole su pedido a una MQMF.

Kendall y yo nos liamos por primera vez durante el verano, por conveniencia más que otra cosa, porque los dos estábamos por la zona durante las vacaciones. Fuimos al bar un par de veces, una cosa llevó a la otra, y lo siguiente que sé es que estoy enrollándome con una chica cachonda de una fraternidad. Pero todo se apagó antes de los exámenes parciales, y aparte de unos cuantos mensajes guarros de vez en cuando, no había visto a Kendall hasta ahora.

—Pensé que quizá te apetecería pasar un buen rato antes de que empiecen otra vez los entrenamientos —dice mientras sus dedos con la manicura recién hecha juegan con el pequeño lazo rosa del centro de su sujetador.

—Has pensado bien.

Una sonrisa curva sus labios mientras se incorpora para ponerse de rodillas. Joder, sus tetas prácticamente se salen de esa cosa de encaje que lleva puesta. Mueve su dedo en mi dirección.

—Ven aquí.

No pierdo ni un segundo en ir hacia ella porque… de nuevo… soy un tío.

—Creo que estás demasiado abrigado —observa, y entonces agarra la cintura de mis vaqueros y desabrocha el botón. Tira de la cremallera y un segundo después mi polla sale a su mano, que espera. No he hecho la colada en semanas, así que voy sin ropa interior hasta que consiga organizarme, y por la forma en la que sus ojos brillan, garantizo que ella aprueba toda esta historia de ir sin calzoncillos.

Cuando la envuelve con sus dedos, un gemido sale de mi garganta. Oh, sí. No hay nada mejor que la sensación de la mano de una mujer en tu polla.

Pero no, me equivoco. La lengua de Kendall entra en juego y, madre mía, es mucho mejor que la mano.

Una hora después, Kendall se acurruca a mi lado y descansa la cabeza en mi pecho. Su lencería y mi ropa están esparcidas por el suelo de la habitación, junto con dos sobres vacíos de condones y el bote de lubricante que no hemos necesitado abrir.

Las caricias me ponen un poco nervioso, pero no puedo apartarla y exigir que se largue; no cuando claramente ha hecho un gran esfuerzo para este juego de seducción.

Pero eso también me preocupa.

Las mujeres no se adornan a saco con ropa interior cara para un polvo, ¿verdad? Mi respuesta es «no» y las palabras de Kendall validan mis inquietantes pensamientos.

—Te he echado de menos, cariño.

Mi primer pensamiento es: mierda.

Mi segundo pensamiento es: ¿por qué?

Porque en todo el tiempo que Kendall y yo nos hemos acostado, Kendall no ha hecho el mínimo esfuerzo para llegar a conocerme. Si no estamos echando un polvo, solo habla sin parar sobre sí misma. En serio, no creo que me haya hecho una pregunta personal desde que nos conocemos.

—Eh… —Lucho por dar con las palabras adecuadas, cualquier secuencia que no incluya «Yo. Te. He. Echado. De. Menos» ni «También»—. He tenido lío. Ya sabes, los exámenes parciales.

—Claro. Vamos a la misma universidad. Yo también he estado estudiando —Hay un punto de enfado en su tono de voz—. ¿Me has echado de menos?

Joder. ¿Qué se supone que debo decir a eso? No voy a mentir, porque eso solo le daría falsas esperanzas. Pero no puedo ser un cabrón y admitir que ni siquiera he pensado un segundo en ella desde la última vez que nos enrollamos.

Kendall se incorpora y entrecierra los ojos.

—Es una pregunta de sí o no, Garrett. ¿Me. Has. Echado. De. Menos?

Mi mirada va rápidamente a la ventana. Sí, estoy en el primer piso y planteándome saltar por la ventana. Eso da una idea de lo mucho que quiero evitar esta conversación.

Pero mi silencio lo dice todo, y de repente Kendall sale volando de la cama, su pelo rubio se mueve en todas direcciones mientras gatea para recuperar su ropa.

—Ay, Dios. ¡Eres un capullo integral! No te importo para nada, ¿verdad, Garrett?

Me levanto y voy en línea recta hacia mis pantalones vaqueros.

—Sí que me importas —protesto—, pero… 

Se pone las bragas con furia.

—Pero ¿qué?

