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La temática general del libro se centra en la conexión entre la fe, la mente y la magia universal. La mayoría de los relatos son reales en un contexto descriptivo, donde se explora cómo nuestra fe en Dios, o nuestra mentalidad, positiva o negativa, pueden influir en nuestra percepción de la realidad y experiencias cotidianas. Aborda también acerca de la existencia de una conexión invisible entre lo divino y lo humano, y cómo puede manifestarse a través de eventos y experiencias que parecen trascender la lógica y la casualidad. La conexión entre la fe, la mente y la magia cósmica, también se puede percibir a través de nuestra intuición. Al aprender a confiar en nuestra sabiduría interior y seguirla, podemos tomar decisiones más alineadas con nuestro propósito de vida y encontrar soluciones creativas a los desafíos que enfrentamos. También, cómo la gratitud es una forma poderosa de conectarnos con lo divino y apreciar las bendiciones en nuestra vida y sorprendernos con las pequeñas cosas que nos ofrece el universo y encontrar alegría en lo que poseemos a nivel material, emocional, y espiritual. Aunque la obra se basa en gran medida en historias reales, también incluye elementos mágicos o sobrenaturales. Hay historias que exploran la idea de los milagros, experiencias cercanas a la muerte, o incluso las experiencias místicas o espirituales. Se invita a los lectores a reflexionar sobre la importancia de la fe en Dios o en uno mismo, la mentalidad positiva y la apertura a lo mágico en nuestras vidas.
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Seitenzahl: 230
Veröffentlichungsjahr: 2024
ALICIA ISABEL MARTÍNEZ
Martínez, Alicia Isabel Puentes entre la mente y el cielo / Alicia Isabel Martínez. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5194-8
1. Cuentos. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Fotografia de portada: Gabriel Omar Azpiroz
Prólogo
Pensamiento fugaz
El poder del enfoque
Providencia Divina
Delivery de limones
Destellos de otro mundo
Tibieza en invierno
Las llaves del fontanero
Fuego estomacal
Rescate inesperado
Deseo cumplido
Mensaje del alma
Celebración histórica
Intuición
Anticipo
Asistencia divina
La sombra del secuestro
Secretos en la pava
Emboscada
Transgresión vial
Epílogo inesperado
Triunfo merecido
Contratiempos en la arena
Despedida eterna
Vaivenes de la existencia
Situación resuelta
Enigma
Arrepentimiento sincero
Feliz retorno
Metamorfosis del destino
Tormentos de angustia
Encuentro con Juan Carlos
Gafas perdidas
Milagro
Dedicatoria
Principalmente a mi marido Gabriel Omar,
quien me alentó diariamente, a que escribiera mi segundo libro.
A mis dos hijas: Cele y Sol.
A mi nietito: Gwyddyon
A mi hermana melliza Adriana Beatriz,
con quien conversaba en el vientre materno, y es mi mejor amiga.
A la editorial: Autores de Argentina,
por su profesionalidad, y compromiso.
Y a todos, los que, de alguna manera,
me apoyan en este camino de escritora amateur.
Me aventuré a escribir mi segundo libro, en tercera persona, convencida de que mis relatos le dejan al lector alguna enseñanza para tener en cuenta o poner en práctica.
Las historias están basadas, principalmente, en experiencias personales propias, y otras, las menos, en experiencias de terceros.
A lo largo de mi vida, me han sucedido hechos, algunos mágicos, otros trágicos, y otros, que me han dejado algún legado para transmitir.
Mi deseo es que los lectores disfruten de estas pequeñas historias, y saquen alguna conclusión para beneficio propio, o de las personas que los rodean.
Mi intención, sobre todo, es que las personas recuperen la confianza en sí mismas, o la Fe en Dios o en el Universo, o bien que la sostengan en el tiempo. Y además que crean en hechos “causales” o casi mágicos que a menudo suceden en la vida de cada una.
