Puro placer - No solo por el bebé - Olivia Gates - E-Book

Puro placer - No solo por el bebé E-Book

Olivia Gates

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Puro placer Desde su primera noche juntos, Caliope Sarantos y Maksim Volkov llegaron al acuerdo de no comprometerse y mantener una relación basada solo en el placer. Pero el embarazo de ella lo cambió todo. El rico empresario ruso nombró al pequeño su heredero, aunque desapareció de la vida de Caliope. Cuando volvió para ofrecerle una vida juntos, la brillante promesa de un final feliz se vio eclipsada por la sombra del trágico pasado de Maksim… y de su oscuro futuro. No solo por el bebé Naomi Sinclair se había enamorado locamente de Andreas Sarantos, pero su matrimonio con el magnate griego, que era incapaz de amar, le había dejado profundas cicatrices en el alma. Cuando ya no esperaba volver a verlo, Andreas se presentó para reclamar a la sobrina de diez meses de Naomi, que acababa de quedarse huérfana. Andreas dejó que Naomi lo abandonara en una ocasión, pero con la adopción de la hija de su mejor amigo confiaba en lograr que su reacia exmujer volviera a su cama.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 336

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 454 - septiembre 2020

 

© 2013 Olivia Gates

Puro placer

Título original: Claiming His Own

 

© 2014 Olivia Gates

No solo por el bebé

Título original: The Sarantos Baby Bargain

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-623-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Puro placer

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

No solo por el bebé

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Dieciocho meses antes

 

Caliope Sarantos se quedó mirando la prueba que sostenía en la mano. Era la tercera que se hacía. Había dos rayitas rosas en sendas ventanitas: estaba embarazada. A pesar de que había usado métodos anticonceptivos, estaba en cinta.

Un cúmulo de emociones contradictorias se agolpaba en su pecho. Hiciera lo que hiciera, su mundo nunca volvería a ser el mismo, y lo más probable era que su relación idílica con Maksim se hiciera pedazos. Si ella no sabía qué pensar respecto a la noticia, él…

De pronto, el corazón se le aceleró. Él estaba allí.

Como siempre, Caliope sintió su presencia antes de oírlo. Sin embargo, en esa ocasión, no la invadió la alegría. Sabía que, cuando se lo contara, todo se estropearía.

Maksim entró en el dormitorio donde le había enseñado lo que era la pasión y donde seguía mostrándole que las intimidades y placeres que podían compartir no tenían límite.

Se acercó a ella, mirándola con deseo, mientras se quitaba la corbata y se desabrochaba la camisa como si le quemara la piel. Tenía hambre de ella, como siempre. Aunque lo que iba a contarle extinguiría su deseo. Un embarazo no buscado era lo último que él esperaba.

Aquella podía ser su última vez juntos. No podía contárselo todavía, se dijo Caliope. No hasta que no hiciera el amor con él.

Poseída por el deseo, lo atrajo a ella en la cama, temblando de ansiedad por tenerlo entre sus brazos. Se devoraron los labios y, antes de que ella pudiera rodearlo con las piernas, Maksim se lanzó a saborear sus pechos. Susurrando palabras de deseo, le acarició y le succionó los pezones con la intensidad perfecta, haciéndola gemir de placer. A continuación, le posó una mano entre las piernas.

Mientras Caliope gemía sin cesar, él deslizó dos dedos entre sus pliegues húmedos y calientes. Con solo un par de movimientos, el orgasmo la inundó, meciendo su cuerpo en una deliciosa corriente eléctrica. Apenas hubo terminado su clímax, Maksim bajó la cabeza entre sus piernas temblorosas, se las colocó sobre los hombros y comenzó a explorarla con manos, labios y dientes, hasta que ella estuvo al borde del éxtasis de nuevo.

–Por favor, basta –rogó ella–. Necesito tenerte dentro de mí…

Maksim levantó su poderoso rostro para mirarla.

–Deja que me sacie de tu placer. Ábrete para mí, Caliope.

Al instante, ella obedeció, dejando caer las piernas como pétalos de flor, rindiéndose a él. Maksim la devoró, saboreando su esencia más íntima y, como si hubiera intuido con exactitud el momento justo para hacerlo, la penetró con su lengua, haciendo que ella gritara mientras un interminable orgasmo la inundaba.

Antes de que Caliope tuviera oportunidad de recuperar el aliento, él se tumbó encima y la besó, entrelazando sus lenguas, mezclando el sabor de ambos cuerpos, que eran solo uno.

Entonces, él levantó los ojos hacia ella, al mismo tiempo que su erección buscaba la entrada, y con un rugido de deseo, la poseyó.

Caliope gritó al sentir la enormidad de su posesión. Él también gimió de placer y, agarrándola de las caderas, la penetró con más profundidad, llegando a su punto más sensible.

Sabiendo a la perfección lo que hacía, Maksim salió y entró de nuevo, una y otra vez, hasta que, jadeante, Caliope se retorció contra él, pidiéndole que terminara con aquella exquisita tortura. Solo entonces él se entregó por completo, dándole lo que le pedía, al ritmo y la cadencia que ella ansiaba.