—Pero pensé que estábamos de acuerdo sobre lo que era esto. No quiero nada serio. —La miro fijamente—. Te lo dije desde el principio.

Su expresión se suaviza mientras se muerde el labio.

—Lo sé, pero… Solo pensé…

Sé exactamente lo que pensaba, que me enamoraría de ella y que nuestros polvos informales se transformarían en el puto Diario de Noa.

Honestamente, no sé ni por qué me molesto en soltar las reglas. En mi experiencia, ninguna mujer se mete en una aventura creyendo que la cosa va a quedarse como una aventura. Puede decir lo contrario; es posible que incluso se convenza a sí misma de que a ella le parece guay el sexo sin ataduras, pero en el fondo espera y reza para que se convierta en algo más profundo.

Y entonces yo, el villano en su comedia romántica personal, llega y rompe esa burbuja de esperanza, a pesar de que yo nunca mentí sobre mis intenciones ni la engañé, ni siquiera por un segundo.

—El hockey es toda mi vida —digo con brusquedad—. Entreno seis días a la semana, juego veinte partidos al año, o más si hacemos postemporada. No tengo tiempo para novias, Kendall. Y te mereces muchísimo más de lo que yo te puedo dar.

La infelicidad nubla sus ojos.

—No quiero ser tu rollo de un rato. Quiero ser tu novia.

Otro «¿por qué?» casi se me escapa, pero consigo morderme la lengua. Si ella hubiera mostrado algún interés por mí fuera del asunto carnal, podría creerla, pero que no lo haya hecho me lleva a preguntarme si la única razón por la que quiere tener una relación conmigo es porque soy una especie de símbolo de estatus para ella.

Me trago mi frustración y le ofrezco otra torpe disculpa.

—Lo siento. Pero estoy en ese punto, en este momento de mi vida.

Cuando me subo la cremallera de los vaqueros, ella vuelve a centrar su atención en ponerse la ropa. Aunque decir «ropa» es un poco exagerado: todo lo que lleva es lencería y una gabardina. Lo que explica por qué Logan y Tucker sonreían como idiotas cuando he llegado a casa. Si una chica aparece en tu puerta con una gabardina, uno sabe muy bien que no hay mucho más debajo.

—No puedo enrollarme más contigo —dice ella finalmente. Su mirada se eleva para encontrar la mía—. Si seguimos haciendo… esto…, solo voy a conseguir engancharme más.

No puedo discutir eso, así que no lo hago.

—Nos lo hemos pasado bien, ¿verdad?

Tras un segundo de silencio, sonríe.

—Sí, nos lo hemos pasado bien.

Reduce la distancia entre nosotros y se pone de puntillas para besarme. Le devuelvo el beso, pero no con el mismo grado de pasión que antes. Es un beso suave. Cortés. La aventura ha seguido su curso y no pienso darle falsas esperanzas otra vez.

—Dicho esto… —Sus ojos brillan con picardía—. Si cambias de opinión sobre lo de ser tu novia, dímelo.

—Serás la primera persona a la que llame —prometo.

—Guay.

Me da un beso en la mejilla y sale por la puerta. No dejo de maravillarme de lo fácil que ha sido. Me había estado preparando para una pelea, pero, aparte del estallido inicial de cabreo, Kendall ha aceptado la situación como una profesional.

Si todas las mujeres fueran tan comprensivas como ella…

Y sí, eso es un pulla para Hannah.

El sexo siempre me abre el apetito, así que voy abajo en busca de algo para comer, y estoy feliz de ver que aún hay sobras de arroz y pollo frito, cortesía de Tuck, nuestro chef de la casa; y es que el resto de nosotros no puede hervir el agua sin quemarla. Tuck, por su parte, creció en Texas, con una madre soltera que le enseñó a cocinar cuando todavía estaba en pañales.

Me acomodo en la encimera de la cocina y me meto un trozo de pollo en la boca mientras veo a Logan paseándose solo con unos calzoncillos a cuadros.

Levanta una ceja al verme.

—Ey. No pensé que te vería de nuevo esta noche. Suponía que estarías MOF.

—¿MOF? —le pregunto entre bocado y bocado. A Logan le gusta soltar acrónimos con la esperanza de que empecemos a utilizarlos como argot, pero lo cierto es que la mitad del tiempo no tengo ni idea de lo que dice.