Saludos cordiales, Alicia Isabel Martínez
Amaneció un día soleado, pero fresco, era a mediados de otoño, en el hemisferio sur, día viernes en Punta Alta, República Argentina. El jardín de la vivienda, que estaba al frente, al cual se accedía por una puerta enrejada de color negro, acompañada por dos paredones uno a la izquierda y el otro a la derecha de color verde oscuro, estaba desarreglado, lleno de arbustos, camelias; jazmín del cabo; rosa china; enredaderas de campanita color blanca; ave del paraíso; helechos, hortensias secas, y rosales rojos, amarillos y rosados, alicaídos. Por ello, Araceli, una mujer de estatura mediana, rellenita, con cabellos plateados, y de unos cincuenta años, decidió, no dormir su descanso diario a media tarde, después de su empleo, y poner en orden su jardín. Cortaría hierbas, con una guadaña, sacaría arbóreas enanas con guantes de vaqueta color amarillo, y podaría los rosales con tijera de poda. Es que no contaba con un caballero que hiciera esa labor por ella, ya que era una fémina separada desde hacía más de diez años. Tuvo un único heredero de nombre Esteban, con su excónyuge llamado Ernesto, del cual se separó porque le fue infiel con su mejor amiga Roxana. Su hijo de unos veintidós años estudiaba en Capital Federal, Ciencias Políticas, cursaba el cuarto año y le faltaba poco para recibirse. Los estudios de su primogénito, y gastos para su manutención y alquiler del departamento, los pagaba su figura paterna, ella colaboraba con el pago de los servicios de luz, gas, agua, e internet, y también los de su hogar mediante un trabajo digno, que le permitía tener un mediano ingreso para subsistir.
Realizaba una labor en una escribanía de 8:00 a. m. a 2:00 p. m., de lunes a viernes. El trabajo era rutinario, allí se realizaban escrituras, certificaciones de firmas, legalizaciones de todo tipo. Hacía más de veinte años que era auxiliar administrativa en ese lugar, y junto con su compañera Cristina, hacían un buen equipo. El escribano era un hombre de más de 55 años de edad, de ojos claros, cabello castaño mezclado con algunas canas, alto, un poco rellenito, más muy cordial con sus empleadas. Solía, de vez en cuando, llevarles chocolates o alfajores, para media mañana. Siempre para el día de la secretaria, el 4 de setiembre, les regalaba flores y bombones.
Araceli tras su separación, tuvo algunos amoríos: uno con un hombre casado con tres hijos: dos mujeres y un hombrecito, que durante más de dos años le prometió que se separaría de su consorte, y nunca lo hizo, y un hombre divorciado con dos descendientes varones, que era un poco inmaduro, y cuya relación duró tres años. Por tales motivos se encontraba sin compañía, y decidió no involucrarse más en relaciones amorosas, y dedicarse a su oficio, salir con su compañera de trabajo Cristina, que quedó viuda muy joven y avocarse a otras actividades que la distrajeran.
Después de su ocupación y dormir una pequeña siesta, realizaba frecuentemente actividad física moderada por la tarde, tres veces por semana: lunes, miércoles y viernes a las 7 p. m., e iba a un coral, dos veces por semana: martes y jueves a las 6 p. m., donde se relacionaba con personas de ambos sexos de edades similares a la de ella.
Se encontraba viviendo en la residencia que le dejaron sus padres de herencia, por ser la única hija. Una vivienda antigua estilo chorizo, de techos altos, unifamiliar, de una sola planta entre medianeras, construida sobre la línea municipal, que tenía una larga galería que daba al norte, donde se encontraban las puertas de madera oscura lustrada, acristaladas, relativamente estrechas y altas, con una carpintería tipo banderola en la parte superior, que correspondían a los dos dormitorios, y al final estaba la entrada a la cocina, una puerta más baja de madera, también con vidrios. Desde la cocina se podía acceder al baño, que era muy grande con azulejos blancos y negros, piso de granito gris al igual que la cocina, una gran bañera enlozada blanca con patas de hierro, apoyada en la medianera, ocupaba casi todo el recinto, y accesorios de color blanco, con grifería de plata. Se podía circular por dentro de la morada, a través de los dormitorios con puertas enfrentadas. En aquella época, década del treinta, cuando se construyó la casa, la privacidad no era un requisito importante dentro de la estructura familiar patriarcal existente. Los pisos de los aposentos eran de madera llamada pinotea, por ser de pino, lustrada y en las habitaciones se podía sentir un olor característico. La morada era típica de las que hicieron los inmigrantes italianos y españoles, en Argentina en la década del treinta o cuarenta, en una ciudad importante, que estaba asociada a un puerto. Tenía además el jardín al frente, y un patio con frutales al fondo: Se podían ver árboles de ciruelo, damasco, higo, naranja y limón. También al final de la vivienda, lindante con el vecino yacía un pequeño depósito, con una puerta de chapa oxidada por el paso del tiempo. Era el galpón de herramientas, aparatos y equipos. Para acceder a la casa, debería hacerse siempre a través de la puerta de hierro forjado de color negro.