Sus arremetidas fueron cada vez más rápidas, hasta que ella gritó y se arqueó en un espasmo, apretándose contra él mientras el clímax explotaba en su interior.

En medio de su delirio, Caliope lo oyó rugir, sintió su enorme cuerpo sacudiéndose y su semilla llenándola. Instantes después, se desplomó sobre ella, saciado, satisfecho.

Ella se volvió hacia él, admirando sus labios hinchados de tantos besos. Tenía un aspecto muy viril y vital y era… suyo.

Caliope nunca había pensado en ello, pero era la verdad. Desde que lo había conocido, Maksim Volkov había sido suyo y solo suyo.

Maksim, magnate del acero, era uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Y, en cuanto lo había visto cara a cara en una cena benéfica hacía un año, había tenido la certeza de que aquel hombre era capaz de poner cabeza abajo su mundo. Y ella se lo había permitido.

Caliope recordó con viveza cuando le había dado permiso para besarla a los pocos minutos de conocerlo. Recordó cómo su boca la había poseído con fiereza, la había llenado de la ambrosía de su sabor y la había dejado sin aliento. Nunca antes se había sentido tan embriagada por un beso. Ni había creído necesitar que un hombre la dominara.

En menos de una hora, aquel día, Caliope se había dejado llevar a la suite presidencial de Maksim, sabiendo que no sería capaz de negarle nada. Aunque, de camino al hotel, había tenido la claridad mental suficiente como para informarle de que era virgen. Ella nunca olvidaría su reacción. Él la había mirado con fuego en los ojos y la había besado con pasión, sellando así su posesión.

–Será un honor para mí ser el primero, Caliope. Y haré que sea inolvidable para ti.

Maksim había cumplido su promesa. Su encuentro había sido tan abrumador para ambos que no habían podido dejarlo como una aventura de una noche. Pero, por el desastroso ejemplo de sus propios padres, ella había pensado que el compromiso solo podía conducir a la decepción y a la destrucción del alma. Y no había tenido ganas de arriesgarse.

Sin embargo, no había podido resistir la necesidad de estar con Maksim. La intensidad de su deseo le había obligado a asegurarse de nunca hacer nada que pudiera poner en peligro su relación.

Para ello, Caliope le había pedido que observaran ciertas reglas siempre que estuvieran juntos. Para empezar, solo estarían juntos siempre que los dos sintieran la misma pasión y las mismas ganas de verse. Después, cuando el fuego se hubiera extinguido, se despedirían como amigos y continuarían con sus vidas.

Maksim había aceptado sus condiciones, aunque había añadido una de su propia cosecha, no negociable. Exclusividad.

La propuesta había dejado perpleja a Caliope, pues era un hombre con nutrida reputación de mujeriego, y le había hecho desearlo aun más. Sin embargo, nunca había dejado de preguntarse cuánto tiempo les quedaría juntos. Ni siquiera en sus fantasías más ambiciosas se había atrevido a soñar con que lo suyo fuera a durar para siempre.

Aun así, había pasado un año y su pasión no había dejado de crecer.

Caliope no estaba dispuesta a perderlo. No podía… Pero tenía que decírselo…

–Estoy embarazada.

Con el corazón acelerado, se sorprendió a sí misma con aquellas palabras claras y directas. Acto seguido, se hizo el silencio.

Maksim se quedó de piedra. Solo sus ojos parecían tener vida. Y su expresión era inequívoca.

Si Caliope había tenido alguna esperanza de que su embarazo hubiera sido bien acogido, se hizo pedazos en ese mismo instante.

De pronto, le faltó el aire y se apartó de él. Temblorosa, se incorporó en la cama, tapándose con la sábana.

–No tienes por qué preocuparte. Este embarazo es mi problema, igual que es asunto mío el haber decidido tener el niño. Solo creí que tenías derecho a saberlo. Igual que tienes derecho a sentirte y actuar como quieras respecto a ello.

Con rostro lleno de amargura, Maksim se incorporó también.

–No me quieres cerca de tu hijo.

¿Cómo había podido sacar esa conclusión?, se preguntó ella.

–Es tu bebé también –acertó a decir ella–. Estoy dispuesta a darte un lugar en su vida, si es que tú lo quieres.

–Quiero decir que no te conviene que esté cerca del bebé. Ni de ti, ahora que vas a ser madre. Pienso darle al niño mi apellido, hacerlo mi heredero. Pero nunca tomaré parte en su crianza –le espetó él y, antes de que Caliope, confusa, pudiera encontrarle sentido a sus palabras, continuó–: Pero quiero seguir siendo tu amante. Siempre que tú quieras. Cuando ya no me quieras, me iré. Los dos tendréis siempre mi apoyo sin límites, pero no podré formar parte de vuestras vidas –aseguró, y la miró a los ojos con vehemencia–. Esto es todo lo que puedo ofrecerte. Así soy, Caliope. Y no puedo cambiar.

Ella le sostuvo la mirada y supo que debería rechazar la oferta. Lo mejor para ella sería echarlo de su vida en ese momento y no después.

Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. A pesar del daño que sabía que sufriría en el futuro, no era capaz de sacrificar lo que tenían en el presente para evitarlo. Por eso, aceptó sus nuevas condiciones.

A lo largo de las siguientes semanas, Caliope continuó preguntándose si había hecho mal en aceptar. Por una parte, notaba que él estaba más distante. Pero, por otra, siempre volvía a ella más hambriento que la vez anterior.

Entonces, justo cuando cumplió siete meses de embarazo y estaba más confundida que nunca acerca de su relación, Maksim… desapareció.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

En el presente

 

–¿Y nunca volvió?

Cali se quedó mirando a Kassandra Stavros, anonadada. Necesitó unos segundos para comprender que su amiga no podía estar hablándole de Maksim.Después de todo, Kassandra no sabía nada de él. Nadie sabía que era el padre de su hijo.

Cali había mantenido en secreto su relación. Incluso cuando no había tenido más remedio que comunicarle a su familia y amigos que estaba embarazada, se había negado a confesar quién era el padre. Aun cuando había albergado esperanzas de que él se hubiera quedado en su vida después del nacimiento del bebé, su situación había sido demasiado inestable como para explicárselo a nadie. Y menos a su conservadora familia griega.

La única persona que sabía que no la habría juzgado era su hermano Aristides. Aunque lo más probable era que hubiera querido romperle la cara a Maksim. Cuando se había visto en una situación similar, Aristides había hecho lo imposible para reclamar a su amante, Selene, y a su hijo, Alex. Tenía un alto sentido del honor y la familia, por lo que habría querido obligar a Maksim a cumplir con su responsabilidad. Y, conociendo a Maksim, aquello habría provocado una guerra.

De todas maneras, Caliope no había querido que Maksim la considerara una responsabilidad, ni quería que Aristides luchara sus batallas. Ella le había dicho a su amante que no le debía nada. Y lo había dicho en serio. En cuanto a Aristides y su familia, era una mujer independiente y no necesitaba su bendición ni su aprobación. No había querido que nadie le dijera cómo tenía que vivir su vida, ni que juzgaran el acuerdo al que había llegado con Maksim.

Luego, cuando Maksim había desaparecido, solo les había dicho que el padre de Leo no había sido importante para ella.

En ese momento, Kassandra estaba hablando de otro hombre que había tenido un comportamiento similar, el padre de Cali.

En su opinión, la única cosa buena que había hecho había sido dejar a su madre y a sus hermanos antes de que Cali hubiera nacido. Sus otros hermanos, sobre todo, Aristides y Andreas, nunca habían superado la negligente y explotadora manera en que su padre los había tratado. Al menos, ella no había tenido que convivir con él.

–No. Se fue un día y nunca más lo vimos –contestó Cali al fin, con un suspiro–. No tenemos ni idea de si sigue vivo. Aunque, si hubiera estado vivo cuando Aristides comenzó a hacerse rico, habría vuelto.

A su amiga se le quedó la boca abierta,

–¿Crees que habría vuelto a pedirle dinero al hijo que había abandonado?

–No puedes imaginarte que exista un padre tan vil, ¿verdad?

Kassandra se encogió de hombros.

–Supongo que no. Mi padre y mis tíos son demasiado sobreprotectores conmigo.

Cali sonrió, pues sabía que era cierto.

–Según Selene, les das motivos más que suficientes para querer protegerte.

–¿Selene te ha hablado de ellos? –quiso saber la bella Kassandra, riendo.

Selene, la esposa de Aristides y la mejor amiga de Kassandra, le había hablado de ella antes de presentarlas, asegurándole a Cali que iban a llevarse muy bien. Y así era, por suerte para Cali, que necesitaba tener una amiga con quien hablar, alguien de su edad, temperamento e intereses.

En los últimos dos meses, habían quedado en varias ocasiones, cada vez conociéndose mejor. Sin embargo, aquella era la primera vez que Kassandra le hacía una pregunta tan personal sobre su familia.

–Selene solo me ha contado lo básico –afirmó Cali, deseando dejar de hablar de su propia vida–. Me dijo que dejaba los detalles divertidos para que tú me los contaras.

Kassandra se recostó en el sofá, con su precioso cabello rubio y sus grandes ojos verdes brillando con alegría.

–Sí, creo que alguna vez he puesto en jaque sus estrictos valores morales, sus expectativas conservadoras y sus esperanzas para mí. He perdido una oportunidad detrás de otra de adquirir un patrocinador rico y socialmente exitoso con quien procrear y darle a mi familia descendientes, a ser posible masculinos, que continúen el camino emprendido por mis implacables y triunfadores hermanos y primos.

El humor satírico de Kassandra hizo reír a Cali por primera vez en mucho tiempo.

–Debieron de sufrir ataques al corazón colectivos cuando te fuiste de casa a los dieciocho, aceptaste trabajos de salario mínimo y, para colmo, te convertiste en modelo.

Kassandra sonrió.

–Atribuyen mi escandaloso comportamiento a anormalidades en mi nivel de azúcar en sangre. Ni siquiera hoy han aceptado mi forma de ser, a pesar de que tengo treinta años, he dejado atrás mis días como modelo de lencería y he llegado a ser una diseñadora famosa.