Sonríe.

—Muy Ocupado Follando.

Resoplo y me meto un bocado de arroz salvaje en la boca.

—En serio, ¿la rubita se ha ido ya?

—Sí. —Mastico antes de continuar—. Conoce las normas. —Las normas son: nada de novias y nada de quedarse a dormir en casa, bajo ningún concepto.

Logan descansa los antebrazos en la mesa, sus ojos azules brillan cuando cambia de tema.

—Estoy impaciente porque llegue este puto finde contra el St. Anthony. ¿Te has enterado? La sanción de Braxton ha terminado.

Eso hace que mi atención se centre en lo que dice.

—No me jodas. ¿Juega el sábado?

—Pues sí. —La expresión de Logan se vuelve superalegre—. Voy a disfrutar de lo lindo rompiéndole la cara a ese imbécil contra la valla.

Greg Braxton es el extremo estrella del St. Anthony y una auténtica escoria humana. El tío tiene una vena sádica que no le da miedo airear en el hielo y, cuando nuestros equipos se enfrentaron en la pretemporada, envió a uno de nuestros defensores de segundo curso a urgencias con un brazo roto. De ahí su sanción de tres partidos de suspensión, aunque si fuera por mí, habría mandado al puto psicópata a casa suspendiéndolo de por vida del hockey universitario.

—Si necesitas machacar a ese cabrón, yo estaré ahí contigo —prometo.

—Te tomo la palabra. Ah, y la semana que viene tenemos a Eastwood en casa.

Realmente debería prestar más atención a nuestra agenda. Eastwood College va segundo en nuestra liga —después de nosotros, por supuesto—, y nuestros duelos siempre son de morderse las uñas.

Y, mierda, de repente recuerdo que si no saco una muy buena nota en Ética, no estaré en el hielo en el partido contra Eastwood.

—Joder —murmuro.

Logan roba un pedazo de pollo de mi plato y se lo mete en la boca.

—¿Qué?

Todavía no les he contado a mis compañeros de equipo lo de mi problema con las notas, porque no esperaba que la media fuera tan mala. Ahora parece que es inevitable admitirlo.

Así que, con un suspiro, le cuento a Logan lo de mi suspenso en Ética y lo que podría significar para el equipo.

—Deja la asignatura —dice al instante.

—No puedo. Ya ha pasado la fecha límite.

—Mierda.

—Exacto.

Intercambiamos una mirada sombría y después Logan se deja caer en el taburete de al lado mientras se pasa una mano por el pelo.

—Entonces tienes que currártelo, tronco. Estudia hasta que se te caigan los huevos y saca un 10 en ese puto examen. Te necesitamos, G.

—Lo sé. —Agarro mi tenedor con frustración y después lo suelto. Mi apetito se ha esfumado. Este es mi primer año como capitán, algo que es un gran honor teniendo en cuenta que solo estoy en tercero. Se supone que debo seguir los pasos de mi predecesor y llevar a mi equipo a otro campeonato nacional, pero ¿cómo coño puedo hacer eso si no estoy en el hielo con ellos?

—Tengo una profesora particular en mente —le digo a mi compañero de equipo—. Es una puta genia.

—Guay. Paga lo que te pida. Yo, si quieres, pongo pasta.

No puedo evitar sonreír.

—Guau. ¿Estás ofreciendo compartir tu dinerito? Sí que quieres que juegue, ¿eh?

—Ahí le has dado. Todo por nuestro sueño, tío. Tú y yo con las camisetas de Bruins, ¿recuerdas?

Debo admitir que es un sueño la hostia de chulo. Logan y yo no hemos parado de hablar de eso desde que nos asignaron como compañeros de cuarto en el primer año. No hay ninguna duda de que después de la graduación me iré a la liga profesional. Tampoco hay ninguna duda de que seleccionarán a Logan. El tío se mueve más rápido que un rayo y es una absoluta bestia en el hielo.

—Sube esa puta nota, G —me ordena—. Si no, te voy a patear el culo.

—El entrenador me dará más fuerte. —Logro esbozar una sonrisa—. No te preocupes, estoy en ello.