Ese día, luego de su trabajo, Araceli se dedicó por más de dos horas a limpiar su jardín, mientras escuchaba música de YouTube, con sus auriculares inalámbricos puestos, le gustaba la música romántica, boleros instrumentales, o a veces escuchaba mantras de la India, que la relajaban bastante. Para limpiar la zona ajardinada se colocó unos anteojos de plástico transparente de seguridad, ropa cómoda: un pantalón jogging viejito color gris, y una remera azul, junto con un par de alpargatas negras. Además sobre la ropa se puso un delantal de descarne color amarillo, que tenía bolsillos. Se calzó en las manos unos guantes de Vaqueta de color marrón, para no lastimarse con espinas de los arbustos, y buscó la tijera de podar de una sola mano, en el galpón al final del terreno. En ese lugar su padre dejó un montón de herramientas, porque fue un hombre muy dispuesto al trabajo y esmerado en los arreglos de la casa.
Llenó cinco bolsas negras de polietileno, resistentes, de 80 centímetros por 100 centímetros, con los desechos de arbustos y hojas amarillentas, secas, y algunas ramas. Con gran esfuerzo, arrastró hasta la vereda, por un camino de cemento gris estrecho, cada una de las bolsas. Las dejó allí, al lado del cesto de residuos, de color blanco, para que se las lleve el recolector de residuos a la noche, a eso de las 11 p. m.
A la mañana siguiente, Araceli escuchó las noticias en la radio más popular de la ciudad, Radio Rosales, y se enteró de que los recolectores de residuos estaban haciendo protesta laboral desde el día anterior, por reclamos salariales. Los recolectores solo pasaban por su vecindario los lunes, miércoles y viernes.
Era sábado, y ella se ocupaba de realizar las compras para tres o cuatro días. Salió de su casa, con un carrito de compras, y observó que el producto de su trabajo todavía seguía en la vereda, se dirigió a un supermercado cercano.
El domingo Araceli se ocupó en ordenar y limpiar un poco su casa. Ya que durante la semana no podía hacerlo.
Llegó el día lunes, y Araceli fue a su puesto de trabajo como de costumbre. Se enteró por el canal de televisión local, Punta Alta Visión, que los empleados municipales seguirían con la huelga hasta el viernes próximo inclusive, por lo que sus bolsas seguirían adornando su vereda.
El día martes Araceli vio, al regreso de su tarea, que su vecino José Luis, de unos cuarenta años, contrató en alquiler, un contenedor metálico de color blanco y rojizo por el óxido de hierro, que hizo colocar al lado del cordón de la vereda de su casa, donde tiró un árbol de olivo seco y viejo, el que sacó aparentemente de su patio. Solo llenó la mitad del contenedor.
Araceli analizó esta situación, y pensó en que podría pedirle a su vecino, que la autorizara a botar sus cinco bolsas de residuos en el contenedor. Fue un pensamiento fugaz… pero no se animó a pedirle ese favor a José Luis.