Kassandra era una mujer muy hermosa y, después de haber triunfado en la pasarela, solo hacía pases de modelos para causas benéficas. En la actualidad, también se había labrado un nombre como diseñadora de moda, en parte, gracias a las campañas publicitarias que Cali había creado para ella.

–Siguen preocupándose por los incontables peligros que creen que corro y porque me creen a merced de pervertidos y depredadores del mundo de la moda. Además, cada vez sufren más porque sigo soltera, incluso no dejan de advertirme que perderé mi belleza y mi fertilidad. Para una familia griega convencional, treinta años es el equivalente a cincuenta en otras culturas.

Cali hizo una mueca burlona.

–La próxima vez que se metan contigo, ponme a mí como ejemplo. Te darán las gracias por no haberles hecho caer en vergüenza con un hijo nacido fuera del matrimonio.

–Quizá debería seguir tu ejemplo –repuso Kassandra con un brillo travieso en los ojos–. No creo que exista ningún hombre en el mundo capaz de hacer que crea en el matrimonio, ni por amor ni para perpetuar el apellido Stavros. Por otra parte, Selene y tú, con vuestros bebés, estáis despertando mi instinto maternal.

A Cali se le encogió el corazón. Cada vez que Kassandra la comparaba con Selene, ella recordaba la cruel diferencia que había entre ellas. Selene tenía dos hijos con el hombre que amaba. Y ella tenía a Leo… sola.

–Ser madre soltera no es algo que pueda tomarse a la ligera –comentó Cali.

–Tú lo haces muy bien –opinó Kassandra, mirándola con compasión–. Recuerdo que Selene lo pasó fatal antes de que Aristides volviera. Para ella fue una carga demasiado pesada ser madre sola. Antes de conocer su experiencia, creí que los padres eran algo secundario, al menos, en los primeros años de vida de un bebé. Sin embargo, cuando vi cómo cambiaron Selene y Alex al tener a Aristides… –señaló y soltó una carcajada–. Aunque él no sirve de ejemplo. Las dos sabemos que solo hay uno como él en el mundo.

De la misma manera, Cali había creído que Maksim había sido único…

Sin embargo, Aristides se había comportado en el pasado como si hubiera sido igual de inhumano. Pero las apariencias engañaban.

Cali volvió a suspirar.

–No sabes lo que me impresiona muchas veces lo buen marido y padre que es Aristides. Antes creíamos que era tan impasible como nuestro padre.

Había sido en una ocasión en particular, en la noche en que su hermano Leonidas había muerto, cuando Cali había estado convencida de que Aristides no había tenido corazón, igual que su padre.

Mientras sus hermanas y ella se habían unido para llorar la terrible pérdida, Aristides se había hecho cargo de la situación con perfecto desapego. Había lidiado con la policía y con la funeraria, pero a ellas no les había ofrecido ningún consuelo, ni siquiera se había quedado después del entierro.

Aun así, se había portado mejor que Andreas, que ni siquiera había regresado para el funeral.

Pero la realidad había sido muy diferente. Su hermano había sido tan sensible que se había encerrado en sí mismo, negándose a mostrar sus emociones. En vez de eso, les había expresado su amor ocupándose de todo. Cuando Selene se había enamorado de él, sin embargo, lo había hecho cambiar por completo. Seguía siendo un hombre implacable en los negocios, pero en sus relaciones personales era mucho más abierto y cariñoso.

–¿Tan malo era tu padre? –quiso saber Kassandra.

Cali tomó un trago de té. Odiaba hablar de su padre.

–Su ausencia total de ética y su despreocupación por todo eran legendarias –contestó Cali al fin, incómoda–. Dejó embarazada a mi madre de Aristides cuando ella solo tenía diecisiete años. Él era cuatro años mayor y no tenía trabajo. Se casó con ella porque su padre lo amenazó con desheredarlo si no lo hacía. La utilizó a ella y a sus hijos para exprimir un poco más a su padre. Sin embargo, el dinero que le daba mi abuelo se lo gastaba solo en sí mismo. Después de que muriera el viejo, mi padre se quedó con la herencia y desapareció.

»Volvió cuando se la hubo gastado, sabiendo que mi madre se ocuparía de él con el poco dinero que tenía. Él entraba y salía de su vida y las de mis hermanos, y nunca era para ayudar. Cada vez que volvía, le juraba a mi madre que la amaba y se quejaba de lo dura que la vida era con él.

–¿Y tu madre lo dejaba volver? –preguntó Kassandra, sin dar crédito.

Cali asintió, cada vez más incómoda por la conversación.