—Bien. —Logan me roba otro trozo de pollo antes de salir de la cocina.

Engullo el resto de la comida, luego vuelvo al piso de arriba para coger el teléfono. Es el momento de ejercer presión sobre Hannah, sin M.

Capítulo 3

Hannah

—De verdad creo que deberías cantar esa última nota en mi mayor —insiste Cass. Es como un disco rayado, suelta la misma sugerencia sin sentido cada vez que terminamos de repasar el dueto.

Soy pacifista. No creo en el uso de los puños para resolver los problemas. Considero cualquier tipo de pelea organizada, incluso las deportivas, una barbarie y pensar en las guerras me revuelve el estómago.

Pero, aun así, estoy «a esto» de soltarle un puñetazo a Cassidy Donovan en la cara.

—Esa nota es demasiado baja para mí. —Mi tono de voz es firme, pero resulta imposible ocultar mi enfado.

Cass se pasa una frustrada mano por el pelo oscuro y ondulado y se vuelve a Mary Jane, que juguetea nerviosa en el banco del piano.

—Tú sabes que tengo razón, MJ —le implora—. Será un golpe más impactante si Hannah y yo acabamos en la misma nota que si hacemos la armonía.

—No, el impacto será mayor si hacemos la armonía —le rebato.

Estoy a punto de empezar a arrancarme mi propio pelo de la cabeza. Sé exactamente lo que está haciendo Cass. Él quiere acabar la canción en SU nota. Ha estado soltando mierdas como esa desde que decidimos formar un equipo para la actuación de invierno, haciendo todo lo posible para que su voz destaque y mandarme a mí a un segundo plano.

Si hubiera sabido lo divo que es el puto Cass, le habría dicho que ni de coña a este dueto, pero el imbécil decidió mostrar su verdadera cara después de haber empezado los ensayos y ahora es demasiado tarde para echarse atrás. He invertido demasiado tiempo en este dueto, y lo cierto es que me encanta la canción, en serio. Mary Jane ha escrito un tema increíble y una parte de mí no quiere decepcionarla lo más mínimo. Además, sé bien que la facultad prefiere los duetos a los solos, es un hecho: las últimas cuatro actuaciones que han ganado la beca han sido duetos. A los jueces se les hace el culo gaseosa con las armonías complejas y esta composición las tiene en abundancia.

—¿MJ? —suelta Cass.

—Eh…

Veo cómo la rubia pequeñita se derrite bajo su mirada magnética. Cass tiene ese efecto en las mujeres. Es exasperantemente guapo y encima su voz es fantástica. Por desgracia, él es muy consciente de ambas cualidades y no tiene reparo alguno en utilizarlas en beneficio propio.

—Quizá Cass tenga razón —balbucea MJ, que evita mirarme a los ojos mientras me traiciona—. ¿Por qué no lo intentamos en mi mayor, Hannah? Vamos a hacerlo una vez y a ver cuál funciona mejor.

«¡Traidora!, ¡Judas!» Eso es lo que quiero gritar, pero me muerdo la lengua. Como yo, MJ se ha visto obligada a hacer frente a las demandas estrafalarias de Cass y a sus «brillantes» ideas desde hace semanas, así que no puedo culparla por tratar de llegar a un punto intermedio.

—Ok —suelto—. Intentémoslo.

El triunfo ilumina los ojos de Cass, pero no permanece ahí mucho tiempo porque después de cantar la canción otra vez, queda claro que su sugerencia no vale para nada. La nota es demasiado baja para mí y, en lugar de conseguir que la hermosa voz de barítono de Cass destaque, mi parte suena tan fuera de lugar que desvía toda la atención.

—Creo que Hannah debe quedarse en la tonalidad original. —Mary Jane mira a Cass y se muerde el labio, como si tuviera miedo de su reacción.

Y aunque el tío es un arrogante, no es estúpido.

—Bien —suelta—. Lo haremos a tu manera, Hannah.

Aprieto los dientes.

—Gracias.

Afortunadamente, nuestra hora llega a su fin, lo que significa que la sala de ensayo está a punto de pertenecer a alguien de primero de carrera. Ansiosa por salir de allí, recojo con rapidez mi partitura y me pongo el chaquetón. Cuanto menos tiempo tenga que pasar con Cass, mejor.