A los dos días, o sea el día jueves, después de las 8:30 p. m., el vecino de Araceli tocó timbre en su casa. Ella se encontraba en la cocina, sentada a la mesa, tomando unos mates amargos, comiendo una manzana, ya que evitaba comer galletitas, y mirando las noticias en la televisión, por ello caminó desde allí hasta la puerta de hierro forjado, colocó la llave en la cerradura y abrió la puerta, se encontró con su vecino y se asombró al verlo, abriendo sus grandes ojos y elevando sus cejas, lo saludó amablemente, mientras pensaba cuál sería el motivo de su visita. José Luis le respondió el saludo, y le ofreció parte del contenedor vacío, para que tire sus bolsas negras.
Araceli, inmediatamente aceptó la propuesta encantada y sonriente. Y los dos juntos tiraron los envoltorios en el recipiente. Se despidieron cordialmente.
Araceli recordó, que deseó colocar las bolsas en el contenedor de su vecino. ¿Fue casualidad el ofrecimiento de su vecino? ¿O es que el Universo atendió su pedido? Se sentía feliz por el gesto de José Luis, es por ello que agradeció por el deseo cumplido.
Vilma asistió a un curso teórico-práctico, en donde aprendió que para lograr un objetivo debía enfocarse, porque según la disertante, solo se observaba un 4 % de toda la realidad que nos rodeaba, el otro porcentaje, esto es el 96 % no lo veíamos, según la conferenciante: Una prestigiosa mujer que estudió Neurociencias, y Programación Neurolingüística. Para Vilma fue una novedad, esta revelación. La profesora del taller llamada Lucrecia, una mujer de unos cincuenta años, alta y elegante, de cabellos rojizos, con vocabulario fluido, les enseño que hicieran un ejercicio sencillo, a partir del día del encuentro: que se enfocaran los presentes o desearan ver mariposas amarillas o autos de color rojo, y que durante casi todo el día pensaran en ello, por lo menos durante un par de días, y les aseguró a los asistentes, que verían lo que deseaban, ya sea en la calle, en una vereda, en Facebook, o Instagram, en una fotografía de una revista, etc. Por otro lado, Lucrecia, preguntó al auditorio, si se encontraba alguna mujer de las presentes que hubiera sido madre. Algunas respondieron que sí, entonces la profesora les pregunto: ¿Se dieron cuenta de que cuando estaban embarazadas, veían mujeres en ese estado por todos lados? Muchas afirmaron que sí. La docente les dijo, que como las preñadas estaban enfocadas en ese estado, veían a otras mujeres en la misma condición. Debido a que hay una parte del cerebro llamado Sistema Reticular Activador Ascendente, que hace que nos enfoquemos en lo que deseamos o estamos viviendo en el tiempo presente.
La profesora les comentó, además, que ella hizo, recientemente, un arreglo en su vivienda, y que un trabajador de la construcción, estuvo trabajando con materiales: cal y cemento, para arreglar una pared que presentaba humedad. Una mañana, mientras el hombre trabajaba, salió por el barrio caminando, para ir a un almacén en cercanías de su hogar, y se encontró que, en varias casas de su cercanía, estaban albañiles trabajando, arreglando veredas, poniendo puertas, emparchando frentes, etc. Ahí comprendió que ella estaba enfocada en el trabajo del hombre en su casa, y entonces veía trabajadores de ese tipo por todos lados, así explicó con su experiencia a los presentes, lo que les proponía.
Vilma puso en práctica, lo aprendido en el taller, y pensó en enfocarse: ver autos de color rojo, durante los próximos días. Su deseo era observar autos de ese color independientemente de la marca. Mentalmente se repetía una y otra vez, quiero ver autos de color rojo. El primer día de su ejercicio, no pasó nada, pero al día siguiente cuando fue a su oficio en bus, se sentó en un asiento doble, del lado de la ventanilla, iba mirando el paisaje, mientras el vehículo la transportaba a su lugar laboral, una empresa de logística, donde ella se desempeñaba como administrativa, cuando de repente vio un auto de color rojo, que circulaba a la par del transporte. Se preguntó: ¿Será casualidad? Se alegró de ver el vehículo.