–Aristides dice que nuestra madre no sabía cómo negarse. Mi hermano maduró muy pronto y comprendía todo lo que estaba pasando, pero no podía hacer otra cosa más que ayudar a nuestra madre. Con solo siete años, tuvo que empezar a ocuparse de todas las cosas que su padre ausente no hacía, mientras mi madre tenía que hacerse cargo de los más pequeños. A los doce, dejó el colegio y tomó cuatro empleos para conseguir que llegáramos a fin de mes. Cuando mi padre desapareció para siempre, Aristides tenía quince años y yo estaba todavía en el vientre de mi madre. Al menos, tengo que dar gracias porque no envenenó mi vida como hizo con ella y con mis hermanos –confesó Cali–. Con su empeño, mi hermano trabajó en los puertos de Creta y llegó a ser uno de los más grandes magnates de navíos del mundo. Por desgracia, nuestra madre murió cuando yo solo tenía seis años, y no pudo ser testigo de su éxito. Aristides nos trajo a todos a Nueva York, nos sacó la ciudadanía americana y nos procuró la mejor educación que el dinero podía comprar –explicó–. Pero no se quedó con nosotros, ni siquiera se hizo americano, hasta que se casó con Selene.

Kassandra parpadeó, incapaz de comprender la inhumana forma de actuar del padre de Cali.

–¿Cómo puede ser alguien tan malvado con sus propios hijos? Sin embargo, hizo una cosa bien, aunque no fuera a propósito. Os tuvo a ti y a tus hermanos. Sois todos geniales.

Cali se contuvo para no responder. Sus tres hermanas, aunque las amaba mucho, habían heredado de su madre la pasividad e incapacidad de defenderse. Andreas, el quinto hermano de los siete era… un enigma. Por sus escasas interacciones con ella, había sacado la conclusión de que no era muy buena persona.

Por otra parte, aunque ella misma había creído escapar a la maldición de su madre, tal vez no lo había hecho. Cali había hecho con Maksim lo mismo que su madre con su padre: se había implicado con alguien equivocado. Luego, cuando había debido separarse de él, había sido demasiado débil y había necesitado esperar a que él la dejara.

Cali tenía una educación y era una mujer independiente, del siglo XXI. ¿Cómo podía justificar las decisiones que había tomado?

–¡Mira qué hora es! –exclamó Kassandra, poniéndose de pie de golpe–. La próxima vez, dame una patada para que me vaya y no te quite el poco tiempo que tienes para dormir. Sé que Leo se levanta muy temprano.

–Prefiero quedarme toda la noche aquí hablando contigo antes que dormir –replicó Cali.

Kassandra la abrazó con una sonrisa.

–Pues llámame cada vez que lo necesites.

Después de quedar con ella para otro día, Kassandra se fue.

Cali se quedó parada, abrumada por el silencio, embargada por un familiar sentimiento de desolación y soledad. Llevaba un año sufriendo por una sola razón: Maksim.

Sin pensarlo, se dirigió a la habitación de Leo. Entró de puntillas para no hacer ruido, aunque sabía que su hijo tenía un sueño muy profundo. Al ver su pequeña figura bajo las sábanas, se emocionó, como siempre le ocurría cuando pensaba cuánto lo amaba.

Cada día que miraba a Leo, veía en él la versión infantil de Maksim. Su pelo era color caoba, ondulado. Tenía el mismo hoyuelo en las mejillas, aunque a Maksim no se le notaba a menudo porque no solía sonreír demasiado.

La única diferencia física entre padre e hijo eran los ojos. Aunque Leo tenía su misma mirada de lobo, su color era verde oliva, una mezcla de los ojos azules de Cali y el tono dorado de Maksim.

Llena de gratitud por aquel perfecto milagro que respiraba en su camita, se inclinó y posó un beso en su mejilla.

Cuando cerró la puerta tras ella, no le invadió el habitual sentimiento de depresión, sino algo nuevo. Rabia.

¿Por qué le había dado a Maksim la oportunidad de abandonarla? ¿Por qué había sido tan débil como para no dejarlo ella primero? ¿Por qué se había aferrado a él cuando había sabido, desde el principio, que aquello iba a terminar?

En su defensa, solo podía alegar que Maksim la había confundido cuando, después de cada separación, había vuelto a ella lleno de deseo.

Sin embargo, sus visitas no habían tenido estabilidad, habían sido demasiado irregulares. En vez de ponerles fin, ella se había aferrado a su oferta, sin querer ver lo poco esperanzador que era su comportamiento.

Tenía que reconocer que aún no lo había superado y que, tal vez, nunca se recuperaría de su desamor.

La rabia la invadió como la lava de un volcán. Estaba furiosa con él.

¿Por qué le había ofrecido Maksim algo que no había tenido intención de cumplir? Cuando se había cansado de ella, había desaparecido sin más, sin dignarse ni siquiera a despedirse.

Cuando había dejado de ir a verla, Cali no había podido creerlo y había pensado que había habido otra explicación para su desaparición. Por eso, había intentado localizarlo sin éxito, al fin, había comprendido que Maksim se había estado esforzando en hacerse inalcanzable, en impedir que contactara con él.

Durante meses, se había negado a creerlo. Había seguido intentando encontrarlo y se había dicho que nada malo podía haberle pasado, pues de lo contrario habría salido en las noticias. Sin embargo, en ocasiones, se había convencido de que algo terrible debía de haberle sucedido, diciéndose que no la habría abandonado de esa manera por su propia voluntad.