¡Dios! No lo soporto.

Irónicamente, cantamos una canción de amor profundamente emocional.

—¿A la misma hora mañana? —me mira expectante.

—No, mañana es el día de los ensayos a las cuatro, ¿recuerdas? Los martes por la noche trabajo.

El descontento endurece su rostro.

—¿Sabes qué? Podríamos haber tenido la canción más que preparada hace mucho tiempo si tu horario no fuera tan incómodo.

Arqueo una ceja.

—Dice el tío que se niega a ensayar los fines de semana. Porque te recuerdo que estoy libre ambos días: sábados y domingos por la noche.

Sus labios se tensan y a continuación se marcha con paso tranquilo sin decir nada más.

Capullo.

Un profundo suspiro suena detrás de mí. Me doy la vuelta y veo a MJ sentada aún al piano, todavía mordiéndose el labio.

—Lo siento, Hannah —dice en voz baja—. Cuando os propuse a los dos cantar mi canción no me imaginé que Cass sería tan difícil.

Mi enfado se derrumba cuando me doy cuenta de lo disgustada que está.

—Oye, no es culpa tuya —le aseguro—. Yo tampoco esperaba que fuese así de gilipollas. Pero es un cantante increíble, así que vamos a tratar de centrarnos en eso, ¿vale?

—Tú también eres una cantante increíble. Por eso os elegí a los dos. No podía imaginar a nadie que no fueseis vosotros dando vida a la canción, ¿sabes?

Le sonrío. Es una chica superdulce, por no hablar de que es una de las compositoras con más talento que he conocido. Cada pieza que se lleva a cabo en el concierto tiene que estar compuesta por un estudiante de la carrera de Composición e, incluso antes de que MJ se acercara a mí, yo ya había pensado pedirle que me dejara utilizar una de sus canciones.

—Te prometo que nos vamos a salir con tu canción, MJ. No hagas caso de las rabietas absurdas de Cass. Creo que a él solo le gusta discutir por el hecho de discutir.

Se ríe.

—Sí, probablemente. ¿Hasta mañana, entonces?

—Sí. A las cuatro en punto.

Me despido con la mano y, a continuación, salgo de la sala y me dirijo a la calle.

Una de las cosas que más me gustan de Briar es el campus. Los edificios antiguos y cubiertos de hiedra están conectados entre sí por caminos de adoquines bordeados de enormes olmos y bancos de hierro forjado. La universidad es una de las más antiguas del país, y su lista de exalumnos contiene decenas de personas influyentes, y también a más de un presidente.

Pero lo mejor de Briar es la seguridad. En serio, nuestra tasa de criminalidad roza el cero, algo que probablemente tiene mucho que ver con la dedicación del decano Farrow a la seguridad de sus estudiantes. La escuela invierte un montón de dinero en cámaras colocadas de forma estratégica y guardias que patrullan las instalaciones las veinticuatro horas del día. No es que sea una prisión ni nada así. Los chicos de seguridad son amables y discretos. De verdad, apenas me doy cuenta de su presencia cuando paseo por el campus.

Mi residencia está a cinco minutos a pie del edificio de Música, y exhalo un suspiro de alivio cuando atravieso las puertas de roble macizo de la Residencia Bristol. Ha sido un día largo y lo único que me apetece es pegarme una ducha caliente y meterme en la cama.

El espacio que comparto con Allie es más una suite que la típica habitación de residencia de estudiantes. Es una de las ventajas de ser alumnas de segundo ciclo. Tenemos dos habitaciones, un pequeño espacio común y una cocina aún más pequeña. El único inconveniente es el baño comunitario, que compartimos con las otras cuatro chicas de nuestra planta, pero por suerte ninguna de nosotras es desordenada, así que las duchas y los inodoros suelen mantenerse perfectamente limpios.

—Ey. Has vuelto tarde. —Mi compañera asoma la cabeza mientras succiona con una pajita lo que tiene en el vaso. Está bebiendo algo verde, denso y absolutamente asqueroso, pero es un espectáculo al que ya me he acostumbrado. Allie lleva las últimas dos semanas haciendo una dieta de zumos, lo que significa que todas las mañanas me despierto con el zumbido ensordecedor de la licuadora mientras prepara sus comidas líquidas repulsivas para el resto del día.