Vilma llegó a su lugar laboral, en las afueras de la ciudad, un edificio antiguo y medio vetusto, en horas de la mañana, trabajaba de corrido desde las 8:00 a. m. hasta las 17:00 p. m, con un descanso para almorzar.
Vilma vivía con sus padres, ya un poco mayores, por encima de los cincuenta. Después de su rutina, la chica, asistía a un Instituto Terciario, allí estudiaba el profesorado de Ciencias Naturales, le quedaba un año para recibirse, y dedicarse a la docencia. A ella le apasionaban las Ciencias Naturales, y siempre leía artículos sobre el tema o veía videos en YouTube. Terminó el año escolar y finalmente Vilma se recibió.
Culminó su carrera en tiempo y forma, a los veinticuatro años, y sus padres se sentían orgullosos de ella, la querían mucho, por ser la menor de tres hermanos, la única hija que quedaba en el hogar. La mayor Eugenia se casó, y se fue a vivir con su pareja a otra ciudad cercana a cincuenta kilómetros. El hermano del medio, Gonzalo, estaba estudiando Arquitectura en la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, en Argentina. Vilma representaba la chiquita de siempre, y le tenían muchas consideraciones, haciéndole demostraciones de afecto, y dándole los gustos que ella pretendía. A pesar de todo ello, Vilma quería irse de la casa. Es que ella, tenía un novio llamado Erik, hacía unos dos años, él trabaja en una empresa petroquímica, casi todo el día y a veces en horarios rotativos, por lo que se veían poco durante la semana.
Los padres estaban orgullosos del esfuerzo y constancia que puso su hija en lograr ese título. Siguió trabajando en la empresa de siempre, y al año siguiente se postuló como profesora en la ciudad. Ella ansiaba obtener unas horas cátedras y un puesto como ayudante de laboratorio escolar, para independizarse de sus padres. Se sentía cómoda con ellos, pero quería tener la libertad de hacer una vida sin objeciones por parte de sus progenitores.
Vilma llegó a su trabajo habitual, después de haber visto el auto rojo, y siguió enfocada en su objetivo: Lograr tener horas cátedras en una escuela y un puesto de ayudante de laboratorio. Realizó su labor normalmente organizando los cronogramas de horarios de los camiones como lo hacía siempre, y cuando terminó se dirigió a la sala de empleados, a tomar un café a media mañana, en la sala se encontraba un libro de novedades para el personal, que dejaba el director de la empresa, para tener una comunicación fluida con sus empleados. Después de leer el libro, lo firmó para dejar sentado que estaba noticiada.
Por la tarde se retiró de su oficina. A la salida de la misma, tenía que hacer tiempo, hasta que pasara por la esquina de la empresa el transporte público, que la llevaría de regreso a su casa. La frecuencia del mismo, era cada media hora en punto, y todavía disponía de unos minutos. No sabía qué hacer, y encendió su celular. Abrió la aplicación de Facebook, y comenzó a mirar las notificaciones unos cuantos minutos, y los estados de algunos de sus amigos. Estaba entretenida, cuando de pronto apareció una publicidad ofreciendo un auto cero kilómetro a la venta, en cuotas. Para su sorpresa, el auto en exposición en la fotografía era de color rojo. Tal como le advirtió la señora del taller, se le estaban manifestando autos rojos en su vida.
A los pocos minutos apareció el ómnibus, subió, pago con su tarjeta SUBE el boleto, colocándola sobre el aparato que realizaba la lectura magnética, y se sentó en un asiento individual. El viaje duraba aproximadamente cuarenta y cinco minutos. El ómnibus recorría zonas rurales y de la ciudad, era un transporte interurbano, con unidades un poco viejas, más era el único medio para Vilma para asistir a la empresa. Se durmió durante el transcurso del viaje, despertándose justo antes de la parada para descender del vehículo. La organización del cronograma de entrada y salida de los camiones de la empresa, la dejaban agotada, casi sin fuerzas, sin energía.