Cuando, al fin, había tenido que reconocer que eso, precisamente, era lo que había hecho Maksim, se había vuelto loca preguntándose por qué.

Había temido que su embarazo creciente hubiera podido interferir con su placer o la había hecho menos deseable a sus ojos. Pero sus sospechas se habían tambaleado cuando él había vuelto a ella, siempre lleno de pasión.

Se había enamorado de él. Tal vez él había empezado a notarlo y por eso había decidido alejarse de ella.

En cualquier caso, su desaparición había convertido los últimos meses antes de dar a luz en un infierno, no tan terrible como lo que había seguido al nacimiento de Leo. Ante los ojos de los demás, había funcionado sin problemas. Por dentro, a pesar de que tenía un hijo sano, una carrera, buena salud, dinero y una familia que la amaba, se había sentido desolada.

La necesidad de tener a Maksim a su lado la había invadido cada día. Había ansiado compartir a Leo con él, contarle lo que había logrado, sus avances, sus primeras palabras.

La situación había empeorado hasta el punto de que había empezado a imaginarse que él estaba con ella, mirándola con ojos de pasión. En muchas ocasiones, la fantasía le había jugado malas pasadas y, como en un espejismo, había creído verlo. Aquellas sensaciones fantasmales la habían hecho sentir todavía más desesperada.

Era mejor estar furiosa que deprimida. Al menos, le hacía sentir viva. Estaba harta de estar hundida. No iba a seguir fingiendo. Tomaría las riendas de su vida y al diablo con…

El timbre de su puerta sonó.

Sobresaltada, Cali miró el reloj de la pared. Eran las diez de la noche. No podía imaginarse quién podía ir a verla a esas horas. Además, era extraño que no hubiera llamado al telefonillo primero. Fuera quien fuera, ¿cómo podía haber pasado la puerta de la entrada al edificio sin llamar?

A toda prisa, abrió la puerta, sin pararse a mirar por la mirilla… y se quedó petrificada.

Bajo la débil iluminación del pasillo, se topó con una figura oscura y grande, dos ojos brillantes clavados en ella.

Maksim.

A Cali se le aceleró el corazón. Se quedó sin respiración. ¿Era posible que, de pensar en él con tanta obsesión, hubiera conjurado su presencia?

El rostro que tenía delante era el mismo de siempre, aunque tenía también algo irreconocible. Cali se quedó mirándolo, hipnotizada por sus ojos, mientras las rodillas apenas podían sostenerla.

Entonces, se dio cuenta de algo más. Por la forma en que él se apoyaba en el quicio de la puerta, daba la impresión de no poder mantenerse en pie, de estar tan conmocionado como ella.

Sus labios hicieron una mueca repentina, como de… dolor. Pero fue su voz ronca lo que más hondo le caló a Cali.

–Ya ocheen skoocha po tevyeh, moya dorogoya.

«Te he echado mucho de menos, cariño mío».

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

No hizo falta más.

No solo fue ver a Maksim. Lo más impactante fue escuchar de sus labios las palabras que siempre había soñado oír. Entonces, para completar aquella alucinación hecha realidad, la tomó entre sus brazos.

Pero no la abrazó con fuerza y seguridad como solía hacer en el pasado. Con cierto temblor y desesperación, unió sus bocas en un tosco movimiento. Ella se sumergió en su sabor, dejándose poseer por la pasión de sus labios.

Pero no debía hacerlo, se advirtió a sí misma. Por mucho que hubiera fantaseado con reencontrarse con él un millar de veces, era un imposible. Demasiadas cosas habían cambiado para ella.

Justo cuando Cali empezó a retorcerse, desperada por librarse de su abrazo, a punto de quedarse sin respiración, él apartó su boca.

–Izvinityeh… Perdóname… No pretendía…

Maksim se atragantó con su disculpa, pasándose las manos por el pelo. Entonces, Cali reparó en su barba de varios días, en su pelo revuelto. Además, había perdido peso. Con ese aspecto desarreglado, parecía una sombra del hombre lleno de vitalidad que había sido. Pero, si era posible, a ella le resultó más atractivo que nunca. Aquel toque de… desolación, le producía deseos de apretarlo contra su pecho…

Diablos… ¿Por qué estaba actuando como su propia madre?, se dijo Cali. Él se había ido sin decir palabra, había estado lejos de ella durante más de un año y, ahora, regresaba, sin explicaciones, solo le bastaba con decir que la había echado de menos y darle un beso para que ella se entregara a él sin pensarlo. ¿Cómo era posible?

No podía aceptarlo. Se había dejado besar porque la había tomado por sorpresa, justo cuando había estado pensando en él. Pero Maksim era parte de su pasado. Y no iba a dejarlo volver.

Cali levantó la vista hacia él.

–¿No vas a dejarme entrar? –preguntó Maksim, frunciendo el ceño.

Su ronco susurro caló hasta el último de los huesos de Cali.

–No. Y, antes de que te vayas, quiero saber cómo has llegado hasta mi puerta. ¿Has intimidado al conserje?

Maksim se encogió ante su tono helador.