—He tenido ensayo. —Me quito los zapatos de una patada y lanzo el abrigo sobre la cama; a continuación, empiezo a desvestirme hasta quedarme en ropa interior, a pesar de que Allie sigue en el quicio de la puerta.

Hace algún tiempo yo era demasiado tímida como para desnudarme delante de ella.

Cuando compartimos una habitación doble el primer año, las primeras semanas me cambiaba bajo las sábanas o esperaba a que Allie hubiese salido de la habitación. Pero hay una cosa que ocurre en la universidad, y es que no existe algo como la privacidad y, tarde o temprano, uno tiene que aceptarlo. Todavía recuerdo lo avergonzada que me sentí la primera vez que le vi los pechos desnudos a Allie; ella tiene cero pudor, así que cuando me pilló mirándola solo me guiñó un ojo y dijo:

—Son increíbles, ¿eh?

Después de eso, abandoné la costumbre de desnudarme bajo las sábanas.

—Escucha esto…

Su comienzo informal me pone en guardia. He vivido con Allie durante dos años, lo suficiente como para saber que cuando empieza una frase con «escucha esto», por lo general, va seguido de algo que no quiero oír.

—¿Sí? —digo mientras cojo mi albornoz del gancho de la puerta.

—Hay una fiesta en la casa de la fraternidad Sigma la noche del miércoles. —Sus ojos azules empiezan a brillar con intensidad—. Tú vienes conmigo.

Suelto un quejido.

—¿La fiesta de una fraternidad de chicos? Ni de coña. De ninguna manera.

—De todas las maneras, Hannah. —Cruza los brazos sobre el pecho—. Los exámenes parciales se han acabado, así que más te vale no usar eso como excusa. Y me prometiste que harías un esfuerzo este curso por ser más social.

Sí, yo había prometido eso, pero… esto es lo que pasa: no me gustan las fiestas.

Me violaron en una fiesta.

Dios, odio esa palabra. Violación. Es una de las pocas palabras del vocabulario que tiene un efecto visceral cuando se oye. Como una bofetada con la mano abierta en la cara o una jarra de agua congelada sobre la cabeza. Es desagradable y desmoralizador, y yo intento con todas mis fuerzas no permitir que controle mi vida. He trabajado mucho en lo que me pasó. Vaya si lo he hecho. Sé que no fue culpa mía. Sé que no fue algo que pedí y sé que no hice nada que invitara a que sucediera. No me ha arrebatado mi capacidad de confiar en la gente ni me da miedo todo hombre que se cruza en mi camino. Años de terapia me han ayudado a ver que la culpa la tiene exclusivamente él. Algo no funcionaba bien en él. No en mí. Nunca en mí. Y la lección más importante que aprendí es que yo no soy una víctima, soy una superviviente.

Pero eso no quiere decir que el ataque no me cambiara. Y tanto que lo hizo. Hay una razón detrás de que lleve un espray de pimienta en el bolso y de que tenga el dedo preparado para marcar el 112 en mi teléfono si voy andando sola por la noche. Hay una razón por la que no bebo en público ni acepto copas de nadie, ni siquiera de Allie, porque siempre hay una posibilidad de que pueda estar dándome, sin saberlo, una copa contaminada.

Y hay una razón detrás de que no quiera ir a muchas fiestas. Supongo que es mi versión personal del trastorno de estrés postraumático. Un sonido, un olor o la visión de algo inofensivo hace que los recuerdos emerjan en espiral a la superficie. Escucho música a todo volumen y conversaciones en voz alta y carcajadas. Huelo a cerveza rancia y a sudor. Estoy entre una multitud. Y de repente, vuelvo a tener quince años y vuelvo a estar en la fiesta de Melissa Mayer, atrapada en mi propia pesadilla personal.

Allie suaviza su tono cuando ve mi angustiado rostro.

—Hemos hecho esto antes, Han-Han. Será como todas las otras veces. En ningún momento te perderé de vista y ninguna de las dos beberá ni una sola gota. Te lo prometo.

La vergüenza tira de mis entrañas. La vergüenza y el arrepentimiento y un toque de asombro, porque, guau, es una amiga de veras increíble. Ella no tiene por qué mantenerse sobria ni permanecer en guardia solo para hacerme sentir bien, pero lo hace cada vez que salimos y yo la adoro profundamente por eso.