A pesar del cansancio, caminó luego tres cuadras hasta la casa de sus padres. Eran cerca de las 6:00 p. m., una tarde de primavera soleado, se podían ver los jacarandás en flor de color lila adornando las calles. Ella se sentía feliz por caminar bajo los rayos de Febo. Llevaba un maletín de color negro en una mano, con su computadora personal, que estaba en línea con la del trabajo. Esto es, que para el caso que no pudiera asistir a la empresa por algún motivo, podría trabajar online desde su casa. Colgada de su hombro derecho, llevaba una mochila de color beige con tachas metálicas en su frente, con pertenencias personales. Estaba vestida con unos pantalones de jean azules, y una camisa de color verde agua, llevaba puestas unas panti botas de color marrón. Caminaba pensando en la organización del trabajo para el día siguiente, no prestaba mucha atención a sus pasos, los hacía mecánicamente, cuando de pronto trastabilló con una baldosa rota de la vereda, se cayó al suelo de rodillas, dándose un terrible golpe, y lanzando el maletín unos metros delante de ella, y su mochila se soltó de su hombro, quedando al lado de su cadera derecha. Un señor que estaba cerca, se arrimó corriendo rápidamente para auxiliarla, y la ayudó a levantarse. Ella le agradeció amablemente. Se sacudió sus ropas, levantó su mochila del suelo, camino unos cinco pasos, y se agachó para tomar su maletín, cuando se paró nuevamente erguida, vio que al lado de ella estaba estacionando un auto de color rojo. No lo podía creer, y pensó si el accidente que tuvo, habría sido para que viera ese auto.
Vilma estaba muy confundida, ya había visto tres autos de color rojo, en un solo día, con tan solo pensar en ello.
Llegó el fin de semana, era sábado, y con Erik, quedaron por WhatsApp que irían de Shopping, y al Cinema Center a mirar una película, y luego comerían algo en los restaurantes del complejo. Se encontrarían allí, a la entrada del centro a las 8:00 p. m. Para ello, Vilma llamó al servicio de Uber, y luego se arregló con un vestido en tonos azulados y grises, se puso unos zapatos negros de estación, se maquilló, perfumó y tomó su cartera de color beige y negra, y esperó al servicio, que la pasaría a buscar a las 7:30 p. m.
A la hora convenida, apareció el servicio que la transportaría hasta el Shopping, el señor del Uber le envió un mensaje diciéndole que ya estaba en la puerta de su domicilio. Grande fue su sorpresa cuando Vilma salió de su casa, y la esperaba un auto de color rojo. Se perturbó nuevamente. Demasiadas coincidencias con autos color rojos, tuvo durante esa semana. El señor la dejó en el complejo. Tuvo una noche maravillosa con Erik, porque no solo hicieron algunas compras, sino que también vieron una película, y posteriormente cenaron. Además tuvieron sexo en el departamento de su novio. Por suerte Erik, tenía un autito mediano color gris… sino Vilma hubiera enloquecido.
Ella decidió no pensar más en autos rojos, después de todas las experiencias que tuvo, y se enfocó, comenzó a pensar en tratar de encontrar un puesto de ayudante de laboratorio escolar, en el turno vespertino, en alguna escuela del distrito, y horas cátedras en horas de la mañana. Tenía un pensamiento mágico: si se enfocó en los autos, y aparecieron, seguramente iban a aparecer los puestos tan anhelados.
Para ello, previamente se postuló en la Secretaría de Asuntos Docentes, como corresponde, en el distrito de su ciudad.
Así que Vilma, no dejaba de pensar en el deseo de ser ayudante de laboratorio escolar de Ciencias, a pesar de que solo se encontraban en toda la ciudad, dos puestos: uno suplente y otro titular, en dos escuelas, distantes entre ellas, algo más de dos kilómetros. Más ella seguía con ese pensamiento…
Continuó con su rutina, sin dejar de pensar en su deseo cada tanto. A Erik lo veía los fines de semana, como siempre. El muchacho muy apuesto de veintiocho años, alto como ella, delgado, de cabello castaño, tez aceitunada, y de buenos modales, la trataba amorosamente, y hacían proyectos juntos.