–Podría haberlo hecho. Te aseguro que habría sido capaz de cualquier cosa con tal de llegar hasta aquí. Pero he entrado con tu código de acceso. Una vez vine aquí contigo.

Ella lo miró, sin comprender del todo.

–Marcaste tu código de acceso en la entrada.

–¿Quieres decir que me observaste mientras metía el código y no solo te fijaste en el número de doce dígitos, sino que te lo aprendiste de memoria? ¿Hasta hoy?

Él asintió, impaciente por dejar ese tema.

–Me acuerdo de todo respecto a ti. De todo, Caliope –dijo él, y ancló sus ojos en los labios de ella, como si estuviera conteniéndose para no devorarlos de nuevo.

A ella se le encogieron las entrañas al instante…

Maksim dio un pequeño paso, sin atreverse todavía a cruzar la puerta.

–Déjame entrar, Caliope. Tengo que hablar contigo.

–Yo no quiero hablar contigo –repuso ella, luchando contra la tentación de someterse a su petición–. Has llegado un año tarde. La hora de hablar pasó cuando te fuiste sin darme una explicación. Hace nueve meses, dejé de tener ganas de hablar contigo.

Él asintió con dificultad.

–Cuando nació Leonid.

Así que conocía el nombre de su hijo, pensó Cali, aunque había usado la versión rusa de Leonidas. Lo más probable era que también conociera el peso del bebé y cuántos dientes tenía. Debía de aparecer todo bien recogido en un completo informe.

–Una observación redundante. Igual que tu presencia aquí.

–No puedo decir que me merezca que me escuches –se defendió él–. Pero, durante meses, estabas deseando saber por qué me había ido. Lo sé por todos los mensajes que me dejaste en el correo electrónico y en el contestador.

Así que la había ignorado, había dejado que se volviera loca de preocupación, y lo había hecho a propósito, caviló ella.

–Ya que recuerdas todo, debes de recordar por qué no dejaba de intentar contactar contigo.

–Querías saber si estaba bien.

–Ya que veo que sí lo estás… –comenzó a decir ella, e hizo una pausa, mirándolo de arriba abajo–. Aunque no tienes tan buen aspecto. Pareces un vampiro hambriento que trata de hipnotizar a su víctima para conseguir su dosis de sangre. O, peor aún, pareces un adicto a la cocaína.

Cali sabía que estaba siendo cruel, pero no podía evitarlo. Él había vuelto a su vida justo cuando la rabia había comenzado a apoderarse de ella.

–He estado… enfermo.

La forma en que lo dijo, la manera en que bajó la mirada, hicieron que a Cali se le encogiera el corazón.

¿Y si había estado enfermo durante todo ese tiempo?

No. No iba a hacer lo mismo que había hecho su madre, creyéndose las excusas de su padre hasta su lecho de muerte.

–¿Ni siquiera tienes curiosidad por saber por qué he vuelto? ¿Y por qué me fui? –preguntó él.

–No, nada de eso –mintió ella–. Hice un trato contigo y solo te pedía dos cosas: honestidad y respeto. Pero no fuiste honesto cuando te cansaste de mí, y habrías mostrado más respeto hacia un desconocido que el que me has mostrado a mí.

Maksim se encogió de nuevo, como si lo hubiera golpeado, pero no intentó interrumpirla.

–Me esquivaste como si fuera una acosadora, cuando sabías que solo quería saber si estabas bien. Dejé de llamarte cuando las noticias sobre tus éxitos financieros me obligaron a pensar que nada malo te había pasado. Has perdido todo derecho a que te tenga en cuenta. No me importa por qué te fuiste, por qué me ignoraste, y no tengo ganas de saber por qué has vuelto.

Maksim exhaló con gesto amargo.

–Nada de lo que has dicho tiene ningún fundamento. Y, aunque nunca apruebes mis verdaderas razones por comportarme como lo hice, para mí fueron… abrumadoras en ese momento. Es una larga historia –balbució él y, en tono apenas audible, añadió–: Tuve un… accidente.

Aquella afirmación dejó a Cali sin palabras. Por dentro, un tumulto de preguntas ansiosas la invadió.

Cali lo observó con atención, buscando señales de daño. No vio nada en su rostro. Pero ¿y su cuerpo? Tal vez, en la penumbra del pasillo le estaban pasando desapercibidas horribles cicatrices.

Incapaz de soportar ese pensamiento, lo agarró del brazo y le hizo entrar para poder verlo mejor bajo la luz del vestíbulo.

Sintió un nudo en la garganta al darse cuenta de que había perdido mucho peso. Parecía tan… débil y frágil.

De pronto, él soltó un gemido y se tambaleó. Pero, antes de que pudiera caer al suelo, se incorporó y tomó a Cali en sus brazos, como si quisiera demostrarle que, a pesar de su estado de debilidad, podía sostenerla como si fuera una pluma. Sin poder evitarlo, ella se rindió a aquella fantasía que estaba siendo hecha realidad, dejando de lado toda su tensión y resistencia.

Recordó todas las veces que él la había llevado en sus brazos, mientras ella había apoyado la cabeza en su hombro, rindiéndose a su pasión, dejándose poseer donde y como él había querido.