Pero no me gusta que tenga que hacerlo.

—Está bien —cedo, no solo por ella, sino también por mí. Le he prometido a mi amiga ser más social, pero también me he prometido a mí misma que iba a hacer un esfuerzo por probar cosas nuevas este año. Para bajar la guardia y dejar de una vez de tener tanto miedo a lo desconocido. Puede que una fiesta de una fraternidad no represente mi ideal de diversión, pero quién sabe, igual acabo pasándolo bien.

El rostro de Allie se ilumina.

—¡Síííííí! Y encima ni siquiera he tenido que jugar la carta que tenía.

—¿Qué carta? —pregunto desconfiada.

Una sonrisa eleva las comisuras de su boca.

—Justin va a estar allí.

Mi pulso se acelera.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque Sean y yo nos encontramos con él en el comedor y nos dijo que iría. Supongo que una buena parte de los cabeza huecas ya contaba con ir.

—Él no es ningún cabeza hueca. —Frunzo el ceño.

—Oh, pero qué momento tan entrañable, tú defendiendo a un jugador de fútbol americano. Espera. Voy a salir fuera para ver si hay cerditos volando en el cielo.

—Ja, ja, ja.

—En serio, Han, es extraño. A ver, no me malinterpretes, estoy totalmente a favor de que te mole alguien. ¿Cuánto ha pasado ya? ¿Un año desde que Devon y tú lo dejasteis? Pero es que no entiendo que tú, con todos los chicos que hay por ahí, pierdas la cabeza por un musculitos.

Cierto malestar me sube por la columna.

—Justin es… él no es como el resto. Él es diferente.

—Dice la chica que nunca ha intercambiado ni una sola palabra con él.

—Es diferente —insisto—. Es tranquilo y serio y, por lo que he visto, no va por ahí tirándose a todo lo que lleva falda, como hacen sus compañeros de equipo. Ah, y es inteligente; lo vi leyendo a Hemingway en el patio la semana pasada.

—Probablemente era una lectura obligatoria.

—No lo era.

Allie entrecierra los ojos.

—¿Cómo lo sabes?

Siento el rubor subiendo por mis mejillas.

—Una chica le preguntó en clase el otro día y él le contestó que Hemingway era su autor favorito.

—Oh, Dios mío. ¿Ahora espías sus conversaciones? Das miedo. —Allie exhala un suspiro—. Bueno, hasta aquí hemos llegado; el miércoles por la noche intercambiarás frases de verdad con él.

—Puede ser —digo sin comprometerme—. Si se da la oportunidad…

—Yo haré que se dé. En serio. No nos vamos de esa fiesta hasta que hayas hablado con Justin. No me importa si solo le dices «hola, ¿qué tal estás?». Vas a hablar con él. —Clava el dedo en el aire—. ¿Capisci?

Suelto una risita.

—¿Capisci? —repite con tono estricto.

Tras un segundo, suelto una exhalación de derrota.

—Capisco.

—Bien. Ahora date prisa y dúchate para poder ver un par de capítulos de Mad Men antes de acostarnos.

—Un capítulo. Estoy demasiado cansada como para nada más. —Sonrío—. ¿Capisci?

—Capisco —gruñe antes de salir de mi habitación despreocupadamente.

Me río de mí misma mientras recopilo los productos para la ducha, pero algo me impide otra vez llegar a mi objetivo. Cuando apenas he dado dos pasos hacia la puerta, un gato maúlla en mi bolso. Ese sonido agudo es el que elegí como tono para los mensajes de texto, porque es el único lo suficientemente molesto como para llamar mi atención.

Dejo el neceser en la cómoda y rebusco en el bolso hasta que localizo el móvil; a continuación, analizo el mensaje que hay en la pantalla.

Él: Ey, soy Garrett. Quería cerrar detalles: horario clases particulares.

Por el amor de Dios.

No sé si reír o gritar. El tío es tenaz, eso desde luego. Suspiro y le devuelvo el mensaje rápidamente. Un mensaje corto y nada amable.

Yo: ¿Cómo has conseguido este número?

Él: En la hoja dl grp d estudio.