Vilma tenía una amiga, un poco mayor que ella, que era docente, y la anoticiaba de las vacantes para puestos escolares. Su amiga, llamada Serena, se enteró en sala de profesores de su escuela, que en una institución escolar cercana a la casa de los padres de Vilma, unas diez cuadras, se encontraba disponible un cargo de laboratorio escolar en el turno tarde, y se lo comunicó. Es que la ayudante de laboratorio era suplente, y fue confirmada como profesora titular en una escuela de otra localidad, en el mismo horario que el del laboratorio. Debía elegir entre quedarse con un puesto suplente, o unas horas cátedras titulares, y por supuesto eligió lo segundo.
Vilma le pidió permiso a su jefe para salir un par de horas de la oficina, y se presentó al Acto Público, denominación que se le da en docencia, al acto administrativo para obtener horas, o cargos a nivel docente. Estaba en un listado, muy bien posicionada, porque hizo cursos online por internet, además del profesorado, por lo que al momento en que la Secretaria de Asuntos Docentes ofreció en voz alta, el puesto de ayudante de laboratorio, leyó la nómina de postulantes, y ella estaba en primer término por lo que obtuvo el puesto suplente tan ansiado.
Así que una vez que logró su trabajo de laboratorio escolar, después de unos días, presentó su renuncia en la empresa en la cual trabajaba, se mudó de la casa de sus padres como anhelaba, y se fue a vivir al dúplex de Erik, de dos ambientes, garaje, con un pequeño jardín al frente del living, y un patio con césped y canteros de flores en el fondo, en el centro de la ciudad. Al año siguiente la confirmaron como ayudante titular, y además consiguió más horas cátedras en el turno mañana.
El enfoque casi a diario de su deseo, hizo que lograra lo que tanto ansiaba. Por ello Vilma no dejó de usar esta técnica y logró muchas cosas que anhelaba, como viajar y conocer las Cataratas del Iguazú, en vacaciones de invierno, comprarse un auto de color azul para asistir a la escuela y mucho más…
Continúo su vida junto a Erik, sin contarle su secreto. A los dos años de convivencia tuvieron un hijito, como ella deseó, y lo llamó Jonathan. Y así continúo su rutina diaria, entre trabajo y deseos, deseos que se hacían mágicamente realidad, si ella se enfocaba constantemente en ellos.
El barrio quedaba en las afueras de la ciudad, se llamaba Villa Laura, estaba salpicado con casas cuyas paredes eran de chapas de fibrocemento o cinc metálicas acanaladas, algunas de adobe, otras de ladrillos huecos o macizos de color rojo sin revocar, y las menos favorecidas tenían una lona vieja para refugiarse de las miradas ajenas, y mantener la intimidad, o resguardarse medianamente del agua, del frío... Las calles eran de tierra, con surcos de autos que transitaron por ellas en días de lluvia. Un olor nauseabundo alrededor de las casas y por las calles de tierra, circulaba en el aire, y por las banquinas, apenas visibles, corrían aguas servidas de algunas casas. No contaba con tendido de red de gas natural, ni de agua potable. Algunos hogares estaban colgados de cables de electricidad, porque la red eléctrica llegaba hasta pocas esquinas, donde un mísero farol alumbraba en las noches. La mayoría de los hogares contaban con un tanque de doscientos litros, metálico o de plástico en el exterior de la entrada de la puerta de la casa, para recolectar agua, cuando el municipio se acordaba de llevarles en un camión cisterna. Otras se proveían el agua con baldes acarreados a mano, desde un grifo solitario cada dos o tres esquinas del barrio.
Zulma era una mujer joven de unos treinta y cinco años, regordeta, de estatura baja, y cabello castaño. Hacía más de diez años que vivía allí, y el vecindario se amplió considerablemente, pero los servicios esenciales no llegaron. Ella construyó junto con su concubino Manuel, que era albañil, con mucho esfuerzo la casita íntegramente de chapa de cuatro metros cuadrados. El baño estaba afuera, era una letrina de madera, rodeada de tres chapas de fibrocemento con un techo de igual material, y una puerta de madera aglomerada color marrón, que cuando llovía se deterioraba cada vez más.