Maksim se detuvo en el salón. Si hubiera podido hablar, Cali le hubiera rogado que la llevara a su dormitorio y no parara hasta que sus cuerpos se hicieran solo uno.

Sin embargo, él la depositó en el sofá y se arrodilló en el suelo a su lado, mirándola a los ojos.

–¿Puedo ver a Leonid? –pidió él con tremenda ansiedad.

Cali se quedó paralizada.

–¿Por qué?

–Sé que dije que no iba a mezclarme en su vida, pero no fue porque yo no quisiera –explicó él, leyéndola el pensamiento–. Fue porque creí que no podría y no debía.

Al recordar aquellos momentos, cuando había aceptado que Maksim nunca sería parte de su familia, Cali volvió a sentir el terrible dolor de su herida.

–Dijiste que no eras un hombre de confianza en esas situaciones.

–Lo recuerdas –dijo él con el rostro contraído.

–Es algo imposible de olvidar –repuso ella.

–Solo lo dije porque pensé que era lo mejor para ti y para nuestro hijo no tenerme en vuestras vidas.

–¿Por qué pensabas eso?

–Es una historia larga, como te he dicho. Pero, antes de que te lo explique, ¿puedo ver a Leonid?

Cielos. Se lo había pedido de nuevo. Maksim estaba allí y quería ver a Leo. Sin embargo, si se lo permitía, nada volvería a ser lo mismo y ella lo sabía.

–Está dormido… –contestó ella, sin poder encontrar una excusa mejor.

–Te prometo que no lo molestaré –aseguró él con gesto sombrío.

–No lo verás bien en la oscuridad. Y no puedo encender la luz sin despertarlo.

–Aunque no pueda verlo bien, podré sentirlo. Ya sé qué aspecto tiene.

–¿Cómo lo sabes? –inquirió ella–. ¿Estás haciendo que nos espíen?

–¿Por qué piensas eso? –preguntó él a su vez, sin comprender.

Con desconfianza, Cali le confesó sus sospechas.

–Tienes derecho a pensar lo peor de mí –afirmó él, frunciendo el ceño–. Si alguna vez hubiera hecho que te siguieran, habría sido para protegerte. Y no tenía razones para temer por tu seguridad, pues aunque era peligroso que te asociaran conmigo, me preocupé de mantener nuestra relación bajo secreto.

–¿Entonces cómo sabes qué aspecto tiene Leo?

–Porque te seguí.

–¿Cuándo? –preguntó ella, boquiabierta.

–De vez en cuando –repuso él–. Sobre todo, durante los últimos tres meses.

¡Así que no había estado imaginándose cosas cuando había creído verlo entre la multitud!, pensó Cali. Todas esas veces que había sentido su presencia, él había estado allí.

¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué no se había acercado a ella en esas ocasiones? ¿Y por qué había decidido hacerlo en ese momento? ¿Por qué? ¿Por qué?

Cali deseó obtener todas las respuestas de inmediato.

Por otra parte, no podía negarle ver a su hijo. Asintiendo, se puso en pie. Cuando Maksim no se movió para dejarla pasar, se tropezó con él y cayó hacia atrás en el sofá. Él la sujetó y, mirándola a los ojos, le posó una mano en la nuca y rugió su nombre con voz ronca, como avisándola de que, si no se lo negaba, la besaría.

Cali no se lo negó. No fue capaz.

Animado por su silencio, él inclinó la cabeza y la besó con pasión.

Ella sabía que no podía dejar que aquello sucediera de nuevo. Sin embargo, cuando sus lenguas se entrelazaron y sus alientos se fundieron, estuvo perdida.

Cali se rindió a su deseo, derritiéndose en su boca, dejándose invadir por él. Maksim se apretó contra su cuerpo, frotándole los pechos y los pezones con su torso. Entonces, sin previo aviso, se separó y se puso en pie con gesto de alarma.

Ella necesitó unos segundos para comprender que el gemido que había escuchado provenía de Leo. Tenía un altavoz para monitorizar el niño en cada habitación.

Temblando, Maksim le ayudó a ponerse en pie y se hizo a un lado para dejarla pasar. Cali se dirigió al dormitorio de Leo, poseída por una extraña sensación de irrealidad, sintiendo cómo la presencia de Maksim invadía su casa.

La tensión creció según se acercaban a la puerta. Cali abrió y, antes de dejarlo pasar, se giró hacia él.

–Relájate, ¿de acuerdo? Leo es muy sensible al estado de ánimo de los demás –indicó ella. Esa era la razón por la que los primeros seis meses del bebé habían sido un infierno. El pequeño solo había sido un espejo de la desgracia de su madre. Ella había conseguido salir del paso bloqueando sus emociones, para no exponer a su hijo a su lado negativo–. Si se despierta, no creo que quieras que la primera vez que te vea sea así de nervioso.

Sin reparar en el torbellino de sentimientos que se le agolpaba en el pecho a Cali, demasiado aturdido por los propios, Maksim cerró los ojos un momento.

–Estoy preparado.